Bajo la misma arepa

By Areale_deCastillo2

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Tras la muerte de su tía, Débora debe viajar a Venezuela para reencontrarse con su padre después de varios añ... More

Nota de Autora
La flaca mamarre
No se desprecia una arepa
Colgate, su majestad
Manzana tercermundista
Correcciones clasistas
Mogul
Vestida como sartén de pobre
Ella perrea sola
Yubiricandeleisy
Se formó el despeluque
Atributos con Photoshop
Chivato
Azúl vinagre
Evasivas
Novios de mentis
Oh no, fallo en la utopía
Recíproca chocancia
Sorpresas
Confesiones
Fuertes declaraciones
El último cigarrillo
Ingrata
Desaparecida
El mejor amigo
Una indirecta despedida
Planchabragas
La mardición de los Takis
Todas mienten
El boleta enamorao' (+18)
Fiesta balurda
Salve, Virgen de los Malandros
Mordisco
Esposa odiosita
El Chigüire Chigüireao'
Heteromarico
Bajo la misma arepa
Querer querernos (+18)
Cómo hago pa' no quererte
Besos sabor a caroreña
Maldita mala (+18)
Qué se siente
El procedente de Socopó
Dominantes (+18)
Epílogo
Agradecimientos
Extra navideño
Apoyen a la autora de BLMA

Ódiame

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By Areale_deCastillo2


La semana había transcurrido lento para Yeferson, quien se había vuelto adicto a las malas caras de su hermanastra después de burlarse de ella y, en especial, a los insultos que ella le regresaba; estaba en abstinencia, al parecer.

Débora se negaba rotundamente a siquiera mirarlo. ¡No la entendía! ¿Por qué estaba de buenas con su padre y con él no? Okey, con Yeferson jamás estaba de buenas, pero al menos antes no lo ignoraba.

Todavía no estaba cansado de hacerle arepas para desayunar, con queso amarillo y jamón, todos los benditos días, como a ella le gustaba. Y la muy desgraciada ignoraba la comida todas las mañanas y adrede compraba el desayuno en la cantina del liceo.

Una tarde, ella estaba hablando con Natalia y Bárbara en su habitación, quienes la habían visitado para adelantar cosas de su proyecto, pero estudiar era lo que menos estaban haciendo.

—Me extraña que no tengas los libros, ya que te la pasas comparándolos con las películas.

—Ah, tía —suspiró—. Se los pedí a mi padre una navidad, pero pasó de mí y decidió que mejor sería comprarme una tablet. No me quejo, igual fue un buen regalo. Tuve que conformarme con leerlos en digital. Solo tengos los de animales fantásticos.

—Sí, yo tampoco los tengo —dijo Bárbara—. Tengo hasta una camiseta firmada por Rupert, pero no los condenados libros.

—Nojoda, pero tú eres peor. Tienes un estante full de puros funkos —aseveró Natalia—. Yo de vaina tengo las películas en DVD y un giratiempo que compré en una feria de «todo a mil» hace como tres años.

Yeferson, al ver que no conversaban sobre nada interesante, dijo al pasar por el pasillo:

—Brujas hablando de brujos, interesante —fingió un bostezo.

Débora se limitó a levantarse y cerrar la puerta mientras seguía conversando con ellas.

Y así era todos los días, él soltaba chistes crueles y su hermanastra hacía oídos sordos. Todavía no estaba desesperado, pero sí alcanzaría pronto el desquicio.

El sábado por la mañana, Débora se apresuró a subirse al asiento de copiloto antes de que Jhoana lo hiciera y tuviera que irse a sentar atrás con él. Yeferson no lo pasó por alto. Estaba incómodo con esas escenas de constantes evasivas.

—¿No prefieres ir atrás con tu amiga? —le había preguntado su padre mientras prendía el carro.

—Ella estará bien. Me gusta ir adelante, así veo mejor el camino.

El trayecto a la playa fue largo, pero las canciones de la radio distrajeron a todos y les arrebató la noción del tiempo mientras tarareaban cada song.

Cuando estacionaron y el sol playero los recibió, Débora y Bárbara no tardaron en sacarse los zapatos para andar descalzas sobre la arena.

—Te lo prometí, a que sí —la castaña le dijo a su amiga mientras ésta le ponía protector solar en la espalda.

Yeferson sintió envidia de Azúl celeste en ese momento. No podía dejar de verle la espalda a su hermanastra, se veía tan suave y delicada... Mierda, y esas nalgas las envidiaba hasta Afrodita, tan grandes y perfectas. Cuando se volteó para intercambiar papeles con Bárbara, Yeferson se dió cuenta de que la parte superior de su traje de baño le cubría apenas lo necesario. 

El moreno salió corriendo a meterse al agua para despejar los pensamientos indecentes que tenía con su aparente rival, para su suerte estaba fría.

Todos se dividían constantemente. Yeferson se puso a jugar voley playero con unos muchachos de otro toldo, Débora y Azul Celeste se andaban sacando mil fotos, y sus padres duraron casi toda la mañana dentro del agua, solo se acercaban a la orilla para recargar el vaso de sangría con refresco chinotto.

Cada uno tenía un turno para cuidar el toldo. Cuando le tocó a Yeferson, Débora y Bárbara estaban jugando en la arena mientras hablaban de un drama coreano en Netflix.

—¿Qué hacen?

Él no lo sabía, pero Débora llevaba toda la mañana mirándolo a través de sus lentes oscuros de sol.

—Construyendo un castillo de arena —respondió Bárbara, levantándose para ir a llenar una cubeta con agua.

—¿Castillo? Será un rancho.

Su hermanastra fingía estar sumamente concentrada en una de las torres, adornándola con conchas de mar.

Yeferson le pasó por un lado y con una pequeña patada tumbó la torre que ella estaba decorando.

—Ay, disculpa.

Débora solo exhaló y empezó a construirla otra vez. En ese momento Yeferson terminó por hartarse de su indiferencia.

—¿Qué te pasa a ti conmigo? —Deb no respondió—. Cada vez que estoy cerca, me ignoras a propósito. Si tienes algún problema, dímelo.

—No sé de qué hablas.

Escucharla dirigirse a él por fin le estremeció hasta la existencia. Había logrado un avance.

—Sí sabes de qué te estoy hablando. No te hagas la wili. Tienes toda la semana despreciando el desayuno que antes hasta esperabas a que estuviera listo para llevártelo. No me miras con asco después de decir algún comentario mal intencionado, ni siquiera pides mis llaves prestadas para salir porque todavía no sacan tus copias, esperas a que algún vecino te abra.

Débora dejó los lentes de sol sobre la arena y lo miró con el ceño fruncido.

—Ajá, ¿Y?

Yeferson se apretó los puños, hastiado.

—¡Insultame, dime que soy un maldito cabrón! ¡Méteme otra patada en las bolas! —hizo una pausa—. Bueno no, eso no. ¡Haz algo, maldita sea, pero ya no me ignores! Estoy obstinado de poner en juego mi dignidad para que tú ni siquiera voltees a mirarme.

Débora tuvo que morder su labio inferior para no esbozar una sonrisa de triunfo. Su venganza estaba dando buenos frutos.

—¿Y te importa tanto por...?

Yeferson pateó la arena.

—¡Porque me importas tú! —analizó sus propias palabras, ni siquiera se arrepintió—. Eres intolerante, fastidiosa, muy poco humilde para mi gusto, cínica cuando me insultas, descarada y una chantajista de mierda, pero por todas esas cosas es que me importas, me adapté a tus malditos defectos al punto de extrañarlos cuando evitas dirigirte a mí de cualquier forma, me da arrechera que ya no seas así conmigo.

Débora se levantó, su taquicardia le quitaba un poco de equilibrio, pero logró ponerse se pie frente a él, inclinando la cabeza hacia atrás para poder mantener contacto visual.

—¿No es precisamente por todo eso que quieres que me vaya? He escuchado cómo se lo dices a tu madre casi todos los días, quieres tenerme lo más lejos posible porque te desquicio, no eres el único chivato que escucha detrás de las puertas. ¿A qué mierda juegas, Yeferson? ¿Por qué coño te enloquece lo que supuestamente quieres conseguir?

—Tú no sabes lo que quiero, fresa —farfulló con un hilo de voz.

—¿Ah, no? ¿Y qué quieres entonces? Eres un maldito incomprensible. Ni viniendo con instrucciones te entenderé jamás. Con razón eres géminis. Solo puedo saberlo si viene de ti. Así que dime, Yeferson Jesús, ¿Qué coño es lo que quieres?

Estaban demasiado cerca y ni se habían dado cuenta. Yeferson estaba erguido, sus narices a punto de rozarse. Estaban tan furiosos que sus pechos estaban agitados, tan cegados que no notaron que precisamente sus respiraciones estaban entrecortadas por la cercanía.

Entonces ocurrió. Débora le echó esa miradita a sus labios que ponía en peligro el orgullo de ambos. Yeferson se tensó al instante, mirando los labios entreabiertos de ella también, preguntándose cómo no había notado que desde la escenita en el aeropuerto había deseado probarlos.

Fue ella quien sucumbió a doblegarse al ponerse de puntillas y posicionar sus labios sobre los de él, implorando a todas las deidades existentes no quedar como una estúpida. Yeferson no tuvo tiempo para sentirse sorprendido, solo atribulado.

«Esto es lo que quiero, sifrinita»

Una sensación inefable de alexitimia los envolvió mientras él correspondía a su beso con una maestría nunca antes experimentada.

Ni diez segundos bastaron para separarse, aquel beso fue tan rápido y profundo como el último suspiro de un moribundo. Débora parpadeó repetidamente después de empujar a su hermanastro.

—¡Te odio! —lo cacheteó, su respiración estaba evidentemente acelerada, y no precisamente porque aquel contacto le había arrebatado el oxígeno durante un instante. Emitiendo un gruñido histérico para disimular la incognoscible sonrisa que luchaba por surcar sus labios, le dio la espalda y se fue a ayudar a su amiga a recoger agua.

Yeferson también lucía confundido, se tocó los labios con los dedos, recopilando esa extraña e indescriptible sensación, como si quisiera conservar el fantasma de ese recuerdo de ese contradictorio beso hasta la muerte.

—Si es así, ódiame más —respondió, a pesar de que ella ya no podía escucharlo.


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*ESPACIO PARA INSERTAR GRITOS DE PERRA LOCA*

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