Una de las cosas que he aprendido mientras leí fue a manejar mis emociones, a tratar de no perder la cordura cuando algo que pegue fuerte, sea para bien o sea para mal.
Así que, aunque haya cientos de bombas estallando dentro de mí, mantengo mi mentón elevado y me limito a verlo de forma curiosa.
Es eso o correr a abrazarlo, y gritarle en la cara que esperaba con ansias que este momento llegara.
Los lentes de Haxel ahora son redondos (antes eran cuadrados), anda una chaqueta café de cuero, y en sus piernas unos pantalones de vestir ajustados.
Y enhorabuena, se ha atrevido a verme directamente a la cara, bueno, lo hace por lapsos de tiempos más largos en comparación con las veces anteriores. Luego sigue en el piso, pero algo es algo.
—¿Podrías hacerlo de nuevo? —pregunta con su moderada voz.
—¿El que?
—Leer la nota que se encuentra en el papel.
—Vale —Tomo la nota entre mis manos, me sueno la garganta, y la leo en voz alta—. De alguna u otra forma, tarde o temprano, en esta o en otra vida las personas siempre regresamos al lugar donde dejamos algo pendiente.
Lo veo al terminar, enarca las cejas.
—¿Qué entiendes de eso?
Has regresado, por que has dejado algo pendiente.
—La respuesta es obvia —le digo.
Asiente pacientemente, luego me hace una mueca con la mano para que me levante.
Me levanto, me acomodo los lentes y lo veo fijamente a la cara.
—Me sigues obedeciendo.
—La verdad es que no te obedecí.
—Si lo has hecho por que te levantaste.
—Obedecer es una palabra que yo emplearía para aquel hecho en el que una persona tiene por obligación realizar una acción que se le ha asignado.
—¿No te sentiste obligada a levantarte?
—No, por que yo si quería hacerlo, para que me vieras de pies a cabezas.
Entonces me ve con determinación, de pies a cabeza, y queda maravillado con mi nuevo estilo de andar.
—Me obedeciste al verme —le digo.
—No, por que no me sentí obligado a hacerlo, lo hice por que quería —responde, regresándome la lección.
—Vale.
—Me alegro que por fin lo hayas entendido. —dice.
—¿El que?
—Que todas aquellas veces no me estuviste obedeciendo, por que todo lo que te pedía que hicieras lo hiciste por que querías.
Y tiene razón, me costó entenderlo, pero así fue.
—¿Entonces no me podría llamar sumisa? —pregunto para ver que dice al respecto.
—No.
—¿Por qué?
—Por que cuando te daba ordenes, las cumplías por querer y no por obligación. —reitera.
Nos vemos a los ojos, estoy segura que a mi me brillan de la misma forma que le brillan a él. Me paso a su boca, que se mantiene neutra.
Quisiera que me besaras.
Yo quisiera ver lo bella que eres, pero sin la envoltura que traes.
La biblioteca esta concurrida hoy, vemos la puerta de una sala que se encuentra cerca de nosotros. Es el último lugar donde nos vimos, entonces nos metemos de la forma más discreta posible.
No sé si es que esa forma discreta nos sale de manera natural o lo hacemos para no dar sospechas a los demás de lo que vamos a hacer.
Me deshago de mi envoltura frente a Haxel en cuestión de minutos. No tengo absolutamente nada que cubra lo bella que soy ante sus ojos.
Él pasa su nariz por mi todo -incluyendo las partes más privadas de llegar- absorbiendo mi olor, comienza desde las puntas de los dedos de mis pies y termina en mi cabello.
—Tu olor natural es tan delicioso —dice, y el cuerpo me comienza a arder.
Está claro que nunca va atreverse a tocarme por que su filosofía se lo impide, aquella frase caló tan hondo en mí que jamás la olvidaré.
Si toco tu cuerpo lo ensucio. Y si lo ensucio ya no habrá pureza que admirar en él.
—Cierra los ojos.
Le obedezco. Cierro fuerte los ojos, y sorprendentemente empiezo a sentir su mano.
La siento sobre mi cuerpo, roza mis pantorrillas, mis piernas, mis muslos, y la sensación es mágica, es sorprendente.
Puedo describir su mano como un órgano vivo capaz de hacerme temblar de deseo con solo sentir su tacto, pero es más que eso.
Comienzo a preguntarme:
¿Cómo es posible que ahora si se atreva a tocarme? ¿Acaso ya no me considera la chica pura que siempre me había considerado y ahora si puede "ensuciar" mi cuerpo con sus caricias?
Quiero hacerle ambas preguntas, pero si algo he aprendido de Haxel es que las cosas misteriosas que me parezcan fascinantes deben seguir siendo un misterio para que no pierdan su gracia.