Vampire Kiss

By Gabianni

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¿Cómo puede un vampiro enamorar a un humano que no cree en el amor en tan solo veinticinco días? Los vampiros... More

💋Ley del Beso Vampírico💋
💋Capítulo 1. No te enamores de él
💋Capítulo 2. No lo dejes ir
💋Capítulo 3. No lo beses
💋Capítulo 4. No lo olvides
💋Capítulo 5. No lo ignores
💋Capítulo 6. No lo descuides
💋Capítulo 7. No lo provoques
💋Capítulo 8. No lo recuerdes
💋Capítulo 9. No lo celes
💋Capítulo 11. No te preocupes por él
💋Capítulo 12. No le mientas
💋Capítulo 13. No lo muerdas
💋Capítulo 14. No bailes con él
💋Capítulo 15. No le gustes
💋Capítulo 16. No lo suprimas
💋Capítulo 17. No te acostumbres
💋Capítulo 18. No lo protejas
💋Capítulo 19. No le des oportunidad
💋Capítulo 20. No investigues a su ex
💋Capítulo 21. No lo metas en líos
💋Capítulo 22. No le pidas una cita
💋Capítulo 23. No tengan una cita
💋Capítulo 24. No le hagas la pregunta
💋Capítulo 25. No te culpes
💋Capítulo 26. No lo abandones
💋Capítulo 27. No le digas nunca
💋Capítulo 28. No te rindas
💋Capítulo 29. No lo odies
💋Capítulo 30. No te tardes
💋Capítulo 31. No lo reniegues
💋Capítulo 32. No te detengas
💋Capítulo 33. No lo lastimes
💋Capítulo 34. No lo ames
💋Capítulo 35. No lo hagas
💋Epílogo💋
💋Extra [+18]
💋Extra 2. Universo alterno [AU]
💋Personajes💋

💋Capítulo 10. No lo subestimes

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By Gabianni

—¿Cómo lo harás? —preguntó Carmilla.

Viktor apenas prestaba atención a su amiga mientras tenía la mirada fija en el televisor de la habitación de hotel. En la pantalla, un absurdo programa mostraba a humanos luchando por sobrevivir desnudos en una isla desierta.

—¿De qué hablas? —respondió con otra interrogante, distraído por el romance que empezaba a surgir entre dos de los participantes.

Carmilla exhaló con pesadez y, de repente, se acercó para apagar la pantalla, tomando por sorpresa a Viktor.

—¡Eh! —protestó—. ¡Estaba viendo eso!

—¿Y cómo te ayudará esa basura en tu situación actual? —Cruzó los brazos.

Viktor arqueó una ceja, reflexionando sobre la pregunta.

—¿Quizás analizando la vulnerabilidad humana en su máxima expresión? —ofreció una respuesta poco convincente—. O algo por el estilo.

—Eres un idiota, Viktor —reprendió con un tono casi maternal. A menudo se preguntaba si ella había sido alguna vez una hermana mayor o incluso una madre antes de convertirse en vampira—. ¿No se supone que debes protegerlo?

—Solo era una excusa para pasar tiempo con él —justificó con un gesto desdeñoso de la mano—. Además, está durmiendo ahora. No corre ningún peligro.

—Eso crees tú y, por cierto, tus creencias suelen ser erróneas.

—Ya, de acuerdo. —Se levantó de la cama y suspiró—. ¿Qué te tiene tan tensa?

—Lo mismo que debería tenerte tenso a ti —aclaró—. ¿Qué diablos vas a hacer respecto a Dorian? Te quedan veintitantos días...

—Veinticuatro —interrumpió.

—¡Veinticuatro días para conquistar a un humano que jura no creer en el amor!

Viktor soltó una carcajada ante el tono exagerado de Carmilla y se acercó para poner sus manos en sus hombros.

—Tranquilízate, no es...

Fue interrumpido por gritos repentinos y chillidos estridentes que atravesaron las paredes del cuarto de Carmilla. Viktor se giró hacia ella, tenso y en guardia, al sonar similares a los quejidos de un Nosferatu.

Pero Carmilla solo rodó los ojos y sacudió la cabeza.

—Ignóralo, es la maldita bruja de al lado haciendo sus rituales. Otra vez.

—¿Tu vecina de cuarto es una bruja?

—Qué desdicha, ¿verdad? —Suspiró y se apartó del agarre de Viktor para sentarse al borde de la cama—. Pero no cambies de tema. De verdad quiero saber cuál es tu estrategia con Dorian.

Viktor se dejó caer de espaldas junto a ella y estiró los brazos sobre su cabeza.

—Aplicaré mi estrategia de siempre —contestó—. Ya sabes, unas cuantas palabras dulces por aquí, unos detalles cursis e insignificantes por allá, un toque de sensualidad aquí y allá, y Dorian caerá rendido a mis pies como todos los humanos anteriores a él.

Carmilla frunció los labios, su expresión típica cuando se sentía insegura respecto a algo.

—¿En serio crees que eso funcione?

—Seguro que sí —respondió, confiado.

—De acuerdo, señor confianza, entonces dime: ¿qué tipo de detalle cursi e insignificante le darás?

—No lo sé, ¿prepararle el desayuno, tal vez?

—Viktor, por el Padre Común, intenta ser más original por una vez en tu inmortal vida.

—Semi-inmortal —corrigió—. Y no puedes venir a pedirme originalidad cuando tú te cambiaste el nombre a Carmilla. Es como si yo me hubiera cambiado el apellido a Drácula.

Hizo un mohín.

—Tampoco es que Zalatoris sea muy original.

—Cierto. —Se incorporó, con una sonrisa burlona—. Pero aún así es más original que Carmilla Di Rosaria.

Su amiga exhaló con fastidio.

—Haz lo que quieras, pero luego no vengas a lloriquear aquí —advirtió, y se levantó de la cama, alisando su ceñido vestido rojo. Lucía impresionante, y Viktor sabía muy bien para qué ocasiones reservaba esa prenda.

—Vas a buscar una nueva presa —observó.

—Sí, pero a diferencia de ti, yo lo tendré comiendo de la palma de mi mano en tres días —fanfarroneó, agitando su larga cabellera castaña de un lado a otro.

Viktor sonrió con picardía, apoyó las manos detrás de él en la cama y cruzó una pierna.

—Eso está por verse.

Carmilla se acercó a la puerta de la habitación, lista para salir, pero al colocar la mano en el picaporte, volvió su rostro hacia Viktor.

—No olvides nuestro juramento. —Levantó el dedo índice—. No enamorarnos de los humanos...

—Porque son una debilidad —completó él—. Lo tengo presente.

(...)

Dorian despertó sobresaltado.

Saltó de la cama como si una corriente eléctrica hubiera recorrido su cuerpo, y supo de inmediato que no auguraba nada bueno. Este tipo de reacción solo ocurría cuando se retrasaba u olvidaba algo crucial. Desafortunadamente, esta vez era la primera opción.

Al consultar la hora en su teléfono, cuya batería estaba casi agotada, una maldición escapó de sus labios al percatarse de que llegaría al trabajo con más de veinte minutos de retraso.

—¡Mierda! —bramó mientras se levantaba de la cama, lanzando las sábanas a un lado y agradeciendo haber estado tan exhausto la noche anterior que ni siquiera se molestó en quitarse la ropa que llevaba puesta.

Conservó los mismos pantalones, solo cambió su camiseta y se puso su chaqueta azul marino de siempre, adornada con broches y pines. Se peinó como pudo con los dedos y frunció el ceño al percibir su aliento. Sacó una menta de un antiguo paquete que encontró en la habitación, cruzando los dedos para que bastara por el momento.

Al abrir la puerta de su habitación, listo para salir con premura, se detuvo al percibir un aroma tentador: panqueques, café y... ¿tocino? Conocía muy bien las pobres habilidades culinarias de Roderick, por lo que el único responsable de esa deliciosa fragancia era...

—¡Buenos días, mi estimado humano de perpetuo mal humor! —exclamó Viktor desde la cocina, sosteniendo una espátula con la que servía unos panqueques que emanaban un aroma exquisito—. Esto es para ti, mi querido Dorian Welsh.

Dorian sintió cómo se le hacía agua la boca tan solo al oler la comida, pero cualquier antojo desapareció de inmediato cuando recordó su retraso y la posibilidad de ser despedido si continuaba perdiendo tiempo.

—Huele increíble, que se lo coma Roderick —farfulló.

La afable sonrisa en el rostro de Viktor se desvaneció en el momento en que pronunció esas palabras.

—¿Qué? No, es para ti, sordo.

—¿Y qué pasó con lo de «estimado Dorian Welsh»?

—Estás comportándote como un tonto, ya no mereces un trato amable.

—Voy tarde al trabajo. —Miró su reloj de muñeca—. Muy tarde.

Tomó la llave de su coche del cuenco que estaba junto a la puerta.

—¡Oye, espera! —exclamó Viktor, y en un abrir y cerrar de ojos apareció junto a él. Dorian nunca lograría acostumbrarse a sus extrañas habilidades sobrenaturales—. ¿Cuándo te entrará en esa cabeza tuya que no puedo dejarte solo?

Dorian rodó los ojos, una mala costumbre que había adoptado con demasiada frecuencia en los últimos días. Su padre solía advertirle que si continuaba así, sus ojos quedarían atascados dentro de su cráneo para siempre.

—No tengo tiempo para discutir contigo. Acompáñame si eso te hará sentir mejor —dijo mientras abría la puerta.

Antes de salir, Viktor agarró una sombrilla negra que descansaba contra la pared. Dorian estaba seguro de que no era de él ni de Roderick; de hecho, nunca la había visto antes en manos del vampiro. Sin embargo, ante la prisa del momento, decidió pasar por alto ese detalle y ambos salieron del apartamento.

La privacidad era algo que Dorian valoraba con creces. Se consideraba un introvertido por excelencia. Podía interactuar con las personas cuando era necesario y dentro de límites de tiempo establecidos, pero no le agradaba la idea de tener a alguien cerca de él las veinticuatro horas del día. Se sentía como una batería que necesitaba recargarse. El problema radicaba en que su energía se agotaba más rápido en presencia de Viktor, quien parecía disfrutar molestarlo y sacarlo de quicio.

Dorian mantenía dos empleos: cantaba y limpiaba el club nocturno tres veces por semana, además de trabajar en una tienda de antigüedades de lunes a viernes.

En ese momento, se encontraba en su segundo empleo, el más sereno y menos exigente de los dos. Su labor implicaba atender a los clientes, organizar los artículos que llegaban cada semana y, en general, velar por el orden de la tienda. La propietaria, una mujer mayor, junto con su difunto esposo, habían fundado el negocio de antigüedades Memoirs hacía más de una década. Tras el fallecimiento de su marido dos años atrás, ella se enfrentó a dificultades para manejar todo sola, por lo que decidió buscar ayuda joven, y allí entró Dorian. Aunque su jefa era amable, tenía un especial respeto por el tiempo.

—¿Qué es lo que siempre digo, Dorian? —inquirió ella.

—El tiempo no es oro, el tiempo es tiempo y vale más que el maldito oro —respondió él—. De verdad lo lamento, yo...

—Tuvo un accidente —intervino Viktor, a pesar de la advertencia clara de Dorian de que se quedara afuera y no dijera nada.

La dueña se sorprendió por la súbita presencia de Viktor y frunció el ceño, tratando de ubicar de dónde había salido.

—¿Y tú de dónde saliste? —indagó con curiosidad.

—Vine con Dorian —respondió de manera evasiva—. Uno pensaría que en una ciudad donde los rumores vuelan como el viento, estaría al tanto de lo que ocurrió.

—Estoy al tanto de lo que sucedió en Plague —afirmó ella—, pero no creo que sea excusa para llegar tarde.

Dorian se apresuró a negar con la cabeza.

—No lo es —dijo, lanzándole a Viktor una mirada fulminante—. Le pido mil disculpas.

—Sí es una excusa válida —insistió Viktor, dando un paso hacia delante y mirando fijamente los ojos de la jefa de Dorian.

—Viktor, ya es suficiente —advirtió Dorian.

—Tienes razón, sí es una excusa válida —repitió ella con voz monótona.

Dorian abrió los ojos de par en par y, al girarse hacia Viktor, observó cómo sus iris negros adquirían un intenso tono guinda y sus pupilas se estrechaban. Luego, dirigió la mirada hacia los ojos de su jefa y notó el mismo efecto en ellos. Atónito, retrocedió un paso.

—Será mejor que se vaya y lo deje trabajar, ¿no cree? —agregó Viktor.

La anciana asintió con lentitud.

—Sí, será mejor que me vaya y lo deje trabajar —repitió con el mismo tono impertérrito. Como si fuera una orden en lugar de una simple sugerencia, se encaminó hacia la puerta del local y salió sin mirar atrás.

Los iris de Viktor regresaron a su coloración natural y suspiró, esbozando una satisfecha sonrisa.

—Las mentes viejas son de las más fáciles de manipular —comentó Viktor con cinismo.

—¿Qué le hiciste? —cuestionó Dorian, retrocediendo otro paso. Había convivido con Viktor durante poco tiempo, pero tendía a tratarlo como a otro humano más. Olvidó que en realidad era un vampiro, un ser monstruoso y peligroso.

—La hipnoticé —respondió como si fuera poca cosa—. Es otra habilidad de los vampiros.

—¿Estará bien?

—Claro, en unos minutos será como si nada hubiese pasado —aseguró, arqueando una ceja con diversión—. ¿Qué? ¿Te asusta?

Dorian se negó a responder la pregunta. Por supuesto que le asustaba; era algo fuera de lo común y era natural temer a lo desconocido.

—¿Lo has usado conmigo? —preguntó en cambio.

Viktor ensanchó los ojos y dio un paso hacia Dorian, sacudiendo la cabeza.

—No, Dorian, jamás lo he usado ni lo usaré contigo —aseguró, con una seriedad que Dorian no le conocía—. Te lo juro.

Para Dorian, Viktor era un verdadero enigma. No conocía su pasado, sus motivaciones eran un misterio y ni siquiera estaba seguro de qué era con exactitud. ¿Qué significaba ser un vampiro? ¿Cómo se comportaba uno? Lo único que sabía es que eran considerados monstruos, depredadores de humanos, seres demoníacos. Aunque no era religioso, se cuestionaba...

—Nunca te haría daño —interrumpió Viktor sus pensamientos—. A nadie. No me lo perdonaría si lo hiciera.

Dorian no lo conocía lo suficiente como para discernir entre sus verdades y mentiras, pero quería confiar. Parte de él ansiaba entender a Viktor y no alejarlo como había hecho con otros. Era un vampiro, sí, pero también era su salvador.

Relajó el cuerpo y suspiró antes de asentir.

—Te creo —afirmó.

Viktor le sonrió.

—Gracias.

Dorian continuó con su día en una monótona normalidad. Como todos los lunes, su trabajo consistía en organizar la nueva mercancía. Esta vez, las cajas estaban repletas de cassettes y juguetes tan antiguos como la propia dueña. Mientras sacaba los cassettes, se encontró con uno de Still Loving You de la banda Scorpions. De inmediato, vino a su mente Morgan, a quien le encantaba esa banda y le había prestado a Dorian un vinilo de su álbum favorito.

«Aléjalo. No lo recuerdes», se reprochó a sí mismo.

No quería pensar en Morgan, al maldito patán de su ex, pero era inevitable cuando venían a su mente las escenas de la confrontación de anoche: ver y escuchar a Morgan en persona desde la ruptura, verlo con Tara. Intentó contener su ira todo lo posible, y lo consiguió, pero ahora se veía atormentado por recuerdos del pasado y sus propias equivocaciones. ¿Acaso lo de anoche también fue un error?

Dejó a un lado la caja de cassettes y dirigió su atención hacia los juguetes antiguos. Entre ellos, vio una Bola 8 Mágica. Esas pesadas esferas negras a las que se les hacía una pregunta y, al agitarlas, te proporcionaban una respuesta al azar. Buscó a Viktor con la mirada y, al asegurarse de que estaba distraído mirando una vitrina de estampillas, susurró:

—¿Lo de anoche fue un error? —Sabía que no era más que un juguete con una función al azar muy básica, cuyas respuestas podían aplicarse a cualquier pregunta que pudiera ser respondida con un simple sí o no. No obstante, agitó la bola y apareció la contestación:

«Las señales apuntan a que sí».

Hizo una mueca de disgusto y devolvió el juguete a la caja antes de pasar una mano por su rostro y exhalar con fastidio. Claro que lo de anoche fue un error, ¿quién en su sano juicio actuaría así con su exnovio?

«Alguien que está muy herido», se respondió a sí mismo.

—Oye, ¿tienes uno de estos en tu apartamento, verdad? —Viktor apareció frente a él con un cubo de Rubik descolorido en la mano, uno de los primeros fabricados.

Dorian apenas lo miró de reojo.

—Sí, tengo uno —contestó distraído.

Viktor siguió concentrado en el juguete, girando las filas de colores.

—Para ser honesto, nunca he armado uno, o mejor dicho, nunca me ha interesado hacerlo —admitió—. Curioso, ¿no? Considerando que tengo más de ciento cincuenta y ocho años pisando este planeta.

Aquello captó toda la atención de Dorian, quien observó a Viktor boquiabierto.

—¿Más de ciento cincuenta y ocho años? —inquirió, sorprendido. Esos eran números con los que los humanos solo podían fantasear.

—No tengo el dígito exacto, solo sé que llevo ciento cincuenta y ocho años siendo vampiro. A decir verdad, no estoy seguro de qué edad tenía cuando fui convertido, ¿unos veinticinco? —explicó Viktor mientras comenzaba a girar los colores con rapidez. Su velocidad sobrehumana iba más allá de su traslado; al parecer, también la aplicaba en acciones tan simples como mover las manos.

Dorian lo observó y reflexionó sobre la cantidad de experiencia que alguien con tantos años de «vida», o más bien «existencia», debía poseer. Aunque Viktor pudiera parecer un idiota a primera vista, no debía subestimarlo tanto.

—¿Crees que lo de anoche fue un error? —se atrevió a preguntar.

—¿Un error? —repitió el vampiro. Sin embargo, mientras intentaba resolver una de las caras del cubo, esta se deshizo con solo dos movimientos—. Maldición.

Dorian enarcó una ceja al notar los movimientos erráticos de las manos de Viktor y las detuvo aferrándolas. Estaban frías, incluso heladas, pero de alguna manera las encontró extrañamente reconfortantes.

—Lo estás haciendo mal —señaló, sintiendo la mirada penetrante de Viktor sobre él. Dorian aclaró la garganta con cierta incomodidad y utilizó los dedos del vampiro para girar el cubo—. Siempre comienza por la cara blanca y aprende este movimiento...

Lo instruyó en cómo armar el cubo, aunque sentía que Viktor no estaba observando el juguete, sino a él. Pensó que tal vez el contacto físico podría incomodarlo, pero no hizo ningún intento por apartar las manos. El cubo quedó armado después de unos cinco minutos.

—No es tan difícil una vez que entiendes el truco —aseguró y, al levantar la cabeza, se encontró con los ojos del vampiro.

Viktor no apartó la mirada, ninguno lo hizo, pero la del vampiro se entornó y luego negó con la cabeza.

—Lo de anoche no fue un error —afirmó y señaló el juguete armado en las manos de Dorian—. Fue tan genial como eso.

Dorian no pudo evitar bufar y apartar su mirada de Viktor.

—No exageres. Es solo un viejo cubo de Rubik; millones de personas pueden armarlo.

—Quiero decir que no te subestimes. Eres... Tienes muchos talentos, Dorian.

—Mis talentos no hacen que lo de anoche sea algo bueno. —Volvió a mirarlo a los ojos y una leve sonrisa surgió en sus labios—. Pero gracias, no pensé que...

Fue interrumpido por los labios de Viktor estrellándose contra los suyos. Lo besó de manera inesperada, sin intención de separarse. Dorian estuvo a punto de apartarlo por la fuerza, pero se encontró con que no quería hacerlo todavía. Los besos del vampiro eran casi siempre bruscos e impredecibles, peligrosos debido a sus colmillos que con un movimiento descuidado podrían cortarlo. A pesar de ello, de manera gradual comenzó a corresponder, a comprender, a saborear los restos de sangre en la boca del vampiro. Incluso sus labios eran un enigma, uno que deseaba desentrañar y...

El sonido de la campanilla de la puerta del local sacó a Dorian de su ensimismamiento. Se separó de Viktor y llevó el dorso de su mano a su boca. Dirigió la mirada hacia la entrada y se encontró con su jefa parada allí, inmóvil.

—¡Oh! —exclamó ella—. Como lo siento, no quería interrumpirlos. —Soltó una discreta carcajada antes de volver a abrir la puerta—. Por favor, continúen.

—¡No! No, lo siento, eso fue... —farfulló Dorian, buscando en vano una manera de explicarse—. ¡No debió suceder!

—Tranquilízate, Dorian. —Su jefa hizo un gesto despreocupado—. Mientras no intercambies saliva cuando hay clientes, no tengo problema.

—¡No! —insistió—. ¡Solo fue una...!

—Lo tendremos en cuenta —intervino Viktor y le dijo adiós a su jefa cuando ella volvió a salir del local.

Dorian estrelló una palma contra su frente antes de gruñir y encarar a Viktor.

—¡¿Por qué insistes en avergonzarme?! —cuestionó—. ¡Te advertí que no volvieras a besarme!

Viktor esbozó una sonrisa burlona y alzó una ceja.

—¿Ahora me arrancarás el corazón con una estaca de madera? —inquirió—. Porque parecía que comenzabas a...

Dorian lo interrumpió aventándole el cubo de Rubik a la cabeza.

—¡Oye...!

—Tus labios saben a sangre —acotó, cambiando el tema de repente.

Viktor los lamió y frunció el ceño.

—¿Tan malo es?

—Es nauseabundo —afirmó—. Supongo que el equivalente para un vampiro debe ser sabor a... ¿Agua estancada?

—El alcohol humano sabe a eso.

Dorian estaba por replicar, pero lo interrumpió la vibración de su teléfono en el bolsillo de su chaqueta. Lo sacó y vio que se trataba de un mensaje de su padre:

«¿Puedes venir a casa esta tarde?»

Creo que nunca había estado tan enamorada de un libro escrito por mí. Es que estos dos son tan... ¡AAAAAAAH!

En fin, ¡muchísimas gracias por leer! 💋

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