El arroyo de los cardenales r...

By LadyBerrybell

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El pequeño y dicharachero Leo tiene un gran problema. Ese gran problema mide aproximadamente 1.81, tiene el p... More

Una pequeña queja.
Capítulo 1 (Editado)
Capítulo 2 (Editado)
Capítulo 3 (Editado)
Capítulo 4 (Editado)
Capítulo 5 (Editado)
Capítulo 6 (Editado)
Capítulo 7 (Editado)
Capítulo 8 (Editado)
Capítulo 9 (Editado)
Capítulo 10 (Editado)
Capítulo 11 (Editado)
Capítulo 12 (Editado)
Capítulo 13 (Editado)
Capítulo 14 (Editado)
Capítulo 15 (Editado)
Capítulo 16 (Editado)
Capítulo 17 (Editado)
Capítulo 18 - Alain (Editado)
Capítulo 19 (Editado)
Capítulo 20 (Editado)
Capítulo 21 (Editado)
Capítulo 22 (Editado)
Capítulo 23 (Editado)
Capítulo 24 (Editado)
Capítulo 25 (Editado)
Capítulo 27 (Editado)
Capítulo 28 (Editado)
Capítulo 29 (Editado)
Capítulo 30 (Editado)
Capítulo 31 (Editado)
Capítulo 32 (Editado)
Capítulo 33 (Editado)
Capítulo 34 (Editado)
Segunda Parte: Capítulo 1, Alain (Editado)
Capítulo 2, Leo (Editado)
Capítulo 3, Alain (Editado)
Capítulo 4, Alain (Editado)
Capítulo 5, Alain (Editado)
Capítulo 6, Leo (Editado)
Capítulo 7, Alain (Editado)
Capítulo 8, Alain (Editado)
Capítulo 9, Leo (Editado)
Capítulo 10, Alain (Editado)
Capítulo 11, Alain (Editado)
Capítulo 12, Alain (Editado)
Capítulo 13, Leo (Editado)
Capítulo 14, Alain (Editado)
Capítulo 15, Alain (Editado)
Capítulo 16, Alain (Editado)
Capítulo 17, Alain (Editado)
Capítulo 18, Alain (Editado)
Capítulo 19, Leo (Editado)
Capítulo 20, Alain (Editado)
Capítulo 21, Leo (Editado)
Capítulo 22, Leo (Editado)
Capítulo 23, Leo (Editado)
Capítulo 24, Leo (Editado)
Capítulo 25, Leo (Editado)
Capítulo 26, Leo (Editado)
Capítulo 27, Leo (Editado)
Capítulo 28, Leo (Editado)
Capítulo 29, Leo (Editado)
Sebastian (Editado)
Áurea (Editado)
Capítulo final, Leo El sonido del mar. (Editado)
Cumpleaños Sebastian. (Editado)
Extra. La boda de Áurea.

Capítulo 26 (Editado)

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By LadyBerrybell

Mi padre se alegra cuando lo recibo con un buen desayuno el sábado por la mañana. Tostadas, huevos y salchichas. Corto los tomates para una ensalada que sitúo en la mesa de roble que ocupa el centro de la cocina.

Comemos en silencio durante un rato, simplemente disfrutando de un momento de tranquilidad para ambos. Alejo mi plato cuando termino y paso los dedos por el borde.

—Papá —arrastro la palabra sin dejar de pensar en que me paso la vida disculpándome con los demás. A veces parece que mis disculpas ya no tienen significado. A pesar de lo que se me pasa por la cabeza lo expreso en voz alta y trato de poner corazón en ello—, siento haber sido un desastre estos días, no volverá a ocurrir.

Suelta un suspiro cansado con la boca llena de tostada mojada en yema de huevo.

—Todos tenemos malos momentos —me alegra tener un padre comprensivo, es más de lo que podría pedir—. En tu mano está hundirte o levantarte y seguir, pero siempre puedes pedir ayuda por el camino. No has de hacer siempre todo solo —se echa para atrás en la silla—. Tu madre piensa que hemos sido demasiado exigentes al enviarte aquí.

Fuerzo una sonrisa, agitando mi cabeza.

—Estoy más que contento de haber venido. Incluso he conseguido una amiga —por no hablar de que he perdido la virginidad con mi vecino y amigo de la infancia, sin embargo eso es un hecho que no puedo sacar a relucir delante de mi padre o moriría de un infarto—. Hoy iré yo a cuidar de la abuela, necesitas un respiro.

Me mira sopesando mis palabras. Por suerte, mi padre tiende a dejar las cosas fluir con naturalidad hasta que tomen su cauce.

—¿Qué hay del instituto? —pregunta, terminando sus salchichas.

La realidad es que no me apetece nada pensar en ello. Alguien ha aireado mi pasado, por lo que será un hervidero de adolescentes cotillas con demasiado tiempo libre.

—El lunes me enfrentaré a ello con la frente bien alta. Me levantaré —declamo con legítima sinceridad.

Él asiente orgulloso de mi decisión.

—No te preocupes por tu abuela, por el momento estaré yo. He pedido vacaciones anticipadas para hacerme cargo—comenta recogiendo los platos y llevándolos hasta el fregadero—. Tú serás de ayuda cuando le den el alta ya que ella no podrá hacer las tareas del hogar —mira por la ventana de la cocina hacia el brillante cielo azul de finales de octubre—. Hoy hace un buen día, deberías salir a dar una vuelta.

Después de que se retire a descansar, enciendo mi portátil y me llegan montones de mensajes de Áurea en todos los lugares posibles. Me muerdo el labio con arrepentimiento y le escribo una larga contestación pidiéndole que nos veamos para hablar cara a cara.

Ya entrada la mañana recibo una respuesta afirmativa y seca. Me remuevo en la silla, consciente de que mi actitud podría haberme costado la amistad con Sabrina.

Salgo de casa casi a la una de la tarde dirigiéndome al centro del pueblo que es donde los pequeños restaurantes familiares se acumulan, como si no tuviesen otro lugar en el que ponerse. Áurea me espera vestida de blanco con un abrigo acolchado que se ajusta perfectamente a su cuerpo.

Llego a su lado con amasijo de sensaciones agitándose en mi interior. Ella se acerca cautelosa, con una seriedad que apenas había visto en ella.

—Hola, Leo —saluda, cordial.

—¿Cómo vas, Áurea? —le doy un torpe abrazo sin saber muy bien que hacer. En estos momentos me siento un inadaptado social—. ¿Nuevos libros de amores secretos?

Ella sonríe con timidez.

—¿No estás enfadado conmigo? —Se muerde el labio arrastrando el brillo rosado que lleva puesto.

Alzo una ceja sin comprender.

—¿Por qué habría de estarlo? —meto las manos en los bolsillos de mi cazadora, intentando buscar calor—. Se supone que deberías ser tú la que está molesta, te he dejado tirada unos cuantos días.

Abre mucho los ojos parpadeando con incredulidad.

—¡Yo nunca me enfadaría contigo por eso! Estabas en tu derecho de sentirte mal —es tan buena que me pregunto cómo alguien puede no resistirse a su encanto—. En cambio yo pegué al chico que te gusta cuando ni siquiera lo hizo. ¡Estaba fuera de mí!

—Bueno, se merecía un par de piñas por tu parte —contesto con una risa nerviosa evadiendo la culpabilidad de mis entrañas. Entramos en una pequeña cafetería donde sirven almuerzos a buen precio y nos sentamos en la mesa del fondo.

Termino sincerándome con ella. Contándole todo lo que me ha pasado los últimos días, sin obviar detalles escabrosos. También le hablo sobre Lira, la conexión que tenemos Alain y yo con ella y el que ahora se encuentre en un hospital sin poder moverse.

Nuestras hamburguesas se enfrían en los platos junto con las patatas. Engullo la mía rápidamente después de hablar, analizando la expresión de Áurea. Hoy lleva el cabello alisado, algo extraño en ella, recogido detrás de las orejas. Unos pendientes en forma de estrellas, brillantes y pequeños brillan en sus lóbulos.

—Ya veo —musita al cabo de un rato—. Sé que lo que voy a decir a continuación puede sonar no muy inteligente pero creo que deberíamos intentar saber un poco más de rey de hielo antes de que vuelvas a abordarle.

—¿Te cae mal? —pregunto de pronto.

—No realmente —pone su cartera sobre la mesa—. Me molesta cuando te hace daño, pero no puedo juzgar más allá. No le conozco.

Yo tampoco es que sepa mucho de él más allá de su cuerpo, que le gusta nadar y que tiene problemas a la hora de comunicarse con los demás.

—Investiguemos —impera con un brillo extraño en los ojos—. Vamos a seguirle.

Trago mi naranjada una sonrisa bailando en mis labios contento de que la Áurea que conocí esté volviendo con toda su ferocidad y nervioso porque seguramente acabe haciendo lo que no debo de nuevo. Por qué soy así.

—Cambiando de tema —su sonrisa se esfuma y ahora habla con seriedad—. Creo que sé quién fue la persona que colocó los papeles por todo el instituto.

Espero ansioso su respuesta, ¿Andrea? Me lo esperaría de ella. ¿Aquel tipo tontorrón y grande llamado Patterson?

—El profesor Wackerly tenía fotocopias de los recortes en una de las carpetas que siempre lleva —mi espalda alcanza el respaldo de la dura silla de hierro. La advertencia que me hizo cobra un nuevo sentido. ¿Estaba implicado? O al menos sabía lo suficiente como para saber dónde buscar. La cuestión es, ¿por qué?—. Lo descubrí cuando tropecé con él, el jueves —ella me mira durante unos incómodos segundos, analizando mi expresión como si temiera continuar—. Y eso no es todo...

Trago saliva. ¿Y si es amigo de aquel hombre? ¿Y si hay más gente de la que pensaba implicada en esto?

—Al parecer hay rumores de que Andrea anda siempre detrás de él, puede que incluso estén juntos —espiro soltando el aire que había contenido sin percatarme. Con una adolescente enamorada de su profesor puedo lidiar—. Igual ella le ha estado comiendo la oreja para que haga eso.

Bajo la mirada hacia las patatas fritas que seguramente quedarán sin comer y pincho una con el tenedor.

—¿Tú crees? —retuerzo la patata bajo el tenedor hasta aplastarla. Pobre patata, ella solo quería ser un tubérculo—. Sería muy infantil por parte de un profesor. No creo que lo haya hecho por orden de una niña.

Aunque no sé si quiero descubrirlo.

—En todo caso, mañana Andrea va a celebrar una fiesta por Halloween —sigue Áurea—. Dijo que podía ir quién quisiese. Se va a tragar sus palabras. Iremos y averiguaremos lo que podamos —me lanza una sonrisa lobuna, mostrando su blanca y perfecta dentadura. A veces no parece humana, pero luego recuerdo que le salen granos cuando tiene la regla y se me pasa—. También usaré mis artes para vengarme.

—Iremos —Respondo, dejando el tenedor sobre el plato y mirando cara el exterior. Cada vez hace más frío, sobre todo en los días despejados como el de hoy. Debería estar pensando en descubrir la verdad sobre Wackerly y sin embargo me encuentro comparando el helado cielo con los ojos de Alain. No puedo concentrarme y por ello me siento cada vez más estúpido—. Pero primero quiero sacar algo de información de Alain, ¿cómo podemos hacer?

Ella me contempla con picardía.

—Tengo mis métodos.

No sé por qué, esas palabras no suenan nada legales en sus labios.

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