The Right Way #2

By MarVernoff

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《Segundo libro》 Transcurridos más de un año y medio desde los hechos del quince de abril, Sol no es l... More

SINOPSIS
Sigue Sin Ser Para Ti
Epígrafe
00
1
2
3
Carta #1
4
Carta #2
5
"Misbehaved"
6
"Crashed Fairy Tale"
7
Carta #3
8
"The Truth That Never Happened"
9
Carta #4
10
"No Choice"
11
Carta #5
12
"Utterly Mistaken"
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Carta #6
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"Deal"
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Carte #7
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"Play Along"
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"Moonchild"
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"According to the Plan"
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Interludio
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Capítulo Final
EXTRA I: Error.
EXTRA II: Hallacas y Glüwein.

23

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By MarVernoff

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"They say the world was built for two
Only worth living if somebody is loving you
And, baby, now you do"

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            Vomitaría. Ensuciaría el bonito y fastuoso piso escogido por Agnes y mancharía el trabajo del equipo de limpieza con los restos del almuerzo y batido, porque tengo una estaca atravesada en la garganta forjada de nervios y decorada con la punzante ansiedad.

Bajo la falda del vestido con una mano repeliendo la brisa fresca y ajusto al gato sobre el brazo con la otra, prestando atención al tenue sonido de la melodía, excedida por el murmullo de las voces y el choque del cristal.

La última vez que todos estuvimos en el mismo lugar, a excepción de Ulrich, la situación era tensa. Las tres veces que Agnes, mamá y papá en Múnich, se comunicaron era a través de mí. La tensión de tenerme herida en un país ajeno con una familia desconocida, lastimaba más que las incisiones. Era una situación penosa para todos, los ánimos de charlar eran reducidos a la nada.

Eros empuja la puerta a medio abrir con el brazo del que cuelga la mochila con la comida y cama de Acordeón, instándome a entrar primero. El estómago me da un vuelco.

—Ve tú primero—le digo, recostando el mentón encima de la cabeza pequeña del gato que se remueve para que me aparte.

Eros suspira, torciendo los ojos al cielo.

—¿Escuchas la música? Están en el patio, nadie te va a saltar a la yugular.

—Puede ser una maniobra de despiste para...—termina de abrir la puerta de un empujón con el pie y en un parpadeo me eleva del suelo, enroscando el brazo a mi cintura—. ¡Casi le trueno los huesos al animal!

El pobre animalito chilla del susto y salta de mis brazos al suelo, echando a correr a la primera puerta abierta que reconoce, la del patio.

Siento un tirón en el pecho cuando los primeros ecos de la voz de papá me alcanzan. Las palmas de mis manos transpiran y presiento un calambre hacinarse en la parte trasera de las rodillas con cada paso que Eros transita, con mi peso suspendido de un brazo.

No se oyen gritos, ni acusaciones, ni vajilla estrellándose contra el suelo, la fiesta sobrevive en paz.

Mis sandalias tocan el suelo frente a la puerta abierta de par en par. Eros deja la mochila en suelo, asoma media cara antes de salir.

—¿Qué hacen?—pregunto, pellizcándome los dedos.

—Recreando la última cena.

—Tomemos el papel de Judas.

Su mano atrapa mi muñeca, devuelve la media vuelta que di sobre mis talones y sin mediar palabra, me arrastra afuera.

El viento me pone a volar el cabello en todas direcciones, impidiéndome ver más allá de la reja de mechones.

—Buenas noches—enuncia Eros, con tono de mofa y descaro—. Parece que llevan la fiesta por lo alto sin la protagonista.

Termino de atajar el cabello y lo meto dentro del saco de Eros, el peso de la tela gruesa lo mantiene escondido.

La tensión escala a mi cabeza, un pitido agudo me aturde los segundos que me toma revisar las rosas, peonías y girasoles colgando de cabeza del techo, encima de la mesa rectangular, decorada con un candelabro dorado en el centro, botellas de vino, una vacía, otra a medio beber y una torta azul cielo con margaritas hechas de crema.

Veo a mamá, vestida con un pantalón y blazer de un verde parecido al de mi vestido, a papá y Martín, compartiendo la misma mesa que Agnes y Ulrich, mi mente me traiciona cuando busco a Franziska en la cabeza de la mesa, el estrellón de realidad me patea en el estómago al dar con Hera.

A veces olvido que la muerte es la única promesa que no puede romperse.

Trago el nudo de melancolía cuando Agnes se pone de pie y se acerca a mí con una sonrisa que me prohíbe navegar por ese carril.

—Por fin llegaron—dice, pesco un dejo de reprimenda en su tono, más como broma que algo serio—. Un minuto más y picábamos el pastel.

El aroma de las rosas pasa desapercibido cuando la lavanda en su perfume me impregna los pulmones al verme apretada entre sus brazos.

—Buscábamos a Acordeón—consigo decir con la garganta oprimida en la curva de su hombro—. Pasó mucho rato solo.

No tenía que verle los pies para saber que los tiene embutidos en unos de esos tacones que al ponértelos te causan vértigo.

Me fuerzo a relajar los músculos y de volverle el gesto. Por Dios, si ahondo un poco más, ni siquiera sé porque respondo a la defensiva, si no es más que una cena entre dos familias que no tienen razón para enfrentarse, no somos los Capuleto y Montesco.

—Feliz cumpleaños, espero no te haya molestado tanto la sorpresa—expresa con dulzura, comprimiendo sus manos unidas contra su pecho—. Fue idea de Ulrich, estaba eufórico por conocer finalmente a tu familia.

Tras de ella, el nombrado levanta la copa y se la bebe de un sorbo agresivo. Me recuerdo a gritos mentales que hay gente mirando, así que cambio la revirada de ojos por una sonrisa. Claro que la idea fue suya, no estoy ni un suspiro sorprendida.

Me adentro todavía más dentro del saco, las miradas me caen encima como un cargamento de bloque y cemento.

—Pues sí que fue una gran sorpresa, pero estoy contenta de que podamos encontrarnos en condiciones más amenas, todos, digo—tomo una hilera de flores, palpando la seda de los pétalos—. La decoración es preciosa, muchas gracias.

Agnes palmea el brazo de su hijo y prosigue a enseñarme el camino a la mesa.

—Las margaritas y tulipanes los han traído Hunter y Jazmín, ¿no son hermosos?—su voz sube una octava—. Ven, toma asiento. Moira y Gretchen prepararon una combinación de platillos de su país y el nuestro. Podemos hacer alarde de que en esta mesa, se enlazan más de una cultura.

Recibo abrazos, felicitaciones y regalos de Hunter y Jazmín, su abuela. De Hera, en compañía de un durmiente Jäger en brazos de un perdido en las circunstancias Maxwell, de una cálida Lulú, sentada junto al frío como una heladera de Helsen.

Cada vez comprendo más porque Eros lanzó el regalo al fuego, si me provoca atestarle la bolsa en la cabeza para quitarle esa cara de sufrimiento perpetuo. No se va de mis memorias que me llamó mala influencia para Lulú.

—Tres, mi madre era de la zona de la región Valona de Bélgica, crecí maldiciendo en francés—comenta Ulrich, balanceando a los niños sobre su regazo y la copa rellena de vino que tiene entre los dedos.

Dejo los abrazos de mamá y papá para el final, sabía que recibiría una tanda infinita de besos y pellizcos de cariño y calor, repitiendo el mismo discurso emotivo de la mañana después de lanzarme la más escandalosa bendición de todas, con groserías incluídas. Hace semanas que no paso almorzar un domingo, la universidad se come mi tiempo a bocados extra dimensionales y me consume la energía a sorbos de sediento.

Les beso las mejillas recibiendo los regalos. Por el peso y la silueta, libros, ropa y según veo por encima, una cadena de dije austero, como me gustan.

Martín me tiende la bolsa de regalo y su saludo se ciñe a un simple movimiento de la mano, idéntico al de los alienígenas en las películas cuando visitan la tierra y prometen que vienen en son de paz y media hora después, acaban con la raza humana.

—Cuatro, mi mamá era del eje cafetero de Colombia, crecí con el dilema de la arepa—agrega mamá, halando una vez más mi mejilla—. Me saqué las dudas cuando hice lo último que se les ocurre hacer a quienes discuten por la misma estupidez: estudiar el origen. Es de ambas regiones. Listo.

Ulrich no parece saber ni una pizca de las referencias de mamá, cosa que me saca una sonrisa de la más reconfortante satisfacción. Que gusto invertir papeles, estoy habituada a ser la que frunza el ceño confundida en una conversación con estas personas.

Pero Ulrich no me importa, se despinta del bonito cuadro que enmarcan los límites de mi mirada. Eros besando la pequeña y regordeta mano de una impaciente Eroda después de retorcerle juguetonamente la nariz a Helios, provocándole una horda de risas contagiosas.

Que fácil se me olvida lo sencillo que se le da quebrar dedos, narices y piernas.

El estómago se me contrae por el sinfín de aleteos y la cara se me llena de calor. Acabo de arrojar una característica más al pozo de virtudes que comienzo a creer, no tiene fondo: la belleza de su dualidad bien definida.

—Yo no lo creo así—objeta papá, como siempre, llevándole la contraria por diversión.

Isis bufa y le mira de reojo, acercándose la copa a la boca.

—Por eso mi mamá no te quería.

—A la abuela no le agradaba nadie—le refuto, ganándome un señalamiento de advertencia.

Busco mi asiento al costado de papá, mamá ocupa la cabeza de la mesa, Agnes toma el puesto a su izquierda, lo que me deja frente a Ulrich. Trato de pasar de su presencia, pero soy víctima del juicio de sus ojos.

Me preparo inhalando el aire limpio del bosque y la noche.

—¡Bueno, feliz cumpleaños, Nuera!—exclama, y así, sin disclaimer ni cháchara innecesaria, extrae una llave envuelta en un lazo rojo del bolsillo de la camisa y se la lanza a Eros, parado a mi costado—. Espero que nuestro regalo rojo sea de tu completo agrado. Está dentro del garaje, ve a buscarlo luego de comer el pastel.

En un latido todas las posibles respuestas negativas se acumulan en la punta de la lengua que espera convertirse en un tobogán para tirarlas una por una, en un segundo latido, no supe de ninguna.

Es un auto equipado para que, en caso de que me desboque por un barranco por confundir pedales, funcione como caja de protección y no una licuadora de metal. Podría enfadarme por una banalidad como que tenga rojo y más sabiendo que lo hace a propósito, pero, ¿quién es más tonto? ¿El que gasta cientos de miles de dólares en un auto por sacarme de quicio, o el que lo recibe y se atreve a quejarse?

Eros me pasa la llave, la aprieto contra el pecho, cerca del corazón. Soy una mujer afortunada, tengo dos autos que apenas y sé manejar, no tengo ganas de reclamarle ni en juego.

—Se los agradezco grandemente—digo, mirando a Agnes, y ojeando a Ulrich, la sátira se apropia de mi tono—. Nada me hace tan feliz como tener dos autos rojos. Estoy que me muero de la emoción por ver al hermano del Rayo McQueen.

Las risas de Hunter me hacen reír a mí. Así le ha puesto al Mercedes, El Rayo McQueen.

Huele a Chavista—me susurra Martín a espaldas de Eros.

Eso te pasa por no bañarte—le suelto sin pensar.

Respeto—sentencia mamá.

Un par de caras que no conozco salen de la casa cargando bandejas de comida, una subida de adrenalina infundada por el terror me ataca los nervios. Le tomé pavor a las bandejas, no soporto verlas, me recuerda a esa que vi en el piso y me distrajo de los dos balazos perforándome la piel.

Pude respirar otra vez cuando estuvieron encima de la mesa y, entre gracias y sonrisas, Gretchen tomó los regalos, los llevó a la habitación por orden de Eros y la comida fue servida. Hablaban, oigo los murmuros, pero no presto especial atención a lo que dicen, me concentro en respirar a pausas largas, disminuyendo el pálpito como martillo en el pecho, manos y nuca.

Está todo en orden, nadie va a sacar un arma de repente. Me lo repito tanto que empieza a sonar como una oración, una estrofa de una oda a la calma. Eros debe percibir el cambio, su mano se acomoda sobre mi muslo, lo masajea sin mayor intención que acompañarme a buscar el equilibrio.

Le farfullo un danke a Moira cuando me da el alles Guten no sé qué, pero sé que significa 'feliz cumpleaños'. El susto me ha congelado la piel de las manos y la cara. Me las restriego y estiro el brazo para tomar la copa de vino, pero por el grito que suelta Hunter vuelvo a palidecer.

—¡Le pidió matrimonio! ¡No puede ser!

¡¿Es qué no podía ser más discreto?!

—¡Claro que no!—chillo a la defensiva bajando el brazo, el largo del saco vuelve a ocultar la mano.

Incluso los mellizos paran de halarle la barba a Ulrich para mirarme con sospecha.

—¿Y ese anillo?—contradice Hunter, retorciendo la boca—. Esta mañana no lo tenías.

La respuesta perece en mi boca con el chasquido de lengua de Ulrich.

—Pero si es que acaban de firmar el divorcio, ¿qué burla es esta?

—¡¿Qué?!—gritan mis papás a la vez.

La fuerza de la caída de la mano de Eros sobre la mesa me remueve a mí, los cubiertos, copas y hasta el mismo candelabro. Si yo ocupase el lugar de Ulrich y Eros descargara todo el vocabulario de groserías y maldiciones en mí, me hubiese derretido de pavor en la silla, pero él no es normal, se revisa el reloj y el brazalete como si los viese por primera vez.

Despido el aire y cierro la mirada con la voz de Dunderg gritando en mi cabeza 'si no tiene solución, pasa de ello'. Aquí no puedo hacer más que repetir la noticia y esperar a que lo tomen bien, si no, pues son ellos lo que tiene que oír a Dunderg, porque nada pueden hacer.

—¿Se divorciaron?—inquiere papá, girando el cuerpo para enfrentarme—. ¿En qué momento pasó eso que no nos enteramos, Sol Herrera?

Mi nombre en la voz de mis papás le quita lo bonito que es, se escucha como una amenaza.

Hace unas horas—no vacilo y para reforzar la seguridad, me encojo de hombros—. Les iba a decir después. No es gran cosa, es un papel y ya.

Isis arruga la nariz y emula mi gesto de hombros, bebiendo de la copa. Francisco, por otro lado, me observa como hace años no lo hace, con un regaño quemándole las pupilas.

Ese instante dejo de ser una mujer universitaria independiente, regreso siete años atrás, me siento en el cuerpo de una muchachita de trece años que recibe reclamos por entregar un boletín lleno de notas bajas.

—No es su culpa, es mía—Eros apoya un brazo en el espaldar de mi silla, mi corazón se detiene—. Le mentí para que firmara el matrimonio, era claro que exigiría el divorcio y eso fue lo que obtuvo.

Dejé de respirar cuando mamá se puso de pie alterada. El resto observa la escena en silencio, ni siquiera siguieron probando la comida.

Verga yo sabía, yo sabía, yo sabía, yo sabía que algo había pasado, tú jamás harías eso porque no actúas por amor, no tiene sentido—aplaudió una vez y me apunta a mí y luego a Eros—. Viste lo que te dije, que se tomaba atribuciones que no le correspondían, ¿ya viste?

La cabeza me palpita furiosa. Solo quiero picar la torta e irme a casa a descansar. Hablarlo es tratar el tema otra vez y estoy harta de eso.

—¿Se puede saber por qué lo hiciste?—papá echa la amabilidad a un lado.

—Para que Andrea me pagara la universidad porque no me dieron la beca—respondo por Eros, tocándome la sien—. No voy a entrar en discusión sobre un problema que hoy cerré y menos en mi cumpleaños. La cagamos, lo comprendimos y resolvimos, fin del asunto—ojeo a Ulrich y luego busco la mirada de Eros—. Y ya que estamos de confesiones, que sepas que tu señor padre me trató con la punta del pie cuando me enteré y estoy segura que me insultó porque me dijo algo en alemán.

Helsen hace algo bueno por una vez, baja la tensión entre Eros y su papá con las carcajadas que suelta.

—Esto es como una película de Adam Sandler—le dice a Lulú—. Guión flojo pero con alto presupuesto.

El arrepentimiento me llega cuando no es Eros quien increpa a Ulrich.

—A ver, señor, ¿qué le dijo a mi Sol?—mamá sigue de pie, los efectos del alcohol notorios en el balanceo de la copa en su mano—. Quiero escucharlo.

—Yo también quisiera escucharlo—intercede Agnes, adquiriendo una postura severa.

Ulrich bebe un sorbo antes de contestar.

—No te insulté, dije y me cito: 'le dije que tuviera cuidado con las más bonitas, tienden a ser las más tontas'.

Mamá ladea la cabeza, un gesto macabro que me eriza los vellos de los brazos.

—Es decir, según su criterio, aquí todas somos tontísimas.

—No, eso no fue...

—Mire, señor—le interrumpe mamá. Deja la copa en la mesa y apoya una mano en la cadera, desacuerdo ensamblado en su expresión—. Que mi hija haya confiado en el manipulador de su hijo no la hace una tonta, la hace demasiado buena persona. Ingenua también, pero malas intenciones con Eros no tuvo, así que en lugar de meterse con ella—mira a Agnes un milisegundo—, y no quiero insultarla, Agnes, no es con usted, pero debería preguntarse que ejemplo tuvo que darle usted para que Eros hiciera tal cosa.

Examino el rostro de cada persona en la mesa, ojos abiertos como los de un búho cuando Ulrich, como mamá, se pone de pie. Agnes le quita a Helios del brazo, pero Eroda no se despega de él.

—Pues me va a disculpar, señora, pero mi hijo actuó como confió en su momento era lo mejor para el bienestar de su hija en más de un aspecto—replica con cierta altivez ponzoñosa—. Tuvo un pésimo ejemplo que no justifica lo errado, pero a Sol protección no le faltó ni lo hará jamás.

Definitivamente, quedarme en casa leyendo apuntes, códigos y guías de las últimas clases, era un plan cumpleañero mucho más atractivo que presenciar esto.

El malestar de un dolor de cabeza comienza a latir tenue, me refriego la piel alrededor de las cuencas para dispersar las lágrimas acumuladas.

—¿No se ha preguntado por qué necesita protección?—devuelve mamá con el mentón alzado—. Por su cara veo que tiene la respuesta.

—Creo que allí discrepo de su punto, Isis...—menciona Agnes.

Y las ganas de llorar de pura frustración me avasalla de pies a cabeza. ¿Desde cuándo mi vida sentimental se convirtió en material de discusión? Es bochornoso que rebobinen los errores como si ellos no hubiesen cometido ninguno.

Mi renuncia a la cena queda en vilo cuando Eros se nivela con ellos. Apoya una mano en la mesa, con la otra los señala como si los sentenciara a muerte y la sangre se me acumula en los tobillos.

—A mi poco menos que nada me interesa quienes sean ustedes, y como usted ha dicho que me tomo atribuciones que no debería, pues esta es otra de esas ocasiones—profiere Eros, displicente y por mucho soberbio—. Como sigan discutiendo, voy a llevar a Sol a casa y dejaré que sigan la jodida fiesta entre ustedes, porque si no respetan su cumpleaños, yo no tengo porque respetar sus presencias y menos cuando discuten una mierda que no les incumbe, así que dejen de creerse el centro del puto mundo, siéntense y llénense la boca de comida, no de consejos que nunca se les pidió.

Ulrich y mamá comparten una mirada, esperando que el otro responda, le lleve la contraria a Eros o acabe por quebrar la noche, pero para mi alivio, cumplen sin quejas.

Y eso me enoja.

—Ah, como habló Eros si hacen caso, si lo hago yo forman un ring de boxeo—el reclamo se me escapa con una facilidad impresionante y no solo para mí. Mamá hace el ademán de decir algo, pero niego con la cabeza—. Se supone que estamos aquí para pasarla bien después de tanta basura, y lo que hacen es poner en tela de juicio el discernimiento de dos personas que apenas conocen la vida. Si van a seguir por ese camino me avisan porque agarro mi gato y me voy a dormir.

Mamá levanta las manos.

Está bien, está bien—repite una y otra vez—. Me calmo. Solo quería aclarar ciertas cosas.

Me toco más abajo de las clavículas, la densidad que se asentó allí despejó el camino a la respiración. Eros toma asiento, no dice nada más, no tiene la necesidad, su rostro cincelado por el disgusto habla por él.

El sonido de los cubiertos chirriando contra el plato regresa, incluso los ruiditos de los niños al jugar entre ellos, pero me cuesta llevarme la comida a la boca, la discusión me cerró el estómago.

—Este pabellón está exquisito, bien sazonado y jugoso—comenta mamá, volviendo a su faceta amable, como si nada hubiese pasado—. Me gustaría felicitar a la cocinera, ¿Moira ha dicho que se llama?

Agnes asiente, recuperando la sonrisa y la chispa de calidez que la envuelve.

—Ahora que terminemos vamos por ella, Moira tiene manos mágicas.

Pico un pedazo de plátano, lo paso encima de la carne para remojarle en jugo y me lo llevo a la boca, más por coacción que por gusto. Pese a que está en el punto idóneo de gusto y lo disfruto, no me regresa el hambre.

Los demás son un calco de la incomodidad que siento, el mutismo lo vuelve tangible, patente. Una ráfaga de emociones bajas me regresa las lágrimas a los ojos al pensar en tener que irme de aquí con la sensación de que me encuentro a la mitad de una batalla, otra, porque estoy agotada de lo mismo, guerra con Eros, con Jamie, con la universidad, ahora esta división.

—Esto lo comimos en Alemania—Isis intenta elevar la situación.

—Es Kartoffelpuffer—contesta Agnes—. Es el plato favorito de Eros, le encanta con carne y más papa encima.

Y el silencio se estanca de nuevo.

Carraspeo, dejando caer el cubierto en el plato.

—Yo no sé como harán, pero si tienen algo que decir, es el momento, porque si me voy a casa con la idea de que nunca podremos tener una cena sin discutir por cosas que ya no pueden modificarse, les prometo que no vuelvo a ceder a otra reunión como esta y no me va a importar que se arranquen el cabello de la rabia—me cuesta pronunciar con los dientes apretados—. Yo no vine aquí a prestar mi relación al escarnio y con todo el respeto que se merecen, si van a sacar a relucir desaciertos, comiencen por los suyos, que los míos los tengo contado y con factura paga.

Los cubiertos retornan a los platos. Eros vigila como un buitre cada rostro, intimida con esa postura defensiva y el mentón sobre el puño.

—No tengo nada que decir—sentencia Ulrich—. Mantengo lo que dije, Eros hizo un mal buscando un bien y no merece que lo sometan a reclamos por lo mismo cada vez que tienen oportunidad si lo enmendó y Sol lo aceptó.

Los pulmones me arden de soportar el aire dentro de mí.

—Queremos a Sol como un miembro más en esta familia, no como novia de Eros, lo fue desde antes como amiga de Hera—acota Agnes dulcemente—. Son contados los que se acercan a nosotros con autentico interés de conocernos, eso recibimos de Sol, amor genuino por nuestros hijos.

Papá pierde la mirada en una parte cualquiera, menos en alguien en esta mesa, es mamá la que se aclara la garganta y acomoda en el asiento.

—Voy a sacar esto porque me va a pudrir—enuncia en un respiro—. Voy a confesar que usted y su familia, no fueron del todo mi agrado. Créame que comprendí el duelo, el desastre que hubo con la prensa, Eros detenido, Sol convaleciente, pero puse la vida de mi hija en sus manos, me aseguró cuidaría de ella y de repente recibo una llamada pidiéndome que revise mi correo, que imprima los boletos y me suba a un avión para ir al otro lado del hemisferio, porque mi hija recibió dos impactos de bala—resuelve mamá con entereza—. Y yo sé que no nos dicen todo lo que ocurre, asumiré que por temas de seguridad, pero sé que Sol me mentía cuando me decía que nada pasaba, y perdona que lo nombre, Hera, pero leyendo las noticias me di cuenta que el mismo muchacho que nos conseguimos en la tienda, es el mismo que falleció hace días. No quise preguntar porque yo veía a Sol tan opaca, me dolía ver a mi hija, la que nombre como la estrella más brillante, sin luz, pero mi hija es una mujer de sangre caliente y templanza de hierro, aunque me gustaría que nunca lo tuviese que demostrar de nuevo

Mamá hace una pausa para inspirar y proseguir. Yo solo puedo pensar en lo bien que se expresó, sin equivocarse ni una sola vez.

»Me tomé estos meses para analizar la situación, he visto como se desenvuelve con Eros, con ustedes y dejando detrás las equivocaciones, estoy feliz de poder compartir esta noche con la familia que acogió a mi Sol con tanto cariño, todo el apoyo que ha tenido, es increíble. Toda madre desea que sus hijos sean tratados con nada menos que amor, y es lo que recibo de esta interacción. Me alegra poder retribuirles de la misma manera, aunque repito, la primera impresión que tuve de Eros no fue del todo cómoda, sin embargo, el tiempo y él, a través de Sol, han sabido demostrarme lo contrario—termina mamá con rigor entremezclado con la suavidad que demuestra su rostro, enviando una mirada pesada a Eros que compite con la de él—. Espero que se mantenga de ese modo.

Casi me echo a llorar del sosiego que me sacudió cada fibra y anestesió con gusto y placer los nervios. Recojo la copa de vino y le doy el primer sorbo de la noche, un brindis conmigo misma.

Marcar límites debería ser aceptado en mi currículo vitae, se me da muy bien.

—Se lo dije a Sol una vez y lo reitero, cualquiera que ame a mis hijos genuina y profundamente, es merecedor de todo lo que tengamos para ofrecer y Sol ha demostrado que adora a mis hijos con su vida—determina Agnes, su voz entre su tono cálido y la solidez que empañan sus palabras—. Eros ha tenido sus luchas internas, nada me hace más feliz que mirarlo convertirse en un hombre de mente clara y centrada, en compañía de Sol, quien desde mi perspectiva, son atributos inherentes de ella.

Mi corazón tiembla conmovido, emocionado y viaja de sopetón a mi garganta, expandiendo la vía para colar más lágrimas que empujan las que ocupan mis orbes. Pestañeo deprisa, consumiendo media copa de vino, saboreando la amargura que atenúa el calor que nace en mi cuello y se desplega al pecho.

Ni siquiera me entiendo, ¿qué esperaba? ¿Cuchillos, peleas y sangre? No lo hubiese permitido, estoy segura que Eros tampoco. Es arrastrar con el mismo temor que vive conmigo, como una sombra que no me permite ver claridad lo que me pone a la defensiva. Estoy acostumbrada a recibir malas noticias, una tras otra, que es lo que asumo pasará y cuando no es así, cuando ese alivio del que Dunderg habla me abraza y noto el cambio al romper el círculo, la barrera que alzaba para retener los sentimientos, se va y no me queda más que sentirlos y vivirlos.

Me cuesta dejarme llevar por algo tan propio de mí como ser humana, pues me olvidé de serlo por mucho. Es que sentir es un camino de solo dos vías, uno de gozo, otro de dolor, y si quería uno, era seguro que tenía que circular por el otro, no hay atajos. Ese es el equilibrio de la vida.

Mamá se pone de pie, sube la copa a la altura de su cabeza. Me envuelve en su mirada, llameante de amor y me siento en casa.

—Un brindis por ti, hija, que conviertes la dedicación en obstinación y te lo agradezco, porque todos conoceremos la muerte, pero eres de los pocos que tienen la gallardía de decir que la venciste una vez—su voz se quiebra, pero no la retiene de continuar—, por una vida de éxito y felicidad a tu nombre, ¡salud!

El vino debe contener alguna sustancia alucinógena, porque al choque y vibrar de las copas reunidas en el centro de la mesa, juraría ver un resplandor, como un latido de de vida del firmamento.

Como fichas de un cuadro que arrastra la corriente y desembocan en su sitio, estar aquí se siente acertado.

La comida sigue, las charlas se retoman, sobre la economía, el clima, la comida, la vida en sí. Una botella de vino se va y otra regresa, junto con el hambre que minutos atrás huyó de mi cuerpo.

—Hunter era un niño que nada más paraba de correr dormido, inquieto y testarudo, pero mírenlo ahora—Jazmín aprieta el hombro de Hunter con nada menos que orgullo—, prospecto de capitán del equipo de fútbol americano de su universidad y candidato a la NFL...

—Se le nota la disciplina, sí...—mamá estuvo de acuerdo.

Luego estuve en la palestra de la vergüenza.

—Sol toda la vida ha tenido ese humor agrio, se la pasaba todo el día con la boca fruncida—mamá mostraba una foto mía de niña que guarda en la cartera—. Mire, aquí tengo una foto, ¡mire esos ojos grandes!

Luego estuvo Eros...

—...Entonces entro a la sala porque no los oía, ya sabe que cuando un niño no hace ruido, es para preocuparse, ¡y que me encuentro con la niña plantándole un beso en los labios!—acotaba Agnes, el vino presente en su boca y gestos descoordinados—. Eros me vio y de la vergüenza se echó a llorar. Tres años tenían.

Y de nuevo yo...

—Yo le pregunté, ¿quién es Eros? Martín me había comentado algo sobre eso, ella rápido saltó y dijo ¡no es mi novio!—relataba Isis con fervor—. Ah, pero me ya la escuchara, diciéndome que tenía unos brazos espectaculares, unos ojos que provoca perderse en ellos y un cabello que al sol parece de oro... Ay Dios querido.

No hubo un alma en esta mesa que no se riera de mí.

—Nunca dije eso—mentí.

Y fue el turno de Eros ser expuesto y fui feliz.

—Le di un brazalete de mi madre, una reliquia familiar—contaba Agnes—. Le dije que se lo tenía que dar a la mujer que ame. Lo tiene Sol en la muñeca ahora mismo.

Pasan los minutos, una hora quizá, el vino me subió la temperatura, el aura competía conmigo por quien se sentía más ligero. Jazmín, mamá y Agnes conversaban sobre si un bebé podía nacer con un DIU en la mano, mamá explicaba porque no. Hunter, Lulú y Helsen conversaban con Hera y Maxwell, Helsen por primera vez tuvo la valentía de cargar a Jäger, no le temía a nada, más que a sostener un bebé tan pequeño en brazos, papá, Martín y Ulrich conversan de cosas que no escucho, llevaron a los mellizos a los juegos, en el centro del jardín.

Me trago el último pedazo de baumkuchen, pulsando con la uña el hombro de Eros, tan aburrido como yo. Sacudo la cabeza a la zona del jardín vacía, comprende enseguida.

Arrimamos las sillas y nos levantamos al mismo tiempo, me sacudo las sobras de comida de las manos, chasqueando los dedos hacia Acordeón, echado en el suelo cerca de la mesa, pero me ignora como si no valiese la pena ni mirarme, así que lo dejo en paz.

—¿A dónde van?—pregunta Agnes en alerta, su mirada reducida a un par de ojos rojos y lustrosos me dice que está mucho, pero mucho peor que yo.

—A caminar por el jardín—le calma Eros.

Mamá como Acordeón, ni nos hace caso. Se llena la copa de vino y continúa explicando con entusiasmo cómo se forman los mellizos. O una cosa así.

La brisa me arrasa con el cabello de mis hombros, vuela detrás de mí. Andamos en silencio por el sendero de piedra flanqueado por rosas, hortensias y margaritas, a la piscina protegida por una cerca de hierro alta.

Cuento tres hojas flotando en la superficie, el agua clara junto a las luces me ofrecen un aspecto veraniego que incluso arropada por el viento de la primavera, me empuja aventarme a ella.

Eros abre el portón, nos adentramos al espacio solitario, oscuro y hasta tétrico, de no ser por la iluminación bajo el agua. Me suelto de su mano, percibo sus pasos seguirme cuando me acerco a la orillo para mirar el fondo, esperando estúpidamente que un Megalodón me trague entera.

—Pudo ser peor, ¿verdad?—mi voz grumosa por los retazos del alcohol—. Tus papás pudieron corrernos o los míos irse dramáticamente, tirando puerta y todo el show.

Eros se encoge de hombros. Le importa tan poco que no sé porque lo pregunto.

—No sería mala idea, le daría emoción a la noche.

Doblo las rodillas, me acuclillo en el borde de la piscina a distancia prudente. Eros me ofrece la mano para sostenerme, la recibo, sumergiendo la otra en el agua.

Me desconcierta la tibieza que envuelve mi mano, esperé dar con agua helada, supongo que es climatizada. Memorias de las tardes en la playa en Chichiriviche y la Guaira rellenan el silencio de mi cabeza. Lo que daría por darme un baño por la tarde esas aguas, lo pagaría con el auto que me han regalado esta noche.

Me pongo de pie, sacudiendo las gotas.

—Casi se me sale el corazón cuando dijiste lo del matrimonio, te veías más guapo callado.

—La verdad siempre se conoce, prefiero que lo escuchen de mí—su ceño se hunde cuando me ve quitándome las sandalias—. ¿Qué carajos haces?

Ni yo sé que hago, pero lo hago.

—Está caliente, ¿no te provoca meterte? Dicen que nadar bajo la luz de la luna es sanador.

Me observa como si de repente tuviese tres cabezas.

—¿Quién lo dice?

—Me lo acabo de inventar—resuelvo, tirando el saco a la grama—. Si no quieres está bien, no te voy a obligar a nada, ¿pero sabes lo rico que debe...

No termino de completar la oración, el agua me satura la boca, nariz y todo agujero dispuesto. Calor, el vestido empapado pegado a la piel, manos sujetas a mi cintura y espalda sosteniéndome a un pecho que luego de patalear por aire tres segundos inmersa, me arrastran a la superficie, donde la música regresa y el aire frío me eriza los vellos.

Escupo el agua, la nariz ardiendo por el cloro y las gotas que aspiré.

—¡Dije nadar no ahogarnos!

—¡Sol, deja la inventadera que es de noche!—mamá remueve el planeta con el grito que pega.

—¡No te oigo pero está bien!—vocifero de vuelta, hundiéndome hasta el cuello, buscando cobijo en la temperatura del agua—. Cuando salgamos vamos a secarnos la ropa de puro temblar de frío. Como las lavadoras chaca-chaca.

Eros se quita el cabello de la frente, rechistando.

—Tú, yo estoy bien con el frío—repone con pericia, quitándose las gotas de las pestañas—. Quizá deberías adaptarte al clima paso por paso, quien sabe y un día el cielo amanece cubierto de hielo y nunca más sabremos del calor del sol.

Le miro sin pestañear ni respirar. Es que sus intenciones son tan obvias, que no me queda más que reír.

—En Múnich hace calor—objeto—. Muy poco, pero lo hace.

Voltea a mirarme, una sonrisa que dicta victoria antes de siquiera disputar la batalla, comiéndole la boca.

—¿Estuviste investigando por internet?—asiento, con la mitad del rostro hundido en el agua, su expresión se suaviza—. Mi amor, si me tienes a mí, ¿qué fuentes más confiable que un nativo?

—Google no quiere seducirme para llevarme a su central—refuto, observando mi vestido danzar bajo el agua—. ¿Por qué ese repentino interés en Múnich? ¿Hay algo que quieras decime?

Deducirlo es tan sencillo como sumar dos más dos. No doy con más razón que la compañía, Ulrich sigue llevando la batuta, sigue siendo el presidente, si está aquí es por la situación con Hera que ya no es inconveniente. ¿Se irá y pretende llevarse a Eros con él para adiestrarlo? La idea no me lastima, es lo que Eros desea.

Pero tampoco lo saboreo con gusto porque no le tendría cerca, y luego de un año y unos cuantos meses lejos, fundirme en su piel me parece un acercamiento vano e insulso.

Camina como si flotase a mí alrededor, diminutas olas me rodean, chocan contra mi cuello.

—Ulrich se retirará cuando acabe la universidad, tres años más—devela, paseando la punta del dedo en la línea de mis hombros—. La sucursal principal continúa en Múnich, planea irse con mamá y los niños en unos meses de vuelta a casa. Me exige trabajar codo a codo con él en Alemania cuando el momento llegue, de lo contrario, no me cederá el cargo.

Acerté. Tuerzo el cuello para conectar con sus ojos, uno de ellos escondido detrás de un mechón húmedo de cabello.

—¿Eso cuánto tiempo te tomaría?

Toma la tira del vestido y la levanta, como si mirar la tela estrujando mi pecho le ayudara a concentrarse.

—En promedio, un año y medio—pronuncia, dudoso—. Trato con Ulrich, si estornudo al piso está mal porque molesto al diablo, si lo hago al cielo, peor, porque no le estornudé al diablo.

Ulrich como suegro es divertido, pesado y a veces molestoso, pero divertido. Como jefe debe ser una pesadilla, ahora, como padre y jefe... el estómago se me revuelve de pensarme en los zapatos de Eros. Toda esa presión sobre él, con el constante recuerdo de que no es el único peleando por ese puesto, es asfixiante, pero él parece más preocupado por desenredar mi cabello que por eso.

—Primero, deja tu complejo de tiburón, me pones nerviosa—le toco el brazo para que se detenga—. Segundo, eso es, no sé, ¿fantástico, genial, maravilloso? Todo eso. Desde que te conozco esperas por eso, no lo puedo creer, ¿qué tengo que decir? ¿Felicidades? No lo sé, pero felicidades—detengo la perorata para respirar—. Y tercero, no sé qué decirte, es que si me dan cosquillas en el estómago de la emoción si lo pienso, estudiar en Múnich, pero recuerdo que no comprendo más que mi nombre y ese apodo que me tienes y desaparece el hormigueo.

Ahí, frente a mí, me hace sentir secuestrado por el ímpetu de su mirada. Presiono los labios en una línea e inflo las mejillas para no sonreír como estúpida.

—¿Cómo aprendiste inglés?—formula, su voz neutra, seria.

Ruedo los ojos al cielo, restregándome los brazos bajo el agua.

—Eros, no lo compares.

—¿Cómo aprendiste inglés?—repite, contundente.

—Escuchando One Direction, Taylor Swift, leyendo Twilight, no lo sé—me trabo en la respuesta—. Un día me entrometí en una conversación y supe que responder.

Sonrío como reflejo de su risa liviana. Toma otro mechón de mi cabello, lo estira y comienza a desenredarlo sin mover sus ojos de los míos.

—Es tu decisión. Dinero tengo a bolsillos repletos y mi reloj se acopla al tuyo—su tono pacífico me relaja—. Puedo ir y venir a donde sea que vayas.

A mi cama, pero eso es gratis.

Recojo agua con las manos y se lo echo dentro de la camisa. Me moja verlo mojado.

—Me gusta Múnich—digo finalmente—. Pero primero me daré la tarea de interrogar a Andrea minuciosamente.

Sube las manos a mi cuello, imprimiendo los dígitos en mi piel. La temperatura de sus manos viaja a través de mi columna como un escalofrío.

—Como quieras—dice, posiciona los pulgares bajo el mentón, me hace subir la cara—. Pero ten presente que en Múnich tienes unas mazmorras esperando por ti, ¿imaginas lo bien que luciría una biblioteca ahí abajo?

La imagen se forma clara y vívida en mi cabeza y se vuelve un anhelo con la misma rapidez. Incluso podría decorar con unos cascos vikingos o una copia de Needle, la espada de Arya Stark o...

Sacudo la cabeza, le estoy dando lo que quiere y sabe que me ha hecho dudar por esa sonrisa que le curva los labios con ego.

—Eso es manipulación, y de las más bajas—reprocho, expando la mirada al entender sus intenciones de besarme—. No, aléjate.

Le aplasto la mano en la boca cuando lo vuelve a intentar.

—¿Qué pasa ahora?

—¿Cómo me vas a besar frente a mis papás y los tuyos? No tienes vergüenza—le clavo una uña en el pecho y trato de echar a nadar al otro extremo, no doy ni un aleteo cuando me levanta por las caderas y se encamina a la orilla—. ¡No me quiero salir todavía!

—No puedes mojar la venda en veinticuatro horas—me recuerda y el estómago se me anuda.

Miro el cuadro blanco enchumbado de agua, obviamente. La venda escurre como si tuviese su propia piscina ahí dentro. Que estupidez, ¿cómo se me pudo olvidar?

Me apoya en el borde, le miro impulsarse hacia arriba destilando agua por doquier, mientras tiemblo de frío justo como le he dicho que pasaría, como una lavadora descompuesta. Trato de arrancar el tape que la mantiene unida a la piel, su mano se entromete, me toma de la muñeca y exhorta a que me ponga de pie.

Me acerca las sandalias, me echa sobre los hombros el saco mermando un poco el castañeo de dientes y marcamos la senda de regreso, como premio, regamos las flores con el agua que chorrea la ropa.

—¿Y si me muero de una infección?

Pues me morí por segunda y definitiva vez.

Gretchen sale de saca con toallas, y con la gente amontonada mirándonos con mofa, me pregunto donde dejé la lógica en el instante que creí que echarnos un baño de cloro a esta hora era la mejor idea.

—Elimina esa maldita palabra de tu vocabulario, ¿me harías ese favor?

Nop—replico—. Es una manera eficaz de lidiar con un trauma, lo sabrías si tuvieses humor.

Su risa se termina cuando alcanzamos la mesa. Mamá me quita el saco y cubre los hombros con la toalla, me aprieta como si fuese un juguete anti estrés.

Mírate, pareces un pollo remojado—acerca la nariz a mi cabello—. Y hueles como uno.

—Gretchen—pronuncia Eros—. Bitte bringen Sie das Erste-Hilfe-Set mit.

«Trae el botiquín de primeros auxilios por favor»

—¿Qué le paso? ¿Se lastimó?—pregunta Hera.

Eros niega con la cabeza, señala mi antebrazo.

—No podía mojar la venda.

Isis me quita el paño y rechista al ver el desastre.

—Coño de su madre Sol y la venda escurriendo agua nojoda.

—Se me olvidó.

Gretchen le tiende la caja a Eros, pero él pide con un gesto de la cabeza que se la pase a mamá. Quise volver a la piscina cuando se arremolinan a mi alrededor, como si fuese la atracción principal de un espectáculo de circo.

—Ah mira, gracias, muy amable—mamá le ofrece la caja a papá—. Hazle el cambio tú, yo veo que tiene como cuatro brazos y tres ojos.

Papá me estira el brazo y hace reposar la mano con la palma dirigida al cielo. Saca guantes, gaza, una botella ámbar, más gaza y tape blanco.

—¿Me va a doler, verdad?—me muerdo la lengua cuando despega la primera esquina—. Ay, si me va a doler.

En tres minutos, papá me tapó la herida con una bonita venda que cortó en forma de corazón, porque la estrella parecía más una esvástica. No sentí más que una molestia, pero quejarme completa la experiencia.

La idea del baño bajo la luz incandescente de la luna siguió ocupando la lista de las mejores ideas, hasta que la piel se me secó y la humedad de la ropa interior me hizo sentir que me hice pis encima.

—Quince minutos para la medianoche y Sol aún no sopla las velas—se queja Eros, mirando a Ulrich quitarle la botella de vino a su mamá para servirle el trago, había derramado más en la mesa de lo que había vertido en la copa.

—Tenemos el pastel aquí—Agnes me mira, el color en sus mejillas tan intenso como la rojez en sus ojos—. ¿No quieres cambiarte la ropa antes?

Regresé embutida en un conjunto deportivo de Eros que tuve que amarrar a la cintura con coletas de cabello y un par de zapatos suyos que me hacían caminar como si llevase aletas de buceo.

Mamá me abrazó cuando estuve frente a la torta, ¡Feliz cumpleaños 2o Sol! en letras blancas. Regresé dos años atrás, el pastel era rosa, estaba en Múnich y Franziska me entregaba el diamante que me decora las clavículas.

Y recuerdo el cumpleaños pasado. No terminaba de soplar las velas cuando me iba al apartamento de Meyer a pasar una madrugada de insomnio, releyendo las cartas de Eros, mirando fotos, evocando memorias. Recuerdo contemplar el amanecer con la piel reseca de lágrimas y la almohada tan húmeda como mi cabello ahora mismo. Y también recuerdo que antes de consumir una dosis más de clonazepam para obligarme a dormir, le pedí al sol que me hiciera sentir el calor que me faltaba, porque la luna no me cumplió.

Percibo el calor de la llamas de las velas penetrarme el pecho y subir a la garganta. Cuando los aplausos remueven el fuego, pestañeo volviendo al instante.

¡Y uno y dos y tres!—exclama Mamá—. ¡Pide un deseo!

De todo lo que pude pensar, pedí lo que nadie puede cumplir.

Soplo la vela y el frío me vuelve cubrir, pero el calor de las llamas no me deja, porque sabía que esa noche, iba a dormirla completa.

...


'10min tarde y te prohibimos la entrada'

'Soy la festejada, llego a la hora que me de la gana'

'No si yo organizo la fiesta linda, ¡apresúrate que quiero comer pastel feliz!

El celular cae al lavamanos al sentir la vibración dentro de mi sexo. Me toco la entrepierna encima del pantalón, la sensación es extraña, como si me sacudiera las paredes de la vagina.

—Eros, ¡deja de hacer eso!—grito, guardando el lubricante dentro de la gaveta bajo el lavamanos.

Otra descarga más que me paraliza. Al menos ya tengo el delineado hecho.

Apago la música y meto el celular en la diminuta cartera, junto a la tarjeta, identificación y una coleta. El labial no entra, tendré que dárselo a Eros. Me doy una extensa mirada en el espejo, el reflejo no pasa de las caderas, tengo que saltar para verme entera. Desventaja de prepararme en este hotel y no en casa, con mi cómodo espejo de cuerpo entero.

¿Ir con estampado de cebra a los toros mecánicos es estar de acuerdo a la temática? Comienzo a dudar, sobre todo cuando no me cubre más que los pechos, lo demás son tiras que me cruzan del cuello a la espalda.

Reviso el blue jean bota ancha, ajustado a la cintura y las caderas, nunca antes había luchado tal batalla para meterme en un pantalón, pero me veo tan bien, que lo haría todas las mañanas, una lástima que tape la maravilla de botas de vaquera negras que Hera me ha regalado, diseñadas para mí, con un corazón rojo de alas doradas justo en frente.

Y termino en el sombrero rosa. Ese punto de color que se roba la atención.

Me miro de distintos ángulos, de un lado a otro, y en todos me veo tan preciosa que no me cuesta apartar la vista.

Recojo el bolso de la encima y abro la puerta lo necesario para sacar la cabeza. Eros reposa en la cama boca arriba, leyendo el manual del vibrador. Levanta la cabeza buscando mirarme y los nervios me comen viva.

—¿Me vas a dar tu opinión sincera?

Se sienta en la orilla de la cama y apoya los codos sobre las rodillas, bostezando.

—Sinceramente, te prefiero desnuda.

Hago el ademán de salir, pero vacilo.

—No te burles porque me pongo a llorar.

Salgo del baño y el vibrar pasa de sacudirme el sexo a agitarme el corazón.

Mi piel reacciona al recorrido de sus ojos, se eriza como si rozara los dedos sobre ella. Ladea la cabeza, recargando el mentón encima de las manos en puños, sopesándome, aprendiendo mis curvas modestas, el largo de mis piernas, el contorno de mis pechos libres de sujetador.

Sus ojos hablan por él, lo que dicen me ponen a latir el corazón desenfrenado.

—¿Qué te parece?—pregunto, subiendo el ruedo del pantalón para mostrarle las botas.

Su sonrisa me causa un estremezón en el vientre. Estira el brazo pidiendo mi mano, me empuja hacia él apenas nuestros dedos se encuentran.

—Llamarte preciosa suena vacío, para llenarlo te daré la primera clase de alemán: Verzehren—su mano viaja a mi cadera, traza la silueta de mi cintura, refregando mi piel con el frío de sus anillos—. Ser tan consumido por el anhelo de algo o alguien que podrías comértelo. También se usa para describir el proceso de comer, en este contexto, ambos sentidos son adecuados.

Eso ha sonado muy...

—Caníbal—bromeo, me agacho para besar su frente—. Por algo me llamas Süß, soy tu dulce favorito, ¿no?

Me besa la línea de piel al desnudo entre el pantalón y el top, succiona hasta que me deja un pequeño círculo rojo y deforme. Nada que no se vaya en un minuto.

—Me estás provocando un daño severo en la polla, ¿por qué no te sientas sobre ella y le das consuelo?

Trato de alejarme pero su mano no me suelta.

—Te voy a ignorar—le advierto—. ¿Qué dices de las botas? ¿No me parezco a Woody? Es súper raro arreglarme contigo y no con las chicas. Siento que me miras con ojos cero críticos y haré el ridículo.

Profiere un ruidito de disconformidad.

—Mírate al espejo, mírate bien—exige, volteando al espejo del tocador—. ¿Te sientes ridícula?

Me siento divina.

Al no responder, asume mi respuesta como una negativa.

—Esa es toda la opinión que necesitas.

Y se echa sobre su espalda, llevándome con él.

Mis rodillas flanquean su cadera, me presiono encima de su erección, con el sombrero tapándome la vista, la mano que subo para arreglarlo le acaba dando un golpecito en el pecho al sentir el movimiento dentro de mí, más fuerte y preciso que los anteriores, erizándome la piel.

Tenerlo debajo de mí no me ayuda en lo absoluto, para nada.

—¿Cómo se siente?—otra vez el hormigueo, pero no se detiene. Aumenta la intensidad elevando las caderas, oprimiéndome todavía más, estoy segura que puede sentirlo a través de la ropa—. Joder, no te apartes, ¿por qué no te olvidas un rato de esa fiesta, te vienes a la cama conmigo y me tapas los ojos con esto?—no comprendo a que se refiere, hasta que siento el magreo en el trasero. La negativa se esfuma de mi boca cuando su boca besa la piel sensible de mi cuello—. Te arrodillas frente a mí y te metes dentro de esa preciosa boca mi polla, ¿no es lo que te gusta? ¿Huh? Bañarte el mentón de saliva y las mejillas de lágrimas porque no puedes con todo.

La deliciosa vibración, el contacto de mi sexo y el suyo comprimiendo el punto justo, el calor de su aliento rozando mi garganta, el cosquilleo en el vientre, sus manos masajeando mis glúteos, la urgencia de balancear las caderas encima de su longitud... todo me cautiva, me vuelve un montón de nervios sensitivos y estuve a punto de ceder, de no ser por el ruido de mi celular.

 Me alejo de sopetón, el mareo me ciega un segundo.

—No—me pongo de pie con su celular en la mano, bajo la intensidad a cero y cierro la aplicación, recobrando una pizca de juicio—. Dije que llegaría a tiempo y eso haré.

Levanta el torso, mirándome desesperado.

—No te pido que faltes, te imploro que me pongas el coño unos minutos en la boca, te prometo que lo único que vas a querer cabalgar es mi...

No escucho, no escucho, no escucho...—tarareo, caminando a la puerta con la cartera en la mano y la ropa interior húmeda—. Apaga la luz al salir, ¡te espero en el ascensor!

Al poner un pie fuera de la habitación la vibración regresa, podía sentir cada poro abrirse y el calor florecer en mis mejillas. Cierro los ojos un segundo, aspiro hondo, arreglando el sombrero sobre mi cabeza y sigo mi camino, con la seguridad de que esa fiesta duraría menos de lo esperado.

Eros entra conmigo en el ascensor, rebosante de energía. Se acomoda el cabello mirándose en el espejo del cubículo, su mirada choca con la mía y antes de descender en el piso subterráneo, arrastra la coyuntura de un dedo sobre un pezón marcado en la tela y me regala una sonrisa que me deja el vientre contraído.

Zwanzig Jahre, zwanzig Orgasmen.

«Veinte años, veinte orgasmos»

No tengo ni la menor idea de que ha dicho, pero ha sonado como una promesa y esas, él siempre las cumple.

 

Holi😇

Sol viendo como Isis y Ulrich se decían sus verdades:

Dios mío ya se viene mi escena hot favorita y la pénultima del libro, que emoción.

Aún sigo en Venezuela, pero podré actualizar el libro de Agnes y Ulrich en unos diitas.

Si tienen preguntas, quejas o cualquier cosa, hágamelo saber por twittero ig, no seapene😛

No entiendo como no creen que Ulrich haya sido el de la idea de la reunión, a quién más le gusta joderle la paciencia a Sol? Duhhh 🙄

En fin, nos leemos,
Mar💙

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