El perfume del Rey. [Rey 1] Y...

By Karinebernal

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Emily Malhore es hija de los perfumistas más famosos del reino de Mishnock. Su vida era relativamente sencill... More

YA DISPONIBLE EN FÍSICO.
Nota importante antes de iniciar la lectura.
Mapa de la trilogía.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capitulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Capítulo 17.
Prueba.
Capítulo 18.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Extra Emily.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo Final Parte I
Capítulo Final PARTE II
DETALLES DEL LIBRO EN FÍSICO.

Capítulo 19.

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By Karinebernal

—Llega tarde, señorita Malhore, pero lo suficientemente temprano para responder a la pregunta principal de nuestro debate.

—Lo lamento mucho, señor Field. Le prometo no volverá a pasar. Solo que hoy me levanté tarde.

—Hablábamos de técnicas de persuasión empleadas por los gobiernos y mencioné los sofismas que no es más...

¡Por todas las flores del mundo! Acabo de llegar y cree que voy a entender todo lo que está diciendo.

—¿Qué opina usted, señorita Malhore?

—¿Sobre qué? —respondo perdida.

—Lo que acabo de decir o me saldrá con el discurso poético de aquella ocasión sobre el poder de la imaginación y como esta la lleva a lugares distintos a mi clase —cuestiona, molesto.

—Lo siento, no le escuché.

—Con gusto le repito. Un sofisma es una exposición de argumentos falsos que tiene la finalidad de defender algo y confundir al receptor. Entonces, ¿se podría considerar como un pleonasmo el término sofisma de distracción o no?

Yo que voy a saber. Pienso, sin embargo, me lo reservo.

—¿Si? —contesto más como duda que verdad.

—¿Por qué?

—Porque si con los sofismas se busca confundir a una persona, entonces estaría de más decir que es una distracción, debido a que ya el significado lo trae implícito.

—Correcto. Aquí hay un ejemplo de como una persona logra salvarse de una suspensión de una semana por llegar tarde a mi clase. Siéntese, señorita Malhore y no se le ocurra nuevamente llegar tarde a mi tutoría.

—No entiendo para qué me va a servir esto —murmuro, mientras voy a mi lugar.

—La escuché, señorita. Y me duele que piense de esa manera después de estar al tanto sobre quien es su pareja. Algún día puede usted convertirse en reina y seguramente utilizara los sofismas contra el enemigo. Me lo agradecerá más tarde y cuando llegue ese momento recuerde que solo acepto efectivo.

Cuando tomo sitio, Rose me saluda en un susurro. No hemos vuelto a hablar desde que descubrí que era la amante del rey Silas en el palacio y muy seguramente era con ella con quien estaba ayer en medio de las protestas, las cuales me hicieron volver a casa en la madrugada y en consecuencias hoy no pude a despertarme a tiempo.

—Recuerden que quedan pocos días para entregar su proyecto y quiero algo majestuoso. A quienes les tocó Lacrontte, tienen una increíble oportunidad de hablar con los protestantes y preguntarles que fue lo que los llevó a simpatizar con el enemigo, porque lograr que le den la espalda a su nación no se consigue con palabrerías.

Si el señor Field supiese lo que la corona piensa a hacer, no estaría tan decidido a mostrar apoyo a los Denavritz. Este lugar perderá muchos estudiantes, pues todos buscarán una oportunidad en la educación gratuita y tendrán que cerrar varias aulas.

—El periódico anunció esta mañana un ataque en la frontera con Lacrontte, el cual ocurrió hace dos días y en el que supuestamente salimos victoriosos. Sin embargo, hay una cosa que no entiendo y es el por qué no se nos había dado esta noticia con anterioridad y solo ahora que hay manifestaciones. ¿Será acaso que no salimos tan victoriosos como dice el titular del diario?

—¿Qué intenta decir, señor Field? —Participa alguien.

—Deben saber interpretar —se pasea por la sala, delgado y desgarbado. Los años ya le han comenzado a pesar —. Es obvio que fue ese ataque el que colmo la paciencia de los ciudadanos de Menfisse y por eso vinieron a la capital a manifestarse. Si hubiésemos ganado esta batalla como dicen, ¿habrían venido tan pronto? ¿No estarían felices de ver cuanto armamento y Lacrontters se capturaron?

—Considero que era cuestión de tiempo para que se revelaran.

—Eso nadie lo discute, pero es sospechoso que lo hicieran justo el día después de supuestamente haber ganado una batalla. ¿Será qué son falacias dichas solamente para evitar que los Palkarianos se unan a las marchas de los Menffisses y así no generar más cao?

Comienza un debate caluroso que se extiende hasta que se da por terminada la jornada y que inevitablemente abre un millar de huecos en mí. ¿Stefan me mintió? Bueno, él tampoco afirmó que habíamos ganado, pero supongo que el hecho de habernos quedado con armas y militares hace que la balanza se incline a nuestro favor o ¿acaso el número de hombres secuestrados es una migaja comparada con todos los Mishnianos que murieron en el enfrentamiento?

—Emily, creo que debemos hablar —Rose me saca de mis pensamientos. 

—Señorita Alfort, quédese un momento. Necesito hablar con usted —nos interrumpe.

El tutor actuó muy extraño con ella en medio de la clase. No la determinó ni un solo segundo y cada vez que levantó la mano para participar, este la ignoró.

—¿Por fin me dirigirá la palabra? —comenta con altivez cuando el salón se vacía.

—Ahórrese la burla, con la amenaza que mandó a mi casa fue suficiente —rebusca en las gavetas de su escritorio y saca un papel que le extiende —. Su validación de tutorías. Con eso no tendrá que venir nunca más al edificio ni entregar el proyecto.

—¿Me está corriendo?

—Le estoy ahorrando el trabajo de seguir asistiendo y le facilito su libertad.

—Dígame la verdad. —Exige.

—No quiero tener que verla otra vez. He dedicado toda mi vida a educar y jamás una estudiante había cometido tal fechoría. Tenga respeto, tome el papel y no vuelvas más.

—Pórtese bien, señor Field —le arrebata la validación —y así cuando me convierta en reina no le mande a cerrar su edificio.

—No me amenace. Usted se encuentra muy lejos de ser una monarca y si cree que el rey Silas dejará a la reina por su causa está muy equivocada. En esta vida las personas cumplen papeles y ese no es el suyo. Puede retirarse.

—¿Se le olvida el poder que tengo?

—Señorita Malhore, aún está a tiempo de encontrar mejores amistades —me habla, pasando de ella.

—Vámonos —me toma de la mano para llevarme lejos, pero una vez estamos en el pasillo, me suelto y la encaro.

—¿Qué le hiciste al señor Field? ¿Por qué sabe lo tuyo con el rey?

—Yo nada, fue Silas quien envió algunos guardias para quitarle la dirección y advertirle que no se atraviese a abrir la boca.

—Considero que estás pasando la raya. No considero apropiada la actitud que has tomado estas últimas semanas.

—Tú no, Emily. Tú no me juzgues. Nos debemos una conversación y quiero que me escuches en nombre de nuestros años de amistad.

Vamos por Mia y Rose le ofrece dinero para que nos acompañe al parque Atark, al centro de la ciudad, y se vaya por ahí a jugar mientras hablamos.

—Te agrada el rey, es decir, ¿te gusta? —indago cuando nos sentamos en una banca —. Espero en verdad no ofenderte, pero siento que jamás podría besar a alguien que no me gustase.

—En esta profesión eso no importa. Solo hay que hacerlo, además, es el rey. Los beneficios que eso trae consigo se sobreponen al sacrificio.

—¿Y no es extraño pensar en… no lo sé, la reina?

—Ni un solo día de mi vida pienso en ella. Lo único que ronda mi mente a diario es el dinero que obtengo por ser la dama cortesana del rey.

—¿Te pagan mucho dinero? —pregunto y asiente —¿Entonces por qué nunca tienes?

—¿Crees que soy tonta? ¿Qué lo uso para comprarme cadenas y pendientes? Recuerda que te dije que estoy ahorrando para irme de aquí y por eso quiero estoy construyendo una casa para ellos, quiero dejarles un lugar en el que puedan vivir y un buen sustento económico para que no dependan de mí y así poder ser libre afuera, porque no aspiro ser la amante del rey hasta el fin de mis días.

—Es un buen plan de vida —admito.

—Lo sé, gracias. ¿Alguna otra pregunta que tengas?

—No. No quiero saber cosas sobre el rey Silas en ese ámbito.

—Es malísimo. El peor. Supongo que por eso aguanto las estupideces de Cedric, ¿entiendes a lo que me refiero?

—Eso creo —rio nerviosa al comprender el trasfondo.

—¿Tú y Stefan ya han dado ese paso? —consulta y niego —¿Sabes que es extraño? El rey muy pocas veces menciona a su hijo y las ocasiones en las que lo ha hecho se refiere a él como “mi aprendiz”.

A decir verdad, no me sorprende. Debería llevarse el título al peor padre del mundo entero.

—Pero no nos desviemos —retoma —. Como tu mejor amiga que soy, porque no me dejaré quitar el lugar de esa Russo, te deseo de corazón que encuentres a alguien del mismo nivel de Cedric.

—¿Nivel de qué? ¿De tonto?

—Mily, por favor. ¿De qué hemos estado hablando?

—¿Y como sé si alguien es bueno en eso? No sé como es Cedric.

—Y tampoco lo sabrás. A lo que voy es que debes conseguir a alguien que te haga sentir extremadamente bien siempre y no me refiero solamente a que te trate bonito o te diga palabras lindas. Hablo de placer puro, de una increíble intimidad.

—Continuo con la misma duda. ¿Cómo sé que lo encontré? —reitero con leve vergüenza.

—Lo sabrás cuando esa persona te reafirme el poderío que ya debes tener por ti misma, de lo contrario, solo estará bien, no pleno, no dichoso y no quiero que te conformes con eso.

—¿Y si esa persona que me hace sentir “solo bien” es el amor de mi vida?

—No, no puede ser el amor de tu vida. No lo permitas, no te enamores de alguien así. Si no sientes las revoluciones, el éxtasis, huye.

—¿Eso en realidad es tan importante? No crees que puede pasar a un segundo plano.

—Puede, pero no para ti. Esto bajo mi concepto es crucial.

—Difiero. Opino que hay cosas con mayor relevancia.

—Deja el sentimentalismo, porque de esa forma no vas a llegar a ningún lado. Tienes que enfocarte en buscar lo que te conviene y apartar sin consideración lo que no. Esa es la clave de la vida. Prometimos que saldríamos de la pobreza a como de lugar y amarrando el corazón a cualquiera no lo vamos a conseguir. Hay que apuntar alto, Emily, por eso yo ahora dirijo la vista hacia Lacrontte.

—¿Vas a casarte con el grosero del rey Magnus? Porque te adelanto que eso será una pesadilla para ti, no vale la pena el esfuerzo. Ese hombre es un amargado.

—Todavía no lo sé, pero mírame a mí. ¿Crees que pienso en casarme con Silas? Claro que no, solo estoy tomando un poco de su dinero y luego me iré por ahí a buscar al correcto. Puede que sea el rey Lacrontte u otro de su mismo nivel, nunca por debajo y es lo que te recomiendo a ti. Si Stefan no es lo debe ser, entonces toma un poco de su dinero y vete a buscar quien te ayude a subir a la cima como yo lo haré. Te juro que voy a llegar a ser reina y tú tienes mucho potencial de noble.

—¿No consideras que también pueda ser reina?

—Bueno, si te casas con Stefan puedes serlo, pero con el carácter que ambos tienen, juzgo que lleguen muy lejos. Además, que si me caso con Magnus y él decide atacar Mishnock, lo siento, pero voy a ayudarlo. Él es quien tiene el poder y no pienso perderlo por nada.

—Bajo ese pensamiento si opino que el rey Lacrontte y tú si son la pareja ideal. Yo jamás podría hacer algo semejante.

—Intentaré pedirle que no te haga tanto daño. Ahora, más bien prepárate para esta noche, necesito que me acompañes a un lugar.

—¿Qué sitio?

—Una fiesta en casa de Cedric.

—A la cual supongo no fuiste invitada.

—Eso es lo de menos. ¿Me acompañas?

—Por supuesto que no. Papá me  había delegado ir allá, pero yo lo rechacé. Ya no quiero meterme en problemas, así que no iré.

—¿Ustedes están invitados? —desea saber y se lo confirmo —Con mucha más razón debes ir conmigo, así que vuelve a pedir ese permiso, porque si no lo haces estarías siendo una muy mala amiga.

—¿Me estás manipulando? Recuerda que esa señora no te quiere en su casa.

—No hago tal cosa, solo necesito tu apoyo esta noche, por favor. Prometo que regresaremos temprano.

—¿Qué tanto? —Lo sopeso.

—¿A las doce te parece bien?

—Once. Ni un minuto más.

—De acuerdo, como pida su alteza. Paso a buscarte a las siete.

••••

—¿Puedo ir, por favor, puedo ir? Solamente será hasta las once, lo juro —le ruego a mamá, adentrándome en su habitación.
—Ya habíamos cancelado nuestra asistencia. Se supo que nadie quería ir y tú menos.

—Pero ahora sí. Daré la cara por los Malhore.

—Tienes mi permiso, cariño. Sin embargo, recuerda que tu padre estos últimos días no ha estado demasiado de acuerdo con tu amistad con Rose.

—Yo lo sé, pero usted la conoce. No es mala persona, es mi amiga de infancia.

—Lo comprendo —dice mientras arregla las colchas —. A lo que me refiero es que no permitas que te influencie a hacer algo que tú no quieras o que nosotros juzguemos como indebido.

—Le prometo que no. Yo me sabré comportar.

—Y por favor no te embriagues, es decir, puedes tomar una o dos copas, pero no llegues aquí borracha o estarás castigada.

—Usted nunca me ha castigado.

—Nunca es tarde para empezar, puedo no comprarte las glicinas que pediste para el jardín. Bueno, puede que te compre una, pero solo una y eso no se vería tan bonito. De ti depende que tengas más.

—Descuide, vendré aún más sobria de como me marcharé. —Corro para ir a cambiarme

—Emily —me llame antes que cruce la puerta —. ¿Dónde están tus aretes de plata? Me pareció extraño ver que no te los pusiste cuando fuimos a la cena en el palacio.

—Los tiene Rose.

Su mirada dice lo suficiente. Quiero que regrese esta noche con los pendientes a como de lugar.

Voy hasta mi habitación y me visto rápido con un infalible vestido de flores. Recojo mi cabello en un moño bajo y me perfumo delicadamente detrás de las orejas.

—¿A dónde vas? —pregunta Liz cuando me ve bajar.

—Mamá me dio permiso para ir a una fiesta en casa de los Maloney.

—Veo que ahora tienes amigos nobles. Primero la chica Russo y ahora los Maloney.

—¿Te da envidia? —cuestiona Mia, a quien ayuda a hacer tareas.

—Por supuesto que no. Es sencillamente una observación. Haz silencio y sigue escribiendo.

Tocan la puerta y es justo a quien esperé. Rose, en un traje blanco bellísimo, el cual brilla debido a la pedrería que lo viste.

—No creí que el evento fuese tan elegante —menciono debido al vestido que he escogido.

—Así estás perfecta, solo que yo debo resaltar, ¿entiendes? Para llamar la atención de Cedric.

—Comprendo. —Cierro la puerta, después de despedirme de todos.

Caminamos hasta la mansión de los Maloney, donde toda una fila de carruajes se encuentra afuera. No obstante, lo curioso es que no se escucha música desde adentro y una vez entramos nos damos cuenta de que todo está demasiado tranquilo.

—La fiesta está muy apagada. ¿No lo crees? —inquiero mientras caminamos por la sala completamente vacía —¿Acaso cambiaron la fecha?

—No lo sé. ¿Piensas que ya se ha acabado?

Ahondamos por la casa, intentando encontrar a alguno de los dueños de los abrigos que cuelgan en el perchero, lo cual indica que si hay un evento. Estamos a punto de desistir cuando escuchamos una serie de aplausos que provienen desde el patio de la mansión, lugar al que nos dirigimos.

—Es uno de los días más felices de mi vida.

Fevia Maloney es quien se dirige a una inmensidad de invitados distribuidos linealmente en su jardín trasero.

—Su mamá está aquí, vámonos. —Le susurro.

—Claro que no —se aproxima a un mesero y toma un par de copas que bebe de un solo tirón —. Necesito saber que está pasando aquí y porque está ella.

Señala un punto específico, en donde se hallan Phetia y Cedric tomados de la mano, sonriendo al discurso de su madre.

—Hijo, creo que es tu turno de hablar.

Lleva al centro a Tielsong, quien mira hacia atrás con nerviosismo, justo al sitio en donde están sus padres.
Cedric se coloca frente a ella y se arrodilla lentamente, sacando un cofre de su bolsillo bajo la vista entusiasta de todos.
¡No puede ser!

—Phetia, amor —inicia, abriendo la pequeña caja —. Me harías el hombre más feliz de toda Mishnock si esta noche aceptas ser mi esposa. ¿Te casarías conmigo?

Rose palidece al escuchar la propuesta. Sus ojos se agrandan y un jadeo atónito escapa de su boca con fuerza.

—No es posible que esto sea cierto —arguye enojada, caminando entre la gente.

—¿Qué vas a hacer? —La sostengo de la mano para evitar que avance, pero se zafa ágilmente de mi agarre y llega al centro con rapidez.

—Espero estés bromeando. Más te vale que así sea, Cedric Maloney —grita, captando la atención del personal.

La ira comienza a consumir a ambos Maloney y es su madre quien se abalanza sobre ella para sacarla de escena.

—¿Cómo te atreves a venir aquí después de meter en prisión a mi hijo? —Le reclama, tomándola del brazo —. Señor Tielsong, usted es el jefe de la guardia civil, encarcélela.

—Él no puede hacerme nada y usted tampoco —se suelta con brío —. Tengo más poder que todos los que están aquí.

—Señorita, no dañe la noche. Es un evento familiar —ruega el hombre, indefenso ante lo que sabe.

—Lárgate ahora mismo, Rose. No quiero volver a verte en mi vida. —Sentencia Cedric, levantándose del suelo.

—¿Por qué siempre quieres llamar la atención? —Phetia discute, iracunda —. Esta es mi noche, mi novio, mi familia. ¿No te cansas de querer arruinarlo todo?

—Esto no es contigo, así que cierra la boca.

—Va a pedir mi mano, supera la obsesión con mi novio.

—¿Tuyo? —se burla —Está lejos de ser exclusivamente de alguien.

—Señorita, retírese —Daniel surge del público levantándose de una de las sillas —. Ya todos se lo han pedido por las buenas. No me obligue a usar la fuerza.

—Nadie va a sacarme —lo apunta con determinación —. Camina, Cedric, debemos hablar.

—No voy a ir a ningún lugar contigo. Estoy con mi futura esposa, tienes que entender que no estoy interesado en ti.

—Última advertencia.

—Estás loca. Muy mal de la cabeza. Déjame en paz, no tengo nada que hablar contigo. Mi vida está aquí, con Phetia.

—Estoy embarazada —suelta de repente, sorprendiéndonos a todos, incluso a mí —. Y es tuyo.

El asombro se expande con velocidad, igual que las murmuraciones.
Es mentira, debe haberlo inventado. De ser así no se habría tomado las dos copas que bebió hace un momento.

—Dime que no es cierto. Maldita sea, Cedric, no pudiste caer tan bajo —reclama su madre, iracunda —. Es una meretriz, una cualquiera.

Ella lo sabía. Es por eso que no dejaba entrar a Rose aquí. No era por su posición económica, sino por su profesión.

—¿Te acostaste con ella? —Reclama Tielsong, empujándolo.

—Claro que no —miente —. Sabes cuan obsesionada está conmigo.

—Deja de fingir de una maldita vez. Hasta tu madre nos encontró. ¿Crees que era célibe? —le pregunta a Phetia —No seas ingenua. Tiene más experiencia de la que tendrás en toda tu vida. Estoy esperando un hijo suyo y a menos que quieras ser madrastra, es mejor que no te cases con él.

Cedric toma el brazo de Rose y la arrastra fuera del patio. Los sigo escaleras arriba, pendiente de que no le haga daño.

—No te metas en esto —me advierte.

—No voy a permitir que la golpees.

—Exacto, Emily, ven —me invita ella —. Necesito testigos por si llega a ponerme una mano encima.

—Malditas locas, ambas. Lárguense de mi casa y no se atrevan a pisarla nunca más.

—¿Y nuestro bebé? ¿Tampoco tiene derecho? —continúa con la mentira —. Debes responder por él.

—Deja de decir esa estupidez. Crees que soy tan descuidado para embarazar a una mujer como tú. Siempre he tenido cuidado, prevención y lo sabes.

—Eso puede fallar, así que hazte responsable.

—Pregúntale a todos los hombres con los que te acuestas y busca entre ellos al padre, porque nunca en mi vida me rebajaría a tener un hijo contigo.

—Eres un maldito idiota. Una escoria completa —Lo apunta, iracunda.

—¿Por qué habría de creerte? Eres una meretriz. Después de salir de mi cama pudiste haberte acostado con diez sujetos más.

—¿Cómo puedes hablarle así? —intervengo —.  Ten un poco de respeto y confía en su palabra.

—Seremos padres, te guste o no, Cedric Maloney.

—¡Cállate, no vuelvas a repetirlo! —Levanta la mano para golpearla, incrementando mi temor, así que voy hasta él y empujo su brazo antes que pueda hacerlo.

Su cuerpo trastabilla, pero no cae, en cambio, dirige su atención a mí y me propina un puñetazo fuerte en el rostro que inminentemente me envía al suelo.

—¡Eres un salvaje! ¿Cómo te atreves a pegarle? —Rose le reclama, mientras yo intento no desorientarme.

—Ella me agredió —se defiende.

—Porque ibas a golpearme. Solo me estaba defendiendo, Cedric.

Toco mi nariz ante el dolor generado. Mis dedos se manchan de sangre y el miedo me invade. Limpio mi mano sobre el vestido, pero siento al instante como mucho más líquido fluye de mi cavidad nasal.

—¡Quedas suspendido indefinidamente y sin paga! —El grito llega desde la derecha.

Me giro un poco para ver de quien se trata. Aunque la voz militar ya lo ha revelado. Es Daniel.

—¡¿Qué?! No me puede hacer esto, general. Ella me ha atacado primero.

—No discrepe, Maloney. Es mejor que sea de esta forma y no que te deje de baja indefinitivamente. Te aviso que se lo contaré a Stefan.

—¿Qué tiene que ver el príncipe en esto? —interroga, ofuscado.

—Emily es su novia.

Abre los ojos desorbitadamente, impactado por lo que acaba de escuchar. Y lo que más me enfurece, es que solo así muestra una pizca de temor, ¿por qué debo ser la novia del príncipe para que se arrepienta?

—¿Em? —Escucho la voz de Valentine.

Alzo la cabeza y descubro a varias personas en la sala. Amadea, su madre, el barón Russo e incluso sus hermanos menores. Me siento tan humillada que quiero llorar.

—Levántate, Mily. —Me ayuda Rose.

—Vámonos, por favor. —Le ruego a mi amiga en voz baja cuando otros se acerca a socorrerme.

Corro hasta la puerta, avergonzada por el escándalo y la situación. Reprimo las lágrimas, pero mis ojos arden a medida que huyo en medio de la vista de todos.

—¿A dónde vamos? —Grita Rose mientras avanzo a mi hogar —. Debemos ir al hospital.

—Solo quiero ir a casa —replico frustrada —. Y no salir más.

Siento el sabor metálico de la sangre invadir mi boca. Trato de limpiarlo, pero la zona duele tanto que decido dejarlo.

—Emily —Daniel sale a nuestro encuentro, corriendo hasta alcanzarme y detenerme —. Debemos revisar el golpe. No puedes llegar en ese estado con tus padres. Permíteme acompañarte.

—Ahora no, Daniel, en serio. Lo único que quiero hacer es estar con mi familia. No quiero hospitales, médicos o un personal externo. Estoy bien, lo juro. Simplemente déjenme tranquila.

Siento rabia, frustración y tristeza. Parece que he llegado a un limité en el que no sabía que me encontraba.

—Déjame llevarlas hasta casa entonces. No pienso dejarlas marchar sola.

La gente comienza a salir de la mansión y no estoy dispuesta a que nadie siga entreteniéndose con lo sucedido. No quiero ser su centro de atracción esta noche, por lo que simplemente marchó a paso apresurado, indicándole al general que venga con nosotras.

Al llegar, él es quien llama a la puerta y para su mala o buena suerte es mi hermana quien nos recibe. Me adentro sin dar demasiadas explicaciones, pues nada más quiero quitarme este vestido y darme una ducha que me ayude a no sentirme tan estúpida.

—¿Qué haces aquí? —oigo le reclama a Peterson —¿Qué le hiciste? ¿Lárgate ahora mismo?

—No le hice nada, es una historia larga —se defiende —. Me alegra verte, después de tanto que huyes de mí ¿Podemos hablar?

—Por supuesto que no. Vete, Daniel.

—Es injusto, ¿no lo crees? Al menos escucha lo que tengo para decirte, es decir, yo te di la oportunidad de explicarte cuando ocurrió lo de tu compromiso, ¿por qué ahora me la niegas a mí? Sé ecuánime.

—¿Me lo estás echando en cara?

—Solo pido el mismo trato que yo tuve contigo. Lo dije en una carta y lo repito, no me voy a dar por vencido tan sencillamente.

—Emily, manchaste el vestido —avisa Mia al verme.

—¿Dónde está mamá? —pregunto en su lugar y cuando me señala su alcoba, me apresuro a ir hasta allá, dejando a Rose en la sala.

Me adentro sin tocar, encontrándola, sumergida, bordando. Se levanta alarmada al ver mi rostro, deja el telar, la aguja e hilo a un lado y se apresura a examinarme.

—¿Qué te pasó, Emily? —toma mi rostro entre sus manos, detallando —. Hay que ir a un hospital. Déjame tomar mi cartera.

Me abrazo a su cintura cuando intenta moverse, bloqueándole el paso y es entonces donde me permito llorar.

—Mamá, me siento como una idiota.

—¿Por qué, cariño? —Me corresponde, rodeándome delicadamente como solo ella sabe hacerlo.

—No lo sé. Siempre estoy metida en problemas y ya me cansé. Siento que todo lo que hago únicamente me lleva a lío tras lío. ¿Crees que soy una tonta?

—Por supuesto que no, mi amor. Eres una jovencita noble e inteligente, pero eso es algo que podemos discutir en el camino, porque debemos ir en busca de un médico, estás sangrado mucho.

Me niego nuevamente. Parece que mi rabia pesa más que mi dolor.
Todos los eventos por los que he pasado en lo que va del año, me han orillado a la irritación. Lo de Faustus, Edmund, el rey Lacrontte, el rey Silas, la humillación de los Wifantere y ahora este suceso. Parece que mi umbral de resistencia ha sido sobrepasado por el momento.

—No quiero salir, no quiero ir a ningún lado. Probablemente, estoy exagerando, pero poco me importa. Cúreme usted, por favor. No tengo ganas de ver a nadie más.

—Las emociones no se exageran, se sienten y nadie tiene derecho a juzgarte ni a des meritar tu estado de ánimo, así no lo compartan.

Madre busca los implementos necesarios para curarme y comienza a limpiar mi herida mientras yo lleno la habitación con quejidos de dolor.

—Si no quieres salir, lo entiendo, pero mañana llamaré a un médico que venga a revisarte —avisa cuando terminamos.

Tras aceptar me levanto de la cama y camino hasta mi alcoba, en donde encuentro a Rose sentada, nerviosa.

—Lamento todo por lo que te he hecho pasar estos últimos meses —habla cuando me ve entrar —. Por no ser la amiga que mereces, Mily, por cada problema en el que te he metido, en verdad lo siento mucho.

—Descuida, comprendo también por todo lo que has pasado —me sincero para que no se atribuya toda la culpa —. Ya regreso, voy a tomar una ducha.

—Hay algo que quiero contarte y es urgente que lo sepas

—¿De qué se trata? —tomo una silla y me siento frente a ella, intrigada.

—Lo que dije en casa de Cedric es cierto. Estoy embarazada —suelta y mi corazón se acelera.

Todo a mi alrededor comienza a desaparecer mientras proceso la noticia. El mundo se me detiene y sé que en el suyo tuvo que haber pasado lo mismo.
Conozco a Rose, estoy al tanto de sus planes para el futuro, de lo que quiere para su vida y no creo que tener un bebé en estos momentos sea algo que ella desee.

—¿Si es de Maloney? —inquiero temerosa, porque en el fondo creo que deduzco la respuesta.

Ella es una dama cortesana. Solo puede mantener relaciones con un hombre y es el rey Silas. Solamente rompe la regla por estar con quien considera el amor de su vida. Cedric.

—No —afirma, acompañada de una negación de cabeza.

Me desplomo sin cuidado en el espaldar, sintiendo el peso que aquella revelación trae consigo e imaginando los posibles escenarios.
Esto es serio, demasiado.

—Sé que estoy en problemas y no sé qué hacer para solucionarlo.

—¿A quién más se lo contaste?

—Por ahora a ti y a la fiesta entera.

—¿Shelly? Considero que ella debería saberlo. Es tu madama, debe tener conocimiento sobre cómo guiarte, aconsejarte.

—No considero que deba decírselo, me matará.

—Ella es la persona más solidaria que conozco, Rose. No te va a dar la espalda, debes hablar con ella, yo prometo acompañarte. Sabes que cuentas conmigo para cualquier decisión que tomes. Podemos ir mañana temprano, estaré siempre ahí, no lo olvides.

—Eres demasiado buena para este mundo lleno de basura, Emily —sisea en medio del llanto que se apodera de sí misma.

—Soy tu amiga, solo me comporto como tal —voy hasta ella y la abrazo, dejando a un lado mis problemas para centrarme en los suyos —. ¿Entonces esto es un sí? —pregunto y asiente.

••••

Cuando me levanto en la mañana me recibe la noticia de la reconciliación entre Daniel y Liz, lo cual trajo consigo la propuesta que se había visto frustrada y a la que mi hermana dijo que sí.

—Felicidades —comento con sinceridad mientras me preparo a salir con Rose.

—Siento que ahora mi vida lleva el curso adecuado. Me casaré con el hombre que amo.

—¿Ya se aman? —La voz de papá es de incredulidad absoluta.

—No entiendo la pregunta, deberías estar feliz porque se cumplió lo que usted quería.

—Yo no lo motivé. Ya olvida eso. Es injusto que lo perdones a él y no también a tu padre.

No responde, camina directamente a su habitación sin dejar de detallar la joya en su dedo. Aprovechamos la distracción para escabullirnos de casa e ir a nuestro destino.

En la calle Rehelg tocamos a la puerta de la casona de Shelly incesantemente hasta que una joven nos abre.

—Creí que nadie vendría —se queja Rose, adentrándose.

—No esperes que volemos solo porque llegaste, no eres la dueña de este lugar —discute la mujer recogiéndose el cabello con pesadez.

Mi amiga hace caso omiso al comentario, me toma de la mano y me guía escaleras arriba. Pasamos un sin fin de habitaciones hasta llegar al fondo del pasillo, frente a una puerta de madera oscura en la cual nos detenemos.

Comienza a llamar varias veces antes de que Shelly aparezca con la cara lavada y el cabello revuelto. Es la primera vez que la veo sin sus magníficos atuendos, maquillaje y peinados perfectos.

—Más te vale que sea importante —Pelea. Su vista viaja hacia mí cuando se percata de mi presencia —. Emily, la niña valiente ¿Qué te pasó en la cara?

—Un idiota me pegó.

—¿Ya está en prisión o vienes a buscarme para que lo llevemos juntas?

—Ya lo suspendieron indefinidamente.

—Ese no es suficiente castigo. No te conformes.

—No desviemos la atención —Rose chasquea los dedos frente a su cara —. Soy yo la que necesita ayuda.

—Ahora en que problema te metiste, Alfort.

—No exageres, tampoco soy una plaga –la hace a un lado para entrar —mejor siéntate, porque no quiero que te desmayes con lo que te voy a decir.

—¿Crees que una noticia cualquiera me hará desfallecer? Debes confiar más en mi resistencia, no decaigo ante nada.

—Esto es gravísimo para ambas —asegura, nerviosa.

—Tranquila, ni que estuvieses embarazada —comenta con humor, pero su expresión se desfigura al ver la seriedad de Rose. Ha captado el mensaje —No, no, no ¿En qué momento? ¡Esto es malo, si no lo sabré yo!

—¿Piensas que no lo sé? ¿Qué no estoy al tanto del problema en que me metí?

—Dime que es de Cedric.

—Quisiese, pero no. No es suyo.

—¿Cómo estás tan segura? Piensa, recuerda. La fecha puede concordar.

—Ya lo hice. Él estuvo fuera de Palkareth un tiempo, en esa época solo estuve con Silas.

Lo recuerdo. Cuando me contó que Cedric se había ido a la frontera fue el día en que llegó a casa a pedir la tarea de Liz y discutió con ella.

—Un momento —habla cuando comienza a salir de su estupor —, ahora lo importante es, ¿quieres tenerlo?

—No, es decir, no lo sé. Digo, no estaba en mis planes, pero es del rey, eso debe traerme algún beneficio.

—El único provecho que traería es si quieres morir joven, seguro te hacen el favor. Silas no va a estar feliz al saber que estás embarazada. Solo hay dos opciones para cualquiera que sea tu plan: sacarte de Mishnock mientras pasas el embarazo y tienes a tu bebé si quieres que nazca y el segundo es lo mismo, pero para que puedas recuperarte del procedimiento. Tú eliges.

—Quiero decírselo, Shelly.

—¿Acaso no me escuchaste? Lo conozco, Rose. He hecho trato con él por años, no va a estar alegre con la noticia. De entrada tengo que pensar en una buena excusa que lo haga comprender tu ausencia sin que se enoje.

—Nunca lo sabremos si no lo intento. Es mi decisión.

—No estás razonando. Solamente quieres ver si puedes sacar algo de provecho con esto y no lo niegues.

—Quizás, pero es que aquí tengo a un príncipe y si tengo suerte, al futuro rey de Mishnock.

—¡Niña, como eres ingenua! Creí que después de todos los golpes que te ha dado la vida habías aprendido algo. ¿Supones que eres la primera persona que resulta embarazada del rey? ¿Sabes cuántas han estado en la misma situación?

—¿Y qué han hecho? ¿Qué les ha pasado? —pregunto, intrigada.

—Solo una tuvo al bebé, una niña, la cual ahora no vive.

—¿Cómo murió? —cuestiono, aunque desde ahora presiento la respuesta.

—Al rey nada se le escapa. Por eso te digo que hay que sacarte de aquí para cualquiera que sea tu decisión. A ella no la enviamos a otro sitio, simplemente la escondimos y se mantuvo aquí, en la casona, los primeros meses, pero los bebés lloran y por más que inventamos que se trataba de la hija de otra mujer, el rumor llego a oídos de Silas quien prefirió no dejar cabos sueltos y erradicar cualquier sospecha. Es por ello que te digo, Rose, que no abras la boca.

—No quiero criar un niño sola.

—Y no lo harás. Si es lo que deseas, nosotras te ayudaremos, pero no puedes tenerlo en Palkareth, ni siquiera en Mishnock.

—Yo soy diferente, Shelly. Él confía en mí, me cuenta cosas.

—Eres tan ilusa. Pensé que te había instruido bien y ahora me sales con esto.

—No me juzgues.

—¡Te estoy abriendo los ojos para que no pongas tu vida en peligro! Entiende de una vez.

Bien, bien —rechista exasperada —, no diré nada. Sin embargo, todavía no sé que haré. Te avisaré cuando tenga una respuesta.

—¿Alguien más sabe esto?

El nerviosismo la inunda, al recordar lo que hizo anoche.

—Todos los invitados de una fiesta de compromiso.

—¿Pero qué pasa por tu cabeza, Alfort? Por qué no usas la inteligencia de la que tanto presumes.

—Cedric se va a casar con la estúpida de Phetia Tielsong. ¿Qué querías que hiciera?

—Ser racional, mujer. ¿Crees esa tal Phetia tiene la culpa de que Maloney sea un idiota? Sácala de la ecuación y no la llames así. Pensé que eras más madura —junta las manos, frustrada —. Señor, envíame un poco de tu paciencia. ¿Qué haremos si esa noticia llega a Silas? Él está convencido que con la única persona con la que te acuestas es con él.

—Ahí no hay nadie de su círculo que me conozca.

—Valentine te conoce, Rose —revelo alarmada.

—¿Y qué? ¿Acaso ella es amiga del rey? ¿Se sientan a tomar el té y hablar de vestidos?

—No seas sarcástica. No en este momento, no te hallas en posición de serlo —reprende la madama.

—Valentine no, pero su padre sí. Es su banquero y él también estaba ahí. Ella puede darle tu nombre y él comentarlo como cualquier otro rumor.

—Por todos los cielos —Shelly se levanta, ansiosa —. Hay que hacer algo urgente para remediar esto. Emily, ve a casa de esa niña y dile que todo fue un invento de Rose, que no está embarazada, que solo lo dijo por rabia. Haz que esa información llegué a su padre de alguna manera.

—¿Ves lo que pasa por juntarte con los nobles? —Me reclama.

—¿Eso que tiene que ver? Ella no abrió la boca, la del error fuiste tú. No intentes buscar culpables cuando la responsabilidad es toda tuya.

—¿Por qué siempre me quieres culpar por lo que te sucede? —reclamo, un tanto cansada de su actitud.

—No lo hago y detente ya, que el problema es sobre mí.

—Últimamente te desconozco. No me gusta el comportamiento que estás teniendo y lo digo en serio.

—Bien, ya, olvídenlo. Mejor nos vamos para que vayas inmediatamente a casa de esa niña y lleves a cabo el plan.

—No puede ir a improvisar —interviene la Madama —. Debe tener claro lo que dirá.

—Lo planearemos en el camino, pero es mejor poner en marcha esto pronto. Vámonos. —Me invita a salir.

—Gracias, Shelly por tu ayuda. —Me despido por ambas.

—Solo haz que metan preso al que te hizo eso.

—Lo intentaré. —Comento, obviando el hecho que se trata de Cedric.

Salimos de la casona tras recibir las indicaciones. Rose va muy nerviosa en todo el camino hacia la vivienda de Valentine, no comenta nada y mantiene su mirada en el suelo.

—¿Vas a entrar conmigo o prefieres esperar en otro sitio? —pregunto ante su silencio.

—No vamos a ir allá. Yo necesito hablar con Silas. —Revela, levantando la cabeza y dejándome helada ante el cambio de planes.

—¿Acaso no escuchaste lo que dijo la Madama? Es lo peor que puedes hacer.

—Pero es lo que quiero. Es mi decisión.

—Lo último que deseo es que ese hombre te haga daño y estoy segura de que es capaz de eso y más.

—Yo lo conozco, no me tocará ni un solo cabello, pero necesito que vengas conmigo, eso aumenta la probabilidad de que no me agreda.

—Entonces no estás tan convencida de su reacción. Rose, hagámosle caso a Shelly, por favor.

—Apóyame, te lo pido. Si eres mi amiga, apóyame en este momento.

—¿Con qué fin quieres hacer esto? Y no me digas que tu única razón es esperar beneficios económicos.

—Mis razones son lo de menos. ¿Vendrás conmigo o no?

—Yo siempre iré contigo a donde vayas.

—Siendo así, camina. —Se desvía en dirección al palacio.

Tengo miedo, muchísimo. Después de lo que Stefan me ha contado y lo que he visto, no confío en el rey ni en lo más mínimo. Esto va a acabar mal, lo presiento, pero es la decisión de Rose y prometí apoyarla.

Al llegar, no entramos por la puerta principal, sino que rodeamos la casa real para ingresar por la entrada del servicio. Pasamos por la cocina, la despensa y un corredor lleno de cuartos de empleados, en donde un guardia nos hace aguardar hasta avisarle al rey de nuestra presencia y una vez somos anunciadas, nos guían hasta una alcoba en el piso superior.

—¿Qué hacen aquí? —Se sorprende al verme también en el lugar —. Más vale que tengas una buena excusa para traer a esta jovencita, porque no estoy interesado en tríos sexuales con la novia de Stefan, a menos que Emily oculte un lado lascivo que quiera liberar esta noche.

—Le exijo que me respete, majestad. —No me resisto en responder.

—Le sugiero que tenga cuidado en cómo me habla. No se le olvide que soy el rey de Mishnock y usted una simple plebeya. Aquí no está el imbécil de Stefan para defenderte.

—¿Por qué habla así de su propio hijo?

—Creo que no han venido a darme sermones de crianza —discrepa, sentándose en una silla frente a la cama —, así que suelten su argumento rápido o quítense la ropa, no tengo tiempo que perder.

Desabrocha el chaleco de su traje y lo lanza a sus pies. Me contraigo por un segundo, pensando que seguirá con su camisa, pero no, solamente pasa los dedos por sus ojos, frotándolos con cansancio.

—Estoy embarazada —revela Rose sin filtros.

—No estoy para bromas en este momento, Alfort. —Advierte sin mirarla.

—No bromeo. En realidad lo estoy.

—¡No estoy para juegos, Alfort! —Grita, haciéndonos sobresaltar.

Las venas en su cuello se revelan ante la ira que conforma su cuerpo. Su rostro se torna rojo y sus ojos amenazan con acribillarnos si en los próximos segundos no decimos que se trata de una mentira.

—Aún no me explico como paso, pero es ve...

—No se te ocurra volver a decirlo —Se abalanza sobre ella con violencia y toma su rostro, apretando sus mejillas.

Por instinto me muevo asustada antes de que con su otra mano me tome a mí. Me levanto y voy hasta la puerta, sin embargo, soy halada del cabello cuando alcanzo el pomo.

—Vuelve a tu maldito sitio —Me ordena, alejándome de la salida.

—La respiración de ambas se agita. Mi corazón bombea atropelladamente y el vacío en mi estómago da cuenta de lo nerviosa que estoy.

—Si nos hace algo voy a gritar. —Le advierto.

—Este es mi palacio, por ende mis reglas. Nadie se mueve sin que yo lo autorice y te aseguro que nadie entrará aquí a menos que yo lo permita. Pórtate bien, si quieres salir viva.

—No es mi culpa que este en este estado. —Interviene Rose.

—Que te calles la boca. No vuelvas a repetir tal aberración —la golpea repetidamente en la frente con la punta de su dedo índice.

—¡No la toques! —La defiendo.

—No te metas en esto. No creas que por ser la novia de Stefan voy a tener consideración contigo.

—Déjala allá —pide ella, desviando la atención —. Solo quiero saber que haremos a continuación con el bebé.

—Aún no hay nada y jamás lo habrá. ¿Entiendes? Nos vamos a deshacer de ese maldito estorbo,  haremos como si nada hubiese sucedido y más te vale que esto no vuelva a ocurrir.

—Es injusto. No estás teniendo en cuenta mis deseos de ser madre.

—¿Piensas que me interesa lo que tú quieras? Mil veces me repetiste que no querías serlo. ¿Crees que no sé lo que buscas? Soy el rey de Mishnock, poderoso, inalcanzable, rico. Cualquiera anhelaría cargar en su vientre un Denavritz engendrado por mí, pero tú estás muy lejos de merecerlo. Eres la distracción de un hombre importante, nada más.

Ni siquiera puedo digerir lo que profesa. La falocracia en su discurso, en su pensar y en sus acciones es una completa atrocidad.

—Ahora lo estoy y no hay nada que podamos hacer.

—Hay mucho y ahora mismo nos vamos a encargar de esto.

—No se atreva a tocarla —exijo cuando se acerca a ella y la toma del pelo tal como lo hizo conmigo.

—Creo que a ti te coceré la boca si continúas interviniendo.

—Es el peor rey que ha tenido Mishnock.

—Me importa poco el concepto que tengas sobre mí. Soy el rey y ustedes son solo dos cabezas más dentro de mi reino.

—Si le pone una mano encima se lo diré a Stefan.

—Él no es más que lo mismo que ustedes representan —se burla —. No hay nada que pueda hacer contra mí.

—Silas, tienes razón —Rose vuelve a hablar —. Esto es un error que hay que solucionar, pero quiero hacerlo sola. Déjanos ir y te aseguro que no nos volverás a ver.

—¿Juzgas que es así de sencillo? Voy a matarte, te lo juro por mi vida que voy a matarte por complicar mi vida.

—Esto no es únicamente mi responsabilidad.

—¿Y qué pensaste que haría? ¿Qué me divorciaría de mi esposa para criar el bastardo de una cualquiera? —se burla, desbordando racismo —. Las mujeres como tú solamente sirven para un momento y si ya no son útiles, se desechan y en este instante me estás molestando.

—Le juro que me encargaré de hacerle ver al mundo la clase de rey que es usted. —Me armo de valor al decirlo.

—Adelante, inténtalo. Nada más me costará un chasquido asesinarte.

—Es usted una esc... —Me amenaza con la mirada y a pesar de toda la ira que siento no me queda otra cosa que callar.

—Eso, obedece a tu rey, Emily Malhore, porque no quiero imaginar que sería del mundo sin la familia del perfume.

—No se atreva a hacerles daño.

—Todo dependerá de tu amiga. Tú —señala a Rose —te quedarás en el palacio para que nos podamos deshacer de ese problema hoy mismo y puedas seguir siendo útil para mí —y tú —me mira —. Mantendrás la boca cerrada si no quieres que sea Erick quien pague las consecuencias. Debes imaginar cuan fácil es enviar a un hombre a la perfumería y dispararle.

Le temo, de verdad lo hago. Porque sé que es capaz de llevarlo a cabo. Siento ira al ver cuan tontos somos en Mishnock por creer en un soberano que solo nos usa a su beneficio y nos saca del camino cuando ya no le servimos.

—No la voy a dejar aquí con usted. Me quedaré con ella si es necesario.

—No estoy pidiendo tu permiso. Tú te largarás de aquí mientras se resuelve este asunto. ¿Aunque sabes una cosa? Hazme el favor y termina con Stefan, ahorrémonos el tener que vernos la cara nuevamente.

—No me alejará de él y tampoco de Rose. —Me mantengo estoica.

—Ella no saldrá de aquí sin mí —me apoya —. Lo mejor es que no dejes ir a ambas.

—¿En serio consideran que les haré caso?

Él intenta decir algo más, pero se queda en silencio cuando oye pasos resonar en el pasillo, acercándose con violencia. Las respiraciones briosas y el agite llegan hasta la puerta que hace poco luchaba por tocar.

—Alteza, lo mejor es que no se acerque. —Se oye casi como un milagro.

—¡Stefan! —grito tan fuerte como puedo, haciendo que el rey me lance un golpe a la cara que me hace sangrar la boca.

—¡Abre la maldita puerta, Silas! —golpea la madera con fuerza, provocando temblores en el marco —¡Ábrela ahora mismo!

—¡Lárgate en este instante! —brama de vuelta —¡No es tu asunto!

—Te juro que si no sales ahora mismo abriré las bóvedas y dejaré que pueblo entre a robarse el poco oro que nos queda. No es una advertencia, es una amenaza.

—Cuidado con tus amenazas, porque no me quedaré aquí toda la vida y pagaras cada palabra que salga de tu boca en este instante —amedrenta con voz firme —. ¿Por qué estás aquí? ¿Quién te alerto? ¿Fue Atelmoff? Ese idiota que se ha tomado el papel de padre ¿no es así?

—No desvíes la conversación y abre la perta ahora mismo —continúa golpeando la puerta —. Estás mal de la cabeza. Es a mi novia a quien tienes allí adentro. ¿Qué haces con ella?

—No te atrevas a abrir la boca o te juro que aquí mismo asesino a tu amiga —me amenaza en un susurro antes de dirigirse a su hijo —. Es algo que no te interesa, Stefan. Ya te explicará ella cuando terminemos.

¿Intenta hacerle creer que estoy con él? Es un demente, una escoria.
Rose me mira, casi rogándome que haga algo, pero no puedo. No quiero que la lastimen. Silas aún no la suelta. Sería en vano intentar cualquier estrategia para salir y no quiero que la lastimen, no si yo estoy presente para impedirlo.

—¿Piensas que voy a tragar esa basura? —le responde convencido, conociéndome bien —¿Qué me harás dudar de Emily? ¿Tan estúpido me consideras?

Busco en la habitación algo que pueda ayudarme, aprovechando la distracción que se ha creado por su discusión con el príncipe. Mi mirada recorre cada rincón de la alcoba, pero no veo nada lo suficientemente contundente para derribarlo. El rey Silas es corpulento y alto. Un simple golpe solo aumentará su ira.

—Este problema no era con la plebeya, ella misma se ha metido en él por entrometerse en donde no la han llamado.

—Entonces déjala salir.

—No puedo. Ella abrirá la boca. Mi imagen ante el pueblo está por los suelos, no necesito otro escándalo o nos harán un golpe de estado.

Perderemos los dos, Stefan. —Puedo escuchar el miedo en su voz, la desesperación que le causa la posibilidad de perder el poder.

—Buscaremos una solución a lo que sea que hiciste, tal como lo hemos hecho siempre. ¿Piensas que haciéndole daño lograras algo? —intenta convencerlo.

—¡Ella no es el maldito problema! ¿Qué no escuchaste?

—Explícame entonces.

—No puedo. Esto deberá hacerse en privado, no puedo mencionarlo en voz alta.

—¡Es Rose! —Levanto la voz, dándole una pista.

—¡Cállate la maldita boca! —Exige, propinándome otro golpe en la cara.

Mi labio empieza a sangrar todavía más y mi cabeza a doler por medio de grandes punzaciones. Rose grita y el rey entonces hace lo mismo con ella. Stefan se desespera al otro lado, llama con más fuerza, con agonía, pero su padre se niega a abrir la puerta.

—Asumiré la culpa —le propone de repente —. Lo que sea que hayas hecho diré que fue mi causa y recibiré el castigo que quieras darme para que limpies tu nombre al vender el papel de un soberano justo, que no le importa condenar a su propio hijo si este se equivoca. Te doy mi palabra, por mi honor, Silas. La única condición es que dejes salir a Emily.

—No me iré sin Rose, lo siento, Stefan. —Advierto con las lágrimas llenando mis mejillas.

—Escúchame, cielo. No me puedes pedir que te deje ahí —intenta mediar, pero no hay nada que me haga cambiar de parecer —. Lo hago para protegerte. No tires en vano mi esfuerzo.

—Ella es mi amiga, la conozco desde que tenía cuatro años. Soy incapaz de abandonarla cuando sé lo que tu padre quiere hacerle.

—Silas, déjame entrar. Entre los cuatro buscaremos una solución. Te juro que voy desarmado.

—No soy idiota. Estoy seguro de que tienes un arma en la mano y mi vida vale mucho más que la de estas dos mujeres, incluso mas que la tuya.

—No es así, pero la tendré si no abres la puerta en este instante.

De mala gana y sin soltar a Rose va hasta ella y le da acceso a su hijo, quien para mi mala suerte decía la verdad. No tiene nada en la mano.

—Esta embarazada —le suelta de inmediato —. No puedo tener un bastardo y menos con una meretriz de esa raza. Eso acabaría con el poco respeto que tienen de mí.

—Eres un maldito —Rose escupe ante la manera en como habla sobre ella —. Una completa basura.

—Voy a disfrutar verte morir si continúas hablando.

Stefan viene directamente hacia donde me encuentro, revisa mi herida y la limpia con un pañuelo de su bolsillo.

—Viniste aquí a darme una solución. No a socorrer a la plebeya. —Insta su padre.

—Debes irte de Palkareth, así no podrán acusarte de lo que sea que ocurra si alguien llega a abrir la boca. La culpa será toda mía y la asumiré como siempre lo he hecho.

—Si me voy, no harás nada.

—No tienes nada que perder y yo lo tengo todo. Ve a Cristeners. Anuncia hoy el plan de educación gratuita y di que viajaras para encontrarte con los Wifantere y solicitarles el respaldo al proyecto. Eso justificará tu partida.

—Aún no confío del todo en los Wifantere. Traicionaron a su futuro yerno, no dudo que hagan lo mismo conmigo. Además, si me voy de aquí no te encargaras de nada. Te conozco. La plebeya te llevará a la cama y te convencerá de no asesinar a la meretriz.

—Y no lo haré. Nos desharemos del feto nada mas.

—¿No entiendes? La quiero muerta. En algún punto abrirá la boca y todo se vendrá abajo.

—No, le juro que no lo haré. —Rose se defiende —. Me iré de Mishnock hoy mismo. Tengo ahorros y con ese me marcharé al reino mas lejano en el mapa y jamás volveré.

—No puedes tener un Denavritz. Mis genes con los de tu especie no pueden mezclarse.

—Soy una persona, no un animal.

Shelly nos lo advirtió y no le hicimos caso. ¿Por qué fuimos tan estúpidas en venir?

—Yo me encargaré del feto. —insiste Stefan —. Se irá sin él, lo juro por mi honor.

—¿Y la perfumista?

—Ella no dirá una palabra o su familia sufrirá las consecuencias —asegura mirándome, pero en sus ojos no hay amenaza alguna.

—No me fio de ti, Stefan.

—Ponme la vigilancia y condiciones que desees.

El rey lo piensa, soltando por fin a Rose, quien corre a protegerse a mi lado. La cubro en un abrazo con mi brazo izquierdo, mientras con el derecho sostengo el pañuelo que Stefan me ha dado contra mi boca.

—No dejes que me asesine —susurra en medio de su llanto —. Convence al príncipe, Emily.

—Nada va a pasarte. Te lo juro.

—Traeré a tus tíos Pantresh. Ellos te vigilaran y me reportaran si has hecho bien o no tu trabajo.

—Lo tomo. Escríbeles hoy mismo para que partan lo antes posible mientras tú vas a Adnerb, Cristeners.

—Ya dije que no viajaré allá. Me iré al lugar de siempre —pasa las manos con agitación por su cabello oscuro, ya plagado de canas —. Llevaré a tu madre conmigo o de lo contrario sospechará cuando venga su hermano y cuando regrese no debe existir ningún embarazo. Haré que un médico lo compruebe.

—Cumpliré. Deja esto en mis manos.

—Por primera vez en mi vida te daré un voto de confianza. Si lo arruinas, yo voy a arruinarte a ti.

Sus ojos muestran cansancio y las bolsas debajo de ellos son la prueba de esto. Su postura ya no es recta, ahora está encorvado. No es la imagen del rey que siempre impone en la plaza de Palkareth sobre el balcón real. Aquí es un hombre con miedo y una ansiedad silenciosa que lo consume lentamente.

—Ella se queda aquí —señala a Rose —. No podemos dejarla salir y permitir que se escape.

—No —me resisto —. Ella se irá conmigo. Aquí no pienso dejarla. Estará en mi casa, lo prometo. Pueden custodiarnos con algún guardia. No saldrá de allí ni un instante, pero no la dejaré. Solo vendrá cuando las personas que mencionan hayan llegado.

—Claro que no y tampoco estas en condiciones de negociar.

—No compliquemos más las cosas —Stefan me apoya —. Las enviaré con dos guardias. Uno en frente y otro detrás de la casa. No tendrán manera de fugarse. Pero ahora es momento de que te prepares para el discurso, no hay tiempo que perder.

Nos mira, iracundo. Con un odio que jamás había visto en alguien, ni siquiera en el rey Lacrontte.

—Que sean cuatro. Dos en cada lado, de día y noche. Bajo el sofocante sol o la tempestuosa lluvia —acepta finalmente —. Y cuando acabes con el problema quiero me envíes evidencia o no regresaré.

—Por mi honor, Silas.

Es cuestión de tiempo para que se arrepienta, traicione a Stefan y venga por las dos. Debemos actuar rápido o no quedará ningún testigo que revele su verdadera cara.
Hay que hacerlo caer. Es ahora o nunca.

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