El perfume del Rey. [Rey 1] Y...

بواسطة Karinebernal

29.2M 2.2M 4.9M

Emily Malhore es hija de los perfumistas más famosos del reino de Mishnock. Su vida era relativamente sencill... المزيد

YA DISPONIBLE EN FÍSICO.
Nota importante antes de iniciar la lectura.
Mapa de la trilogía.
Capítulo 1.
Capítulo 2.
Capítulo 3.
Capitulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7.
Capítulo 8.
Capítulo 9.
Capítulo 10.
Capítulo 11.
Capítulo 12.
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15.
Capítulo 16.
Prueba.
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Extra Emily.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30.
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo Final Parte I
Capítulo Final PARTE II
DETALLES DEL LIBRO EN FÍSICO.

Capítulo 17.

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بواسطة Karinebernal

El señor Field hoy estuvo actuando extraño, me miraba ocasionalmente y no sé si era por las preguntas que le estaba haciendo sobre las razones que movían la guerra entre Mishnock y Lacrontte, las cuales no me quiso contestar o por las marcas extrañas que tenía en sus manos y que se perdían debajo de las mangas de su camisa.

Tras terminar camino sola hacia la salida del edificio de tutorías pues Mia no logro ponerse en pie tras la fiesta de ayer, así que le rogó a mamá faltar a clases por el día de hoy.
Al llegar a la acera encuentro al general Peterson afuera del edificio en su traje militar azul y vino, aguardando pacientemente, y admito que mi primera reacción al verlo, fue llenarme de miedo. ¿Le ha pasado algo a Liz o a Stefan?

—Hola, Emily —Sonríe al verme, dándome un parte de tranquilidad.

—No esperaba verte por aquí. ¿Ha ocurrido algo grave?

—No, claro que no —avanza hacia mí —, pero me resulta urgente el hablar contigo. ¿Puedo acompañarte a casa y decírtelo en el camino?

Acepto ansiosa por conocer el motivo de su viaje hasta aquí. En muy pocas ocasiones hemos tenido la oportunidad de cruzar palabras y el que se aparezca de la nada, solo puede significar que tiene algo importante que decir.

Mientras andamos se nota nervioso, juega con sus manos sin cesar y comienza frases que nunca termina. Realmente es algo crucial y la preocupación se está apoderando de mí.

—Daniel, puedes contarme sin temor —aseguro.

Detiene el paso de manera abrupta y me mira como un pequeño asustado.

—Quiero casarme con tu hermana —suelta sin filtros —. Es decir, voy a hacerlo.

Me pasmo al instante con el corazón volcado de la impresión.
La imagen de Liz como una mujer casada y el hecho de que se irá de casa a formar su propia familia invade mi mente.

—¡Por mis vestidos, Daniel! —exclamo incrédula —¿No crees que es algo apresurado? ¿Y por qué estás tan seguro que ocurrirá?

—Vaya que sí lo creo y esa es la razón por la que he venido hasta ti. ¿Recuerdas la reunión que tuve con tu padre hace unos días?

—Por supuesto. Pediste formalmente salir con Liz.

—Si, pero el señor Erick me pidió algo más. Algo que ayudara a calmar de alguna manera las habladurías que están haciendo sobre tu hermana.

—¿Papá te pidió que te casaras con Liz?

—No, él no mencionó el matrimonio.

—Pero fue indirectamente, así lo veo yo. No te quieres casar de verdad con Liz, lo haces para calmar los rumores que se han esparcido de ella.

—Yo la quiero muchísimo, Emily. No me malinterpretes.

—Sin embargo, no lo amas.

—Mira —se detiene nuevamente para encararme —. Nunca había sentido algo como lo que siento ahora. Ella es especial, es todo para mí.

—No quieres casarte con ella por el momento, lo haces por obligación.

—Puede que crea que no es el tiempo indicado, pero en el fondo sé que vamos a terminar casados. Te lo juro. Los sentimientos que he albergado me llevan a pensarlo.

—Quiero que te cases con ella cuando estés cien por ciento seguro, Daniel, no así.

—Yo quiero hacerlo, lo digo en serio. Es la mujer que deseo para el resto de mi vida, solo quiero saber si ella está preparada para dar ese paso.

—¿Lo que me preguntas es si en realidad mi hermana te ama lo suficiente como para aceptar ser tu esposa?

—Sí, en pocas palabras es eso.

—Liz te quiere, eso es seguro, pero no puedo darte una respuesta. Necesitaría tiempo para analizar la situación.

—¿Cuánto tiempo?

—Algunos días, pero te adelanto que seré sincera con ella respecto a lo que padre te insinuó.

—Eso solo traería problemas.

—Ella merece saberlo. A mí me gustaría que me lo dijesen.

—Nos harás discutir y meterás a tu padre en líos también.

—Sabrán arreglar la situación. No voy a ocultarle lo que te movió a hacerlo. ¿Aceptas o no?

—De acuerdo, supongo que es lo correcto —cede a mis términos, no muy convencido —. Ahora, quiero hablarte de otra cosa.

—¿Es grave?

—Beneficioso para ti. Recuerdo haber escuchado a tu hermana mencionar el nombre de su mejor amigo.

—¿Edmund? —repongo confundida al no entender por qué saca este tema.

—Si, Edmund Rutheford y es que... —rasca su nuca con algo de ansiedad —. Stefan me pidió que me encargara de ese sujeto y voy a hacerlo en estos días.

—¿Hablas en serio? —pregunto esperanzada —¿Ya lo tienen?

En este momento no sé si siento tranquilidad o inquietud, pero debo admitir que me gusta la idea de saber que ya no me estará acechando.

—No, pero esperamos tenerlo pronto en los calabozos del palacio, porque queremos erradicar el problema de raíz.

—¿Van a asesinarlo? ¿Dónde está su familia? ¿Les hicieron algo?

—No hemos tocado a su familia. El objetivo es solamente él —afirma, tranquilizándome —. Stefan quiere sacarlo de Mishnock para que así no tengas que volver a cruzarte con él y te sientas segura en cualquier lugar al que vayas.

—¿Y cómo hará eso?

—No me ha contado muchos detalles. Por ahora solo me pidió que lo capturará, pero no he podido encontrarlo. Tengo su dirección, sin embargo, allí no hay nadie. He designado un hombre para vigilar su casa, no obstante, parece inhabitada.

—Fui a buscarlo con mi hermana hace unos días y no pudimos hallarlo tampoco. Creo que se está escondiendo y llevo a sus padres consigo.

—No debes preocuparte, yo me encargaré de encontrarlo. Ahora soy el responsable de tu seguridad y pienso hacerlo bien.

Continuamos el camino a casa y en medio del silencio caigo en cuenta que casi nunca estoy a solas con un militar y sé que es difícil hablar con Stefan sobre el tema de la guerra, así que quizás el general me dé alguna información adicional que me ayude a entender todo este asunto.

—¿Te puedo hacer yo una pregunta ahora? —Pido, mirándolo.

—Claro, la que quieras.

—¿A qué se debe la guerra con el reino Lacrontte?

—Emily, esos son asuntos oficiales que no tengo permitido comentar al respecto. Es mi código de honor, no puedo romperlo.

—Sabes que no diré nada.

—No es que no confíe en ti, es que lo tengo prohibido.

—Escucha, sé que hace algunos años la guerra había cesado, al menos por un tiempo. ¿Qué ocurrió para que se reavivara?

—¿Emily, vas a seguir insistiendo?

—Es solo historia, no es algo que no puedas contar.

Suspira frustrado, mientras se debate entre sí debe contarme o no.

—Hace trece años, Mishnock realizó un atentado contra Lacrontte —inicia, midiendo bien sus palabras —. Un gran ataque que marcó la historia de la nación enemiga.

—¿Qué ocurrió exactamente?

—No lo sé, son secretos de guerra que desconozco. Solo te digo lo que escucho.

—¿Qué paso después?

—El reino Lacrontte se vino abajo. Quedo vulnerable y según los relatos de los altos mandos, fuimos superiores a ellos. Estaban en nuestras manos por quizás unos 3 años y luego todo cambió.

—Volvió la guerra —afirmo al comprender.

—No solo la guerra, Emily. En la nación de Lacrontte se volvieron despiadados, sanguinarios y calculadores. Arrasaban con todo a su paso, comenzaron a conquistar y colonizar, quitaban de su camino a quienes no les sirviese.

¿Qué es lo que ocultan los dos reinos? ¿Qué pudo hacer Mishnock para levantar la ira sin piedad del rey Lacrontte?

—Avanzaron en muy poco tiempo, reponiéndose del daño que les causamos —continúa contando, sin mirarme —. Su tecnología alcanzó grandes niveles y su desarrollo como nación fue imparable. Por eso hoy en día es el reino más poderoso que existe.

—Creyeron que con el ataque los acabarían y lo que hicieron fue alentar su dominio.

—Exactamente. Lo único que lograron fue volver a su enemigo más grande y agresivo. Desde entonces vivimos bajo sus pies, luchando por no ser sometidos a su incontrolable furia.

—¿Se han adueñado de algún reino?

—Lacrontte siempre ha tenido una gran extensión de tierra debido al gobierno de Meridoffe, desde entonces siempre han estado adueñándose de reinos pequeños.

Daniel me pide que no pregunte más sobre el tema, por lo que decido respetar y guardar silencio hasta llegar a casa.
Una vez arribamos se despide antes de que alguien pueda verlo, pidiéndome en un susurro que hable lo antes posible con Liz, por lo que al entrar inmediatamente voy a su habitación para resolver el asunto del compromiso.

—¿Cómo estás, hermanita? —pregunto nerviosa, de pie bajo el marco de su puerta.

—Bien, pero tu manera peculiar de entrar me causa desconfianza ¿Pasa algo, Emily? —inquiere al ver mi ansiedad.

—No, nada malo. —Me acomodo sobre su tocador.

—Es decir que sí sucede algo.

—Bueno, quizás, la cosa es que te tengo una pregunta. ¿Crees que te puedas enamorar de alguien en muy poco tiempo? —Suelto sin más.

—Sí, considero que es posible. —responde luego de un rato.

—¿Tanto así como para casarse?

—¿El príncipe te ha pedido matrimonio? —El estupor la inunda.

—No —aclaro de inmediato —. Solo es curiosidad.

—Bueno, Mily. Eso depende de ti, de lo que sientas, pero opino que es posible.

—Dímelo desde tu perspectiva.

—¿La mía? —Asiento ansiosa, esperando que diga las palabras que quiero escuchar —. Yo quiero a Daniel y llevamos poco tiempo juntos, pero si de algo estoy segura, hermana, es que estaría feliz de pasar a su lado el resto de mi vida.

—¡Estás enamorada, Liz!

—Como nunca creí estarlo. Él es perfecto, Emily. Es caballeroso, dulce y hace esa cosa con la nariz que me resulta encantadora.

—¿Qué? ¿Respirar?

—Eres una tonta, Emily Ann.

En este momento ya hay una parte resulta. Ambos sienten lo mismo uno por el otro, sin embargo, antes de darle una respuesta al general prometí hacer algo y voy a cumplirlo.

—Liz, no sé cómo vayas a tomar esto —inicio dudosa —, pero es necesario que lo sepas. ¿Cómo te sentirías si te digo que papá le insinuó a Daniel que buscara alguna solución para acallar los rumores que se han levantado bajo tu nombre por lo que pasó en su fiesta de cumpleaños?

—Padre no haría eso —repone, convencida.

—Yo no pienso que lo haya hecho con mala intención —continuo como si no la hubiese escuchado —. Además, no dijo exactamente lo que quería que Daniel hiciera.

—Espera, ¿estás diciendo que Daniel quiere pedirme matrimonio porque papá se lo ha insinuado?

—No —respondo a la defensiva —. Es decir, él te quiere muchísimo.

Sale furiosa de la habitación y la escucho bajar las escaleras apresuradamente. Salgo tras ella y le pregunto desde el balcón hacia donde se dirige, pero solo me responde cuando llega a la puerta.

—A la perfumería. Papá tiene que escucharme. Orilló a Daniel a querer pedirme matrimonio.

—Papá no hizo eso, no le obligó a nada. Sabes bien que él no haría nada que nos lastimara.

—Quizás a ti, porque eres su favorita, pero yo disto mucho de tener esa posición y es una arbitrariedad el querer influir en mi relación.

Sale de casa, dando un portazo que hace que mamá salga de su alcoba y exija una explicación que no sé como comenzar a dar.

Es probable que papá se enoje conmigo, por lo que debo buscar una solución para huir de los reclamos que va a hacerme, por tal, voy a mi cuarto, tomo papel y pluma y comienzo a escribirle una carta a Valentine, diciéndole que convenceré a mamá de permitirme quedar en su casa por el fin de semana para que de ese modo podamos ir a la fiesta en Lacrontte.

••••

Es viernes por la tarde y ya me encuentro  caminando hacia la casa de Valentine con la maleta que he preparado. Padre no estaba convencido en dejarme venir, por lo que mamá tuvo que intervenir, alegando el hecho de que sería bueno para mí estar fuera de casa mientras a Liz se le pasa el enojo, pues sorpresivamente ha sido ella quien me dejo de hablar en vez de papá.

—Buenas tardes, señorita Malhore —me saluda la doncella, mientras me adentro en la casa.

—Hola, Emily —aparece Taded, bebiendo de un vaso un líquido anaranjado —¿Quieres? —ofrece extendiendo el envase.

—No, por ahora estoy bien. Gracias.

—Si necesitas algo, avísame.

—Eres todo un caballero.

—Eso me han dicho —Junta los hombros, restándole importancia al halago —. Traeré a Valentine para ti.

Da media vuelta y se escabulle hasta las alcobas. Taded me recuerda a Stefan, creería que así puedo haber sido cuando era un niño. Atento y sonriente.

Thomas, el otro hermano Russo reposa en el sillón de la sala leyendo concentradamente un libro. Él me resulta mucho más difícil de tratar. Parece siempre estar distante. Es callado, serio y muy maduro.

—Señorita —habla sin levantar la vista del libro.

—¿Puedo saber que lees? —pregunto en un intento por hacer conversación.

—El arte de la guerra, tomo II —responde con naturalidad —. Es un libro Lacrontter.

—Vaya, es un tipo de lectura muy interesante dada tu edad.

—Mi edad no define mi inteligencia —replica de inmediato —. Eso fue lo que dijo el rey Magnus cuando lo coronaron.

—¿Te gusta mucho el rey Magnus?

—Supongo que pregunta si lo admiro. Siendo así, sí, lo admiro en demasía.

No puedo creer que este niño tenga once años. Parece un adulto encerrado en el cuerpo de un pequeño.

—¿A pesar de todo lo que dicen de él? —cuestiono intrigada por conocer su punto de vista.

—Al rey Magnus no le importa lo que digan de él y a mí tampoco. Es un soberano fuerte, quizás un poco violento, pero sin duda es un gran monarca y para mí es un ejemplo a seguir.

No sé qué responder, es decir, tengo el mismo concepto que la mayoría de los Mishnianos. Sabemos que es sanguinario, fascista y militarista. Nada bueno puedo salir de esa combinación.

—Te dejo con tu lectura.

—¡Querida! —grita Valentine, surgiendo de los pasillos a paso acelerado —. Amadea esta en mi habitación, probándose algunos trajes. Vamos —me extiende la mano —. La modista puede hacerle arreglos al tuyo si lo necesitas.

—Tú también iras a la fiesta en Lacrontte —cuestiona Taded bebiendo de su jugo.

—¿No te cansas? —pregunta Valentine ante el ruido que hace al consumirlo.

—No, ¿por qué lo haría? Solo es beber de la pajilla.

—Tu hermano me recuerda a Stefan —revelo.

—¿También hace ruidos al beber?

—No, me refiero que es tierno.

—¿Conoces al príncipe? —consulta Taded, levantando la cabeza para mirarme.

—Es su novia —informa Valentine, orgullosa.

—¿Eres su novia? —dice entristecido.

—Así es.

—Entonces no tengo ninguna oportunidad.

—Taded quién diría que eres tan galán. —Se burla su hermana.

—Quien diría que es tan tonto —menciona Thomas, entrometiéndose en la conversación.

—Guarda silencio a ti te gusta Amadea —se defiende enojado.

—Esta discusión está llamativa, ¿no hay ningún amigo de ustedes al que yo le guste?

Ambos se miran por un momento y luego responden al unísono —No.

—Pues, cambien de amigos —replica ofendida, antes de tomarme de la mano, guiándome a su habitación en donde efectivamente hay una mujer mayor, colocando alfileres sobre el ruedo de la falda de un vestido turquesa que usa la joven Maloney.

—Emily, que bueno que viniste ¿Qué tienes tú? —me pregunta —Creo que todas deberíamos tener el mismo estilo, si vemos que tienes podríamos buscar algo similar.

Saco de mi maleta el traje que he traído para la ocasión, uno color lima y solo basta extenderlo frente a ellas para escuchar jadeos de horror de su parte.

—Em, no te ofendas —inicia Valentine —, pero eso es algo demasiado sencillo. Este es un evento muy, muy elegante.

—Mi vestido es bonito ¿no? —Interrogo contrariada.

—Sí, sí, nadie dice lo contrario. Solo que es muy... —Sus palabras quedan en el aire al no encontrar la manera de explicarlo.

—Simple —complementa Amadea —. Mañana hay que darlo todo o quedaras opacada.

—Bueno, no he traído nada más. Creí que este estaba bien.

—Debemos buscarte uno.

••••

Pasan algunos minutos antes que se decanten por alguna de las confecciones de la modista y me ofrezcan un atuendo acorde para mí. Se trata de un color metal rosáceo con grandes realces en la tela que crean protuberancias Irregulares. Tiene un escote llano y tirantes rectos, además de un corsé que atenúa mi figura y una espesa falda que cae en cascada, con una fina abertura en la zona derecha que deja al descubierto un poco de mi pierna.

—Muchísimo mejor —recitan mientras me veo en el espejo.

—Es bonito. —Les doy la razón.

—Es elegante y eso es lo que importa.

—Me siento peor, que cuando me preparé para ir a casa de Willy —informa Valentine, visiblemente estresada.

—¿Fuiste a su casa? —cuestiono sorprendida por ese detalle y ella asiente — ¿Antes o después de la gala benéfica?

Antes. Es la casa más pequeña que he visto en mi vida, pero muy acogedora. Su madre es la mejor cocinera del mundo y sus hermanas son preciosas. Se llaman Erina, Ciara y Leina. Creo que voy a intentar ser su amiga para que me inviten a visitarlas y así ver a Willy. A decir verdad, no las estaría usando porque si me agradaron en serio.

—¿Quién es Willy? —interroga Amadea.

—Mi futuro novio. Es un amigo de Emily y mío también.

—Te adjudicas la amistad de muchas personas que no te consideran una igual.

—No estas al tanto de mi relación con él, así que no opines, por favor.

Pienso en la manera en la que Willy miró a Rose cuando la conoció. No quiero crear falsos rumores sobre aquel encuentro, pero se notó en su rostro cuanto le llamó la atención mi amiga de infancia. De cualquier modo, prefiero reservarme ese detalle porque puedo estar equivocada y rompería las ilusiones de Valentine en vano.

••••

Después de empacar, nos aventuramos a un viaje largo hasta Mirellfolw, Lacrontte.
Arribamos en un hostal en donde nos vestiremos y dejaremos el equipaje.

—Nos devolveremos el domingo por la mañana para poder regresar a casa en la noche ¿cierto? —pregunto preocupada cuando entramos a la habitación.

—Si, no te preocupes. Tu padre no se enterara de que estuvimos fuera de Mishnock.

—A todas estas. ¿De qué es el evento?

—Es una fiesta de cumpleaños, Em. De una de las personas más importantes del reino.

—No me digan que es del rey Magnus.

—Claro que no. Su cumpleaños ya pasó.

—¿De su esposa? —Indago, pero rápidamente me doy cuenta de que no puede ser posible, no después de lo que dijo Remill, su sastre.

—De su abuela. Hoy cumple la ex reina Aidana Lacrontte.

—¿Eso quiere decir que el rey va a estar presente? —digo con desánimo. Lo último que quiero es verlo, prefiero quedarme encerrada en esta habitación.

—Sería extraño que no asistiese. Es la madre de su padre.

Creo que primero debí preguntar a que veníamos exactamente porque después del rato tormentoso que ese hombre me hizo pasar, no deseo tenerlo cerca.

—Creo que mejor no iré.

—¿Estás bromeando? Viajamos casi todo el día, no te puedes quedar encerrada después de triunfar.

—Sabes lo que viví con él —le recuerdo a Valentine.

—No te notará, va a estar ocupado con su familia. Tampoco es como si nos fuésemos a sentar en su mesa o en las próximas. Estaremos bastante lejos.

—¿Segura? —continuo dudando

—Absolutamente, así que levántate y ponte el vestido que has traído.

Nos arreglamos con prisa y corremos hasta el palacio, lugar en el que llevará a cabo el evento. Valentine es quien toma la vocería y explica que venimos en reemplazo de sus padres, por lo que rápidamente nos dejan pasar al salón, el cual es toda una proeza de paredes blancas y labrados dorados que suben, bajan y se enredan en cada muro como si se tratase de un bordado fino.

En el centro del salón están cinco personas conocidas para mí a excepción de una. La exreina Aidana, el rey Gregorie, la princesa Lerentia, mi verdugo, el rey Magnus y una mujer de cabello café y ojos esmeralda. Todos con copas de champaña en la mano.

—Mi querida Aidana —toma la palabra la princesa de Cristeners —gracias por darme al hombre que más feliz me hace en el mundo, no podría imaginar mi vida sin él y eso se lo debo a Georgiana y a ti, porque ambas han hecho de Gregorie un ser magnífico. No imaginas cuán dichosa me hace el estar aquí esta noche celebrando tu vida como la futura madre de tus nietos.

¿A esto se refería en Mishnock cuando dijo que tenía pareja? ¡Es la novia del rey Gregorie Fulhenor!

La exreina sonríe con ojos brillantes mientras mira la pareja y la sala se llena de vítores.

—¿Acaso ya se comprometieron? Ese rumor no ha llegado aún a mis oídos. Siento que he fracasado en mi labor. —Se queja Valentine.

—De ser así no creo que duren demasiado. Gregorie es un hombre muy dulce y ella es una antipática de primera línea.

—Primo, ¿quieres decir algunas palabras para la abuela? —Le pide el rey de Cromanoff al amargado Lacrontte, quien luce igual que siempre.

—Feliz cumpleaños, abuela —dice con esa voz profunda que me ha amenazado tantas veces.

—Estoy convencido de que puedes esforzarte un poco más.

—Muy feliz cumpleaños, abuela.

—Lo puedes hacer mejor —insiste.

—Lo que sea que le quiera decir lo haré en privado. No tengo por qué recitar mensajes delante de personas que no merecen escucharlas.

Es tan grosero con su familia que ni siquiera es capaz de hacer un esfuerzo por halagar a su abuela en su día.

Nadie alcanza a imaginar cuanto me desagrada este sujeto.

—Te pediría que cambies, pero te amo tal como eres.

La mujer lo toma de las mejillas, apretándoselas con fuerza. Él se muestra incómodo y adopta una actitud rígida frente a la muestra de cariño. No responde nada, no sonríe, sin embargo, tampoco se aparta.

—Si ustedes supiesen —ella se dirige a la sala —cuanto deseo agrandar la familia y convivir con pequeños que estos dos hombres me regalarán —toma a sus dos nietos del brazo —. No habrá en el mundo alguien más feliz que yo cuando es suceda.

Que la vida ayude a la mujer que traerá al mundo los hijos del rey Magnus, porque seguramente será una pesadilla aguantar a ese sujeto y a una miniatura de él mismo.

—No obstante, considero que lo más apropiado es dejar las palabras para después, porque estoy deseosa de bailar con alguien que no lo hace muy a menudo. —Le extiende la mano al soberano de Lacrontte, quien duda antes de aceptar.

—Solo una pieza —advierte e inmediatamente la música comienza a sonar.

—Es nuestro momento —me sacude del brazo Amadea —. Hay que buscar algún prospecto, algún soltero con el que bailar, sacarle conversación para que nos invite a una cita, enamorarlo hasta que nos pida matrimonio y convertirnos en Lacrontters.

—Ya yo tengo el mío. No le puedo ser infiel a Willy.

—De acuerdo, entonces ayúdanos a conseguir a alguien para nosotras.

—Soy novia de Stefan. —Le recuerdo.

—Que aburridas son. Debí venir con alguien más. Solo ayúdenme a buscar a un prospecto. No tengo muchos requisitos, simplemente que no sea tan mayor.

Comenzamos a recorrer la sala en busca de alguien. Lady Valentine le señala algunos invitados, los cuales Amadea rechaza, pues bajo sus ojos ninguno cumple con sus estándares.

—Creo que hay que ir a la pista —dice mientras más parejas se van sumando —. Siempre hacen cambios de compañeros de baile y si tengo suerte alguno me invitará a salir. Por favor acompáñenme, no quiero llegar sola al centro.

Cedemos y caminamos hasta allá, sumándonos lentamente al baile de la mano de tres jóvenes que nos invitan a bailar. Creo que jamás en mi vida había encontrado acompañante tan rápido.

Intento acoplarme al ritmo desconocido que bailan en Lacrontte para no verme como una descoordinada frente al muchacho de ojos negros que espera con paciencia que siga sus pasos.

El compás es veloz, por lo que me cuesta adaptarme al tratarse de una música movida y poco común en Mishnock.

Las parejas empiezan a girar y yo con ellas. Nos tomamos y soltamos de las manos. Formamos filas entre mujeres y hombres y zigzagueamos entre cada par de bailarines. Es así como rápidamente nos envolvemos en un cambio de parejas que me confunde y para cuando me doy cuenta Valentine y Amadea están totalmente lejos de mí, danzando con personas diferentes cada diez segundos. Siendo el rey Magnus quien no cambia de acompañante en ningún momento, pues se mantiene firme al lado de su abuela.

Doy un último giro antes de que la música se detenga y me deje frente al rey Gregorie. Él me toma de las manos con asentimiento de cabeza amable y entonces una melodía suave empieza a escucharse.

—Señorita. —Me saluda a medida que nos comenzamos a mover. Esta vez sin cambiar de pareja.

Vamos de un lado a otro, en círculos, líneas verticales y horizontales. Es un bucle al que me acostumbro fácilmente.

Saca un pañuelo de su bolsillo y lo extiende hacia mí para que tome el otro extremo. No sé de qué se trata esto, pero le obedezco y de inmediato veo como el resto de las parejas nos imitan, acercándose luego a Aidana para tocarla sutilmente con él.

—¿Qué se supone que es esto? —pregunto extrañada, mirando los ojos miel del rey que me acompaña.

—¿No eres de aquí? —cuestiona, contrayendo las cejas.

—No, señor. Soy de otro reino, de Mishnock.

—Una Mishniana entre nosotros —se sorprende —. Es un baile típico de Lacrontte para celebrar al homenajeado. Simula ser una caricia que se le da pasando una tela fina por sus brazos, cabello o espalda. Es básicamente un baile en honor a ella —explica brevemente a medida que nos acercamos y pasamos la seda por el brazo de la exreina sin tocarla en ningún momento con nuestras manos.

—Es una bonita costumbre —señalo cuando nos alejamos y otra pareja ocupa nuestro lugar para repetir la acción.

—Seis —susurra y no entiendo a lo que se refiere.

—¿Disculpe?

—Tenemos que tocarla según el número de años que esté cumpliendo. Somos doce parejas y mi abuela cumple setenta y dos años, por ende, hay que tocarla setenta y dos veces. Nosotros fuimos los sextos.

Vamos pasando una y otra vez hasta cumplir con el número total de años de la exreina y es ahí donde por fin nos soltamos.

—Un placer bailar con usted —me regala otro asentimiento —. Ahora si no te molesta, quiero bailar con mi abuela. —Guarda el pañuelo y me gira para cambiar de pareja, dejándome frente al rey Lacrontte.

Me paralizo al instante en que veo sus ojos enojados debido a la irrupción violenta que hemos hecho, separándolo de la mujer con la que bailaba.

—He dicho que no bailo con nadie más, Gregorie. Fui muy claro.

—Yo también quiero bailar con la abuela. No me lo puedes impedir.

—Bien, entonces me iré a sentar —anuncia, mirándome desde arriba con altivez.

—No dejes a la joven de pie en medio de la pista. Sería de muy mala educación.

—No bailo con nadie más —reitera enojado, volviendo a mirarme —. Arréglese el cabello, porque esta despeinada —Me ordena antes de marcharse, plantándome.

Valentine viene a mi rescate y me toma del brazo con cautela para sacarme del centro debido al bochorno que el rey Magnus me ha hecho pasar.

—¿Qué te dijo? —pregunta preocupada al notar mi rostro enrojecido por la vergüenza.

—Me dijo que me peinara —revelo, exasperada por la actitud de ese hombre.

—Es un grosero. No debió dejarte ahí parada.

—Comparto tu opinión. Es un patán.

—Tampoco lo digas en voz alta que ponemos terminar en problemas si llega a escucharte.

—Créeme, lo sé. Ya viví de primera mano sus histerias.

Nos devolvemos a la mesa, dejando en la pista de baile a Amadea, quien ya le sonríe a un chico y este a su vez a ella.

—Parece que ya encontró el predilecto para su plan de huir de Mishnock —comenta Valentine en intento por hacerme reír y olvidar el mal rato.

••••

Pasado un rato, el baile acaba y la exreina pasa a sentarse en la mesa principal. Una alargada que está frente del escenario y en donde las personas han empezado a aglomerarse con obsequios en la mano.

—Debemos ir a entregarle el obsequio a Aidana —proclama Amadea.

—Pueden ir ustedes sin mí, yo perfectamente esperaré aquí.

—¡No! —exclama como si hubiese dicho una aberración —Emily, todos deben ir a entregar el regalo, quien no lo haga se dice que no llegará a su próximo cumpleaños.

—¿No es algo exagerado?

—Son costumbres Lacrontters. Supersticiones. Es por ello que si en alguna ocasión no traes un obsequio debes pedirle a alguien que si lo haya hecho que te permita llevarlo con él, porque o si no ya sabes lo que pasará. Así que debes acompañarnos si quieres celebrar tu cumpleaños.

—De acuerdo. —Acepto con el único propósito de evitar morir ante del diez de septiembre.

Nos formamos en la hilera mientras esperamos nuestro turno. Diversos grupos de personas pasan frente a la exreina y dejan en la mesa sus presentes. A su lado están sus dos nietos y a los costados de estos más familiares y sus parejas. Sin embargo, del lado del rey Lacrontte no hay nadie.

—Ese es el lugar que yo debo tener —susurra Amadea, mientras nos acercamos —sería una buena reina de Lacrontte. ¿Qué creen que se necesite para conquistar su corazón?

—Lo único que sabemos de él es que respira igual que nosotros, así que no tengo la menor idea de cuáles son sus requisitos. Pero supongo que debe ser alguien influyente, de una familia adinerada, con porte de reina o con experiencia en la nobleza.

—No tengo nada de eso —se preocupa por la respuesta de Valentine —. Comenzaré a leer libros de política.

—Buenas noches, exreina Aidana —decimos la unísono cuando llegamos a ella.

La mirada de todos en la mesa se posa en nosotras, incluyendo la de la princesa Lerentia, quien entrecierra los ojos al verme. Al parecer me recuerda o duda en sobre donde me ha visto.
Le quito la mirada mientras Valentine le explica que venimos de parte de la familia Russo y comienza a recitarle un discurso de cumpleaños.

—No hablen demasiado —el rey Magnus nos reprende, observándonos con aburrimiento —. Hay personas que también están esperando su turno. Si ya terminaron de entregar el obsequio, pueden retirarse.

—Amor, no tienes que ser grosero con las jovencitas —reprende su abuela —. Solo están siendo amables, algo que a ti te falta.

Este hombre es insoportable.

—Simplemente, entreguemos esto y vámonos —le susurro a Valentine.

—Y usted —me señala al ver que hablo en murmullos —¿No le enseñaron que es de mala educación hacer eso?

—¿Y a usted majestad? ¿No le enseñaron que tiene que tratar con amabilidad a los demás? —respondo, cansada de su actitud.

—No se le olvide quien soy. Me debes respeto. Soy el maldito rey de Lacrontte. Tan solo con ese título nadie puede atreverse a discreparme.

—Y yo soy Em…

—Ya —me pide Val en voz baja —. No nos metamos en más problemas.

—Obedezca a su amiga —habla orgulloso —, porque ciertamente no quiere tener problemas conmigo.

—Basta, Magnus. No te ensañes con la jovencita.

Me mira amenazante, con la mandíbula contraída y el entrecejo levemente arrugado. Le sostengo la mirada, hastiada de su actitud arrogante.

—¿Acaso cree que va a intimidarme con esos ojos de pueblerina?

—Probablemente no, pero si lo incomodé lo suficiente como para hacerlo hablar.

—Al parecer  conseguiste una rival, primo —declara el rey Gregorie desde el otro lado de la mesa.

—Lo que más disfruto de tener rivales es acabar con ellos —replica, altanero — y poder castigarlos a mi manera. Continué así, señorita y le aseguro que lo último que verán esos ojos café suyos será mi rostro.

—Vámonos, opino que es momento de retirarnos —escucho a Amadea, quien me toma del brazo.

Cedo para no hacer más grande el problema y me despido de la exreina con una reverencia. No obstante, antes de darme la vuelta para marcharme, oigo al antipático soberano hablarme nuevamente.

—Continúa igual de despeinada. Al menos arréglese antes de venir a discutir conmigo.

—No pensé que unos cabellos sueltos lo ofenderían.

—Aleje su mirada de mí. No tiene permitido observarme —discute con el reproche más tonto que he oído jamás.

—Creo que estás exagerando, primo —interviene el rey Fulhenor —. Debes dar mérito que la chica es valiente.

—Claro que no, es una completa irrespetuosa. Y me da igual lo que piensen, me molesta en sobremanera el café en su iris.

—Eso quiere decir que todas debemos cerrar los ojos —comenta Valentine —, pues los tenemos del mismo color.

—No me importa. Solo retírense, han tardado más tiempo del promedio.

—No se irán hasta que te hayas disculpado por tu comportamiento —reitera su abuela.

—Usted —señala a Amadea —, dígame su mejor insulto.

—¿Disculpe, majestad?

—Lo que escucho. Es una orden, cúmplala ahora mismo.

Ella duda por un segundo, contrariada. Nos mira en busca de una explicación que nadie sabe darle.

—Es usted un mal rey —declara dudosa.

—¿Ves, abuela? No tengo por qué disculparme con alguien que también me ha ofendido. Ahora retírense.

Es una estrategia tonta, pero infalible. Por lo que no nos queda de otra que regalarles una reverencia final y marcharnos lejos de ahí.

—Ese hombre es insufrible —comento a medida que buscamos la salida del salón.

—¿Qué esperabas? Es Magnus Lacrontte Hefferline. Lo que tiene de millonario lo tiene de amargado.

—Y es lo único que tendrá, porque si sigue así nadie lo tolerará, ni lo querrá nunca.

—Yo lo quiero —se queja Amadea —y estoy convencida de que podría hacerlo cambiar de actitud y volverlo un poco más dócil.

—Creo que primero dejaría de ser rey antes que convertirse en alguien afable —indica Valentine cuando llegamos a la puerta principal del palacio.

—No tiene por qué dejar de serlo. Yo simplemente le enseñaré con paciencia como ser un caballero.

Eso es una misión imposible. No creo que exista en el mundo alguien capaz de ayudarlo a mejorar su actitud.

••••

El sol parece estar oculto detrás de las nubes oscuras en esta mañana Lacrontter. Valentine esta pagando la cuenta en la recepción del hostal mientras Amadea y yo sacamos el equipaje al exterior.

—¿Cómo que no podemos comprar boletos? Necesitamos volver a Mishnock hoy.

Aquel comentario me hace correr hasta ella, asustada por lo que he escuchado. Más le vale que esté bromeando si no quiere que me desmaye en medio del pasillo.

—¿Qué sucede? —pregunto angustiada.

—Dicen que la frontera esta cerrada por un cargamento de armas y que nadie puede salir o entrar del reino hasta mañana.

Mi corazón comienza a bombear con fuerza y en mi estómago siento un bajón emocional. Esto no puede estar pasando. Me van a descubrir y estaré en problemas si no salgo de Lacrontte dentro de una hora.

—¿Qué haremos, Valentine? Sabes que no puedo quedarme.

Eso me pasa por desobediente y mentirosa.

—¿No hay ninguna manera de salir del reino? —pregunta al hombre detrás del mostrador.

—Con un permiso especial otorgado por el rey, pero tenían que haberlo conseguido con anticipación.

Lo que faltaba. Ese señor no va a querer ayudarnos y menos a mí.

Estoy en problemas. En un foso profundo en el que yo sola me metí.

—Tendremos que ir a pedirlo.

—¿Crees que no los dará después de como nos trató anoche?

—Seguramente ni se acordará de nosotras. Además, no perdemos nada con intentarlo.

Decididas arrastramos las maletas por las calles de Mirellfolw bajo la mirada atenta de los habitantes.

La mañana es fría como nunca antes había sentido una y un helado rocío comienza a caer sobre la ciudad mientras avanzamos al palacio de Lacrontte.

—Sin cita no pueden pasar y los domingos no hay servicio de visitas como turistas. —Nos detiene el guardia cuando llegamos a las rejas.

—Puede llamar al señor Francis. Dígale que Valentine Russo esta aquí.

—¿Cree que somos sus sirvientes?

—Soy su sobrina. Dígale que venga, por favor.

—¿Eres su sobrina? —pregunto extrañada en un susurro.

—Claro que no, pero de otra manera no lo llamarán.

El guardia nos mira con sospecha, sin embargo, Valentine se mantiene estoica en su papel de sobrina, convenciéndolo finalmente y haciendo que vaya en su búsqueda. Hasta que momentos más tarde vemos al consejero real caminar del palacio hasta nosotras.

—Buenas tardes, sobrina. No esperaba verla por aquí. —Saluda con un gesto pétreo.

—No lo molestaría si no fuese urgente.

—La escucho.

—Necesitamos un permiso especial para salir del reino.

—No considero que eso pueda ser posible. El rey en este momento esta en una reunión con otro rey y luego tiene que impartir condenas a algunos acusados.

—Lo esperaremos —me adelanto a decir, desesperada —, pero en verdad requerimos ese permiso.

—De acuerdo. Vengan conmigo.

Nos guía hasta el interior de la casa real, llevándonos hasta su oficina, en donde nos hace aguardar. Pide nuestros datos y redacta en un papel la autorización para que al rey Magnus solo le reste firmarlo.

—Cuando el rey termine sus asuntos las haré pasar. Va a ser difícil convencerlo, así que preparen su mejor cara lastimera.

Anota nuestros nombres en una agenda gris que luego pone sobre su escritorio y tras eso, sale de la oficina dejándonos solas.

—Creo que es mejor que Emily no vaya —propone Amadea —. Él la odia y seguramente nos negará el permiso.

—Estoy de acuerdo —acepto —. Ustedes deberían ir y convencerlo. Si me ve y llega a recordarme, estoy segura de que comenzaremos a discutir como anoche y es lo último que necesitamos.

—Esta bien, le diremos a Francis que te encierre aquí.

••••

Pasado un tiempo Amadea y Valentine salen en compañía del señor Puntresh luego de explicarle lo ocurrido en la fiesta de anoche, pero logro apenas contar veinte minutos antes de que yo también sea mandada a buscar y llevada a la ya conocida sala del trono.

—¿Qué ocurre? —Le pregunto al consejero cuando nos acercamos.

—Magnus pidió ver quien era la otra joven —explica de camino —. Tengo una pregunta que hacerle ¿Por qué siempre esta metida en líos?

—No lo sé. Parece que los problemas siempre me persiguen y no soy tan rápida como para escapar de ellos.

—Al menos hoy no tiene un vestido de flores, porque se nos prohibió volverle a poner su ropa a alguien o de lo contrario nos cortaría la cabeza a Remill y a mí.

Cruzamos la puerta y de inmediato visualizo a mis compañeras en el centro del lugar con preocupación en el rostro.
Esto va a salir muy mal.

—Pueblerina de ojos café. Sabía que era usted la que faltaba y vaya que no me sorprende enterarme de que es una Mishniana. Es algo que debí imaginar —escucho al rey Lacrontte mofarse —¿Por qué no quiso entrar? ¿Acaso me teme o su osadía se acabó en la fiesta de ayer?

Deseo gritarle que no quería verlo, pero eso lo único que hará es que niegue nuestra petición, así que opto por permanecer en silencio.

—¿No hablará? ¿En dónde quedó su valentía?

—Recuerdo haberle escuchado decir que era irrespeto —respondo, fallando a mi estrategia.

—Me alegra que lo recuerde, porque yo jamás olvido a quienes intentan ser más arrogantes que yo.

Al menos acepta que lo es. Punto para él.

—Le decía a sus compañeras que no me gusta que me interrumpan cuando estoy imponiendo sentencias.

—No lo habríamos hecho si no fuese urgente.

—Tienen cinco minutos para explicar sus razones.

—Sencillo —Valentine toma la vocería —. Nuestros padres nos matarán si no llegamos hoy.

—Envíenles una carta explicando las razones del porqué llegarán mañana, pues la orden es clara: nadie saldrá o entrará de Lacrontte en las próximas veinticuatro horas y no hago excepciones por nadie.

—Ellos no saben que estamos aquí. —Pelea como si mi problema también fuese suyo.

—Así que son tres desobedientes. Mayores razones me dan para dejarlas aquí. Si yo no puedo castigarla, ojos café —me mira con ferocidad y antipatía —, espero que alguien más lo haga.

—Si es usted un rey tan importante ¿Por qué se esmera en perder el tiempo con una pueblerina, así como usted me llama? ¿No debería usar ese recurso en algo provechoso con alguien que si valga la pena?

—Tiene toda la razón, continuaré con las cosas cruciales que debo hacer, así que ustedes tendrán que esperar.

Valentine me regaña con la mirada al ver que he empeorado la situación. Nos hará gastar más tiempo porque sabe que de esa forma menos llegaremos a tiempo a Mishnock y seremos castigadas, bueno, yo seré castigada.

Juro que en mi corazón no hay maldad, pero deseo que cuando vaya a tomar un baño no haya agua.

—Pasen por favor al siguiente acusado.

—Acusado número cuarenta del día de hoy entra en la sala —vocifera un custodio.

Nos hacen movernos hasta la esquina del salón mientras un hombre entra a la estancia, señalado de destrozos en varios puestos de la plaza de mercado.
El guardia le da las mismas indicaciones que me dio a mí hace un tiempo, cinco minutos para defenderse, y el sujeto en su lugar los aprovecha para rogar de rodillas.

—Que degradante —escucho a Amadea ante la escena del hombre prometiendo no volver a hacerlo —. Aunque lo entiendo, lo van a asesinar.

—Se lo juro, majestad. Si me da otra oportunidad jamás volveré a poner un pie en el mercado —asegura, atemorizado.

—De acuerdo, hagamos una dinámica para ayudarlo a salvarse de la muerte a la que esta a punto de ser condenado. ¿Ve a esas jóvenes detrás de usted? —Nos señala.

—Sí, majestad —dice, esperanzado.

—Una de ellas es mi amante y si adivina cuál es, lo dejaré ir.

El rey Magnus es tan cruel y falso. ¿Cómo puede jugar así con las ilusiones de este señor, presentándole una salida inexistente?

—La joven de la izquierda —escoge a Amadea con manos temblorosas, ansioso por aceptar.

—Incorrecto —se jacta prepotente —. Parece que su destino siempre fue la horca.

—No, majestad. Deme una segunda oportunidad—suplica desesperado —. Aún restan dos, puedo adivinar. Tenga piedad, por favor.

—¿Piedad? ¿Es acaso algo que venden en el mercado? Porque no entiendo de que me está hablando.

—Se lo imploro, por favor. Una más y ya.

Repiquetea los dedos sobre el brazo de la silla. Se esta divirtiendo al ver la agonía de este hombre, al saber que no tiene escapatoria y que aun así le da esperanzas.

—Tenemos un trato. Para que vea cuan benévolo soy, le permitiré escoger entre las dos que quedan.

—La joven de en medio. —Esta vez señala a Valentine.

—¡Que lastima! —finge una tristeza imposible de comprar —. Nuevamente se ha equivocado.

—¡¿Qué?! Pero si la joven restante no luce como... usted lo sabe. De su estilo.

—Pero lo es. Es la única mujer que sabe como complacerme y con la que me encuentro todas las noches. Soy un hombre exigente y ella siempre esta a la altura de mis antojos —miente con una mirada sagaz —. Sin embargo, aquí lo importante es que usted ha fallado, así que ya no me haga perder el tiempo, porque no me gusta hablar con los muertos.

—Majestad, por favor. Soy una persona joven —vuelve a poner de rodillas —. Solo tengo cincuenta años.

—No me interesan sus súplicas. La única persona en el mundo por la que me preocupo es por mi mismo y en este momento no estoy en problemas.

—Señorita —se gira a mirarme —. Dígale algo, convénzalo, interceda por mí.

Camina y se postra a mis pies. Toma mis manos y las acerca a su boca para besarnos. Su acción me asusta, me desubica y turba.

—Sabe que no me gusta reír, acusado —interviene el rey —, así que detenga el espectáculo o va a lograrlo.

—Majestad, escuche a su amante. Ella va a abogar por mí. Dígale algo, lo que sea, señorita. —Me insiste.

—Esa es una excelente idea —habla con burla — Querida amante, dime que harás para convencerme de que no mate a este sujeto.

Todas las miradas se posan sobre mí, incluso la de los guardias.
¡Por todas las flores del mundo! ¿En qué momento terminé aquí de nuevo?

—Pedirle que por favor no lo haga. —Es lo único que se me ocurre.

—Sabes que prefiero otro tipo de cosas —sigue el juego como si en verdad tuviésemos algo —. Sé más original. Propón algo que me haga tan feliz que me haga olvidar que eximí a un hombre de su pena.

Intento pensar en algo, pero nada resulta. Nunca me he detenido a planear algo así. No sé que decir o que hacer.

—Tocarlo —Me susurra Valentine —. Dile que lo tocaras en donde sea que él quiera.

No voy a decir eso. Jamás tocaría a ese hombre de esa forma, así se trate de una mentira.

—Ella bailará para usted, majestad. —Alega el acusado.

—No ponga palabras en su boca, las cuales no ha dicho —discrepa —. Y sigo esperando una respuesta convincente.

—Yo jamás bailaría para usted.

—No le estoy pidiendo que lo haga. No es algo que me apetezca ver.

—Es usted un grosero.

—¿Por qué? ¿La sinceridad ahora es un crimen? Creo que ambos estamos hablando con la verdad. ¿O acaso usted está mintiendo respecto a sus ganas de bailar para mí? —se burla de mi contradicción.

—Ni en mil vidas haría eso o algo semejante para usted.

—Tampoco es algo que esté esperando, pero si me está haciendo perder el tiempo. Parece que no me queda más remedio que sentenciar al acusado.

—Espere —lo detengo, dispuesta a salvar al desconocido.

En este instante no me queda de otra que decantarme por la única opción con la que también puedo burlarme de él.

—Seguiré contradiciéndolo cada vez que tenga la oportunidad.

Sus ojos se iluminan, tan brillantes como una piedra de jade bajo el sol. Se concentra en mi rostro, apretando sus manos en un puño antes de dirigirme la palabra.

—¿Y eso a donde nos lleva?

—A hacer lo que a usted más le gusta. Castigar a las personas.

—¿A las personas o a usted?

—¿Le gusta castigarme?

—Aún no lo he hecho, pueblerina. —Pasa las manos por su cabello, agitado.

—Tampoco lo hará.

—No busco hacerlo. Tengo cosas más interesantes que hacer, como mandar a este tipo a la horca —redirecciona su vista hasta él, adoptando nuevamente una postura impenetrable —. Se ha equivocado, acusado. Yo no tengo amantes y nunca las tendré. No me gusta rebajar a nadie para que ocupe ese papel y mucho menos estaría con alguien que pierde tanto valor en sí misma como para permitir que le otorguen esa posición. Dicho esto, acusado número cuarenta, queda sentenciado a la horca. Puede retirarse.

El sujeto intenta discrepar, pero es sacado de la sala tras una nueva orden el rey Magnus, quien luego nos pide que volvamos al frente.

—¿Entonces firmará nuestra salida? —Se atreve a preguntar Valentine.

—¿Debería ayudar a dos desobedientes y una irrespetuosa?

—Entre más rápido nos dé la autorización, más rápido nos iremos y le prometo no nos volverá a ver.

—Deseo en verdad que eso sea cierto. Ha vuelto a sacrificar a otra persona para salvarse así misma —dice al aire a medida que firma el permiso, sin embargo, sé que ese mensaje va dirigido a mí —. En otra ocasión las encerraré en un calabozo. Por su bien es mejor que ya no colmen mi paciencia.

Le extiende el papel a Francis, quien luego nos lo da a nosotras.

—Pueblerina —me llama por enésima vez —. Le recomiendo toma agua antes de salir de Lacrontte, pues seguramente no lo ha notado, pero su rostro está completamente rojizo. Me pregunto si es a causa de la vergüenza o se trata de algo más.

—Seguramente es asco.

—Fingiré que le creo, porque odiaría pensar que alguien como usted podría pensar que tiene alguna posibilidad conmigo.

—Tengo novio.

—Esperemos que su novio la sonroje de la misma manera. —Se burla, arrogante.

Vida mía. Ni todas las flores en el mundo le hacen justicia a lo mucho que desprecio a este hombre.

—Las acompañaré a la salida, majestad —cede por nosotras su consejero.

—Y asegúrese de que no vuelvan a entrar aquí.

—Como ordene —afirma, llevándonos fuera —. Váyanse pronto si quieren llegar a tiempo. Muestren este permiso a cualquier oficial que les bloquee el paso y por favor, señorita —me mira —, ya deje de meterse en problemas o tendremos que acomodarle una habitación en el palacio.

—No se preocupe, le juro que no volveré por aquí.

—Favor que nos hace.

Caminamos hasta las rejas exteriores, pasando el espacio de césped y el puente del cual me caí hasta llegar a la calle.

—Eso estuvo intenso, pude sentir el odio y el deseo —declara Amadea, emocionada
 
—El único deseo que siento por el rey Lacrontte es el deseo de ahorcarlo.

—Y él parece sentir las mismas ganas de hacer eso contigo.

—Por favor, ya no me mencionen a ese sujeto. Es un no grato para mí.

—De acuerdo, ya no discutan —media Valentine —, pero si hay que ir por agua. Estás coloradísima. Como una caldera hirviendo.

—Debe ser por el frío. —Me defiendo.

—Ese es un buen sobrenombre para Magnus. El frío.

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