The Right Way #2

By MarVernoff

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《Segundo libro》 Transcurridos más de un año y medio desde los hechos del quince de abril, Sol no es l... More

SINOPSIS
Sigue Sin Ser Para Ti
Epígrafe
00
1
2
3
Carta #1
4
Carta #2
5
"Misbehaved"
6
"Crashed Fairy Tale"
7
Carta #3
8
"The Truth That Never Happened"
9
Carta #4
10
"No Choice"
11
Carta #5
12
"Utterly Mistaken"
13
Carta #6
14
"Deal"
15
Carte #7
16
"Play Along"
17
"Moonchild"
"According to the Plan"
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Interludio
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41
Capítulo Final
EXTRA I: Error.
EXTRA II: Hallacas y Glüwein.

18

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By MarVernoff

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"So, what am I gonna be doin' for a while?
Said, I'm gonna play with myself
Show them how we come off
The shelf"
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           No sabría colocar en una oración lo que se ha percibido en esta casa la última hora, porque no puedo darle sentido lógico.

Visto desde una perspectiva ajena, debemos parecer una manada de dementes que incapaces de completar un desayuno, porque se entromete un tiroteo.

Jamie se fue, según las escasas tres líneas que pudo barbotearme Eros antes de bajar a internarse en esa oficina con sus papás y la gente de seguridad, huyó despavorido de la escena al oír la primera detonación, pero se llevó un lindo recuerdo en el brazo, un suvenir. Del temor crispante queda un indicio, pero la satisfacción de saber que le marcara la piel, como la mía, como la de Eros, lo mitiga considerablemente.

Estamos jodidos, tan hundidos con el fango hasta la barbilla, que nos aferramos a cualquier hecho que pueda brindarnos un momento de dicha, aún teniendo en cuenta que eso, agravaría la situación.

Hera entró a la habitación convertida en un saco de nervios y temblores, horrorizada, tan blanca y helada como un copo de nieve.

No dijo nada, siguió de largo y se encerró en el vestier, eso fue hace más de una hora, no ha salido de ahí ni a tomar un respiro. Hunter, quién hace minutos llegó a pedido desesperado de Lulú, no ha tumbado la puerta porque la escuchamos hurgar entre la ropa y gavetas como un ratón alterado, como si aquello le calmase.

Nosotros nos vemos las caras, yo sentada en la cama junto a Lulú, ambas enfrentando a Hunter, que ha hecho de la silla del vanity de Hera su trono.

Nos mantenemos en silencio, abstraídos en nuestra mente, sin necesidad de rellenar el silencio con preguntas que más de no tenerles respuesta, nos pondría de peor ánimo.

—Están todos en el estudio del señor Ulrich—murmura Lulú—. Puedo escuchar sus pasos, Agnes está alterada.

Lulú debe tener oído biónico, yo no oigo más que Hera moviendo cosas; pero lo creo, la pobre mujer no sabía si dispararle a Jamie también, o dispararle a Ulrich, por dispararle a Jamie.

—Yo estoy gritando por dentro, ¿no se nota?

Hunter no terminó de hablar, la puerta del vestier le interrumpe, sacándonos un brinco de susto.

El cabello de Hera apunta a cualquier dirección, sus ojeras y mirada desolada le hacen parecer que lleva cientos de noches sin dormir, mi corazón se arruga al pensar que es posible que sea así.

—Si escucho ese nombre una vez más, me daré la vuelta y huiré con mi bebé a una isla privada—espeta, limpiándose las manos en el vestido—. A solas

Hunter, Lulú y yo compartimos una rápida mirada, mi vista rebota de ojos verdes a los ámbares y por último a los azules.

Todos sabemos que tratar de exprimirle información a Hera, es ganarse su indiferencia. Habituada a ser objetivo de interés como fuente de información de su hermano, ha forjado una barrera impenetrable de preservación. Siempre ha sido así, no por nada tardé dos años de tratar diariamente con ella, para conocer a su hermano.

Eso es Hera, una vida con candado del que solo ella tiene llave.

—¿Te sientes bien?—Hunter se pone de pie, va hasta a ella con precaución—. ¿Nada quiere salir? ¿Quieres agua, jugo de manzana, un abrazo...?

—Solo quiero—ella frunce los labios—, un abrazo estaría bien.

Era un avance.

Se deja envolver por los brazos de Hunter, verlos enredados, me reconforta a mí de cierta manera.

—¿Qué día es la fecha de parto?—cuestiona él, sin liberarla.

Es gracioso el espacio entre los dos, parezca ocupado por una luna llena.

—Cuando él lo decida—suspira, alejándose de Hunter.

¿Ya? ¿Tan pronto? Nos enteramos del embarazo, parpadeamos, y ya esperamos conocerlo. No me ha dado tiempo de sentarme a reflexionar que Hera, la muchacha delgada de estatura baja, ha estado... cocinando un bebé dentro de ella.

Por alguna extraña razón, no me daba cuenta de que después del parto, ella lo llevará a casa, no es como si fuese una enfermedad, un tumor que le extirparían, ¡es un bebé, y es suyo! ¿Cómo no lo pensé antes? Un bebé en el grupo, un bebé nuestro.

Reposo una mano en el pecho, encima del corazón. Es hermoso, y terrorífico, pero definitivamente hermoso.

—Estoy tan emocionado que comienzo a sentir yo las contracciones—explota Hunter emocionado—. Traer una vida a la vida es lo más hermoso de este mundo, ¿no lo creen?

No. De hecho, es bastante horrendo, lo he visto montones de veces, pero solo bastó una para traumarme.

Con solo recordar una episiotomía, la piel se me eriza. Toda esa sangre y viscosidad, los aullidos de dolor que te rompen los tímpanos cuando la criatura tiene la cabeza afuera y la mujer puja y sigue pujando con toda la fuerza que puede para sacar lo más doloroso, los hombros. Padecimiento que puede aliviarse con una epidural, pero que muchas creen que son más mujeres y mejores madres por no pedir la inyección... yo lo llamo un acto barbárico, pero quién soy yo para decir que es lo mejor y que no, solo sé que de mi vagina no saldrá nada, prefiero que me corten cinco capas de tejido que atravesar esa tortura.

Y si me tachan de cobarde, tomaría el título con la frente en alto y el vientre cocido, pero con la columna felizmente anestesiada y un bebé en brazos.

El pensamiento me genera un río de escalofríos. Me he aventurado demasiado lejos.

—Supongo que sí, te respondo cuando ocurra—Hera voltea a verme—. Ve a mojarte el cabello, vamos a darle forma a tus bigotes.

Como siguiendo la burla, un mechón me pica un ojo. Me lo rasco, observando por el otro, la pronta variación en la actitud de Hera.

Se rasca la cabeza con exagerada fuerza, se muerde la boca y aplasta las uñas. Mira de un lado a otro, no se detiene en un punto fijo, arregla las almohadas y cojines, sacude la cama, cambia de lugar la vela aromática y la foto de todos juntos en la última navidad.

Parece que quiere hacer todo a la vez, pero no termina ninguna tarea y eso la exaspera.

—Hera—le llama Lulú, su voz un suave tintineo.

Ella no hace caso, se acerca al vanity y comienza a reacomodar las cremas, brochas de maquillaje, labiales y joyas que estén a la vista.

—También hay que dejar todo preparado—habla, monótona—. Mañana solo quiero maquillarme y vestirme sin retrasos, detesto la impuntualidad, es de mal gusto.

—Hera...

—Deberían quedarse aquí, ustedes—nos señala a Hunter y a mí sin mirarnos—, así no perdemos tiempo y evitamos a posibles inconvenientes, ¿sí? Eso me gustaría. Creo que si...

—Hera—Hunter la toma de los hombros, cortando su retahíla—. Respira un segundo y siéntate por favor, me estás alterando los nervios.

Ella se sacude las manos, negando con la cabeza nerviosamente.

—Tengo cosas que hacer, si me quedo tranquila, todo puede desmoronarse.

—Déjalo que caiga—le contesta—. Nosotros lo levantamos por ti.

Al escucharlo, sus hombros prensados víctimas de la tensión, decaen como si hubiesen bajado un interruptor.

—Es que no comprenden—su mirada se cristaliza en un latido—. Mañana tiene que ir todo perfecto, todos sabrán que estoy embarazada, todos, no puedo lucir como un despojo de la Hera que fui.

El corazón se me fractura, me refriego los brazos reduciendo el frío que su voz ahogada en el desespero y ansiedad me transmite.  

Hunter la presiona contra su pecho, ella se lo permite. Aspira fuerte, se limpia la nariz con el dorso de la mano.

—Está bien, todo saldrá justo como lo has pensado—le tranquiliza Lulú—- Lucirás hermosa, no puede ser de otra manera si se trata de ti.

Su boca tiembla deformándose en un puchero, al tiempo que la rojez le invade los pómulos y la punta de la nariz.

—Papá le disparó, en el brazo—solloza—. Eso le molestó, yo sé que le hizo enfadarse.

No hay manera de contradecirla.

—Él se lo buscó—le dice Hunter, arrastrando las manos con suavidad y lentitud a través de su espalda—. Debería estar agradeciendo que no le apuntó a la cabeza.

—Sí lo hizo—esclarece ella—, pero falló.

Hunter y Lulú arrugan el rostro. Deben pensar lo mismo que yo, estuvo a una pobre distancia de empeorar terriblemente la situación, Ulrich preso le causaría un desnivel a Hera que no necesita ahora mismo, en la recta final de un embarazo complicado y de alto riesgo.

Si nos mordemos la lengua para cuestionarle, es por su mismo estado de salud, de lo contrario, no tengo ni una duda de que la amarrarían a una silla hasta hacerle escupir todo lo que calla.

Solo es cuestión de días, después de ese nacimiento, todo caerá en picada y ella más que nadie lo sabe, no puede ocultarlo más tiempo, lo ha extendido, pero todo comienzo tiene un final.

—¿Y eso te enoja?—le cuestiona Lulú.

—Me alivia—contesta con la voz grumosa—. No puedo tener este bebé con papá refundido en prisión.

—Escúchame, el día que recibamos este niño, me voy a parar en la puerta de la habitación—le asegura Hunter, sin detener la sutil caricia en su espalda—. Como vea a un par de ojos verdes, lo golpearé tan fuerte que se los pondré púrpura y no querrá acercarse nunca más a ti, te lo prometo por mi vida.

Hera frunce las cejas.

—No prometas por tu vida, esas promesas jamás terminan bien.

El llanto que estuvo reteniendo con tanto esfuerzo, rompe la barrera de contención.

Llora, se desahoga, se desborda de sentimientos empapando la camisa de Hunter.

Siento un tirón en el pecho que me empuja hacia ellos, sin más, sin cuestionamientos ni vueltas, me uno al lío de brazos, como Lulú lo hace también, como cuando nuestros problemas se resumían en pasar la prueba de matemáticas, no por tratar de llevar una rutina común con un demente acechando.

—¿Qué ocurre?—pregunta en un susurro Lulú.

De todo un poco, estos días se sienten como un batido de malas decisiones, tragedia y una pizca de locura colectiva.

—No pude tener mi sesión de fotos—sorbe por la nariz con pesar—. Nunca voy a recordar este embarazo como una etapa bonita, todo esto es una porquería.

Tenía el corazón fracturado, ahora lo tengo destrozado.

—¿Quién dijo qué no?—rezonga Hunter—. Lulú trae tu cámara, Sol, péinate ese mostacho, nos convertiremos en estrellas de Hollywood.

 

La tuvo.

De una manera, conseguimos armar un estudio fotográfico en el recibidor. De trípode usamos libros sobre libros y un jarrón tan pesado que Hunter, en sus palabras, con su fuerza titánica, tuvo que subirlo, y Eros, con su fuerza teutónica, también de sus palabras, cargó un cuadro sobre su cabeza para borrar las sombras de la pared.

Por suerte Helsen logró llegar a tiempo para posar junto a su sobrina, aunque parecía afectado, aún sin comprender que eso en realidad estaba pasando, pudo sonreír genuinamente feliz y reírse a gusto de Ulrich, que no pudo contener las emociones y acabó llorando, movido por la sobrecarga emocional del momento.

Hera tuvo su sesión, no era la soñada con toda la parafernalia y personal profesional, pero sintió el amor y la presencia de todos, y eso, en sus palabras, tuvo mayor valor.

...


'Deslumbrante, divina, espectacularísima, se notan la mezcla de genes...'

Mamá sigue enviando cuanto emoji presione, halagando mi cambio de imagen, el vestido, el collar, los aretes y tacones que ni siquiera aparecen en la foto. Me hubiese gustado estar en una situación normal, donde pudiesen asistir aquí, conmigo, pero no es el momento para unir a ambas familias, quiero que ocurre cuando tenga los papeles del divorcio firmados en las manos.

Todo volvería a su cauce.

Sigo recibiendo emoticones de corazones de mamá hasta que termina con uno de mierda y comprendo que los aprieta al azar.

No le quito la razón, mi autoestima dio un tirón, creció y se quedo adherido a mi pecho al verme en el espejo de cuerpo completo luego de la hora y media de maquillaje y peinado. Hera hizo con mi cabello lo que mejor sabe, arreglar un desastre. Era simple, pero los mechones medianos flanqueando mi rostro y el nuevo cerquillo, acompañado del pesado delineado marrón oscuro encima de sombras beige y los labios rosas hinchados, no lo hacían ver así.

Eso, y el diamante negro adornando mi cuello.

Admirando mi reflejo, entendí la razón de nunca oír o leer un comentario desdeñoso, más allá de una que otra persona que no pisa realidad, mencionando que Eros es demasiado para mí. Es porque yo también tengo mucho que ofrecer.

Me volví a enamorar perdidamente de mí, de lo que el mundo observa y de lo que no, de lo que muestro, lo que reverso y lo solo puedo susurrar cuando nadie más que Eros está. Pude sentir como la última pieza rota de confianza por mi intelecto, el que ofendí ese catorce de abril, como el tiempo corriendo en reversa, regresaba a su sitio.

 Me siento completa de mi esencia, había olvidado sentirme yo, Sol, sin la bruma del miedo atascada en mi cabeza, nublando mi sentido de ser y razón.

He inhalado hondo miles de veces desde que entramos a la recepción, el sonido de los músicos, los siseos, las miradas de reojo, las nada disimuladas. Todo era un cúmulo de recuerdos que dan vueltas y vueltas en mi cabeza. No quiero darle largas al pensamiento y a esa sensación oscura de regresar dos años atrás, pero todo es tan parecido, el ambiente tenso, la gente que también lo percibe, el desfile fastuoso... no quiero perder el avance, pero los detalles se confabulan y se vienen en mi contra con la fuerza de un tractor.

La piel de los dedos me arde, me he picado con las uñas al punto de arrancarme piel. Me suelto las manos, desviando la vista al techo en busca de una distracción.

—Sigo pensando que moriré aplastada por una de esas cosas, ¿no le encuentras forma de hilo de araña?

Eros suelta una de esas risas que me contraen los músculos del vientre.

—De tela de araña—me corrige, subiendo un poco más la abertura del escote.

No me preocupa que se me mire un pezón, lo hace que la abertura de la pierna muestre el ridículo triángulo de encaje borgoña que me cubre el coño.

—Un error lo comete cualquiera—me excuso, levantando los hombros—. A ver, dime algo en español.

Ni siquiera se toma el tiempo de pensarlo.

Vagina. Te quiero puta, quiero tu puta vagina, puta.

Le cubro la boca con la mano, ojeando a los lados. Una carcajada de vergüenza se me escapa, alimentando de calor mi semblante seguro sonrojado.

Recibo un mordisco que me hace quitar la mano.

—Por favor, no vuelvas a repetir eso—le pido y, batiendo las pestañas, susurro—, en público.

Mi corazón dispara sangre con una vehemencia antinatural al verle sonreír, atravesándome con esa mirada de pura inmoralidad e indecencia.

—¿Te sientes bien?—formula, moviendo un dedo en círculos—. Con todo esto, nosotros al filo de un divorcio, juntos frente a toda esta gente.

¿Sí? No lo había analizado antes, no es que me detenga a prestarles atención, mi mente está avasallada por un millón de cosas mucho más importantes que la gente preguntándose si estamos juntos o no.

—Sí, quiero decir, ¿tú lo estás?

Me observa como si le hubiese escupido a la cara. Se inclina hacia mí, aproximando sus labios a mi oreja.

—Estás acumulando las rondas de azotes como si pudieses con ellas—bisbisea retórico, su aliento acariciando la línea de mi mandíbula.

Mi boca cae abierta de la indignación, un intento por cubrir la sonrisa que los pequeños tirones calientes más allá de mi ingle me han plasmado en la boca, tirones provocados por el recuerdo del ardiente cosquilleo que sus manos perpetuaron en mi piel esa noche.

—No, no confundas mi afecto por debilidad—devuelvo, toqueteando el moño alrededor de su cuello—. Me has cogido hasta las lágrimas, pero rota no me has dejado. Puedo con ellas y todo lo demás.

Sus cejas se alzan, me convierte en el postre de su mirada.

—¿Ah, sí? ¿Estás segura de eso?

Me encojo de hombros. Claro que lo estoy.

—Tú tienes las balas, pero se te olvida que yo estoy blindada.

Su mente y la mía se alinean, compartimos la misma frecuencia, se reflecta con suma claridad en sus pupilas dilatadas. Las ganas de robarle un beso pica en los labios. No me muevo, no lo pido, el mismo hilo que me incita a levantarme sobre la punta de los pies, es el mismo que le empuja a él a mi boca.

Y a un centímetro de tocarlo, un par de palmadas escandalosas dispersan la tensión sobrecogedora bailando entre los dos.

—¿Qué hacen ahí?—rezonga Ulrich—. Ve con el ministro de defensa de Sudán, Sol, ven conmigo.

Me ha dejado colgada. Ni siquiera me permite asimilar, me toma del brazo y él extiende el suyo, invitándome andar... no sé dónde.

—¿Ah?

—¿A dónde la llevas?—interroga Eros, un tono defensivo ceñido a su voz.

—A cambiarla por un costal de heno—contesta Ulrich—. ¿Qué carajos te importa? ¿Son siameses o cómo funcionan? Haz lo que te ordeno.

Sin más, vuelve a estirar el brazo, con un poco de temor por separarme del ancla estable que Eros me provee, decido cortarlo y aventurarme sin él, tomando el primer paso.

—Grita—logro escuchar—, e iré a buscarte.

Ulrich no dice nada, sigue caminando, saludando con gestos de la cabeza a la gente. Insertados en la multitud, veo a Hunter con Hera, Lulú, Valentina y Meyer, hablan con ánimo, ríen, Hera lo hace también.

Es un suspiro de calma al alma, en el camino se echó a llorar, temblaba de pies a cabeza, creímos que tendría un ataque nervioso. Pudo recomponerse y salvar su maquillaje, mientras sus papás ingresaban a la recepción, ella lo hacía de brazos de Lulú y Hunter.

Nunca la soltaron.

Ulrich nos dirige a una esquina del inmenso living, allí me suelta y comienza a rastrillar la multitud con la vista.

—Bueno, ¿qué quiere?—pregunto, la impaciencia tocando mis nervios.

—Mira esto, enfoca a tu alrededor—solicita, abriendo los brazos—. ¿Qué percibes?

Gente y más gente. Una ristra de riquillos que les apetece presumir que lo son.

—Un montón de desconocidos con mucho dinero—repongo, limpiando las palabras, pues él pertenece a ese clan.

Ulrich me señala con un dedo.

—Exactamente. Dinero, influencia y poder, en cantidades exorbitantes—entrelaza los dedos, mirándome crítico—. No te ofendas por lo que diré, pero en el sistema social, vienes de muchos niveles inferiores al de toda esta gente.

Eso me ha dejado sin palabras. No ha sonado como un insulto y tiene razón, ¿por qué tengo ganas de atestarle un golpe en la cabeza?

—No me ofende la realidad, señor—respondo incisiva.

Él retuerce los labios. Sabe que sí me ha ofendido.

—Porque eres inteligente, o eso quiero creer—masculla—. Cátedra básica de la estructura social, Sol. Todo está construido de tal manera, que a nosotros los nacidos en el privilegio, nos otorgan beneficios a lo largo de la vida, contrario a la clase obrera, que tiene que joderse para llegar a fin de mes, ¿no es cierto?

No sé a dónde quiere llegar, pero le sigo el rollo.

—Lo es.

Ladea la cabeza, examinando con especial atención.

—Esto no es una charla sobre que los pobres son pobres porque quieren. Siguen siendo pobres porque todas las oportunidades que llueven, las reciben los de arriba, los que ocupamos niveles superiores y, cuando estamos repletos, lanzamos las sobras hacia abajo, a ver quien tiene suerte de atajar una—su rostro no transmite ni una emoción más allá de una sólida seriedad—. Lo sabes perfectamente tú, que lo has padecido.

—Sí...

—Esta es otra de esas oportunidades furtivas—decreta severo—. En estos niveles, los contactos pueden salvarte de muchas, un chiste te puede ganar una firma de millones de dólares. Tú no naciste en el privilegio, pero cuentas con un apellido de estatus, úsalo como una herramienta hasta posicionar tu nombre encima de el, que te conozcan por ser tú, no por ser la esposa de—mueve con disimula la ceja a la aglomeración de invitados—. ¿Sabes quién es esa mujer? La de vestido verde—niego—. Una mente brillante que ha puesto satélites a orbitar alrededor de planetas de los que ni siquiera conozco nombre, ¿por qué es conocida? Por ser la esposa del imbécil que tiene al lado, que lo más grandioso que ha hecho, es que esa mente le prestara atención.

»Tú no escucharás de Agnes Wilssen, la mujer de, lees en esas revistas, Agnes Wilssen, la diseñadora de alto demanda y prestigio, CEO de una compañía millonaria que ella creó desde sus cimientos—su voz empapada de orgullo. Se coloca una mano en el pecho, ahí, su expresión se ensombrece—. Mi pobre madre se retorcería en su tumba si caes bajo la sombra de Eros. Esta es la noche de abrir puertas y ventanas de ser posible, conocer gente de interés, moverte en las influencias, convertirte en una. No la desperdicies charlando con Eros, son jóvenes, el tiempo les sobra.

Mi cerebro recibe la avalancha de información con precisa resistencia. Resumiendo el monólogo, este señor quiere que dé la cara por mí, sin tener que recurrir a Eros. Me ofrece su apellido para escalar y tomar oportunidades que en mi nivel obrero no tendría.

Me hubiese esperado cualquier cosa, no sé, algún chiste, una queja, un pedido que tenga relación con Hera... no un 'usa mi apellido, te lo suplico'.

Culpo a encontrarme tan cerca de mi periodo que los sentimientos los tenga a flor de piel, pero me que haga sentir perteneciente y unida, me ha dado unas estúpidas ganas de llorar.

Me muerdo la lengua y tomo una bocanada de aire, despejando la voz.

—Creo que es momento para confesar, que creí que su familia me tomaría por una gold digger.

Lo solté, ya no hay vuelta atrás.

Ulrich hunde el ceño, como Eros minutos atrás, luce como si le hubiese dicho una fiesta de insultos.

—Sol, en mis cuarenta y dos años, jamás he escuchado a un hombre rico quejarse de las mujeres que buscan prosperar a costa de ellos, ¿qué hay de malo en eso, si pueden permitírselo? Es ilógico tener una pareja y no ofrecerle de lo que gozas—comenta con dejo arisco—. Lo escucharás de un asalariado mínimo, no de uno que en un día, hace lo que otro en su vida.

Este hombre es como un acertijo falso. Es decir, de primera impresión lo crees un ser despectivo de temple duro, y puede serlo, pero tampoco es complicado de tratar, a menos que no sepas tratar con humor oscuro.

Sigue pareciéndome un pesado, pero no echaré por tierra que en este momento, me ha hecho sentir apreciada de un modo del que no estoy acostumbrada.

—Es decir, que si fuese detrás del dinero de su hijo, ¿no le molestaría?

—Los hombres ricos se mantienen ricos, en su mayoría, por la astucia en los negocios. Toda inversión corre un margen de riesgo, aplica a las relaciones y por añadidura, no tengo porque decirle en qué despilfarrar su dinero, si yo tengo el mío y el de mis hijos asegurado—mueve la vista a un punto en medio de la gente—. ¿Miras a ese de allá? El de entradas pronunciadas. Es el embajador de Alemania, cursó un post grado de derecho penal en la NYU. La piel se le cae y apuesto lo que sea que no se puede mirar la verga por tanta cerveza que consume. Apela a la nostalgia, recordar sus buenos años seguro que forma un vínculo.

—¿Y qué se supone qué...?

Me lleva casi a rastras hacia el susodicho, la punta de los dedos se me adormecen de los nervios, trato de mantener la mente en blanco para no decir una tontería.

El gigante barbudo nota la presencia de Ulrich antes de llegar a él, se mueve dando pasos pesados a nuestro encuentro. Sonríe abiertamente al estrechar la mano de Ulrich, el apretón muestra fuerza y juraría que escuché huesos tronar.

—Sol, Gasper Langner, embajador de Alemania en el país, asistió a la Universidad de Nueva York, estudió leyes, ¿qué te parece?—lo observa a él y me señala a mí—. Caballero, mi nuera, Sol Herrera-Tiedemann, de la que te hablé el otro día.

Quiero decirle que pronto volveré a ser solo Sol Herrera, pero no es el momento.

El desconocido me ofrece una mano, la recibo como ellos lo ha hecho, con fuerza, aunque este temblando por dentro.

—Antes de cualquier presentación, ¿todavía venden esos sándwich de atún y queso?

Si no hiciese ahínco en las vocales y las r, no notaría el acento.

Espera a que le dé una respuesta para soltarme, así que me apuro a contestar.

—Y le han añadido jamón.

Casi me echo a llorar creyendo que no pude salir con nada peor, pero sus carcajadas difuminan la desagradable sensación.

—¡Y me lo estoy perdiendo, Ulrich!—exclama, uniendo sus manos y pegándolas a su pecho con efusividad.

Ulrich abre los ojos instándome a que siga la conversación, como hacía mamá para que respondiera cuando era pequeña.

—No se preocupe, yo le envío un par—digo, cuando creo que esta vez si me ganaría los abucheos, el hombre hace una breve reverencia.

—Eres un ángel—canturrea, volviendo a tomar mi mano—. Mi despacho está abierto para tus dudas, si me visitas con alguno de esos manjares.

Ese fue la primera presentación del sinfín que le procedieron.

Cuando Ulrich terminaba con uno, Agnes me llevaba con otro, al terminar con ella, Andrea me recibía para volver con Ulrich.

—Sol, el primer fiscal del estado de Nueva York, Jacob Lexus...

—Sol, Fritzen Faust, arquitecto y diseñador de interiores, todo lo que toda lo convierte en arte...

—Sol, Dharma Raj, corresponsal del diario Süddeutschr Zeitung...

Caras tras caras, una tras otras, mi confianza iba en aumento, no esperaba que hablasen por mí, ofrecía la mano, mencionaba mi nombre y halagaba algún detalle, siempre obtenía una sonrisa de apreciación. 

Tenía tan poco para pensar en nada más, que sabía que Eros estaba cerca porque lo percibía mirándome, en un momento al menos dos horas después, cuando había archivado los nombres de al menos el ochenta por ciento de los invitados, me liberaron y pude ir al baño a refrescarme el maquillaje.

El pasillo no estaba poco iluminado, pero opacaba el ruido de las voces y eso no me gustó, me traía recuerdos de la noche que Cruz trató de propasarse conmigo, así que termino y salgo lo más rápido posible, con la mala suerte de encontrarme de frente a un trío de muchachas, seguramente hijas de algún político, entre ellas, a Sigrid.

La rubia les indica a sus compañeras que sigan, pero ellas se estancan en el angosto pasillo cortándome la salida, ojeándome de arriba abajo, estudiando cada detalle, como si contuviesen una burla. Reviro los ojos con toda la intención de que lo vean.

No las conozco, pero si ellas me miran de esa manera, yo puedo tacharlas de insufribles.

—Sol, que mal gusto verte—escupe la líder del clan, venenosa.

—Puedes cerrar los ojos, Sigrid, no es complicado—contesto indiferente, cruzándome de brazos.

—Te ves muy bien codeándote con toda esta gente, proclamando un apellido que no es tuyo, pero tomando el dinero de otro.

Y ella sigue circulando en el mismo argumento. Pensaba que la de problemas de superación, era yo.

—Esa es la diferencia entre tú y yo, que lo tuyo es malgasto, lo mío inversión—paso en medio de ella y la pelirroja, apartándolas con empujones por los hombros—. Están ocupando espacio, quítense del medio, carajo.

Oigo quejidos a mi espalda, no doy más de dos pasos, Sigrid me clava las garras en el brazo y me obliga a dar la vuelta.

—Yo no sé qué artimañas seguirás haciendo para que papá siga costeando tus gastos— No me sorprendería que...

—No lo digas, por favor—le corto el rollo, conociendo la barbaridad que diría—, ahórrate la reconstrucción dental.

Sus ojos llamean furiosos, celosos, presiona la boca tinturada de rojo colérica, lastimándome la piel.

—Eres una put...

No pienso, actúo.

El ruido de la bofetada roba jadeos de impresión, mi sangre se caliente en un instante, hierve y dispersa la rabia bajo mi piel como fuego en un camino de gasolina.

Sigrid me aniquila con los ojos salidos de la sucia sorpresa, no se lo esperaba, en mi defensa yo tampoco, pero me ha tomado en un momento donde no pienso dejar que nadie más me lance un insulto y ella hace mucho que ha colmado el vaso de los suyos.

Pensaba darme la vuelta pero por supuesto, no se quedaría tranquila.

Me hala la cadena con el diamante negro que Franziska me dio de regalo, lo tira al piso como basura y eso me enoja, no, me arrecha a niveles enfermizos.

 La agarro del cabello y lanzo la cabeza hacia abajo, trata de golpearme la cara pero le atajo por la muñeca y le aplasto la mejilla roja con otro bofetón.

—¡Buenas noches! Valentina Petricelli al mando—se oye lejano.

El estómago me da un vuelco, en el fondo sé que no debería hacer esto, debí dejarla tragarse su veneno, pero estoy harta y ahora no me pienso detener.

Una de las amigas, me hala el cabello mientras otra nos trata de separar. Mi cuello arde por el rastro de sus uñas filosas, pero me niego a dejarla ir, no puedo, mis manos actúan de acuerdo a la voluntad del derroche de rabia contenida por meses.

—¡Suéltala, zorra!

Mi cuero cabelludo duele, lanzo un codazo hacia atrás que logra atestarle en el estómago pero ni así me deja en paz.

—Puta, eres una puta, eso es lo que es, ¡una vulgar zo...!

Hinco las uñas en su cabeza, callándola de un aullido de dolor.

—¡Ya paren, deténganse!

Una mata de cabello oscuro con reflejos dorados se mete en medio, me obstaculizan la visión. La molestia en mi cabeza cesa, pero también el agarre en mis manos. Todo pasa tan rápido que me toma segundos asimilar que es Guida la que nos aparta con ayuda de la morena que trataba de hacerlo sola.

Mis pulmones queman cuando vuelvo a respirar, el pulso de intensifica detrás de mis orejas, los cuchicheos se desvanecen y regresar como si moviesen el control del volumen. No puedo creer que me metí en una pelea física, una verdadera, en este lugar y ocasión.

La imprudente es ella, yo estaba feliz hasta que se atravesó.

Sacudo las manos como si las tuviese empapadas de agua, pero trato de deshacer la sensación de sus dedos tratando de quitarme de su cabeza.

—Yo solo venía al baño y me encuentro con esto—habla Guida, el alemán presente en cada palabra que exclama—. ¿Qué somos, animales?

Sí.

Quiero quitarla de en medio y volver a descargarme con Sigrid, pero un pinchazo de dolor en el dedo me obliga a soltar un quejido. Me he quebrado la uña y dejado un mechón de cabello enredado en la abertura.

¡Son recientes, coño!

—No te metas, ¿vale?—le suelta Sigrid, tratando de aplacar el estropajo que tiene en la cabeza.

Debo lucir igual.

—¿Cómo no se va a meter, si comienzas una pelea por una idiotez, mongola?

Poco le falta para hundirme una uña en el ojo.

—¡¿Cómo me llamaste?!

Mongola, sorda estúpida.

Se me echa encima pero no me alcanza, no es Guida o su amiga la que intercede esta vez, es el brazo de Eros que la empuja lejos y ella por poco rebota en la pared.

Eros me somete a una inspección rápida pero escrupulosa, diviso su expresión neutra romperse en una mueca airada, la sangre se acumula en sus mejillas, coordinándose con la vena apareciendo en su frente.

Ve a Sigrid, ve a Guida y de vuelta a mí, ninguna abre la boca, también nos vemos entre nosotras, él hace el amago de decir algo pero me adelanto.

—Me llamó puta—le acuso—. Me dijo que Andrea me paga la universidad porque me acuesto con él y muy aparte de eso, me partió una uña.

Era una tontería a extremos vergonzosos tener que justificarme con Eros de esa forma, como una niña que pelea con su prima por una muñeca, pero no me importa.

Ella chilla indignada, Eros la calla señalándola con los evidentes insultos amontonados en la mirada, aspira sonoramente, calmándose y mueve la vista al par de hombres de seguridad tapando la salida del pasillo.

—Acompañen a la señorita a la salida, no sé cómo ha ingreso si claramente en su jodida casa no le enseñaron modales.

—¡Eres un...!

—Un grito, y la próxima revista que lleve impreso tu nombre, tendrá la palabra fracaso en grande y amarillo—le gruñe Eros—. Vuelve a siquiera mirarla de ese modo, y te quedas sin disquera, insúltala y te prometo que le haré un favor al mundo, nunca más se oirá tu voz en ninguna estación, ¿comprendes lo que digo?

Guida se tapa la boca, observando el descargo en silencio.

Espero el vuelco pesaroso, la lástima, las ganas de decir que no es para tanto, fue una estúpida pelea, pero creo que por primera vez en mi vida, quiero inclinar la balanza completa a mi favor.

Quizá así deje de insultarme cada vez que por culpa del destino nos encontramos en la misma habitación, no poder pasar un momento grato con sus hermanas y papá, porque ella me mira con esos ojos de muerte y me escupe lo interesada y mosca muerta que soy.

Esta noche la dejo tomar el peso por las dos.

—No me toquen—ladra a los hombres que la escoltan y se pierden al salir de la intimidad del pasadizo.

Las amigas sin saber que más hacer, le siguen, nos dejan solos, compartiendo el silencio.

El aire agitado del altercado se disipa, dando paso a la dócil incomodidad. Guida carraspea, se rasca la cabeza dubitativa.

—Creo que... deberías peinarte.

Pues sí.

—No tengo peine—retuerzo los labios, tratando de arreglar los mechones cortos con las uñas.

Su mirada se abre como si de pronto recordase un detalle.

—Que suerte que yo sí.

Y si de suerte hablamos, que nadie más presenciara el bochornoso espectáculo, fue el mayor golpe de todos.

Eros espera afuera, por supuesto, me tendió el lápiz labial, tenso, cuestión para reír, puesto que ni Guida ni yo nos sentimos así. Podría jurar que tiene la oreja apoyada a la puerta, pero no lo creo tan metiche como yo.

Pude retocarme el labial, en el jaloneo me ensucié el mentón. Aprendí a peinar el nuevo flequillo, no ha quedado exacto, pero tampoco causa gracia, los rasguños no me preocupan, si los de Bertha no dejaron cicatriz, estos menos, apenas se notan.

—Que peine más raro, pero útil—le digo, quitando los nudos de las puntas.

A primera vista parece una navaja. El mango es curvo y pesado, cuando lo sacó de ese diminuto bolso, entré en pánico, llegué a pensar que me rebanaría como jamón, pero saco las cerdas pronto y pude volver a sentir el corazón.

—Lo hice yo—menciona con dejo orgulloso.

—¿En serio?

Ella se baja el escote y sus senos desnudos saltan a la vista, trato de no mirar, pero a ella poco le interesa. Me escandaliza, comienzo a maquinar ideas erradas del porqué lo hace, entonces recuerdo que en Alemania el nudismo es común, y todo cobra sentido.

Hera me relató esa vez que quitarse la ropa, para ellos que tienen tan arraigadas las costumbres jerárquicas y reglas estrictas, es un acto de libertad.

La ropa sexualiza el cuerpo, había dicho, porque supone que se tiene que ocultar. El nudismo le rinde tributo a su naturaleza.

—Estudio robótica, pero se me da bien diseñar armas—comenta, reacomodando los pechos dentro vestido.

—¿Armas? Como, ¿pistolas, cuchillos y rayos láser?

Ella se echa a reír, negando con la cabeza.

—Eso es una navaja.

Aunque lo sospeché, igual me toma por sorpresa. Temerosa de pulsar donde no debo y cortarme el cabello, de nuevo, la alejo de mí. Ella le da la vuelta y saca la cuchilla de un compartimiento que era más visible que secreto, pero a mí me sigue impresionando, siendo que el artilugio debe medir menos de diez centímetros.

Ella vuelve a guardar la hoja afilada, retomando su rutina frente al espejo.

—Un artefacto ingenioso, sin dudas—enuncio, admirando el bonito color rosa. Me recuerda a Hera—. No puedes ir por la vida apuñalando gente despeinada.

Ella se carcajea, pronto las risas se desvanecen lentamente, su rostro adquiriendo un tinte opaco.

—Me hubiese gustado tenerlo antes.

Mi pecho se contrae compungido. Olvidé por unos momentos que recién se recupera de recibir cuatro puñaladas, por arriesgarse ayudar a Eros, a Hera, a la familia.

Compartimos una mirada extensa, colmada de frases que nunca saldrían de nuestros labios, porque en este escalón de la vida, no tienen ningún sentido. La lengua me hormiguea por preguntarle como se siente, si se arrepiente, si ahora desea compartir ese vínculo con Eros, no me queda ni una duda de que ella lo ha leído en mis ojos, porque sonríe, una mueca casi imperceptible, pero que dice mucho más que unas cuantas palabras.

No.

Mi abdomen pierde presión, no sabía lo prensado que lo tenía hasta sentir la tibieza que desprenden los nervios.

—Lo siento—susurro.

Ella me da un apretón en la muñeca cuando le regreso el peine.

—Quédatelo, por favor—su voz tildada de cortesía—. Con todo lo que ocurre, lo necesitas más que yo.

No le llevo la contraria, porque sí me ha gustado el cachivache.

—Gracias.

Una palmada más y se encamina a la puerta.

—Nos vemos por ahí.

Guida abre la puerta, Eros se aparta permitiéndole salir. Él asiente a modo de despedida, direccionando la mirada a mí.

Me doy un último vistazo antes de salir. Nada ha pasado.

—¿Todo va bien?—tantea, devolviendo el diamante negro a mi cuello.

Bufo, enlazando mí brazo al que él que me ofrece. Le pido que guarde el peine navaja junto a mi celular y el labial, no tengo ni un bolso ni un mísero bolsillo oculto.

—No hablamos sobre ti.

Reparo maravillada la sonrisa rondándole los labios.

—No creo que pierdan tiempo en eso—declara con aire irónico—. ¿La velada es de tu agrado o deseas que la mejore?

Le pediría regresar nuestros pasos, encerrarnos en el baño veinte minutos no me parece una idea equívoca, pero al momento de salir, finalmente, del pasillo, un par de mujeres ingresan a el.

Lo dejaría para después.

—Sí, esta vez sí recuerdo nombres.

Una mano me toma del hombro, el toque inesperado me borra la sonrisa. Odio con mi vida entera que me toquen los hombros, más si los llevo al descubierto.

Un Meyer de ojos tan rojos como su cabello me devuelve la mirada.

Viene hacia a mí con una actitud astringente que me cala los nervios del lado equivocado. Si así lo recibo yo, que convivo con él y entra en el grupo de personas con las que puedo pasar el rato sin querer taponarme los oídos con audífonos, no quiero imaginar que pasará por la cabeza del ser que tengo anclado a mi costado.

—Mierda, ¿hola?—esputa, identifico un tono de reproche que me deja ida del contexto—. ¿Te fuiste de casa sin decirme? No sé qué carajos es de tu vida.

Arrugo el rostro desconcertada por la altivez y casi grosería que expresa, ¿qué le pasa?

Eros intenta soltarse de mí, se lo impido reforzando mi brazo en el suyo. Abro la boca para contestarle con cualquier evasiva, huyendo al claro problema gestándose, pero él no me deja.

—No sé, pienso que podrías avisarme cuando te quedarás afuera para no esperarte como un maldito idiota toda la noche.

Su voz filosa, plagada de rabia y algo más que no logro identificar, me atrapan desprevenida.

Mi corazón se desinfla decepcionado. ¿Qué le hace creer que tiene potestad para que yo tenga que rendirle cuentas? ¿En qué momento le he dado a entender semejante estupidez? Vacilo en una respuesta que le ubique sobre sus pies sin armar revuelo, pero no hallo forma de componerla.

—Meyer, yo...

—Te traje esto—vuelve a interrumpirme—, por si lo necesitabas.

Mi sangre para de circular al atisbar un prenda de lencería de color fucsia apretujada en su puño.

Mi estado de alerta se enciende en un nanosegundo al sentirme libre del brazo de Eros y ver la manera agresiva en cómo le toma del moño y lo acerca a él. El movimiento rápido y bruto atrae las miradas de los invitados al final del masa que Valentina hipnotiza con su charla sobre derechos humanos.

De pasar a sentir la cara hervir de la vergüenza, paso a no tener ni una gota al oír la risa satírica de Meyer.

—¿Qué carajos te pasa?—brama Eros fuera de sí.

Le tomo del brazo apegándome al disimulo.

—Por favor, aquí no, no es el momento—mascullo entre dientes, trato de razonar con él, pero él ya ha tocado el límite de enajenamiento.

—Quítame las manos de encima, te lo estoy advirtiendo—gesticula Meyer por lo bajo.

Oprimo los dedos en su brazo libre, con el corazón atascado en la garganta.

—Eso no es mío—le susurro con aprensión, él baja la mirada a la mía, sus orbes cargados de vesania y desacato—. Jamás usaría esos tonos.

—¿Importa esa mierda, Sol?

—Pues no, carajo, pero...

—Es cierto, no es tuya—la burla perpetrada en su risa—. Las tuyas huelen distinto, como a cereza y mango.

El sonido del hueso crujir es lo siguiente que se oye.

Eros pierde el control, lo despacha de su mente como un mal pensamiento. El ruido enervante se repite, uno tras otro, hueso contra hueso, sangre, gruñidos... la horripilante escena se desencadena con exagerada rapidez, imposible de detallar que es lo que ocurre más allá de los manchones rojos y el crujir de cada brutal impacto.

La gente lo nota al instante, se apartan aterrados.

Heirich y Ulrich llegan, al pelirrojo se le descompone la cara, distinto a Ulrich que parece que le envía porras telepáticas a su hijo.

Alguien trata de lanzarme hacia atrás, es Hunter, pero mis pies se han hundido en el concreto. Heirich trata de quitar a Eros de encima de su hijo, al no poder, le atesta un golpe en las costillas y ahí Ulrich se entromete, empujando al pelirrojo lejos. Creí que se armarían a golpes ellos también, pero el motín de seguridades interviene a tiempo y enseguida logran separarlos.

—¡Qué noche tan estupenda!—grita Valentina tratando de salvar la celebración—. Un aplauso para el cumpleañero por favor, está... ¿dónde está?

—Helsen, ¿qué carajos importa Helsen?—reclama Hunter al borde del colapso—. Hera, Sol, no encuentro a Hera.

Esa fue la primera vez que sentí mi corazón, el tiempo y mis sentidos detenerse a la misma vez.

 


Holi😇

Es justo decir que un capítulo más y ya estamos a medio camino del final, aunque siento que falta menos.

No puede ser que muchos necesitan una confirmación explícita sobre quien es el papá de la criatura de Hera, si más obvio no puede ser, lo que pasa es que como es Hera, siempre la deducen por lo peor.

Nadie pensaría de ese modo si fuese Lulú, nomás para analizar😗

El arrecho de Sol es a lo venezolano, obviamente💀

Por cierto, por twitter lanzo severos spoilers chamas, se quedan loks, por si les interesa, es el mismo user que aquí😈

Gracias por sus votos y comentarios, me pongo a leer y contestar, comienzo a tomarle ganas otra vez😩

Nos leemos pronto,
Mar💙

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