-PICTADURA-

By IgorHernandez

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Historia surrealista en el que una chica llamada Claudia "surge de la nada" en el interior de un cubo blanco... More

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By IgorHernandez

Finalmente despertó.

Estaba completamente empapada, en plena Puerta del Sol madrileña. Acababa de dejar de llover, y era de madrugada. Había poquísima gente caminando por la calle. Al otro lado de la plaza se podían ver camiones lanzar potentes chorros de agua para limpiar el asfalto.

Se levantó y no supo qué hacer. Recordaba absolutamente todo. Había desaparecido del castillo de La Reina, y había aparecido en aquel lugar extraño, diferente, sucio, oscuro... Aquel lugar con carteles que hablaban de la "Comunidad Autónoma de Madrid", del "Ayuntamiento de Madrid", de la "Casa de Correos de Madrid"...

Todos aquellos carteles hablaban del mismo sitio, de Madrid, pero no era su "Madrid etérico", y en aquel momento lo único que deseaba era volver a verle, a El Mago, y pedirle consejo. 

¿Cómo demonios podría regresar allí, o al castillo de La Reina? Mientras observaba la ciudad se acercó a un escaparate cercano. Con el cristal del local pudo verse reflejada. Era ella, pero no recordaba vestir así, de esa forma tan... diferente. Pantalones vaqueros, jersey de lana, abrigo de pana... Ropa corriente para los habitantes de aquella ciudad, pero demasiado diferente para lo que ella se había acostumbrado a ver en su corto tiempo de vida... ¿Cuántas horas de vida tenía en su memoria? ¿Cinco? ¿Seís? Era surrealista, pero así era su vida, y era la única que tenía. Debía protegerla y quererla tal y como era.

Caminó por la Puerta del Sol dudando qué camino tomar. Las pocas personas que se cruzaron con ella la observaron con detenimiento. Sintiéndose observada, y con el miedo a ser descubierta como "visitante de otro lugar",  corrió hacia la primera calle que tenía a mano. 

Allí, a ambos lados de la calle, centenares de comercios se encontraban cerrados. Al final de la calle unas luces azules mostraban a un coche de policía patrullando. 

De repente, una punzada de dolor le atacó el estómago. Era hambre, y era lógico que lo sintiese. En todo este tiempo de vida no había comido ni bebido nada en absoluto. ¿Sería que en aquel lugar "mágico" el hambre y la sed no tuviesen lugar?

Como si fuera un regalo caído del cielo, sus ojos divisaron un local de comida rápida. Estaba cerrado, pero ver las fotografías de suculentas hambruguesas, patatas fritas y deliciosos helados, salivó como si estuviese a punto de probar bocado.

Ver tal cantidad de comida le hizo marearse. Su primer propósito era ver la forma para regresar al  "Madrid etérico", pero sus instintos pudieron contra la razón, y decidió golpear con violencia la puerta del establecimiento esperando abrirla o romperla.

Pero fue inútil. El cristal era demasiado grueso, y la poca fuerza de sus piernas hizo que fuera imposible entrar adentro.

Las pocas personas que pasaban a su lado le miraban atónitas, extrañados de cómo una chica tan guapa y bien vestida golpease con esa violencia la puerta del establecimiento. "Se tratará de una loca", pensaron varios de ellos.

Por su parte Claudia, con miedo a que diesen una voz de alarma, y teniéndo aún en mente la emboscada que le había tendido La Reina con sus mujeres, escapó del lugar, callejeando un par de calles hasta que se encontró en soledad. Curiosamente se sentía más segura cuando no tenía a nadie alrededor.

De repente, cerca de ella, encontró un establecimiento, una tienda abierta veinticuatro horas. La cuestión de horarios no era algo que comprendiese Claudia, pero sí entendía que en ese lugar había comida y bebida, y sus instintos le decían que entrase allí a sacarse.

Entró con decisión y saludó disimuladamente al dependiente oriental que atendía el establecimiento. Se perdió en los pasillos, mientras una serie de pequeñas cámaras de seguridad vigilaba todos sus movimientos.

Caminar por aquellos tres pasillos fue un viaje al reino de los sentidos: refrescos, fruta en lata, pan de molde, pasta  seca, bollería industrial, helados, chicles, congelados... Todo aquello entraba por sus ojos, pero su mente le hacía imaginar el sabor y olor de todos aquellos productos.

De repente vio uno que le llamó la atención. Un pequeño bollo azucarado envuelto en plásticos, que, sin pensárselo, lo abrió para darle un par de mordiscos.

-¡Eh, tú! ¡Qué haces! -gritó el dependiente, saliendo del otro lado del mostrador.

-Yo, eh... perdón... -dijo Claudia, dejando el bollo abierto donde lo había encontrado. El dependiente llegó a donde ella se encontraba.

-Tienes que pagar. ¡Un euro cincuenta! -dijo el hombre tendiéndole la mano con brusquedad.

-¿Cincuenta qué? -preguntó muy extrañada Claudia. ¿Pagar? ¿Euro?

-Te vas a enterar -el dependiente se salió de sus casillas, la tomó por el brazo y tiró con fuerza de ella hacia la calle.

-¡Ay! ¡Suélteme! -gritó Claudia muy asustada. Su plan de saciar su hambre fallaba por segundos. Finalmente, ambos salieron a la calle.

-¡Eh, policía! -dijo el dependiente levantando los brazos para llamar la atención de los coches que había al final de la calle. Claudia comprendió que aquellas luces azules eran la policía, y empezó a hacer fuerza para poder huír de las garras de su captor. Finalmente lo consiguió-. ¡Ven aquí! ¡Ladrona! ¡Muerta de hambre!

Las piernas le temblaban, pero aún así logró escapar de allí. Aquel lugar era una ciudad solitaria, sin gente caminando por las calles, y la poca gente que había, o bien la miraban desconfiados, o bien la trataban de ladrona, de buenas a primeras, sin siquiera preguntar el motivo de sus actos. ¿Acaso se había preocupado el dependiente en preguntar si lo estaba pasando mal, que cuánto tiempo hacía que no probaba bocado? (Aunque en realidad ella no tiene recuerdo de haber comido algo en su corta existencia).

Nuevamente deambuló por las calles hasta llegar a una nueva plaza, una especie de parque repleto de estatuas, farolas, bancos y cientos de árboles y arbustos. "Plaza de Oriente", se podía leer en uno de los carteles.

Allí, numerosas personas dormían en los bancos. Claudia podría haber llegado a pensar que se trataba de un sitio en el que todo el mundo podía dormir, pero al pasar cerca de uno de los 'durmientes' comprendió que estaban allí por una razón. Sería su mal olor, su suciedad, su mal hablar, sus ropas rotas... Todo aquello les daba una estética sucia, oscura, tenebrosa, pero... ¿Y si eran víctimas de aquella ciudad que era tan poco amable con los recien llegados? De una ciudad oscura sólo podían salir ciudadanos oscuros, del mismo modo que del "Madrid etérico" surgían seres especiales y con otro tipo de sensibilidad.

Llena de dudas caminó por el parque hasta encontrar un banco de piedra lo suficientemente alejado para que pudiese sentirse tranquila. Se tumbó y cerró los ojos para ver si así podía dormir.

A los pocos minutos pasó un coche de policía patrullando, pero no mostraron mucho interés al pasar por su lado. Era una "sin techo" más.

Al día siguiente se despertó por el ruido del camión de la basura. Apenas había dormido cuatro horas, pero lo suficiente para tener nuevas fuerzas con las que encontrar una solución a su problema.

Se levantó y alejó por las calles. Estaba amaneciento, y el cielo ya no estaba nublado como la noche anterior.

Cerca de allí sintió el olor de un horno cercano, el característico olor a pan y bollos que hizo rugir su estómago, pero supo que no iba a poder probar bocado de todo aquello a menos que usase la misma táctica del día anterior.

Al pasar cerca de una panadería miró detenidamente el cartel con los precios colgado en el cristal. Era la primera vez que lo veía, pero comprendió que aquello era el valor de los productos que dentro se encontraban.

Mientras miraba el interior de la panadería pudo verse reflejada en el cristal. La Claudia que observó ayer no era la misma que tenía ahora mismo allí, mucho más desaliñada y sucia.

¿Dónde demonios podía ir? El "Madrid etérico" estaba en medio de un gran mar... El castillo de La Reina estaba rodeado de un gran jardín... ¿Y dónde es encontraba el degenerado, el que dio origen a esta situación? Ni idea...

Claudia caminó y caminó sin saber a dónde ir. Entró en unos grandes almacenes esperando encontrar algo que le diese una pista, pero el hambre estaba haciendo acto de presencia otra vez. Intentaba acostumbrarse, pero el continuo dolor en el estómago se hacía realmente insoportable.

Mientras caminaba por las calles meditó sobre lo que le rodeaba. Aquella ciudad estaba repleta de ruidos, personas, humo, prisas, multitud de vidas... Le llamaba la atención la preocupación de las personas por su propia vida. No necesitaba hablar con ellos para comprenderlo, todos mirando al frente, en silencio, con la mirada fijada en sus propios pensamientos, caminando rápidamente de un lado a otro como si llegasen tarde a todas partes. El "Madrid etérico" era diferente...

Regresó a la plaza donde durmió aquella noche. Siguió caminando hasta que llegó frente a un gran edificio blanco. "Palacio Real", anunciaba un letrero cercano.

Paseó observando la arquitectura del edificio, preguntándose cuánta gente viviría allí adentro, ignorante de que en realidad aquel sitio era más un lugar de visitas que una residencia.

Cerca de allí había un edificio de piedra con una gran cúpula coronándolo. "Catedral de La Almudena", leyó en una placa. Su estética era celestial, y mirarla le hizo pensar en que quien lo diseñó lo hizo pensando en la magia de la vida, en la fé, en un lugar tan especial como el "Madrid etérico".

A un lado había una pequeña terraza que daba al resto de la ciudad. Desde allí podía verse gran parte de Madrid.

Se asomó y entonces lo vió... el gran jardín... un grandioso bosque se extendía frente a ella...

Seguramente aquél fuese el camino para reencontrar a La Reina... 

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