Deseo deseo ©

By euge_books

19K 3K 1.4K

¿Qué pasaría si a un chico le viene la regla? Lo sé, lo sé, vas a decirme que estoy loca y delirante, pero lo... More

🍒Deseo deseo🍒
¡BOOKTRAILER!
Primer día de clases
Vómito de Fanta
Violet
Sentencia de muerte
Estúpida fiesta, estúpido Mittchell, estúpidos todos
Cerecita, la vengativa
Los efectos del vodka
Deseo deseo
Buenos días
¿Qué demonios está pasando?
¿Qué has hecho, Bárbara?
No puede ser verdad
Día de esconderse en el baño
Piernas sucias
El incansable Mittchell vuelve al ataque
La maldición de Bárbara y la bendición de Mittchell
Tutorías sangrantes
Mittchell Dramático Raymond
Revelaciones
La regla afecta las hormonas
Definitivamente, se le salió un tornillo
Chocolates en casilleros
Intensidad al mil por ciento
Esfuerzo número dos y un tal vez
La fiesta más horrenda de la historia
Mentiras, fiesta y decepción
Humillación en Volcalandia
Gloriosa ley del hielo
#Ignorado
Maldita sea, Raymond
Charlas de medianoche
Inoportuna clase de matemática
De urgencias en el baño
Diagnóstico incorrecto
La enfermera sexy robapadres
Maratón de pelis y helado
Mini Iron Man
Amores que matan
Llamada telefónica de emergencia
Veo veo
El mayor 3312 de la historia de los 3312
Lobos sexys y adolescentes adoloridos
Herir no es lo mismo que partir en dos un corazón
Colorín colorado, este acuerdo se ha acabado
Agua fría y mantas calientes
Puertas cerradas vuelven a abrirse
Problemas en el paraíso
Usa tus propias botas, idiota
Intentando una nueva jugada
No es perdón, es servicio
Bibidi Babidi Bú
Adiós, estrella; hola, futuras responsabilidades
¿Empezar de cero?
Falda y tacones combinan bien con piernas peludas
Oportunidad ganada
Besos a medianoche y un «te quiero»
Nuevo comienzo

Epílogo

148 23 0
By euge_books

Mittchell


Tristán Raymond fue enterrado el día veinte de febrero de 2022. Estuvo acompañado por su ex esposa, su marido, los hijos de su esposa, un par de amigos del trabajo y yo. No importó nadie más.

Pensé que me resultaría difícil dar un discurso, pero no lo fue. Tengo el regusto amargo de su muerte en el paladar, y tal vez siempre esté allí hasta que aprenda a sobrellevarlo.

Abro la puerta de casa y me encuentro con una escena conmovedora. Bárbara está preparando café con Arae, mis amigos están en la sala de estar discutiendo por qué película poner. Evina, Peter y Adam están aquí también. Cuando mis ojos conectan con los de mi novia, ella me brinda una sonrisa amplia que borra todas mis preocupaciones momentáneamente.

—Hola, Menstruolito. —susurra sobre mis labios antes de darme un beso lento.

—Hola, Cerecita. —respondo, embobado. Se separa, pone una distancia decente entre nosotros y entrelaza nuestras manos.

—¿Cómo estás?

Suspiro y alejo las lágrimas que me nublan la visión. Ante toda respuesta, ella me besa de nuevo, despacio y apoya la frente en la mía. Por la diferencia de altura, tengo que bajar un poco el cuello para que se toquen en su totalidad.

—Te lo he dicho ya, ¿o no? Todo estará bien.

—Si estoy contigo, sé que sí.

Su risita me calienta el pecho, la atraigo hacia mí en un abrazo corto y nos separamos cuando Arae nos grita que el café está listo y que no podemos dejar a una mujer mayor haciendo todo el trabajo.

Nos reparte las bandejas y llevamos todo a la mesa. Por un momento, pienso que me darán sus condolencias y me mirarán con lástima, pero Liam solo dice:

—Papito, qué bien que te queda ese trajecito.

Todos estallan en risas. Adam palmea mi hombro cuando me siento a su lado entre él y Devan. Este último palmea mi hombro y sonríe de costado.

—Por favor, elige la maldita película y acabemos con esto porque me está empezando a doler la cabeza.

Río y tomo la taza que Bárbara me pasa. Se acomoda en el suelo, en medio de mis piernas.

—¿Tú que quieres ver? —le pregunto. Ella se encoge de hombros, ladea la cabeza y me da una mirada juguetona.

—Ver-te en tanga, ¿es opción?

—¡Si quieres que nos vayamos solo dínoslo! —grita Evina desde el otro extremo del sillón. Peter le da un codazo, Caleb y Tyler la corean en acuerdo.

Yo trato de que mis mejillas no me delaten y Bárbara se gira con rapidez, toma el mando y abre el buscador de Netflix.

—No puedo creer que no hayan visto esa película. Aunque no se llama así, solo era un chiste.

Durante la siguiente hora y media, reímos con las locuras de un señor de cuarenta años que trata de recuperar a su esposa e hijas luego de que el trabajo lo absorbiera y le quitara toda su vida social. Por un rato, nos olvidamos de la facultad, de nuestras vidas futuras y nos limitamos a disfrutar de lo que queda de este verano.

Al atardecer, mis amigos suben a la sala de juegos y conectan los videojuegos. Como si eso fuera un imán para los hombres, corren en tropel por las escaleras. Evina niega con la cabeza, pero está sonriendo.

—Lo siento, no puedo quedarme tanto tiempo en un lugar con tanta testosterona. —dice al cabo de un rato. Bárbara la rodea con un brazo y la chica se acurruca en su pecho—. Voy a abandonarte.

—¿Vienen a buscarte? —le pregunto, porque en realidad no tengo problema en acompañarla hasta su casa.

—Sí, ya deben estar por llegar. No te preocupes. —contesta. Se despega de su amiga y me da un  abrazo corto—. Estoy orgullosa por el hombre en que te convertiste. Si le haces daño a Bárbara, te buscaré, te cortaré las pelotas y te las daré de comer hasta que te atragantes. ¿Hecho?

Tiene una sonrisa enorme en sus labios y yo tengo la decencia de tener miedo por mi hombría. Bárbara se desternilla de la risa en el sofá.

—¡Nos vemos luego, tortolitos! —exclama antes de salir por la puerta.

Me siento con Bárbara, que ya está con el control remoto para poner play a la cuarta película de Crepúsculo.

—No me dejarás en paz hasta que vea todas las películas, ¿cierto?

Niega, sus hermosos ojos cafés se achinan con su sonrisa. Me quito la chaqueta del traje, me aflojo la corbata y me tiro encima de ella. Chilla y ríe al mismo tiempo, trata de buscar el punto en mis costillas que hace que me retuerza, pero le sujeto las manos por encima de su cabeza.

Sus piernas me rodean la cintura, su ceja izquierda está arqueada.

—Mittchell Raymond, ¿qué crees que estás haciendo?

Mis ojos se desvían hacia la escalera, chequeando que no haya moros en la costa. Bajo la cabeza y la beso, lento, sin apuro. La saboreo y acaricio sus muñecas con suavidad.

—He estado pensando en ti todo el día. Necesitaba esto. —confieso. Ella asiente, estira el cuello hacia atrás y deja un beso debajo de mi ojo—. Gracias, por la reunión. No habría podido pedir nada más.

—Era esto o una recepción súper aburrida con tu madre, tu padrastro, tus hermanastros y toda esa gente de negocios que no estás interesado en conocer hasta que cumplas los veintiuno.

Es cierto. Lo había hablado con mi madre antes del velatorio y el entierro y había estado de acuerdo, aunque me había hecho prometer que no desaparecería de su vista. Tiene algo que ver con la charla secreta que ha tenido con mi padre, estoy seguro.

—¿Podemos dejar de hablar y besuquearnos?

—Con que así estamos. —murmura—. ¿Qué hay de los chicos? ¿Y si bajan?

—Entonces verán lo mucho que te amo y subirán corriendo las escaleras si no quieren que los muela a golpes por verte desnuda.

Se ríe a carcajadas, envuelve sus brazos ya libres en mi cuello y me atrae a su pecho. En un abrir y cerrar de ojos, y sus caricias en mi pelo, me voy quedando dormido.

—¿Qué pasó con el plan? —arrastro las palabras, soñoliento.

—Me verás desnuda otro día, Raymond. Hoy te abrazaré, te sostendré y cuando quieras podemos hablar con propiedad sobre nuestro futuro.

Tiene razón. Me acomodo en el hueco de su hombro y suspiro.

—Yo también te amo, idiota. —me dice al oído, pero ya estoy en la quinta dimensión y no puedo responderle. Unos minutos así, y de nuevo a la vida real.

La carta de Harvard llegó unos días antes del deceso de papá, pero no la he abierto. Estoy sentado en mi cama, con Bárbara sentada en forma de indio frente a mí, aguardando a que me digne a tomar el maldito abrecartas y termine con el suspenso.

—¿A qué le tienes miedo? —pregunta por décima vez en cinco segundos. Mis nervios la ponen nerviosa—. Porque por el amor de Dios, hemos tenido esta conversación cientos de veces y sigue sin quedarme claro.

—Bárbara, estoy pensando seriamente en tirarlo todo por la ventana y ver la última película de Crepúsculo. No me presiones o terminaré haciéndolo, ¿de acuerdo? Y tú quieres que tenga un buen futuro, igual que él. No puedo defraudarlo ni dejar plantado al abogado que vendrá esta tarde a terminar con los preparativos del testamento. Estoy...

—Estresado, lo sé. —Me toma de las manos, que han empezado a temblar, y me obliga a mirarla a los ojos—. Todo estará bien. Recuerda, una cosa a la vez.

Una cosa a la vez.

Todo va a estar bien.

Es la oportunidad de mi vida. Sería un tonto por desperdiciarla.

Respiro hondo, arrastro el abrecartas por el papel y saco la hoja doblada con el logo de la institución. Leo lo que pone:

Estimado señor Raymond, nos alegra informarle que...

Sigo leyendo con el corazón en la garganta. Aún sabiendo que lo iba a conseguir, no me veía a mí mismo tomando el mando de mi vida de esta forma. Claro que fue con la ayuda de mi padre y sus influencias, pero... ¡Carajo, voy a ir a Harvard!

Bárbara


Veo cómo su boca se curva en una sonrisa triunfante y triste al mismo tiempo, lanza la carta al suelo y se abalanza sobre mí. Lo encuentro a medio camino y rodamos por el colchón como críos felices.

—¡Nos vamos a caer! —le grito en el oído. Su risa gutural me confirma que es parte de su plan malvado, pero lo doy vuelta y le pido un alto. Yo también tengo noticias que quiero compartirle.

—Lo siento, lo siento. Te escucho. —dice. Se arregla un poco la maraña de pelos que es su cabello y se acomoda en sus glúteos frente a mí.

—Tomaré un curso de escritura no muy lejos de aquí, y tengo una estación de tren cerca. Estaremos a cuatro horas de distancia. —sonrío. Su cara pasa a ser de euforia a preocupación—. No es tanto, bueno, sí lo es, pero lo haremos funcionar.

—¿Lo haremos? —susurra. Algo asqueroso se anida en mi estómago y tengo que respirar profundo antes de preguntarle.

—¿No quieres intentarlo? 

Se queda en blanco por un momento. Sus brazos se enredan a mi alrededor, una nueva clase de temor abraza sus iris color tormenta.

—Sería un completo imbécil si te dejara ir ahora. Y no creo que ninguno de los dos querramos que vuelva a ser esa persona. —Niego, él asiente y acaricia mi mejilla—. Lo haremos lo mejor que podamos, Cerecita.

—Podremos encontrar momentos para hablar durante el día y días de visita, son cuatro horas, no mil kilómetros. Además, solo serán dos años, porque buscaré una universidad con la que la empresa de mi madre haga prácticas y la distancia será menor. Te lo prometo.

Nuestros labios se juntan en un beso desesperado. Sabe a deseos, amor y despedida.

—Además está ese tema de mi hermano... —murmuro.

—¿Tenías que mencionar a tu hermano mientras te estoy besando? —se queja. Yo río y niego, disculpándome.

Al final, resultó que mis padres decidieron adoptar a un niño de once años, que ha pasado a formar parte de nuestra familia en un tiempo relativamente corto. Aún estoy tratando de acostumbrarme, ese chico hace muchas preguntas y es demasiado inteligente para alguien de su edad. Estamos agradecidos de tenerlo, y él de tenernos a nosotros, Ricky es una dulzura para alguien que ha pasado tanto, ya quiero presentarle a Mittchell. Presiento que se llevarán muy bien.

—Oh, mira. —señala al cielo. Se baja de la cama y se sienta en el suelo, con la vista puesta en la ventana. Lo imito y entrelazo nuestras manos, ambos con la vista fija en el firmamento estrellado.

—¿Has descubierto tu primer OVNI? —lo molesto. Por toda respuesta, me gira la barbilla para que no despegue la mirada.

Como si fuera cronometrado, las estrellas comienzan a caer. Al principio, son puntos pequeños, pero luego es una lluvia impresionante que me deja con la boca abierta.

Miro a Mittchell, sonríe con la mirada puesta en mí. Lo sabía, el maldito lo sabía.

—¿Cómo...?

—No pudimos tener un San Valentín tradicional, así que busqué en Internet y me salió que esta noche ocurriría un fenómeno que hace mucho no pasaba en esta zona.

Río, incrédula y apoyo la cabeza en su hombro.

—Eres increíble.

—Puedo decir lo mismo de ti, Cerecita.

Besa mi coronilla y ambos nos silenciamos, disfrutando de la lluvia de estrellas. Estamos juntos y enamorados, viendo cómo las estelas de las estrellas se pierden en la noche y otras más las reemplazan. Mi corazón late con fuerza en mi pecho, es un sentimiento que no había tenido antes, es... llamarlo amor sería poco. Es magia.

—Si quieres puedo pedir un deseo. —le digo, un poco en broma, un poco en serio.

—Que ni se te ocurra.


¡Y FIN! ESTOY LLORANDO DIOS MÍO. 

No puedo creer que acabe de terminar este libro. Pensé que en el año no iba a tener tiempo, pero volver a ellos es un mimo al alma. Cada vez que me sumerjo en su historia, en Bárbara, en Mittchell, siento que estoy en otro universo, pero que al mismo tiempo son parte de mi alma.

Gracias a todos los que se quedaron hasta el final, a todos los que me acompañaron desde el inicio. Gracias a mi papá, quien fue la inspiración para escribir esta historia. Gracias a mis amigas de Wattpad que estuvieron desde el capítulo uno exigiendo que siguiera escribiendo porque querían saber más.

No creo que pueda decir nada más, porque me quedé sin palabras. GRACIAS TOTALES, es un buen resumen.

Nos leemos la próxima,

Euge.



















Continue Reading

You'll Also Like

24M 1.9M 156
En el libro de Anneliese, decía que la palabra «Ambrosía» podía referirse a tres cosas: 1.- Un postre dulce. ...
210K 19.7K 96
Un joven repartidor de helados. Una joven que ama el helado. Ciertas entregas fuera de horario. Pasados que atormentan presentes. Sonrisas dibujadas...
480K 57K 73
Meredith desde que tiene uso de razón, conoce la existencia de Darek Steiner, aunque ha estipulado una regla bien marcada en su vida: NO ACERCARSE A...