The Right Way #2

By MarVernoff

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《Segundo libro》 Transcurridos más de un año y medio desde los hechos del quince de abril, Sol no es l... More

SINOPSIS
Sigue Sin Ser Para Ti
Epígrafe
00
1
2
3
Carta #1
4
Carta #2
5
"Misbehaved"
6
"Crashed Fairy Tale"
7
Carta #3
8
"The Truth That Never Happened"
9
Carta #4
10
"No Choice"
11
Carta #5
12
"Utterly Mistaken"
13
Carta #6
"Deal"
15
Carte #7
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"Play Along"
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"Moonchild"
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"According to the Plan"
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Interludio
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41
Capítulo Final
EXTRA I: Error.
EXTRA II: Hallacas y Glüwein.

14

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By MarVernoff

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"Is is the end of America?
No, it's only the beginning'
If we hold on to hope, we'll have our
Happy endin' ..."
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Suelto un respiro contra la ventana del auto, el interior tibio contrasta con el frío del exterior, formando un ligero vaho. Dibujo líneas delgadas con la uña sobre el, uniendo las gotas que la reciente garúa ha dejado olvidadas.

Ha llovido, no mucho, pero el sentir el agua helada mojarme las mejillas al salir del trabajo en el cortísimo trayecto entre la salida del edificio y el carro de Hunter, me ha animado todavía más. Me gusta la lluvia, dormir con el ruido del agua golpeando el techo y las ventanas, tomando el estruendo de los truenos como canción de cuna.

En Nueva York no pasa mucho, de hecho, ni siquiera recuerdo la última vez que trataba de dormir con la habitación de vez en cuando iluminada por la caída de un rayo.

Hunter tararea una balada dando golpecitos al volante con el pulgar, How Deep Is Your Love, reconozco. Se ha creído tanto la letra que cierra los ojos y mueve la cabeza de un lado al otro, siguiendo el ritmo. Y yo también, porque sin pensarlo, he dibujado un corazón, en medio de este, vislumbro, deformada por el agua, la figura de mamá caminando al carro, cubriendo la carpeta dentro del abrigo.

Con el recortado tiempo entre las clases, el trabajo y las horas de estudio, todo se me une y la mejor manera de solventarlo, es matando dos pájaros de un tiro. Tengo que comprar un regalo para la criatura de Hera, Hunter al verse en las mismas, me invitó a ir juntos, porque Lulú debe estar preparándose para su cita con Helsen, y aparte de eso, quise invitar a mamá a cenar en un bonito restaurante luego de haber aprobado la última prueba para el siguiente paso en la revalidación de la carrera, le ha tomado aprender inglés a las buenas y malas, repasar lo aprendido.

Ha valido la pena, esta tarde le otorgaron el permiso para comenzar la residencia, último paso para poder ejercer. A Papá aún le falta un examen más.

Isis entra a los asientos de atrás, riendo para ella cuando cierra la puerta. Hunter y yo volteamos hacia atrás, mirándole quitarse el gorro y los guantes. El frío se le cuela en los huesos peor que a mí.

Buenas, buenas—saluda, refregándose las manos para darse calor—. Hola guapote.

Mi señora—le contesta Hunter, con su impecable pronunciación.

—¿Bendición?—le saludo, ella me contesta—. ¿Qué tal, ya lo tienes?

—¡Sí, mira!—exclama, sacando la carpeta. Ella de verdad se la ha traído—. Con esto comienzo la residencia, te dije que Martín me ayudó a conseguir plaza en el hospital ginecológico en Queens.

Siempre he dicho que lo importante no como se escuche tu acento, si no que se comprenda lo que tratas de decir. Mamá es ese ejemplo, se oye como Gloria de Modern Family, pero también se le entiende como a ella.

Hunter y yo revisamos el papel por encima, tiene su nombre, identificación y otros datos más. Me siento como cuando un niño te da comida imaginaria y tu finges que te la comes y degustas. Ya sé lo que dice el papel, pero a ella le causa ilusión mostrarlo.

—¡Qué emoción!—chillo—. ¿Cuánto tiempo de residencia?

Ella frunce la boca.

—Tres años, ochenta horas semanales.

Me ha dejado tan seca como los árboles en el más recio verano.

—¡¿Ochenta?!—grita Hunter, poniendo el carro en marcha—. Espero que la envíen a un spa cinco estrellas los fines de semana.

Isis me ve con los ojos abiertos de la impresión.

—Lo entendí perfecto, todo—.su voz tiembla de la emoción contenida—. ¿Cómo están ustedes? ¿Tú cómo estás? Te noto cansada.

Y eso que me esforcé en maquillarme.

Desde la noche que pasé con Eros, hace tres días, no he dejado de pensar y analizar lo que ha dicho. Le he dado tantas vueltas al asunto que me siento en un mareo que no sé cómo detener.

No he sabido de él desde esa noche, como lo ha dicho, no ha interferido en más que enviarme un ramo de rosas y margaritas al trabajo, con una nota con la fecha y hora de la cita que me ha apartado con Dunderg, deseándome buenos deseos.

Supongo que es el romance del nuevo siglo, regalar citas para las psicoterapias.

—Las clases, trabajo, lo usual. Estoy comiendo bien.

Descansando, no tanto.

Ella me mira examina el semblante de manera crítica. Me hace un gesto con la mano para que acerque la cara, me baja el párpado inferior, revisando que tan rojo lo tengo.

—Estás anémica, no te creo—rezonga, soltando mi mentón—. Es la preocupación, hija, trata de llevar las cosas con calma, ya sé que es complicado, pero los extremos no son sanos.

Por el rabillo del ojo veo a Hunter asentir, de acuerdo con mamá.

—Si como bien—me justifico pobremente.

Ella chasquea la lengua, no me cree nada. Es cierto que no he estado bien, trataba de retrasar lo innegable, para tratar de prepararme a la caída, pero uno nunca está preparado para ello.

Resultado de la conversación que sentí descarnada con Eros, las cosas tomaron un tono claro, aún la mirada se me llena de lágrimas al recordar cada frase dicha por él, porque tiene razón, necesito la ayuda que abandoné, eso ya lo sabía, pero me costaba aceptarlo, pero también me hizo darme cuenta de que yo no necesitaba un 'decídete y abre los ojos', necesita oír un 'está bien no estarlo, yo te entiendo y te respeto'.

Una cosa es el apoyo, otra la comprensión. Porque puedes explicarte las veces que quieras, pero no puedes hacer que nadie se sienta como tú, esa es la realidad. Pueden entenderte, pero no lo viven como tú.

La ansiedad me sigue carcomiendo la cabeza, el nerviosismo continúa fatigándome, quiero confiar que volviendo al sillón de Dunderg me sentiré más libre de preocupaciones, pero me siento tan bloqueada y sofocada, con miedo, sintiendo ojos impresos en mi nuca, que no sé como llegaré a ese punto dónde el corazón me palpite a un ritmo normal.

—Bueno, ¿cómo sigue Eros?—pregunta mamá, acomodándose el cinturón de seguridad alrededor de las caderas—. Que peligro, casi se me sale el corazón cuando vi las noticias, ¿ya saben quién fue?

—Sí, el tipo es sicario, lo consiguieron en Harlem. No iba con más intenciones que asustarlo—le digo o único que sé por cuenta de Agnes—. Eso fue lo que dijo, obviamente nadie le cree. Esperemos que pueda dar información certera contra quien lo contrató, él mismo no sabe mucho.

Una nube de tensión se aloja en el techo del vehículo. Los tres nos reservamos las palabras, asimilando de a poco lo que ha ocurrido, lo cerca que estuvo Eros de...

No, no vayas por ahí, Sol, es la vía que tienes que saltarte.

—Las cosas están como... peliagudas—habla mamá varios segundos después—, tengo miedo, Sol.

Yo también, Isis.

—Es pasajero, pronto se solucionará—miento y para dispersar la preocupación de su mirada, señalo a mi camioneta detrás de nosotros, piloteada por Francis, detrás de él, Rox—. Mira, estamos vigilados siempre, es Eros el que se cree el señor invencible y no tenía nadie cuidándole la espalda.

Mamá lanza una ojeada hacia atrás, su cuerpo tan rígido como un pedazo de madera. Cierra y abre las manos en puños, sé que se contiene de soltar el interrogatorio, se le nota a leguas su vacilación, quizá por no querer empeorar mi estado o el de las dos.

—Bueno, ¿por qué no me dices cuándo crees que puedas llevar a Eros a la casa?—el cambio de conversación me alivia, en parte—. Ya está en la ciudad, ¿viven juntos, están en planes o...?

—No, yo te dije que quiero graduarme primero, ¿o ya se te olvidó?

Ella blanquea los ojos, se queda pensando un instante antes de mover la cabeza de arriba abajo.

—Y yo sigo diciendo, que matrimonio más extraño, ¿verdad?—le habla a Hunter y él, por supuesto, le da la razón.

—Rarísimo.

Todos contra mí, es la regla de hoy.

—Somos de última generación, no seguimos normas sociales, imponemos las nuestras—digo con tono de broma, aunque no lo sea del todo.

Hunter frena en un semáforo, me hundo las uñas en las palmas de las manos, evadiendo mirar a todos lados, cagada del miedo de que aparezca un motorizado armado.

Es el mismo terror que padecía en Caracas, pero a otra escala. ¿O no?

—Mientras exista amor y no infidelidades, ni abusos de ninguna índole, ni faltas de respeto ni...—se interrumpe, moviendo una mano despectivamente—, ya mejor no arreglen un carajo.

Una horda de carcajadas se despega de mis cuerdas vocales inesperadamente. Lo ha dicho con tanta naturalidad, que incluso el mohín y el refunfuño se ha visto tiernísimo.

—Estamos bien—le tranquilizo—. Solo estamos ocupados en nuestros asuntos.

Lo que no es una completa mentira, en realidad sí tenemos el horario lleno. Eros también trabaja, estudia, se ejercita y trata de mantenernos vivos, no se rasca las pelotas echado en su cama pensando que marca de cerveza le provoca esa noche.

Ni siquiera le gusta la cerveza.

—No me mientas, Sol, se te nota en la mirada que no es así—farfulla mamá, atisbo una sombra de pesadumbre tomarle los ojos—. Preguntarte la verdad es pérdida de esfuerzo, pero si confías en él, y llevan el perdón como bandera, confío en que solucionen las cosas de una manera que los dos se sientan cómodos y conformes. No te guíes por el amor, bien lo dice el dicho, te ciega; razona desde el lado metódico, dicen que entre las parejas no existe formula, pero sí que la hay.

Hunter, de nuevo, sube un dedo como si fuese una batuta, conforme con lo que ha dicho mamá.

—Eso es cierto, la mía es sexo, amor y confianza—sentencia, desbordando seguridad.

—Yo le añadiría amistad—completa Isis—. Pasar tus días con la misma persona puede ser aburrido si no tienen nada en común, créeme. Comer fuera de casa no cuenta, eso lo puedes hacer con quien sea. Imagina que se va la luz y no llegará en horas, ¿podrían sostener una charla intransigente sin discutir, solo por amor a reír?

Tengo la forzosa urgencia de evadir su mirada de intenso escrutinio, no siento que me lee, como me pasa con Eros, siento que descifra como a un enigma y que va por buen camino.

Podríamos, claro que sí, hemos pasado noches enteras de conversaciones que tuvieron que ser cortadas por el sol ascendiente, no porque nos quedásemos sin palabras. Es cómodo permanecer junto a Eros, incluso en los silencios, lograr sentirse plácido rodeado de mutismo en compañía, debe considerarse un acto de confianza y conocimiento mutuo extremo. No con cualquiera te guardas las palabras porque no tienes obligación de decir algo, porque te sientes descortés.

En el silencio, las conversaciones sobre la creación del mundo, los alienígenas, zombies, historia. En los gemidos, el tacto de sus huellas y de mis arañazos. Las miradas cuando estamos rodeados de personas. El silencio luego de comer, follar, reír a carcajadas.

Es adecuado, incluso placentero, compartir esa conexión con alguien, conocernos tan profundamente que no necesitemos marcarlo explícito, pues nos comprendemos en lo tácito.

—Piensa en que tu día no fue el mejor, ocurrió algo malo en el trabajo, tenías el dinero justo para una malteada y un pendejo se atravesó, hizo que la tiraras y no te la pagó—continúa mamá—. Te sobrepasa y solo quieres llorar de la frustración, para desahogarte, ¿a quién llamarías? ¿Quién consideras tú como tu lugar seguro? Si no piensas en mí o en papá, hija, tienes la mitad del camino recorrido.

Un nudo se tensa en mi garganta.

Lo haría, llamaría a Eros enseguida, porque sé que me haría llegar otro batido como sea y no me diría que soy una estúpida por llorar por eso.

—Gracias—musito, sin saber que más decir, mi voz débil, víctima de la amenaza de llanto.

Ella aspira el aire fuerte y me regala un apretón en el brazo y una media sonrisa que se debate entre la cálida comprensión y la fría aflicción.

—¿Y a dónde vamos a comer?—formula, sobreponiendo un tono de emoción a lo que muestra su expresión.

—Es temprano aún—carraspeo, despejándome la garganta del nudo recién formado—. Vamos a comprar unos regalos para el bebé de Hera, se los daremos el día de la sesión fotográfica, ¿cierto, Hunter?

Él asiente, seguido de una hilera de sí, sí y sí.

—¿Por qué no le compramos algo a ella?—sugiere Isis—. Ser mamá es un cambio de ciento ochenta grados, tengas los millones que tengas, hay que darle aprecio a la mamá también, no nos olvidemos de ella.

—Yo creo que usted tiene razón—secunda Hunter.

Bueno, la peor amiga del año, no lo había pensado.

—¿Qué sería bueno regalarle?

Que no diga pañales, por favor...

—Ahora venden blusas especiales para amamantar, nada más abre un lado y te sacas la teta—comienza mamá—. Sujetadores para la lactancia, esos absorben la leche, almohadas soporte para el cuello, se te rompe buscando una posición cómoda para el bebé, sobre todo en la madrugada, si lo alimentas acostada puedes quedarte dormida y aplastarlo...

Y así pasamos el resto del camino al mall, charlando, Hunter aprendiendo, sobre maternidad.

...

Mira estas mediecitas, Sol, recuerdo cuando te cabía el piecito aquí—Isis, levantando un trío de calcetas de distintos tonos de marrón—. Estas son gruesas, mira, traen gorro y manoplas, ¡ah! Y babero.

Listos con la checklist de Hera, nos movimos al espacio de bebés.

Desde biberones, cochecitos, pares de zapatos que entran en la palma de mi mano y miles de diminutas prendas de ropa que te pierdes en medio de tanta variedad. Hunter ha tomado su rumbo, ha dicho que quiere comprar un conjunto deportivo y un peluche de pelota. Sé que me voy a quedar sin dinero para el combustible cuando miro a Isis bastante entusiasmada con todo lo que toca.

Creo que le deberé el recibo de luz a Meyer este mes también.

Combina con esta toalla—tomo el borde del paño marrón con detalles de figuras beige y azul cielo.

La verdad es que no sé qué hago, solo sigo la corriente que marca mamá, a mi todo me parece o muy útil o completamente inutilizable. No hay punto medio.

Sí, pero es muy áspera—la suelta, no convencida.

Mejor la dejo ser.

Ella toma, revisa y descarta como si fuese personal de inspección, me divierte un poco mostrarle lo que sea que tenga al lado y verle fruncir los labios y el ceño, midiendo la calidad de un mameluco que seguro la criaturita ni siquiera usará más de una vez.

Mami, pero para que llevas gorro, ¿no qué los bebés respiran por la mollera? Se va asfixiar—bromeo, mi cara tan seria que ella me queda viendo unos segundos cuestionándose si eso ha salido de mi boca.

Tú debes tener la mollera sumida, nojoda, debe ser que tienen los pulmones en la cabeza—refunfuña, caminando a la isla de zapatos.

Corro tras ella, aguantándome la risa.

Bueno pero no te arreches.

Hunter vuelve feliz y sonriente, los brazos repletos de ropa de... ¿jeans y camisas de noche?

—Tengo esto—su voz no contiene la emoción—, ¿de qué talla compro?

—No busquen recién nacido, no le quedará a la semana—asesora mamá—. Compren de un mes en adelante, los bebés pierden ropa muy rápido.

Hunter levanta un puño como si acatara una orden y se devuelve.

Pasa media hora más, en la canasta no hay más de diez prendas, mamá examina hasta las costuras buscando hilos sueltos y revisa las etiquetas para asegurarse del porcentaje de algodón.

Miro el celular de vez en cuando, respondo los mensajes de Troy y Valentina, una preguntando si terminé el resumen de la guía de Lógica, la otra si va primero el agua o la harina. Lo ideal sería la harina primero, no corres el riesgo de quedarte sin harina y que la masa no esté lo suficientemente dura, pero prefiero preparar el agua con la sal antes, porque me gusta creer que hago una isla con la harina y el agua, es el mar rodeándole.

Tecleo una respuesta, como tú lo decidas.

Mi pie rebota en el suelo. Me lo pienso para enviarle un mensaje a Eros agradeciéndole el detalle, me trueno los dedos y muerdo la boca, sopesando el asunto un buen rato, hasta que dejo de lado la intriga y con la expectativa bullendo dentro de mí, permito que mis dedos presionen libremente la pantalla.

Gracias por el detalle...

No, muy formal. Borro y comienzo otra vez.

Me gustaron las...

No, muy escueto. Otro intento.

Preciosas las flores, ¿cuándo usamos la cin...

NO. No, no, Dios, ¿por qué es tan difícil? No, no lo es, es que me cuesta expresarme, encontrar el equilibrio entre el espacio sano que ha pedido y la cercanía que queremos mantener.

Un detalle vale más que mil palabras, creo que el dicho no va así, pero a mí me gusta adaptarlos a mí. Pero, ¿cuál? Un regalo con significado algo pero que no sea nada extravagante. Algo sencillo pero que cause impacto.

Cerca de la caja hay... eso, no buscaría más, ya sé que le daría.

Borro las tres palabras que tenía escritas y salgo del chat, se lo enviaría con Rox y una nota, como la que me ha hecho llegar a mí.

Ya me dieron ganas de tener un nieto, Sol—mamá suelta el quejido, pataleando—. Ay no, no me escuches.

Sí, es la idea más cuerda.

Yo me largo, chao.

Me encamino a buscar el regalo para Eros, la dejo con la canasta y el sinfín de prendas que elegir. Ya le dará hambre y me pedirá pagar.

Antes de dar vuelta al estante que dirige a la caja, la escucho murmurar:

Esta carajita.

No me toma nada elegir, tomo dos y me regreso por mamá, rogándole a la vida que mamá ya tenga hambre, porque el estómago me va a devorar a mí.

Pero ni siquiera tomo la vuelta hacia dónde la deje, no puedo, Francis bloquea el paso, mi corazón salta repentinamente aterrorizado, nunca se acercan, la última vez que lo hicieron, las noticias no fueron esperanzadoras.

La oportunidad de preguntar qué pasa me la quita Rox al echar hacia atrás la solapa del saco y cubrir el arma, cada movimiento sutil y precavido, poniéndome los pelos punta. Me lanzo al costado, la vista se me distorsiona de golpe al divisar a mamá conversando, como si fuesen amigos de toda la vida, con Jamie. Jamie.

El impacto que me produce la escena me abre lo que percibo como un jodido agujero negro en el pecho, que duele, quema y se traga mi corazón, pues no siento ni un latido más.

Adelanto un paso, el pecho presionado por una fuerza que me inhibe respirar y pensar. Francis hace el ademán de retirar el arma de la funda, lo detengo a tiempo, como mamá vea un arma los nervios se la comerían entera y todo se volvería un desastre entre mi angustia y su intranquilidad.

Tomo otro paso más, los hombres vigilantes casi pegado a mi espalda llaman la atención de mamá. Ella ondea una mano, sonriente y emocionada, como si estuviese esperando para mí.

—¡Sol!—chilla, su dedo señalando a Jamie que sigue dándome la espalda—, que causalidad, nos conseguimos con este caballero, dice ser el papá del bebé.

Otro paso más, casi pegada a la espalda de Jamie y él imbécil ni así se digna a mirarme a la cara. Estiro un brazo a Isis para que lo tome.

Mamá, ven aquí—le pido, confusión le atesta la cara, pero toma mi mano.

—¿Qué ocurre?

Niego, la atraigo hacia mi posición, cuando cruza la línea invisible entre Jamie y yo, él gira sobre su eje, encarándome.

—¿Qué haces aquí?—no era la mejor pregunta, pero no sé que más decir, los nervios y la ansiedad que me genere tenerlo cerca de mí, de mamá y Hunter me pone a sudar.

Su mirada se hunde la mía, sus ojos verdes ensombrecidos por un tinte tenebroso que te eriza la piel de la manera más macabra que puedes sentir. Tener a Jamie cerca, te da una sensación parecida a ver una película de terror.

Mi corazón vuelve a la vida, luchando contra mis huesos, peleando por salir de mi cuerpo, extendiendo un escalofrío por mis brazos. Tengo la tormentosa exigencia instintiva de apretar las cajas contra mi pecho, darme un poco de aliento para no reventarle el vidrio contra la cabeza. Es difícil, es exageradamente complicado.

—Lo mismo que ustedes, compras para mi hijo—comenta como si nada, causándome una ola de náuseas—. Aún faltan unos meses, pero es bueno adelantarse.

—¿Meses? Pero si está...

Interrumpo a mamá antes de que se le escape algo que no se deba conocer. Agarro el brazo de Jamie, lo empujo hacia atrás sin esfuerzo, no opone resistencia, retrocede como si se tratase de un simple juego para él, pero sus labios alzados en un rictus terrorífico.

Me detengo lo justo para no alertar a los hombres de seguridad, tampoco para que mamá pueda oír. Presiono las uñas en las cajas, pidiendo al cielo que pare de temblar.

—A mi familia le pasa algo, no me va a importar ir presa por cortarte el cuello, ¿si me entiendes?—aunque trato de demostrar fortaleza, la advertencia se cuela temblorosa—. No me importa, Jamie, te lo juro que no.

Él se encoge de hombros, desinteresado totalmente.

—Hablas mucho y dices poco, Sonne—susurra filoso—. A mí no me interesa tu familia, es un poco vergonzoso que hagas todo sobre ti.

Paso saliva, levantando el mentón para verle directo a los ojos.

—Estás corriendo a la dirección equivocada—modulo, percibiendo el frío que desprende—. ¿Quieres a Hera? ¿Entonces qué haces atentando contra la gente que ama? Yo te creía inteligente, Jamie, no me pareces más que un imbécil con mucha suerte.

Profiere una risa sardónica, aguijoneándome el pecho tenso de la ansiedad.

—¿Yo? Yo no he hecho nada, ¿no te has enterado de las buenas nuevas?—nunca suelta la sonrisa—. Maxwell está bajo investigación, hay un video de seguridad que muestra que fue él quien entregó el arma a Zane antes de tu... casi fallecimiento.

Últimamente mis emociones son un desastre de nudos que forman una pelota pesada encajada en el centro de mi pecho, con esas afirmaciones, Jamie me lo tira al piso, dejándome vacía y sin pensamientos por unos largos segundos.

Devuelvo un paso, comprendiendo o tratando de hacerlo. Él arquea una ceja, esperando que diga algo.

—Maxwell no puede ser, Maxwell estaba en la celebración—chirrio entre dientes.

Jamie mueve un dedo de un lado a otro.

—Presta atención a los detalles, Sonne, dije antes, no en.

Retomo el paso que devolví, hincando las uñas en el cartón para mantenerme en calma.

—Tú y yo sabemos que no es Maxwell, es Maximiliam—respondo airada.

Él suelta ligera sin una pizca de humor.

—Oh no, no, es Maxwell—asegura anegado de confianza y una oscura diversión.

Hundo el entrecejo, tomando otro paso más cerca de él. El ambiente tan denso que el aire pugna por ingresar a los pulmones.

—¿Y tú cómo sabes eso?

Siento el movimiento de los seguridad detrás cuando Jamie se inclina hacia mí y cerca de mi rostro, resuelve:

—Porque Maximiliam se metió un tiro en la cabeza en la madrugada, lo ha confesado todo en la carta que ha dejado.

El impacto de la información me empuja un paso atrás. Ofuscada, perdida y absurdamente alterada, le dedico una mirada repleta de desconfianza.

No es verdad, lo dice para obtener una reacción de mi parte, la noticia ya me hubiese alcanzado.

—Eres un maldito enfermo mentiroso, eso es lo que eres—concreto, desafiante, demasiado estresada por su sola presencia.

Gesticula con la mano al grupo detrás de mí.

—Pregúntale a cualquiera de estos monigotes. Están requisando la casa, han conseguido pruebas de todo lo que confiesa Maximiliam—insiste, sacudiendo mi cabello del hombro con su mano. La aparto de un golpe, asqueada, atestiguando el cambio drástico de su semblante—. Así que procura cuidar lo que dices, ¿sí? Tienes una demanda de divorcio en curso, no querrás aumentar la presión con una extra por difamación.

Estaba dispuesta a volver a atestarle un puñetazo en la cara, así me ganase una demanda por agresión, pero ni siquiera me da tiempo de levantar el brazo, el reducido espacio del pasillo se satura de sombras difuminadas de un segundo a otro.

—Ahora sí te mato—oigo la amenaza detrás de mí.

Siento la mano de mamá halarme hacia atrás, al tomar distancia y cambiar de ángulos, el cuadro forma sentido.

Hunter tratando con todas sus ganas de alcanzar a Jamie, luchando por soltarse de Francis y Rox, mientras el rubio se sacudo polvo imaginario del suéter, con los labios doblados en una mueca de disgusto.

De pronto, el resto de clientes se aglomero al final del pasillo, ojeando intrigados, cuchicheando entre ellos. El corazón se me acelere peligrosamente, la sangre me invade la cara dispersando el frío fuera de mi. Al revuelo se une el personal vacilo en acercarme y atraer a Hunter, que vocifera no sé cuantas torturas le hará a Jamie si lo llega atrapar, pero con algún golpe me quedaré si me meto en el lío.

Mamá, con los ojos apunto de brincar fuera de sus órbitas, me hace alejarme unos pasos más.

—¡Se volvieron locos!—grita y yo no puedo estar más de acuerdo.

A final del día, todos lo estamos.

...

El reloj encima de la mesa de noche marca las once y trece de la noche, se me ha pasado subir la calefacción, el frío penetra las paredes y consigue filtrarse con honores por cualquier espacio que encuentre.

Aquí me tiene, arrebujada bajo la gruesa colcha con las piernas colgando al costado de la cama, mirando a Eros sufrir un colapso emocional a tres pasos de mí.

El altercado con Jamie nos ganó la salida de la tienda, al menos alcancé a pagar el detalle, no lo hubiese hecho porque nos vetaron del sitio, pero sabía que vendría a verme, y no quería desaprovechar la oportunidad.

Cenamos en casa de mamá, con papá, Martín y Maddie. Pedimos comida a domicilio, mientras esperábamos por ella, le inventé un diálogo de teatro, le dije y aseguré fervientemente que nuestro odio hacia Jamie se debe a que no apoyó a Hera en el inicio de su embarazo, y que ahora que sabe que puede tener parte del patrimonio de Hera a través del embarazo, pues se ha puesto el saco de padre devoto.

No solo se lo creyó, despotricó en su contra con nosotros.

Volví a casa para encontrarme a Eros en la entrada del edificio, evadí sus llamados, solo le contesté que iría luego de calmar el ambiente por casa.

—¿Segura que no dijo nada más, Sol?—cuestiona, su voz agitada de preocupación—. Mírame cuando te hablo.

Levanto la vista del piso, enlazándola con la suya desesperada, tensa y hasta maniática. La sangre hacinada en sus mejillas advierte lo alterado de su estado, lo emocional traspasa la barrera de lo físico, propalándose como un germen que infecta su postura ligeramente encorvada, mirada lustrosa y cabello revuelto.

Me refriego los brazos, cubiertos por el suéter gris con las siglas en morado de la universidad en la delantera. Mi favorito.

—Eso fue todo, Rox y Francis estaban ahí, puedes preguntarle a ellos—contesto en un susurro—. ¿Qué ganaría ocultándote algo?

Cesa el recorrido alrededor de la angosta habitación, su cuerpo encarándome, mi rostro a la altura de su abdomen. El aroma de su perfume me apacigua la mente y aquieta el posible paro cardíaco que presentía avecinarse, facilitándome la tarea de no parecer tan aterrada como me siento.

Sus manos extraen el cabello de debajo de la frazada, lo dispersa a mi espalda al tiempo que de manera muy sutil, liviana, casi imperceptible, sus nudillos dibujan espirales en mis pómulos calientes.

Desciende las caricias a esa zona repleta de diminutos puntos sensibles detrás de mi oreja, presiona la punta de los dedos allí, por instinto sello los párpados, deleitándome del calor que nace en el contacto y se prolifera a mi Columba.

Me siento como una mascota domesticada, no hay otra manera de definir la plenitud de recibir cariños detrás de la oreja más que esa.

—Perdona, creí que me infartaría cuando escuché que estuviste cerca de él.

Continúa bajando, pausado, pulsando con misericordia el hueso de mi nuca, masajeando con deliciosa afición los músculos tensos, incrementando la presión a tempo paulatino.

En un momento contacta con un nervio especialmente sensitivo, generándome una ola de escalofríos que viajan por mi extensión como olas de energía. La sensación es placentera, tanto, que me saca una sonrisa que pasaría por una ebria, o lo es a mi nublada percepción.

En un rincón de mi mente, el eco irritante de una vocecita chillona me grita que me concentre en la conversación, es importante, aquí estoy, permitiendo que me el sueño me seduzca a través de las manos de Eros.

Suelto la colcha y, con el dolor de mi alma fracturada, lo aparto sin brusquedad. Él lo entiende, no se opone, deja un último mimo en los lóbulos de mis orejas antes de restregarse la yema de los dedos, como si con ese gesto pudiese seguir sintiéndome.

—Está bien, lo entiendo—me avergüenzo del grumo en mi tono—. ¿Qué saben sobre el suicidio?

Al abrir los ojos, el velo del adormecimiento sigue empañándome la vista. Me froto los ojos para mirar su cara desencajada por la inquietud y desazón.

—La carta no fue escrita a mano, hallaron restos de pólvora en su mano derecha, pero Maximiliam es zurdo, tenía más alcohol que sangre, en conclusión...

—Lo emborracharon, le pusieron el arma en la mano y le obligaron a disparar—culmino por él, por una causa que ignoro, una sonrisa pequeña toma terreno en sus labios.

—Sí—confirma, carraspea, borrando el bonito gesto de hace dos segundos—. Bertha no aparece, casualmente desde hace semanas las cámaras de la casa no funcionan. Las pruebas de lo que se menciona en la carta están, Maximiliam fue quien pagó la fianza de Zane. Direcciones, cheques, celulares a nombre de otro particular, correos electrónicos y claves, todo lo encontraron en la caja fuerte que dejó abierta, necesitan corroborar las direcciones, pero concuerdan con un albergue de refugiados, es muy posible que por esa razón el atacante de Guida no aparece en los registros nacionales. No es alemán, es asilado de guerra.

Mi mente trabaja a destiempo para encajar toda la información pieza por pieza. Si se comprueba que Maximiliam fue, ¿entonces con qué se inculparía a Jamie si todas las acusaciones están resueltas?

Muerto, está muerto y los muertos no hablan. Cada fragmento de la perspectiva rota se une, pero no encajan, porque incluso si se comprueba que Maximiliam fue asesinado, la primera en investigarse sería la persona más próxima a su vida, su esposa, la que casualmente, se encuentra desaparecida.

Otra demente más en libertad. El panorama pinta cada vez más letal, como si las paredes se cerraran en torno a nosotros y no tuvieses más elección que resignarnos a morir aplastados.

—Pero esos lugares tienen registros, ¿no?

Eros enlaza las manos en su abdomen, regalándome una mirada que denota el más puro y genuino cariño.

Süß, vienes de un país destruido económicamente y tus papeles son un martirio, ¿qué crees que ocurre con los sobrevivientes de países en guerra?—formula—. Pierden absolutamente todo en los bombardeos, pisan el país sin nada más que su palabra.

Inhalo por la boca, sin respuesta. Carajo, parece que cualquier hilo que seguimos, lo ha cortado hasta casi llegar al final.

No puede ser posible, tiene que haber algo, aunque sea mínimo, que lo ate a Maximiliam. No existe crimen perfecto, solo un puñado de incapaces con menos de la mitad de sus neuronas en funcionamiento.

—¿Qué pasará con Maxwell?

Solo tengo que pensar en Hera para sentir el ataque pernicioso de los nervios.

—Pagó la fianza, tiene prohibido salir del país—se rasca la cabeza, indeciso—. Pero tomando en cuenta que el suicidio es un montaje y de Bertha no se conoce rastro, es correcto pensar que estaba más seguro encerrado.

A eso nos hemos limitado, a permanecer encerrados, ocultos y separados como corderos desobedientes por complacer la retorcida fantasía de un tipo con complejo de villano o de Dios, no sé, depende del día y como se encuentre su estado de ánimo.

Mi ceja temblequea, y sé que necesitaré recurrir a las olvidadas pastillas para dormir.

—Me siento en el medio de un laberinto, sin saber qué dirección tomar—mascullo, percibiendo como mi garganta se cierra, dificultándome respirar.

Inhalo. Exhalo. Una, dos, tres y cuatro veces. Me masajeo la sien, paladeando la amargura del momento impregnándome la lengua.

—Ve a vivir a la casa con mamá y los demás, yo me iré una temporada al apartamento—la sugerencia no me toma desprevenida, ya lo intuía—. Antes de que lo menciones, esto no tiene nada que ver con Meyer, simplemente no quiero que estés apartada, al menos mientras esto se soluciona.

Tenemos casi dos años diciendo lo mismo. Con esta última noticia, no creo que esa solución nos de la mano pronto.

—Entonces, el apartado serías tú—puntualizo—. Si después de la firma del divorcio esto no acaba, me lo pensaré desde tu punto de vista, mientras, mantendré el mío. Tengo a Rox y a Francis, aquí no hay bambalinas donde ocultarse ni cientos de meseros para esconderse y pasar como uno más, pero para mí tranquilidad, me gustaría que uno de ellos se quedase con mi familia, traté de mantener el asunto escondido de mamá, pero me pone nerviosa pensar que pueda hacer algo contra ellos.

No lo voy a pensar, no indagaré esa posibilidad, sería un acto más de masoquismo, uno inhumano contra mí.

—Sonia ha pedido seguridad para ellos, ese punto está cubierto—dice, un suspiro de alivio viaja a través de mi pecho—. Y Ulrich ha pedido un nuevo auto para ti, como el mío, blindado—levanta una mano cuando mira mis intenciones de renegar—, te lo comento ahora porque sé cómo vas a reaccionar, es mucho más seguro que el que tienes, por favor, acéptalo como...

—Pago por daños y perjuicios, lo tomarás como excusa para todo, ya me di cuenta—le corto, observándole a través de mis pestañas—. ¿Será rojo?

Que no, por favor, por favor...

—Es lo más probable.

Es blindado, eso debería calmarme y no preocuparme el maldito color. Recibo un golpazo de inmadurez al querer negarme por el color, no por el precio estimado.

De verdad el descanso, que no sea eterno, me es necesario en este instante.

—Tu papá me odia y tú no haces nada por eso—le reclamo, sacándole una risa.

—Ulrich te quiere más que a mí, es su manera de demostrar aprecio, un poco inusual, ya lo sé.

Bueno, si lo vemos desde el punto de vista de que me regalará un auto blindado más costoso que mi carrera, cualquiera pensaría que me adora, y puede que sea cierto, pero no le exime el querer hacerme enfadar por gusto.

Ulrich expresa su cariño de formas extrañas. Igual le aprecio, aunque nunca se lo diré. Nunca.

—Pero a mí no se me olvida esa pelea a la que me retó, y tú ni siquiera me has entrenado—le acuso, mirándole rencorosa.

Sus ojos resplandecen de diversión y algo más. Se cruza de brazos, paseando la mirada profunda y llena de sentimientos alrededor de mi rostro. Siento la necesidad de apartar la mirada, intimidada por él de una manera placentera, pero no puedo, su mismos ojos me mantienen prisionera anclada a ellos.

En este proceso de darnos un espacio prudente, ¿los besos son permitidos, o solo me queda mirarlo desde la sensatez?

—¿Tú de verdad crees que eso pasará?—una nota leve de burla le invade la voz.

—Claro que sí—asevero, su respuesta es una cínica sonrisa.

—Me corrijo—dice, tocándose el pecho—, ¿crees que permitiré que eso pase?

Retrocede los pasos necesarios hasta toparse con el borde de mi escritorio. Su brazo roza las rosas, toma todo mi autocontrol no levantar el celular y capturar la imagen. Es preciosa, más que eso.

Mmm, ¿sí?—tanteo, grabándome su sonrisa en el baúl de memorias más preciadas.

Niega con la cabeza, cruzado de brazos.

—No, por supuesto que no. Olvídate de eso.

—Que aburrido eres—mi boca se transforma en un puchero—. Me encantaron las flores, no la cinta—él enarca una ceja, confuso. Levanto un dedo a la base del arreglo—. Es blanca, no azul.

Sus brazos caen flácidos, comprendiendo mi protesta.

No podía callarme, la ilusión de recibir el regalo en brazos casi se disuelve al encontrarme con el detalle que marca la diferencia y no sabía, resultaba más atrayente que las mismas flores, pizza, donas o lo que sea que envíe.

Me encontré aspirando el aroma fresco de las rosas y margaritas, acariciando el terciopelo blanco, extrañando el azul celeste de su mirada

Eros frunce el entrecejo extrañado y complacido a partes iguales. Toca los pétalos, cuidando de no romper ninguno. Contemplo sus labios estirarse en una sutil sonrisa nostálgica, no sé si le parece raro que me haya fijado en eso, o le gusta que haya pasado.

Puede que las dos, o ninguna.

—No quiero estancarme en tu mente, el blanco representa paz, una hoja nueva esperando ser escrita. Cuando se clama por una tregua, se iza una bandera blanca—dice con cautela, volviendo la mirada a mi rostro—. Tómalo como símbolo de nuestro armisticio.

El término me hace reír, porque se siente justo como eso.

Me pongo de pie, dispuesta a levantar las carpetas y entregarlo mi propio significado de tregua. Mi corazón galopa furioso y ansioso, los nervios fatigantes me dejan las manos sudorosas, las limpio con disimulo en el pantalón, caminando de puntillas, evitando tocar el piso con los pies descalzos.

La mirada de Eros me sigue como un buitre, atento a cada movimiento. Trago saliva, quitando las primeras hojas, mis brazos pierden fuerza, un hormigueo expectante recorre mis venas. Quito el libro de historia del derecho, debajo, un portarretratos enmarcando la foto que he atesorado todo este tiempo sin vernos, aparece a la vista de los dos.

La imagen muestra a Eros y a mí sonrientes frente a Marienplatz, exactamente a la hora del espectáculo del funcionamiento del reloj, un nueve de abril. Me lleva en su espalda, aliviando el dolor de mis tobillos hinchados por las largas horas de caminata turística. Ese día me sentí plena, repleta y jodidamente feliz.

Paso el trago de lágrimas, despejando mi voz.

—Para dar pie a una tregua, ambos bandos tiene que ceder para llevar las negociaciones en suelo neutro—justifico, delineando el marco plateado—. Tú me has quitado el azul de tu mirada, yo te ofrezco esto, un recordatorio de los dos como balance.

La temperatura sube un grado, pero se siente como un abrazo cálido. Alguna cosa revoló en mi vientre al verle tomar el cuadro, precavido, sorprendido, extasiado. Mi corazón brinca del sobrecogimiento causado al admirar el brillo de delirio en su mirada.

Su pulgar dibuja el contorno de la cara de la Sol despeinada y sonriente de la foto, robándole el gesto, que en consecuencia, me quita una sonrisa fugaz.

—Ese día me sentí tuya, no como propiedad, como parte de una unión bilateral—le permito saber, siguiendo la línea de la mandíbula del Eros de la imagen—. Escogiendo entre las fotos, recordando, volviendo a sentir, me di cuenta que, como a toda cuestión en mi vida, nos puse en una balanza, puse mi amor por ti en un platillo, mi orgullo herido en otro—levanto la mirada acuosa a la suya—. Tengo la concepción de que toda disyuntiva es válida para ese juicio de peso, pero no es así, porque el amor no tiene que pesar, no tiene porque sentirse como una carga que te presiona el pecho hasta dejarte sin aire. El amor es liviano, como un espectro, un intruso que al inicio quieres expulsar, pero se convierte en parte de ti. No lo llevo sobre los hombros, lo tengo plasmado en cada célula como un tatuaje permanente. Por eso me es tan sencillo quererte, porque no me cuesta nada hacerlo.

»Eso es ponerme en una balanza, que el orgullo me hunde y el querer me levanta. No te digo que milagrosamente estoy bien, pero creo que para formar una unión bilateral, las dos partes tienen que bajar la guardia. Tú lo hiciste, lo estoy haciendo, porque no valemos la pena, Eros, valemos la vida. Solo te pido una cosa.

Sus ojos vidriosos y hermosos, canalizan todo su ímpetu en los míos, despojándome de dudas, vacilaciones y desencantos.

—La escucho.

Vulnerable y desnuda sentimentalmente, toco su brazo, deseando sentir su piel.

—No hagas cosas buenas que parezcan malas, permite que conozca mis obstáculos—resuello, atrapando la solitaria lágrima antes de que escape del párpado—. Son míos, yo sabré si saltarlos o prenderles fuego para quitarlos del camino, mi camino.

Presiona la foto contra su pecho, estirando el brazo para tomarme de la nuca y apretarme contra él, creando una fricción entre su pecho, el mío y el portarretratos. Siento una línea de besos consecutivos en mi cabeza, frente y sien, cosquilleos bajo sus dedos postrados en mi nuda, inundada por el aroma a él.

No sé si estamparle un beso sería lo adecuado, pero enrollar mis brazos en su cintura lo tomo como la firma faltante en nuestro insólito pero bien recibido tratado de paz.

Solo cuando se apartó de mí, pude fijarme en mi llanto al probar las gotas saladas. No era tristeza, no era una carencia de discernimiento, era el tenue latir de la esperanza aferrada dentro de mí.

—Estoy de acuerdo, bien—pronuncia con ronquera—, bien.

Limpio el camino de lágrimas con la manga del suéter, avergonzada por el arrebato, pero feliz de haberlo tenido.

—Ve a casa, envíame un texto cuando llegues, ¿está bien?—le pido.

Él mantiene la foto con él, siempre con él, incluso al plasmar un beso en mi frente.

—Lo haré, descansa por favor.

Aspiro el aire que el abrazo me quitó.

—Tú también.

No esperaba que él sintiera la carga magnética entre los dos, él es tan consciente de ello como yo, porque antes de moverme y darle un último abrazo, regresa el paso que dio para estrellar un beso descuidado sobre mi párpado.

No me siento vacía o ajena cuando se aleja, me siento repleta, porque tengo la férrea certidumbre, de que siendo dos entes solitarios, seguimos formando un todo, un nuestro, un propio de lo que sentimos.



Holi😇

¿Qué tal descaro de Jamie? Proclamarse papá frente al verdadero papá de la criatura, o sea Hunter🙄

Es chiste, que ya los conozco🕵

Suicidaron a Maximiliam, o sea uno menos. Seguiremos cazando.

El primero de este mes TGW alcanzo las tres millones de lecturas, queeeee. Muchas gracias por recomendar la historia, sobre todo a Steph, que le toca la dedicatoria de hoy, tqm aunque me quites a mi marido William Levy🙄

Por instagram y twitter subo adelantos, por si les interesa, mismo user que aquí. Gracias por sus votos y comentariossss😽

Nos leemos pronto,
Mar💙

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