As de picas

נכתב על ידי mariafeanvi

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Dos mundos completamente opuestos se verán las caras durante ocho días en Las Vegas. Un viaje que cambiará p... עוד

1. El viaje
2. Las Vegas
3. Sí, quiero
4. Bambi
5. Primera vez
6. Talón de Aquiles
7. Cuatrocientos cincuenta mil dólares
8. El Trébol
9. Magia
11. Cazador
12. El final
Epílogo. La carta de Zayn

10. Bando

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נכתב על ידי mariafeanvi

Las mismas paredes que vio durante los últimos cinco meses que vivió allí. Louis observó la habitación de hotel intacta, con la gigantesca cama perfectamente hecha y la moqueta limpia. Las copas del bar en su sitio y el característico olor a lavanda suspendido en el ambiente.

Louis hizo sonar sus nudillos mientras paseaba de un lado a otro frente a la cama. Sobre ella aguardaba un maletín marrón de cuero. Lo miró de reojo y volvió a dar otra vuelta.

Ya no quedaban horas. Ciro tenía que llegar.

Por fin. En cierta parte por fin.

Rascó su barba a contrapelo y dejó escapar un suspiro. Aquel nudo en el estómago lo seguía acompañando, cual perro fiel que seguía a su dueño entre gruñidos. Cual perro que en realidad era arrastrado por su collar. Cuando las horas se esfumaron, la culpa, el miedo y la ira arremetieron con fuerza, amenazando con expandirse como la gota de veneno que era capaz de inficionar todo un pantano.

Se acababa. Todo debía acabar aquel día.

Tenía el dinero, tenía cada dólar que se encargó de contar con desprecio, maldiciendo cada billete y montón, sintiendo un malestar y pesadez inexplicable cuando recordaba cómo aquella caja fuerte se abrió, arrebatándole el aliento, uno de momentáneo alivio, el último para luego dar paso a su mayor calvario.

La magnitud con la que Louis cayó en la realidad de que jamás se sentiría dueño de su propio destino, fue directamente proporcional a la certeza de asumir que quizás nunca había sido, en sí, dueño de algo.

Su pasado y futuro siempre habían estado condenados.

Dejó de andar muy joven. Siempre campó a sus anchas en un territorio donde en realidad estaba preso.

Apretó sus nudillos y estos volvieron a crujir. Tragó saliva cuando oyó la puerta abriéndose despacio.

Pensó que hacía setenta y dos horas la entrada a su remanso de paz particular también había sido igual, irrumpida despacio y sin permiso.

El nudo volvió a oprimir. Con saña, ardor.

Contuvo la respiración.

Los pasos fueron tal y como los recordaba, pesados, arrastrados, imponentes... Louis no fue consciente de cómo su cuerpo reaccionó al quedarse quieto a los pies de la cama, aguantando demasiado tiempo sin siquiera parpadear.

Dos hombres, rapados y de complexión ancha, con los mismos trajes negros y presuntuosas sonrisas. Como si hubieran sido arrancados de sus recuerdos y se reprodujeran ante sus ojos como hologramas.

Y el olor. A tabaco con los primeros hilos de humo bailoteando en el ambiente, llevándose consigo el aroma a lavanda.

Louis soltó poco a poco el aire retenido.

—Tomlinson.

El acento de la tercera persona, tras esbozar una de sus falsas sonrisas, lo heló. Sintió cómo cada vello de su cuerpo se izaba y el pecho se le aceleraba.

—Ciro.

Su voz salió ronca después de tragar saliva.

Hasta hacía tres días sólo una persona había logrado que Louis Tomlinson consiguiera saber lo que era el miedo; Raymond. A partir de entonces fueron dos. Ciro lo hacía temblar y no por su arrogancia o enormes gorilas. No por su porte imponente y perfecto papel de villano en una película. Lo hacía temblar porque era el único capaz de destruir lo que por una vez le hizo sentir libre y concebir fábulas, creyendo que sería capaz de escapar del todo de su prisión.

Ciro lo aterraba porque había descubierto su soplo de aire fresco y su luz. Descubrió a Harry, destapó a su Bambi.

El Mexicano caminó hasta posicionarse ante él, pasando en medio de sus fieles guardias, los cuales se colocaron de inmediato a los lados. Dio una calada a su cigarro y cruzando una tensa mirada, dejó escapar el humo por la nariz. Lento, con cinismo y sonriendo después.

—Te veo... No puedo decir que te veo bien. Estás horrible.

Una socarrona carcajada retumbó en las cuatro paredes. Fue secundada por los otros dos hombres que intercambiaron una mirada cómplice y fría.

Louis, de nuevo, contuvo la respiración.

—Tengo el dinero.

—¿Lo tienes? —cuestionó El Mexicano enarcando una ceja antes de volver a llevar a sus labios el filtro del cigarro—. Me sorprendes. Estaba seguro de que no serías capaz de conseguirlo después de... Lo que pasó la última vez.

Louis apretó ambos puños siendo incapaz de sostenerle la mirada, sobre todo cuando más risas sardónicas volvieron a resonar en su cabeza.

—Lo tengo —insistió con dureza.

«Aguanta, solo aguanta. Tienes lo que quiere, es lo único que él en realidad busca».

—¿Tu esposo bien? —Una nueva carcajada cuando Louis levantó rápidamente el mentón. Ciro curvó sus labios, encontrándose con sorna con su inspección—. ¿Te has fijado en que faltan dos de mis chicos?

No apartó su mirada. Esa vez no se quería rendir.

Notaba el calor subiendo por su columna y luchaba por controlar sus impulsos absurdos, pues sabía que saldría perdiendo. Echó un vistazo a los dos hombres y un vago recuerdo hizo que los reconociera como los que se encargaron de inmovilizarlo a él. Tenían que ser ellos, pues el rubio y otro moreno, los que capturaron a Harry, tenían rostros que no olvidaría jamás. Y no estaban allí. Posó sus ojos de nuevo sobre Ciro y ladeó la cabeza.

—¿Sí?

No entendía aquel juego, no concebía por qué no hablaban del dinero y no se zanjaba por fin el tema. Los nervios y el retumbar de su pecho no lo ayudaban a cavilar un poco más.

—¿Sabes en dónde están?

El humo que acababa de soltar El Mexicano tras hablar danzó a su alrededor.

—Ciro.

—En el Sunrise Hospital. Última planta —sonrió. Louis palideció—. Habitación once, ¿verdad?

Palideció y se heló, todo a la vez, como si fuera una espiral en la que cayó tras ser empujado con fuerza. Saña y fuerza. Saña y burla.

Cualquier resto de quemazón abandonó su cuerpo para dejarlo lidiando con un pulso que comenzó a latir desbocado y desesperado. Dio un paso atrás siendo totalmente inconsciente de ello, alejándose de aquel hombre como si con eso se alejara también de todo lo que fuera capaz de hacer.

Los otros dos gorilas estaban en el hospital, en la planta correcta y con el número de habitación acertado.

La sensación que tuvo Louis fue la de dejar de oír. La de dejar de sentir. El alma se le había esfumado del cuerpo, dejándolo como una máquina que había dejado de ser útil. Una que no razonaba, que no sabía qué hacer y se paralizaba con la sensación de ir cuesta abajo, a mucha velocidad y sin la opción de frenar.

«Otra vez no. Otra vez no, por favor».

Rogó que no.

—Hicimos un trato —susurró Louis casi sin voz, tragando saliva por inercia y comenzándose a aflojar—. Tengo el dinero. Es tuyo. Quiero acabar con esto.

—Y yo, Louis, y yo. Pero más de una vez me has dejado claro que no puedo confiar en ti.

Frío de nuevo, el más desolador. Apartó la mirada negando con la cabeza y con el colapso de gritos mudos que se atoraban sin compasión en su garganta. Miró el maletín que descansaba sobre el colchón, como si aquel objeto fuera su salvación, como si le pidiera ayuda mientras su inerte sistema parecía seguir funcionando por costumbre.

Negó con la cabeza.

—Cuéntalo... Está todo. Cuenta el dinero, por favor.

Ciro, el apostador más ruin de toda Las Vegas, estaba disfrutando al verlo de aquella manera.

—¿Por favor? Que acabado estás... —rio mofándose de sus ojos impacientes y su hilo de voz que imploraba, dándole igual cualquier otro principio—. No he llegado a ser quien soy sin ser precavido, Tomlinson. No confío en nadie, ni siquiera en la perra que me parió. No pretenderás que haga una excepción contigo.


♣ ♠ ♥


Nico puso los brazos en jarra mientras miraba con el ceño fruncido a un Harry enfurruñado que se acababa de cruzar de brazos.

—Es que no has comido nada.

Harry puso los ojos en blanco y torció el gesto cuando su amigo se volvió a acercar. Aunque lo mirara con aquella cara, siempre conseguiría hacerlo reír. Nico no sabía enfadarse con él mucho tiempo. Ninguno de los dos sabía cómo aguantarse la risa que les entraba ante una repentina seriedad fingida.

—Me han dado pescado otra vez y ya dije que no me gustaba —espetó recostado en la cama, apartando un poco más la bandeja con la comida—. De verdad que soy incapaz de comerme eso... Además, estoy nervioso. No me entra nada.

Nico resopló aflojando sus hombros y alzó la ceja mientras Harry mordisqueó el último trozo de pan que sí había devorado.

—¿Ni siquiera unas chocolatinas que tu mejor amigo te puede conseguir de la máquina que hay fuera?

Los ojos de Harry se abrieron de par en par y la comisura de sus labios se ensanchó. Su estómago hasta rugió.

—Ahora sí hablamos el mismo idioma.

—Vale, pues cómete al menos la verdura.

—¿Qué? Oh, vamos, ¡Nico! ¿Qué edad tienes?

—¿Qué edad tengo yo? ¿Perdona? Qué edad tienes tú. Luces como un mocoso en un comedor. «No me gusta el pescado»—lo imitó—. Madura, por favor.

—¡Qué tendrá que ver la madurez con que no te guste algo!

—¡¿Es que desde cuándo no te gusta el pescado?! ¿Eso es nuevo?

—¡No! Desde hace tiempo no me gusta. Y aunque me gustara, mira eso, está blanco y seco.

—¡Tú sí que estás blanco y seco! Ya has oído al médico, tienes que comer omegas y esas cosas.

—¿Eh?

—Me has entendido.

Nico enarcó una ceja. Harry hasta pataleó.

—Vale, me como las verduras, pero ve a por las chocolatinas. Necesito azúcar. El azúcar lo arregla todo.

A regañadientes volvió a acercar a él la bandeja. Vaciló con el tenedor antes de pinchar un trozo de zanahoria, apartando con disimulo los de habichuela.

—Harry, por favor... Tienes literalmente cinco años, no me lo puedo creer.

El aludido se llevó de inmediato el trozo a la boca y masticó con una sonrisa fingida. Luego le enseño el dedo de en medio.

—¡Ve!

Harry jugueteó con el tenedor sobre el plato mientras dejaba escapar una sonrisa.

El día anterior se había quedado dormido temprano. Recordaba vagamente un murmuro de Louis despidiéndose de él. Soltó un suspiro cuando entonces un inesperado revoloteo invadió el centro de su vientre. Recordarlo era sinónimo de que algo muy dentro de él despertara con gusto.

Su amigo lo vio empezar a comerse las verduras sin volver a quejarse. Largó un suspiro y salió de la habitación.


♣ ♠ ♥


Nico caminó por el pasillo, masajeándose la nuca en un burdo intento de liberar tensión y el molesto dolor de cervicales que se le había instalado día y noche. Llevaba en una mano unos cuantos paquetes de chocolatina y se dirigía nuevamente a la habitación de Harry hasta que se encontró con el cuerpo de Zayn cubriendo por completo la entrada.

—¿Zayn?

El tatuado parecía anclado al suelo, con las palmas de ambas manos sobre el marco de madera blanca de la puerta.

Sin poder evitarlo, se puso en aviso. Algo pasaba; la actitud de Zayn lo revelaba.

—Vuelve dentro —espetó en un susurro tosco.

Nico sintió la presión trepar por cada vértebra. Le hubiera gustado que el otro le mirara a los ojos, quería saber el por qué y no volver a sentir que se quedaba al margen ya que toda aquella sensación comenzaba a tornarse familiar.

Era el inicio de una angustia que ya había vivido antes.

—¿Qué pasa? —cuestionó con un hilo de voz que imitó el mismo tono bajo que había usado Zayn.

—Vuelve dentro y cierra la puerta con llave. —Fue otra orden espetada con rudeza.

—P-pero...

—Solo hazlo, joder.

Y un gruñido bajo seguido de una posición más imponente.

Nico asintió para sí mismo y el otro se apartó apenas dejándolo pasar. Sostuvo el pomo de la puerta y antes de cerrarla, no pudo evitar ponerse de puntillas para ver por encima del hombro de Zayn.

Reconoció de inmediato a uno de sus hombres, con el que se cambiaba las guardias para pasar las veinticuatro horas allí. Miraba directamente a Zayn a los ojos con la mandíbula tensa. Una mirada más a lo que alcanzaba a ver desde su posición y los talones se le volvieron a pegar al suelo cuando unos ojos que no se esperaba encontrar tuvieron la capacidad de helarlo entero.

Eran los de un hombre que no había visto nunca, de pelo rubio y rapado. Un hombre vestido con un ostentoso traje negro y que lo hizo estremecerse.

Cerró la puerta de inmediato, tal y como se le había ordenado, pasando el seguro y pensando incluso en rodar el sofá hasta la entrada en un incontrolable ataque de pánico. Se separó de la puerta y se dio cuenta de que sus manos temblaban.

Las chocolatinas se le cayeron al suelo.

—¿Nico? ¿Qué pasa?

El nombrado se adentró en la habitación y chocó su mirada con la de Harry. Su semblante lo calló, como si Nico lo fuera el único en experimentar una sensación demasiado familiar.


♣ ♠ ♥


Louis nunca confió en nadie al cien por cien. Desde pequeño vagó entre trampas y manipulaciones. Durante muchos años lo engañaron, se aprovecharon de su inocencia y una escasa ingenuidad que a veces salía a flote, cuando algo le decía que quizás todo podría cambiar si hacía todo bien y obedecía. Pensaba que lo premiarían si evitaba los regaños por no hacer bien los trabajos que le encomendaban. Se esforzaba en estar siempre alerta para aprender rápido, para evitar que se lo tuvieran que volver a explicar, para... escuchar una felicitación que nunca llegó.

Jamás hubo un «bien hecho, Louis» ni ningún reconocimiento cuando sus hazañas los hacían ganar o, aún más importante, les evitaban derrotas. Y hubo un momento en el que Louis quiso encajar en la vida que le tocó, a la que fue encadenado siendo un niño sin derecho a decidir, bajo una ley donde era un mero trámite y el mundo en el que lo colocaron se basaba en engaños y lucrarse económicamente. Un mundo donde se perdía parte del alma. Un mundo que tenía como objetivo convertirlo en un títere.

Llegó al punto de resignarse y querer acariciar los barrotes de su prisión, sin saber que estos quemaban y, como todo en su mundo, eran una traición. Daba igual donde estuviera, su vida parecía haber sido diseñada para lidiar con la soledad y el embuste. Para sobrevivir por puro instinto.

La esperanza, tan fugaz y efímera, una vez lo hizo huir, haciéndole creer que tenía alguna oportunidad. Aquella misma esperanza era la que le recordaba en aquellos momentos que la libertad no tenía el significado que él le otorgaba, no era ocuparse únicamente de sí mismo ni era estar lejos de aquel ambiente. La libertad... simplemente lo encontró a él. Chocó con él. La libertad estaba disfrazada de un ser pálido y algo torpe, con ojos desconfiados al principio, pero que muy rápido podían adquirir confianza y pasión. La libertad era un par de hoyuelos, aquellos dientes que se mordisqueaban el labio inferior y un aleteo de pestañas que adornaban unos ojos profundos y sinceros. Eso había sido la esperanza que él, desde hacía muchos años, andaba buscando. Fue el motor que en los últimos días encendió de nuevo aquella ingenuidad de cuando era pequeño.

Un chico que entró a su vida para sustituir los recuerdos por fantasías locas que no le hacían mirar atrás. Un chico frágil que lo esperaba y le había dicho que tenía miedo por él. Un chico que le hizo sentir que le importaba a pesar de todo.

Y Louis, por primera vez, lo quería tener. Quería tenerlo todo, aunque más tarde volviera a la realidad de tener que seguir dando tumbos.

—¿Cómo está Raymond?

Ciro se había sentado, en medio de la habitación, en una silla que uno de sus secuaces le había facilitado, mientras la cabeza de Louis se convertía en el caos más feroz que había experimentado. Mientras se sentía fuera de su cuerpo.

Louis lloró sin lágrimas, su cuerpo lo hizo. Estuvo seguro de que el nudo que tenía en la garganta era eso, lamentos mudos que no tenían la fuerza de salir y que lo convertían en un hombre que parecía no saber expresarse.

Harry, su Bambi, volvía a estar a merced de lo que otros quisieran hacerle y él, de nuevo, no podía impedirlo. Pensar en Zayn fue lo único que le devolvió un ápice de aliento. El mismo que se esfumó cuando lo recordó como al niño que una vez salvó. ¿Hizo bien? Sabía que, en confiar, sí, pero ¿hizo bien exponiendo también a Zayn? ¿Qué pasaría si sus decisiones, de nuevo, hacían daño a más personas? Nico estaba allí y, por ende, también en peligro.

Louis negó con la cabeza, superado y sin saber si había acertado en algo. No era capaz de concebir que supieran que la manera de destrozar a un verdadero bastardo era arrebatándole lo poco que le importaba.

Porque de nada servía un bastardo que no estuviese acabado.

—¿Raymond?

Porque el propio Louis había acabado con uno que tampoco poseía nada más. Había acabado con el bastardo que sentenció su vida.

Alzó sus ojos derrotados hasta encontrarse con los de Ciro y se dijo que el sufrimiento y la pesadez eran tan cansados...

—Sí, hace mucho que no sé de él.

El humo volvió a bailotear ante sus ojos.

—No lo sé. Hace años que no lo veo —mintió.

Porque él, justamente él, también había sido programado para ser un mentiroso.

«Mentira, mentiroso».

—Te educó bien —habló El Mexicano jugueteando con lo que quedaba de su cigarro—. Tú mismo lo sabes, Louis, eres un soberbio apostador. Un manipulador que sabe controlar. No sé cómo coño lo haces, pero muchas veces parece que eres capaz de meterte en la mente de la gente. También sabes cómo tumbar a los grandes y con quién hacer los trabajos sucios. Lo sabes todo porque él te dejó un buen legado.

Lo peor de todo era que, por el contrario, Ciro no mentía. Todo era verdad, ese era él y esa era su sucia verdad.

—Cuenta el dinero, Ciro —insistió mirando hacia el maletín. Aunque saliera a flote su realidad no podía olvidarse de vivir la que debía manejar a corto plazo. La que todavía tenía la esperanza de evitar.

Tenía la imperiosa necesidad de paliar aquella arrolladora angustia que lo hundía.

El Mexicano ladeó una nueva sonrisa antes de pasear su mirada hasta el maletín que seguía descansando sobre la cama. Hizo un ademán con una mano y uno de sus hombres se acercó a recogerlo.

Louis respiró hondo.

—No sé qué es más divertido, el obtener por fin mi dinero o disfrutar de ese semblante demolido.

Los puños de Louis se volvieron a apretar con la poca fuerza que le quedaba.

—Por favor...

Sus ojos se cerraban cuando aquella palabras salían con tanta facilidad de sus labios.

Los puñetazos, las horas de espera en el hospital, el rostro de Nico, el de Zayn cuando le pidió ayuda y luego cedió. Los hipidos de Harry, sus brazos aferrándose a él y las muecas de dolor. La última promesa que le hizo.

La angustia siquiera se acercaba a lo que Louis albergaba.

—¿Por qué me ruegas, Tomlinson? ¿Por qué debería tener algún tipo de consideración contigo?


♣ ♠ ♥


Jamás en su vida había corrido tanto, no sabía que sus piernas tenían la capacidad de trotar de tal manera.

Su cuerpo se había acelerado con el pánico. El miedo había paralizado su cabeza y solo lo hizo correr, como si con ello dejara atrás el peso, como si con eso pudiera esquivar a los fantasmas que vagaban junto a sus temores.

Su ropa lucía descolocada y tenía la frente perlada de sudor. Llegó sin un ápice de aliento y la garganta seca, tanto que el aire necesario para respirar raspaba.

Sunrise Hospital.

Louis empujó cada puerta con la que se topaba, con fuerza, haciendo que chocaran con las paredes y acariciando el suelo con las palmas de las manos mientras subía los escalones de dos en dos.

Seguía sin oír. Era como si todo a su alrededor se desdibujara a medida que avanzaba.

Se impulsaba gracias a los pasamanos y corría, corría como un loco, como la definición del desespero. Corría como si su vida dependiera de ello.

Sin aliento, sin aire, recorrió los pasillos esquivando a cualquier persona e ignorando los gritos. El bloqueo se lo impedía.

La ansiedad...

Corrió hasta el final y hasta donde rogaba encontrarlos.

Y sin siquiera controlarlo, sus ojos, por fin, soltaron cantidad de lágrimas retenidas.

—¡Louis!

Fue la voz de Zayn la que lo llamó.

Su mirada borrosa se dirigió hacia él sin dejar de correr y sin la capacidad de hablar porque su garganta seguía seca. El respirar hondo era lidiar una álgida batalla.

—Está, está... —murmuró con las últimas fuerzas. Los brazos de Zayn lo sujetaron y su mirada se posó sobre la puerta cerrada de la habitación número once.

—¿Qué pasó? ¿Por qué estuvieron aquí?

Pánico. Louis se había acostumbrado muy rápido a ser esclavo de aquella sensación.

Se alejó de Zayn cuando más lágrimas brotaron de sus ojos, involuntarias y verdugas del dolor.

Su cabeza no asimilaba las acciones que su cuerpo llevaba a cabo. Zayn le hablaba, pero él volvió a no oír. Se chocó con la puerta, pero no le dolió.

Giró aquel pomo, con un mar de lágrimas y angustia abrasándole el pecho, cerrando los ojos e implorándole a un dios en el que nunca había creído.

—¿Louis?

Y esa voz fue la única capaz de romper cualquier barrera. Esa sí se coló en sus oídos, dándole envidia a cualquier clero.

Abrió los ojos y lo vio, en su cama, con aquella mirada que también reflejaba el desespero. Con sus labios susurrando muchas veces su nombre.

Solo entonces algo volvió a llenar un poco su endeble ser.

—Oh... Oh, Bambi —lloró. Sus ojos se rindieron liberando a las lágrimas. Sus piernas obedecieron por última vez apresurándose hasta la cama y sus brazos alojaron aquel cuerpo que temblaba—. Por dios... ¿Estás bien? Dime que estás bien.

Louis no vocalizaba correctamente. Louis hipaba y su voz se perdía en los lamentos mientras estrechaba entre sus brazos a Harry, quien se aferraba a su espalda y escondía el rostro en su pecho.

Louis no sabía que podía llegar a llorar de aquella manera. No sabía que el llanto también podía arrebatar la inercia de respirar con normalidad. No sabía que un gesto tan innato e involuntario buscaba aliviar un poco el calibre de la carga.

—Estoy bien —susurró Harry estrujando entre sus manos la tela mojada de su camisa, intentando controlar sus propios gimoteos.

—Dime que estás bien, solo dime que estás bien —sollozó Louis de nuevo, separando apenas a Harry, sosteniendo su rostro y observando sus ojos rojos y confusos que reflejaban el mismo desasosiego.

—Mírame, estoy bien. Estoy bien.

Harry también le sostuvo el rostro.

—Estás bien... Oh, por dios, estás bien.

Y entonces lo recordó. La última vez que Louis lloró de aquella manera fue cuando le gritó a su madre que no dejara que aquellos señores se lo llevaran. Cuando su madre, adicta a la cocaína, ni siquiera se volteó a verlo por última vez.

En ese momento lloraba igual, viviendo el mismo desespero, pero con la diferencia de que alguien sí lo miraba, acariciaba y consolaba repitiéndole que estaba bien, que se calmara, que lo mirara...

Harry lo abrazó. Harry lo besó.

Nico estaba allí, con las manos cubriendo su boca mientras veía la escena. Zayn también había entrado, evitando el parpadeo y respirando hondo.

Louis, solo él, solo al que alguna vez le dijo hermano, era el único capaz de deshacer la pasta que había esculpido a los hombres como ellos. A las marionetas de Las Fabulosas Vegas.

Solo en él volvió a ver humanidad en el mundo donde ambos cumplían condena.

Los hombres de Ciro habían estado allí y Zayn los reconoció de inmediato, desde que se pasearon con disimulo mientras ubicaban la habitación. Una mirada desafiante por parte de los dos hombres y él. Una llamada rápida para que entonces uno de los suyos no abandonara el hospital.

Zayn había acariciado el arma que se escondía en la parte de atrás de su pantalón, bajo sus ropas holgadas. Había mantenido la calma y sus sentidos en alerta mientras los dos extraños le dedicaban una sonrisa ladina desde sus posiciones. Como los perros que eran, esperaban órdenes.

En cambio, la orden de Zayn vendría con la mínima intención de aquellos autómatas gorilas.

Tensión cuando obligó a Nico a quedarse en la habitación, cuando con su propio cuerpo custodió aquella puerta, tomó el coraje y alzó el mentón aun sabiendo que los hombres de Ciro jamás caían en los duelos. Daba igual cómo o en dónde. Todos lo sabían.

Ni la tensión ni las miradas amenazantes cesaron, mucho menos cuando aquella orden llegó en forma de llamada para el rubio inmaculado e imponente. La respiración de Zayn se contuvo todo el rato que asintió a las indicaciones con el teléfono móvil en la oreja.

Únicamente soltó el aire cuando los enviados de Ciro se retiraron. Dieron media vuelta y sin mirarlo se alejaron.

Zayn en ningún momento bajó la guardia. No lo hizo porque sabía cómo podrían llegar a ser aquellos juegos, pero el tiempo pasó y lo siguiente que vio fue a un Louis derrotado corriendo por el pasillo.

Sabía que al otro lado de la línea se había tomado una decisión. Una decisión que traería sus consecuencias.


♣ ♠ ♥


—¿Por qué me ruegas, Tomlinson? ¿Por qué debería tener algún tipo de consideración contigo?

—¿Qué quieres, Ciro? Dímelo.

—A ti. En mi bando.

Denso silencio.

La nueva condena.

—Está bien.

Jamás sería capaz de creer en un dios porque él le había vendido lo que quedaba de su alma al mismísimo demonio.

—A partir de ahora debes tener cuidado con tus juegos, Tomlinson. Recuerda que ahora todos sabemos que el pie del que cojeas tiene nombre y apellido.

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