As de picas

By mariafeanvi

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Dos mundos completamente opuestos se verán las caras durante ocho días en Las Vegas. Un viaje que cambiará p... More

1. El viaje
2. Las Vegas
3. Sí, quiero
4. Bambi
5. Primera vez
6. Talón de Aquiles
8. El Trébol
9. Magia
10. Bando
11. Cazador
12. El final
Epílogo. La carta de Zayn

7. Cuatrocientos cincuenta mil dólares

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By mariafeanvi

Louis se sacudió cuando la enfermera le preguntó si él también necesitaba ser atendido. Negó con la cabeza, alejándose y llevándose una mano a la frente porque también le habían dicho que no podía pasar de aquella zona de urgencias. La enfermera le volvió a hablar, pero él no oía. Acababa de ver cómo la camilla en la que se encontraba Harry era empujada por los paramédicos. No se separó de él en ningún momento, apuró a los médicos y no dejó que siquiera le preguntaran cómo estaba él, pues su pómulo izquierdo lucía considerablemente rojo e hinchado y era prácticamente incapaz de mover uno de sus brazos debido a un hombro excesivamente rígido.

La enfermera se retiró sin insistir cuando Louis se apoyó en la pared y comenzó a caminar por el pasillo, dándole la espalda a las puertas de urgencia a las que no podía acceder. Ni veinticuatro horas, eso fue lo único en lo que pensó. No habían pasado ni veinticuatro horas desde la última vez que estuvo allí, cuando Harry había entrado por la misma puerta, consciente y en una silla de ruedas mientras lidiaba con su aparatosa hemorragia. Pálido, pero con una leve sonrisa mientras le decía que no se preocupara. En aquel momento entró inconsciente, mal herido... Corría peligro.

Ni siquiera llegó a la sala de espera. Bajo un extintor de incendios y cerca de unas sillas que ignoró, se dejó caer al suelo, agotado y con las sienes palpitando. Cerró los ojos con fuerza cuando quiso gritar y a la misma vez algo le apretó la garganta. Su propia impotencia arremetía contra él.

No era justo, no se lo creía... No se creía que aquello estuviera pasando, no se creía que el Mexicano hubiera aparecido de nuevo en su vida. ¿Cuándo fue la última vez que tuvo que lidiar con deudas que aquel hombre acrecentaba sin razón? Hacía seis meses. Ciro siempre exigía con creces sus intereses en las apuestas amañadas. Si se lo proponían podían llegar a ser un buen equipo, sabían engañar, pero una manada de lobos no podía ser liderada por dos machos alfas. Quizás el Mexicano tuvo demasiada paciencia con él dejando correr los meses en los que los intereses de su deuda incrementaron.

Cuatrocientos cincuenta mil dólares. No sabía de dónde iba a sacar ese dinero. En sus cuentas tendría disponible la mitad, a lo sumo un poco más... Tenía poco tiempo para conseguir el resto en las apuestas.

Tironeó de sus cabellos, golpeando su cabeza con la pared mientras maldecía, la rabia lo consumía y su juicio no le dejaba pensar con claridad. Lo redujeron, humillaron, pegaron y tiraron al suelo como a un juguete roto. Lo hicieron con su cuerpo y con su moral. Y también con el de su frágil cervatillo. Louis sintió cada golpe y forcejeó al presenciar cómo los sufría Harry. Era surrealista como un día antes le había jurado magia, protección y besos.

Louis había planeado pedir comida, música suave y caricias. Planeó más roces, más besos y suspiros. Planeó sin saber que iba a caer en su propio infierno.

Pasaron cerca de cinco horas.

Su garganta estaba seca porque era incapaz de ingerir algo, siquiera agua. Su frente estaba perlada de sudor ya que su cuerpo comenzaba a sentir el dolor de los golpes. Algo en su hombro palpitaba, su mirada a veces vagaba y se tambaleaba mientras se ubicaba en uno de los asientos de la sala de espera. Ya no estaba en el pasillo porque la mirada inquisitiva de Nico lo hizo levantarse. Tras estar cerca de una hora tirado allí lo llamó. Le dolió el pecho cuando lo hizo. El chico se había quedado sin voz a través de la línea cuando le contó que volvían a estar en el hospital. Cuando Nico llegó, su mirada le demostró todo el rencor que le procesaba. Ni siquiera pudo pasar demasiado tiempo en el mismo espacio que él mientras sus puños se abrían y cerraban por la tensión. Nico le exigía respuestas a una pobre auxiliar del puesto de información, que por tercera vez le repetía que debían esperar a que el médico saliera.

Louis sentía su visión borrosa y se apretó el puente de la nariz con dos dedos. Sólo abrió los ojos cuando notó que Nico se sentaba a su lado.

—¿Cuánta sangre ha perdido?

Se le heló el cuerpo. No por su voz seria y despectiva, sino por la propia pregunta. Los paramédicos halagaron su procedimiento cuando llegaron a la habitación, aunque él ni siquiera los oyera por estar pendiente de exigirles que hicieran bien su trabajo.

—No... No sé. La del labio partido. Quizás como con el incidente de la nariz. No lo sé...

Eso era lo que le hacía perder los estribos; el no saber. No saber si de verdad lo ayudó, si estaba bien o qué iba pasar.

Si Harry no salía de esa, no... No lo podía pensar. No se perdonaría jamás y tenía por seguro que comenzaría una venganza contra sí mismo.

Se dijo que el mundo no estaba preparado para perder a aquel chico demasiado tierno, inexperto y borracho que le exigió que se casase con él.

También se dijo que era un maldito bastardo con suerte, pero por haberlo conocido. Un maldito bastardo aprovechado.

—Maldigo la puta hora en la que fuimos a ese casino y te conoció. —Las palabras de Nico retumbaron en las cuatro paredes blancas. Louis bajó la mirada—. Exijo saber qué pasó. Dime por qué mi mejor amigo lleva tantas horas ahí dentro. Ahora sí dímelo. Qué les hicieron.

Nico creía estar lidiando con una especie de broma que quería solucionar con violencia; una furia fría que se opacaba al ver lo adolorido y desencajado que también se encontraba Louis. Nico supo que debía estar psicológicamente preparado para oír la explicación del hombre que había seducido a su novato amigo.

—Nico... —musitó Louis sin levantar su vista de los azulejos del suelo—. Tu amigo me conoció en el casino porque prácticamente vivo ahí. Mi vida son las apuestas en juegos de azar. —Cuando Louis se atrevió a levantar la mirada se chocó con una tosca—. Y no es una vida precisamente ordenada. Hay rachas buenas, malas... Hay mentiras, sobornos y tratos sucios. El que me hizo esto es la mierda más grande de esos tratos.

Nico pudo sentir cómo palidecía, pero apretó los puños enfrentando a Louis. Aquello no era una película de mafiosos, sino el jodido mundo real que a veces superaba con creces a la ficción. Su estómago se cerró analizando de nuevo el estado del apostador. Su pómulo igual de hinchado o incluso más que hacía unas horas porque no había aplicado nada en la zona. Su ropa estaba arrugada y manchada con algunas gotas de sangre. Seguía sin poder mover un brazo.

—Esto tiene que ser una pesadilla... Tiene que serlo —se llevó las manos a la cabeza—. Dices el que te hizo esto... ¿Eres tan cínico de no nombrar a Harry? Él es la víctima.

—Ellos me hicieron esto a mí. Le partieron el labio y le propinaron un puñetazo para hacerme sufrir a mí. Harry en todo esto en realidad es mi víctima.

Nico quiso vomitar. Había sentido de todo al imaginar el cuerpo de su amigo recibiendo un puñetazo. Él no podía recibirlos, era diferente y no debía... Lo más grave que recordaba que le había pasado sucedió cuando un balonazo fue a parar a su cabeza. Ni siquiera estaba jugando, se encontraba sentado en las gradas porque fue a verlo a él a un torneo del instituto. Harry se desmayó casi al instante y todo fue un caos, pues él era de los pocos que conocía su enfermedad a parte de los profesores. Recordó el llanto y la preocupación de la madre de Harry y el enfado absurdo de su padre mientras todos esperaban una respuesta en un hospital bastante diferente al que en aquel momento se encontraba. Harry estuvo un día en coma y tres días más ingresado. El simple golpe que a una persona le costaba como máximo recuperarse en un día, a un hemofílico le suponía el triple. La hemofilia de Harry, tipo A, leve, no lo libraba de lidiar con todas las consecuencias y medidas necesarias para asegurarse de que todo estuviese bien. En aquellos años, los profilácticos que necesitaba para estabilizar la coagulación de su sangre eran a demanda y el propio Nico aprendió a saber suministrárselos después del episodio del balón, que por fortuna quedó en un susto sin más secuelas que las de unos padres excesivamente protectores y un enfermo aún más inseguro. Años más tarde y gracias a los constantes avances de la ciencia, Harry había podido comenzar con una medicación diaria.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que quieren?

—Dinero —solucionó Louis haciendo que Nico soltara un suspiro tormentosamente tranquilizador—. Un dinero que no tengo.

Louis se removió en su asiento, soltó un gimoteo cuando su brazo se movió y apoyó de nuevo la cabeza en la pared. Cerró los ojos un momento al sentir una vez más que el piso se movía bajo sus pies.

—¿Y qué vas a hacer?

—Conseguirlo. Como sea.

El ambiente se volvió gélido, tenso y hasta hostil.

«Lo mataré y me encargaré de que lo veas».

Aquellas palabras retumbaron en todo momento en la cabeza de Louis. Había trazado un plan, barajado diferentes opciones y ordenado las horas que le habían impuesto para ello. Setenta y dos. Le quedaban sesenta y siete.

—Bien. Arregla todo eso, pero también deja al margen a Harry. No le pueden volver a hacer esto. No pueden y debes hacer algo para que no...

—Lo haré.

—Y te alejarás de él porque nos iremos antes de aquí. Me lo llevaré, no vamos a permanecer aquí. Esto no es para él, ni para mí, ¡ni para cualquier persona normal! Tienes que dejar de jugar con él porque está... Está fascinado contigo y tienes que acabar con eso. Harry tiene una vida y una familia que lo quiere. Cada uno tiene que volver a su realidad.

Louis no pronunció vocablo alguno mientras el chico hablaba.

Tenía razón.

No se iba a arriesgar a que Ciro se volviera a ensañar con él. Ciro o cualquiera. Uno ya había descubierto el Talón de Aquiles de Louis Tomlinson, así que sería cuestión de tiempo que el resto de los buitres, como a veces también lo era él, se enteraran y aprovecharan de ello. Louis jamás amenazó con violencia, pero sí con cuantiosas sumas de dinero. En su mundo de las apuestas lo importante era extorsionar con lo que fuera y Harry sería su talón, la moneda con la que todos jugarían y le amenazarían. Esas eran las jodidas Vegas y ellos las jaurías que la regentaban. No se podían tener cachorros ni debilidades y Louis había flaqueado pensando que estaba viviendo una buena racha.

La única forma de asegurarse de que Harry estuviese bien era devolviéndolo a Inglaterra.

Pasó una hora más.

Louis despegó la cabeza de la pared cuando sintió un toque de Nico en la rodilla. Acababa de levantarse como un resorte y él lo imitó cuando vio al médico de impoluta bata blanca.

—¿Harry Styles?

—¡Aquí! ¿Cómo está?

Louis contuvo la respiración.

—Hemos procedido a suministrarle al paciente con hemofilia el factor de coagulación por vía intravenosa. Es sabido que con su enfermedad debemos hacerle más pruebas. Se le ha controlado la hemorragia y le hemos tenido que dar dos puntos en el labio, por prevención y para favorecer la cicatrización. Por el golpe del estómago sufre una hemorragia abdominal. Está estable, controlado, pero le hemos inducido un coma para que su medicación y los antiinflamatorios hagan efecto. Harry necesita reposo y descansar para que su cuerpo se reponga. Estos pacientes llevan otro ritmo como imagino ya saben, así que mañana a primera hora le haremos un TAC para asegurarnos de que todo marcha bien.

Silencio.

Nico se llevó las manos a la cabeza dando vueltas sobre sí mismo. Su pecho se oprimió ante las noticias y la mandíbula se le tensó. Era la segunda vez en su vida que oía que su amigo estaba en coma.

—G-gracias —logró pronunciar Nico—. ¿Puedo verlo?

—Me temo que no. Se quedará esta noche en observación. Podrán verlo mañana en el horario de visitas.

Louis dio media vuelta dejándose caer en un asiento cualquiera. Nico lo siguió tras volverle a agradecer al médico.

—¿Qué vamos a hacer hasta mañana? ¿Q-qué hago? ¿Me voy? ¿Me quedo aquí? ¿Llamo a sus padres? Joder, ¡no sé qué hacer! —cuestionó Nico sintiéndose ridículo. La voz se le entrecortaba—. Tengo que llamar otra vez al seguro, tienen que hacerse cargo y cuidar que Harry... Tienen que atenderlo bien y pagarlo todo. ¡Dios mío! N-no sé qué haría si no lo hacen, necesita atención médica.

—Deberías ir a tu hotel y descansar para mañana estar aquí a primera hora. No te preocupes por el seguro y el hospital, yo me haré cargó.

—¿Tú? —escupió Nico con desprecio—. ¿Cómo? ¿Cómo vas a pagar el hospital si dijiste que no tenías el dinero? ¡Si ha pasado todo esto por dinero!

Louis le dedicó una mirada acompañada de un gesto lento y agotado.

—Iré esta noche al casino y lo conseguiré. Mañana nos veremos. No sé a qué hora.

El estado físico de Louis no era acorde a las llamas que parecían encandecer en sus ojos. Se puso de pie y Nico pudo haber sentido compasión, pero no lo hizo. Pudo proponer algo más cuerdo, pero tampoco abrió la boca. Él también se levantó y le cortó el paso intentando agarrarlo por uno de los brazos. Louis aulló de dolor ante el contacto, llevándose la mano contraria al hombro. Un agarre de Nico en el otro brazo sano lo estabilizó.

—Me parece perfecto que vayas directo a tu mundillo, del cual conozco bastante poco, pero dudo que con esas pintas consigas mucho. Estás hecho una mierda.

Louis gruñó en respuesta, sintiendo el doloroso hormigueo que el jalón le había ocasionado. No iba a una pelea física, sino a una calculadora y audaz. A una donde una buena apariencia y sonrisa falsa abrían bastantes puertas.

Nico no dijo más, ni siquiera se despidió cuando dio media vuelta tras el asentimiento de Louis, que se encaminó hacia la enfermera que horas atrás le preguntó si también necesitaba ser atendido.

Era como prepararse para la pelea. Recuperarse del primer golpe.

El grito de Louis resonó en toda el área de urgencias del complejo hospitalario. Apretó los dientes cuando se oyó el 'crack'. Una doctora de tez morena y ojos pardos le acababa de colocar el hombro tras diagnosticarle una luxación.

—¿Estás bien? —preguntó la mujer sosteniéndolo.

Louis sacudió la cabeza y miró al techo apretando con dos dedos sus lagrimales.

—¿Me puede dar algo para el mareo? —preguntó notando la molesta sensación de fatiga—. ¿Y para el dolor de cabeza?

Palpó su hombro todavía adolorido, pero menos punzante. Por fin en su sitio. Gruñó cuando la doctora hizo que moviera el brazo para colocarle un cabestrillo.

—Llévalo como mínimo una semana —advirtió—. No te puedo dar nada para el mareo porque lo que debes hacer es descansar, tu cuerpo está agotado. Ese hombro llevaba demasiado tiempo luxado, te debe haber dolido una barbaridad...

—Por favor.

La mujer resopló.

—Te puedo dar un par de antiinflamatorios. Aplica hielo en ese pómulo y descansa.

Louis asintió, mintiendo y simulando ser un buen paciente cuando se acomodó mejor la banda del cabestrillo por detrás del cuello. En esa posición el hombro le dolía menos. Se tragó con un vaso de agua las pastillas que le tendió una enfermera y resopló tras firmar unos papeles. Aceptó obediente las indicaciones de la doctora y se bajó de la camilla traspasando unas cortinas azules. Arrastró sus pies hacia donde le indicaron que era la salida y también debía entregar el documento que acababa de cumplimentar.

Necesitaba llamar a un taxi, una ducha, librarse del letargo de su cuerpo y...

Hemofilia.

Sus pies pararon en seco cuando aquella palabra se coló en sus oídos. Se volteó de inmediato viendo cómo dos enfermeras chequeaban una funda con lo que parecían ser informes. Ambas asintieron y se alejaron del lugar. Apenas unos seis pasos y una cortina. Si las casualidad existían, su corazón empezó a palpitar con fuerza gracias a una de ellas.

Se encaminó sin pensarlo mucho, asumiendo que su juicio llevaba demasiadas horas perdido. Ni siquiera se tomó la molestia o el disimulo de mirar a los lados antes de correr la cortina.

—Bambi.

Harry yacía en la cama junto a un aparato escandaloso.

Louis dio un paso, jurando que en cualquier momento podría caer de rodillas.

Su tez era pálida, más de lo normal, con sus párpados plegados y unas incomprensibles ojeras. Su vista se paseó por el cuerpo menudo. No recordaba que se le notaran tanto las clavículas y juró que la primera vez que las vio se fijó lo suficiente en ellas. Apretó los dientes cuando notó la exagerada hinchazón en el labio superior, adornado con toscos hilos negros.

Dio otro paso. Estaba seguro de que en nada anclaría una rodilla al suelo. Hubiese caído si sus manos no se hubieran aferrado al endeble colchón. Se recordó a sí mismo que aquellas lágrimas en forma de picazón en sus ojos no servían de nada.

Observó la escandalosa máquina que lo monitoreaba y lo cuidaría seguramente mucho mejor de lo que él lo había hecho.

—Vas a estar bien. Voy a ponerte a salvo.

Su voz salió en un murmullo ronco. La saliva le raspaba. Maldijo la lágrima inservible que brotó de uno de sus ojos y pestañeó para acabar con las demás, acercándose a aquel rostro que siempre recordaría sonrojado y risueño por el alcohol. Durante un instante quiso ser un bálsamo, cumplir con traición su promesa y besarlo.

—Oiga, no puede estar aquí—. Louis brincó y dio dos pasos hacia atrás. Deseó haber caído de verdad de rodillas—. Tiene que retirarse, por favor. —La enfermera empleó un tono más amable cuando vio su desconcierto.

Louis se llevó la mano del brazo sano hasta el rostro para restregárselo. Asintió y salió de allí.

—Perdón.

Supo que debería pedir perdón el resto de su vida.

♣ ♠ ♥

No se fijó en ningún elemento de la habitación cuando ingresó en ella. No miró el piso, la cama ni el desorden. Se dirigió de inmediato al cuarto de baño y se deshizo de su ropa lo más rápido que su molido cuerpo le permitió. Gruñó cuando se quitó el cabestrillo y lo tiró al suelo junto con el resto de prendas. Dejó que el agua tibia cayera por su cuerpo y gimió sintiendo el hormigueo en cada centímetro de piel. Los dolores habían cesado levemente y ya casi no tenía mareos.

Su cuerpo exigía estar más rato bajo el relajante chorro de agua, pero lo que precisamente no le sobraba era tiempo. Cerró el grifo y se secó con una toalla cualquiera, sin mucho esmero y dejando gotas de agua resbalando por su espalda. Volvió a cerrar los ojos cuando salió a la habitación y se encaminó hacia el armario. Un traje de dos piezas negro y camisa blanca. Volvió al baño para recuperar sus zapatos. Frunció el ceño en cada molestia que le ocasionaba el hombro y que llevar el cabestrillo no era una opción.

Tomó su billetera con todas las tarjetas que utilizaría y se llevó el pelo mojado hacia atrás antes de abrir la puerta.

La esencia de Las Vegas lo aguardaba.

El casino del hotel Wynn lo recibió como siempre, con su excéntrica pomposidad, lujo ostentoso en tonos dorados y la posibilidad de realizar altas apuestas. Su música suave y manipulable hacía eco a las miles de risas sardónicas de los más avispados. Se palpó los bolsillos de su chaqueta, comprobando lo único que iba a necesitar; fajos de dinero en metálico.

El maldito dinero.

Louis Tomlinson sabía recorrerse todos y cada uno de los casinos de Las Vegas. Los había estudiado gran parte de su vida, peregrinado uno a uno y clasificado en función de necesidades y oportunidades. Aquella noche, probablemente el Wynn era de los pocos, o el único, que podría ayudarlo.

Caminó con paso firme entre la gente, esquivando a quienes se le cruzaban. Iba directo y con un plan forjado durante horas en su cabeza. Ignoró el saludo de algún dealer o apostador mientras se dirigía al salón de Black Jack. Tres hombres se voltearon un segundo al percibir su llegada para luego devolver rápidamente su vista a las cartas. Louis se acercó decidido, resoplando con calma y centrando su atención en las cartas que el dealer acababa de poner sobre la mesa. Las volteó y algunos de los presentes bufaron. Louis respiró hondo y tomó asiento antes de dejar dos fajos de billete sobre el tapete. El dealer asintió, los retiró y le entregó sus fichas.

Como apostador, lo primero que le enseñaron fue a calcular, a controlar las jugadas y percibir hasta la tensión de sus oponentes. Analizar cada gesto, ceja alzada, disimulo o gota de sudor. Si se desenvolvía con todo eso gran parte del trabajo estaba hecho. Cada jugada debía ser analizada a conciencia, planificando con astucia la siguiente para adelantarse a los movimientos de los demás. Teniendo un objetivo claro.

Las cartas corrían por la mesa, se levantaban y volteaban tras ser barajadas con agilidad. Hombres reían mientras otros maldecían. Louis no levantaba la vista del tapete. Las fichas de colores, cada uno correspondiente a una cantidad, se deslizaban por la mesa, cambiando de dueños y seduciendo con maestría a sus oponentes. Cantidad de fichas amarillas con valor de mil dólares se apilaban frente a los jugadores. Louis se fijó en la suyas, rosadas y de cinco mil.

—Me quedo —espetó uno de los hombres haciendo un ademán con la mano sobre sus fichas.

El dispensador de cartas no dejaba de trabajar gracias a las ágiles manos del dealer. Louis sonrió cuando el hombre levantó una carta comodín junto a un diez de picas. Fichas amarillas se amontonaron junto a las suyas.

Las cartas cambiaron, la banca volvió a jugar y dos hombres más se retiraron tras obtener la penalización de la mitad de sus fichas. Louis resopló y volvió la atención al juego, donde cada minuto valía oro. Gruñó cuando el dealer encogió el rostro al ver que su exponente era igual al de la casa y la mano tuvo que ser neutralizada.

Nuevos jugadores se unieron a la partida. Louis apretó su mandíbula y puños cuando, por un número, ganó la banca y en la siguiente ronda igual porque sus cartas, de nuevo, se pasaban por uno. Resopló con la mirada fija en parte de sus fichas mientras se le iban siendo retiradas.

Aquel era el mundo de las apuestas, acrisolado a la par que eventual.

Louis dio un golpe bajo la mesa cuando la banca volvió a ganar retirándole más fichas. Solo le quedaban amarillas. Sintió el sudor frío en su nuca y delineó con la lengua su labio inferior. Cerró los ojos y respiró hondo escuchando el sonido del dispensador porque una nueva mano comenzaba. Algo se apretó en su pecho cuando su mente hizo que en sus oídos se colara el sonido de la máquina del hospital que monitoreaba el estado de Harry.

No hizo el ademán con su mano a tiempo para quedarse cuando sus cartas sumaron decinueve, llevándose una mirada reprobatoria por parte del resto de jugadores. Cuando pestañeó, la banca le había suministrado una nueva carta, haciendo que se volviera a pasar de veintiuno.

Un frío inundó su cuerpo cuando el dealer, sonriente, retiró todo sobre el tapete.

—Te has quedado sin fichas.

El aire escapó de sus pulmones y dio un golpe al suelo cuando se puso de pie.

—Mala suerte, Tomlinson.

Ni siquiera volteó hacia el sujeto que se había dirigido a él con voz grave. Demasiada gente le conocía y en ese momento le daba igual la opinión de cualquier insignificante individuo.

Acababa de perder veinticinco mil dólares.

Salió del salón aspirando hondo por la nariz, volviendo a escuchar las estridentes risas y choques de copas entre luces sombrías. Ahogó un gruñido palpando el resto de los fajos en sus bolsillos. Debía recuperar lo perdido cuando lo que tenía que hacer era empezar a ganar... Tensó la mandíbula y se tomó de un trago un vaso de whisky que cogió al vuelo de la bandeja en alto de un camarero que pasaba.

Odiaba perder el tiempo que no poseía. Odiaba tener que ir a contrarreloj en un mundo donde sabía que había que entrar sin tiempo.

Con grandes zancadas se dirigió al salón de la ruleta. Inspiró por la nariz y apretó un fajo de billetes. Su juego de la suerte, en el que nunca fallaba y en el que pocas veces se había sentido traicionado. Fue firme al recibir nuevas fichas por valor de quince de los grandes. El resto de la mesa elevó las cejas y Louis aguardó tras realizar su primera apuesta al rojo impar.

Sonrió al ganar.

—¡Harry!

Su corazón latió desbocado volteándose hacia la voz. Un hombre palmeaba la espalda de otro que sonreía complacido. Apretó el puente de su nariz y volvió su vista a la mesa echándose un sermón a sí mismo. Nunca había tenido problemas de concentración y no debían empezar en medio de la jodida situación en la que se encontraba.

«Me gusta Bambi».

—¿Apuestas? —cuestionó el dealer frente a la mirada que le sostenían los jugadores.

—Tercera docena.

—No va más.

Mierda.

«¿Tienes miedo de esto?».

La pequeña bola de color marfil fue lanzada, girando por el resalte de madera. Todos los ojos de la mesa se posaron sobre ella, siendo casi imperceptible mientras hacía el recorrido y el plato interior giraba en la dirección contraria. La velocidad se iba perdiendo poco a poco y, arrebatando varios suspiros, la bola finalmente cayó en la casilla correspondiente al número nueve. Primera docena.

«No tengas miedo, Bambi, ninguna pesadilla es capaz de lastimar».

Mentira. Mentiroso.

Louis se llevó las manos al rostro tras observar con impotencia cómo parte de sus fichas eran retiradas.

Par o impar. Rojo o negro.

Una risa a sus espaldas lo hizo tensarse. Tenía que sacarse de la cabeza a Harry aunque todo aquello lo hiciera por él. Tenía que centrarse, doblar el dinero, recuperarlo, llegar a la infame cantidad... Su garganta se apretó por un momento y el dolor de su hombro arremetió.

«Haz llover. ¿Puedes hacer llover?».

¿Por qué? ¿Por qué su conciencia esfumada le hacía eso? ¿Tan lejos quedaban aquellos minutos donde se comportó como un adolescente rebelde para que su Bambi obtuviera su deseo? Hubiera ido a hablar con el mismísimo Zeus para obtener lluvia de verdad. Visualizó aquellos ojos chispeantes. Aquellos ojos que demasiado pronto reconoció en diferentes miradas. Lo vio reír, esconderse, ruborizarse de placer, sufrir... Jamás se borraría de su mente cómo cayó desmayado ante las risas de aquellos gorilas sin alma.

—Segunda docena —espetó Louis moviendo sus fichas antes de que el dealer le preguntara.

La bola marfilada volvió a rebotar en la madera antes de girar entre sonrisas, humo de puros y algunas gotas de sudor. Louis no levantó la vista de ella, siguió cada centímetro hasta que cayó en la casilla. Primera docena.

Sus fichas fueron nuevamente retiradas por la banca. Oyó una risa del jugador de su lado, a quien miró con desdén antes de devolver la atención a sus fichas.

—Doblo —sentenció amontonando un par más.

Sentía que la sangre se le había convertido en lava. El dolor punzante en sus sienes había vuelto y se replanteó si alguna vez lo había dejado en paz. Las risas y ruido a su alrededor se habían vuelto más molestos y lejanos, únicamente retumbaba el efímero sonido de la bola que rodaba en sus oídos. Ya era cuestión de probabilidad, lógica, años de experiencia...

De nuevo, primera docena.

Muchos jugadores celebraron sus elecciones a su lado, viendo cómo la pequeña montañita de sus fichas aumentaba y la de Louis disminuía.

—Yo digo que ahora cae en el cuatro. —La voz del hombre del puro sentado a su lado se coló en sus oídos—. Vamos, juega como un profesional... Está en la primera docena, no te empeñes. ¿Apuesta secundaria? Todo lo que has perdido. —El hombre llevó sus fichas sobre el número y le guiñó un ojo. El dealer no prestó atención a propósito—. Entre tú y yo. Venga, apuesta.

El ritmo cardiaco de Louis, ya imposible de controlar, se disparó llevando su vista al tapete. Probabilidad, calcular... Ese hombre le daría por debajo de la mesa su dinero si jugaba. Esas eran Las Vegas y su mundo. Sus negocios.

Recorrió su mirada por todos los números de la docena. Arrastró sus fichas, sumando dos a la apuesta de su oponente y colocando el resto sobre el número siete. El hombre sonrió. Louis apretó lo dientes. La bola giró.

La tensión lo asistió mientras la ruleta daba vueltas y la bola de la sentencia giraba. Las voces del casino se opacaban alrededor. Louis recordó su última noche triunfal de apuestas. Fue la noche que conoció a Harry.

El mundo a su alrededor definitivamente se paró al oír la estridente risa del hombre a su lado. La bola había caído en el cinco.

Bajó su cabeza sintiendo el latido de su corazón en los oídos, escuchando cómo las fichas eran deslizadas y cómo, de nuevo, él se quedaba sin nada. Apretó sus puños tras sentir una palmadita en su espalda y más humo del puro del hombre envolviéndolo.

Se levantó de su asiento, rodando con poco cuidado la silla, y comenzó a caminar entre la gente. Se sentía fuera de sí, de sus sentidos y de su capacidad de razonar. Miró a su alrededor, observando a las personas que satisfechas celebraban su botín y pedían más champán.

Caminó hacia los cajeros.

—¿Cuánto quiere retirar? —preguntó una mujer tras un panel de vidrio al aceptarle dos tarjetas que acababa de comprobar.

—Cien mil dólares.

No doblaría, cuadruplicaría hasta ganar.

Volvió a portar los fajos de billetes y se encaminó a los salones. Notaba que la realidad de su alrededor comenzaba a tomar algo más de velocidad, pero no le importó. Su objetivo era claro.

—Cien —musitó posando una mano en el hombro del sujeto del puro de la mesa de la ruleta—. De los grandes.

El dealer volvió a mirar hacia otro lado.

—Los tienes bien puestos —respondió el hombre esbozando una sonrisa ladina que más tarde fue acompañada de una carcajada. Louis volvió a tomar asiento a su lado—. Esta vez segunda docena. Quizás tus predicciones se cumplen.

Ambos hombres tuvieron frente a ellos su montón de fichas. Louis vagó la mirada por los números alternados en los colores rojo y negro. Jamás había confiado en aquello de los pálpitos. El azar no era eso, era calcular y jugar con las posibilidades, probabilidades y darle la vuelta al juego.

Lo sabía y por eso se dijo que no debió encomendarse a aquella sensación cuando vio el número.

Pero lo hizo.

—Todo al veintiuno.

Los murmullos no se hicieron esperar y mucho menos la cantidad de 'está loco'. Poco le importaba, su trato era con otro jugador.

—Todo al diecinueve.

El hombre a su lado sonrió dando una calada a su puro cuando la ruleta comenzó a girar. Era probabilidad, hazaña... Se lo podía llevar todo la banca y no le importaría porque su apuesta era con el hombre del puro. Tenía posibilidades, tenía que conseguir el dinero y llegar a la cifra de cuatrocientos cincuenta mil. No podía perder más, debía hacer todo lo que fuera posible, aferrarse a la probabilidad, tenía que...

—Doce.

La sentencia del dealer lo frenó todo.

Louis fijó sus ojos en el número que aquella bola había condenado. Estuvo a uno de haber entrado en la segunda docena. A uno de haber tenido otra oportunidad. Había vuelto a perder.

Vio cómo sus fichas corrían al igual que su dinero y posibilidades. No era su noche, no era su mano, no era nada. ¿Por qué había elegido aquel número? ¿Por qué recordó que esa era la edad de su cervatillo?

—¡Estúpido! —vociferó antes de tirar su silla al suelo y salir de nuevo de allí.

En las apuestas no debían existir los pálpitos ni la intuición, pues eran demasiado maleables. La intuición se exponía demasiado a la voluntad de los sentimientos.

Dio zancadas hasta la puerta principal aunque su cuerpo le demandara pasos cortos porque todo se seguía percibiendo lejano y borroso en el ambiente. Buscó la salida, necesitó la calle, aire fresco y frío que calmara la ira que comenzaba a emanar.

Vociferó cuando cruzó la puerta del casino y las imponentes luces de la fastuosa ciudad se alzaron ante sus ojos. Pura apariencia para los que conocían cada uno de los fracasos que eran capaces de opacar.

Notó sus bolsillos vacíos y se sintió asfixiado dentro de un reloj de arena. Iba marcha atrás en el camino de sus promesas. Había ido a ganar y perdió mucho más. Lo sentía como una metáfora de sus últimas veinticuatro horas.

Se sentó en la acera, llevándose las manos al rostro, enterrando sus dedos en el cuero cabelludo y dejando de sentir el dolor en el cuerpo ya que todo se le concentraba en el pecho.

Las cloacas de la vida de alguien que sobrevivía de aquella manera tenían diferentes túneles. Las cloacas de Louis tenían recovecos desde que se afianzó por primera vez en Las Vegas. Fraudes y sobornos se convirtieron rápidamente en términos de su día a día. Sin embargo, siempre se puso sus propios límites, engañándose a sí mismo y creyéndose alguien con principios. Quizás alguna vez los había llegado a tener, pero también en algún momento los había dejado abandonados en uno de los túneles más oscuros e inhóspitos.

Iba a volver a sus orígenes, a quien lo enseñó y a donde juró que nunca regresaría. Buscaría a su pérfido mentor.

—Raymond —escapó de sus labios.

Le quedaban sesenta horas.

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