Negociando con el Corazón ||...

By quivaresc

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Gael, un joven Omega con una personalidad volátil, es contratado para trabajar en la empresa de uno de los cl... More

La entrevista
Una cuestión de biología
Divinos pensamientos
El arquero, la presa
Pasando del miedo al pánico
Un paso a la vez
Dudas
Comienzos
La manzana de la tentación
Convivencia
Zona de confort
Los secretos de Ismael
Primer contacto
Minaccia
La palabra con P
Deseo
Rescatando a un renegado
Propiedad del Rey
La familia de Gael
Mira lo que me hiciste hacer
Cosas de pareja
Perversión
Un consejo
Paz
En la intimidad
Estado de gracia
✨¡SEGUNDA PARTE!✨

En otra vida

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By quivaresc

Día 16: Gruñido alfa.

▬▬▬▬▬ஜ۩۞۩ஜ▬▬▬▬▬▬

El calor se sentía entre los cultivos. Ese verano la cosecha pintaba bien, todo estaba tranquilo en la superficie. Los cachorros de la comunidad de trabajadores alcanzaron esa edad en la que se debían presentar como alfas, omegas o betas para designarles sus labores en la granja.

Un par de omegas, mejores amigos además, estaban por terminar su labor de llevar provisiones a su pequeña redoma donde convivían sus familias con otros trabajadores. Llevaban una carreta arreada por un caballo blanco. El más alto de los dos era el conductor estrella, mientras que el otro estaba mordiendo una paja, con una sombrero amplio para evitar quemarse la cara y los hombros descubiertos. Estaba molesto. Desde su primer celo, varios de los trabajadores de los dueños de la granja lo estaban tratando de una manera que no le hacía sentir cómodo. No entendía el por qué. Sobre todo el capataz, quien era el hijo del dueño de todo el amplio paraíso campirano.

Sintió un codazo por parte de su compañero de cabello liso y café. Venía aquel albino con gafas oscuras y uniforme, era el capataz montando su hermoso caballo negro, junto a aquel citadino que de cuando en vez iba a pasarse unos días para descansar a su siga. El del sombrero desvió la mirada. Haciendo que la solapa de este le cubriera casi por completo. El capataz, que le gustaba joderle la paciencia, decidió hacer de las suyas con los chicos.

—Alto allí, Elliot— el chico tiró de las riendas, el caballo se detuvo. El capataz pasó por un lado del joven con el sombrero, este estaba con los brazos cruzados y ojos cerrados. —... ¿Qué pasó ahora?

—Nada que usted pueda arreglar, capataz— el chico sonaba odioso.

—Tan cortés como siempre, ¿no?— se atrevió a tocarle la mejilla. El joven retrocedió negando con la cabeza. —Deberías mejorar esa actitud, nadie te querrá si sigues siendo tan ácido como un limón.

—Es la idea— respondió con una sonrisa. El albino chasqueó la lengua.

—Eres un tonto.

—Soy un niño, repito lo que veo.

—¡Perdónelo!— pidió Elliot nervioso. —Es que el calor ya le está afectando— dijo entre dientes con tono de regaño hacia su amigo.

—¿Con ese sombrero?— era el otro hombre a caballo.

Llevaba un sombrero y gafas de sol. Había hecho una sonrisa, algo en su voz hizo que el joven testarudo quisiera mirarlo ligeramente por la esquina del ojo justo antes de bajarse la solapa con su mano derecha, mostrando las pequeñas cicatrices que se había hecho hace rato.

—Soy susceptible al calor— siguió.

Sintió al albino respirarle encima, casi que en su cuello. El joven lo empujó, poniendo su mano en su nariz.

—No sabía que olieras tan... Divino— se rió.

—¿Podemos irnos? Empezó a oler a mierda de pronto.

El citadino se sobresaltó, Elliot miró a su compañero como si quiera matarlo, el albino le gruñó. El joven se sobresaltó hasta abrazarse con su amigo. El albino avanzó un poco más en su caballo, mirando lo que tenían en la carreta. Levantó una ceja y miró por última vez al chico altanero.

—Lárguense— ordenó.

—Sí, señor— Elliot tiró de las riendas para reanudar su camino. —. Tenga un buen día señor— dijo este al darle una sonrisa al otro hombre.

El chico del sombrero y este se dieron una última ojeada antes de que tomaran caminos separados. Una extraña sensación los abordó en lo que decidieron voltear a verse por última vez.

Los jóvenes se perdieron entre el sendero de manzanos.

—¿No sientes un olor raro?— preguntó el testarudo quitándose su sombrero. Revelando esos rizos rojos brillantes y salvajes. Esnifaba incesantemente. —... Es como— se volteó a ver lo que llevaban, encontró el origen. —... Cacao— ladeó una sonrisa para devolver el paquetito al saco.

—Debes aprender a controlar esa actitud tuya... Sabes que al capataz no le tiembla la mano para actuar— Elliot estaba serio.

—No es mi culpa que tanto él como sus trabajadores sean tan estúpidos— repuso. —. Solo porque tenemos un aroma "especial" y sufrimos de vaporones, no es motivo ni algún tipo de permiso, para que nos molesten y miren como si quisieran— se quedó viendo sus manos temblar, estaba molesto. —... Es asqueroso.

—Hablando de eso— Elliot estaba como nervioso, se apretó los labios en lo que su cara se ponía roja. Su compañero se alejó un poco.

—¿Te está dando otro de esos calores o qué?— estiró su mano a la carreta para tomar una botella con agua.

—No, es que... ¿Recuerdas lo que te comenté del alfa que cuida la entrada al granero que no se usa?— tenía una sonrisa de miedo.

—Elliot— el pelirrojo abrió los ojos como si quisiera matar a su compañero. —... ¡No me digas que tú y él... !— este asintió. —¡Qué asco!— lo empujó.

—Ah, es que tenía demasiado calor y ajá, sabes que me gusta.

—Espero que tus padres no se enteren.

—Tranquilo, solo lo sabes tú.

Hicieron silencio, saliendo de aquel tramo les esperaba pasar a un lado de los cultivos de maíz a su derecha. Este brillaba intensamente bajo el sol de la tarde. El pelirrojo perdió su vista en ese momento, en medio del aire limpio y la calma de aquel lugar. Escuchar el claxon lo hizo mirar a la izquierda, más allá del rió que separaba la granja de las vías del tren. La maquinaria y su humo lo llenaban de ilusión.

Algún día se iría de allí... Algún día...

Qué podía saber aquel par del destino que les esperaba.

El pelirrojo llevaba su sombrero puesto, caminaba por la granja distraído. Desde que se habían llevado a su mejor amigo se sentía tan deprimido. Solo pasaron un par de días antes de aquel alfa fuera de boca floja a contarle a los padres de Elliot lo que este había hecho. Normalmente, a los omegas jóvenes se los llevaban lejos, nadie sabía donde. Pero lo cierto era que no regresaban. Eso sumado a que los adultos trabajadores tenían la mentalidad de que un omega que hiciera eso, no era un buen ejemplo para los demás niños en la comunidad, era el complemento perfecto para que toda la situación se diera. Pasando todo por desapercibido.

Como sea, el joven altanero no se iba a quedar de brazos cruzados. Por lo que decidió indagar en cada rincón del lugar. Algo le indicaba que por allí debía de estar, escondido, asustado quizás.

Apartado de todo lo demás, por un camino solitario. Siendo resguardado por un alfa de cabello negro con aires de ser un busca pleitos. El pelirrojo logró colarse a la parte de atrás sin que lo vieran. Con su fino olfato percibió su aroma a menta, esto lo llevó a subirse sobre un montón de cajones de madera empinados. Llegó a subirse al techo. Las compuertas estaban cerradas desde dentro, se rascó la cabeza tratando de hallar una manera de meterse. Escuchó voces dentro. Pegó su oreja a la madera y se dio cuenta de que sonaba como todo un grupo allí dentro. Una en particular lo hizo levantar una de las tablas con toda la fuerza que podía permitirse.

Apenas pudo divisar a la persona que buscaba.

—¡¿Puedo saber qué estás haciendo?!— el chico soltó la madera y se resbaló, cayéndose del techo.

Estaba desorientado boca arriba en el suelo, la silueta de alguien aparecía delante suyo. El chico al reconocerlo tomó un puñado de tierra y se lo lanzó a la cara.

—¡Déjeme!— pidió tratando de reincorporarse.

—¿Qué haces aquí?— el capataz se cruzó de brazos para alejarse suyo. En ningún momento pensó en siquiera ayudar al pelirrojo. —Creo que les advertí bien claro que no los quería ver aquí.

—Estaba buscando a Elliot— se postró para sobarse la cabeza. Se quejó. —. ¿A dónde se lo llevó?

—A un lugar de dónde no volverá... Y a donde te voy a mandar si no te alejas de lo que no te incumbe— lo señaló. —. Vete a tu casa, por hoy no vas a trabajar.

El pelirrojo se levantó aún quejándose del dolor. Mirando de mala gana al albino se retiró de allí, iría por sus cosas para retirarse a la pequeña comunidad de trabajadores. 

Llegó al establo de caballos tomar la carreta y marcharse con las provisiones del día. Cuando una conversación le llamó la atención. Se escondió entre los animales para evitar ser descubierto esta vez, miraba atento a los trabajadores favoritos de la casa de los jefes de la granja. Todos con una taza de café en la mano.

—Caballeros, hoy es la noche— empezó uno de ellos. —... Los invitados empezarán a llegar esta tarde para la subasta. Les recuerdo que nuestro deber es mantener a esos omegas vigilados para evitar que armen un alboroto— el chico se tapó la boca aterrado. —... Así mismo, hay que estar al tanto, traerán más en el transcurso del día y todos deben irse al granero que está cerca de los cultivos de maíz.

—Sí, hay que tratar de hacer todo al pie de la letra... Quizás nos recompensen con alguno— varios soltaron una carcajada. 

El menor apretó los ojos.

—No sé ustedes, pero sí qué daría dinero por Elliot— el menor estaba molesto por escuchar eso, apretó un puño. —... O quizás por su amiguito, el pelirrojo.

—El capataz ya lo tiene apartado, según sé, hoy mismo iba a cerrar el trato con sus padres... Estos niños ni se esperan lo que hoy va a pasar... Son tan tontos como para darse cuenta— volvieron a reírse.

—Sobre todo el niño este, ¿sabían que me dio su virginidad solo por andar en celo?

Las risotadas terminaron por detonar su enojo al mandar un puñetazo a uno de los caballos que en respuesta relinchó, alertando a todos los otros animales. Estos se alborotaron, haciendo que el chico se cubrió la cabeza y se quedó agachado esperando que no lo vieran. Pero no fue así.

Lo sacaron por el cabello hasta dejarlo en medio de aquella ronda de hombres. Recibiendo manotones en el rostro e insultos, distintas fragancias le abrumaban la nariz.

—¿Con qué están perdiendo el tiempo ahora?— era el capataz.

Dejaron al chico que se arrodilló ante él.

—¡Ya sé lo qué está pasando aquí!— gritó entre lágrimas.

—¿Ah, sí?— el albino se le acercó negando con la cabeza. Olía a vainilla, el chico abrió los ojos. Algo ajeno a él lo hizo ponerse en pie y correr a sus brazos. —... ¿No sabes cuándo dejar de meterte en problemas verdad?

—¿Qué me pasa?— preguntó entre sollozos, aferrándose a la ropa del otro.

El hombre albino le acarició la mejilla, veía su rostro de súplica.

—Traigan la marca— las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas.

—No— murmuró. El albino lo empujó, dejando que dos de los demás hombres lo agarraran por los brazos. —¡No!— sacudirse o tratar de huir era inútil. —¡Déjame ir, no diré nada!

—No confío— decía el capataz al recibir aquel fierro al rojo vivo en sus manos. —. Te gusta meterte en cada lío— se le acercó. —. Verás, eso le ha generado muchísimos problemas a tus pobres padres, muchos de ellos que deben pagarse— le descubrieron el hombro izquierdo. —... Obvio, tus padres no tienen dinero para pagarme por tanto— se encogió de hombros. —. Pero para tu suerte y la suya, tú— lo señaló con el objeto en sus manos. —me atraes, niño— puso una sonrisa en lo que el pelirrojo ponía cara de asco. —... Les ofrecí a tus padres un trato que sabía que no iban a desperdiciar... Yo iba a perdonarles todas sus deudas, sí a cambio me permitían llevarte conmigo.

—¡Mis padres jamás harían algo así!

—¿Eso crees?— en un parpadeo, puso aquel fierro caliente en su piel descubierta. Haciéndo que soltara un grito desgarrador. —... No vacilaron en deshacerse de ti... Oficialmente, eres mío.

Varios segundos después, soltaron al joven. Estaba cansado en la tierra, llorando. No podía ni hablar, el hombro le dolía como nunca antes había sentido. Cerró los ojos. Ya no podía más con tanto.

—¿Qué hacemos señor?

—Denle un calmante y llévenlo a mi habitación, tengo planes para después con él... Sobre lo demás, que todo siga. Los compradores no tardan en llegar.

...

Se despertó en una cama amplia y cómoda. Sin zapatos y sintiéndose cansado. La bombilla encendida le hizo entender que era de noche. Se sentó sintiendo su cabeza adolorida. Parado a un lado de la cama, estaba el capataz vestido formalmente.

—Despertaste— sonaba feliz.

—¿Dónde estoy?— jadeó.

—En tu nuevo hogar— se sentó a su lado.

El chico desvió la mirada, se sentía incómodo.

—¿Qué me puso en la piel?...

—Es la marca que se le hace a los esclavos cuando son vendidos— le sostuvo la barbilla.

—Déjeme— lo empujó. El albino en respuesta mostró sus dientes junto a un gruñido, el chico se cubrió la cara asustado. —¡¿Porqué hace esto?!

—Mi padre tiene su negocio, yo quiero el mío— se levantó. —. Además, un omega de tu edad se vende por muy buen precio, siempre ha sido el mejor de los negocios eso del tráfico. Antes se hacía con mayor abundancia, no hay que perder las costumbres— se acercó a la puerta. —... No te preocupes, veré qué tu amigo quede en buenas manos. Nos vemos más tarde— abrió la puerta. —. Muero por estrenar mi juguete nuevo.

El pelirrojo escuchó como la puerta se cerraba con llave. Quería lanzarse a llorar en el que sería su lecho, pero decidió hacer otra cosa.

Se puso sus zapatos que estaban a un lado de la cama y se aproximó a la ventana. Era apenas la primera planta de la casa de los dueños de la granja. Tomó un libro gordo de la mesita de noche y golpeó el cristal hasta que tuvo el lugar suficiente para salirse.

Corrió al establo de caballos y tras asegurarse que estaba solo. Tomó un martillo de mango de madera alargado y le puso una silla de montar al caballo blanco que siempre usaba en sus labores. Sabía a dónde tenía que ir y lo que debía hacer, no vaciló ni un momento al montarlo. Respiró profundo y moviendo las riendas, el corcel salió corriendo de allí. Pasando por el sendero oscuro, con la rabia viva en sus venas. Tomó la desviación del camino para rodear el granero, bajó su velocidad para verificar que no había nadie cerca. Se acercó lo suficiente como para tomar el martillo y empezar a golpear el candado que bloqueaba la puerta.

Golpeó con todas sus ganas, hasta que logró romperlo. Empujó la puerta y se encontró con todo un grupo de chicos asustados. Todos con vendajes en un hombro o brazo.

—¡¿Elliot?!— llamó mientras entraba al lugar.

—¡Fer!— escuchó al fondo. De entre la multitud, vio al chico castaño aparecerse para abrazarse con todas sus ganas. —¡Pensé que no volvería a verte!

—Yo también.

—Podemos huir— murmuró una chica al acercarse. El pelirrojo la miró, tenía la cara sucia. —... ¿Verdad?— se dirigió al grupo detrás de sí.

—¿A dónde iríamos?

—Pueden atraparnos...

—No sí corremos antes.

De pronto, todos estaban hablando con fuerza. El pelirrojo negó con la cabeza y pegó un chiflido que los hizo callar.

Lo miraban fijamente como se acercaba a la salida.

—¿Todos están aquí en contra de su voluntad, no?

—Vaya pregunta, genio— su amigo le dio un golpe en la cabeza. —. Es obvio que estamos hartos de estar aquí encerrados— se puso una mano en el pecho. —. Yo digo que escapemos de aquí ahora que no hay nadie vigilando el granero— señaló la puerta.

—¿A dónde iremos?

El pelirrojo recordó algo.

—Después del agua están las vías del tren— se asomó fuera. —... Si las seguimos podremos llegar a la estación y no solo eso— Elliot se asomó también. —... Podemos huir a la ciudad— miró a todos dentro del granero. —... El río no es tan profundo podemos hacerlo.. ¿Quién me sigue?

Las sonrisas no se hicieron esperar, hubo una mini celebración por ello.

—Ahm, odio ser agua fiestas— decía Elliot. —... Pero creo que el capataz ya se dio cuenta— el pelirrojo abrió sus ojos con temor.

Podía ver cómo aparecía por el largo camino varias personas a caballo, siendo lideradas por este hombre.

—Okey, me colaboran con la salida por favor— dijo el pelirrojo para empezar a sacarlos a todos de allí. —. ¡Elliot, llévalos!

El nombrado se subió al caballo blanco y los llevó derecho a donde veían esconderse. El otro chico estaba empujando a todos los que quedaban, no pensaba irse hasta que el último no saliera de allí. Cuando no quedó ninguno, decidió salir corriendo. Le cayó por sorpresa recibir aquella patada en la nariz que lo dejó aturdido en el suelo, seguido a eso solo sintió como lo tomaban por la camiseta para sacarlo lejos del alcance del capataz que casi le volvía a atinar otro golpe en la cara. 

Reaccionó para verse arrastrado mientras Elliot lo tiraba de la ropa montado en aquel caballo blanco. El castaño le regaló una sonrisa, cuando lo tumbaron de su montura con una pedrada en la cabeza. Cayó encima de su amigo desmallado. El pelirrojo se despabiló, vio como tomaban aquel caballo blanco para evitar que siguiera corriendo por allí. Él solo podía agarrar a su amigo por una pierna y arrastrarlo hasta los altos cultivos. Perdiéndose de vista antes sus cazadores.

Apenas podía verse el movimiento, aunque tal vez podía ser el viento lo que lo ocasionara.

—¿Qué haremos ahora?— preguntó el guardia pelinegro que se suponía, debió estar vigilando el granero.

El capataz le arrebató esa lampara de aceite en la mano y con su caballo se adentró a los maizales. 

—Si van a escapar, lo harán con ganas ahora— lanzó la lámpara.

El pequeño grupo de jóvenes estaba pasmado de ver el incendio que había empezado en segundos. El más grande de todos tomó a Elliot en sus brazos y le asintió al pelirrojo. Este solo tomó aire y se adelantó. Estaban a medio camino, no les faltaba mucho para cruzar el río.

Al sonido de un gruñido se frenaron. El galopar de los caballos volvía a retumbar en el piso, todo estaba en su contra. El líder de la pequeña rebelión los miraba, todos estaban igual de preocupados. Al ver a su amigo herido de la cabeza, sangrando y moribundo, se sintió impotente. Tomó a una chica de la mano, todos lo imitaron. Tomó aliento y justo cuando su instinto le indicó que el peligro estaba encima de ellos, empezó a correr para llevarlos hasta su destino. En contra de los gruñidos, de los gritos fuertes de aquellos alfas, a pesar del dolor de dejar su hogar algo le decía que ya no había nada por lo que seguir soportando tanto.

Los ojos se le abrieron al ver el reflejo de la luna en el líquido, podía ver las piedrecitas del fondo. Era una distancia considerable para poder saltar desde allí, pero no tenían opción y ya no había vuelta atrás.

—¡Salten, no se detengan!— ordenó señalando la poza de agua cristalina. —¡Lleguen a las vías, no miren atrás!

Siguió su propio consejo al ver que estaba solo. Sintió el tiempo en cámara lenta, sintió un escalofrío por su espalda. Aterrizó a salvo, levantó la mirada para encontrarse al capataz con una mirada asesina en su contra. 

—¡Te voy a encontrar así tenga que ir por ti al fin del mundo, Fernando!— el chico trató de ignorar sus palabras, avanzando por el agua. —¡Estás muerto niño!

Escalaron por la tierra, jadeantes, cansados. 

Fernando logró ver por última vez como los cultivos se consumían en el fuego y el humo, al mismo tiempo como el capataz huía en su caballo lejos del desastre. Miró al grupo, todos estaban celebrando. El más grande seguía con Elliot en sus brazos. La sangre se había regado un poco en su cara. A diferencia de él mismo, que por esa patada tenía la nariz rota.

Escuchó que rompían un pedazo de tela, la chica a la que le había dado la mano ya no tenía mangas en su ropa. Le puso una en la cara.

—Límpiate, estás todo lleno de sangre— después se fue con su amigo a cubrir su herida.

—¿Y ahora?— preguntó el más joven de todos.

—Hay que irnos...— el pelirrojo avanzó hasta donde había un túnel. 

Todos empezaron a seguirlo lejos de aquel mal momento en sus vidas. Un rato de haber deambulado por la oscuridad, fuera del túnel y a un lado de las vías del tren. Lograron divisar algo de luz en lo que parecía ser la estación del tren. Las sonrisas aparecieron en sus rostros, su mejor amigo despertó justo en aquel momento.

—¿Dónde estamos?— se llevó la mano a la cabeza. —Me duele mucho— se quejó. Al abrir los ojos notó que un muchacho lo llevaba en sus brazos, este lo veía atento. —... Oye, eres lindo... ¿Te conozco, verdad?— sonaba feliz.

Apenas pusieron un pie en la plataforma se reunieron todos, el joven herido se sentó en las escaleras miraba a todos sin entender mucho de lo que estaba pasando o lo que había pasado. Pero algo le decía que si su amigo estaba allí a su lado, entonces no pasaba nada malo.

—Creo que aquí nos separamos— decía el pelirrojo al ver a todos.

—No sé como podremos pagarte esto, gracias de verdad— decía uno rascándose la nuca.

—Pueden pagarme yéndose lejos de este pueblo— todos se reían, Elliot se reía más fuerte. 

—¿De qué nos reímos?— preguntó mirándolos. 

Alargaron un par de palabras de despedida para finalmente disolverse. Dejando al par sentado uno al lado del otro, mirando al suelo. El único consciente trataba de encontrar una manera de salir de allí. Sabía que pronto iban a darles caza y que el castigo sería más que doloroso.

No sabían con quién iban a encontrarse esa noche.

Un hombre trajeado se les acercó con una sonrisa en el rostro, traía una chaqueta colgando de su brazo flexionado. El pelirrojo se sintió intimidado, quiso llevarse a su amigo, pero este se levantó cual zombi y se aproximo al hombre. Los veía dialogar. Su amigo se movía un tanto exagerado, ¿qué le estaba diciendo? El pelinegro se veía interesado en él. Este le estaba respondiendo ahora poniendo sus manos en sus hombros, Elliot señaló al pelirrojo con el pulgar. El mayor lo miró por unos segundos, asintió después. Su amigo se regresó a dónde estaba y le dio la mano.

—Vamos, él puede sacarnos de aquí— estaba inseguro. Elliot le sonrió. —. Confía en mi, estaremos bien.

Esa noche partieron del pueblo, olvidando esos nombres y dejando atrás esa vida.

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