El arroyo de los cardenales r...

By LadyBerrybell

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El pequeño y dicharachero Leo tiene un gran problema. Ese gran problema mide aproximadamente 1.81, tiene el p... More

Una pequeña queja.
Capítulo 1 (Editado)
Capítulo 2 (Editado)
Capítulo 3 (Editado)
Capítulo 4 (Editado)
Capítulo 5 (Editado)
Capítulo 6 (Editado)
Capítulo 7 (Editado)
Capítulo 9 (Editado)
Capítulo 10 (Editado)
Capítulo 11 (Editado)
Capítulo 12 (Editado)
Capítulo 13 (Editado)
Capítulo 14 (Editado)
Capítulo 15 (Editado)
Capítulo 16 (Editado)
Capítulo 17 (Editado)
Capítulo 18 - Alain (Editado)
Capítulo 19 (Editado)
Capítulo 20 (Editado)
Capítulo 21 (Editado)
Capítulo 22 (Editado)
Capítulo 23 (Editado)
Capítulo 24 (Editado)
Capítulo 25 (Editado)
Capítulo 26 (Editado)
Capítulo 27 (Editado)
Capítulo 28 (Editado)
Capítulo 29 (Editado)
Capítulo 30 (Editado)
Capítulo 31 (Editado)
Capítulo 32 (Editado)
Capítulo 33 (Editado)
Capítulo 34 (Editado)
Segunda Parte: Capítulo 1, Alain (Editado)
Capítulo 2, Leo (Editado)
Capítulo 3, Alain (Editado)
Capítulo 4, Alain (Editado)
Capítulo 5, Alain (Editado)
Capítulo 6, Leo (Editado)
Capítulo 7, Alain (Editado)
Capítulo 8, Alain (Editado)
Capítulo 9, Leo (Editado)
Capítulo 10, Alain (Editado)
Capítulo 11, Alain (Editado)
Capítulo 12, Alain (Editado)
Capítulo 13, Leo (Editado)
Capítulo 14, Alain (Editado)
Capítulo 15, Alain (Editado)
Capítulo 16, Alain (Editado)
Capítulo 17, Alain (Editado)
Capítulo 18, Alain (Editado)
Capítulo 19, Leo (Editado)
Capítulo 20, Alain (Editado)
Capítulo 21, Leo (Editado)
Capítulo 22, Leo (Editado)
Capítulo 23, Leo (Editado)
Capítulo 24, Leo (Editado)
Capítulo 25, Leo (Editado)
Capítulo 26, Leo (Editado)
Capítulo 27, Leo (Editado)
Capítulo 28, Leo (Editado)
Capítulo 29, Leo (Editado)
Sebastian (Editado)
Áurea (Editado)
Capítulo final, Leo El sonido del mar. (Editado)
Cumpleaños Sebastian. (Editado)
Extra. La boda de Áurea.

Capítulo 8 (Editado)

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By LadyBerrybell

A la hora del almuerzo ya soy conocido como El provocador. No entiendo demasiado por qué y tampoco me mato a analizarlo.

Por suerte o desgracia, todavía no me decido, solo comparto la clase de matemáticas con Alain. He podido tranquilizarme un poco en biología con la ayuda del parloteo constante de Áurea. Es una chica agradable a pesar de que a veces tiende a quedarse mirando el aire. Me pregunto qué es lo que pensará en esos momentos.

Entro en la cafetería: una enorme estancia pintada en un hermoso y delicado tono mierda, con la que es mi nueva amiga comentándome algo sobre sándwiches de pavo e inmediatamente localizo a Alain que destaca por encima de la marea de gente que grita, habla, corre, come.

Tomo la iniciativa de vuelta y me acerco a él, indicando a Áurea que se adelante.

Sus ojos son dos lagos helados redondos y desde luego yo de poeta tengo más bien poco porque me siento ridículo con tan solo pensarlo. Me mira momentáneamente para luego dirigirse a la menuda chica que le está hablando mientras enrosca un dedo en su cabello rubio alisado. Es guapa, pero no al nivel de Áurea. Su maquillaje es vivo y resalta en contraste a su piel pálida. Tiene una voz que no acaba de agradarme.

Me planto frente a ellos, con la mochila ligeramente inclinada sobre mi hombro.

—Alain, vamos a hablar.

La chica me mira con infinito desprecio. O igual es que su cara de estreñimiento no le deja mostrarme otra expresión. Lo que sea. Repito lo que dije por si Alain no lo ha escuchado con suficiente claridad.

—¿Y tú quién eres? —pregunta la chica con desprecio.

—No te importa, estoy aquí para hablar con él. —Le espeto.

—Mi novio no está de humor para aguantarte —dice, y se amarra al brazo de Alain.

—¿Es eso cierto? —cuestiono mientras busco alguna señal en Alain que corrobore lo que me acaban de decir. Noto como algo se revuelve en mi estómago y la verdad es que la sensación es bastante desagradable.

Alain se sacude el brazo de ella con hastío y en mi fuero interno sonrío sin querer.

—No tengo novia y tampoco nada de lo que hablar. —Vuelve a intentar marcharse pero esta vez estoy preparado para ello. Le cojo de la camisa antes de que escape.

— ¿QUIERES HACER EL PUTO FAVOR DE DEJAR DE COMPORTARTE COMO UN BEBÉ Y ESCUCHARME? —grito a todo pulmón dejándole aturdido por unos momentos.

La chica se aparta algo asustada. Por el rabillo del ojo puedo ver a Áurea a lo lejos con nuestra comida en las manos, mirándome con sorpresa.

Alain suelta mi agarre.

—No me grites —mete el dedo en la oreja como si yo se la hubiese taponado con mi grito—. No es un tema para sacar aquí. Por la tarde hablaremos.

Asiento conforme y me dirijo hacia Áurea, la cual parece brillar extrañamente de emoción.

—Cuando discutís os lanzáis unas miradas tan calientes que cualquiera con dos ojos se da cuenta del deseo sexual que trasmitís. —Escupo todo el zumo de melocotón con un acceso de tos.

—¿Qué? —le pregunto mientras busco alguna servilleta con la que limpiarme.

—Lo siento, es que esto acostumbrada a leer toda clase de novelas eróticas y cuando digo toda clase es toda —toma un bocado de su sándwich mientras parece analizarme—. En mi opinión el amor es amor. Pero en este pueblo parecen estar estancados en el siglo XVIII.

Termino de limpiarme y clavo el tenedor en una de las zanahorias que acompañan la carne de mi almuerzo. La comida es tan insípida que bien podrían darnos agua con colorante.

—Entiendo —es extraño que alguien admita leer guarradas de buenas a primeras. Tomo la decisión de considerarla una potencial amiga—. Bueno, cada uno tiene sus gustos. Mientras no hagas daño a nadie está bien, supongo.

Me sonríe y empieza de hablar animadamente.

Pero yo solo puedo pensar en lo que sucederá por la tarde cuando vuelva a casa; por lo que el día se hace interminable y para cuando salgo del instituto, me duelen todos los músculos de mi cuerpo. Nunca imaginé que ir a clase pudiese suponer tal agotamiento físico y mental.

Conduzco con parsimonia hasta mi casa, con la esperanza de que mi abuela haya llamado al técnico de Internet y pueda hablar con los amigos que dejé atrás. De todas formas no son demasiados.

También está el hecho de que voy a tener que abrir la caja de los recuerdos dolorosos para que Alain comprenda lo que pasó realmente.

Aparco en el garaje y esquivo a uno de los gatos de mi abuela. Tiene dos, uno gris sucio llamado Lovecraft y otro negro de nombre Shakespeare. No sé en qué estaba pensando a la hora de bautizarlos pero me resultan nombres bastante divertidos.

Mi abuela parece no estar en casa y así me lo confirma la nota que está pegada en la nevera: Me voy a tomar té con pastas a casa de Sylvia. Desde que llegué mi abuela lleva una vida normal y no parece estar enferma, lo cual me hace sentir un tanto inútil a la hora de ayudar.

Quizá fue el destino quien decidió mandarme a este pueblo para así remediar todo lo que sucedió diez años atrás.

Me como lo primero que encuentro en la nevera, que resulta ser empanada de manzana, y abro una lata de cola con la que me atraganto. Subo las escaleras hacia mi cuarto.

—Sí que has tardado —me dice Alain, sentado en mi cama. El susto hace que la cola se caiga al suelo derramando el líquido.

—¡Puta vida! —exclamo apresurándome a tomar una toalla del aseo y ponerla en donde el líquido—. ¿Cómo has entrado?

Él inclina su cabeza hacia la ventana pegada a la ventana de la casa de al lado.

—Parece que se te ha olvidado que la ventana de mi habitación da a la tuya —se levanta y me ayuda a limpiar el rastro de la bebida del suelo de madera—. Te vi aparcar el coche.

Nos levantamos y nos sentamos alejados el uno del otro en la cama. Por alguna estúpida razón siento la adrenalina fluir por mi cuerpo.

—Habla, Leo. —Busco las palabras pero solo encuentro la tarta de manzana revolviéndose.

—Sobre lo que pasó hace diez años... —la crispación cruza su semblante—. Es todo un malentendido. Yo nunca le hice daño, lo sabes, jamás podría hacerle daño a propósito.

Sus ojos relampaguean, podría poner la mano en el fuego a que brillaron por un momento.

—Lo sé.

Esa respuesta me deja atontado por un momento.

— ¿Lo sabes? —Repito sin llegar a creérmelo.

—Sí.

Lanzo un suspiro de alivio, pero algo no me encaja. Si ya lo sabía su comportamiento no tiene el menor sentido.

—Entonces... ¿Por qué demonios me dices que me odias? Tampoco quieres ser mi amigo. No tiene el menor sentido, Alain.

—No tengo por qué decírtelo. —Se levanta y se dirige a la ventana. Lo detengo tomándole de la muñeca, el contacto con su piel morena es electrizante. Intento pensar en Buda para bajar las hormonas que se empeñan en revolverse.

—Tío, me estás hinchando las pelotas —lo obligo a voltearse hacia mí—. Han pasado diez putos años. Tiempo suficiente para superarlo. Y para perdonar.

He prendido la mecha de los explosivos. Una mecha mojada en gasolina que se consume a la velocidad del rayo. Entonces estalla. Alain me empuja con fuerza y afortunadamente caigo sobre la cama. No llego a levantarme puesto que Alain se sube a horcajadas sobre mí, inmovilizándome. Levanta un puño mientras me agarra de la camiseta.

—El tiempo no pasa. No aquí —escupe las palabras con voz ronca—. No para mí.

Entonces lo entiendo.

—Deja de culparte, Alain —susurro con toda la suavidad posible.

Baja el puño para poner la mano al lado de mi cabeza y suelta el agarre de mi camiseta. Respira con dificultad, aunque yo también. Es más, incluso me siento empalmado. Esto es hilarante. Las hormonas son unas pésimas aliadas. La fragancia a aceite de Argán inunda mi sentido olfativo atontándome, mientras él se inclina hasta que su pelo roza mi frente.

Podría parecer una escena romántica vista desde el exterior. O desde mi entrepierna. Pero los ojos que me miran son aterradoramente helados. Las siguientes palabras las susurra muy lentamente.

—No me culpo. Te culpo —musita—. Nos abandonaste, te fuiste dejándome todo a mí. Te odio, más allá de lo que te puedas realmente imaginar. He tenido años para forjarlo.

Duele, todo lo que me está diciendo. Añadiendo el hecho de que no comprendo ni la mitad.

—Tenía siete años, no es que pudiese decidir por mi cuenta a dónde ir —es absurdo forjar un odio con esa base—. Además si no recuerdo mal, fuiste tú el que me dio la espalda cuando me apedrearon en el colegio.

Directo en el corazón podría decirse. Separa los labios para contestar pero no llega a hacerlo. Tiene unos labios rematadamente sensuales y me hacen tener una envidia malsana. A la vez que quiero besarlos. Pego un puñetazo mental a mi subconsciente y espero a que se digne a responder.

Se levanta librándome de su peso.

—Es lo que siento, Leo —con pasos felinos se dirige a la ventana—. No puedo evitar odiarte aún si no puedo explicarlo.

Antes de que se vaya digo lo más rematadamente estúpido que se me puede pasar por la cabeza.

—No quiero perderte —ha sonado más bien como un sollozo. Más tarde me golpearé contra la pared del cobertizo por ser tan gilipollas—, Alain.

Se voltea con expresión indescifrable.

—Para empezar, nunca me has tenido.

Como una ráfaga salta hasta su cuarto y cierra la persiana de golpe.

Me quedo a solas intentando controlar el torrente de sensaciones que me inunda.

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