The Right Way #2

By MarVernoff

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《Segundo libro》 Transcurridos más de un año y medio desde los hechos del quince de abril, Sol no es l... More

SINOPSIS
Sigue Sin Ser Para Ti
Epígrafe
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1
2
3
Carta #1
4
Carta #2
5
"Misbehaved"
6
"Crashed Fairy Tale"
7
Carta #3
8
"The Truth That Never Happened"
Carta #4
10
"No Choice"
11
Carta #5
12
"Utterly Mistaken"
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Carta #6
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"Deal"
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Carte #7
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"Play Along"
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"Moonchild"
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"According to the Plan"
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Interludio
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Capítulo Final
EXTRA I: Error.
EXTRA II: Hallacas y Glüwein.

9

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By MarVernoff

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"My rose garden dreams, set on fire by fiends
And all my black beaches (are ruined)
My celluloid scenes are torn at the seams
And I fall to pieces (bitch)
I fall to pieces when I'm with you"

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  Veintiocho de febrero. Por si no ha quedado claro que es el cumpleaños de su madre, Hera ha comprado globos verdosos con los números de la fecha, y debajo de ellos, el número cuarenta y dos, alusión a los años alcanzados por la mujer poseedora del balance justo entre lucir como una belleza apacible, del tipo que sin maquillaje y recién levantada luce espléndida, y sostener un carácter con tinte dominante.

Agnes, ataviada en ropa casual por motivo de que en poco tiempo partirá a una escapada a solas con Ulrich a Vancouver el fin de semana, mantiene el orden de la vestidura de los niños que el hombre deshace solo para hacerle rabiar. Le ha soltado el moño del trajecito de Helios y quitado la tiara de diminutos diamantes a Eroda. Él se defiende argumentando que eso les estorba en su jugarreta de perseguir y ser perseguidos con Hunter y Lulú, cosa que es cierta, pero ella se niega aceptar.

El tenue calor de la chimenea eléctrica al costado de los muebles de exuberante decoración clásica con toques góticos, se acentúa en mis brazos descubiertos. A buena hora se me olvidó recoger el abrigo en el recibidor del apartamento, a veces paso por alto que esta familia se maneja en el frío, y nos la calidez.

Luego de una cena variada que me dejado con el estómago adolorido de tanto que la disfruté, una charla amena sin insultos ni amenazas, pasamos a este lugar en la residencia al que Hera le llama la sala de estar. Adornado por candelabros negros tirando al estilo gótico, un mini bar de estructura negra y peligrosa a la vista de niños corriendo de un sitio a otro que Ulrich y Helsen han asaltado enseguida entramos, estanterías del piso al techo tan alto que jamás podría ver los títulos de los libros en la cima sin uso de escalera combinado a la decoración impoluta de paredes grises y piso blanco, todo apegado a la temática resultado de la extraña pero atrayente combinación gótica y clásica, crean un amplio espacio acogedor, no el más adecuado para niños curiosos, pero uno en el que una adulto con buen gusto adularía al primer, segundo y tercer vistazo.

La voz de una mujer entonando en francés se esparce por la estancia en suaves ondas, apenas audible. Me deleito de la dulce melodía, saboreando el amargo del vino, orgullosa de entender más de tres simples palabras. Risas se oyen diagonal a mí, levanto la mirada a Ulrich, carcajeándose de algo que ha dicho y no he oído por tratar de traducir la canción.

Examino cada rostro, cada mirada azul, café, verde y ámbar. Los hechos de esa noche regresan como una tortura con descanso pero sin fin. El pensamiento de haber perdido más, a cualquiera de estas personas, me tironea dolorosamente el corazón. La sensación de caer en un hoyo profundo y vacío que esa posibilidad me ha traído es reemplaza por la calidez que, por otro lado, el sentimiento de pertenencia me ofrece, y me aferro a él, hasta desvanecer el malestar que yo misma me he causado.

Les quiero, a todos, de una forma u otra, en distintos niveles y formas, pero les quiero y solo pensar en vivir el momento en el que uno me falte, me fractura la mente.

Una caricia en mi pómulo me extrae de la jauría de pensamientos macabra en mi cabeza.

—¿Un divorcio por tus pensamientos?

Eros no me permite dar un respiro, la vista de su mirada destellante me engulle por completo, dejándome sin habla los segundos que se demora en plantar un beso discreto en mi hombro. El diminuto roce de su boca alborota sensaciones en mi estómago, casi sonrío al recordar esa frase que me dijo esa tarde que me confesó su amor, porque sigue siendo tan cierta como certera. No siento mariposas en el estómago, con él, son millones de aleteos los que se apropian de mi cuerpo.

Creo que jamás me adaptaré a esos ojos suyos, tan intrusivos como hermosos, para serme sincera, espero que sea así.

Hago el ademán de contestar, pero Helios aparece de la nada dándome palmaditas en las rodillas. Enseguida levanta los bracitos pidiendo que lo alce y eso es lo que hago luego de pasarle la copa a Eros. El niño se acomoda en mi regazo con una soltura que me saca una risa, sin decir nada, apoya la cabeza encima de mi pecho y se queda allí, en silencio, moviendo los pies de arriba abajo, le rodeo con el brazo, evitando que pueda irse hacia atrás, dónde su hermano mayor está sentado, mirándole con los labios torcidos.

—Me siento, no lo sé, ¿feliz?—le susurro dudosa, Eros traslada los ojos a mí, deshaciendo el gesto inconforme.

—¿Lo dudas?

Niego con la cabeza, tomando los deditos del niño en los míos, observando los restos de crema del pastel que ha venido pellizcando con Eroda, le quedan en las uñas como prueba de que han sido ellos y no Ulrich, como le había acusado Agnes, los que destrozaron el trabajo de Lulú.

—No, solo que todavía no decido si es correcto.

Él entiende de inmediato mi controversia. No son ellos, es él. ¿Debería sentarme fatal el que me sienta plena cuándo no resolvemos lo que ocurrió? Si es así, me estoy fallando enormemente, pero no puedo evitar mis emociones, estoy cansada de juzgarme por todo y por nada, deseo poder sentir sin pensar o analizar cada mínima cosa, cada movimiento, sentimiento o decisión.

Eros salió de prisión, pero yo sigo condenada a la misma disyuntiva que me persigue desde hace casi dos años atrás.

Mi pecho se constriñe al atisbar algo que descifro como pesadumbre en sus orbes. Mantiene la vista encajada en mis ojos, profundo, intenso y con tanto por decir que las palabras nunca calzarían. Su mirada me dice eso que su boca resguarda, y puede que me falte el juego de tornillos entero, pero puede entenderle, puedo comprender cada cosa que transita por su mente.

El 'yo también te amo' se pierde en su camino a mi boca, desvío la mirada porque estoy segura, ha encontrado la vía a mis ojos.

—Ponlo en el piso, te quiero abrazar sin obstáculos—pide como un caprichoso, apuntando a Helios.

Le apego con más fuerza contra mí.

—Abrázanos a los dos, ¿o te da miedo?—devuelvo, extendiendo una sonrisa que él replica por reflejo, pero borra al instante—. ¿Te asusta un bebé? Que cobarde, Eros Tiedemann.

—Eros Herrera-Tiedemann—me corrige, mi corazón se alborota, no me es usual escucharle usar mi apellido, la parte oscura de mí, esa que existe para amargarme la vida, le agrada como a un loco sin razón que lo tenga.

Eros intenta agarrar al niño, Helios siente las manos de su hermano, voltea el rostro arrugando la carita. Eros lo levanta un poco, pero ni yo ni los manotazos que el chiquillo le da en las manos le permiten avanzar. Helios demostrando que es más inteligente que su hermano, se cambia a mi otro muslo, subiendo las piernas al otro, como si se preparase para dormir. Eros le toma los tobillos, lo zarandea sin ser brusco, causando que el niño chille y se remueva exigiendo que lo libere.

—Déjalo en paz—le reprendo pegándole una palmada en el brazo.

Eros resopla pero obedece, colocando un brazo detrás de mis hombros. Se comporta como se supone que Helios debería.

Du nimmst meine mutti weg, Jetzt willst du mir meine Frau wegnehmen—le pellizca la nariz y se atreve a moverle la cabeza de un lado a otro—. Ich werde dich wieder auf den Kopf stellen.

« Me quitas a mi mamá, ahora pretendes quitarme mi mujer. Te pondré patas arriba otra vez»

—¿Qué le has dicho?—inquiero al notar la hosquedad en su voz—. Lo que sea, no le hables así, es pequeño, lo puedes asustar.

Se encoje de hombros, desprendiendo un beso en el costado de mi cabeza.

—Debería.

Viro los ojos mordiéndome la boca para no reírme de su estupidez.

Eroda chilla de alegría cuando Hunter la atrapa y la levanta del suelo, Lulú le coloca la zapatilla roja de charol que se la ha caído en la carrera, mientras Helsen sirve otra ronda de vino a pedido de Hera, aunque ella sostenga una con jugo de naranja. Le pide a Hunter y Lulú que tomen asiento, ellos lo hacen encima de los cojines en el suelo, con Eroda en el suyo, pequeño como ella, en medio de los chicos.

Hera se pone de pie del sofá con esfuerzo, el embarazo le ha reducido fuerzas. Se ha puesto un vestido color champaña de seda que le cae como cascada encima de la pancita, recogió su cabello dejando unos mechones libres enmarcando su rostro un poco más relleno, no lleva sujetador, a leguas se notan los efectos del estado de gestación. Me tomo un momento para decidir entre dos opciones: o estoy tan habituada a verle con el abdomen plano y por esa razón su barriga parece más grande, o en efecto, es grande y nada más.

—¡Escuchen!—exclama Hera, un grito tan fino que punza los tímpanos—. Esta noche es una especial y no solo el cumpleaños de mamá. Debo anunciar que Helios ha dejado de pedir la palabra que comienza por 'P' y acaba en 'Echos', momento histórico en la vida de mutti. Ya tendrá descanso de las pirañas.

Conociendo las caras de dolor que hacía siempre que alimentaba al bebé, no pondría en duda que esto, es noticia aplaudible. Y eso es lo que pasa, el aforo se llena de aplausos y risas, incluso Eroda se une a la celebración, mirando lo que hace Hunter emula con palmadas descoordinadas el gesto. Por el rabillo del ojo veo a Ulrich estirar un brazo a la cabecita rubia del bebé, le desordena el cabello solo para volver a peinarle, el niño permanece tranquilo, reconociendo la caricia de su papá.

—Te aseguro, Helios, que no es un adiós, es un hasta luego—decreta Ulrich con toda la seriedad que puede evocar.

Las carcajadas de Eros y Helsen se oyen al compás del inicio de una nueva canción. No me queda más que cubrirle las orejas al niño como si pudiese captar el doble sentido. Solo necesitas sostener una conversación con Ulrich para comprender la razón del porque a Eros le es tan sencillo y natural soltar esos comentarios frente a su familia. Ya está acostumbrado.

Hera se da por vencida, vuelve al sofá estirando los pies y los brazos, idéntica a una estrella de mar.

—¿Por qué sientes la necesidad de recalcarlo?—reprende Agnes entre dientes.

Ulrich levanta los brazos luego de beberse el contenido de la copa en un sorbo. Esta noche luce el cabello desordenado, pequeños rulos en su cabeza le dan una apariencia relajada, así se nota todavía más el fuerte parecido de Eros con él.

—Estoy que estallo de felicidad, Agnes, por fin te ha soltado—responde con la voz  abarrotada de entusiasmo—. Les daré un consejo, menos a Hera. Tener hijos no es como te lo pintan los demás padres, si les dicen que los tengas, lo hacen porque no quieren sufrir a solas. Tener hijos es ser desplazado, ya no eres la prioridad, todo es para ellos, tú eres un agregado más. Te quitan tu tiempo, descanso, dinero, tu mujer—acabo su discurso con un solemne—, no lo recomiendo.

La risa me gana y acabo tapándome la boca con la mano. Ulrich se ha hecho con el premio al ser más sincero del mundo. En este momento, al menos. Viajo la mirada desde la expresión entre burlona y estupefacta de Hera a la de total hastío de Eros. Lulú se ha puesto colorada al retener las carcajadas, Hunter no presta atención a nada más que a los diminutos tirabuzones que cuelgan en las puntas del cabello de Eroda. Me impresiona lo tranquila que está, no sé si deba preocuparme eso, seguramente recarga energías para continuar con la corredera y alaridos por toda la casa.

—Debiste pensarlo antes, ¿no te parece?—devuelve Agnes, aunque su inflexión se oiga acusativa, su cariz demuestra lo contrario.

—No pensaba, Agnes, ese es el problema—rebate Ulrich—. No me gustan sus miradas, sé que me juzgan. Sepan que amo a mis hijos, daría la vida por ellos sin dudarlo, lo haría hasta por ese—señala a Eros con la copa vacía—, fue un completo dolor de cabeza. No se despegaba de Agnes ni un momento, chillaba como puerco si lo agarraba, si yo cometía el crimen de querer dormir en la habitación de Agnes, lloraba porque no le gustaba compartir cama, porque eso es otra cosa, tenía su cama pero no salía de la de su madre.

Veo la mirada resplandeciente de Eros, un calor ameno me inunda el cuerpo al ver la sonrisa de inmenso orgullo que esboza.

—El intruso eras tú—se limita a contestar, dejando otro beso en mi hombro.

—Eso es más que cierto—le secunda su madre, arrojándole un beso.

Ulrich realiza el ademán de debatir, pero de un momento a otro expande la mirada y se queda congelado, por lo visto, recordando una cosa que por la luz en sus ojos, considera más allá de lo bueno. Se toca los dedos como si sacase una cuenta en su mente, y luego de esa brevedad, coloca la palma de la mano en el muslo de la mujer a su lado.

Siento un jalón de cabello, bajo la vista a mirar a Helios jugar con el.

—Agnes, hace veinticuatro años, en tu cumpleaños dieciocho, hicimos a este ser, ¿recuerdas?—cuestiona, señalando por segunda vez a Eros—. En el concierto de Led Zeppelin en Núremberg, estábamos tan...

—Cierra el pico, no es momento—le interrumpe ella, sonrojada hasta las orejas.

Ulrich rechista, palpándole la piel pálida.

—¿Tú crees que les afecta escuchar lo obvio?—ríe con tonada sarcástica—- Nuestra niña embarazada, y Eros—ríe con mayor fuerza, rascándose la barbilla con la mano de la copa—, ¿tan si quiera es necesario explicarme?

—A nadie le interesa eso, Ulrich—replica ella, masajeándose la sien, en la búsqueda de paciencia.

Quiero decir que a mi si, las cuerdas vocales queman por pedirle que siga con la historia, pero mi descaro no tiene tanta cobertura.

—Papá, yo si quiero saber cómo me hicieron, siempre hablan de Eros y no de mí—pide Hera y tengo la intensión de darle un estruendoso beso en la mejilla en agradecimiento.

Los ojos de Agnes no contienen más recriminación, no pueden. Hera extiende la sonrisa traviesa, bebiendo un sorbo del jugo. A mi lado, percibo a Eros moverse más cerca de mí, no logra estamparse a mi costado por los pies de Helios, quién sutilmente le empujan de vuelta a su posición.

Mi brazo comienza a acalambrarse, pero el niño luce tan plácido en esa postura, que no me atrevo a moverme ni un centímetro por no querer irrumpir su tranquilidad.

—A Eros lo hicimos drogados, a ti borrachos—suelta Ulrich sin ápice de vergüenza ni nada semejante.

—Que te calles—gruñe Agnes, furiosamente roja.

—Maldita sea—dice Eros entre dientes, apretándose la nariz.

Paso la mirada por cada cara, Helsen niega despacio pero con los labios enmarcados por una sonrisa, Lulú sentada a sus pies, ha llegado al nivel de rojez de Agnes, y Hunter aletea una mano con dos dedos levantados como si celebrase ese hecho. Cada segundo me cuesta más y más contener las carcajadas, no por la cuestión en sí, por la manera tan irreverente que tiene este hombre de revelar intimidades, como cosa cotidiana, lo que me genera un chiste interno.

El problema es que empiezo a recrear escenas en mi mente, tomando en cuenta que ya he tenido una ínfima experiencia en ciertos temas, se me hace aberrante imaginarme a los papás de mi mejor amiga y forzado esposo en esa situación.

Una tontería y media, pero no podía evitarlo.

—¿De verdad?—pregunta Hera, sentada en el borde del asiento, como si estuviese mirando una película de suspenso—. Mamá, ¡eso no lo sabía!

Ulrich rebota la cabeza de arriba abajo un par de veces, inclinándose hacia ella, aunque tenga a Helsen y los chicos en medio.

—Sí, tu madre no quería tratar conmigo, ni verme ni en pesadillas luego del nacimiento de tu hermano, en ese tiempo trataba de acercarme a ella y al niño, pero ninguno me quería—dice, visiblemente afectado, rellenándose la copa de vino él mismo—. En mi cumpleaños veintidós, conseguí que me diese un momento para conversar, no habíamos tenido la oportunidad, ella era muy renuente, ni siquiera si la encerraba en la misma habitación conmigo, no decía ni un monosílabo. Esa noche tu abuela me hizo el favor de llevarse a Eros, y entre tragos y recriminaciones, diste tú como resultado. Una de las tres niñas más hermosas del planeta.

Percibo los labios de Eros rozar mi oreja.

—Esa es tu respuesta.

Volteo a verle, la línea de mi mandíbula choca con los vellos de su barba, sin comprender porque lo dice, es entonces que recuerdo la vez que acompañamos a Mandy a Albany, y el recuerdo del viaje en auto viene a mi mente.

'—Pero siguió con él, tenemos a Hera.

—Su relación es complicada. A mamá no le gustan las etiquetas, tiene un trauma con el compromiso y Ulrich es, bueno, no le gusta perder.'

—¿Quién es la tercera?—indaga Hera, explotando la burbuja del recuerdo.

—La que haremos este fin de semana—enuncia con tal naturalidad que empiezo a cuestionarme si este hombre alguna vez ha filtrado lo que ha dicho en su vida—. Una de cabello negro y ojos café, nos falta una así.

—No se entera que son niños, no muñecos coleccionables—interviene Helsen con mofa.

—Y se supone que no le gusta ser desplazado—agrega Agnes, chasqueando los dientes—. Ulrich, estás hecho de contradicciones.

—Dejen que termine el relato—demanda Hera apremiante—. ¿Cómo estás tan seguro que fue esa noche?

—Porque regresó a su rutina de eximir mi existencia—responde Ulrich al instante—. Me despertó una mañana dos meses después con una bofetada, gritándome que la volví a embarazar, pero esa vez el descuido fue de los dos, no fue abuso de mi parte.

Agnes acepta que no puede contra la retahíla del hombre, se lanza de espaldas contra el asiento, luego rueda los ojos quitándole la copa de la mano. Eros y Hera tenían razón al decir que ni siquiera ellos comprendían del todo la extraña relación de sus padres, es compleja a ojos de cualquiera, no tiene estructura, como si fuesen todo y nada a la vez y es por eso que me aterra que no lo sea a los míos. Entiendo a Agnes, comprendo su renuencia a permitirse amar, el error se mantiene presente, como convivir con una astilla en el ojo, con una estaca atravesándote el pecho, como un tatuaje plasmado en tu piel en contra de tu voluntad.

No puedo decir que me pongo en sus zapatos, los míos tienen la horma adecuada para darme una idea de lo que se siente estar en su lugar y no debía ser así, no quería compartir esta clase de situación con ella, ni con nadie. Mirarles así, criar a sus hijos juntos pero viviendo vidas paralelas me puntea la mente con dudas, una de ellas, de que si terminaremos así.

Sacudo la cabeza levemente.

No, no será así porque no lo pienso permitir, solo necesito que cumpla con lo prometido y me deje un tiempo libre para recuperarme y poder reconstruir todo eso que acabó en escombros.

—Vaya, acepta lo que hizo—menciona Helsen, sonriendo detrás de la copa.

—Un cuento de hadas—dice Hera entre risas.

—Un relato de villanos—musita Agnes, terminándose lo que era el trago de Ulrich.

El breve silencio que se instaló, se rompe con la dulce risita de Lulú.

—Desde mi perspectiva, no todas las historias tienen que desarrollarse solo con hechos aceptables—opina, acariciándole la mejilla regordeta a Eroda—. Personalmente, consigo poesía en lo horrendo. Somos humanos, erramos, fallamos. La perfección no existe, buscarla es perderse en uno mismo. Aprender de nuestras caídas y desaciertos tiene cierta belleza que no podría explicar más que compararlo con la metamorfosis de una mariposa—levanta la mirada a la mujer quién le observa con el comienzo de una sonrisa en la curva de sus labios—, por eso las tengo tan presentes, me gusta pensar que tras pasar por todo eso que considero mi propio calvario, algún día seré libre y hermosa como ellas.

Lulú finaliza su intervención con las más grandes de las sonrisas, tan llena de luz y energía que no tarda en iluminarle la mirada. Allí me pregunto cómo tanta inmensidad puede caber en un cuerpo tan bajo de estatura. Debe tenerla concentrado en el alma, no le hallo otra explicación.

—¿Podríamos buscar otra metáfora?—habla Hunter—. Las crisálidas no me agradan.

Lulú suelta una carcajada que truena en toda la habitación.

—Esa es la cuestión—le contesta, tocándole un hombro con un dedo—. El camino a la libertad no es lo que vas a disfrutar de tu vida.

Me extraña la falta de jalones en mi cabello, desciendo la mirada y un diluvio de regocijo me empaña el cuerpo al encontrar a Helios dormitando con un mechón enredado en los dedos. Ni el ruido del cristal contra cristal ni el del brazalete de Hera raspando la copa eso es capaz de perturbar el sueño del bebé. Una mano ancha que reconozco como si fuese mía acerca un dedo encorvado a la mejilla sonrosada de Helios, cuando creo que va a pellizcarle, le acaricia la piel trazando un círculo, hunde el dedo levemente y retrae la mano, besando por tercera vez en la noche el costado de mi cabeza.

Presiono los labios unidos, prohibiéndome sonreír de oreja a otra. Mis emociones se han convertido en algo tan vulnerable que cualquier gesto básico me cae como meteorito en los nervios.

—No puede ser—resolla Hera—, es muy temprano.

La tensión que ha traído esas palabras es inexplicable, todas las cabezas, incluida la de Eroda, voltean a la posición de la rubia, ojos abiertos semblantes rígidos y expectantes. Ulrich se pone de pie tan pronto la oye.

—¿Qué pasa?

Hera apunta a su barriga, pasmada, en alerta, no puedo describir su rostro bañado de emociones.

—Se movió, lo sentí—explica, descubriéndose el estómago, sin importarle quedar en ropa interior.

Su padre recoge a Eroda del piso, en dos pasos reposa al costado de Hera, agudizando la mirada en la prominencia cada semana más notable de su hija. La niña pulsa la piel del vientre de su hermana como si buscase espicharle, gesto que extrae una risa estruendosa a la rubia, que sigue sin tocarse estómago, solo le mira, como si todavía no creyese que dentro de ella crece el producto de una borrachera. Chistosos si lo comparamos a como recién nos enteramos, ella fue creada.

Ulrich forma remolinos con la yema del dedo en la piel hinchada, causándole cosquillas a Hera.

—Oye, ¿se puede saber por qué perturbas la tranquilidad de mi niña?—cuestiona a la panza, enseguida, el costado de la piel se levanta. Escalofríos me recorren la espina dorsal, desvío la mirada, me ha dolido a mí y no a quién se supone debería—. Mira eso, Agnes, acércate.

Ulrich ondea una mano hacia la mujer que ya se encontraba de pie. Ella se acerca trotando sobre la punta de sus pies, portando una sonrisa que contiene el poder de derretir cualquier corazón cubierto en capas de hielo. Tener a Helios dormido en brazos me cohíbe de moverme y observar más cerca, aunque la idea de mirar la piel de Hera estirarse de esa manera no me es agradable del todo, Eros debe compartir mis pensamientos, puesto que no se le mira ni el amago de ir hasta allá. A diferencia de nosotros, Hunter y Lulú se han levantado del suelo, él con la cámara de Lulú, esa que Eros le quitó a Jansen, en las manos, capturando el momento en docenas de imágenes por segundo.

Agnes arrastra el dedo copiando los movimientos de Ulrich esperando el mismo resultado. Espera, susurrándole palabras en francés, espera un poco más, pero nada ocurre.

—Se acabó el espectáculo—vocifera Ulrich entre risas—, era solo para el abuelo.

Agnes le mira ceñuda.

—Lo tocaste primero, que injusticia—reprocha, cediéndole el paso a Lulú.

Eroda patalea en los brazos de su padre, Ulrich la baja y ella se regreso al costado de su hermana en el momento que sus zapatillas de charol tocan el piso. Él sigue a Agnes de cerca, olfateándole el cabello como si fuese un jodido perro. Ella lo percibe, gira enseguida mirándole precavida, eso más que quitarle la sonrisa derrochadora de suficiencia a Ulrich, la acrecienta.

Mon amour, sin rencores, ya tenemos suficientes, ¿no te parece?—profiere el hombre, tomándole de la nuca, antes de que ella pudiese apartarse, le planta un beso en la boca de un segundo.

《Mi amor》

Aparto la mirada de la escena con una acidez en el impregnándome el paladar, concentrándola en el vientre abultado de Hera.

—Hola, me llamo Lulú, pero puedes llamarme tía—susurra, con los labios a milímetros de la barriga. Levanta la mirada a Hera sin mover la cabeza—. ¿Te imaginas que responda?

Hera ensancha la mirada espantada.

—Una película de terror.

La expresión de Hera se petrifica al sufrir otro remesón en la panza.

—Oh—murmura Lulú, con el rostro partido a la mitad por una sonrisa—. Eso fue una respuesta.

—Sonríe, rápido—pide Hunter, no termina de hablar cuando la cámara dispara otra ronda de instantáneas.

Eroda abre la manito y la coloca encima del ombligo de Hera, sonriendo como si cometiera una travesura.

Kleinstkind—dice con su vocecita aniñada.

«Niño pequeño»

Hera asiente repetidas veces, apartándole un único cabello caído sobre su ceja.

Sehr klein—susurra Hera—. Gib ihm einen Kuss.

«Diminuto. Dale un beso»

Eroda frunce los labios y los adhiere por un buen rato en la panza de Hera.

—Se lo quiere comer—mascullo inclinándose hacia Eros, él ríe por lo bajo, negando con la cabeza.

Una ola de sonidos de ternura se superpone a la voz de alguna cantante alemana; la niña se asusta y despega del contacto, observando a sus papás en alerta.

Donne-lui une autre, ma vie—le habla Agnes con voz apacible y la niña vuelve a estamparle un beso en la barriga de su hermana.

«Dale otro, mi vida»

—Espera, ¿qué idioma habla?—pregunto a Eros en un murmuro—. Entiende a Hera, a tu mamá, a Hunter y Lulú.

—Aprende los tres—contesta él, articula una suave risa al ver mi cara desencajada—. La mejor edad es esa, absorben todo lo que oyen. Con Ulrich hablan alemán, con mamá francés, con el resto inglés. Así aprendieron ellos, y nosotros. La abuela era de Bruselas, es por eso que Ulrich y Helsen hablan francés. Es común, ma douce.

«Mi dulce»

Me succiono el labio inferior sintiéndome verdaderamente estúpida al percibir los tirones en la ingle solo porque me ha dicho dos palabras en francés. Dos. Palabras.

—Pero tú no hablas francés—continúo con la voz apagada.

—No al nivel de los demás, me centré en el holandés pero entiendo y puedo decirte que—desciende sus labios cerca de mi oreja, removiendo sensaciones prohibidas cuando se tiene un bebé dormido en brazos—, Je veux tellement envie de te baiser que ma bite brûle et mes couilles m'alourdissent.

«Tengo tantas ganas de cogerte que la polla me arde y los huevos me pesan»

No tengo ni la más remota idea de lo que ha dicho, pero estoy segura que nada que contenga decencia, pues encaja los dientes en la piel de mi oreja, acrecentando la tirantez asfixiante entre su cuerpo y el mío me empinan al borde del desacato de mi mente adversa a sus constantes intenciones de crearme una piscina entre las piernas. Lo odio por tener ese poder sobre mi cuerpo, y me odio a mí por permitírselo. Todo fuese más sencillo si mis sentimientos no estuviesen involucrados, porque se alinean a mis deseos.

La presión de sus dientes en mi oreja trasciende a mi vientre, concentrándose más abajo, dónde me niego apretar los muslos por lo incorrecto que se siente todavía sostener a Helios. Los demás pasan de nosotros capturando en fotografías el vientre de Hera, mientras Eroda besa la mejilla de Hunter y Ulrich la reprende por eso.

—Señor—Rox ingresa a la estancia trayendo consigo la pulcritud usual en él—, las maletas están en el auto.

Ulrich da media vuelta, avistando a Agnes tomarse un trago de vino de la última copa que Helsen le sirvió.

—Hora de partir, primor.

Agnes frunce los labios tintados como los míos, como los de Ulrich, como los de todos menos los de Hera y los bebés.

—Te he dicho que no me llames así, primor—contesta, remedando la última palabra con cierto hastío, ganándole una carcajada a Ulrich.

—Muy bien—dice, acuclillándose delante de la niña—. Eroda, gib deinem Vate reinen Kuss—dice, ladeando el rostro, la niña corre a su encuentro estrellándole un beso en la barba. Ulrich la levanta, ella estalla en carcajadas por las cosquillas que él le provoca—, Erinnere dich was ich dir gesagt habe, Iass deinen Bruder nicht ruhen, Iade sie für micha uf  und ich bringe dir schokolade.

«Eroda, dale un beso a tu padre. Recuerda lo que te dije, no dejes que tu hermano descanse, cóbratelas por mi y te traeré chocolate»

El brazo se me ha dormido hace un rato, la postura rígida me adolece los músculos de la espalda, sin embargo, no me muevo ni siquiera cuando comienzan las despedidas. Helios dormita con los labios entreabiertos, inconsciente de la ida de sus padres. Quizá sea lo mejor, Helios lloraría el ver que no tiene a sus papás, a diferencia de Eroda, que con Eros se conforma.

—Recuerda llamarme si pasa algo, lo que sea, vamos a estar al pendiente—le repite Agnes a Hera, peinándole las hebras desordenadas.

—Es un fin de semana, tranquila—le calma Hera, Agnes chasqueo los dientes.

—Pronto me vas a entender—rechista, besándole la coronilla antes de inclinarse hacia Eroda—. Porte toi bien, feriez-vous ça mama?

«Pórtate bien, ¿harías eso por mamá?»

Ulrich detrás de Agnes le pide a Eroda que niegue con la cabeza moviendo la suya, y eso hace ella, riendo por las muecas de su padre.

—Diviértanse, pero no mucho—habla Helsen, levantando la copa hacia Ulrich quién toca el cristal con uno de sus anillos.

Agnes deja una caricia en mi cabello antes de agacharse y desprender un beso delicado en la cabecita de Helios, para proceder a besar la mejilla de Eros y susurrarle unas palabras que por supuesto, no comprendo. Ulrich remueve los pelitos del bebé, me cubre la cabeza con la mano a manera de despedida luego palmea el hombro de Eros.

Sin alargar más la cuestión, salen del lugar dejando detrás la melodía francesa, una botella de vino a un trago de vaciarse y un grupo de personas que se notan más cansados y hartos de la vida que ellos.

—Qué triste—farfulla Hera, adherida al sofá como una calcomanía.

—¿Los vas a extrañar mucho?—le pregunta Lulú, tomando asiento en el reposa brazos del sofá de Hera, pasándole el brazo por los hombros como si le consolara.

—No, es triste que se fueran y no pueda decir que comienza la fiesta—ríe ella con desánimo—. Necesito reposar en mi cama con los pies sobre una pila de almohadas.

Estar embarazada suena a una pesadilla y no un idilio como nos quieren hacer creer.

—Podemos ver una película mientras comemos pastel—sugiere Lulú.

—¿Cuál?

—Crepúsculo—responde Lulú en automático, aguantándose la risa.

Se oyen dos resoplidos, uno de Eros y otro de Hunter.

—Me opongo rotundamente—se niega el último.

Ignoro si Lulú lo ha dicho en broma, pero no me lo tomo como eso.

—Por favor, veamos esa—insisto, sintiendo la mirada de reproche de Eros quemar mi perfil—. Eros necesita representación real del brillante Edward, la perspicaz Bella y el de gustos ilegales Jacob.

—Vivo divinamente en la ignorancia—rezonga Eros, moviendo las manos para atraer la atención de Eroda, concentrando en los anillos de Helsen.

—Es cultura general, Eros—repito las mismas palabras que alguna vez le escribí en una de esas cartas.

Las malditas cartas.

Exhibe el atisbo de una sonrisa, reconociendo exactamente eso que atravesaba mi mente. Odiaba reconocer que todas y cada una de ellas reciben el polvo de la caja fuerte escondida en la habitación principal en la propiedad registrada a mi nombre. Me rehusé a deshacerme de ellas, no tuve la voluntad de tirar a la basura sus fantasías subidas de tono, sus notas excesivamente vulgares, sus breves relatos eróticos. Se convirtieron en mi poemario sin poesía favorito.

Renuente a sucumbir a la sensación placentera que ese gesto ha dejado en mi cuerpo, desvío la mirada al suelo, allí donde la cría de cabello oscuro levanta los brazos pidiéndole a su hermano que la levante.

—Es un hecho—determina Hera—, veremos Crepúsculo.

...

Entrados a media película, Hera y Eroda cayeron rendidas. Tenía altas probabilidades de que yo les siguiera, pero Eros se puso de pie, harto hasta le médula de lo que apenas y prestó atención.

Por suerte, Hera cambió de ropa a Eroda y a Helios, al niño logró meterlo a la cuna junto a su cama sin que el niño abriera los ojos. Dormía como si cayese en coma, Hera comentó que eso más que tranquilizarle le ha ocasionado innumerables sustos, al punto que tiene la costumbre de levantarse cada dos horas a revisar si respira con normalidad.

Mientras Hunter cubría a Hera y a él bajo las cobijas, Lulú tomaba camino a su habitación y más allá, en el fondo del pasillo extenso de piso negro, me he quedado estática, tocando la puerta doble de la alcoba de Eros a un paso de cerrarla detrás de mí. Inconscientemente he venido a parar aquí, cuando debí ingresar a la de Lulú. Me estoy comiendo la cabeza con un asunto que a cualquiera persona en este inmundo planeta le parecería una idiotez astronómica, tomando en cuenta en las situaciones en las que ambos hemos participado desde el reencuentro.

Pero no para mí.

Dormir, a mis ojos, implica un nivel más privado que desnudarse mutuamente. El sexo es simple placer, lo que ocurre después, compleja intimidad.

Lo risible de todo esto, es que con Eros más intimidad no puedo desarrollar. Hemos alcanzado ese punto dónde caminar sin ropa delante del otro se vuelve rutinario, no tenemos vergüenzas físicas, pero si llagas internas, las mismas que me queman al rojo vivo en este preciso instante.

Eros a tres pasos dentro, gira sobre su eje, confusión tiñendo sus posos azules.

—¿Qué ocurre?

Vacilo sin saber expresarme.

—Voy con Lulú—es todo lo que mi mente filtra.

Doy media vuelta, no consigo dar un paso, la puerta se cierra delante de mi nariz. Comprimo los dientes conteniendo el diluvio de emociones raspándome el corazón. Lágrimas sin sentido de origen me nublan la mirada y de repente me siento cansada, emocionalmente agotada.

—Duerme conmigo, por favor—pide, el sonido de su voz como terciopelo a mis oídos—. Dame una tregua esta noche.

Una tregua. Suena bonito. Como me gustaría que se sintiese igual y no sujetara la certidumbre de que en la mañana me golpearía la cabeza contra la primera pared que se me cruce por arrepentirme de lo que haré.

Ceder.

Me aferro al pensamiento que no tiene porque afectarme a este grado, es solo dormir, no tiene ciencia profunda. Lo he hecho a centímetros de Meyer, ¿por qué no con Eros? es enteramente absurdo. Sorbiendo un soplo inmenso de aire, me doy la vuelta blindando mis emociones, como ya era costumbre, de hecho, es extraño que no sea de esa manera cada vez que Eros merodea mi mente y espacio.

Escudriño el entorno vaciando mi cabeza de pensamientos que no necesitaba ni ahora ni nunca, pero no consigo que nada más que la inmensa cama de sábanas negras en el centro de la recámara.

Eso, y la maldita polaroid mía con el maldito sombrero en el maldito buró al costado de la cama. Si lo que busca es hacerme sentir mal, no voy a reconocer que lo está logrando. Me enerva sentir condescendencia con quien no la tuvo conmigo, me enferma el temblor en el corazón cada vez que escucho sus pasos acercarse a mí, me encolerizo contra mí misma, por idiota, por débil y por ingenua, por no poder salir de esta habitación con la frente en alto y esperar el tiempo prometido a la firma, sin tocar su piel ni saborear su boca, ni embriagarme de su perfume porque me siento capaz de cualquier maldita cosa, menos de eso.

Zarandeo la cabeza a un segundo de despedir humo por la nariz. Desvaneciendo el barullo de sentimientos, solo un poco, cubro la imagen con mi celular.

Eros pasa de mi debate mental, acostando con suavidad enternecedora a la niña en la representación de un castillo de madera blanca con un colchón en el suelo, de sábanas lilas y peluches de animales y flores. De todo la escala de blanco al negro en esta habitación inmaculada, esa esquina resalta como un brochazo de color vivo en el centro de un cuadro sombrío.

—Tiene su cama aquí—digo lo obvio, intentando mantener la conversación superficial.

—Cuando me quedo aquí duerme en la mía—dice a media voz, subiéndole la cobija al pecho—, pero no quiero que la aplastemos.

El breve lapso de tiempo que le toma enderezarse y clavar la mirada en mí se me hace eterno.

—¿Me prestas algo para dormir?—pido enseguida, evitando caer en lagunas vacías de palabras, o en otras, llenas de ellas que no deseo oír—. No pensé que me quedaría esta noche.

Juraría que ni siquiera esa vez que me tocó por primera vez en su auto, temblaba de los nervios como ahora.

—Duerme desnuda.

Suelto el aire que no sabía estaba reteniendo.

—Hace mucho frío y hay una bebé allí—señalo a la cama—, que resulta ser tu hermana.

Mi corazón se hincha de regocijo al atestiguar la preciosa sonrisa inmensa que esboza.

—Dentro del closet—contesta, apuntando a la puerta más pequeña, del mismo tono grisáceo de la pared, con un movimiento rígido de la cabeza—. Toma lo que quieras.

Afirmo una vez, caminando cabizbaja a esa dirección.

Empujo la compuerta ingresando a lo que parece más, una tienda de ropa exclusiva, que un guardarropa de dimensiones ridículamente amplias. A diferencia del closet en el penthouse, este por supuesto ganando en proporciones, brinda un aire formal del que el antiguo carecía. De inmediato supe que se debía a la hilera de sacos de distintos tonos oscuros, camisas blancas y zapatos clásicos para uso con esa indumentaria.

¿En qué momento pasamos de estar solteros a casados? ¿De usar zapatillas deportivas a yo usar tacones y él trajes? Solo necesito una cucharada de normalidad para alinear mis chakras, planetas y huesos desviados de la columna. Sin perder más tiempo pensando disparates, me hago con un suéter gris, idéntico al que usé esa noche que recuerdo tan maldita como bendita. Cuantas vueltas le hemos dado a la vida para sentirme tal y como esa vez que dormí a su lado por primera vez.

Al salir, cierro la puertecita consiguiéndome con solo el resplandor de la lámpara alumbrando la habitación. Le ha subido a la calefacción, la piel de mis piernas desnudas reconocen el cambio sereno en el ambiente.

—Tu celular no para de vibrar—murmura con dejo desabrido cuando me hallo a un metro de la cama.

Recojo el aparato de la mesa descubriendo la polaroid, finjo ceguera por ella, troto al lado opuesto de la cama, zambulléndome bajo las sábanas tan rápido como mi cuerpo lo permite. Eros apaga la luz, sumiéndonos en la pesada penumbra de la noche y el martirio de un mutismo devastador de nervios. Giro sobre mi costado, enfrentando su perfil. Enciendo la pantalla del celular topándome con tres llamadas y cuatro mensajes de Meyer, claro, no llegué a dormir como se supone siempre lo hago. Le mando un escueto mensaje avisándole que sigo con vida, silencio el móvil apoyándole en la mesa a mi costado.

Y cuando me disponía a poner toda mi intención en cerrar los ojos y pretender reposar en mi cama, Eros se da la vuelta como un puto huracán dejándome frente a su espalda ancha y marcada por músculos y pecas, tirando de la frazada con tantísima fuerza que me la ha quitado de encima.

El movimiento tan falto de delicadeza me pasma, balbuceando incoherencias a consecuencia de su repentina actitud repelente.

—¿Qué carajos te ocurre?—siseo, luego de unos segundos.

Su respuesta no dilata, al parecer se esperaba que yo hablase primero para encender la lámpara de nuevo, voltearse y hundir el codo en el colchón para encararme centímetros más arriba de mi rostro, ceñudo y con el infierno ardiendo en su mirada celeste.

—Estoy celoso—responde como si fuese el hecho más obvio del mundo—. No me gusta que te llame a estas horas, ni a cualquiera jodida hora. Me da una maldita indignación que te llame y ya, Sol, y quiero dejarlo en claro, pero no te voy a reclamar porque te enojas conmigo y lo último que deseo ahora y mañana y siempre, es discutir precisamente contigo—toma una inhalación honda, presionándose el hueso de la nariz—, pero deseo que sepas cómo me siento porque si me lo guardo, me va a estallar el corazón pero de la rabia contenida y no de mi amor por ti, como me siento todos los días, ¿me he explicado?

Le observo impasible, labios tensos, examinando cada relieve de sus facciones divinas. Enojo evidente en su semblante como los celos en su voz. Y me siento como esas veces que tenía un problema de álgebra que resolver, sin entender que carajos hacía cierta letra o signo en una ecuación.

Y es que Eros jamás ha tenido la iniciativa de reservarse los celos para él mismo, nunca. Si algo le molestaba lo dejaba saber tan pronto ocurría, ya sea por una torcedura de labios, una mirada cargante, un chasquido de lengua, una amenaza directa. Lo que sea, te adentraba a su contexto, permitiéndote conocer que no se sentía acorde a lo que acontecía, pero jamás como lo acaba de escupir. Era una condena no impresionarme por esta forma tan frontal de decirme cómo se siente, como una acusación sin filo, como una disculpa por sentirse como lo hace.

Ha abierto un caso, expuesto las pruebas y cerrado el juicio el mismo, y no sé cómo responder a eso.

—Ah...—comienzo, pero me interrumpo a mí misma, mordiéndome la punta de la lengua—. Eso fue muy extraño, en el buen sentido—me apresuro a añadir—, aprecio la sinceridad, me hubiese gustado que te apegases a ella dos años atrás.

Niega con ahínco, se desordena el cabello en un gesto que tomo como desesperado, suspirando largo y tendido.

—Sé el rumbo que está tomando esta conversación, te pido de nuevo una tregua por esta noche, solo por esta noche—focaliza la resistencia vehemente de sus ojos en lo míos, escudriñándome con intensidad asfixiante—. Permíteme disfrutar de ti hasta el amanecer, como antes, cuando tu amor pesaba más que tu orgullo.

Cuán sencillo le resulta pedir ciertas cuestiones cuando yo me cuestiono por un hecho tan simple como dormir junto a él. En definitiva, no estamos en el mismo nivel, y ni siquiera comprendo quien de los dos abandonó al otro escalones atrás. Puede que a veces le toque a él ir detrás, otras a mí, pero si alguna diferencia a resaltar tenemos entre él y yo, es que mientras a su ver la situación es tan básica como sumar dos más dos, al mío... ni siquiera puedo definirlo en matemáticas, nunca fui diestra con ellas.

Este es el momento adecuado para decirle eso que deseo, que vía tomar para solucionar este lío de emociones, embrollos legales y confianza fracturada, pero ni siquiera entiendo del todo que es eso que quiero. Lo quiero todo y nada. Le quiero para mí pero no conmigo, si le acepto de vuelta ahora tengo la certeza del desenvolvimiento incorrecto de la relación, si le dejo libre totalmente, temo que pueda conseguir consuelo en otra, y el imaginarle en brazos ajenos a los míos me devora las entrañas lentamente.

Me siento tan equívoca como no, porque sé lo quiero, pero no como conseguirlo sin dañarnos a ambos, más esta endemoniada indecisión advierte el quiebre inminente de esto, lo poco más que nada que nos resta, y a lo que aferro con tanto anhelo y poca razón.

—Si estuvieses en mi posición, entenderías que no es simple orgullo—mascullo con un hilo de voz—. Es el resultado de tu abuso y mi estupidez, sabes muy bien que detesto las idioteces, y me convertiste en una de tamaño universal.

La exasperación se apropia de él en un latido.

—No, aunque te cueste reconocerlo, te convertiste en lo que anhelabas, lo acabas de decir, a causa de mi abuso—objeta con firmeza—. Pecaste de ingenua, eso no te hace una estúpida, por el contrario, te eleva de rango con respecto al mío y ese es el verdadero problema—un fuerte halo de aflicción le toma las pupilas dilatadas—, temo jamás sentirme suficiente para ti. Me quedas grande, Sol, para estar a tu altura tendrías que bajar la guardia y en eso sí que te has convertido, en una fiera guerrera cuya única batalla, es vencer sus sentimientos por mí.

»Entonces, en honor a lo que fuimos, a lo que sientes y tratas de reprimir con tanto desvelo, déjame sentir por un momento que nos pertenecemos, en la mañana podrás volver a intentar odiarme mientras deseo que nunca obtengas lo que esperas de eso, porque contigo, con tu amor, soy y seré un maldito egoísta con toda la intención, de pies a cabeza.

Busqué en mi cabeza las palabras, rebusqué un poco más en medio del motín de sentimientos, me topé con ese punto anárquico que me cohíbe de irme por una elección. Me encontré la pura y fea nada.

—Estás mal—mi voz es un temblor.

—Ni tú ni yo lo estamos—refuta con tenacidad—. Tú te riges por conductas correctas, yo vivo y actúo por las mías, en muchas ocasiones opuestas a las tuyas, más no permito que las rebajes simplemente porque tu harías las cosas distintas. Te amo con todo lo que soy, Sol, y sabes bien que nunca me abstendría de decírtelo, pero no pretendas que baje la cabeza y acepte que esto es un error porque desde mi perspectiva no lo es, ni lo será siempre que pueda contemplarte cumpliendo todo eso que te propusiste.

Su mirada me arrolla con la misma fuerza exorbitante impresa en sus palabras.

—Pero no así...

Permanece en silencio, contemplándome como si quisiese desenmarañar por mí el caos emocional que me consumía despacio. Frente a él, bajo la intimidante protesta de su mirada, me sentí más desnuda que cualquiera de esas veces que solo vestía el calor que desprendía su piel.

—¿Crees que algún día puedas perdonarme?—inquiere con inflexión afligida, comprimiéndome el pecho.

Sello la mirada, mi garganta obstruida por la repentina bola de calor originándose allí. La ya familiar sensación de llanto abriéndose camino a mis ojos al percibir el filo de una emoción dolorosa partiéndome el corazón en dos. No lo sé, no lo sé...

—No lo sé—sollozo, cubriéndome los labios con el dorso de la mano.

—Entonces dame tregua esta noche, mañana puedes volver a tu indecisión y yo a pagar las consecuencias de lo que tú denominas, tu mayor error.

Su voz acentuando aquello que su mirada predica y su rostro emula. Desesperación, de la más pura que he tenido el deshonor de evidenciar en él. Flaqueo, él me toma del rostro con una mano, y con el indicio de sus emociones reflejadas en su semblante, se dedica acariciarme el pómulo con devoción, pestañeando deprisa al cristalizarse sus pupilas. Me quedo de piedra, estupefacta por toda la carga de emociones que me estaba obsequiando, jamás le había visto tan expuesto como ahora.

Me odié por tener tan poca determinación, y lo haría mañana con mayor ímpetu, porque será igual.

Se cierne sobre mí lo suficiente para besarme la frente con adoración que mantengo cerca de mi corazón, y grabo el sentir de sus labios, por si me hacen falta y no me queda más que evocarlo. Besa mi pómulo con fuerza, como si buscase plasmar en mi piel aquello que siente. Su boca desciende a mi barbilla, desprendiendo en un sublime beso el anhelo ardiente de su piel con la mía. Y a un centímetro de besarme en los labios, la cama se remueve y me saca un susto que me obliga apartarme de su mano.

Un chillido después, comprendo que es Eroda la que se ha subido a la cama.

La niña gatea sobre el colchón con pereza, rompiendo de sopetón el momento entre su hermano y yo. Se introduce bajo las sábanas como si ya conociera la ruta, observo como el bulto se mueve, hasta que saca la cabeza por el otro extremo, y actuando como separador entre Eros y yo, le sube las piernitas al torso y se queda de espaldas en el centro de la cama. Cae rendida, como si nada hubiese pasado.

Levanto la mirada a Eros, y él acomoda le cobija de tal manera que los cubre a los dos hasta el pecho.

—Creo que no se va a poder—comenta con dejo de gracia, lanzándome la esquina de la sábana.

¿Eso es todo? No sé si agradecerle o halarle un rizo. Probablemente lo primero, pero tengo más ganas de lo segundo.

—De todas las mujeres que pudieron separarte de mí en nuestra etapa de oro, lo hace una niña de un año en nuestro peor momento—refunfuño, regresando la espalda al colchón, menguando la alteración de emociones. El cambio ha sido demasiado brusco.

—La próxima niña que nos separe, será la que tengas conmigo—menciona a modo de chiste, apagando la lámpara por segunda vez.

Cierro los ojos para no tomar la que tengo al lado y arrojársela a la cabeza.

—Duérmete, Eros—pido con notable irritación, llevándome una risa suya.

No sé lo que depare el futuro, pero podría contar que tuve el placer de conocer el limbo, visitar el cielo y sentir el infierno en vida.

Aunque de ese último, lo sabría con certeza poco, demasiado pronto, meses después.




Holi😇

Esa Eroda es un caso serio... 🕴

Se siento como un siglo desde la últina vez que actualicé.

Todo sigue igual, no puedo concentrarme en escribir como quisiera por pensar en TGW.

Subo este capítulo porque la ansiedad me ganó, no estoy tan contenta con él, pero no me desagrada del todo😃

Si te interesa conocer cuando subiré la corrección de TGW (subiré cinco capítulos completamente nuevos) por instagram estoy informando como va eso.

Todavía no sé cuando actualizaré UMpL, como dije sigo bloqueada.

¿Qué tal la Agnes desatada? Ya la van a leer en su mini librito, todo a su tiempo.

Con mucho amor,
Mar💙

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