La paciente prohibida [LIBRO...

Od Nozomi7

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Una mujer de la alta sociedad malagueña escapa de la violencia física de su marido, encontrando la calidez y... Více

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Od Nozomi7


Junio de 1935


La noche se hallaba iluminaba en todo su esplendor. Era una de luna llena. Blanca, brillosa, esplendorosa, era la primera vez en junio que se dejaba atisbar, pero... no era la única que lo haría.

Había otra más que había empezado a resplandecer desde su interior, gracias al exterior que había conocido desde hacía poco más de un mes. Catalina, poco a poco, parecía haber dejado atrás los días ensombrecidos y amargos que la habían rodeado. La peligrosa atracción, y quizá por qué no, inequivocable pasión, había empezado a germinar en su interior. Y aunque todavía no era consciente de aquel, cada día se acostaba tranquila y risueña, feliz del caluroso y acogedor ambiente que la rodeaba, aunque fuese pequeño, incómodo y pobre. Con lo mismo, se despertaba animada, radiante pero, sobre todo, esperanzada.

Las semanas en aquella humilde cabaña, lejos del palacio de oro que la amenazaba y violentaba, le había mostrado que podían existir otras personas a quienes le importaba, que podían cuidarla y amarla. Sobre todo, aquel amable doctor, que solía saludarla cada mañana de manera afectuosa, que solía comer con ella de manera amistosa, y a quien solía mirar de reojo... curiosa, temerosa, ansiosa.

Todavía no le había puesto un nombre a aquel sentimiento que la embargaba. A pesar de su edad, Catalina no había tenido mayor experiencia en el amor más que aquel empresario, que primero se había mostrado atento y galante, para años después obrar con toda impunidad violenta. Cuando se vio embargada por nuevos y bellos sentimientos, no supo cómo sentirse. Lo único de lo que sí estaba segura era que, antes de acostarse, extrañaba su presencia, su esencia... cálida, amorosa, atenta. Pero, conocedora de que al día siguiente lo volvería a ver, se durmió tranquila, soñadora, esperanzada de que quizá le depararía un mundo mejor; confiaba en que así fuera.

Los primeros días de su estancia en aquel sencillo pueblo habían sido de tensión, de oscura tensión. Siendo una extraña en el lugar, sus primeros miedos habían sido aquellos que podrían llevarla de vuelta a esa oscura mansión. Don Pedro Barquero podría haber enviado a sus peones a buscarla, a atraparla, incluso a matarla. Total, para él su vida no importaba nada, ya se lo había demostrado una y otra vez.

No supo qué tan lejos se encontraba Monda desde la finca de su marido. Como nunca le gustó la vida en el campo, poco conocía el lugar. Cuando se apresuró a salir presurosa, como pudo de aquel terrible sitio, después de la última paliza que él le había dado, fue lo último en lo que había pensado. Aún sin saber a dónde ir, cualquier sitio sería mejor que aquel lugar, que de lejos parecía un castillo de seda, pero que por dentro era la misma miseria.

Sin embargo, luego de que el miedo a lo desconocido disminuyese poco a poco, alimentado por la compañía de doña María, así como por los amables y buenos tratos de su doctor, aquel cálido doctor que poco a poco se colaba en su corazón, se había dado cuenta de que, quizá era posible escapar del infierno en el que se había hallado envuelta. Por un motivo que desconocía, nadie había ido en su búsqueda en aquella choza. Quizá, su marido la había dado por muerta luego de descargar toda su ira y rabia. O quizá, para beneplácito de ella, simplemente le daba igual lo que hubiese sido su destino.

Al transcurrir un mes desde su estancia en Monda, conocedora de la influencia y poderío con la que contaba don Pedro Barquero, y sin dar un signo de vida, podría ser que se hubiera olvidado de ella. Lo más probable era que la quisiera muerta, ¿no? Y si así fuera, ahora le tocaría renacer, en su nueva vida. Había sido una oruga durante sus veinticinco años de vida, y aunque su transformación dentro de su crisálida había sido dura, cruel y tormentosa, quizá ya era hora de que empezara a volar como una mariposa, una bella y hermosa mariposa que se merecía volar a su libertad, bella y completa al fin.

Pero, por ahora, necesitaba dormir para reposar su cuerpo y su alma para poder sanarse al fin, ser alimentada por aquella luna llena que brillaba en todo su esplendor y soñar con las atentas palabras de su doctor, aquel que invadía sus sueños, sus esperanzas, y sus deseos de una vida mejor.


*******


—Buenos días, Catalina.

Había estado tan concentrada en pelar los tomates que doña María le había pedido, que no se había percatado de su presencia. Al verla mejorar en su salud, la mujer le había encargado pequeñas tareas en la cabaña.

Catalina, acostumbrada a como había estado a ser atendida siempre por empleadas y peones, gracias a su estatus social, desconocía realizar la mínima tarea del hogar. A lo mucho, sabía bordar y tejer gracias a que su abuela le había enseñado. Pero, desde el simple hecho de pelar verduras, agarrar una fregona y balde para limpiar su estancia, así como acarrear agua desde el perol para su bebida significaban un gran esfuerzo en ella.

Un poco decepcionada, doña María extrañaba tener una ayudante que estuviese a su altura. Cada tarea, cada asignación que a su protegida le asignaba, eran hechas de manera errada. No obstante, había dejado pasar la inexperiencia y torpeza de su acogida, gracias a que contaba con la ayuda de su sobrina.

Cada vez que podía, pasaba por la casa de su tía para ayudar a la mujer en las labores de la casa. Pero, debido a que estaba enferma de gripe, hacía días que se había dejado extrañar, por lo que María no había tenido otra salida que buscar ayuda en Catalina, para su arrepentimiento después... y esto le había hecho confirmar sus sospechas iniciales.

Hasta hacía poco tiempo, doña María había trabajado en la finca de una acomodada familia del lugar, los Castel. Presuntuosa como era, había visto su oportunidad de poder ascender socialmente, cuando fue aceptada por la dueña de la casa.

Toda su vida se había dedicado con lealtad a servir a los Castel, más todavía, cuando había sido despreciada en su juventud por un novio que durante años la había cortejado, para luego haberla abandonado. Producto de ello, nadie más en el pueblo quiso ennoviarla. Al sentirse rechazada, volcó todo su tiempo y energía en aquella familia de ricachones, sobre todo, su lealtad por doña Celia Castel era tal, que habría que dar su vida por ella, si se hubiera dado la situación. Ella era la única que no le había dado la espalda, aún con su situación de repudio social.

Poco a poco, gracias a la convivencia y buen trato de doña Celia, y que sus aspiraciones de grandeza nunca habían desaparecido, María afinó sus modales, su lenguaje, para poder mimetizarse con el ambiente elegante. Quizá, con ello, podría engañar a la alta sociedad malagueña y podría encontrar un rico marido, a quien no le importase su humilde origen. No obstante, por mucho que lo intentó y se esforzó, no lo logró.

Cuando llegó a los cuarenta años y ningún hombre digno de sus aspiraciones había mostrado interés en ella, María se resignó. Se dedicaría con fervor a los hijos de los Castel y a doña Celia, aprovecharía los buenos tratos y fina ropa que la señora de la casa le regalaba, disfrutaría de los viajes a provincias que ellos le pagaban por acompañarlos... Total, aunque no había logrado su objetivo, trabajar para ellos significaba rozar aquella pomposidad que siempre había añorado y era mucho más de que una simple hija de pobres campesinos podría aspirar. Pero, lo que ella no previno era lo que le traería el destino.

Al morir doña Celia, su marido decidió despedir a María. Arrogante como era, nunca había visto con buenos ojos el que su mujer tratara de manera tan amable a su empleada. Y aunque le rogó y le lloró que no la echara, el hombre no dio su marcha atrás. A lo mucho, y para calmar el cargo de conciencia con su fallecida mujer, le había entregado una mínima cantidad de pesetas. Además, le había dicho que se podía quedar a vivir en un caserío, a las afueras del cortijo El Moral, una pequeña tierra de su propiedad, a la que no le daba mayor importancia porque se negaba a pagar a los jornaleros de la zona. Incluso, estaba pensando en vender esas tierras, porque los alzamientos de los peones le traían más de un dolor de cabeza. Pero, por mientras, le servía para lo que le servía.

Y así había transcurrido la vida de doña María, hasta que el doctor Lucas García fue asignado a la zona del Guadalhorce. Con su coche, solía ir a los pueblos para encargarse del estado de salud de los pobladores del lugar. Sin embargo, había días en que debía quedarse en algún pueblo y necesitaba de la ayuda de alguien para sus labores. Como requería de alguien con mínima instrucción para llevarle las citas y las historias de sus pacientes, y no había enfermera que acudiese a pesar de sus peticiones, un poblador le recomendó a doña María, quien era de las pocas mujeres que sabía leer y escribir en los alrededores. Su convivencia con los Castel le había significado no solo que se refinase, sino que aprendiese leer y escribir.

Como una oportunidad para volver a codearse con gente de bien, doña María no lo dudó ni un segundo. Leal y trabajadora, no solo había servido de secretaria, sino que Lucas la había instruido en el arte de ser matrona, colocar vendas y demás labores mínimas de enfermería. Y así había transcurrido su vida durante los últimos tiempos, hasta que se topó con Catalina.

Esa manera tan fina de hablar y esa manera tan delicada de actuar le eran conocidas, desgraciadamente conocidas. Y cuando con el trascurso de los últimos días, la torpeza de Catalina en las labores del hogar no hizo más que confirmar sus sospechas, no supo cómo reaccionar: si informarle a Lucas de la procedencia de la alta cuna de la susodicha o callar ante lo que sabía.

—¡Qué calor más infernal! —El doctor se retiró el sombrero de la cabeza al ingresar a la casa—. El verano ha venido con todo. ¿Habrá hecho por si acaso un gazpacho(1), doña María? —preguntó ansioso—. Perdón por saltarme el desayuno, pero lo necesito con urgencia para calmar el calor.

Se limpió el sudor del rostro con un pañuelo que retiró del bolsillo de su camisa. La aludida sacudió con la cabeza.

—Aún no, doctor.

Lucas suspiró, resignado.

—No quiero sonar insistente, pero ¿por qué?

—Lo hubiera tenido listo, si esta muchacha hubiera terminado a tiempo con lo que le encargué.

Movió su cabeza con dirección a Catalina. Aunque no quería mirarla con reproche, debido a su cada vez más confirmada alta cuna, no pudo evitar pensar en que la susodicha era solo un lastre. A su avanzada edad, era más que necesario de la ayuda de alguien en sus labores del hogar, y siempre se lamentaba de no haber podido casarse ni tener prole.

—Lo... lo siento. —La paciente agachó la cabeza, avergonzada.

De inmediato, al ver la papelera llena de verduras mal peladas, el médico entendió lo que pasaba.

—Ufff, no importa —le replicó Lucas, con una amplia sonrisa, tratando de quitar miga a la situación que él mismo había provocado.

Para sorpresa de ambas, se dirigió hacia donde estaba Catalina. Sentado a su lado, se remangó la camisa. Cogió el cuchillo y empezó a pelar el tomate, de la manera adecuada para poder hacer el gazpacho.

Catalina seguía anonadada ante lo que acababa de hacer Lucas. Al ser evidente la sorpresa en su rostro, él añadió:

—No me había dado cuenta —le guiñó el ojo derecho—, pero creo que tiene también la mano derecha lesionada, por eso es que aún no está lista para poder cocinar.

Se la acarició con delicadeza. Catalina abrió la boca para contestar, pero no salía palabra alguna. Más todavía, cuando su piel rozó con la de él, miles de descargas eléctricas la recorrían, dejándola inmune, a su merced, totalmente enamorada de él.

Lucas iba a guiñarle el ojo para que se uniera a su mentira blanca y no lo delatara. Pero, cuando sus ojos se reflejaron en los de ella, ambos quedaron conectados por milésima de segundos, transmitiéndose chispas de intensidad, de atracción y de necesidad mutua.

—Pero ¡¿cómo se le ocurre?! —Azuzó los brazos doña María, rompiendo con lo enigmático del ambiente—. Yo me voy a hacer cargo de todo. ¡Zape zape! ¡Esta labor no es digna de un doctor!

La mujer le retiró el cuchillo a Lucas, dejándolos a ambos atónitos ante su accionar.

Cuando, por fin, Catalina salió de su mutismo y conocedora de que doña María se fatigaba en sus labores, alzó un poco la voz, para sorpresa de los demás. Decidida a no ser una carga, les hizo una petición:

—Enséñenme a pelar las verduras.

La señora y el doctor abrieron sus ojos, atónitos.

—Pero... —replicó Lucas.

«Pero ¿qué dices, muchacha? Si no sabes ni hervir el agua en el perol, ¿y ahora quieres ayudar?», pensó María al tiempo que recordaba la tarea fallida que le había encargado el día anterior.

—Enséñeme, doña María.

Observó a la susodicha, más decidida que nunca. Al no obtener una respuesta positiva en su semblante, volteó su rostro hacia el doctor.

—Por favor... —insistió.

Lucas se rebulló el cabello que le caía sobre las sienes. Aún poco convencido, porque se había dado cuenta de que su paciente no era muy ducha en las tareas del hogar y que podía liarla más que ayudar, no fue hasta que doña María intervino, que Catalina pudo obtener respuesta:

—Si tiene tiempo para quedarse y enseñarle, doctor, no me opongo. Tengo que llevar la ropa al lavadero y no voy a volver hasta la noche. Desde que mi sobrina enfermó, estoy más liada que nunca. Aparte, la muchachita ya está mejor y necesito ayuda. Quizá con su paciencia, pueda aprender de una vez por todas; yo no he tenido éxito con ella.

Catalina sonrió ampliamente ante su respuesta. Lucas, dubitativo, se arregló por enésima vez el rebelde pelo que le caía sobre la frente, que revelaba el nerviosismo que la compañía a solas con ella le significaba.


*******


«Así que quiere aprender a cocinar, ¿eh?», se dijo doña María al tiempo que colocaba el cesto de mimbre sobre la mula, el cual contenía la ropa que debía lavar.

—Cuando su familia se entere de que lo que una señorita como ella ha estado haciendo en un pueblucho como este, la que se va a liar. —Pasó saliva—. Pero...

Al recordar su insistencia en aprender a cocinar, la sorpresa volvió en ella.

—¿Debería ya delatarla frente al doctor? —se preguntó al tiempo que serpenteaba, junto a la mula, en su camino hacia el lavadero más cercano.

********

(1) Gazpacho: Según Wikipedia «es una sopa fría con varios ingredientes como aceite de oliva, vinagre, agua, hortalizas crudas, generalmente tomates, pepinos, pimientos, cebollas y ajo».

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