Cuarentena

Par fuckingOT

1M 39.3K 12.2K

Natalia y Alba no se conocen pero acaban pasando la cuarentena juntas. Habrá que buscar algo con lo que entre... Plus

Estado de alarma I
Estado de alarma II
DÍA 1: Primero de apocalipsis
DÍA 2: Maldito bicho
DÍA 3: Paticorta vs patilarga
DÍA 4: No te tires a un facha
DÍA 5: El juego del gato y el ratón
DÍA 6: Chin-chin
DÍA 7: Aclaremos una cosa
DÍA 8: No todo lo hago tierno
DÍA 9: Mi puerta está abierta
DÍA 10: Tocada y hundida
DÍA 11: Bájalo del todo
DÍA 12: No digas nada
DÍA 13: Hay que ser valiente
DÍA 14: ¿Del 1 al 10?
DÍA 15: Llorando corazones
DÍA 16: Something about you
DÍA 17: La nueva normalidad
DÍA 18: Pintura mural o grafiti ilegal
DÍA 19: Ojalá ganen los buenos
DÍA 20: Va contra las normas
DÍA 21: Primera señal
DÍA 22: Vamos a la ducha
DÍA 23: El freno de mano
DÍA 24: Misión cumplida
DÍA 25: Profe Natalia
DÍA 26: Irresistiblemente apetecible
DÍA 27: Borrar el límite
DÍA 28: No me llames amiga
DÍA 29: Cambió mi suerte
DÍA 30: El estúpido plan
DÍA 31: Entrar en calor
DÍA 32: Por un beso
DÍA 33: Yo no quería
DÍA 34: Fan número uno
DÍA 35: Bendito infierno
DÍA 36: Un beso de cita
DÍA 37: Kilómetro cero
DÍA 38: La burbuja va a explotar
DÍA 39: A través de la pared
DÍA 40: Confío en ti
DÍA 41: ¿Y ahora qué?
DÍA 44: Modo luna de miel
DÍA 52: Debe ser 50/50
DÍA 56: Cámara oculta
DÍA 65: Lucecitas de Navidad
DÍA 73: Mujer florero
DÍA 93: Comedia romántica
DÍA 100: La nube más alta
DÍA 134: Jugar en equipo
DÍA 148: No me sueltes
DÍA 173: Casilla de salida
DÍA 239: Los ojos nunca mienten
DÍA 274: Mal presentimiento
DÍA 485: Las historias de amor...
DÍA 486: ...no tienen final
DÍA 2689: Hoy y siempre
DÍA 2690: Treinta mil días

DÍA 518: Mi recuerdo favorito

11.6K 497 180
Par fuckingOT

ALBA POV

– Sí, yo creo que si cambiamos los colores por los que teníamos al principio quedará mejor.

– Vale. ¿Te parece que nos tomemos un café y empezamos con eso? He salido justa de casa y no me ha dado tiempo a desayunar – propongo.

– Genial, yo también necesito uno, con este calor cada día duermo peor. A ver si se pasa un poco.

– Pues estamos a mediados de agosto, nos queda para rato.

Irene y yo nos acercamos a la pequeña salita del estudio que usamos para los descansos y mientras yo busco algo para comer de lo que solemos dejar por aquí, ella va encendiendo la cafetera.

Cuando los cafés están listos y mi compañera los acerca a la mesa donde yo ya me he sentado, mi móvil empieza a sonar. Lo saco del bolsillo para ver quién es y en cuanto veo su nombre en la pantalla, suspiro negando con la cabeza.

– ¿Todo bien? – pregunta Irene al ver mi reacción.

– Sí, es Natalia.

– ¿Está mejor? – se preocupa.

– Ahora te cuento, ¿vale? Voy a cogerlo que si no va a ser peor.

Me levanto de la silla y me pongo de espaldas, pero tampoco salgo de la sala porque no pretendo que la llamada dure demasiado. Descuelgo y antes incluso de que diga nada, la vocecilla dulce de Natalia se cuela por el teléfono.

– ¡Hola Albi!

– Hola, mi amor. ¿Todo bien? ¿Estás bien? – pregunto por si acaso, aunque ya sé la respuesta.

– Sí, Albi, ¿y tú? ¿Cómo estás?

– Nat, cariño, ya te lo he dicho. No puedes llamarme todo el rato solo porque estás aburrida. Estoy trabajando.

– Albi, pero si es la primera vez que te llamo – noto en su voz el puchero que está haciendo y sonrío al imaginármela. – Jolín, solo quería saber cómo iba tu día.

– Hoy, Natalia, la primera vez que me llamas hoy. Hablamos anoche antes de dormir, cariño. ¿Y cómo me va a ir el día si son las nueve y media de la mañana? No ha dado tiempo a que me vaya ni bien ni mal – me río al escuchar el chasquido que hace con la lengua como protesta por mi suave regañina. – Nat, si es que apenas llevo un rato en el estudio.

– ¿Y has dormido bien? – me vuelvo a reír al ver que ignora lo que le acabo de decir.

– Sí, ¿y tú? ¿Cómo te encuentras?

– Yo muy bien. Quiero verte ya – suspiro al escucharla.

– Yo también Nat, pero aún no se puede. ¿Por qué no aprovechas y duermes un rato más? Aún es muy pronto y así recuperas fuerzas.

– Es que ya no tengo sueño, llevo doce días sin hacer otra cosa que dormir. Ya estoy aburrida de estar en la cama.

– Bueno pues hazlo por mí que no puedo. Así se te pasa el tiempo más rápido.

– Vale. Oye, ¿en qué estáis trabajando ahora?

– Natalia – sonrío porque sigue queriendo sacar tema de conversación. – Mi amor, luego te llamo en el descanso de comer, ¿vale? Que ahora me has pillado tomándome un café rápido, pero tengo que trabajar.

– Vaaaaaale – acepta porque no le queda otra. – Te quiero mucho, Albi.

– Y yo, cariño. Hasta luego.

Cuelgo la llamada después de escuchar el sonido del beso que ha lanzado al teléfono y sonrío negando con la cabeza mientras vuelvo a la mesa para sentarme.

– Por lo que veo está mejor, ¿no? – pregunta Irene sonriendo al haber intuido cómo ha ido la conversación.

– Aburrida es lo que está – me quejo. – Pero a un nivel insoportable.

– Ay, pobre – se ríe.

– Pobre yo, que ni cuando estaba en Londres me llamaba y me escribía tanto.

– Mujer, que está solita y encerrada, un poco de compasión – se vuelve a reír.

– A ver, no me malinterpretes, si yo soy la primera que quiere ir todo el rato a cuidarla, lo que pasa es que ahora está bien y se aburre porque tiene que esperar a que la prueba dé negativo para poder dejar de estar en cuarentena, y hasta mañana en teoría no se la dan.

– Vamos, que está como un perrillo en la puerta dando vueltas y esperando a que le pongan la correa para salir a pasear – me río al imaginármelo.

– Sí, de hecho, es casi literalmente así.

– Bueno, al menos mañana ya le dan el resultado – dice después de dar un trago a su café. – Me imagino que tendrás muchas ganas de verla.

– Pues sí, muchísimas, no te voy a mentir. Cada vez que hablo con ella por teléfono me dan unas ganas de achucharla...

– Sois monísimas – dice sonriendo y provocando que me sonroje un poco. – Seguro que ella ya no puede más y está como loca por verte.

– Créeme que sí. Se asegura de dejármelo claro unas cincuenta veces al día.

– ¿Y tú a ella? – pregunta divertida sabiendo la respuesta.

– Pues el doble, no nos vamos a engañar – me rio. – Estoy harta de estar separada de ella.

– Pensaba que después de lo de Londres iba a ser más fácil estarlo, que estabais acostumbradas a no poder veros en persona.

– Por mucho que nos acostumbremos, las ganas de estar juntas siempre van a estar por encima. Es que ese es el problema, ¿sabes? Que ha sido todo tan rápido que no nos ha dado tiempo a recuperar lo que perdimos. Después de Londres apenas pudimos estar juntas un par de semanas antes de que yo me fuera a Elche y ella se contagiara.

– ¿Y cómo es que no fue contigo?

– Porque iban a ser solo unos días y ella tenía mucho trabajo, aunque viendo lo que ha pasado, al final ha sido mejor así.

– Eso es verdad.

Acabamos de tomarnos el café y enseguida nos ponemos a trabajar para intentar acabar con los proyectos que tenemos entre manos, aunque sé que vamos a necesitar todo el día para hacerlo. Se me pasa el tiempo rápido hasta la hora de comer porque no paramos en toda la mañana, así que mientras caliento la comida que me he traído aprovecho para llamar otra vez a Natalia.

– ¡Albi! – saluda en cuanto la pantalla deja de estar en negro.

– Hola, Nat. ¿Estás bien?

– Sí, estoy bien – responde, pero noto que le cuesta coger aire.

– ¿Seguro? Estos días me cogías el teléfono en menos de medio segundo y ahora has tardado mucho.

– Es que estaba persiguiendo a Queen y no lo he oído. ¿Sabes que lleva dos días escondiéndose de mí? Creo que está harta de tener que hacerme compañía.

Me quedo más tranquila al ver que es por eso y sonrío cuando consigue estarse quieta y enfocarse.

– Oye, a ver si voy a llegar y voy a tener a la gata traumatizada.

– Que va, si me ama. ¿A que sí, Queen? – pregunta levantando la vista antes de volver a mirarme a mí. – Dice que sí.

– Seguro – me río.

– ¿Estás comiendo ya? – dice antes de empezar a moverse otra vez. – Ay, espera que me siento en el sofá, que me he cansado. Tengo la energía de una abuela, Albi, esto es lamentable.

– Natalia, tienes que descansar, ya no sé cómo decírtelo. Así no te vas a poner bien.

– ¡Si ya estoy bien! De verdad, solo estoy un poquito sin fuerzas, pero en cuanto te tenga aquí y te abrace por mil horas se me pasa – sonrío por lo mona que es y lo poco que le cuesta ablandarme.

Aprovecho que estoy sola y que Irene ha ido a comer a casa porque vive muy cerca para seguir haciendo videollamada con Natalia mientras comemos y así estar un ratito juntas dentro de lo que se puede.

Me pregunta por el trabajo y por cómo llevamos los proyectos, y yo le cuento todo mientras ella me hace un montón de preguntas sobre el tema, aunque intento no venirme arriba para no soltarle una chapa infinita. Por mucho que siempre me dice que no se aburre y que le interesa todo lo que le cuento, sé que hasta ella tiene un límite.

Cinco minutos me cuesta que me deje colgar cuando le digo que tengo que volver al trabajo no sin antes obligarle a que me prometa que va echarse la siesta para descansar. No me gusta la carita de agotamiento que tenía, aunque sepa que ya está bien no me fío del todo.

Irene vuelve al estudio al finalizar nuestra hora de comida y seguimos con lo que estábamos haciendo, que por suerte conseguimos acabar bastante antes de lo esperado. Mi compañera se queda encargada de darle el visto bueno final y enviarlo, y mientras tanto yo me voy a la otra sala del estudio a ponerme con otras cosas.

Cuando quedan unos quince minutos para que llegue la hora de poder marcharnos a casa, Irene me llama desde la otra sala.

– ¡Alba! ¡Ven a ayudarme con una cosa, porfa!

– ¡Vooooy!

Dejo lo que estoy haciendo y salgo para ver qué necesita, pero me quedo paralizada cuando entro y veo al lado de la puerta del estudio a Natalia de pie, mirándome con una sonrisa enorme escondida bajo la mascarilla y un ramo de flores en la mano.

– ¡NAT!

Me acerco corriendo abrazarla con fuerza mientras ella se ríe al ver mi reacción, rodeando mi cuerpo con su brazo en cuanto me choco contra ella y me agarro a su cuello de puntillas.

– Hola, mi amor.

Le aprieto más fuerte cuando escucho su susurro y así me quedo hasta que me doy cuenta de una cosa. Me separo un poco para poder mirarla a la cara, pero no la suelto.

– Nat. ¿Qué haces aquí? Que no puedes salir de casa todavía.

– Sí puedo. Me ha llamado el médico hace un par de horas y me ha dicho que ya está todo bien, que he dado negativo y que ya no puedo contagiar.

– ¿De verdad? – pregunto ilusionada por poder volver a casa un día antes de lo previsto.

– Sí, así que he venido a buscarte para darte una sorpresa.

Sonrío tanto que casi se me cierran los ojos. Me suelto de su cuello para pasar mis brazos por su cintura y volver a abrazarla con fuerza apoyándome en su pecho. Ella acaricia mi espalda hasta que me vuelvo a separar y me giro hacia Irene, que se ha quedado a un lado mirándonos con una sonrisa.

– ¿Te importa quedarte a cerrar tú? – le pregunto con cara de cachorrito y ella se ríe.

– ¿Te crees que por diez minutos te voy a hacer esperar? No seas tonta, marchaos a casa.

– ¡Gracias! – respondo y agarro de la mano de Natalia para tirar de ella hacia la salita de descanso. – Vamos a por mis cosas.

– Gracias Irene – le dice Natalia mientras pasamos a su lado.

– No es nada, me alegro de que estés mejor.

Le vuelve a dar las gracias, pero yo sigo tirando de ella para que me siga y recoger mis cosas lo más rápido posible para irnos a casa.

– Oye, Albi – me dice cuando entramos y la suelto para coger mi bolso y mi móvil, haciendo que la mire. – Son para ti.

Estira el brazo para darme las flores que tiene en la mano y yo las cojo derritiéndome de amor al fijarme en lo bonitos que son los claveles. Sabe que son mis flores favoritas.

– Son preciosas, cariño. Gracias.

Le doy otro abrazo intentando saciar la necesidad que tengo de estar cerca de ella, pero enseguida se separa de mí para quitarse la mascarilla mientras empieza a hablar.

– No sé si te has dado cuenta, – la deja sobre la mesa y me quita la mía – pero que ya no pueda contagiarte significa que puedes volver a darme besos, si te apetece, claro.

Sonrío dejando las flores con cuidado sobre la mesa y ando hacia a ella despacio, rodeando su cuello con mis brazos mientras susurro acercándome a sus labios.

– Pues a lo mejor si me apetece un poco.

– Eso era justo lo que quería oír – responde sonriendo antes de cerrar los ojos e inclinarse sobre mi boca.

Con el mismo cosquilleo en mi estómago que tenía las primeras veces que nos besamos, disfruto de sus labios mimando los míos como no lo han hecho en lo que a mí me ha parecido una eternidad. No sé cuanto tiempo nos quedamos así, pero me parece demasiado poco cuando ella se aparta.

– ¿Nos vamos a casa?

Asiento deseando teletransportarme para estar ya allí, pero no me queda otra que separarme de ella para guardar mis cosas en el bolso y poder salir. Con las flores en una mano y la otra agarrada a ella, salimos de la salita para marcharnos.

– Hasta el lunes, Irene – me despido al pasar por delante y ella nos sonríe.

– Adiós chicas.

Algo más de media hora más tarde, entramos por la puerta de casa agotadas por el paseo bajo el sol que nos hemos dado. Antes de nada vamos al baño a lavarnos, y al terminar me pongo de puntillas para darle un pico a Natalia.

– Voy a poner las flores en agua.

– Vale amor, voy a la habitación.

Busco un recipiente del tamaño adecuado y vuelvo a sonreír al ver lo bien que quedan en medio de la mesa del salón. Me dan ganas de volver a llenarle la carita de besos por el detalle, así que voy hacia nuestro cuarto a buscarla para hacerlo, encontrándomela tirada en la cama.

– ¿Estás muy cansada, cariño? – me preocupo al verla.

– Solo un poquito – sonríe para tranquilizarme.

– Es que a quién se le ocurre venir andando hasta el estudio con este calor.

– Quería que me diera un poco el aire después de tantos días encerrada, no esperaba que me fuera a costar tanto esfuerzo.

– Es que eres una cabezota que no descansa.

– Ven, dame fuerzas – me dice abriendo los brazos para que me tumbe a su lado y yo sonrío.

– Espera que me cambio, que hace mucho calor.

Me quito la camisa, me pongo una camiseta de tirantes y me cambio los pantalones que llevaba para trabajar por otros cortos más cómodos, y después me subo a la cama para acercarme a ella.

Me sujeto sobre mis brazos para no aplastarla y me inclino sobre sus labios para besarla con suavidad, empezando a recuperar todos los besos que nos hemos perdido. Ella me lo devuelve con ganas, llevando sus manos a mi espalda para hacer que me apoye sobre su cuerpo.

– Mmm – murmura antes de soltar definitivamente mis labios. – Sabía que eras la mejor medicina. Ya me encuentro mucho mejor.

Me río y soy incapaz de resistirme a besarla de nuevo, perdiendo la cuenta del tiempo que pasa hasta que dejamos de hacerlo y nos quedamos en silencio mientras ella me acaricia el pelo.

– Podría pasarme así toda la vida – susurra dejando un beso en mi pelo y yo me incorporo de su pecho para mirarla con una sonrisa.

– Pensaba que estabas aburrida de estar en la cama – ella niega.

– Estaba aburrida de estar en la cama sin ti.

Le acaricio con suavidad la mejilla mientras me mira como si fuera la primera vez que me ve y no puedo evitar enamorarme un poco más de ella.

– Pues eso se acabó.

– Menos mal, no era broma lo de que necesito recuperar fuerzas ni lo de que es más fácil si te puedo abrazar.

Sonrío por lo convencida que suena y empiezo a darle besos por la cara, bajando a su cuello y volviendo a subir sin tener suficiente de ella.

– Suerte que mañana es sábado y no tengo que ir a trabajar, podemos pasarnos así todo el finde.

– Me parece un planazo, yo ya no te suelto – dice apretándome fuerte contra ella y haciéndome reír.

– ¡Nat! Venga cariño, que solo han sido dos semanas sin vernos.

– Pues a mí me ha parecido como estar dos años sin abrazarte.

– Mira que te gusta ponerte dramática...

– ¿No me has echado ni un poquito de menos?

– ¿Yo? Ni me he enterado de que no nos hemos visto – busco picarla.

– Ah, pues entonces te puedes ir a casa de tu hermana a dormir.

De golpe me suelta y se da la vuelta para darme la espalda, haciendo que se me escapen un par de carcajadas por lo falsa que es.


NATALIA POV

Me muerdo la sonrisa al escucharla reír y me aguanto las ganas de darme la vuelta cuando se pega a mi cuerpo y desde atrás cuela una de sus manos por dentro de mi camiseta para colocarla sobre mi abdomen.

– Si no me das un beso en cinco segundos me voy de verdad a casa de Marina – susurra en mi oído muy bajito.

No me muevo y siento su sonrisa contra mi oreja a la vez que empieza a contar.

– 1...

Me besa en la mejilla y me acaricia con sus labios.

– 2...

Baja su boca hasta mi cuello dejando en él un suave mordisco.

– 3...

Me acaricia el abdomen con más intensidad, arañándome con sus cortas uñas y pegándose aún más a mi cuerpo.

– 4...

Me doy la vuelta de golpe haciendo que con el impulso ella caiga de espaldas en el colchón y me lanzo a besarla con todas las ganas que tengo, pero no me lo pone muy fácil porque no para de reírse por mi reacción.

La besuqueo por la cara aumentando su risa y esperando pacientemente a que se le pase para poder darle un beso en condiciones. Como siempre, la sonrisa que pone cuando me separo me recuerda una de las mil razones por las que estoy enamorada de ella.

– Te quiero más que a nada – susurro antes de unir mis labios a los suyos de nuevo. – Y me estaba ya desesperando por no poder besarte.

– Qué susto, pensaba que como has perdido el gusto estos días ya no ibas a querer mis besos – bromea.

– Para que dejen de gustarme tus besos tendría que perder la cabeza, mi amor.

Me aparto de su cuerpo y me tumbo a su lado sintiendo cansancio por el tonto forcejeo que hemos hecho, y ella se gira a acariciarme, sonriendo para intentar animarme.

– Oye, sí que estás blandengue.

Me agarra el brazo levantándolo para dejarlo caer de nuevo al colchón, riéndose al ver que ni siquiera intento hacer fuerza por sujetarlo en el aire.

– Albi, ¿me vas a querer si ya no tengo abdominales?

Ante mi fingida preocupación ella hace como que se lo piensa y se incorpora para sentarse sobre mis muslos. Me levanta la camiseta a la altura del pecho y resopla negando con la cabeza.

– A ver cómo te digo esto Nat...

Toquetea mi tripa con un dedo como si le diera asco y yo me río por las cosquillas que me hace. Cuando se está quieta se inclina sobre mi cuerpo y pega la boca a mi oreja.

– Yo a ti te voy a querer incluso si no te vuelvo a ver.

Sonrío cuando empieza a darme besos por el cuello y suspiro sintiéndome la persona más afortunada del mundo por tenerla en mi vida.

– Pues... yo no sé si puedo decir lo mismo – digo mientras cuelo las manos por dentro de su pantalón. – Hay cosas a las que no pienso renunciar.

Aprieto mi agarre en su culo haciendo que ella profundice un poco los besos por mi cuello antes de separarse para mirarme y susurrar sobre mis labios sonriendo por saber perfectamente que eso jamás pasará.

– ¿Ah, sí? Pues no va a ser eterno, Nat, así que aprovecha y tócame ahora que puedes.

Invade mi boca con su lengua en un beso lento que me deja fuera de juego por unos segundos, pero enseguida reacciono y se lo devuelvo aumentando la intensidad. Es increíble lo poco que nos hace falta para encaminar nuestros besos hacia algo más sexual, pero cuando hago el amago de girarnos para ponerme sobre ella, siento que me falta el aire más de lo normal en esta situación y de que no tengo fuerzas para que ella disfrute en condiciones.

Suelto sus labios y ella eleva la cabeza para mirarme y comprobar que todo va bien, y con todo el dolor de mi corazón yo niego con la cabeza y frunzo el ceño frustrada.

– ¿Cómo puedo tener tantísimas ganas de hacerte el amor y a la vez sentir que no voy a ser capaz ni de quitarte la ropa?

Alba suelta una carcajada al escucharme que acaba por romper el momento antes de que se nos vaya de las manos y se incorpora para que corra el aire entre nuestros cuerpos, quedándose sentada sobre mí y mirándome desde arriba con una enorme sonrisa.

– Creo que esta es la prueba definitiva de que de verdad has estado malita – se cachondea de mí.

– Hazme caso que sí, porque te tengo unas ganas...

La miro de arriba abajo con todo el hambre que tengo por comérmela, y cuando mis ojos vuelven a su cara veo cómo se muerde el labio mientras piensa en algo. Un par de segundos después se vuelve a tumbar sobre mí y se acerca a mi oído.

– Sabes que tú no tienes por qué hacerme nada, ¿verdad? Pero que tú no tengas fuerzas no quiere decir que yo no pueda devorarte, mi amor.

– Mmm... Albi... – casi caigo en la tentación cuando se pone a lamerme y morderme la oreja. – No, no, para. No quiero hacerlo así.

– Esta fuerza de voluntad es nueva – se ríe mientras se separa y se queda sentada otra vez sobre mi cadera, con las manos apoyadas en mi abdomen.

– No lo voy a disfrutar del todo si no puedo responderte con las mismas ganas. Eso sí, en cuanto descanse en condiciones este finde, prepárate porque la semana que viene vas a morir de las agujetas con las que te voy a dejar. Estás avisada – levanto el dedo a modo de advertencia y ella se ríe de mí.

– No amenaces tanto, morena, que luego no me duras nada.

– Será posible... – me quejo, aunque enseguida me lo pienso mejor. – A ver, que llevo dos semanas postrada en la cama cual inválida, igual esta vez sí que te resulta fácil acabar conmigo rápido.

– Vaya... Parece que al final vas admitir quién aguanta más.

– No, no, no. Esto no cuenta – me niego a ceder en nuestra estúpida competición de siempre. – Me llevas ventaja porque seguro que te has estado dando el gustazo tú sola estos días, y yo llego con las ganas acumuladas.

– ¿Quieres que te lo cuente? – se ofrece sonriendo con picardía.

– No, déjalo. Prefiero no pensar en esas cosas ahora.

Muevo los brazos con dramatismo negándome y haciendo que se vuelva a reír mientras se tumba sobre mí para llenarme la mejilla de besos de abuela. Más calmadas y dejando esa conversación a un lado, nos relajamos un rato hasta que Alba se levanta para ir a buscar algo para merendar.

Nos lo tomamos en la cama porque hemos decretado un fin de semana de los de no salir de ella para poder saciar parte de las ganas que teníamos de poder estar juntas. Al terminar, ella se encarga de recogerlo todo y al volver a la habitación me ve estirándome y suspirando de lo cansada que sigo. Espero que se me pase pronto esta sensación.

– Mi amor, ¿quieres que te dé un masaje? – me dice subiéndose a la cama de nuevo y yo sonrío por lo bonita que es.

– ¿Desde cuándo sabes dar masajes?

– No sé, pero lo puedo intentar. Va, túmbate.

– ¿Seguro?

– Que sí, venga. Peor no te voy a dejar.

– Qué ánimos, Albi – me río colocándome bocabajo en mitad de la cama.

Ella pasa una de sus piernas al otro lado para sentarse sobre mí y tira de mi camiseta para subirla hasta que yo me la quito.

– Hay que ver lo que inventas con tal de dejarme desnuda – bromeo.

– Eres tontísima Nat.

Deja un par de besos en lo alto de mi espalda y yo me cruzo de brazos para apoyar la cabeza en ellos cuando empieza a acariciarme con cuidado. Cierro los ojos para disfrutar de la suavidad con la que recorre mi piel, hasta que este momento lleva mi mente a otro lugar y se me escapa una pequeña risa.

– ¿Qué te pasa? – pregunta Alba dejándome notar la sonrisa en su voz.

– Nada. ¿Te acuerdas de la primera vez que nos acostamos?

Se ríe al entender por dónde van mis pensamientos.

– Claro que me acuerdo – se agacha para acercarse a mi oído. – El peor masaje que me han dado en mi vida.

– Ya, bueno. El masaje no era el propósito real – confieso riéndome.

– ¿No me digas? Y yo que pensaba que te metiste en mi cama porque era más cómoda que la tuya – se incorpora de nuevo y sigue con sus caricias por mi piel.

– Te juro que nunca he tenido tantas ganas de estar con alguien como cuando empecé a tocarte.

– ¿Y yo? ¿Tú sabes cómo me tenías?

– Lo comprobé después – vuelvo a reír al recordar el momento. – La alegría que me entró cuando me dijiste que si estaba cachonda. No, no, ¿cómo era?

– Que cuánto te ibas a asustar si te decía que me estaba poniendo cachonda.

– Eso. Joder, cuando me di cuenta de que podíamos a acabar como tanto quería y de que no iba a tener que darme una ducha de agua helada casi me da algo.

– Pero cómo querías que acabáramos si llevábamos unos días sin dejar de provocarnos, mucho estábamos tardando.

– Vaya par de pavas – sonrío y sin mirar sé que ella también lo hace.

Unos segundos de silencio después, en los que ella no abandona sus agradables cosquillitas que de vez en cuando acompaña con pequeños besos, vuelvo a hablar.

– Albi, ¿te acuerdas de la primera vez que hablaste con Ici?

– ¿La primera, primera? Mmm... no sé.

– Un día en la terraza del otro piso.

– No sé, Nat. Hace mucho, no me acuerdo.

– Bueno, da igual. Es que tú no lo sabes, pero ese día fue la primera vez que le conté lo nuestro, y por eso tenía tantas ganas de verte y hablar contigo.

– ¿Sí?

– Sí. Fue la primera vez que me entraron dudas de si era solo sexo para mí o me gustabas de verdad, y sé lo conté a Ici para que me ayudara.

– ¿Y qué te dijo?

– Que dudar era la primera señal de que sí – ambas nos reímos ligeramente.

– Bueno, razón no le faltaba, ¿no?

– No, la verdad es que no. ¿Sabes cuál fue su gran consejo para los días en los que me comiera la cabeza por eso? Que folláramos – ella se ríe con fuerza. – Sí, sí. Que si lo que quería es que solo fuera sexo y algún día tenía dudas, pues que folláramos para recordármelo.

– Qué grande Ici – dice entre risas, hasta que se le pasan y sigue hablando. – Nunca me habías contado eso – yo me encojo de hombros porque tampoco me parecía importante.

Se revuelve a mi espalda y se acomoda sobre ella para estar más cerca, empezando a usar sus labios para acariciarme con calma mientras es ahora ella la que decide compartir algo conmigo.

– En realidad lo de follar no era tan mal consejo.

– Claro, tú encantada – respondo riéndome.

– No tonta, no lo digo por eso. ¿Te crees que tú eras la única que por aquel entonces ya dudaba de sus sentimientos? Pues no. Yo un día me desperté acojonada porque había soñado que hacíamos el amor, pero que lo hacíamos en plan bonito, Nat, en plan enamoradas.

– ¿Y te acojonaste? Pues sí que te tenía en el bote – protesto.

– Sí, me asusté porque parecía tan real y lo disfruté tanto que al despertarme estaba súper confusa. ¿Y sabes qué hice? Fui a tu habitación a despertarte para que me follaras a lo bruto y convencerme de que no sentía nada más allá de placer sexual – confiesa bajito y rápido apoyándose sobre mi espalda como si le diera vergüenza.

– No te creo – me entra la risa. – ¿Me utilizaste?

– No estoy orgullosa, eh, pero tenía la cabeza hecha un lío.

– Ahhh ya me acuerdo. ¿Es el sueño aquel que te reté a que me contaras por audio para guardarlo?

– Sí, ese. Encima luego se lo conté a Marina y la tonta comiéndome la cabeza para que me dejara llevar.

– Mini Reche siempre en mi equipo, claro que sí. La cuñi que me merezco.

– Idiota – me da un golpecito en el hombro y luego lo besa con amor.

Vuelve a sentarse bien para continuar su masaje.

– Me parece increíble que las dos pasáramos por lo mismo más o menos a la par, que nos sintiéramos igual sin saberlo.

– Supongo que de no ser así no habría funcionado.

– No, supongo que no – me quedo pensando en aquellos días del principio. – De todas formas, no te creas que a mí me costó mucho más darme cuenta de que estaba coladita por ti. El día que me contaste lo que significaba tu tatuaje del corazón roto y todo lo que te había pasado, ese día yo ya estaba perdidísima.

– Para mí fue un día muy importante también. La manera en la que me trataste y reaccionaste, y todo lo que me dijiste... No sabía que me iba a sentir tan bien compartiéndolo con alguien. Me alegro mucho de que me atreviese contigo.

– Y yo, mi amor.

Estiro mi brazo hacia atrás para agarrar su mano y llevármela a la boca para darle un beso que ella me devuelve multiplicado por cinco a lo largo de mi espalda.

– Reconozco que me costó un poco, – retoma la conversación – pero no tardé mucho más en darme cuenta de que lo que sentía por ti era mucho más de lo que quería admitir.

Sonrío contra la almohada porque eso me hace recordar algo.

– No sé cuándo tuviste tu gran revelación, cariño, pero te aseguro que llegó un momento en el que yo sabía que lo mío no eran alucinaciones, estaba segura que mis sentimientos eran recíprocos.

– ¿Cómo no lo iban a ser? Si eres irresistible – bromea inclinándose a besuquear mi mejilla.

– Oye no te rías, que es verdad. ¿Te acuerdas de aquel día que Julia nos convenció para dormir en la terraza? Pues esa noche supe que yo te gustaba más allá del sexo que teníamos, aunque también supe que intentabas resistirte mucho más de lo que yo lo hacía, que por aquel entonces ya era nada.

– O sea, que tú sabías incluso antes que yo misma que me gustabas – yo asiento y ella suspira. – En verdad puede ser que sí, porque a mí me costó un poco.

– Si es que eres una cabezota, mi amor.

– Oye, pero no tanto, ehh – se enfada. – Que yo también lo tuve muy claro después.

– Sí, sí, clarísimo – la pico y sus caricias se detienen.

– Pues sí lista.

– ¿Y eso cuándo fue?

Se baja de mi espalda y yo me doy la vuelta para incorporarme, poniéndome la camiseta de nuevo y dando por terminado el masaje.

– ¿Te acuerdas la primera vez que nos duchamos juntas?

– Sí, menudo polvazo – sonrío rodando los ojos y exagerando el gesto de placer.

– No, idiota. La primera vez que solo nos duchamos, sin hacerlo. Cuando te pinté la espalda.

– Sí, claro que me acuerdo, estaba nerviosísima. Sabía lo que significaba para ti y solo pensaba no la cagues, no la cagues, no la cagues.

– ¿En serio? – se ríe acercándose para sentarse a horcajadas sobre mí, abrazándose a mi cuello. – ¿Pero cómo la ibas a cagar por ducharnos juntas?

– Yo qué sé, me parecía un momento importante.

– Bueno, da igual. El caso es que ese día yo estaba un poco blandita no me acuerdo por qué, y estábamos tiradas en el sofá y tú me estabas intentando animar.

– ¿Y qué hacía? – pregunto sin acordarme del momento.

– Estabas dibujando cosas en un papel, tonterías, y de repente hiciste un dibujo súper guay y yo te pregunté por qué llevabas una hora dibujando chorradas si en realidad pintabas así de bien.

– ¿Y yo qué dije?

– Que era porque llevabas una hora haciéndome reír.

Ambas sonreímos mirándonos de cerca, pero es ella la que sigue hablando.

– En ese momento me di cuenta de que por mucho que yo no quisiera sentir nada por nadie, no había nada que pudiera hacer, porque ya lo sentía todo por ti.

No sé qué decir ante todo el amor que desprenden sus ojos, así que simplemente me inclino hacia delante para atrapar sus labios entre los míos y la beso hasta quedarme sin aire.

– Te quiero – decimos a la vez provocándonos una sonrisa mutua.

Volvemos a besarnos, dejando que el beso vaya a menos hasta que acaba en picos que se entremezclan con sonrisas.

– ¿Sabes qué, Albi? – digo y ella empieza a acariciar el pelo de mi nuca. – Hablando de cómo empezamos y de todo lo qué pasó, me he dado cuenta de que tú y yo probablemente tuvimos la mejor cuarentena de todas las cuarentenas del mundo.

– Bueno, no sé tú, pero yo salí de ella con la mejor novia del mundo, así que no me puedo quejar.

– Yo sí que tengo la mejor novia del mundo – le robo un beso. – Aunque lo mío me costó, ehh. Lo que tuve que remar, hay que fastidiarse.

– ¿Por qué lo dices como si yo no hubiera hecho nada? – sonríe.

– Bueno a las pruebas me remito. ¿Has escuchado todo lo que acabamos de decir? Si no llega a ser por mí... – la pico al instante.

– ¡Pero bueno! – se baja de mi regazo y se pone de rodillas en la cama frente a mí, mirándome con los brazos cruzados. – Yo remé por lo nuestro lo mismo o más que tú.

– No te piques, mi amor, si lo importante es que nos queremos mucho las dos.

– ¿Sabes qué pasa? Que tú eres una chulita a la que le encanta presumir, yo soy más humilde.

– No sé, Albi. Si quieres pensar eso...

– Muy bien. ¿Quieres que te cuente una cosa que no sabes?

– ¿El qué? – pregunto confusa por la sonrisa que está intentando contener.

– ¿Seguro que quieres que te lo cuente? Va a hacer un agujero enorme en tu ego, por algo me lo he guardado todo este tiempo.

– Ahora me estás asustando – respondo y ella se empieza a reír acercándose de nuevo a mí.

– ¿Te acuerdas de nuestra primera cita?

– Claro que me acuerdo de nuestra primera cita. Me pediste que fuera tu novia, fue la mejor cita de la historia de las citas – le hago un poco la pelota por si acaso, no estoy segura de lo que va a decir.

– Sí, pero no digo el día de la cita, digo el día en el que me la pediste.

– ¿A qué te refieres? – me pongo nerviosa por la sonrisa que no se le quita y ella se muerde el labio antes de volver a hablar.

– Era tu premio por haber cumplido el reto aquel de no tocarme durante todo un día. ¿Te acuerdas?

– Sí, ¿y?

– Mi amor, que sé que no lo conseguiste.

– ¿Cómo?

– Cuando estábamos en el sofá y creías que me estaba echando la siesta no dejaste de acariciarme y hacerme cosquillitas por el brazo.

– ¿Qué dices? Eso lo habrías soñado – me hago la loca y ella se empieza a reír.

– Nat, que ni siquiera estaba dormida.

– ¿Te enteraste? – confieso con cara de pena como si fuera el delito más grave del mundo y ella asiente abrazándome del cuello otra vez. – ¿De verdad? – insisto haciéndola reír.

– Eres monísima – se ríe dándome besos.

– ¡Albi! No me puedo creer que lo supieras desde el principio y yo haciendo como que no. ¡Qué ridículo! – se ríe más fuerte. – Madre mía, yo chuleándome por haberlo conseguido y tú riéndote de mí sin que yo lo supiera.

– Oye que yo no me reía de ti. Me pareció adorable que no te resistieras a darme mimos mientras yo supuestamente dormía.

– ¿Por qué no me dijiste nada?

– Pensaba hacerlo, pero luego me pediste una cita y sentí que eso me apetecía más que ganar un estúpido juego.

Su sonrisa provoca la mía y me apoyo en el cabecero cuando me vuelve a besar, derritiéndome de amor cuando me agarra las mejillas y me mira como si no se creyera la suerte que tiene de poder besarme. Yo bajo las manos de su cintura a sus muslos que rodean mi cadera y con suavidad voy haciendo circulitos sobre su piel.

– ¿Te das cuenta de todo lo que nos dio de sí la cuarentena? – dice unos segundos después y yo sonrío al pensarlo.

– Más de lo que hubiera imaginado. Es una historia curiosa la tuya y la mía, ¿no crees?

– La verdad es que sí, podríamos escribir un libro con ella. ¿Crees que a la gente le gustaría?

– Prefiero pensar que sí.

– Pero nos saltamos las partes indecentes, ehh – se acerca para susurrarme como si fuera un secreto. – Las guarradas que queden entre tú y yo.

– Vale, lo hacemos family friendly – acepto entre risas.

Me acaricia la nuca mientras me besa de nuevo y siento que no voy a tener suficiente nunca porque cada vez es como besarla por primera vez. Me acaricia la nariz con la suya justo antes de separarse para volver a hablar.

– Ha pasado un año y pico y todavía me parece que fue ayer cuando nos conocimos.

– Lo sé, parece mentira. ¿Crees que podemos contar un año y pico de verdad? Con todo lo que hemos estado separadas...

– Pues claro. No se cuenta el tiempo que hemos compartido espacio, se cuenta el tiempo que nos hemos querido.

– ¿El tiempo que nos hemos querido o lo que nos hemos querido en ese tiempo? Porque si es la segunda te aseguro que por mi parte llevamos juntas como cien vidas.

Su sonrisa pasa a ocupar la mitad de su cara y sus ojos se convierten en dos pequeñas rayas, lo que provoca que se me acelere el corazón al pensar en hacerla así de feliz durante mucho tiempo.

– Si me sonríes así van a tener que ser ciento cincuenta.

Entre los mil besos que nos damos, los mil abrazos, las mil carantoñas y las mil bromas con las que nos picamos, no nos damos cuenta de lo tarde que se nos hace hasta que Alba se levanta para ir a hacer la cena. Yo aprovecho que se ofrece a cocinar ella para darme una ducha rápida que acaba por no ser tan rápida de lo a gusto que estoy bajo el agua, y a la que salgo me visto y voy a la cocina.

– Bebuuuu, la mejor – digo al abrazarla por detrás y ver que está haciendo macarrones con tomatico.

Se ríe mientras acaba de servir los platos y después se gira y me roba un beso.

– Justo a tiempo.

Nos sentamos en la mesa y me relamo al ver la buena pinta que tiene la cena.

– Mi plato favorito para cenar y volver a dormir contigo. Creo que mañana me voy a despertar como nueva – le digo empezando a comer.

– De eso se trata, cariño. Ya que no te he podido cuidar todos estos días, al menos te ayudo a recuperarte del todo.

Cenamos tranquilamente y al terminar, propongo ver una película, pero Alba ha madrugado y le apetece irse a la cama, así que ante su negativa a mi ayuda para recoger, me preparo para irme a dormir y me voy a la cama a esperarla.

Respondo unos mensajes de esta tarde que ni había visto y al dejar el móvil sobre la mesilla, me inclino para abrir el último cajón y sacar lo que tengo ahí guardado.

– ¿Qué ves, mi amor? – pregunta Alba cuando llega al cuarto y me ve con un montón de papeles encima de la cama.

– Es que después de lo de esta tarde me he puesto nostálgica y estoy viendo todos los dibujos que me has hecho.

Se coloca de rodillas a mi espalda y me abraza mientras voy pasando las hojas.

– ¿Por qué guardas ese? – se ríe al ver uno que no está ni acabado.

– Porque me gusta.

– Pero si es una mierda, Nat.

– ¡Qué dices! ¿Eres tonta? – protesto y ella se ríe más.

– Nat, hay otros muchos mejores.

– Bueno, pero a mí me gusta guardarlos todos.

– Tienes un poco de síndrome de Diógenes.

– Tengo síndrome de estar enamorada, pero tú no sabes lo que es eso.

– Pero serás...

Aprieta más su abrazo y empieza a llenarme la cara de besos, haciendo que me caiga de lado en el colchón mientras ella me aplasta. Entre que no tengo fuerza y que me está haciendo reír, tengo que suplicar que pare porque no puedo con ella.

– ¡Alba! Cuidado con los dibujos que los rompes. Para, por favor.

Unos segundos después se está quieta y volvemos a colocarnos como antes entra risas.

– ¿Sabes la cantidad de audios que tengo de ti cantando? – susurra en mi oído y yo encojo el cuello sonriendo porque me hace cosquillas. – Hasta cuando cantas en la ducha.

– Pues entonces por qué te sorprende que yo guarde todos tus dibujos.

No responde y seguimos viéndolos hasta que llegamos al primero que me hizo.

– Este es mi favorito. Te pedí que me dibujaras la foto que nos hicimos. ¿Te acuerdas?

– Me encantan esas fotos, aún las tengo.

– ¿Sí?

– Claro. Son nuestras primeras fotos juntas, las tengo todas.

– Yo también.

A la vez, ambas nos giramos hacia el trozo de pared en nuestro cuarto donde tenemos algunas fotos colgadas, entre las que se encuentra una de aquellas primeras que nos hicimos estando tiradas en el sofá, justo la que corresponde al dibujo.

– Venga, vamos a dormir – me dice Alba dándome un último beso en la mejilla y separándose de mí.

Guardamos todos los folios en la carpeta de nuevo y se la doy para que la meta en el cajón, pero al hacerlo saca la otra cosa que guardo con cariño junto a los dibujos.

– ¿Desde cuándo está esto aquí? – me pregunta sonriendo y estirando la camiseta para verla.

– Desde siempre. ¿Dónde quieres que la guarde?

– No sabía que aún la conservabas.

– Sigo siendo la fan nº1 de Alba Reche, oficial. No sé por qué no iba a tenerla.

Vuelve a guardar en su sitio esa camiseta que pinté de manera bastante cutre para demostrarle lo mucho que me gusta su arte un día que nos habíamos enfadado y que ya no recuerdo por qué. Después se sube a la cama, me da unos cuántos besos de buenas noches y apaga la luz, acurrucándose contra mí, pero dándome la espalda para que la abrace.

Rodeo su cintura y la pego a mi cuerpo disfrutando por fin de la sensación de tenerla a mi lado al dormir.

– Albi – la llamo al cabo de un rato esperando que aún no se haya dormido.

– Dime.

– Con todo lo que hemos recordado hoy de cuando empezamos me he puesto a pensar y me he dado cuenta de que no te he dicho cuál es mi recuerdo favorito.

Se gira entre mis brazos para mirarme y a pesar de la oscuridad puedo distinguir perfectamente el brillo de sus ojos.

– El día que me dijiste qué era lo que más te gustaba de mí.

Ella sonríe porque no le hace falta que le recuerde lo que es.

– Tu forma de quererme – asiento notando la misma taquicardia en el corazón que cuando me lo dijo aquella vez. – Lo sigue siendo, Nat. Siempre lo va a ser.

Cierro los ojos y me inclino para dejar un beso en su flequillo desordenado, notando de cerca el suspiro que suelta cuando lo hago.

– Vale, porque me da igual lo que nos pase en la vida, no voy a dejar de quererte así.


-------------------------------------------------------------

Este iba a ser un capítulo muy diferente, pero me he puesto blandita y ha acabado siendo un mini remember de la historia. El efecto share lo llamo. Espero que os haya gustado.

Lo siguiente será el epílogo para ponerle el punto final definitivo a Cuarentena, pero igual pasan mil días hasta que lo escriba, tenedme paciencia :)

Continuer la Lecture

Vous Aimerez Aussi

61.1K 3.3K 34
Miriam y Mimi se reencontrarán en un contexto muy especial después de un largo tiempo sin verse después de todo lo que sucedió aquella última noche d...
3.9M 522K 49
Kim TaeHyung le pide a Jeon JungKook que sea su novio. Aunque el pelinegro está catalogado como la peor pareja del Instituto, decide no rendirse. ...
147K 20K 21
Viajar al Amazonas a pesar de su disgusto le abrió los ojos para darse cuenta que al final... Todavía no era verdaderamente libre. . . . No. 1 en #t...
7.2K 551 6
[Historia corta] En el despertar grisáceo de Madrid pueden aparecer sensaciones difíciles de explicar, más aún cuando las afectadas no pueden verse...