La Sexta Fase. [Camren]

ShaneGR

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¿Alguien ha oído hablar del modelo de Kübler-Ross? Sí, el de las cinco fases del dolor; ya saben: negación, i... Еще

Prologo.
Capitulo I: Antes de que todo empezara.
Capitulo III: Ira.
NOTA
Capitulo IV: Negociación.
Capitulo V: Depresión.
Capitulo VI: Aceptación.
CONFUSIÓN. Capitulo I: Posguerra.
Capitulo II: Cañonazo
Capitulo III: Redención.
Capitulo IV: Transición.
Capitulo V: Encontronazo.
Capitulo VI: Alianza.
Capitulo VII: GLORIA. (Final)
Hola (?)

Capitulo II: Negación.

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ShaneGR

Camila tenía una cita. ¡Pues perfecto! Que hiciera lo que le viniera en gana, que se fugara a París con él y tuviera cinco hijos franco-cubanos que se llamaran Piére, François, Roquefort, Emmenthal y Baguette. De verdad, dejarme plantada el viernes por la noche para quedar con no sé qué idiota. Encima estaba tan alegre maquillándose frente a su espejo rosa, sobre la pared rosa, y la alfombra rosa y todas las m.alditas cosas rosas que me rodeaban, incluso la estúpida cama sobre la que estaba sentada mirándola como una pelot*uda.

-¿Y quién es el idiota con el que vas a salir?

-No seas maleducada, ni lo conoces. Es de clase.

-Oh, futuro psicólogo. Qué bonito, tal para cual. –Musité sabiendo que ella podía oírme. Se limitó a mirarme a través del reflejo con aquellos ojos chocolates suyos y a negar con la cabeza mientras sonreía.

-¿Y cómo se llama el caballero?

-Adolph. –Sonrió al decir su nombre.

-¿Como Hitler? –Exclamé haciendo que mi voz se agudizara. –No lo hagas, Camzi. Invadirá Polonia, y luego Francia y te obligará a suicidarte con una pastilla de cianuro. No salgas con él, quédate y vemos una peli. La que tú quieras, aunque sea la cosa más triste del mundo. –Ella sonrió otra vez y terminó de retocarse las pestañas, poniéndose de pie y quitándose el pantaloncito de algodón, haciéndolo descender lentamente por sus piernas hasta sus tobillos, y luego doblándolo para ponerlo junto a mí. Estaba mirándome a los ojos y no tenía pantalones.

Respira.

-¿Por qué eres tan grosera? Es un chico genial, educado y guapo.

-¡Es que a ti solo te gustan los imbéciles, Camz!

-Y a ti solo te gustan las locas posesivas.

-Pero ahora estamos hablando de ti. –Ladeé la cabeza y arqueé las cejas viendo como ella se sacaba la camisa, desabotonando de abajo hacia arriba mientras me miraba a los ojos. Lo hacía tan lentamente que podía ver sus dedos acariciando el borde de los botones para pasarlos por el ojal, uno a uno, su abdomen se iba descubriendo, reluciendo, suave, liso, me gustaría pasar mi mano sobre él. ¡Oye! Que Camila es tu amiga, no pienses tonterías.

-No te preocupes, pienso ir despacio con él. Así que volveré temprano.

-¿Eso quiere decir que no vas a tirártelo hoy?

-Quiere decir exactamente eso. –Desplegó los hombros como si fueran alas, exponiendo su sujetador negro ante mí. Era cierto, tenía las tetas más grandes de lo normal. –Así que si quieres, cuando termines de follarte a la loca de tu novia, puedes pasarte por aquí y te cuento qué tal ha ido, pedimos una pizza o algo y te quedas.

-Me quedo… -Medité. Ese había sido nuestro viernes desde que habíamos empezado a ser amigas

prácticamente. Veíamos alguna película romanticona, comíamos pizza, tomábamos helado de fresa, **** asco, y nos íbamos a dormir. Era viernes, así que no me tocaba dormir en el sofá, sino en su enorme colchón matrimonial, cómodo y RECTO. No quería saber por qué, pero aquella idea me entusiasmaba en exceso. –Claro. Tú llámame cuando te vuelvas, yo llamo a Austin para que traiga la pizza.

-Súper. –Respondió algo indiferente, revolviendo en su armario y dándome la espalda. Y qué espalda. Tenía la sombra de la columna que parecía pintada, los hombros hacia atrás, como era ella siempre, tan elegante, tan correcta. -¿Rojo o negro? –Me preguntó asiendo los dos vestidos, uno a cada lado del cuerpo.

-El que tú quieras. –Dije echándome sobre la cama.

-Ay, qué poco te importo. No me ayudas en nada.

-Cállate. –Repuse con una sonrisa, sabiendo que le molestaría.

-Cállate tú. –Se coló entre el vestido rojo, con escote en la espalda y lo ciño a su cintura y a sus piernas.

-¿Por qué no vas desnuda? Si no te viola nada más verte, es el hombre de tu vida.

-Súbeme la cremallera. –Contestó. –Y deja de decir pelotudeces. –Ordenó dándome otra vez la espalda. Yo contemplaba su piel más que conocida. Pero esa vez se me hacía tan irresistible, quería recorrerla con los dedos. Oh, no, no hagas eso Camzi, no te pongas el pelo a un lado del hombro y gires la cabeza hacia mí para mirarme. Qué guapa eres. ¡Jauregui! ¡Cállate! ¿Qué demonios haces?

-Ya está, mocosa. –Y volví a dejarme caer sobre su cama, retorciéndome y desordenándola, revolviendo el cubrecama con rabia.

-¡¿Qué haces?! –Me riñó mientras me golpeaba las piernas. -¡Ya mismo estás volviendo a acomodarla!

-Ya mismo estás volviendo a acomodarla. –Repetí en tono burlón.

-¡Jauregui!

-Me gusta cómo suena mi apellido en tu boca, Camzi. Repítelo. –Le dije sensualmente a modo de broma.

Ella inevitablemente esbozó una sonrisa y puso los brazos en jarra.

-Ordena mi cama, y después te llamaré como quieras. –Respondió de forma sugerente. Si me lo pedía así, era capaz de vender a Austin para comprarle un pony. Aunque ella ya tenía caballos de verdad en su casa de campo, no sé qué haría con una yegua enana. Volvió a caminar a su armario para buscar un par de zapatos a juego con ese vestido rojo que le aprisionaba las piernas como una falda de tubo y exhibía su trasero como el tesoro que era. Cuando se agachó para ponérselos, tuve un primer plano de él y sentí ganas de extender las manos para agarrarlo.

-¿Qué tal estoy? –Se irguió y se dio la vuelta, mirándome con expectación.

-Si no vas a tirártelo hoy, harás que le dé un aneurisma de abstinencia. O que le explote el pene violentamente.

-Gracias. Supongo. –Añadió sonriendo. Entonces mi móvil empezó a vibrar dentro de mi bolsillo y por un segundo pensé que era mi lívido reclamándome que la poseyera.

-Sí. –Respondí mientras Camila me miraba.

-¿Vienes esta noche? –Preguntó Lyuba.

-Sí. Pero me voy pronto.

-Oh, ¿a casa de Camila, para variar? –Interrogó cínicamente.

-¿Otra vez con lo mismo?

-Creo que tienes un problema con esa chica.

-Oye, si quieres que vaya esa no es la mejor forma de convencerme.

-Pues ven, que estoy cachonda y no quiero enfadarme antes de follar. Ya cuando te vayas te gritaré un poco.

-Lo conveniente sería que me gritaras mientras follamos y no después. –Camz se giró y me miró mientras sonreía.

-¿Vas a tardar mucho? Porque si es así puedes ahorrarte el paseo, que yo tengo mis métodos para satisfacerme.

-Claro, haz lo que quieras. Pero creo que será raro si te pones a gritarle al consolador cuando acabes. -Camz soltó una pequeña risita.

-No tardes. –Ordenó antes de colgar.

-Ay, el amor. –Suspiré.

-Me voy ya, ¿bajas conmigo?

-Claro. –Respondí desganada. No me apetecía en absoluto dejarla ir con Hitler a donde sea que fueran, y que él la viera así de guapa, se enamoraran, tuvieran hijos franceses y todo eso. Pero qué más me daban a mí los líos de Camila. Al fin y al cabo esta noche volverá a casa conmigo y dormirá conmigo, no con él.

¡Por Dios! ¡Que alguien me explique qué demonios me pasa!

-Nos vemos más tarde. –Sonrió besando mi mejilla. Ay, electricidad en toda mi maldita cara. ¿Qué tenía aquel beso? El olor de su pelo, la suavidad de sus labios. –Pórtate bien.

-Sí y tú no manches ese bonito vestido con trozos de pene explotado. –Ella rio y se alejó caminando como Audrey Hepburn por la oscura calle.

Lyuba me gritó un poco antes de que me marchara. Pero así funcionaban las cosas con ella; era un poco pasivo-agresiva. Me daba azotes en el culo a veces, cosa que me incomodaba terriblemente, pero no iba a renunciar a aquella rubia despampanante solo por algunos ataques de histeria casuales FRECUENTES, sí, ataques de histeria frecuentes. El sexo era bestial.

Bueno, eran las doce y Camz aún no había llamado, y yo no pensaba quedarme en casa de Lyuba para que me gritara y después me obligara a empotrarla contra la pared mientras me ordenaba a gritos que “la rompiera”. Sí, era algo raro y muy poco excitante. Pero omitiendo eso, el resto era genial.

-¿Sigues trabajando? –Le pregunté a Austin por teléfono.

-Estoy colgando la moto y aparcando el uniforme.

-¿Estás intentando ser gracioso?

-Sí. –Rio.

-Pues pareces idiota.

-¿Qué te pasa?

-Estoy en la puerta de casa de Lyuba, tengo que ir a casa de Camz, pero más tarde.

-Voy a recogerte.

-Y trae una pizza, le dije a Camz que yo la llevaría.

-Pero para cuando se la vaya a comer ella ya estará fría.

-Pues que se joda.

-¿Qué ha pasado?

-Nada, tú solo ven.

Austin se acercó aminorando la velocidad de la moto y yo caminé hacia él para subirme, sin casco, porque así hacemos las cosas en mi barrio. En realidad no. Es solo que es muy tarde y la policía no se pone tan toca-pelotas. Nos sentamos en un banco del parque que estaba dentro del bloque de Camz. Yo miraba al suelo, sin saber cómo empezar a decirlo realmente.

-¿Y a dónde ha ido Camilika? –Él me invitó a un cigarrillo que acepté decididamente.

-Tenía una cita con un idiota que se llama como Hitler. –Repuse desanimada con el cigarrillo ya prendido entre los labios. Él me miró, encorvado, al igual que yo, con los codos sobre las rodillas.

-¿Te gusta Camila? –Yo fruncí el ceño y lo miré.

-Pero, ¿qué dices? ¿Cómo va a gustarme Camz?

-Es que pareces, no sé, ¿cuál es la palabra? Ah, sí. CELOSA.

-No estoy celosa, es solo que el tipo es un imbécil.

-¿Lo conoces?

-No, pero a Camz solo le entran imbéciles.

-Yo le entré.

-Lo sé. –Él me miró serio y con los labios fruncidos.

-Tú estás enamorada de Camila.

-Que no. No seas tonto.

-¿Y por qué te molesta que tenga una cita?

-Pues porque… Porque sí. ¡No puedo estar enamorada de Camz! –Me quejé. Él se rio.

-¿Por qué no? Pasas mucho tiempo con ella, el roce hace el cariño.

-Que no, no funciona así. La conozco desde los dieciséis años y nunca me había sentido así, queriendo acariciarla, besarla, abrazarla. Poniéndome nerviosa si se acerca a mí, sintiendo cosquillas en el estómago cuando me mira. ¡No puede ser! ¡Debe de ser la falta de sexo!

-Jauregui, acabas de follar hace quince minutos.

-¡Lo sé! ¡Pero debe de haber una explicación! ¡Esto no puede ser! Es solo que últimamente está tan guapa, tan cariñosa, tan… ¡ay!

-Ella siempre está igual. Eres tú la que se está volviendo loca. –Mi móvil empezó a sonar otra vez. Vi el nombre de Camzi en la pantalla y me derretí un poco por dentro, estaba impaciente porque llegara.

-Dime. –Quise ocultar mi emoción.

-¿Saliste ya de la casita del terror?

-Sí.

-¿Estás en casa?

-No, es muy tarde para tocar el timbre. No quiero que Dinah me odie más de lo que ya lo hace.

-Hay una llave sobre el marco de la puerta, puedes entrar sin llamar. Y si no te hubieras tirado

descaradamente a su amiga y después hubieras ignorado descaradamente sus llamadas, probablemente le caerías un poco mejor.

-Era una pesada, Camz. Me llamaba “pastelito”. –Ella empezó a reír al otro lado del teléfono.

-Bueno, ve a casa, yo llego en diez minutos.

-Okey.

-Un beso. -¡Oh, sí! ¡Un beso! Colgó, Austin me miró.

-Tienes cara de sexo.

-¿Cara de sexo?

-Sí, esa cara de felicidad que se le pone a la gente cuando acaba de tener sexo.

-Acabo de tener sexo con Lyuba.

-No. Acabas de hablar por teléfono con Camila.

Subí ansiosa al apartamento y entré con la llave que estaba sobre el marco. Todo estaba a oscuras y caminé lentamente hasta la cocina, intentando hacer el menor ruido posible. Las chicas dormían escaleras arriba y lo último que esperaba era ver a Dinah mirándome con odio. Así que aguardé, sin luz y apoyada sobre la pequeña mesa que había frente al horno a que Camz llegara. Y oí cómo abría la puerta, se descalzaba en la entrada y caminaba hacia donde yo estaba con el mismo sigilo que yo lo había hecho hacía un rato. La vi aparecer, más bien vi su negra silueta desplazarse con cuidado.

-Camzi. –Le susurré, pero ni eso impidió que, al oírme, soltara un grito de pánico y saltara. –Eh, eh, que soy yo. –Me apresuré a decirle mientras encendía la luz y me acercaba a ella, que me miraba con pánico y una mano sobre el pecho.

-¡¿QUÉ DEMONIOS HACÍAS SENTADA A OSCURAS EN LA COCINA?! ¡**** PSICÓPATA! –Susurró exasperada. -¡Me acabas de dar un susto de muerte!

-Lo siento, -dije calmándola. –no quería despertar a nadie. Ella respiró y se relajó, caminando hacia la mesa sobre la cual estaba la pizza y sentándose frente a ella. Yo la seguí, sin decir nada, algo culpable y temerosa porque se hubiera enfadado. Ella abrió la caja después de dejar el bolso colgado de la silla.

-Está algo fría.

-No importa. –Sonrió. –La ponemos en el microondas y ya. –Trajo un plato y depositó tres de los seis trozos sobre él para llevarlos a calentar. -¿Qué tal te ha ido? –Preguntó chupándose el dedo pulgar, sobre el que le había quedado algo de salsa, y luego sacudiéndose las manos una contra la otra. Me quejé en mi mente. ¿Por qué demonios tenía que ser tan sexy?

-Bien. ¿Y a ti? No traes trozos de pene por encima, así que supongo que bien también.

-Sí. –Dijo poco convencida. –Es un poco aburrido.

-¿Qué esperabas? Estudia psicología. –Ella me mató con la mirada.

Comimos, me contó todo sobre su cita y sobre el aburrido de Hitler. Yo le hablé de mi noche, sin decirle nada sobre mi encuentro con Austin y todo fue bien. Seguía vestida y preciosa. Estuve tranquila hasta que llegó la hora de dormir. Ella se desnudó, se desmaquilló y se puso el pijama, se deshizo de las argollas que colgaban de sus orejas y se metió entre las sábanas mientras yo la observaba, de pie, como una idiota.

-¿A qué esperas? Desvístete. –Oh, Dios, Camz, vas a conseguir que me explote a mí el pene. ¡Y ni siquiera tengo uno! ¡Fíjate si me estás volviendo loca!

-Ah, sí. –Balbuceé caminando hacia la cama, desabrochándome los vaqueros.

-¿Qué te pasa? ¿Austin te dio de fumar algo que no era tabaco? –Sonrió.

-No. Estoy bien. –Dije con sobriedad mientras me tapaba. Dios mío, estaba casi desnuda dentro de la cama con Camz. Apagó la luz.

-Buenas noches, Jauregui.

-Adiós. –Musité, sin cerrar los ojos. Estaba realmente perturbada y temía que si me quedaba dormida, soñaría con que Camz estaba en el techo de la habitación cubierta nada más que por pétalos de rosas.

-¿Estás segura de que no te pasa nada? Estás muy rara, como inquieta.

-Todo va bien. –Volví a responder calmada.

-Sobra decirte que puedes contarme lo que sea. –Sacó una mano de debajo de las sábanas, me acarició una mejilla con ella y luego depositó allí un prolongado beso que me caló hasta el otro lado de la cara.

Después se despegó y cerró los ojos, quedándose dormida. Mierda. No puede ser. No puedo estar enamorada de Camila.

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