ADVERTENCIA: CONTENIDO MUY SENSIBLE
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Una semana.
Había pasado una semana y Jane seguía encerrada en casa como Regulus se lo indicó. Pero la desesperación la consumía lenta y dolorosamente.
Se estaba volviendo loca y no en un buen sentido. Apenas comía algo y si dormía más de tres horas resultaba un récord, siempre había pesadillas. En todas aparecía su amado muerto.
Las lágrimas se habían agotado, pero el dolor en su pecho había aumentado y no sabía qué hacer para sentirse mejor.
Eran casi las seis de la mañana, Jane estaba sentada en el suelo en una esquina de su habitación abrazando con fuerza uno de los sacos de Regulus. Sabía que no era para nada sano lo que estaba haciendo, pero su mente le hacía malos juegos.
No sabía si Regulus estaba bien o no, no sabía si regresaría o no y eso era lo peor. No saber nada. Si tan solo supiera… tal vez podría sentirse más tranquila. Dolería menos.
La mirada de la chica estaba perdida en algún punto del suelo, su cabeza palpitaba de dolor y era incapaz de pensar en nada.
Regresó a la realidad cuando escuchó un ruido en la sala. No lo pensó ni un segundo cuando se puso de pie, tropezando cuando intentó correr. Su pecho dolía cada vez más.
Miró con atención todo a su alrededor, tratando de buscarlo pero no había nadie.
—He dejado al amo —escuchó una conocida voz.
Caminó un poco más, llegando a la cocina y pronto se encontró con la pequeña figura de Kreacher. El elfo estaba quemándose las manos y Jane corrió a detenerlo.
—¡Kreacher! —lo quitó del fuego.
La criatura parecía desconcertada, miró con tristeza a la chica.
—El amo… el amo Regulus… —
Jane sentía cada vez más dolor en su interior.
—Kreacher —habló con calma— ¿dónde está el amo Regulus?
El elfo la miró, parecía estar en una especie de shock.
—El amo me prohibió hablar, no le puedo decir a nadie.
Las lágrimas volvieron a aparecer, pero era como si quemaran sus ojos.
—Kreacher… ¿Regulus está vivo?
Fue un silencio muy pesado y casi eterno.
—Kreacher —insistió con la voz rota— ¿dónde está Regulus?
—El amo… no va a volver.
Fue todo. Jane no soportó ni un minuto más cuando todo se volvió completamente negro.
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Jane miraba el techo sin mucha atención, Kreacher la atendía pero ella apenas reaccionaba.
—Kreacher —el elfo se acercó ante el llamado— deberías regresar a casa con Walburga y Orión. Ellos son tus amos.
—El amo Regulus me pidió que cuidara de usted.
Ella sonrió apenas.
—Por favor, Kreacher. Estoy segura de que será mejor que regreses.
Él la miró sin entender del todo.
—¿Es una orden?
Asintió.
—Sí, Kreacher. Es una orden, regresa con tus verdaderos amos.
—Como ordene, ama Jane.
Entonces quedó completamente sola, mirando fijamente su anillo de bodas. Simplemente sentía que ya nada importaba.
Regulus había roto su promesa. Era un idiota, primero se atreve a terminar con ella por carta y ahora se va y no cumple su promesa de volver.
Gritó.
Destrozó todo.
Volvió a gritar.
Lloró hasta quedar afónica.
Pateó todas las cosas a su alrededor.
Arrojó los vasos y platos contra la pared.
Gritó de nuevo.
Y al final cayó en un un profundo sueño luego de agotarse y descargar toda su ira. Esa linda y risueña chica que una vez fue, ahora parecía una muy lejana sombra quedada en el olvido.
▪︎▪︎▪︎
Un mes.
Fue un mes después cuando entró al baño para darse una ducha. Había tanta ira en su interior que estaba completamente segura que ni un ejército de aurores o mortífagos la podrían detener.
Luego de arreglarse, salió por primera vez de la casa y con una rápida aparición llegó a la mansión Malfoy.
La primera a la que se encontró fue a Narcissa, la mujer parecía muy confundida de ver a Jane, más porque parecía muy enojada.
—¿Dónde está? —preguntó Jane secamente, apenas mirando a la mujer.
—¿Jane? —frunció el ceño— cariño, ¿estás bien?
La atravesó con la mirada.
—¿Dónde está él? —preguntó de nuevo. Levantando la voz.
La miró sin comprender, pero ya sabía a quién se refería.
—Está en el estudio, hablando con Lucius.
Jane ya sabía el camino, sin importar nada, caminó a paso rápido y firme. Ya lo había perdido todo y nada le importaba.
Entró al estudio, efectivamente, estaban los dos hombres. El platinado la miró mal pero el azabache dejó ver una sonrisa.
—Lucius, parece que seguiremos con nuestra conversación más tarde.
El nombrado asintió, no sin antes dirigirle una mirada asesina a la chica al salir.
—Mi querida Jane, me preguntaba cuándo te volvería a ver.
Sintió que la sangre lo hervía y ni siquiera lo dudó cuando se acercó al hombre y estampó su mano contra su mejilla.
Él pareció sorprendido pero apenas se notó un poco cuando frunció el ceño y tomó con fuerza de la barbilla a la chica.
—Prometiste que no le harías daño si hacía lo que querías —le reclamó, intentando no llorar— ¿dónde está? ¿Qué le hiciste? —lo miró fijamente a los ojos.
Él no entendía de qué hablaba esa chica.
—Estúpida niña, ¿cómo te atreves a golpearme? —las uñas del hombre se enterraron más en la piel de la chica hasta que su rostro se volvió completamente rojo.
—Si no fuera por tí, Regulus seguiría con vida. Lo mataste y ni siquiera te importa.
Él dejó salir una tenebrosa risa, ella se quejó por el dolor pero no protestó y tampoco desvió la mirada. Estaba tan furiosa que el miedo se había esfumado por un momento.
—¿Importarme? No, por supuesto que no me importa si el estúpido de Black se muere. Es uno más de mis peones, uno más al que sacrificar.
Intentó golpearlo, pero él fue más rápido y la detuvo. Logró acorralarla contra una pared y entonces Jane fue incapaz de moverse.
—Así que ahora eres viuda —su tono burlón era irritante— ahora serás sólo para mí —recorrió el cuello de la chica con la punta de su nariz.
Había tanta furia dentro de su cuerpo, ya no era capaz de pensar con claridad, ni siquiera pensó en usar su varita. Alcanzó a darle algunos golpes y un par de patadas cuando el hombre la tiró al suelo.
—Oh, Jane. Será mejor que no me hagas enfadar —sonaba irritado— tal vez un crucio te haga entrar en razón.
Se levantó con rapidez, con la única intención de volver a atacarlo, pero apenas logró dar un paso cuando la maldición le recorrió el cuerpo.
Se retorció de dolor en el suelo mientras un desgarrador grito salía de su pecho.
—Vamos, mátame —no sonaba como una súplica, sino como si lo estuviera retando.
Él sonrió con malicia.
—Oh, claro que no, mi querida Jane —se inclinó para volver a tomarla de la mejilla— te dejaré viva, aún me sirves un poco para dar con tu odioso hermano —la miró con los ojos entrecerrados— y tal vez para algo más.
—Hace años que no lo veo.
Él negó divertido.
—Hay informantes que me dicen lo que quiero escuchar y sé que lo viste el día de su boda.
Jane palideció aún más.
El hombre se puso de pie y volvió a lanzarle la maldición de tortura. Le fue más que satisfactorio verla revolcándose en el suelo.
—Jamás te ayudaré —habló Jane cuando el dolor se fue— jamás lo encontrarás.
—Te equivocas, querida. Estoy muy cerca de encontrarlo.
—Entonces mátame. Si no te sirvo de nada, mejor acaba conmigo antes de que yo acabe contigo.
Se cruzó de brazos y se sentó en el borde del escritorio.
—Me gusta tu tenacidad, matarte sería un desperdicio… además de tu belleza. Me sorprende que aún no tengas ningún hijo.
Ella desvió la mirada.
—Solo vine aquí a morir —confesó finalmente.
Hubo un corto silencio, él la miraba desde su lugar con los brazos cruzados.
—Sería un completo desperdicio.
Apretó los puños y miró el suelo, no tenía la fuerza para ponerse de pie. Estaba destrozada y en ese momento sólo deseaba morir.
Tom la tomó del brazo con fuerza y la hizo ponerse de pie. Ella ni siquiera se quejó y dejó que él la llevara por la la casa hasta quien sabe dónde.
Fue una larga caminata y cuando Jane se dio cuenta, estaba en una muy elegante habitación. La ira se esfumó pero el terror la invadió. El hombre estaba completamente calmado, cerró la puerta con suavidad y caminó hasta estar junto a la cama para quitarse el saco y la corbata.
Las mangas de su camisa las llevó hasta arriba de sus codos y luego miró a Jane que parecía un cachorro asustado.
—Ahora eres completamente mía, Jane.
Ella sabía lo que estaba por suceder y se arrepintió infinitamente de haber ido a esa casa impulsada puramente por la furia.
Ya no tenía escapatoria. Estaba en el mismísimo infierno.