YO NUNCA |BL|

By CazKorlov

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Un chico que ve espíritus y un fantasma malhumorado deberán trabajar juntos para descubrir al asesino que les... More

|Reparto|
|Nota de autora|
|Epígrafe|
0| Besé al hermano de mí ex
1| Encontré un cadáver en el baño
2| Gusté de los gemelos Florencio
3| Fumé en el colegio
4| Me cagué a trompadas con alguien
5| Malviajé con Enzo Florencio
6| Me desmayé por ver sangre
7| Quemé la comida por un mensaje
9| Discutí con un fantasma
10| Lamenté su muerte
11| Allané propiedad privada
12| Creí en los monstruos
13| Besé a un chico en un antro
14| Provoqué a un criminal
15| Rompí una promesa
16| Infringí la ley
17| Resistí la tentación
18| Fui el reemplazo de alguien más
19| Disfruté el carnaval
20| Tuve respeto por los muertos
21| Sentí celos cuando no éramos nada
22| Fui suficiente para vos
23| Acepté la ayuda de un fantasma
24| Gasté mis ahorros en caramelos
25| Mentí por una causa honesta
26| Lo volvería a intentar
27| Creí en los cuentos de mamá
28| Me metí a un frigorífico
29| Le tuve miedo a los fantasmas
30| Salí del clóset de cristal
31| Salvé a un amigo
32| Quise saber la verdad
33| Observé la oscuridad
[Especial] Festejé año nuevo
34| Visité el limbo

8| Volví con mi ex

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By CazKorlov


Cerré la boca de golpe, como si el sonido de mi corazón pudiera escucharse desde el exterior, impulsado por la respiración cavernosa que salía de mi garganta, presioné la muñeca de Cielo para llamar su atención, e ignoré de forma monumental la presencia de un Enzo, que de a poco, transformaba su atractiva sonrisa pícara en un gesto de confusión.

—Uh, tengo que ir al baño —informé, en lo que ella se inclinaba para saludar con un beso en el cachete al ruidoso más alto.

—¡Eh! ¿Estoy pintado o qué?

Y así sin más, es como hice desaparecer la presencia de mi ex a la fuerza, entre pasos que se acompasaban con el sonido de mi corazón, enfilé hacia el cártel que marcaba el baño de hombres. Entré con la sensación de que había unos ojos clavados en mi nuca, y sin mirar a nada más que el suelo limpio de azulejos azules, me encerré en un cubículo, bajé la tapa del inodoro y me senté a mirar mi celular hasta que se me pasara la sensación de haber visto un fantasma. Pasaron varios minutos hasta que reuní el coraje para contestarle a Cielo, que al parecer gracias a Enzo había encontrado la habitación de Bruno, ya que él venía justo de ahí.

Cielo: ¿Qué mierda? Te fuiste de la nada, boludo.

Le mandé el emoji de un árbol contestando a ese mensaje, y escribí.

¿Sabés si Enzo ya se fue?

Cielo: No tengo idea.

Cielo: ¿¿¿

???

Cielo: ¿No vas a preguntar más nada?

Cierto ¿Cómo está tu novio?

Cielo: Andate a cAGAR, ajá. La policía no me dejó hablar con Bruno, pero Enzo fue mUY AMABLE y me dijo que todavía está muy confundido, lo atacó una jauría de perros. No sé cómo pasó, y nadie se dio cuenta de que tuvo que arrastrarse hasta la puerta del colegio, dios, es horrible, le acabo de contar a mi hermano y me dijo que no quiere que ande sola de noche, vamos a volver. ¿Venís?

Leí el testamento de Cielo todavía sin conseguir que mi corazón se calmara lo suficiente como para pensar con claridad sobre cómo carajo iba a enfrentar a Enzo, ver a mi hermana, y volver a mi casa en una pieza, todo en ese orden que me acababa de inventar, cuando la visión de los azulejos del suelo del baño me hizo revivir el recuerdo de la camisa manchada de sangre de Ezequiel y sentí náuseas.

Los ataques de jaurías de perros eran muy comunes en la ciudad porque a los chetos del barrio privado no les gustaba convivir con nosotros y dejaban sueltas a sus bestias en la oscuridad. Esa era la razón por la que evitaba salir en bicicleta de noche.

«¿Por qué no podía despegarme del recuerdo de la brillante sonrisa de Enzo?»

No estaba tan delgado como lo recordaba, sus dientes se veían más... grandes.

Su voz haciendo eco entre los cubículos vacíos me sobresaltó.

—¿Qué pasa? ¿Te asusté?

Sonaba como el canto dulce de un demonio que espera junto a la entrada al infierno, sentí su ligero perfume a flores silvestres como si lo tuviera en frente, y así desactivó por completo cualquier instinto de supervivencia que tuviera hasta entonces. Estrellé mi frente contra la puerta con una abrumadora sensación nostálgica adueñándose de mis movimientos y sus pasos resonaron justo del otro lado.

—¿Por qué me evitás? Actuás como si me tuvieras miedo —murmuró divertido.

Mi celular comenzó a sonar entre mis manos, y le envié a Cielo una respuesta rápida diciendo que podía irse porque yo iba a esperar a que mi hermana saliera de trabajar para que no tuviera que volver sola, ya que era peligroso.

Su mano con algunos anillos se coló por encima de la puerta, y tamborileó los dedos en la madera.

—Escucho que estás respirando, rey, si te vas a quedar ahí toda la noche avísame, así por lo menos te traigo un abrigo.

El hecho de que actuara como si jamás hubiéramos cortado era más que perturbador, no porque fuera alguien capaz de hacerme daño, sino por todo lo contrario. Lo conocía y él sabía que su recuerdo me asfixiaba.

Todos los gestos de Enzo, el tono de su voz, la dulzura inocente en su presencia, el tacto inconsciente de sus manos frías me llamaba a seguirle el juego, y yo no estaba en posición de negarme a hacerlo.

|✝|✝|✝|

—¿Por qué no fuiste al UPD? —pregunté mientras que él trataba de prenderse el porro que acababa de armar, no muy cómodo gracias al viento que desparramaba el fruto de su arduo trabajo, como si no estuviéramos en el estacionamiento de ese raro hospital.

Había oscurecido, el coche de la policía acababa de irse después de tomarle la declaración a Bruno, y el peliblanco les había mostrado una sonrisa mientras hacía la señal militar con la mano. Sin embargo, ahora soplaba frustrado un cabello lejos de su cara, apoyándose contra su moto.

—¿Me das una mano? —preguntó. Me lanzó el encendedor que atrapé en el aire, debido a mi estado de alerta constante. No quería dejarme arrastrar por su presencia.

No lo dudé, mi cuerpo reaccionó por sí solo, me coloqué frente a él y mientras contenía la respiración traté de que el viento no le pegara directamente. El fuego iluminó las pecas de su nariz adornada con dos argollas plateadas de un lado y una pequeña estrella del otro, a medida que el principio del cigarrillo se consumía entre las brasas anaranjadas de mi recién descubierta abstinencia.

—De nada —ironicé, a lo que Enzo respondió con una sonrisa entorpecida por el humo que soltó directo en mi jeta—. Qué tarado que sos —tosí, asquerosamente consciente de que sus zapatillas tocaban las mías, y no encontraba la fuerza de voluntad para moverme. Me sentía como un témpano de hielo adherido a la pared.

—¿Querés? —Hizo el amague de extenderme el porro sostenido entre el dedo pulgar e índice, pero alzó el brazo con rapidez antes de que pudiera tomarlo—. Uyyy, comprate, rey.

Otra vez, su risa volvió a tintinear entre ambos, igual que el sonido de las cadenas que colgaban de sus pantalones, y me contagió. Tiré de uno de los mechones de su cabello pésimamente decolorado, con partes verdes entre el blanco, un desastre que seguro se había hecho a conciencia. Al final estiró el cuello hacía atrás para fumar otra profunda calada, y después se inclinó hacia mí, colocó la punta del cigarrillo entre mis labios sin dejar de observarme con sus irises alargados.

—Corre por cuenta de la casa, para que después no digas que soy una rata.

—Siempre fuiste tan generoso —fingí un suspiro—. Todos te deben querer matar justo por eso.

—Vendí casi todo y no compré más —explicó él, después de que yo le devolviera el cigarro, con la sensación del roce de sus dedos todavía presente en mis labios—. Pensé en lo que me dijiste ¿sabés? Y creo que tenés razón sobre ellos, no piensan en las consecuencias individuales de sus actos, no les importa nada más que su propósito que es... una cosa de locos.

Me coloqué a su lado contra el pesado vehículo lleno de stickers de bandas, entre ellos algunos dibujos míos que había decidido regalarle después de que me insistiera demasiado, y lo miré referirse a los delincuentes de turno que se habían convertido en un grupo que visitaba con demasiada frecuencia, no sin la sorpresa impresa en cada parte de mi rostro no cubierto por el cabello rizado. Me lo había soltado instantes atrás por el dolor de cabeza, todavía no lograba deshacerme de la sensación de que alguien me observaba.

—¿No que vos eras una parte importante de su juego de enfermos? Tardaste demasiado en notar que te estaban usando nomás —me burlé con amargura, en especial al recordar la foto en la que salía con el otro chico. Enzo puso los ojos en blanco, y yo me abracé a mí mismo para generar un poco del calor corporal que me hacía falta.

«¿Desde cuándo había bajado tanto la temperatura?»

—Tampoco para tanto, che ¿tenés frío? —Sin esperar mi respuesta se dobló como una víbora sobre su propia columna y enganchó su campera para después colocarla sobre mis hombros, a pesar de que yo había comenzado a negar con la cabeza. —No me jodas, y ponétela, maricón.

Le solté una puteada, pero sostuve la campera y el olor de su perfume me invadió. Me obligué a observar el asfalto hasta que estuve seguro de que su rostro se había alejado lo suficiente de mí como para no quedarme pegado como una mosca a su gracia, aun así, no pude evitar mirarlo mientras se humedecía los labios más rojos que de costumbre, también los piercings que tenía al costado de estos. Toqueteé de forma inconsciente el que yo me había hecho en la ceja casi en su honor.

Enzo agitaba las manos en su relato y me contaba sobre por qué no había ido al UPD, y alguna discusión que tuvo con esos "amigos" que tenía, aunque si me lo preguntaban no iba a poder decir los detalles sobre esa conversación, tampoco era capaz de despegar la mirada de sus dedos tatuados, y de sus uñas pintadas de negro. Él parecía mayor de lo que en realidad era, mientras yo me achicaba bajo la ropa, sentía el frío colarse por la suela de mis zapatillas como las manos de un muerto, y me arrepentía de moverme en un principio.

—Estoy buscando un trabajo —siguió él, se había despegado de la moto y caminaba por el estacionamiento, mientras una estela de humo que escapaba de sus finos labios deshacía sus facciones—, con mi vieja en el cementerio.

—Ah, genial —afirmé, sus ojos enrojecidos hacían que el verde se viera extrañamente brillante bajo el cielo nocturno.

Parpadee, una silueta conocida se detuvo a sus espaldas, incluso en la lejanía su suéter impoluto y cabello rojo eran inconfundibles. Mi corazón se desbocó al ver la mueca furiosa congelada en sus facciones, y tuve que bajar la vista al suelo para hacerle saber a mi cerebro que tan solo era una ilusión formulada por la culpa que sentía.

Un instante después el lagarto de dos metros estaba frente a mí, su altura cubrió la mía, y sus manos se aferraron de golpe a mis hombros reclamando por completo mi atención, me sacudió como si fuera un trapo de piso.

—¡Dani no me estás escuchando!

—Si te escucho, imbécil, no hagas eso. —Volví a tirarle del pelo más fuerte, solo porque, aunque llevábamos poco tiempo hablando, yo ya no sabía cómo escapar de su influencia y no quería ver si la silueta de fondo había desaparecido o no.

Él respondió de forma instintiva, chasqueó la lengua y dio un paso más contra mí, se inclinó, los restos de sus tatuajes querían escapar por el cuello de su camiseta. No recordaba que antes tuviera tantos.

—A ver ¿qué estaba diciendo? —Enzo dejó que sus antebrazos descansaran sobre mí, e ignoró la peligrosa cercanía mientras esperaba con seriedad una respuesta de la que yo no tenía ni puta idea. Sabía que, si lo veía directamente, sus ojos verdes iban a absorber mí capacidad para formar palabras coherentes.

—Me contaste por qué no fuiste a la casa de Miranda —probé.

—Ajá ¿y qué más? —Me rozó con sus caderas. Las yemas frías de sus dedos viajaron a través de la parte trasera de mí cuello, comenzando a jugar con las puntas de mi cabello, e hizo que un escalofrío me recorriera la columna.

—Lo estás haciendo a propósito —gruñí.

Se pasó la lengua perforada por los labios.

—¿Qué cosa?

Muy a mi pesar alcé la mirada y comprendí con nostalgia que su seriedad se había esfumado como los restos del cigarro que compartimos instantes atrás. Quería reírse, pero se contenía, podía verlo en la forma que tenía de entrecerrar los párpados maquillados con delineador violeta. Torció la cabeza con inocencia, un mechón de cabello cayó sobre su nariz, cubrió el tatuaje oscuro al final de su ceja, y rozó su comisura. Tragué antes de hablar.

—No te hagás, puto.

—No me hago, soy a veces ¿y vos? —Sus labios se curvaron cerca, tenía demasiado frío, me iba a morir.

—Yo nada.

«No soy nada».

Era lo que en realidad quería decirle, pero fui más agresivo.

Me incliné con la intención de robarle a ese espécimen tarado algo de calor corporal, pero los brazos de Enzo envolviéndose a mi alrededor, y sus labios con sabor a labial de frutilla se interpusieron en el camino. Sostuve la campera para que no se me cayera de los hombros mientras mi cuerpo entero cedía ante él y el ardor subía desde la base de mi estómago, estallando en los límites de mi cerebro como luces fosforescentes.

Descubrí entonces que besarlo siempre fue peor que emborracharme en un lugar cualquiera y yo no estaba listo para esa conversación. Su mano presionó mi nuca para profundizar el beso, al principio con delicadeza, después se aferró con más fuerza hundiéndome en él. Tenía la intención de abrir más la boca, y su lengua deslizándose con suavidad fue la prueba, el roce juguetón de su piercing y el aliento dulce por la bebida energizante me hizo estremecer frente al recuerdo que jamás debí haber olvidado.

Se me escapó un jadeo en algún punto, y no quise recordar donde me encontraba. Enzo rompió el beso demasiado rápido, no consciente de que protagonizaba mi nueva adicción ya desbloqueada, e hizo que me perdiera otra vez al apoyar su frente sobre la mía con una sonrisa tan extasiada, acariciandome la mejilla con el dorso de los dedos como si nada fuera lo suficientemente importante a comparación de ese momento.

«¿Por qué lo había dejado?»

—¿Mejor? —cuestionó.

«Era precioso».

—No.

«Egoísta».

Sentí mi rostro arder entre el frío nocturno, tiré de su camiseta para volver a juntar nuestros labios y respondió a mi pedido con un suspiro entrecortado. Me mataba la sensación de incongruencia con mi cerebro, lo quería tanto, pero me costaba diferenciar si era para beberlo completo o para dejar que él me envolviera entre sus brazos hasta asfixiarme como debió de haber hecho. Lo mordí con suavidad cuando me agarró el culo, y yo dejé que mis manos jugaran con su cabello mientras en lo recóndito de mi cerebro se desataba el ligero murmullo ahogado de que olvidaba algo importante.

Fue un caso perdido, lo olvidé al escucharlo jadear ansioso contra mi boca.

Yo no me consideraba adicto a ninguna droga en absoluto, pero con Enzo cualquier cosa que pensara hacer instantes antes de verlo perdía validez. Era la fecha de vencimiento del cupón que me daba alguna clase de inteligencia emocional decente.

Lo vi montarse sobre su moto con el cabello hecho un tierno desastre, para después tenderme su casco.

—Vamos a mi casa. —Sonrió.

|✝|✝|✝|

HEEY, reviví o algo parecido, confieso que cuando publico capítulo de esta historia me siento como Dani mandando emojis de patos y arboles sin contexto. FELIZ MES DEL ORGULLO BELLEZAS. 

¿Qué opinan de la reacción de Dani frente a su ex? ¿Cómo reaccionarían ustedes en su situación?

¿Qué creen que hacía Enzo en el hospital?

¿Qué fue lo que vio Dani atrás de Enzo en el estacionamiento?

¿Les parece que alguien acá es un poco paranoico?

¿Lagarto Softboy o Badboy?

Respóndanme con sinceridad ¿Se subirían a la moto de Enzo? ¿Qué le dirían si los invitara?

¿Dani podrá resistirse a los chamuyos místicos del lagarto? Mentira eso ya sabemos que no.

En fin, espero que anden bien y recuerden tomar agua. CUÍDENSE.

—Caz. 

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