La reina de las espinas

By JoanaMarcus

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Vampiros. Esa palabra tan conocida... con un significado tan misterioso. Vee odia a los vampiros. Los odia. T... More

INTRODUCCIÓN
1 - 'Braemar'
2 - 'El alcalde'
3 - 'Las leyendas de Braemar'
4 - 'La protegida'
5 - 'Las murallas grises'
6 - 'El mirabragas'
7 - 'Los papelitos voladores'
8 - 'El misterio de Addy'
9 - 'El pasillo secreto'
10 - 'El crío de Vee'
11 - 'Las noches son muy largas'
12 - 'Deseos ocultos'
13 - 'Las alianzas'
14 - 'Las descendientes de Magi'
15 - 'Las tres investigadoras'
16 - 'Reencuentros del pasado'
17 - 'Los dos justicieros'
18 - 'El deseo prohibido'
19 - 'La puerta final' (Parte uno)
Epílogo

19 - 'La puerta final' (Parte dos)

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By JoanaMarcus

19 - LA PUERTA FINAL

Parte dos

El recuerdo se desvanece mientras yo me quedo mirándolo fijamente, sin respirar.

Ni siquiera he podido asumir nada cuando una nueva imagen aparece. Es la chica. Está sentada en un tren, mirando por la ventana. Ramson está a su lado. Él la mira de reojo, esboza una pequeña sonrisa y vuelve a girarse hacia delante.

De alguna forma, sé que es el día en que ella se ha marchado. Sin avisar a nadie. Sin decir nada. Simplemente, se ha ido con él. Porque esa mañana, al despertarse, lo único que quería era él. Lo único en lo que podía pensar era él. Nada más. Nadie más.

Cuando lo mira, siente que el mundo entero se desvanece y se acerca para apoyar la cabeza en su hombro. Un extraño sentimiento de satisfacción se instala en su pecho.

No me doy cuenta de que tengo los puños apretados de rabia hasta que la imagen se desvanece y es sustituida por otra distinta. Parece una habitación de hotel de algún país cualquiera. La chica está sentada junto a la ventana. Han pasado meses. Tiene un anillo —el que le dio Ramson en esa primera fiesta— en el anular y, aunque es feliz, está agotada.

De hecho, está sumamente delgada, tiene ojeras bajo los ojos y la piel se le ha vuelto sumamente pálida, casi enfermiza. No puede beber sangre. Foster era quien se la daba... y él ya no está.

Cuando siente que la cabeza se le queda un momento en blanco, se gira hacia el escritorio. Ramson está sentado escribiendo una carta.

—Ramson —murmura, agotada—, necesito...

—La sangre está en el armario.

Ella sacude la cabeza, exhausta.

—Necesito... necesito la sangre de Foster.

Como siempre que menciona su nombre, él se queda muy quieto y aprieta la pluma con los dedos hasta el punto en que parece que va a hacerla estallar. Pero ella ya no puede estar asustada. No le quedan fuerzas.

—No —se limita a decir Ramson.

—Por favor, la neces...

—Tienes sangre en el armario.

—¡Me estoy muriendo! ¿Es que no lo ves?

Él aprieta la mandíbula y sacude la cabeza. Sigue negándose a aceptar la realidad.

—Mañana llegaremos a Braemar —le dice en voz baja—. Es lo que llevas pidiéndome años. Lo que necesitas... es llegar, tener tu propio hogar. Y te encontrarás mejor.

Ella sacude la cabeza, pero ya ha dejado de prestarle atención.

El recuerdo se sustituye. Ramson vuelve a estar con Barislav. Han pasado varios meses. Parece desesperado.

—La sangre —repite Barislav, enarcando una ceja.

—Necesito que la... la cambies. Que la que necesite sea la mía. Y que la suya sea la que yo necesito.

—Eso no será barato, chico.

—¡Me da igual! ¡Hazlo!

Barislav hace una pausa, observándolo, y se pone de pie lentamente. Mientras se mueve hacia él, Ramson se tensa de pies a cabeza.

—Puedo hacerlo... pero quiero algo a cambio. Dinero, preferiblemente —aclara, mirándolo—. Y, si no lo cumples, esta vez no seré tan indulgente.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Si no lo cumples, le pondré una maldición a tu... vampirita —sonríe—. He oído que eres muy celoso, Ramson. Sería una pena que la maldición estuviera relacionada con tu vampirita atrayendo a todo el mundo, ¿no?

Ramson tensa la mandíbula al instante.

—Solo... hazlo. Pagaré.

—Eso espero. Por tu bien.

El recuerdo desaparece y cambia a uno de una habitación que conozco perfectamente aunque haga años que no la piso. La habitación que compartía con Ramson en Braemar, en nuestra casa. Sé al instante que es años después de que la reformáramos.

La chimenea está encendida e ilumina de forma irregular y suave a las dos figuras desnudas de la cama. Ramson tiene la mirada clavada en el techo y la cabeza apoyada en un brazo, mientras que la chica, que ha cambiado completamente, está tumbada boca abajo jugueteando con su anillo.

Como casi cada día, una discusión horrible ha terminado con los dos en la cama. Al principio, para la chica no fue fácil aceptar ese estilo de vida tan agotador. Ahora se ha acostumbrado.

Ya no parece tierna y dulce. Ahora, su mirada es afilada y desconfiada. Incluso fría. Ha aprendido a guardarse sus sentimientos para sí misma y le resulta complicado hablar con los demás. Prácticamente, vive encerrada en esa mansión y nunca sale. Su único contacto es Ramson, que le dio un collar que ahora mismo lleva puesto para poder controlar sus salidas. Y, teniendo en cuenta que su relación no es la mejor posible, siente que una parte de ella ya no puede más.

La otra, en cambio, solo intenta disfrutar de los buenos momentos, como este.

—Deberíamos cambiar las alianzas —murmura, mirando la suya.

—¿Cambiarlas? —murmura Ramson, girando la cabeza hacia ella.

—Sí. Podríamos cubrirlas de oro, como las alianzas normales. Este color es aburrido, ¿no?

Ramson la mira como si ya supiera que añadirá algo que no le gustará. Aún así, asiente con la cabeza.

—Supongo. Si es lo que quieres...

La chica se gira hacia él y le pasa una mano por encima del pecho desnudo, acariciándolo con los dedos. El ceño de Ramson se frunce un poco, pero su corazón se ha acelerado.

—¿Y si volvemos a celebrar la boda? —susurra ella.

—¿Volver a celebrarla? —Ramson se aparta un poco, desconfiado.

Ella asiente con la cabeza, mirándolo. Con los años, ha aprendido qué cosas hacer y qué cosas no hacer para convencerlo de ciertas cosas. Ahora mismo, lo que le apetece es que acepte esa fiesta.

Y, en el fondo, lo que más le apetece todavía, es que acepte que en esa fiesta estará Foster.

Lleva años pensando en él, pero también lleva años sin atreverse a pronunciar su nombre. Sabe que Ramson se enfadará con ella si lo hace y no se atreve. No quiere dar paso a más discusiones.

Pero... siempre ha pensado en él.

Incluso aunque ame a Ramson, aunque lo adore y sienta que no podría separarse de él ni aunque quisiera... Foster nunca ha abandonado del todo su corazón.

Se pregunta qué habrá sido de él, si habrá encontrado a alguien, si la recordará, si seguirá sintiendo algo por ella... y luego se siente mal porque sabe que son sentimientos que no debería tener. Después de todo, es una mujer casada.

Ramson la mira con desconfianza cuando ella le pasa una pierna por encima para quedarse sentada encima de su estómago. Él la mira de arriba a abajo y una de las comisuras de su boca se eleva cuando la sujeta de la cintura con ambas manos, colocándola mejor.

—¿No te apetecería? —pregunta ella, inclinándose hacia delante y moviendo las caderas de forma muy pausada, frotando el punto exacto para que él reaccione.

Ramson la mira, pero no parece muy convencido.

—No lo sé, Vee...

—Vamos... seguro que puedo convencerte...

—La cosa es... que no sé si quiero que me convenzas.

Ella sonríe de todas formas y le sujeta la mandíbula con una mano para besarlo. Al mismo tiempo, mueve las caderas de arriba a abajo. El efecto es inmediato. Él tensa su cuerpo y aprieta los dedos en su cintura, atrayéndola a su cuerpo. Ya puede sentir que lo ha excitado, pero cuando Ramson baja una mano para meterla en el punto exacto donde sus cuerpos entran en contacto, ella le atrapa la muñeca y la clava en la cama, mirándolo.

—¿Qué piensas de la fiesta?

—Vee...

—Vamos, será divertido. Podemos invitar a...

—¿A quién?

—Bueno, ¿qué más da? Yo lo organizo todo. Tú no tienes que preocuparte de nada.

Ramson abre la boca para protestar, pero ella lo vuelve a interrumpir con un beso. Uno todavía más intenso. Esta vez, mueve las caderas de verdad. A él se le escapa un gruñido entre los labios y la aprieta con fuerza contra su cuerpo. Cuando ella se separa, sabe que ya lo tiene en sus manos.

—Imagínate la de cosas que podríamos hacer en nuestra noche de bodas —le insinúa, bajando los dedos por su estómago, acariciándolo hasta llegar a la parte más baja. Y todo sin dejar de mirarlo a los ojos y sin dejar de mover las caderas lentamente.

Ramson baja las manos por la curva de sus caderas, mandándole un escalofrío por la columna vertebral. Cada vez está más excitado. Puede sentirlo contra su muslo. Ella se muerde el labio inferior, sujetándole las manos para llevárselas a los pechos. Ramson empieza a acariciarla enseguida.

—¿Se te ocurre alguna idea para esa noche, Ramson? —le pregunta en voz baja, sin perder contacto visual.

—Ahora mismo —él mueve los pulgares por el centro de sus pechos, por la zona tensa y sensible, haciendo que ella arquee la espalda de forma inconsciente—, se me ocurren muchas. No puedes hacerte una idea de cuántas.

—¿Y me las vas a decir?

—Prefiero hacértelas.

Ella suelta una risita cuando, sin previo aviso, la sujeta de la cintura y le da la vuelta, de modo que su espalda se queda sobre la cama. Apenas un segundo más tarde, Ramson le abre las piernas por las rodillas y se inclina para besarla en la parte interior del muslo. Ya puede ver los colmillos asomándose por sus labios superiores.

El recuerdo se desvanece lentamente y yo siento que lágrimas de rabia me inundan los ojos. Sé qué recuerdo viene. Lo sé. El del baile. El que vi en mi recuerdo con el fantasma.

No era un baile, era mi boda.

Y sé que la chica está nerviosa porque ha invitado a Vienna, a Albert... y a Foster.

Albert es el único que ha visto en todos estos años de forma continuada. Vienna, en cambio, solo ha aparecido por casa una o dos veces. Y muy poco tiempo. Parece que ella no aguanta a Ramson y Ramson no la aguanta a ella. O, mejor dicho, parece que él que la detesta y no aguanta que la chica pase tiempo con ella.

La chica, por cierto, acaba de hablar con Ramson. Él sigue sujetándole la mano mientras charla tranquilamente con Albert, pero ella busca por la sala desesperadamente. Necesita verlo. Necesita encontrarlo.

Y, de pronto, después de más de diez años... lo ve. El destello dorado del pelo de Foster.

Se queda sin respiración un momento y Ramson, por suerte, no se da cuenta de que le ha apretado la mano. Y no porque esté contenta, sino más bien porque siente que algo en su pecho acaba de romperse. Foster va de la mano con otra mujer.

Ella es... preciosa. Simplemente preciosa. Tiene la piel oscura, el pelo negro y los ojos claros. Toda una belleza. Y mira a Foster... justo como ella debería mirar a Ramson.

Nunca ha sentido celos, pero de pronto sabe que esto es algo mucho peor. Es una ponzoña que la cala desde el pecho y se extiende por todo su cuerpo, impidiéndole respirar, envenenando todo a su paso y dejándole un amargo sabor en la boca del que no puede recuperarse ni cuando se pierden entre la gente.

Se suelta de la mano de Ramson y, antes de que pueda decirle nada, se apresura a meterse en el cuarto de baño. Por suerte, está vacío. Se queda mirándose a sí misma en el espejo durante unos segundos y se da cuenta de que quiere llorar. De que le duele el pecho. Y no debería sentirse así en absoluto.

Justo cuando tiene las manos apoyadas en la encimera y la cabeza agachada, la puerta se abre y se cierra y, al instante, sabe quién ha entrado con ella.

Levanta la cabeza y su mirada se conecta automáticamente con la de Foster. Casi al momento, siente que su pecho se queda sin aire.

Está tal y como lo recuerda. Alto, rubio, con el pelo peinado hacia atrás, una camisa sencilla, la mandíbula afeitada, la mirada verde y penetrante... es tal y como era. Solo que le da la sensación de que algo ha cambiado. Su actitud no es la misma. Su mirada no es la misma. Y no con el mundo, sino con ella.

—Hola, Vee —murmura Foster.

Ella traga saliva con dificultad y se atreve a darse la vuelta para mirarlo. Tiene que echar la cabeza hacia atrás.

Nada jamás le ha dolido tanto como ver que ya no la mira como solía mirarla. Ya no hay amor. Ya no hay nada.

Y lo peor es saber que... ella sí sigue sintiéndolo.

—Hola —se escucha decir a sí misma.

A Foster se le tensa un poco la mandíbula, mirándola, y por un breve momento parece que siente algo. Lo que sea. Pero el momento —y las esperanzas de la chica— se desvanecen enseguida.

—Así que Ramson, ¿eh? —murmura, y parece que intenta que su voz suene simpática, sin rencor—. Nunca lo habría dicho.

Parece que se ha dado cuenta de que esa simple frase ha revelado demasiado, porque fuerza una sonrisa.

—Pero... si con él eres feliz, supongo que me alegro por ti.

Ella, por un breve y horrible momento, desea decirle que no, que no es feliz, pero tampoco sería del todo verdad. Ya no sabe cuál es la verdad. Siente que debería estar con Ramson, pero que realmente quiere estar con Foster.

—Foster... —empieza, y siente la tentación de tocarlo, pero se contiene—. Siento no haberte avisado antes de irme, yo...

—No pasa nada.

—Sí, sí pasa, quería decirte que...

—Vee, está olvidado. Han pasado muchos años. Los dos hemos cambiado —hace una pausa, respirando hondo—. Está olvidado.

Su forma tan familiar de decir su nombre hace que a ella le recorra un escalofrío. Dios, cuánto lo ha echado de menos. Cuánto lo necesita.

—¿Olvidado? —repite, y no puede evitar el dolor plasmado en su voz.

—Sí —Foster se apoya con las manos justo donde antes se ha apoyado ella—. Tú has encontrado a Ramson... yo he encontrado a Larissa. Ya está.

No, para ella no está. Lo sé al instante en que veo su expresión.

—¿La quieres? —pregunta sin poder contenerse.

Foster, sin mirarla, esboza media sonrisa algo amarga.

—Sí, claro que la quiero.

El pinchazo el pecho le duele más que una patada. Le duele más que cualquier otra cosa.

—¿Y la amas? —pregunta, bajando la voz.

Foster no dice nada por unos segundos, mirando fijamente el espejo sin llegar a ver nada. Ella casi llega a pensar que no va a responder cuando, de pronto, se gira para mirarla.

—¿Amas tú a Ramson?

La pregunta la pilla desprevenida, pero se recupera rápido.

—Me... me casé con él.

Le sonríe. Oh, no. Es esa sonrisa ladeada que antes la volvía loca y ahora está consiguiendo que el corazón se le acelere.

—Eso no es una respuesta, Vee.

—Sí, lo amo.

Foster se queda mirándola unos segundos, pero no dice nada. Hasta que esboza media sonrisa triste.

—Entonces supongo que no hay nada más que hablar, ¿no?

—No digas eso —ella empieza a tensarse—. Parece que insinúas que no es verdad.

—Quizá lo insinúo.

—Estoy enamorada de él.

—¿Tanto como para abandonar a Albert y a Vienna sin previo aviso?

Sabía que lo diría y, aún así, la pilla con la guardia baja.

—¿Y a ti? —pregunta—. ¿Te duele que los abandonara a ellos o a ti, Foster?

—A mí ya no me importa —replica él—. Si te fuiste porque ya no sentías lo mismo, puedo entenderlo. Pero ellos no tenían la culpa de nada, Vee. Y estuvieron sufriendo durante meses pensando que te había pasado algo malo. Solo tenías que mandar una carta para decir que estabas bien. Solo eso.

—Como si os hubiera importado...

Lo dice sin pensar, con el tono irónico y cruel que ha usado durante todos esos años, cada vez en mayor cantidad.

Pero Foster no la conoce así. Y casi se siente avergonzada por haber dicho nada. Especialmente cuando él se queda mirándola fijamente, plantado delante de ella.

—¿Qué te crees? ¿Que nos dio igual?

—Es mi vida —aclara, a la defensiva—. No os debía ninguna explicación.

—¿En serio? Pasaste años con nosotros, Vee. Con los tres. Nos merecíamos algo. Lo que fuera. Aunque fuera una simple carta, una nota, una postal... no lo sé. Cualquier cosa. Creo que nos lo merecíamos.

—No.

—¿No?

—Ellos no eran mis padres. Y tú no eras mi marido. No os merecíais nada.

No se atreve a levantar la cabeza, pero sabe que Foster la está mirando fijamente. No con esa expresión de rabia que pone Ramson cuando se enfada y que ha terminado dándole igual, sino con una peor. Una que sabe que podría dolerle de verdad. Decepción.

—La Vee de la que me enamoré jamás diría algo así —murmura Foster en voz baja.

—Quizá la Vee de la que te enamoraste ya no existe.

Esa vez sí lo mira. Y ve que el daño que se acaba de hacer a sí misma también se lo acaba de infringir a él.

Aún así, no dicen nada. Solo se sostienen las miradas el uno al otro durante unos largos segundos hasta que él aparta los ojos, se queda mirando un rincón de la habitación, sacude la cabeza... y finalmente se marcha.

Lo último que veo del recuerdo es a la chica llevarse una mano a la boca para que no se escuchen sus sollozos.

El recuerdo cambia y pasa a unos meses más adelante. La chica no ha vuelto a ver a Foster o a Vienna, pero se pasea por el salón con el arco que él le regaló colgado del hombro.

Ramson, que acaba de entrar en la habitación con Albert, lo divisa al instante.

—¿Por qué llevas eso puesto?

—Porque me ha apetecido —aclara ella, sin rastro de humor.

Lo ha perdido con los años. Se le ha consumido lentamente. Ya apenas queda nada de la Vee que encontraron en el río.

—Hemos recibido una carta —comenta Albert, rompiendo la tensión que se ha formado entre ellos—. Es para todos, pero... creo que deberías leerla, Genevieve.

Ella la recoge sin mirarlos y le da la vuelta. Al instante en que ve el nombre de la mujer de Foster, su corazón se detiene.

Pese a que Foster no ha vuelto jamás a la ciudad ni ha vuelto a hablarle, su esposa sí lo ha hecho. Y, de hecho, está empeñada en que sean amigas. La chica no sabe cómo decirle que no a Larissa sin herirla pero, a la vez, no puede soportar verla feliz. No puede. Porque sabe que la causa de su felicidad es Foster y los celos y la rabia la consumen desde dentro sin que pueda evitarlo.

—¿Son malas noticias? —pregunta a Albert.

—Para ti, quizá.

Oh, no.

Ya sabe lo que es incluso antes de abrir el sobre y, aún así, el mundo se detiene cuando lee la carta por completo.

—Están pensando en tener un hijo —dice con un hilo de voz.

—Sí —murmura Albert, y se acerca a ella para darle un pequeño apretón reconfortante en el brazo—. Lo siento, Genev...

La chica se aparta de golpe, como si no quisiera que la tocara, y arruga la carta con ambas manos. La lanza al suelo antes de salir de la casa, furiosa y triste a partes iguales. Tiene los ojos llenos de lágrimas.

Y no deja de pensarlo. No deja de pensar en que esa podría ser ella. Podría haber sido ella. Pero está aquí. Y está aquí por su propia culpa, porque ella decidió abandonarlo todo y marcharse.

Cuando se agacha junto a la verja de la entrada, lo máximo que le permite Ramson alejarse de la casa antes de que vaya a buscarla gracias al collar, sabe que él ha salido tras ella y se apoya a su lado.

—¿Por qué te ha afectado tanto esa carta?

—No lo sé —miente.

Ramson la mira fijamente. Y conoce esa mirada.

—Llevas meses sin acercarte a mí —espeta—, sin dejar que te toque, poniéndome malas caras cada vez que te hablo, fingiendo que no estoy en la misma sala que tú para no entablar una conversación... y todo desde la fiesta de la boda. ¿Me puedes explicar de una puta vez qué te pasa, Genevieve?

Y ella ya no puede aguantarlo más. Siente que las lágrimas se le agolpan en los ojos cuando se da la vuelta y lo mira.

—No puedo seguir con esto, Ramson.

Lleva meses pensándolo, pero hasta ahora no se ha atrevido a verbalizarlo.

La cara de Ramson cambia totalmente, como si acabara de darle una bofetada.

—¿Q-qué...?

—Lo... lo siento mucho. Siento decírtelo así, siento tratarte así, yo... te quiero... te quiero tanto... pero... pero siento que no es suficiente. Que nunca será suficiente, que no...

—No —la corta, con la respiración agolpada en su garganta—. No puedes decir eso.

—Ramson... necesito marcharme de aquí, necesito...

—Mírame —la sujeta bruscamente por los hombros—. Sabes que me amas, Vee. Solo... tenemos que recuperar la relación, ¿vale? Volver a ser lo que éramos. ¿Te acuerdas al principio, con los viajes y los...?

—Ramson... —insiste ella, intentando apartarse.

Y, de pronto su expresión se vuelve sombría.

—No hablaste con Foster en esa fiesta, ¿verdad?

La chica quiere mentir. De verdad que quiere hacerlo, pero no es capaz. No ahora que por fin se está sincerando.

—Lo siento —susurra.

—¿Que lo sientes? —Ramson la suelta de golpe y la mira como si no la conociera—. ¡Te dije que no hablaras con él!

—¡No puedes prohibirme hablar con nadie!

—¡Sí que puedo! ¡Si es por tu bien, sí que puedo!

—¿Por mi bien? Ramson, ¡me tienes aquí encerrada todo el día, sin poder hablar con nadie, aislada del mundo, y los únicos buenos momentos que compartimos son cuando hago exactamente lo que tú quieres! ¿Cuándo fue la última vez que me dejaste hacer algo por mí misma? ¿Cuándo fue la última vez que me dejaste elegir?

—¡Te dejo elegir continuamente!

—¡No, no es verdad! ¡Me ninguneas para hacerme pensar que soy yo la que elige, pero sabes que no lo hago! ¡Solo decido seguirte la corriente para que no te enfades y no volvamos a estar peleados durante horas! Pero... ¡esto no funciona, Ramson! Simplemente... no lo hace. Y lo peor es que tú también lo sabes.

Pero él no quiere entenderlo. Solo la sujeta de las mejillas, mirándola. La chica está a punto de llorar cuando la besa en la boca.

—Lo solucionaré —le promete él en voz baja.

—Ramson, no...

Pero ya se ha marchado.

El recuerdo se desvanece y ya ni siquiera me sorprende ver que Ramson vuelve a estar con Barislav, solo que esta vez en el salón de su casa. Y su madre también está ahí.

—¿Dónde está tu pequeña zorra? —espeta ella sin siquiera dudarlo, tiene una pequeña sonrisita petulante en los labios.

—No la llames así —masculla Ramson.

—¿Y qué harás si lo hago, hijo?

Ramson la mira, parece que va a decir algo, pero al final se calla. De alguna forma, sé que su relación siempre es así.

—¿Para qué me has llamado, chico? —interviene Barislav con su voz aterciopelada.

Ramson se acerca a él, muy serio.

—Eres amigo de mi familia desde hace muchos años.

—Lo sé.

—Y... hace tiempo... te pedí que hechizaras a... a mi esposa, a Genevieve.

—También lo sé.

—Necesito que... que tú...

Hace una pausa, como si no se atreviera a decirlo, hasta que finalmente asiente con la cabeza.

—Necesito que le quites la maldición.

Hay un momento de silencio en la habitación. Tanto Leanne como Barislav lo miran fijamente.

—¿Por qué? —pregunta ella.

—Porque... siento que el hechizo se ha convertido en unas... cadenas —Ramson sacude la cabeza—. Cada vez la veo más desesperada, más confundida... es como si ya no pudiera aguantarlo más. Necesito que le quites la maldición, Barislav.

Él lo considera unos instantes, mirándolo como si tuviera algo en mente pero no quisiera desvelarlo tan pronto.

—Si le quito la maldición, existe la posibilidad de que te abandone.

—Y también existe la posibilidad de que me ame —susurra Ramson—. De verdad. Sin magia de por medio.

—Pobre iluso —murmura su madre.

—Es mi decisión, mamá. No quiero... no puedo seguir engañándola.

Barislav se pone de pie y se pasea por la habitación, pensativo. Ramson lo sigue con la mirada hasta que se planta delante de él.

—Por lo que has contado, parece que el problema empezó cuando se enteró de que Foster y Larissa tienen pensado tener hijos.

—Sí —murmura Ramson—. Siempre ha estado obsesionada con eso de tener hijos, por... por eso creo que le ha afectado tanto que ellos puedan tenerlos y nosotros no.

—Quizá podríamos cambiar eso. Podríamos hacer que pudiera tener hijos contigo. Y así no tendría que romper la maldición. Querría quedarse a tu lado.

Deseo que Ramson diga que no, que realmente quiere romperla. Deseo poder confiar en él. Lo deseo con todas mis fuerzas.

—No puedo tener hijos con ella —le dice a Barislav, desconfiado—. No es una vampira pura.

—Pero hay... un modo.

Él dirige una breve mirada a Leanne, que se gira hacia su hijo y le dedica una dulce sonrisa.

—Hace años, descubrimos que... existe un ritual. Un ritual vampiro.

—¿Y en qué consiste ese ritual, mamá?

Ella hace una pausa, tomando un sorbo de su copa.

—Hay que sacrificar cinco tipos de sangre —dice lentamente, mirándolo—. Sangre inocente, sangre humana, sangre mágica, sangre pura... y sangre de amor.

—¿Sangre de amor? —repite Ramson—. ¿Qué es eso?

—Sangre de alguien que esté enamorado, hijo —replica su madre—. Una vez unido todo eso, se debe sellar por algo que represente la unión de la sangre enamorada.

—Dos alianzas —añade Barislav.

Ramson los mira con las dudas plasmadas en su rostro, pero sé que lo está considerando. Lo sé al instante.

—¿Y qué pasa cuando... cuando se reúne todo eso?

—Cuando las dos personas portadoras de las alianzas hacen la última ofrenda, a una de ellas se le concede un don —responde Barislav con voz suave—. El don de poder crear a vampiros puros.

—Podrías convertir a tu esposa —Leanne se adelanta, mirándolo fijamente—. Podríais tener hijos. Podría quererte de verdad, sin hechizos o maldiciones. Y yo tendría la descendencia pura que siempre he querido. No solo harías que ella fuera feliz... también harías que yo me sintiera orgullosa de ti. ¿No te gustaría eso, Ramson?

Ramson los mira fijamente, dudando, y se da la vuelta. Parece que le resulta complicado respirar.

—¿Y qué ganáis vosotros con todo esto? —pregunta en voz baja.

—Nos estamos extinguiendo —replica Leanne, ahora menos suave—. Tú lo sabes, Ramson. Apenas quedan vampiros puros y los convertidos no pueden crear a otros nuevos. ¿Qué pasará cuando nos maten a todos?

—Desapareceremos —murmura Ramson.

Él lo considera un momento. Su piel, ya de por sí bastante pálida, parece que ha perdido todo su color. Sabe que está a punto de aceptar algo que no debería aceptar.

—¿Cómo se convertiría un vampiro puro?

—Hay que sacrificar a un humano para poder usar toda su sangre —le dice su madre—. Y, entonces, puedes convertir al otro.

—Es decir... que un vampiro puro equivale a una muerte humana —su mandíbula se contrae un poco—. ¿A cuántas personas vais a sacrificar?

—Es por el bien de nuestra raza, Ramson. Nos estamos muriendo. Lo necesitamos.

Hace una pausa, cerrando los ojos, y finalmente asiente con la cabeza.

—Lo haré.

Tengo el corazón en un puño cuando la neblina nubla el recuerdo, sustituyéndolo por otro mucho más distinto. El día de la discusión. La chica sabe lo que ha hecho. Sabe que la hechizó para que se marchara con él. Veo de nuevo la discusión que vi con el fantasma. Veo los gritos, el rencor profundo y ponzoñoso en la mirada de la chica, que está tan desesperada que no sabe ni cómo expresarlo.

Y veo que, en el momento en que se da la vuelta para marcharse de esa casa y no volver, Ramson se lo dice:

—No puedes irte, Genevieve.

Ella se detiene. Algo en su tono ha cambiado. Ya no le suplica que se quede. Ahora, suena a amenaza.

—Claro que puedo —replica, apretando los dedos entorno al arco.

—No, no puedes —Ramson se acerca lentamente a ella—. Porque estamos ligados para siempre.

La chica deja de respirar por un momento cuando Ramson la rodea para colocarse delante de ella, mirándola fijamente.

—¿Qué quieres decir? —le pregunta con un hilo de voz.

Ramson tarda unos segundos en responder. Está mortalmente serio.

—He empezado el ritual —le dice en voz baja—. Rowan ha puesto sangre pura. Ya ha empezado y sabes que no podemos detenerlo. Sabes que, por mucho que huyas, va a terminar sucediendo. Y, cuando suceda, ya no habrá vuelta atrás.

Ella apenas puede respirar. Solo lo mira fijamente, el corazón aporreándole las costillas, y da un paso atrás. El arco se le cae de las manos.

—No puedes hacerme esto —susurra.

—Lo siento, Vee, pero ya está hecho.

—¡No puedes obligarme a ver cómo... matas a personas inocentes para satisfacer un deseo que ni siquiera te he pedido nunca!

—Ya está hecho, Genevieve —repite, mirándola fijamente—. Y sabes que no te va a quedar más remedio que participar en él.

No. Cuando se quita el anillo y lo lanza al suelo, lo veo en su mirada. Hará lo que sea. Lo que sea con tal de evitarlo.

Por eso, ya sé cuál será el próximo recuerdo.

La veo con Vienna en una sala oscura y oculta del mundo. No sé dónde está. Vienna la ha llevado ahí para que no puedan encontrarla. Para que pueda estar oculta. Se están abrazando con fuerza la una a la otra.

—Lo siento —susurra la chica, llorando contra su hombro—, lo siento tanto... siento todo lo que he hecho, yo no...

—No pasa nada, cariño mío —Vienna le acaricia el pelo con una mano, consolándola—. Todos cometemos errores. Y estás intentando solucionarlos.

La chica se separa. Su cuerpo se sacude con pequeños espasmos por el llanto mientras se tumba lentamente sobre la pira de piedra que tiene al lado. Una vez tumbada, gira la cabeza hacia Vienna, que le enmarca la cara con las manos.

—¿Estás segura de esto?

La chica asiente con la cabeza.

—No puede saberlo nadie, Vienna. Necesito que me borres todos los recuerdos. Todos. Necesito que, cuando me despierte, no sepa quién soy. No... no puedo decirte el por qué, es mejor que no lo sepa nadie más, pero... necesito que confíes en mí. No puedo volver a esa ciudad.

Vienna asiente con la cabeza y, tras un breve momento, le besa la frente.

—Algún día volverás —susurra, mirándola—. Eso lo sabes, Vee.

—Sin saber quién soy —replica ella, con los ojos llenos de lágrimas—. Sin saber nada. Y, quizá, solo quizá... si no sé nada... —hace una pausa—. Prométeme que no me dirás quién soy a no ser que sea imprescindible.

Vienna duda unos instantes. Sabe que le está haciendo daño, pero es un mal necesario. No puede permitirse echarse atrás ahora.

—Lo prometo —susurra ella.

La chica asiente y, tras mirarse la una a la otra, se sujetan de la mano y ella se tumba sobre la pira. Vienna, con lágrimas en los ojos, empieza a pasar la mano libre unos centímetros por encima de su cuerpo. Sus dedos se iluminan y emiten pequeñas ondas cálidas hacia su cuerpo.

—Treinta años dormiría ella... —murmura, entre lágrimas—, cuando se despertara, ya no sabría quién era...

Y, tras eso, todo se vuelve oscuro.

Durante unos instantes, no sé dónde estoy. Solo floto en el aire en una oscuridad absoluta, en el horizonte, en el abismo... solo flotando. Mis manos rozan algo. Algo frío. Piedra. El olor... es familiar. Huele a alguien. Alguien a quien conozco. Y siento su mano en mi mejilla. Su otra mano en mi cintura.

—¡Vee! —una voz familiar, desesperada y suplicante, me llama en medio de la oscuridad—. Vee, por favor, abre los ojos.

La voz suena cada vez más cercana. Muevo un poco los dedos de la mano, pero no soy capaz de abrir los ojos. Alguien está pegado a mí. Sus dedos me sujetan la cabeza y su pulgar me acaricia la mejilla.

—No me hagas esto, Vee —insiste, su voz cada vez más suplicante—. Por favor, por favor... abre los ojos.

Y, finalmente, consigo abrir lentamente los ojos.

Estoy en un lugar oscuro, iluminado solo por las manos de Vienna, que emiten una extraña luz que hace que pueda ver a Albert a su lado, preocupado, mirándome. Y justo debajo, sujetándome, está Foster.

Él, en cuanto ve que abro los ojos, suelta todo el aire de golpe y se lanza sobre mí para darme un abrazo que casi me deja sin respiración. Me quedo mirando al techo, intentando recuperarme, mientras él murmura algo a mi oído, aliviado. Cuando vuelve a mirarme, tiene una gran sonrisa en los labios.

—¿Tienes idea el susto que nos has dado? —me dice, riéndose con una mezcla de tensión y alivio bastante curiosa.

Tardo un momento en responder y, al verlo, solo puedo pensar en mis recuerdos. En Francia. En el vestido. En sus trajes. En el ascensor. En el pastel de limón. En sus colmillos hundiéndose en mi cuello, en mi muslo... los recuerdos se agolpan y me golpean con una agradable agonía que hace que el pecho empiece a subirme y bajarme con rapidez.

—¿Vee? —pregunta Foster, preocupado.

Muevo la mano sin pensarlo y le acaricio la mejilla. No me puedo creer que sea real. Casi me entran ganas de llorar. Él me devuelve la mirada, confuso, y se queda paralizado cuando siente mi caricia contra su piel, pero no se aparta.

Aguantándome las ganas de abrazarlo otra vez, respiro hondo y mi mirada se vuelve más dura, más decidida.

—La maldición está rota.

Ellos tres me miran sin comprender cuando me pongo de pie como puedo. Me tiemblan las rodillas. Vienna se acerca y me ayuda a incorporarme del todo, preocupada. Cuando siento sus manos en mis hombros, me siento como si volviera a casa. Me siento como si estuviera con mi familia.

Ellos tres son mi familia.

Los miro un momento y, pese a que un montón de recuerdos me golpean la mente, cuando veo a Foster me doy cuenta de que no estamos todos. De que él también necesita recuperar a su familia. A Addy.

—Tenemos que terminar esto —susurro—. Tiene que terminar esta noche.

Miro a Vienna, que asiente con la cabeza con una pequeña sonrisa orgullosa. Albert también parece contento de verme así, de ver a la Vee que conoce, la que no se rinde hasta llegar al final.

Y Foster... él asiente con la cabeza, mirándome. Le da miedo bajar y encontrar a Addy. Encontrarla mal. Pero sé que necesita bajar.

—La cosa es... —murmura Albert—, ¿cuál es el camino?

Nos quedamos mirando los dos tramos de escalera que tenemos delante. Los dos bajan, pero en direcciones opuestas. Siento que los demás se detienen a mi lado cuando miro ambas puertas abiertas, dudando.

Y, de pronto, me viene a la cabeza. Ahora que mi cerebro está despejado, que ya no hay dudas ni preguntas, es como si hubiera recuperado mi capacidad de entender las cosas. Giro la cabeza hacia la puerta derecha. La que tiene un cuadro al lado. Un cuadro de una luna.

—Las frías lunas —susurro—. Eso me dijiste cuando miraste en mi futuro el primer día que te vi, Vienna.

Ella me mira, sorprendida, pero no espero que diga nada. Solo empiezo a bajar las escaleras siguiendo los cuadros de las lunas.

La oscuridad nos envuelve, pero Vienna ilumina con sus manos y veo los siguientes cuadros. Solo hay dos más. Y todos siguen uno de los tramos de escalera, bajando más y más hasta el corazón del castillo.

Hasta que, finalmente, llegamos al final del camino.

Mi corazón late acelerado cuando acerco una mano dubitativa a la manija de una gigantesca puerta doble de madera. Tiene runas en ella. Hechizos que la protegen. Trago saliva, tocando el hierro con las manos, y siento que los tres se colocan a mi lado, preparados.

Sin embargo, la fuerza que me atrae es mucho más fuerte que ellos.

La puerta se abre de golpe y yo, perdiendo el equilibrio, caigo hacia delante. Vienna ha sido la más rápida y ha tratado de agarrarme del brazo, por lo que es impulsada hacia delante conmigo, con mi mano entre las suyas. Lo último que escucho antes de que se cierre la puerta es a Foster gritando mi nombre.

Vienna, a mi lado, suelta una de sus manos, pero la otra se mantiene unida a la mía. Ha movido el brazo justo a tiempo para que la caída fuera lo más suave posible, pero estamos las dos en el suelo, yo dolorida por las costillas. La sala es mucho más fría que la otra. Aquí hay magia. Aquí hay algo malo.

Levanto la cabeza y, al parpadear, empiezo a entender lo que veo.

Lo primero de lo que me doy cuenta es de que estamos en una sala redonda, de piedra, iluminada con antorchas colgadas en lo alto de las gigantescas paredes. Antorchas que solo un mago o un hechicero podría encender.

Mi cabeza baja hasta llegar a una pequeña plataforma elevada. Solo tiene un asiento. Solo uno. Un sillón rojo que he visto en mis recuerdos. Y reconozco a quien está sentado en él.

Barislav.

A uno de sus lados está Rowan con la ballesta negra, al otro está la madre de Ramson con un atuendo negro y una copa de líquido rojo oscuro en la mano. Me está sonriendo. Sonriendo como un animal que acaba de ver a su presa.

Mi mirada baja un poco más. En medio de la sala, hay una especie de plataforma con cinco vertientes planas, perfectas para tumbar a alguien encima. En el centro, una especie de cáliz de oro lleno de sangre oscura y burbujeante. Y eso no es lo que me llama la atención y hace que me entren ganas de vomitar. Sino que dos de esos sitios están ocupados.

El primero es el de Amanda. La chica que me trajo aquí. La chica por la que empezó todo. La dueña del diario que nos ha ayudado tanto. La chica que hizo que nos diéramos cuenta de que teníamos que resolver la maldición... y nada más ver sus labios pálidos, su pelo apagado, sus ojos cerrados y su pecho quieto... sé que está muerta.

Mi mirada se mueve, pasmada, hacia su lado. Un chico está tumbado a su lado. Lo reconozco al instante por el parecido con su hermano, el que vimos Foster y yo al ir a investigar al segundo desaparecido. Greg. Vi su habitación. Vi sus libros. Entendí un poco de su vida... y él también está muerto.

La tercera está desocupada, pero puedo ver el rastro de sangre de Rowan llegando hasta el cáliz. Igual que la cuarta, que también tiene un...

Antes de que pueda siquiera ver la quinta, la risa suave de Barilav hace que tanto Vienna como yo lo miremos.

—Por fin habéis llegado —comenta, entrelazando los dedos tranquilamente—, empezaba a pensar que no lo lograríais. ¿Qué tal os ha ido con el fantasma? ¿Habéis acabado con él?

Vienna se pone de pie a mi lado y levanta las manos para protegerme.

—Eso no era una puerta, era un portal —murmura—. ¿Verdad? ¿Dónde estamos?

La miro con confusión. Ella se ha tensado de pies a cabeza.

—Ya no estamos en la ciudad, Genevieve.

Un escalofrío de alerta me recorre la espalda cuando miro a mi alrededor. Por eso se siente distinto. Nos ha transportado a algún lugar, ni siquiera sé cuál, y una parte de mí ya es consciente de que, por mucho que abra esa puerta otra vez, no voy a encontrarme con un castillo.

Estamos atrapadas.

Mi mirada baja lentamente hacia los dos cuerpos que tengo delante. Los desaparecidos. Una oleada de rabia e impotencia me recorre el cuerpo.

—Los has matado —susurro. No sé si mi voz es asqueada, horrorizada o una mezcla de ambas—. Solo necesitabas su sangre, pero los has matado.

—Se resistieron —comenta Leanne con una sonrisa, apoyada en el respaldo de su silla con un brazo—. Si hubieran sido más sumisos, seguirían vivos.

Amanda solo tiene... no, tenía dieciséis años. Greg solo tenía diecinueve. Tenían dos vidas por delante, dos familias, dos futuros, sueños, esperanzas... y ahora han desaparecido. Por ellos. Solo porque ellos lo han decidido así.

—Me temo que te has quedado sin tu recompensa, Genevieve.

Levanto la cabeza para mirarlo. Mi cuerpo está paralizado. Barislav me sonríe.

—Tú me mandaste la carta —digo en voz baja, sin siquiera molestarme en preguntarlo—. Solo querías que volviera a la ciudad de una forma u otra.

—Y, en cuanto me enteré de ese trabajo de investigadora que tenías, fue tan sencillo... agita una bolsita de monedas delante de un humano y hará todo lo que tú quieras.

—¿Por qué me mandaste con Foster? —pregunto, sacudiendo la cabeza—. Podrías haberme dicho quién era, podrías haberme mandado con Ramson directamente. ¿Por qué complicar las cosas?

—Oh, querida, ¿qué sería de la vida sin un poco de drama?

Él se ríe, pero nadie lo acompaña. Yo solo siento la rabia recorriéndome las venas. Vienna, a mi lado, se mantiene en una posición defensiva. Al instante, sé que podrá defenderse de cualquier cosa que le hagan esos tres idiotas. Y la idea me tranquiliza un poco.

—Supongo que también le mandaste la carta a Trev y a mis padres —replico lentamente.

—Oh, sí. Eso fue por mera diversión. Me apetecía ver qué pasaba si poníamos... a prueba... tus emociones. Debo decir que me has impresionado mucho.

—¿Y qué hay de Addy? —espeto, mi voz temblando—. ¿Qué has hecho con ella? ¿Dónde está?

Barislav me sonríe. Hay algo oscuro en él. Algo que es demasiado inhumano incluso para un hechicero. Junta sus dedos delante de él antes de hacerle un gesto a Rowan, que suelta un silbido.

De la nada, aparecen. Siento que el corazón me da un vuelco cuando veo a Addy andando hacia Barislav. Lleva una camiseta rosa y unos pantalones azules. No sé por qué, pero lo primero que pienso es en lo mucho que ella odia ese tipo de ropa. Lo mucho que debe odiar que no le hayan dejado ponerse un vestido de flores.

Está asustada, perdida... tiene miedo. No sabe dónde está. Quiere irse a casa. Lo sé al instante.

—Addy —me escucho decir a mí misma con la voz temblorosa.

Ella gira la cabeza casi al instante que la mujer que la lleva de la mano. Y la reconozco al instante.

Larissa.

Me quedo mirándola fijamente. Su piel oscura, su pelo atado, sus ojos claros. Está... está viva. Está perfectamente. Y sujeta la muñeca de su hija con fuerza, reteniéndola.

Especialmente cuando Addy me ve y deja de respirar por un momento.

—¡Vee! —chilla, su voz temblorosa por la emoción—. ¡Vee, has venido a salvarme! ¡Se lo dije, les dije que volverías a por mí! ¡Estás aquí!

Siento que se me llenan los ojos de lágrimas cuando hago un gesto para que se acerque, pero su madre la tiene sujeta con fuerza y me mira fijamente. Addy intenta liberarse, impotente, pero no es capaz de hacerlo.

Y mi miedo cada vez va en aumento.

—Deja que se vaya con nosotras —exige Vienna en voz baja.

Barislav la mira con una pequeña sonrisa.

—¿Y por qué debería hacer eso?

—Porque ya tienes toda la sangre que necesitas y solo la has usado para atraernos hasta aquí —replica ella, mirándolo fijamente—. No necesitas otra muerte. No necesitas matar a una niña, y menos a una niña que en unos años será una vampira pura. Deja que se vaya, Barislav.

Hay un momento de silencio. Addy intercala miradas entre el hechicero y nosotras, aterrada. Quiere venir. Quiere acercarse desesperadamente. Y yo necesito que lo haga. No estaré tranquila hasta que esté conmigo.

—Mhm... quizá tienes razón.

Giro la cabeza automáticamente hacia Barislav, pasmada.

—¿De qué me sirve la cría? —hace un gesto vago con la mano—. Larissa, deja que se vaya.

Estoy tan perpleja que apenas puedo creerme lo que sucede cuando Larissa suelta la muñeca de Addy, que echa a correr enseguida hacia nosotras. Veo que está llorando antes incluso de que se acerque. Y yo, sin poder evitarlo, caigo de rodillas al suelo para recibirla.

Addy se lanza sobre mí y me abraza con tanta fuerza que casi nos caemos las dos, pero me mantengo firme y la rodeo con los brazos, sujetándole la cabeza con una mano. Ella se echa a llorar desesperadamente sobre mi hombro.

—P-pensé... pensé que te habías ido —solloza entre hipidos—. Pensé q-que...

—No me he ido y no lo haré —le digo en voz baja, apretándola con fuerza—. Nunca me voy a ir a ninguna parte sin ti. No me alejaré de ti. No te abandonaré nunca, ¿me oyes? Nunca.

No sé de dónde ha salido esa desesperación, pero Addy me abraza como si por fin estuviera a salvo y eso es todo lo que importa. Todo lo que me importa.

El problema es... que Barislav se ha levantado mientras pasaba todo esto.

Clavo la mirada en él y me pongo de pie, ocultando a Addy tras mis piernas. Ella se abraza a una de ellas, todavía llorando, y se asoma temblando de pies a cabeza. Vienna, a mi lado, tensa los hombros.

—No te acerques más —le advierte.

Barislav se detiene con las manos en alto, como si lo apuntaran con una pistola, y esboza una pequeña sonrisa.

—¿Sabes, Genevieve? —replica lentamente—. Si no lo recuerdo mal, ya te he hecho dos favores —hace una pausa, inclinando su cabeza hacia mí—. Y, de hecho, hace unos momentos me has hecho varias preguntas.

Siento que el aire escapa de mi cuerpo al darme cuenta. Lo he hecho. Y él me ha hecho dos favores. Salvó a Foster y ahora me ha devuelto a Addy.

Y lo peor... lo peor de todo... es que sé qué viene a continuación.

—Dame tu alianza, Genevieve, y te perdonaré.

Por un momento, un breve momento, estoy a punto de dársela solo para terminar con todo esto. Pero no puedo. Sé para qué la necesita. La necesita porque es lo único que falta en su ritual. Si consigue la alianza, terminará. ¿Y cuánta gente morirá si termina? ¿A cuántos sacrificarán para que otros se conviertan en sus ansiados vampiros puros? ¿A qué precio será?

Siento el anillo frío contra mi dedo cuando bajo la mirada hacia él. Sigue ahí. Pero no puedo dárselo. No puedo.

Niego lentamente con la cabeza, mirando a Barislav.

La sonrisa se le ha borrado. De hecho, ahora sus ojos están más abiertos y su boca está curvada hacia abajo mientras baja lentamente de la zona elevada donde está su sillón. Su mirada no abandona la mía y manda un desagradable escalofrío por mi espina dorsal.

—Última oportunidad, Genevieve —replica lentamente—. Dame el anillo.

Protejo a Addy con los brazos y trato de pegarme a Vienna lo máximo posible, pero mi cabeza vuelve a moverse de lado a lado, dejando clara la respuesta.

Y... silencio.

Durante unos largos, eternos, instantes... nadie dice nada. Nadie se mueve. Nadie respira. Solo miro fijamente a Barislav, esperando que haga el movimiento. Esperando que nos mate a las tres.

Y, sin embargo, lo que hace es esbozar una pequeña sonrisa.

—Ya veo —replica.

Confusa, veo que se gira tranquilamente y vuelve a sentarse en su sillón, colocando una pierna encima de la otra y entrelazando los dedos. Por su sonrisa, nadie diría que hace un momento he pensado que nos mataría.

—¿Sabes, Genevieve? —me dice con la misma sonrisa—. Antes os habéis equivocado en una cosa.

Frunzo un poco el ceño, confusa.

—¿El qué cosa? —pregunto, pese a que siento que no querré saber la respuesta.

La sonrisa de Barislav se acentúa.

—Mira bien el ritual, querida. Eres una chica lista. Sabes en qué habéis fallado.

Confusa y entumecida, bajo la mirada lentamente hacia las cinco plataformas donde descansan los cuerpos y la sangre. Los repaso con la mirada, respirando hondo, tratando de no venirme abajo. Sangre pura. Sangre inocente. Sangre humana. Sangre enamorada. Sangre mag...

Abro los ojos y giro la cabeza, pero es demasiado tarde.

Al instante en que intento gritar para avisar a Vienna, algo se le acerca por detrás. No. Alguien se le acerca por detrás. Es tan rápido que no puedo reaccionar antes de que le hunda un cuchillo negro y afilado en la espalda, haciendo que su punta cubierta de sangre salga por su abdomen.

Mi corazón deja de latir, mis oídos dejan de escuchar, mis pulmones dejan de funcionar. Y solo puedo ver. Ver a Vienna encogerse, bajar la mirada y observar una herida cada vez más sangrienta en su estómago.

Cuando levanta la mirada hacia mí con el shock reflejado en sus ojos, abre la boca para decir algo, pero solo le sale un hilo de sangre por la comisura de los labios.

Alguien la sujeta del cuello por detrás cuando le saca al cuchillo, retorciéndolo para asegurarse de que no sea una herida que pueda curarse. Subo la mirada lentamente cuando esa mano la empuja hacia la plataforma de la sangre mágica como si no fuera nada más que un objeto, un ser inanimado. Como si no fuera nada.

Y ahí, delante de mí, todavía sujetando el cuchillo... está Ramson.

Durante un momento en el que apenas puedo ver, oír o ser consciente de nada de lo que pasa a mi alrededor, nuestras miradas se conectan. Sus ojos grises no parecen arrepentidos, tristes o enfadados. No parecen... nada. Nada. Solo... nada. Inexpresivos. Vacíos.

—No —me escucho decir a mí misma.

Él me sigue con la mirada cuando caigo de rodillas al suelo, justo al lado de donde el cuerpo de Vienna ha caído. Ella está tumbada boca arriba. Sus manos intentan tocar la herida, pero apenas puede moverse. Siento que las lágrimas empiezan a caerme por las mejillas cuando acerco una mano temblorosa a le herida, intentando... no lo sé. Presionarla, evitar que siga sangrando. Intentando algo. Lo que sea.

—No —repito, y no reconozco mi propia voz—. No, por favor, no me...

Ella me interrumpe cuando una de sus manos se cierra entorno a mi muñeca. Acerco mi cabeza y veo que cierra los ojos cuando apoyo mi frente en la suya. Los sollozos que se me escapan de la garganta son tan crudos que me sacuden el cuerpo entero. Addy intenta calmarme, a mi lado, pero ahora mismo no puedo verla. No puedo ver a nadie.

—Ramson —la voz de Barislav suena lejana, de otro mundo—, quítale el anillo.

No me giro hacia Ramson, pero sé que se está acercando a mí. Me da igual. Ahora mismo, nada podría darme más igual. Miro mi mano. La he intentado apretar en la herida para que deje de sangrar, pero es imposible. No deja de sangrar. No deja de hacerse más grande. No puedo hacer nada.

—Vee...

Cuando escucho su voz, me giro hacia ella con la garganta doliéndome por los sollozos. Pero ella no parece asustada. Parece... en paz. Intento escuchar. Quiero que me diga algo que haga que la salve. No puedo perderla ahora. No ahora que acabo de recuperarla. No así.

—Vee... —repite, su mano apretándose en mi muñeca—, a-acércate...

Inclino mi cabeza hacia ella, que sube su otra mano a la mía y, justo cuando creo que sujetará la mía con ambas, siento que coloca algo frío y rugoso en mi palma. Abro los ojos, confusa, y entre las lágrimas veo que susurra unas pocas palabras frenéticas. El objeto que ha puesto en mi palma empieza a iluminarse.

—Vete —susurra, su voz ya apenas audible—. Vete. Dile... dile a Albert que lo perdono. Vete.

No. No quiero dejarla. Bajo la mirada y una oleada de desesperación me recorre el cuerpo cuando veo lo que me ha puesto en la mano. La piedra que usado para teletransportarse hasta aquí. Está iluminada. Va a alejarme.

—No —empiezo, desesperada—, no puedo...

—Vete —repite ella, y pega su frente a la mía—. Te estaré... te estaré esperando, mi niña. Tarda mucho en volver conmigo.

Levanto la cabeza para mirarla, pero sus ojos ya no me miran. De hecho, ya no ven. Están clavados en el techo, vacíos, muertos.

Me incorporo lentamente sobre mis rodillas con los oídos zumbando y, de alguna forma, las manitas de Addy en mi brazo, intentando hacerme reaccionar, hacen que levante la mirada. Ramson está apenas a un metro de mí, inexpresivo, inclinándose hacia abajo. Su mano roza mi brazo.

Al ver que la piedra se ilumina del todo, reacciono por fin y me estiro hacia Addy, rodeándola con un brazo y pegándola a mi cuerpo.

Lo último que escucho antes de desaparecer es el grito de rabia de Barislav.

Durante unos breves instantes, flotamos en la nada. Entonces, siento que el suelo vuelve a materializarse bajo mis rodillas. Abro los ojos, tratando de respirar, y me doy cuenta de que estoy de rodillas, abrazando con fuerza a Addy, que tiene la cara escondida en mi cuello y está encogida, aterrada.

¿Dónde estamos?

Parpadeo, con lágrimas todavía cayéndome por los ojos, y consigo por fin enfocar algo. Estamos en el patio del castillo. Ha anochecido, pero la luna está llena y puedo ver todo perfectamente. Las paredes blancas, altas, cubiertas de hierbajos. La valla normalmente cerrada que ahora está abierta porque alguien ha destrozado las cadenas que la sujetaban, el lago junto al lateral del castillo, el muro que lo rodea...

Lentamente, suelto a Addy y la miro. Ella tiembla de pies a cabeza y me observa con los ojos muy abiertos.

—¿Estás bien? —me escucho preguntar a mí misma con voz temblorosa—. ¿Estás herida?

Ella niega con la cabeza. Tiene los ojos llenos de lágrimas.

—Estoy bien, Vee —me dice con su vocecita, esa vocecita que por un momento he pensado que no volvería a oír jamás.

—Me alegro —mi boca dibuja una sonrisa extraña, devastada, triste y aliviada a la vez—. No sabes cuánto me alegro, Addy.

Y, entonces, percibo dos figuras acercándose a nosotras. Ni siquiera me pongo en una postura defensiva. Sé quiénes son.

—¿Vee? —Foster se acerca a toda velocidad—. ¿Qué ha pasado? ¿Estás...?

Se queda callado y quieto de golpe cuando se da cuenta de a quién tengo delante. Su mirada se clava en Addy y, por un momento, parece que no puede creerse lo que ve. Addy, a mi lado, da un respingo y las comisuras de su boca se curvan hacia abajo como si intentara aguantarse las ganas de llorar.

—¡Papi! —chilla, corriendo hacia él.

Foster no reacciona hasta que llega a su altura. Se agacha justo a tiempo para sujetarla bajo los hombros y pegársela al pecho. El cuerpo de Addy se sacude cuando hunde la cara en su cuello y empieza a llorar desconsoladamente.

Mientras Foster le susurra palabras para tranquilizarse, temblando de pies a cabeza, yo bajo la mirada a mis manos. La piedra manchada de rojo ha caído al suelo, delante de mí. Y mis manos siguen llenas de sangre. Sangre de Vienna. Sangre de mi...

—¿Dónde está Vienna?

No necesito levantar la cabeza. Solo por la forma en que Albert lo ha dicho, sé que ya lo sabe.

Levanto lentamente la mirada hasta encontrar la suya. Su expresión es contradictoria, como si por una parte supiera perfectamente lo que ha pasado y por otra no quisiera creérselo y deseara que lo negara.

Pero... no puedo negarlo. No puedo mentirle. Se me forma un nudo en la garganta cuando él se detiene delante de mí.

—No he podido hacer nada —susurro con la voz rota.

Albert no dice nada. Solo me mira fijamente durante unos largos segundos en los que puedo ver, desgraciadamente, cómo se da cuenta lentamente de que no le estoy mintiendo. De que no le negaré lo que ya sabe.

Algo se mueve a mi lado. Foster se ha arrodillado junto a mí. Siento su brazo sobre mis hombros y la calidez hace que salga un poco de mi bloqueo y me entren ganas de llorar, pero intento contenerme.

—¿Te ha...? —Albert hace una pausa, apartando la mirada—. ¿Te ha dicho algo?

—Me... me ha pedido... que te dijera que te perdona.

Albert no me mira, pero veo que sus labios se contraen con las ganas de derrumbarse. No lo hace. Solo se da la vuelta y se aleja lentamente de nosotros, con los hombros hundidos, rumbo a la valla abierta. Y sé que no quiere que lo sigamos. Sé que no quiere estar con nadie. Que necesita pasar por esto solo.

Vuelvo a la realidad cuando Addy se coloca delante de mí. Sus grandes ojos verdes me recorren la cara, preocupados, cuando me acaricia la mejilla con una mano.

—Puedes llorar, Vee —me dice—. Es normal llorar si estás triste. No tienes que aguantarte las ganas, no pasa nada.

No sé qué decirle. Ella pone una mueca casi graciosa con los labios, como si buscara las mejores palabras para decirme algo.

—Además, no llores porque estás solita. No lo estás. Papá y yo cuidaremos de ti. ¿A que si, papá?

—Siempre.

Agacho la cabeza y ya no sé muy bien si las lágrimas que me caen por las mejillas son por tristeza, rabia o alivio. Solo soy consciente de que siguen cayendo y Foster me atrae hacia él, de modo que mi mejilla queda pegada a su pecho. Siento el beso que me da en el pelo y creo que murmura algo que, aunque no puedo entenderlo, hace que el peso de mi pecho se alivie un poco. Mientras tanto, Addy me acaricia la espalda, consolándome, y veo a Albert alejarse lentamente de nosotros.

Al final, solo puedo pensar una cosa.

Es hora de volver a casa.


Nos vemos en el epílogo, bbs ;)


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