BALADA DE OBOE (𝙽𝚘𝚟𝚎𝚕𝚊...

By Donatella1212

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Vladimir es el típico chico aburrido viviendo la monotonía, él conoce una mujer sensual que trabaja en un ant... More

Prólogo
Vladimir
Crónica de una noche agitada
El miedo paraliza
La riña
A veces no podemos cambiar las cosas
El beso
Segunda opción
Confusión
Todo sobre las relaciones
Nos vamos o nos vemos
El encanto de las dudas
La pasión de la muerte
Dramas matutinos
Una nueva oportunidad para mí
Eclipsa y el hotel
El secreto mejor guardado
Confesiones
Evitar el pasado
En busca del verdadero amor
Políticamente incorrecto
Nada que ver
No hay planes perfectos
El fin de las dudas
Epílogo

Él incondicional

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By Donatella1212

Me pasé toda la semana aislado. Durante ese tiempo estuve con mi tío, él me enseñó lo básico para hacer las letras de neón. su amor por el trabajo se lee en la manera en que se mueve, con calma y dedicación. 

—El proceso no es nada fácil y no es bueno que gente con ansiedad se dedique a esto —susurró el tío.

—Ya veo —dije y me rasqué la nuca—, hay que tener paciencia.

—Exactamente: paciencia y mano firme —añadió Alberto.

—Pero estoy aprendiendo rápido. Por desgracia no soy un joven muy culto. Por eso tengo que prestar atención antes de hacer cagadas y desperdiciar el material —dije, asustado.

—Así es —dijo el tío mientras tomaba un mate—. Es una labor costosa económicamente y bastante solitaria. No es exactamente soplar y hacer botellas, aunque sí hay que soplar el vidrio, más específicamente los tubitos de vidrio al doblarlos. A su vez, lleva un tiempo importante de aprendizaje.

—No te preocupes, solo tengo que practicar. Con el correr de los días podré trabajar solo sin tu supervisión.

—Cuando me fui a Asunción debías haber practicado... —dijo mi tío arqueando una de sus cejas.

—Gracias a Dios volviste de Paraguay, ahora estoy mucho más preparado para ser un artesano del neón —dije con determinación.

—Volví, porque sentía nostalgia de mi trabajo y de mi vida aquí.

—¿No volverás a Paraguay? —quise saber.

—Sí, iré en diciembre para pasar la navidad y el año nuevo con mi familia. Y tú también puedes ir, si quieres...

—Primero quiero empezar a producir. Tengo que ser capaz de manejar este negocio —dije, mientras le cebaba un mate a mi tío.

—También tenés que entender los procesos técnicos del gas y la electricidad, manejar el soplete, ya el accidente más común en el taller es chamuscarse el pelo, o doblar el vidrio, sino para que el cuerpo asimile y genere memoria de los movimientos —explicó el tío.

—Sí, sí, naturalmente... ¿Podré hacerlo solo?

—Yo no tengo dudas —continuó mi tío—,  solo tienes que controlar tus movimientos impulsivos de tus muñecas.

—¿Quieres que practiquemos una vez más? —pregunté por cortesía.

—Primero comamos algo caliente pues estarás aquí toda la semana hasta que te salga bien —dijo, mientras tomaba el teléfono de la pared.

Con su otra mano sacó dinero de una cajita de metal... Me levanté de la silla.

—¿Por qué no vamos a la pizzería de la esquina?

—Tienes razón, necesito tomar aire —dijo y colgó el tubo del teléfono.

Cuando llegamos nos sentamos en las mesitas que estaban en la vereda. Mi tío pidió una grande de mozzarella y yo pedí media pizza hawaiana.

—No sé como te puede gustar la pizza con ananá —dijo Alberto y sacudió su cabeza.

—¿Qué querés tomar?  —dije en un tono risible.

—Un fernet con cola, con bastante hielo —dijo.

Un visitante inesperado llegó hasta nuestra mesa. Asustado, levanté mi cabeza. Alguien se hallaba profundamente inclinado hacía mí. Luego me puse de pie: ojos grandes y ambarinos con pestañas tupidas, nariz larga, cabello negro y liso.

—¿Jey?

Era el mismísimo Jey, llevaba un saco de tweed y unos jeans ajustados.

—Perdóneme, Vladimir, si molesto.

Mi tío lo miró contrariado. En ese instante mi boca se enmudeció.

—Hola, Jey.

Fatigado le indiqué con la mano que se sentara en una de las sillas.

—¿Usted es Epifanio? —preguntó mi tío.

—Sí, respondí yo sin vacilar.

Sentí en mi boca una sequedad total.

—No, no, no. Yo soy Jey —dijo con voz penetrante.

Empecé a reírme a carcajadas. Mi tío hizo una mueca de desaprobación.

—¿Jey? La verdad que no sé quién sos —dijo mi tío con un tono medido.

—¿Quieres pizza? —dije y suspiré al mismo tiempo.

—No, no, no. Los diabéticos no podemos comer harinas.

Estaba mareado, con la vista obnubilada. Mi capacidad de concentración era nula.

—Esa enfermedad es terrible —susurró mi tío—. Mi abuela murió de diabetes tipo dos.

—Lo siento mucho —repuso Jey—, no podemos consumir harinas refinadas y pan.

—¿Y por qué? —atiné a decir.

—Porque estos alimentos al entrar al cuerpo se convierten en glucosa en la sangre, por lo que se deben evitar. El arroz, el pan blanco, las galletas y la pasta contienen estos elementos —explicó Jey.

—¿Sos nutricionista? —exclamó mi tío.

—Pues no, yo soy músico. Toco el oboe en un boliche bailable —dijo Jay esbozando una gran sonrisa.

Mi tío abrió los ojos y se puso blanco.

—Sí, pero... mejor te acompaño a tu casa —balbuceé y jalé de la manga del saco de Jey. ¡Vamos!

Caminamos hacía la esquina y cuando doblamos en la calle Perú, estallé de ira y le dije:

—¡No te quiero en mi vida!

—¿Por qué me gritas? —dijo Jey mientras ponia los ojos en blanco.

—Jey... dijeron mis labios. Las lágrimas comenzaron a rodar por mi cara. El tomó mi mano y la entrelazó con la suya.

—Vladimir, ¿a caso tienes vergüenza de mí?

—No, no es así...

—Yo soy un hombre, igual que tú. También siento y tengo un corazón que late...

—¿Y eso qué?

Con crueldad, él se acercó a mi barbilla y me besó.

—Tranquilo, yo estoy aquí —dijo Jey.

Meneé la cabeza con brusquedad para que me suelte. Él me miró desconcertado y se fue.

Regresé a la mesa de la pizzería y mi tío estaba terminando su última porción.

—¿No me digas que ese tipo es Eclipsa?

Asustado moví la cabeza y le dije que sí.

—¡Qué sinverguenza! —exclamó— no tiene sentido que finja ser tu amigo después de todo lo que te hizo pasar. No olvides que fingía ser Eclipsa y demoró bastante en revelar su loco secreto. Para mí, ese tipo es un miserable y vas a terminar atrapado en este bucle infinito.

—¿No podemos volver al taller?

Movió el rostro en sentido afirmativo.

—Mejor anda tu casa, pensá en lo que te está pasando, pensá si ese tipo te está usando o si realmente querés estar con él. Rosa ya no está, así que refugiate en las personas que son leales —dijo Alberto con determinación.

Ya casi alejándome, mi tío me miró con una mirada de padre protector. En un momento dado sentí que ya no podía razonar con facilidad.





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