Cuarentena

By fuckingOT

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Natalia y Alba no se conocen pero acaban pasando la cuarentena juntas. Habrá que buscar algo con lo que entre... More

Estado de alarma I
Estado de alarma II
DÍA 1: Primero de apocalipsis
DÍA 2: Maldito bicho
DÍA 3: Paticorta vs patilarga
DÍA 4: No te tires a un facha
DÍA 5: El juego del gato y el ratón
DÍA 6: Chin-chin
DÍA 7: Aclaremos una cosa
DÍA 8: No todo lo hago tierno
DÍA 9: Mi puerta está abierta
DÍA 10: Tocada y hundida
DÍA 11: Bájalo del todo
DÍA 12: No digas nada
DÍA 13: Hay que ser valiente
DÍA 14: ¿Del 1 al 10?
DÍA 15: Llorando corazones
DÍA 16: Something about you
DÍA 17: La nueva normalidad
DÍA 18: Pintura mural o grafiti ilegal
DÍA 19: Ojalá ganen los buenos
DÍA 20: Va contra las normas
DÍA 21: Primera señal
DÍA 22: Vamos a la ducha
DÍA 23: El freno de mano
DÍA 24: Misión cumplida
DÍA 25: Profe Natalia
DÍA 26: Irresistiblemente apetecible
DÍA 27: Borrar el límite
DÍA 28: No me llames amiga
DÍA 29: Cambió mi suerte
DÍA 30: El estúpido plan
DÍA 31: Entrar en calor
DÍA 32: Por un beso
DÍA 33: Yo no quería
DÍA 34: Fan número uno
DÍA 35: Bendito infierno
DÍA 36: Un beso de cita
DÍA 37: Kilómetro cero
DÍA 38: La burbuja va a explotar
DÍA 39: A través de la pared
DÍA 40: Confío en ti
DÍA 41: ¿Y ahora qué?
DÍA 44: Modo luna de miel
DÍA 52: Debe ser 50/50
DÍA 56: Cámara oculta
DÍA 65: Lucecitas de Navidad
DÍA 73: Mujer florero
DÍA 93: Comedia romántica
DÍA 100: La nube más alta
DÍA 134: Jugar en equipo
DÍA 148: No me sueltes
DÍA 173: Casilla de salida
DÍA 239: Los ojos nunca mienten
DÍA 274: Mal presentimiento
DÍA 485: Las historias de amor...
DÍA 518: Mi recuerdo favorito
DÍA 2689: Hoy y siempre
DÍA 2690: Treinta mil días

DÍA 486: ...no tienen final

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By fuckingOT

NATALIA POV

En contra de mi voluntad mi cerebro decide despertarse y, antes incluso de abrir los ojos, sé que es más pronto de lo que me gustaría. No tengo nada que hacer, quiero seguir durmiendo, me enfurruño mentalmente. Intentaría de nuevo coger el sueño, pero el ligero peso de un brazo rodeando mi abdomen, el suave olor a champú que se cuela por mi nariz y la sensación de tener unas piernas enredadas con las mías, me hacen no querer dejar de ser consciente de mi alrededor.

Sonrío al recordar todas las veces que me he querido despertar con Alba a mi lado y me siento afortunada de poder hacerlo por fin. Abro los ojos sin ningún tipo de pereza para ver su pelo rubio chocando con mi barbilla y su mejilla aplastada contra mi pecho, y le dejo en la cabeza un largo beso de buenos días. Mi amor.

Acaricio su espalda durante un rato, notando sobre mí el suave subir y bajar de su pecho y me dan ganas de quedarme a vivir en esta sensación de tranquilidad para siempre. Cuántos días he querido verte despertar, Albi. Vuelvo a besar su cabeza y con cuidado me muevo un poquito para separarme de ella.

En cuanto deja de notar mi cuerpo se pone bocabajo completamente y se abraza a la almohada, y yo me tumbo a su lado para mirar su adorable carita de dormida.

– Te quiero – murmuro besando su mejilla con suavidad.

Aunque mi idea inicial era despertarla llenándola de besos, verla tan relajada me hace cambiar de opinión porque me sentiría demasiado mal si no la dejo dormir un poco más. Después de un rato mirándola embobada y dejándole besitos por la cara, me decido a levantarme para preparar el desayuno.

Sintiendo que he dormido tan bien que parece que llevo haciéndolo veinte horas, cojo el móvil para ver que solo son las diez menos cuarto, y luego me pongo una camiseta y salgo de la habitación cerrando a mi espalda para no molestar a Alba. Voy hasta la cocina y me acerco a la nevera para coger los ingredientes, pero me detengo al ver el calendario que está pegado en la puerta y en el que no me fijé ayer, con todos los días del 1 al 8 tachados y en el viernes 9 de julio escrito bien grande "NAT" con el resto del cuadradito lleno de corazones dibujados.

Sonrío con ternura antes de abrir la nevera y me pongo manos a la obra, colocando todos los ingredientes en la encimera. Mientras me concentro en que quede lo más rico posible, me llevo un susto de muerte al sentir de golpe un peso sobre mis hombros.

– ¡Queen! Jolín, siempre igual. No has cambiado, ehh. Seguro que estabas esperando a que viniera para darme sustos.

La agarro para bajarla de ahí y le doy besos hasta que se harta de mí y se va por donde ha venido, y yo vuelvo a mi tarea de preparar el desayuno para Albi. Mientras lo hago, aprovecho para escribir por el grupo de mi familia, recibiendo unos cuantos mensajes de mi madre que insiste en que busque un hueco para volver a llamarles, y también aprovecho para escribir a Ici porque a ella no le he dado señales de vida aún, aunque un sábado a estas horas tampoco espero que me conteste.

Ya que tengo el móvil en la mano, me meto en instagram para volver a ver la historia que subió ayer Alba y a la que no pude prestar atención por estar comiéndomela a besos. Sonrío en cuanto la imagen aparece en pantalla y no sé si me gusta más su carita de felicidad, la mía, que estemos juntas por fin o el "el mundo vuelve a girar ❤" que escribió Alba. Definitivamente va a ser mi fondo de pantalla.

La comparto en mis historias escribiendo un "te quiero millones ❤" y añadiendo una canción, y la miro un poco más, absorta en lo felices que se nos ve. Es preciosa. Ya que estoy, y a riesgo de que Alba me denuncie la cuenta por derechos de imagen, subo un post con la foto que le hice ayer en la cama, asegurándome de nuevo de que no se le ve nada y editándola un poco para que quede más bonita aún, aunque es difícil porque lo tiene todo para ser una maravilla: la luz tenue, su cuerpo desnudo a contraluz, la sábana hasta la cintura, la cama desecha, ella abrazando la almohada... Solo me falta la frase perfecta. Me lo pienso durante unos segundos, pero no necesito más para saber exactamente el sentimiento que me transmite esta imagen, así que la escribo y la subo para poder volver a centrarme en hacer el desayuno.

Cuando lo tengo prácticamente listo, escucho la puerta de la habitación abrirse y sus pasos acercarse, y cuando no dice nada ni viene hasta mí, sé que es porque se ha quedado mirándome desde la puerta de la cocina.

– La idea de que hayas vuelto a casa es que ya no tengo que dormir sola, pero veo que no lo has entendido – sonrío sin girarme.

– Si te digo que he hecho crepes, ¿me perdonas?

Se acerca a mi cuerpo y me abraza por la espalda juntando sus manos en mi abdomen y apretándome fuerte antes de darme un beso en el centro de ella y ponerse de puntillas para susurrarme al oído.

– Si a ese desayuno le acompañan unos besos de buenos días yo te lo perdono todo.

Desde esa posición ronronea por mi cuello haciéndome cosquillas y me besa en él mientras yo con paciencia acabo el último crepe, lo pongo en el plato con los demás y apago el fuego.

Me doy la vuelta en el sitio y Alba me da un beso en el pecho antes de apoyarse sobre él. Acaricio su espalda y aprieto nuestro abrazo girándonos de lado a lado para provocar su risa. Al final se separa sujetándose en mi cadera y se estira para besarme.

– Buenos días, mi amor.

– Buenísimos días, Albi – le devuelvo el susurro besándola un poquito más.

Unos segundos después nos separamos y ella apoya la barbilla en mi pecho, mirándome desde su altura como si aún no se creyera que estoy en casa de verdad. Yo subo mis manos a sus mejillas y la miro exactamente igual, porque me parece un sueño poder volver a besarla siempre que quiera.

– Eres más guapa que cuando me fui – le digo haciendo que se ría.

– Eso es mentira, estoy igual.

– Que no, que te digo yo que eres más guapa Albi.

– A lo mejor es que ya no te acordabas de mi cara.

– Mmm... no, no es eso.

– ¿No?

– No, no me podría haber olvidado de tu cara. ¿No ves que era lo primero en lo que pensaba cuando me despertaba y lo último antes de dormirme? – sonríe y me abraza más fuerte. – Bueno, y también pensaba en eso cuando iba en el metro, o las clases, o a un restaurante, o en la ducha... ufff... sobre todo pensaba en ti en la ducha.

Susurro lo último inclinándome en su oído y aprovechando para colar mis manos por dentro de su camiseta subiéndolas por sus piernas, pero antes de que agarre su culo ella atrapa mis muñecas y las vuelve a sacar de ahí.

– Las manos quietas guapa, o si no, no haber hecho el desayuno.

Me da un pico rápido y con prisas alcanza el plato de la encimera para marcharse con él hacia el sofá, contoneando las caderas y atrayendo mi mirada hacia ese culo que no me ha dejado tocar. La observo mordiéndome el labio hasta que sale de mi vista y me giro para coger el bote de chocolate y seguir su camino.

Me siento de lado con las piernas sobre el sofá y agarro a Alba para moverla y que se ponga igual, rodeando mi cadera con sus piernas mientras se queda sentada entre las mías, juntándonos todo lo que la física permite. No soporto más espacio entre nosotras. Ella deja el plato en el hueco que hay entre las dos y coge el bote de chocolate para empezar a untar el primero.

– Toma este para ti – dice ofreciéndomelo con una sonrisa.

De uno en uno, nos los comemos entre besos y risas y podría jurar que nunca nada me había sabido igual de bien, aunque creo que ahora mismo la peor comida del mundo me sabría bien solo por compartirla con Alba. ¿Cómo he podido estar seis meses sin verla?

– Oye Albi – digo mientras le echa chocolate al último. Menudo empacho llevamos. – He visto tu calendario de la nevera.

– Lo podemos quitar – dice inclinándose para darme un beso y dejarme con la sonrisa tonta.

– ¿Aunque no se haya acabado el mes aún?

– Claro. Ya has vuelto a casa, ya no necesito saber en qué día vivo.

No digo nada más y simplemente acaricio sus piernas desnudas a los lados de mi cadera mientras ella acaba de preparar el último crepe.

– Casualmente han quedado impares – sonríe cuando está listo sabiendo que no ha sido casualidad. – Lo parto por la mitad, ¿vale?

– No hace falta. Para ti.

– ¿Por qué para mí?

– Porque estoy enamorada de ti – respondo con simpleza encogiéndome de hombros.

Ella levanta la vista hacia mis ojos dejándome ver cuánto brillan los suyos mientras intenta contener una sonrisa que se asoma tímidamente en sus labios.

– Pues entonces sí que vamos a tener que partirlo, porque yo también estoy enamorada de ti.

– ¿Sí? – exagero mi sorpresa como si fuera una información nueva.

– Sí.

– Pues nada, habrá que compartirlo. Qué remedio.

Mientras ella lo intenta partir con la mano yo me inclino y empiezo a besar su mejilla, bajando mis labios hasta que alcanzo su mandíbula y la muerdo entre besos húmedos.

– Naaaat... Para. Que no me van a salir iguales los trozos – yo me río mientras me deslizo por su piel porque no puede importarme menos el crepe.

Sigo bajando mis labios y lamo a lo largo de su cuello despacio, como a ella le gusta.

– Uff Nat... – siento que se le eriza la piel. – ¡Ay! Hala, mira lo que has hecho.

Me separo confusa por su comentario y me fijo en que uno de los trozos se ha caído sobre su muslo, llenándola de chocolate.

– Mira la que he liado por tu culpa.

– Claro, porque esto no es para nada lo que estaba buscando – digo colocando ese trocito de nuevo en el plato para después estirarme y dejarlo sobre una de las cajas que siguen haciendo de mesa.

Me giro de nuevo hacia ella y empujo sus hombros para tumbarla sobre el sofá, recolocándome para poner las rodillas a los lados de su cadera con mi cuerpo sobre el suyo. Ella mantiene las manos en el aire porque las tiene llenas de chocolate y yo no me resisto a agarrar sus muñecas y acercármelas a la boca. Empiezo por una, lamiendo despacio cada dedo hasta que no hay rastro de chocolate y llevando esa mano por encima de su cabeza para atacar la otra y hacer lo mismo, sin romper en ningún momento el contacto entre nuestras miradas.

– ¿Te has quedado con hambre, mi amor?

– Es para que no manches el sofá, como es nuevo...

Cuando termino, bajo por su cuerpo y levanto su camiseta hasta su abdomen, quitándola del medio para poder lamer la parte de su muslo donde se ha manchado, y ella inconscientemente abre sus piernas. Recorro con mi lengua toda la parte interna de su muslo haciendo que se retuerza inquieta, y para ponerla todavía más nerviosa, con mucha lentitud voy subiendo mi lengua por su pierna hasta trazar con ella el contorno de sus diminutas bragas.

Subo y doy par de besos en su abdomen antes de seguir subiendo y lamer sus labios entreabiertos para luego separarme de ella como si no hubiera hecho nada.

– Listo, ni rastro de chocolate.

– Eres una zorra – dice quitándome la sonrisa vacilona de golpe. – ¿Te crees muy graciosa?

Lleva sus manos a mi culo y empuja para pegarme a ella a la vez que tira de mí un poco más hacia arriba para poder alcanzar mi cuello con su boca. Lo muerde sin cuidado para luego lamerlo, excitando cada célula de mi cuerpo en apenas unos segundos.

– No te atrevas a ponerme cachonda y no acabar con lo que has empezado – amenaza en mi oído antes de jugar con su lengua en él.

Aprieta más mi culo para juntar mi cadera a su cuerpo y empieza a moverse contra ella desde debajo de mi cuerpo haciendo que me fallen los brazos con los que me estaba sujetando para no aplastarla y caiga sobre ella por completo, lo que aprovecha para darnos la vuelta y ponerse sobre mí igual que estaba yo antes, con las piernas separadas y las rodillas a mis lados. Agarra una de mis manos y la lleva hasta su entrepierna, obligándome a tocarla por encima de las bragas para notar lo caliente que está y la pequeña humedad que empieza a formarse.

– ¿Me vas a dejar así, hija de puta?

Llevo más de un minuto sin decir nada, pero es que no me salen las palabras porque no doy crédito a lo rapidísimo que nos hemos encendido, supongo que tanto tiempo sin follar es lo que tiene, pero es que cuando se pone así... joder, que me haga lo que quiera.

Suelta mi mano y se inclina de golpe a devorarme la boca, arrancándome un gemido cuando tira de mi labio antes de bajar a hacer lo mismo con mi cuello. Los sonidos de sus besos descontrolados y de mis jadeos pobremente contenidos, resuenan entre las paredes del salón vacío.

Durante unos minutos nos besamos como desquiciadas, sin dejar nuestras manos quietas ni un segundo, calentando el cuerpo de la otra a base de los tocamientos menos inocentes del mundo. Con la respiración hecha un desastre, Alba se separa de mis labios y pega los suyos a mi oreja, jadeando sobre ella antes de ser capaz de hablar.

– Fóllame. Ahora.

– ¿Y si no quiero? – me atrevo a provocarla haciendo que se separe de mí.

Mi respuesta, que suena tan ronca que nadie se cree que follarla no sea lo único en lo que estoy pensando, le produce una sonrisa que me parece más una advertencia que una sonrisa. Con de repente mucha calma, lleva las manos al borde de su camiseta y se la quita despacio para tirarla al suelo. Se pasa la mano lentamente desde el cuello hasta su centro, pasándola entre sus tetas que me llaman a gritos.

– Seis meses sin ti me han enseñado un par de trucos para pasármelo bien sola, supongo que puedo ponerlos en práctica.

Se baja de mi cuerpo y por tanto del sofá, dejándome con la sensación de que la temperatura ha bajado quince grados de golpe.



ALBA POV

Sonrío de espaldas a ella cuando siento que se levanta corriendo del sofá dos segundos después de hacerlo yo. Se pega a mi cuerpo y me empuja desde atrás hasta que chocamos con la pared, poniendo su mano en ella antes de llegar para no hacernos daño.

En cuanto su boca empieza a besar mi cuello yo subo mis manos a la pared en busca de una estabilidad que parece desaparecer cuando sus manos traviesas se deslizan desde su agarre en mi abdomen hacia arriba para jugar con mis tetas.

Sus labios torturan la piel de mi cuello hasta que se deslizan lamiendo para llegar a mi oído y susurrar en él, atrapando después el lóbulo de mi oreja con sus dientes.

– Voy a dejarte muy claro que ya no estás sola en esta casa, y mucho menos en la cama.

Noto en mis bragas la excitación que me producen sus palabras, y más me excito cuando me da la vuelta y me levanta en brazos agarrándome del culo. Camina por el pasillo mientras volvemos a comernos la boca con ganas y al llegar a la cama me deja en ella con cuidado, quedándose de pie y mirándome desde su altura.

– Bocabajo – exige con un tono de voz que me pone a cien.

Me tiemblan las piernas de la anticipación porque sé perfectamente lo que quiere hacer, pero antes de girarme le dejo claro mis propias exigencias.

– Desnúdate o no me muevo.

Sonríe ante la chulería de mi tono de voz y sin prisa se quita la camiseta dejándola caer al suelo. Sus bragas siguen el mismo camino antes de subirse a la cama.

– Date la vuelta – repite y ahora le hago caso.

Siento su cuerpo inclinarse sobre el mío y sus labios posarse en la parte baja de mi espalda desde donde sube con besos húmedos. Al alcanzar mi nuca, Natalia me agarra el pelo para apartarlo y morderme y besarme a su gusto por todas partes, provocando mis gemidos al notar sus labios devorarme al mismo tiempo que su pecho se restriega por mi espalda.

– No sabes la de noches que he soñado con tenerte así – murmura en mi oído con la voz ronca sabiendo cómo me pone que me hable así. – Soñando que te follaba hasta que gritabas mi nombre y me pedías que no parara.

– Naaaat... – gimo cuando empuja con su cadera mi culo y me rozo contra el colchón.

– Quiero escucharte, Alba.

No es una petición, es una exigencia, y yo no dudo de que me va a hacer cumplirla cuando sus manos se agarran a mis costados a la vez que sus labios empiezan a deslizarse por la piel de mi espalda.

Al llegar a mi culo, lo muerde, lo besa y lo chupa a su antojo, volviéndome loca al sentir el desenfreno con el que lo hace. Cuando se siente satisfecha, y le lleva un rato en el que mis jadeos inundan el cuarto, agarra mi cadera y la eleva para levantarme un poco hasta que me sujeto con las rodillas en el colchón, a lo que yo respondo inmediatamente separando las piernas para darle todo el acceso que va buscando.

– ¡Aaaah! ¡Nat! – gimo más fuerte cuando pasa su lengua por mi centro.

Sujeta fuerte mis muslos con sus manos para que no los cierre y empieza a comerme el coño desde atrás con muchas ganas.

– Mierda Nat... más rápido – le pido desesperada por sentirla más. – Cómeme mi amor... aaah... así... no pares joder.

No lo hace, pero tras unos segundos su lengua se separa para volver a deslizarse por mi culo y yo no me quejo porque sé lo muchísimo que le gusta hacer eso, así que solo pensar en cómo se debe estar poniendo hace que me moje aún más.

– Mmmm – sus gemidos se mezclan con los míos cuando su lengua entra en guerra con mi clítoris de nuevo.

– ¡Aaahh! ¡Aaah! Sí, joder, Nat... sigue. Méteme los dedos.

Al escuchar mi petición, separa su boca de mi coño y sube la mano hasta él tanteando la entrada con la punta para desesperarme. Necesito sentirla ya, así que yo misma bajo la cadera buscando metérmelos porque no aguanto más.

– ¿Vas a follarme la mano? – me provoca separándolos.

Con sus dedos aún jugando con el límite de mi paciencia, se tumba sobre mi espalda para besarme el cuello y su respiración acelerada rebotando cerca de mi oído es la gota que colma el vaso para que acabe suplicándola.

– Natalia... joder. Métemelos. Por favor, haz que me corra ya.

Mientras muerde suavemente mi hombro, me mete dos dedos despacio, sacándolos y volviendo a hacerlo lentamente, pero yo no lo quiero lento.

– A-así... ¿así follas tú? ¿Com...como una blandengue? – busco picarla, y aunque mis jadeos dejan ver que en realidad no tengo mucha queja, funciona.

Sube el ritmo de golpe, aumentando la velocidad y la fuerza con la que me penetra, y como consecuencia la intensidad de mis gemidos. Cuando estoy a punto de correrme, siento que se incorpora un poco de mi espalda, por lo que subo el brazo para enganchar mi mano a su nuca.

– No te separes.

Hace caso a mi petición y vuelve a tumbarse sobre mí por completo, sin dejar ni un instante de follarme con su mano, hasta que unos segundos después me acabo corriendo entre gritos de su nombre como ella quería.

Con una mano agarrando fuerte la sábana y con la otra su nuca, siento el orgasmo recorrer intensamente mi cuerpo que se mueve bajo el de Natalia con espasmos provocados por la contracción involuntaria de mis músculos.

La morena saca sus dedos de mi interior y se apoya a los lados de mi cabeza, besándome la mejilla y el cuello con suavidad mientras recupero la respiración, a la vez que se empieza a rozar contra mi culo con poca sutilidad, dejándome notar lo mojadísima que está.

– Córrete en mi culo, Natalia. Sé que lo estás deseando.

No hace falta que se lo diga dos veces.

Se incorpora de mi espalda y se recoloca sobre mí para poder sentir lo máximo posible cuando empieza a restregarse sobre él, soltando gemidos y apretando con fuerza mi espalda baja a donde se ha agarrado.

– Joder Alba... así – gime cuando aprieto el culo para que lo note más.

Disfruto de sentirla follándose mi culo y de los gemidos que suelta mientras lo hace, y cuando me da la sensación de que está a punto de acabar, decido provocarla para que sienta más el orgasmo.

– ¡Aaah! Uf... Alba... ¡ALBA!

– Como me estás poniendo, Nat. ¿Te vas a correr en mi culo como una guarra?

– ¡Sí! ¡Siii!

Sonrío porque a estas alturas me sigue sorprendiendo lo efectivo que es hablarle así, porque un par de empujones después se corre sobre mí, dejándose caer sobre mi cuerpo al perder toda su fuerza después del orgasmo.

Me doy la vuelta para ponerme bocarriba y me abrazo a su cuello cuando ella hunde su cara en el hueco del mío, aún respirando con dificultad. Le doy besos en la cabeza y acaricio su espalda durante unos minutos en los que ella también deja besitos diminutos en mi piel.

Tras unos minutos más mimándonos como tanto le gusta, sale de su escondite y me mira sonriendo antes de juntar sus labios a los míos.

– Está feo que yo lo diga – susurra cuando se aparta de mis labios para volver a mirarme – pero menudos polvazos echamos, mi amor.

Me río de la carita orgullosa con la que lo dice y la vuelvo a besar porque no puede ser que me haga eso que me acaba de hacer y luego me mire como una enana que acaba de ganar una medalla en el cole.

Al separarme de sus labios otra vez, ella lo hace de mi cuerpo para tumbarse a mi lado bocarriba, y yo me pongo de lado llevando una mano a su abdomen para acariciarlo, mordiéndome el labio cuando se me pasa por la cabeza hacer sobre esa parte de su cuerpo lo que acaba de hacer ella sobre mi culo.

– No sé cómo puedes ponerte tan cachonda como para correrte solo con eso, mi amor – le digo haciendo que suelte una pequeña risa.

– Eso lo dices porque no te lo puedes hacer a ti misma, si no me entenderías.

Sonrío al ver la carita de felicidad con la que lo dice, y al darme cuenta de que vuelve a respirar con normalidad considero que está lista para un segundo asalto, así que pasando mi pierna al otro lado de su cuerpo, me siento sobre su cadera.

– ¿Sabes qué otra cosa no puedo hacerme a mí misma?

Ella se incorpora negando con la cabeza hasta que sus labios rozan los míos.

– No, ¿pero por qué no me lo cuentas y así te ayudo?

Con ese pistoletazo de salida, la beso haciendo que las dos caigamos al colchón de nuevo y volvamos a darnos todo ese placer acumulado que nos debíamos. Esta vez nos lo tomamos con más calma, disfrutándonos más despacio pero con la misma intensidad.

Nos cuesta más de una hora parar, pero es que dormir juntas por primera vez después de seis meses sin vernos nos ha renovado las energías como para aguantar todo el día haciendo el amor si hiciera falta. A media mañana seguimos metidas en la cama, aunque hemos dejado a un lado los orgasmos y ahora simplemente nos dedicamos a besarnos con calma y sin pretensiones de ir a más.

Natalia, tumbada a mi lado, medio recostada sobre mí y con sus piernas enredadas con las mías, usa la mano sobre la que no se está apoyando para acariciar mi abdomen con suavidad, subiendo y bajando de vez en cuando hasta mi cuello. Tras unos minutos en silencio, decide romperlo para hacer una de esas apreciaciones que se le pasan de repente por la cabeza.

– Tienes más lunares – su dedo repasa los que adornan mi cuello.

– Lo dudo – me río de lo convencida que suena.

– Yo no, sé perfectamente dónde estaba cada uno y cómo eran, así que no hay duda. Tienes más.

– Deberías ser dermatóloga – respondo con una sonrisa poniéndome de lado para mirarla y ella se ríe.

– Pero tendrías que ser mi única paciente. Tus lunares son los únicos que me interesan – dice inclinándose para besar los de mi cuello con ternura.

– Trato hecho.

Se queda unos minutos más posando sus labios por mi piel, haciéndome cosquillas allá por donde pasa y llenándome el cuerpo con unas caricias que había echado tanto de menos que se me había olvidado lo que era poder disfrutar de ellas.

En un momento dado, Natalia pasa una de sus piernas al otro lado de mi cuerpo para quedarse sentada sobre mi cadera, pero no dice nada y simplemente me mira, siguiendo con la vista el lento paseo que su mano se da por mi cuerpo.

– Eres espectacular – comenta de repente. – No me cansaría nunca de mirarte.

La intensidad, el deseo y el amor con el que susurra esas palabras calan hasta mi corazón, que se agita sin control como cada vez Natalia me dedica una de esas miradas cargadas de sentimiento. Sin embargo, la agradable sensación dura muy poco porque sus palabras me recuerdan algo que ha estado rondando mi mente durante todo este tiempo.

– Si quieres puedo ir desnuda por la casa todo el rato, así te compenso por los seis meses que no has podido verme así.

Intento que mi comentario quede como un ronroneo coqueto, pero por la forma en que me mira justo antes de apartar su mano de mi piel y se incorpora echándose hacia atrás me hace entender que no ha colado. A veces odio que me conozca tan bien porque está claro que sabe o al menos intuye por dónde voy. Estúpida novia que me quiere, me escucha y me entiende, refunfuño en mi mente.

– Alba... ¿por qué dices compensar como si fuera culpa tuya?

Se aparta del todo de mi cuerpo para sentarse a mi lado con la espalda apoyada en el cabecero de la cama y con sus brazos tira de mí para que me ponga sobre ella. Siempre dice que estar así ayuda a hablar de cosas importantes porque es nuestra burbuja, y razón no le falta, por lo que me muevo para colocarme a horcajadas sobre ella, que se abraza a mi espalda baja y tira de mí para reducir al máximo el espacio entre ambas.

– Mi amor, soy yo la que se ha marchado durante seis meses y la que tiene la culpa de no habernos podido ver. Bueno, yo y las putas restricciones que no nos han dejado visitarnos ni un mísero fin de semana – añade haciéndome sonreír al ver su carita de enfado al decirlo. – Tú no tienes que compensarme por nada.

– Ya lo sé, Nat – apoyo las manos en su pecho y me distraigo jugando con el solecito de su colgante para no mirarla. – Pero tú me mandabas fotos y... y... y vídeos tocándote para que yo me lo pasara bien contigo aunque no pudiéramos vernos, qué menos que yo hubiera hecho lo mismo.

– Por supuesto que no. ¿Tú querías mandármelos? – asiento porque en realidad sí quería. – Vale, cambio la pregunta. ¿Tú te sentías cómoda grabándote? ¿O haciéndote ese tipo de fotos aunque supieras que eran para mí? – no me queda más remedio que negar. – Pues ya está, no hay más que hablar.

– Jolín, Nat, pero es que tú te esforzabas por hacer la distancia un poco menos dura para mí en ese aspecto, no me costaba nada hacer lo mismo por ti.

– Pues sí, Alba, a lo mejor es que sí te costaba, y no pasa nada.

Suspiro subiendo mi mirada a sus ojos para ver su determinación, pero los vuelvo a bajar a su colgante porque no acabo de estar convencida de que le dé tan igual. Me deja unos segundos en silencio antes de volver a hablar queriendo relajar el ambiente.

– Además, mi amor, que a mí me bastaba y me sobraba con nuestras llamadas nocturnas. Ya sabes lo muchísimo que me pone escucharte.

Con sus manos trazando circulitos en mi espalda baja, se inclinan un momento para tirar de mi labio con sus dientes queriendo reafirmar lo que acaba de decir, y aunque yo sonrío recordando esas llamadas en las que nos poníamos cachondas hasta corrernos, sigo pensando que ha sido un poco egoísta por mi parte no haber hecho otras cosas que ella sí hacía, como poner su cámara durante esas llamadas.

– Ya Nat, pero también sé lo muchísimo que te pone verme cuando me toco, tendría que haberte dejado verlo como hacías tú.

– Claro que no, mi amor. No tenemos por qué hacer las mismas cosas. Somos personas distintas a las que les gustan cosas distintas, y si hay algo con lo que una no se siente cómoda pues esa opción está descartadísima.

Sonrío al escucharla porque ese argumento es el mismo que use yo con ella una vez.

– Esas palabras son mías – me cruzo de brazos mirándola con una sonrisilla.

– Pues entonces no puedes decir que no tengo razón – imita mi sonrisa orgullosa.

– Eres muy lista tú, ¿no? – me acerco a darle un beso cortito y ella vuelve a ponerse seria.

– Pero es verdad, Albi. Por ejemplo, cuando probamos a que tú me ataras a la cama no aguanté ni dos minutos del agobio que me entró. No sé por qué me sentí así, pero no me gustó nada. Yo me quejé porque quería que disfrutaras como yo lo hago cuando me dejas que yo te ate a ti, que te lo pasaras bien.

– Y yo te dije que había muchas maneras de pasárselo bien, que no tenían por qué ser las mismas para las dos – acabo por mí misma el argumento.

– Exacto. Pues esto es lo mismo, mi amor, y más siendo consciente de la razón por la que no te sientes cómoda. ¿Te crees que sabiéndolo voy a preferir que me mandes un vídeo guarro? Que le den, yo lo que quiero es que tú estés bien.

Suspiro y me abrazo a su cuello para acercarme del todo y sentir su calor en mi cuerpo.

– Gracias cariño. Eres la mejor – susurro en su oído.

– ¿Por respetarte y no querer forzarte a hacer cosas que no quieres que es lo mínimo que debería hacer tu pareja o cualquier persona del mundo? Vaya mérito – bromea y yo me separo para mirarla y llevar las manos a sus mejillas.

– Por tener esta caraza, pero bueno, eso que has dicho también me vale.

Se ríe antes de besarme y al separarse de mis labios me abraza fuerte contra su pecho. Le acaricio el pelo sintiéndome más ligera después de haberlo hablado, porque a pesar de que sabía que Natalia pensaba así, era difícil convencerme de ello si no podía verla.

– Mi amor, no quiero entrar en bucle así que ya me callo con el tema, pero que te quede muy claro que yo los vídeos, que a ver, tampoco es que te haya mandado aquí una filmografía de la hostia, que han sido cinco o seis vídeos nada más, pero bueno lo que decía – se separa de mi abrazo para poder mirarme. – Que yo te los mandaba porque disfrutaba mucho grabándolos pensando en lo que te iban a gustar y lo que ibas a hacer después con ellos y para que te lo pasaras bien tú, jamás tenía la intención de que me devolvieras el favor. Lo siento si te has sentido presionada por mi culpa, no pensé que te pudiera pasar.

– Oye, mi amor, no. Tú no me has presionado para nada, es esta cabeza tonta que tengo. No te preocupes que no has hecho nada malo. Al revés cariño, si yo te contara lo bien que me lo pasaba con tus fotos y tus vídeos...

– Mmm... cuéntame, cuéntame – me pide besando mi cuello y haciéndome reír por las cosquillas.

– ¿Sabes qué sería mejor? – ronroneo en su oído para provocarla. – Hacerte una demostración en primera persona.

– No seré yo quien se queje – sonríe con picardía.

– Sí, es una pena que los haya borrado todos.

– ¡Albi! – se separa riéndose al ver que mi provocación no iba a ningún lado. – ¿Por qué has hecho eso?

– Nat, ¿tú sabes el desastre que soy yo con el móvil? Que me lo voy dejando por todos sitios, mi amor. Imagínate que alguien lo ve por mi culpa, me muero.

– Eres de lo que no hay, cariño – se ríe dándome un beso. – ¿Ni uno te has quedado?

– Bueno... hay uno que sí, pero pensaba borrarlo cuando llegaras a casa.

– ¿Cuál te has quedado? – pregunta con una sonrisilla divertida.

– ¿Qué más da? – levanta la ceja insistiéndome para que se lo diga y yo ruedo los ojos a la vez que siento la vergüenza colorear mis mejillas. – El de la ducha...

Me mira y por la sonrisa que pone sé que se está aguantando los comentarios pervertidos, pero en vez de decirlos me acaricia las mejillas que siguen ardiendo y me besa con delicadeza.

– Eres monísima y te quiero muchísimo.

– Yo te quiero más.



NATALIA POV

Después de una larguísima sesión de besos y mimos que parecía no tener fin, nos quedamos tumbadas relajadamente en la cama, con Alba apoyando su espalda en mi pecho mientras me hace cosquillitas en el brazo que rodea su abdomen y yo le doy besos en el pelo de vez en cuando.

La tranquilidad que nos rodea solo se ve interrumpida por el sonido de mensajes llegando a su móvil que hace un par de minutos que no deja de sonar, a pesar de que Alba no se ha movido.

– ¿Puede ser más pesada mi hermana?

– ¿Seguro que es ella? – me río dejando un besito en su cabeza.

– Sí porque al final ayer no la llamé, pero vamos, que sabe que ya estás en casa. Si no le estoy haciendo caso no es porque me he muerto, obviamente es por estoy ocupada.

Me río cuando justo suena otra vez y Alba se queja.

– Le voy a decir el lunes la llamo en el descanso del trabajo, que me deje en paz.

– Pero habla con ella, boba, que tampoco pasa nada – le digo mientras se aparta de mí y alcanza el móvil de la caja que sigue haciendo de mesilla.

– Es que no me apetece.

Me responde con un pucherito que me hace sonreír mientras se vuelve a apoyar en mi pecho y agarra mi brazo para rodearse con él ella misma. Sonrío de nuevo y la aprieto contra mí porque yo también quiero tenerla lo más cerca posible.

– ¿Ves? Una pesada – me dice enseñándome que los mensajes son de Marina.

Le responde cualquier cosa para que sepa que la está ignorando a conciencia y después veo que se mete en la galería. Abre una carpeta que se llama "N❤" en la que guarda nuestras fotos y vídeos y baja un poco hasta que aparece el vídeo de la ducha del que estábamos hablando antes. Sin llegar a reproducirlo lo elimina y luego lo borra también de la papelera para que no quede rastro de él.

– Aunque yo esté en casa, si en cualquier momento te apetece tener un vídeo como ese no tienes más que pedírmelo – le susurro al oído haciendo que se le erice la piel de su cuello.

– Lo tendré en cuenta – carraspea nerviosa por mi insinuación, lo que me hace sonreír. – Nat, ¿has visto la historia que subí con nuestra foto? – pregunta para cambiar de tema saliendo de la galería para meterse en instagram.

– Claro que sí, mi amor. La he compartido esta mañana.

– ¿Sí? ¿A ver?

Sonrío porque sé que se va a encontrar con mi post nada más abra la aplicación, y más sonrío cuando lo hace y nada más verlo se gira entre mis brazos para mirarme a la cara con sorpresa.

– ¡Nat! ¡Has subido a tu insta mi foto durmiendo!

– ¿Y estás contenta por eso o enfadada porque querías subirla al tuyo? – pregunto con precaución porque no me queda claro, pero me relajo cuando se ríe.

– Pues contenta, porque eres monísima y me hace mucha ilusión que te apetezca tenerme a mí ahí – dice llenándome la cara de besos.

No digo nada porque cuando suelta mis mejillas vuelve a coger el móvil, aunque solo lo mira durante unos segundos antes de volver a subir sus ojos a los míos con un nuevo puchero adornando sus labios, por lo que sé que ya ha leído la frase que le he puesto a la foto.

– Nat... ¿tú quieres que llore? – me río por su dramatismo cuando gira la pantalla para que la lea como si no supiera ya lo que pone.

natalialacunza: "estoy viéndote dormida pensando que no hay quietud que me mueva más la vida" 

Vuelve a dejar el móvil a un lado y se reacomoda sobre mí para besarme con intensidad, dejándome un poco paralizada por todo el amor que me transmite con el movimiento de sus labios.

– Te quiero.

Sonrío como una tonta al ver lo muchísimo que le brillan los ojos al decirlo.

– Jolín, mi amor, si lo llego a saber te la enseño antes.

– Es que es perfecta, Nat, no sé cómo lo haces que siempre tienes las palabras idóneas para dedicarme.

– Que conste que es de una canción, no puedo llevarme yo el mérito.

– Pero tú tienes el mérito de haber elegido justo esa frase. Para mí vale lo mismo – dice volviéndome a besar.

– Oye pues al final va a ser verdad que eres lo que comes, – bromeo – porque tú también has aprendido un par de cosas sobre de indirectas con canciones.

– ¿Yo? – se extraña.

– Sí, tú. Ayer venía escuchando en el coche que me trajo del aeropuerto esa que subiste el finde pasado, la de "Mándame una foto".

– ¿Te gustó? – sonríe orgullosa.

– A ver, sí, la canción muy bien, pero me puse súper triste, Albi.

– Pero Nat, si no era de ponerse triste – se ríe. – ¿La escuchaste entera?

– Sí, ¿por qué te crees que ese día te pete el móvil mandándote fotos?

– ¿Era por eso? – suelta una carcajada. – Joder, claro, ahora lo entiendo.

– ¿En serio no lo pillaste? ¿Te parece normal que así porque sí te mande tropecientas fotos de mi cara?

– Yo que sé, supongo que no, pero tampoco me iba a quejar. A mí que me mandes fotos de tu cara siempre me va a parecer bien.

– Madre mía, qué pava. Pues Albi, para la próxima que sepas que si subes una canción que dice "baby, mándame una foto, pa acordarme de nosotros, pa sentir que todo sigue igual" y luego yo lo hago, es por eso – explico haciendo que se ría más al darse cuenta de lo tonta que fue al no ver la relación.

– Vamos que solo te quedaste con el estribillo y no le hiciste ni caso a la parte buena, ¿no?

Se abraza a mi cuello y se acerca a mis labios para cantarla sonriendo sobre ellos.

Cada vez que estoy contigo no me falta na'
Quiero que vivas conmigo y en un cuento de hadas
Si yo ni te conocía y tú ya me gustabas
Porque he conseguido en ti más de lo que buscaba

Y aunque a veces me cuesta aceptar que no vas a estar
Me conformo al solo verte por el celular
Las ganas que tengas mami las guardamos
Y cuando esto se acabe solitos nos desquitamos

Y es que no existe un lugar donde quiera estar
Sin tenerte y darte lo que hoy no te puedo dar
Muero por un beso de esos que nos damos
Si nos hacen falta razones, las inventamos

Al terminar, acaba con el poco espacio que separa nuestros labios y me besa otra vez.

– Bueno, a lo mejor esa parte no era tan triste como el principio – reconozco.

Con una sonrisa se mueve para volver a colocarse como al principio, apoyando su espalda en mi pecho, y coge el móvil de nuevo. Le da me gusta a la foto que he subido, comenta un "te quiero ❤" y luego se mete en mis historias para ver lo que he escrito al compartir la suya, que es más o menos lo mismo que acaba de escribir ella.

– ¿Cuál es esta canción? – pregunta al subir el volumen y no reconocerla.

– ¿No sabes cuál es? – niega y se gira para mirarme.

– ¿Me la cantas?

Le quito el móvil de la mano para dejarlo fuera de la cama y luego hago que se tumbe por completo colocándome sobre ella, que se abraza a mi cuello cuando empiezo a cantar bajito.

Sabes bien
Que estos meses a tu lado me hizo estar bien
Mientras todo está nublado, tú sigues en pie
Deshaciendo el oleaje a cada instante

Agarro el solecito de mi colgante mientras canto la primera parte y ella sonríe al reconocerse en esos versos.

¿Sabes qué?
Que todo se ve distinto cuando dices "ven"
Que me sale como instinto besarte la piel
Y me encanta estar contigo porque puedo ser
Ya sabes

Acaricio su piel con la yema de mis dedos porque si la beso no puedo cantar, y para cuando empiezo con el estribillo, la sonrisa ya me ocupa toda la cara porque no puedo estar más de acuerdo con la letra.

Que todo lo que dije, lo vuelvo a repetir
Que te quiero millones, no sé, me sale así
Tu carita, toda una obra de arte
¿Cómo no estar loca por mirarte?
Dime que estarás conmigo
Que me calmarás el frío
Dime

Aprovecho el cambio de estrofa para inclinarme y darle un beso, sin prisa por seguir cantando. Ella, sin embargo, se separa rápido porque quiere escucharme.

En pleno 2020, tan de repente
Llegaste de la nada, tan diferente
Cambiaste por completo tú mi presente
Y en tan poco tiempo te pido un "para siempre"

Sí, se lo pido porque no puedo imaginarme otra cosa, y por el brillo de sus ojos al escuchar esta parte no dudo en que está pensando algo parecido.

Y sé que esto que digo
Solo me pasa contigo
Quiero tenerte conmigo
¿Sabes?

Que todo lo que dije, lo vuelvo a repetir
Que te quiero millones, no sé, me sale así
Tu carita, toda una obra de arte
¿Cómo no estar loca por mirarte?
Dime que estarás conmigo
Que me calmarás el frío
Dime

Hago una pausa para disfrutar de la carita de amor con la que me mira. Es que cómo no voy a estar loca por mirarla.

Sabes bien
Que estos meses a tu lado me hizo estar bien
Mientras todo está nublado, tú sigues en pie
Practicando las canciones que te escribo mientras duermes
Ya sabes

Le guiño el ojo al cantar esa última frase y ella se muerde el labio para contener la sonrisa que se le escapa igualmente. Repito una vez más el estribillo y después acabo.

Cuando termino el último verso no dice nada, simplemente tira un poco de mi cuello para acercarme a su boca y besarme con intensidad, sin dejarse nada sin decir con ese beso. Esta vez ninguna se separa, si no que tras unos segundos Alba nos da la vuelta con cuidado para ponerse sobre mí, irrumpiendo con su lengua en mi boca buscando profundizar un beso que sigue sin tener fin.

Las caricias de nuestras manos se unen a la fiesta y acabamos haciendo el amor como si no lleváramos haciendo eso mismo durante día y medio sin parar. Intentamos ir despacio para alargar el orgasmo todo lo posible, pero eso no impide que acabe llegando con fuerza para sacudir hasta la última célula de nuestros sudorosos cuerpos.

Al terminar, el silencio y la comodidad nos envuelven de nuevo, pero sé que es tarde y que por mucho que quiera no podemos quedarnos así eternamente, porque me gustaría darme una ducha antes de comer y además creo que debería deshacer la maleta, o al menos empezar a sacar alguna cosa para tener ropa limpia.

– Mi amor – la llamo acariciando su espalda con suavidad y por su respuesta sé que ya estaba medio adormilada.

– ¿Mmh?

– No queda mucho para la hora de comer. ¿Quieres que nos demos una ducha y luego recojamos un poco por aquí? – le ofrezco una de cal y otra de arena, a ver si así le cuesta menos salir de la cama.

Sin llegar a decir nada, niega con la cabeza contra mi cuello donde está acurrucada sin molestarse siquiera en mirarme, haciéndome reír porque era lo que esperaba.

– ¿No quieres ducharte conmigo? – vuelve a negar, pero lo que no quiere es levantarse.

Se gira rodando por la cama para dejarme libertad de movimiento y se abraza a la almohada ignorándome por completo.

– Ve tú – murmura.

Me río al ver que no tiene ninguna intención de cambiar de opinión, así que salgo de la cama por el otro lado y me pongo de pie.

– Como quieras, luego no digas que no te he avisado para venir. Te cojo ropa limpia – aviso acercándome a sus cosas.

– Lo que quieras – murmura de nuevo como un autómata.

Le cojo del armario unas bragas limpias y el primer top deportivo que pillo porque tampoco es que su ropa esté del todo guardada, y salgo de la habitación camino al baño. Me ducho con calma disfrutando del agua que cae por mi cuerpo y que está demasiado caliente a pesar del calor que hace hoy, y al salir me seco y me visto.

Regreso a la habitación y según entro, Alba me hace un intenso repaso de arriba abajo, mirándome desde la cama muchísimo más despierta que cuando he salido. Sé que se ha levantado en algún momento porque hay un vaso con agua sobre una caja cerca de la cama, y además lleva una camiseta puesta.

– ¿Ves algo que te guste? – rompo el silencio cuando no dice nada.

Sin hablar se levanta de la cama y viene hacia mí, aunque yo me doy la vuelta para buscar en su armario unos pantalones que poder usar, haciendo que ella se pegue a mi espalda

– Si no fuera porque me dejas disfrutar de este cuerpo a mi antojo, – murmura acariciando mis abdominales desde atrás – sería muy molesto ver lo buenísima que estás.

– Nada que no pueda decir yo de ti, mi amor – me concentro en buscar los pantalones para no dejarme llevar por las caricias de su mano traviesa que se desliza ahora hacia abajo.

– ¿Estás bragas son mías? – pregunta haciéndome sonreír mientras me toquetea el culo. Sabía que no me estaba escuchando.

– Y el top también. Toda mi ropa está en la maleta.

Me pongo los pantalones de chándal cortos que he cogido y me doy la vuelta. Alba se pone de puntillas y se abraza a mi cuello mientras me sonríe con fingida inocencia.

– ¿Te vienes a la ducha conmigo?

Suelto una carcajada porque sabía perfectamente que esto iba a pasar, y de repente siento que la quiero un poquito más.

– Se te ha ido el tren, mi amor, la próxima vez tienes que ser más rápida – le guiño el ojo llevando mis manos a su espalda.

– Jo Nat, que estaba muy a gustito en la cama – ronronea por mi cuello para ablandarme. – Me iba a colar en tu ducha, pero has acabado muy pronto y no me ha dado tiempo – yo me encojo de hombros queriendo decir que no es mi problema, pero en el fondo estoy a un par de frases de ducharme por segunda vez. – Mi amor, ¿me vas a dejar solita en la ducha? Voy a tener que poner el agua muy fría si no vienes conmigo...

– Si eso es lo que necesitas... – me hago la dura.

– Sí, porque cuando te veo no hay hormona en mi cuerpo que no se revolucione – me besa el cuello y yo aprieto mi agarre en su cintura luchando por no dejarme llevar.

– Qué poquito autocontrol, Albi – la pico y se separa de mi cuello para mirarme con chulería.

Me quita las manos de su cuerpo para que deje de agarrar su cintura, pero no se separa ni un milímetro de mi cuerpo. Con lentitud se quita la camiseta y la deja caer al suelo a su lado, quedándose completamente desnuda delante de mí. Con una mano me aparta para que me quite del medio y se acerca al armario, agachándose y ofreciéndome una vista perfecta de su culo.

– ¿Qué haces? ¿Poner a prueba mi autocontrol? – pregunto dando un paso hacia ella para pegar mi cadera a su cuerpo, llevando mis manos a su espalda baja incapaz de resistirme a tocar su piel.

– ¿Yoooooo? Que va. Yo solo estoy buscando ropa para vestirme después de ducharme.

Con maldad, se mueve rebuscando entre su ropa, provocando a propósito que su culo empiece a golpearme con suavidad, y a mí se me pasan por la mente unas ideas que me hacen querer meterme con ella en la ducha, aunque dudo que ahora me vaya a dejar.

Agarro su cadera para que deje de moverse contra mí, aunque eso solo lo hace peor porque ahora la que tiene ganas de moverse contra ella soy yo. Coge una camiseta del armario y se incorpora recuperando su altura. Yo la sujeto abrazando su abdomen y pego su cuerpo al mío, acercándome a su oído para susurrar.

– Pienso vaciar cada caja de esta casa hasta encontrar el arnés.

La piel de su cuello se eriza y noto cómo tiene que cerrar los ojos y tragar saliva cuando bajo una de mis manos a su culo y lo aprieto con fuerza. Reprime un jadeo y me da un golpecito en el brazo que aún la sujeta para que la suelte.

– ¿Me dejas? Tengo que ducharme.

Cuando la suelto se gira para mirarme sonriendo.

– Y yo ya no estoy invitada, ¿a que no? 

– Se te ha ido el tren, mi amor, la próxima vez tienes que estar más rápida.

Con una sonrisa vacilona repite mis palabras de antes y me guiña un ojo antes de darse la vuelta y marcharse de la habitación contoneando su cuerpo desnudo y dejándome de pie al lado del armario con una sonrisa boba dando un par de vueltas en mi cara de lo grande que es. No tiene fin lo muchísimo que me gusta esta persona, niego con la cabeza siendo consciente de lo perdida que estoy por esa diminuta rubia que hace conmigo lo que quiere. Joder, lo mucho que había echado de menos este tonteo. Ojalá nunca se acabe.

Tras unos segundos en los que solo le sonrío a la puerta por la que se acaba de marchar, decido que es mejor ponerme en marcha y aprovechar el ratito que queda hasta la hora de comer. Voy hacia el salón para coger mi maleta que sigue ahí aparcada y llevarla a la habitación, pero antes recojo el desayuno que me encuentro tal cual lo hemos dejado antes de marcharnos a la cama y olvidarnos del mundo. Menos mal que Queen no ha pasado por aquí.

Ya en la habitación, empiezo a sacar cosas de la maleta, aunque lo primero que hago es intentar encontrar mi cargador del móvil que no tengo ni idea de dónde está. Unos minutos después, Alba aparece en la habitación con su pelito mojado echado hacia atrás y mi camiseta de Jambo puesta, pero no entra, sino que se queda en la puerta mirando el tremendo desastre que he montado en el cuarto.

– Definitivamente has vuelto a casa.

– Estoy buscando mi cargador – me río por la cara exagerada cara de susto que pone al ver el desorden. – Ahora recojo, lo prometo.

– ¿Te traigo el mío? Creo que estaba en la cocina – se ofrece acercándose a mí y dejando un beso en mi hombro.

– Vale, porque creo que hasta que lo encuentre voy a tardar un rato.

Se gira para ir a buscar el suyo, pero antes de que se aleje de mí agarro su mano para que no se vaya.

– Oye, ven aquí.

– ¿Qué pasa? – me mira extrañada.

– ¿Cómo que qué pasa? ¿Te pones mi camiseta favorita y te vas sin esperar a que te diga lo guapa que estás?

Una sonrisa aparece en seguida en su rostro, y ella se inclina para darme un beso rápido.

– ¿Estoy guapa?

– Estás guapísima, pero no es solo por la camiseta – le aseguro porque es verdad.

– No sabes la de veces que me la he puesto, sobre todo al principio. Echaba tanto de menos tu olor que dormía con ella para ver si engañaba a mi cerebro, pero de tanto usarla y lavarla dejó de oler a ti y ahora huele a mí – dice con pena bajando la mirada a la camiseta como si fuera un aparato estropeado que ya no funciona. Yo agarro su cara y le hago volver a mirarme.

– Pues si ya era mi camiseta favorita antes, ahora que huele a ti me parece la mejor camiseta del mundo entero.

Se estira para darme un abrazo con fuerza y yo la levanto un poco en el aire haciendo que se ría. Al volver a dejarla en el suelo, me vuelve a dar un par de besos rápidos y después se va a buscar su cargador.

Nos entretenemos en la habitación hasta la hora de comer, y mientras yo voy recogiendo el desastre que he hecho y poniendo la primera de las varias lavadoras que me esperan, Alba empieza a abrir algunas cajas con cosas que ya podemos ir colocando aunque aún no tengamos muebles.

Paramos para comer y descansar un rato, pero tampoco demasiado para que no nos entre la modorra de la hora de la siesta y nos cunda un poco más que esta mañana. Cuando estamos listas para seguir recogiendo y abriendo cajas, busco el altavoz de Alba entre las cosas que ya hemos rescatado para poder poner música y hacernos la tarde más amena.

Por mucha pereza que al principio pensaba que nos iba a dar, la verdad es que nos lo acabamos pasando bastante bien, porque entre hacer el tonto, lo que nos distraemos con la música y el millón y medio de besos que nos damos cada cinco minutos, el tiempo se pasa volando.

A media tarde estoy sentada en el borde de la cama acariciando a Queen mientras descanso unos minutos, pero en cuanto entra Alba por la puerta salta de mi regazo para ir a restregarse entre sus tobillos antes de marcharse de la habitación.

– Esta gata... – me quejo haciendo reír a la rubia.

– ¿Qué haces aquí? – me pregunta cuando se acerca y se queda de pie entre mis piernas, agachándose a la vez que agarra mis mejillas con sus manos para besarme.

– Descansando un poquito. ¿Tú no estás cansada?

– No mucho, la verdad. Pensaba que iba a ser peor, pero estoy disfrutando muchísimo de esto.

Subo mis manos por la parte de atrás de sus piernas y las acaricio con suavidad mientras ella vuelve a hablar.

– Hasta que no nos hemos puesto a ello no me he dado cuenta de las ganas que tenía de que esto dejara de ser un piso vacío y empezara a parecerse un poco a nuestra casa – añade.

– Yo también, mi amor. Nada me hace más feliz ahora mismo que pensar en volver a tener un día a día contigo. Me moría ya por tenerte otra vez en mi rutina.

Sonríe y se inclina a besarme, pero cuando yo tiro un poco de su cuerpo para que caiga en la cama encima de mí, ella se retira rozando mi nariz con la suya cuando niega con la cabeza.

– No, no. No me líes que como me tumbe ahí contigo ya no va a haber quién me levante.

Se aparta de mí y se acerca al armario para acabar de colocar las pocas cosas de su ropa que aún están por ahí, y mientras tanto se pone a contarme algo que, siendo sincera, no escucho.

Soy la persona más afortunada del mundo, me distraigo de lo que me dice al quedarme embobada mirándola.

Ese pensamiento me hacer recordar el día que le conté que me tenía que marchar y el miedo que me daba hacerlo. Solo de pensar en los instantes previos a decírselo me hace volver a sentir esas ganas de vomitar que me entraron aquel día, y tengo que respirar aliviada al ver que todo ha salido bien.

Ahora me parece absurdo haberlo pasado tan mal aquel día, pero era imposible evitarlo después de todo lo que yo le había contado sobre el miedo que me da alejarme de las personas a las que quiero por culpa de no saber quererles. Me moría de miedo solo de imaginar que a ella se le iba a pasar por la cabeza que yo hubiera buscado una excusa para alejarme de ella, que estaba agobiada con lo nuestro y que necesitaba marcharme a otro país para huir de esa sensación.

Por mucho que me convenciera a mí misma, no fui capaz de entender que los miedos que pensaba que iba a tener Alba cuando se enterara eran los míos propios. El miedo a no saber darle mi amor estando tan lejos, el miedo a perderla por hacerle sentir que no la quería lo suficiente.

Me agobio de repente al volver a sentir todas esas sensaciones horribles de aquel día, al recordar la manera en la que lloró por la rabia que le dio que no confiara en ella como para contárselo desde el primer momento en el que solicité la beca. Joder, si la llego a perder por no habérselo dicho a tiempo... ¿Cómo pude hacerlo tan mal?, pienso mirando cómo se ríe frente a mí, aunque no tengo ni idea de por qué, ella sigue contando lo que sea que me está contando distraída con su ropa.

Suspiro al pensar en lo inocente que fui creyendo que después de unos días raros y de que todo volviera a la normalidad, con Alba sin dejar de apoyarme y animarme constantemente, todo sería más fácil. Nada ha sido más fácil.

Siento que se me acumulan las lágrimas en los ojos al volver a pensar en todas esas noches en Londres en las que lloraba pensando en si Alba se seguiría sintiendo igual o solo disimulaba para no hacerme sentir mal. Pensando en si lo que estaba haciendo era suficiente para que no se olvidara de mi amor o si poco a poco la estaba perdiendo y no me estaba dando cuenta.

Intento con todas mis fuerzas no llorar, pero es difícil recordando que por muy maravillosa que haya sido esta experiencia, ese pequeño miedo constante a haberla cagado al marcharme me acompañaba siempre, y doy gracias por haber estado tan ocupada allí como para ignorarlo la mayor parte del tiempo.

Desolada por lo mal que podría haber salido todo, me levanto de la cama y me acerco a ella desesperada por sentirla.

Le hago girar hacia mí y sin explicaciones la beso como si mi vida dependiera de ello, como tantas veces he necesitado hacerlo estando lejos de ella.

– Joder, Nat... – susurra sobre mis labios cuando suelto los suyos, respirando fuerte por lo inesperado de mi beso.

Me agacho y la agarro fuerte para levantarla del suelo, haciendo que ella me rodee con sus piernas y me abrace.

– Ven – digo llevándola a la cama. – Necesito hacerte el amor.



ALBA POV

Después de colocar una de mis chaquetas en la percha y meterla en mi lado del armario, siento una mano de Natalia en mi hombro haciéndome girar hacia ella, que se ha levantado de la cama para acercarse a mí.

Sin esperármelo, junta de golpe sus labios a los míos, lo que me hace cerrar los ojos para disfrutar de la intensidad con la que me besa.

– Joder, Nat... – jadeo cuando me suelta por el pedazo de beso que me acaba de dar sin venir a cuento.

Sin ninguna explicación se agacha para agarrarme y yo la rodeo con mis piernas, sonriendo al sentir lo fuerte que me abraza, casi con desesperación.

– Ven – dice dejándome en la cama sin separarse de mi cuello donde se ha escondido desde el principio. – Necesito hacerte el amor.

No acabo de entender de donde sale este arranque de pasión, pero no tengo ninguna queja, tampoco es que hayamos estado haciendo otra cosa estos dos días. Natalia, que sigue enterrada en mi cuello, empieza a besarlo con fuerza, lo que hace que suba mis manos a su espalda para agarrarme a ella.

Suelto una pequeña risa por las cosquillas que me hace, pero no noto su sonrisa en mi piel al escucharme y eso es lo primero que me pone en alerta. Lo segundo es el temblor en su mano cuando la sube por mi pierna para acariciarme, llegando a mi costado y agarrándose a mi camiseta como si no quisiera que me pueda separar de ella.

– Nat – la llamo porque algo no va bien, pero ella sigue dándome unos besos que la preocupación no me deja disfrutar. – Natalia, para.

Lo hace en el instante en el que se lo pido, pero en vez de separarse de mí, deja de hacer fuerza para sujetarse y su cuerpo se desploma sobre el mío con su cara aún hundida en el mismo escondite, y entonces el tercer y último signo de alarma llega.

Con su cara aplastada contra la piel de mi cuello, siento sus lágrimas empezar a caer descontroladas de sus ojos.

– Mi amor...

Con preocupación por no saber qué le pasa, subo una de mis manos a su cabeza para acariciar su pelo con cuidado queriendo consolarla de alguna manera, aunque su llanto es tan desesperado que creo que no está sirviendo de mucho.

– Estoy aquí, mi amor – le susurro con calma sin dejar de acariciar su pelo y su espalda.

Me pongo un poco nerviosa cuando siguen pasando los minutos y no siento que esté mejor, pero tengo la sensación de que necesita desahogarse de algo importante, por lo que continúo con mis caricias y con mis suaves palabras de apoyo.

Aún aferrada con fuerza a mi cuerpo, parece que se le pasa un poco el berrinche, aunque todavía no se separa de mi cuello. Mantengo mis caricias y me relajo ligeramente cuando siento que está respirando con calma intentando ella misma tranquilizarse. Le dejo el tiempo que necesita y cuando parece que se le ha pasado, o al menos que ya no va a volver a llorar, vuelvo a hablar.

– ¿Mejor, cariño? – pregunto con suavidad.

Ella asiente contra mi piel y unos segundos después se separa para mirarme, aunque continúa agarrada con fuerza a mi camiseta y no se separa ni un centímetro de mi cuerpo, al que sigue aplastando.

Casi me entran a mí ganas de soltar un par de lágrimas al verle la carita roja y los ojos hinchados de llorar, pero ignoro la sensación para que no se sienta peor.

– ¿Te apetece contarme que ha pasado?

Ella asiente de nuevo y cuando intento moverme para colocarnos mejor en la cama, aprieta su agarre para que no lo haga.

– Pero no te separes – dice con la voz rota.

– No me separo, mi amor. Ven.

Nos movemos a la vez hacia arriba en la cama para que yo me pueda apoyar y ella se tumba en mi pecho, suspirando como si estuviera agotada.

– Nat, ¿qué pasa? – pregunto cuando no habla.

– Albi... yo... lo siento.

– ¿Por qué lo sientes, cariño?

– Por todo, por no ponerlo más fácil.

– Vas a tener que explicármelo un poquito más, mi amor.

Ella restriega un poco la cara contra mi pecho antes de incorporarse lo justo para mirarme sin separarse demasiado, aún desesperada por no perder mi contacto. Yo no dejo de acariciarla buscando que se relaje.

– Albi, tú lo dijiste ayer. Esto no... no ha sido fácil.

– ¿Te refieres a estar separadas? – pregunto y cuando asiente entiendo de dónde nace este momento.

– Sí, porque nos hemos esforzado mucho para que fuera lo menos complicado posible, pero aun así yo muchas veces no sabía qué pensar y me ponía triste, pero no quería que tú pensaras que era porque te estaba dejando de querer.

– Yo nunca hubiera pensado eso.

– Pero yo no lo sabía porque yo pensaba que a lo mejor tú no me lo decías para no hacerme sentir mal.

– Nat, ¿es porque no confiabas en mí? Lo hemos hablado mil veces, no tenías nada de lo que preocuparte.

– No, no, no, cariño, por supuesto que yo confío en ti – el agobio con el que responde hace que me crea que lo dice de corazón, y más cuando se estira para besar mi mejilla un par de veces. – Te lo prometo.

– Vale, ¿entonces qué es lo que te pasaba? A ver si puedo entenderlo – le pido que se explique mientras vuelvo a acariciarla con suavidad.

– A ver, es que yo... yo tenía miedo de no saber gestionar el estar separadas, y me daba miedo que por culpa de eso diera la sensación de que estabas dejando de ser importante para mí, y ya sé que me vas a decir que no, – se adelanta a mi réplica – pero Albi, no hubiera sido la primera vez que alguien me echa en cara que me alejo de las personas porque soy una egoísta.

– Yo no lo hubiera hecho ni aun pensándolo de verdad, cosa que no hacía – me aseguro de que lo tenga claro. ¿Quién podría hacerle eso a alguien como ella, joder?

– Lo sé, y esa es una de las mil millones de razones por las que te quiero tanto – beso su cabeza al escucharla.

– Mi amor, lo estoy intentando, pero no acabo de entenderte – le digo con sinceridad.

– Ay, Albi, es que me estoy explicando como el culo. Mira, lo único que importa es que yo no quería perderte por nada del mundo, y todas las ideas tontas que tenía en la cabeza de vez en cuando me jugaban una mala pasada, pero como has dicho tú antes, no tiene nada que ver contigo, es esta cabeza fea que tengo.

– Tú no tienes nada feo, mi amor – intento bromear para aligerar el ambiente, pero no me gano ni una sonrisilla.

– Albi, yo solo quiero que sepas que aunque me pusiera triste a veces, ni una sola vez he pensado que no merecía la pena seguir contigo, es que vamos, eso ni se me pasaba por la cabeza.

– Vale, mi amor, tampoco estaba pensando eso – se me escapa una pequeña risa al escuchar el extremo al que se ha ido con sus pensamientos. Mi niña dramática.

– Vale, eso es lo más importante – dice con una seriedad que me hace gracia.

Se queda en silencio y parece que se calma aunque sea solo por estar abrazada a mí, así que cuando siento que ya es terreno seguro, vuelvo a hablar.

– Oye Nat, entonces el colgante que te regalé, no ha servido de una mierda, ¿no? – pregunto sonriendo al recordar que mi idea original era precisamente que esto no pasara.

Se levanta de mi pecho como un resorte y me mira como si estuviera loca.

– Albi, no digas tonterías, es el mejor regalo del mundo. Cuando estaba triste yo miraba el solecito y pensaba en ti, en cuando me lo diste, y en todas las cosas bonitas que siento por ti, e inmediatamente estaba menos triste. Lo que pasa es que el efecto no duraba para siempre.

– Vale, vale – sonrío ante su seriedad. – Entonces me alegro de habértelo dado.

– Si no llego a tener el solecito me muero, te lo juro.

Le doy un montón de besos en la cabeza cuando se acurruca de nuevo porque no quiero que piense esas cosas, y así nos quedamos hasta que se tranquiliza del todo, aunque lo de aflojar su agarre a mi cuerpo no parece una idea que le interese. Mañana vas a tener agujetas de apretarme, cariño.

Al cabo de un rato en el que no dejo de acariciarla, vuelve a hablar, dejándome claro con su tono de voz que se ha quedado súper blandita.

– Albi, lo siento por montarte el numerito, no sé qué me ha pasado.

– Pues que se te ha pasado la adrenalina de volver a casa y te ha dado un bajonazo, igual que los yonkis cuando se les pasa el efecto de un chute – bromeo y me alegra ver que al fin aparece en su cara un atisbo de sonrisa.

– ¿Necesito una dosis de ti? ¿Es eso lo que estás diciendo?

– Bueno, probar no le va a hacer daño a nadie – me hago la loca.

Ella se incorpora de mi pecho para besarme y siento que puedo volver a respirar tranquila al notar que todo vuelve a estar en su sitio, empezando por la suavidad y el amor con el que su boca juega con la mía.

– Parece que funciona – susurra sobre mis labios antes de probarlos de nuevo.

– Pues ya sabes, puedes venir a por tu dosis siempre que lo necesites.

Me da un par de besos más y de nuevo se tumba sobre mí con la cabeza encima de mi pecho, a la altura de mi corazón. Vuelvo a dejar pasar unos minutos y a riesgo de sacar el tema otra vez y que se ponga peor, me parece importante hacerle ver que no puede estar más equivocada si piensa que en algún momento me ha estado perdiendo por hacer algo mal.

– Nat.

– Dime.

– ¿Sabes en lo que pensaba yo cuando me ponía triste porque te echaba mucho de menos?

– ¿En qué? – se incorpora para mirarme frunciendo el ceño como si la simple idea de que yo estuviera triste le supusiera una molestia.

– En que por mucho que fuera lícito sentirme así, no merecía la pena. Que era el resto del mundo quien tenía que sentir esa tristeza, no yo.

– ¿Por qué? – pregunta sin entender.

– Porque tú me quieres a mí, no al resto del mundo.

– Te quiero muchísimo – añade como si decir solo que me quiere fuera mentira.

– Tú me quieres muchísimo, sí, y eso no es para sentirse triste, eso es para sentirse afortunada – a pesar de que intenta esconder su cara en mi cuello puedo ver que se le humedecen un poco los ojos al escucharme. – ¿Y sabes otra cosa?

Niega con la cabeza sin llegar a responder para que no note en su voz que se ha emocionado, y yo me quiero morir de lo bonita que es.

– Que ojalá a todo el mundo le quisieran la mitad de lo que tú me quieres a mí, y la mitad de bien.

– Yo... yo te quiero bien, ¿a que sí? – medio afirma medio pregunta con la voz acongojada.

– Tú me quieres súper bien, mi amor – le doy un besito en la cabeza. – Es más, me quieres tan bien que creo que me vas a tener que querer para siempre.

– Vale – acepta de inmediato con su voz más pequeña.

Nos quedamos en silencio nuevamente mientras le acaricio el pelo a Natalia con toda la suavidad que puedo para relajarla, y yo simplemente me dejo abrazar. Viendo que ya se encuentra más calmada, al cabo de unos minutos le hago una propuesta.

– Nat, ¿quieres que vayamos al salón y busquemos algo con lo que distraernos?

– ¿Podemos quedarnos aquí un ratito mejor?

– Claro que sí, mi amor. El tiempo que quieras.

Su respuesta consiste en enredar aún más sus piernas con las mías y juntarse a mi cuerpo como si quedara algún espacio que eliminar. El plan sigue siendo el mismo durante el tiempo que queda de tarde, pero el ambiente es mucho más alegre porque al menos las veces que intento sacar algún tema de conversación, Natalia me responde más animada, e incluso es ella la que me cuenta alguna cosa de vez en cuando.

Un rato después, Queen se cuela por el huequito de la puerta que se ha quedado abierto y salta sobre la cama, acercándose a Natalia y rozando con su cabecita su nariz.

– ¡Queen! – le dice separándose de mí por primera vez para abrazarse a la gata, y yo espero que no la apriete tanto como a mí. – Ven aquí, bebé.

Bebé dice, pienso al verle la carita de ilusión, bebé tú. Me incorporo para estirar un poco mis músculos entumecidos y después de que Natalia juegue un poco con Queen, es ella misma la que me dice que vayamos al salón.

No recogemos más cajas porque nos da pereza, pero ponemos un poco de música animada y nos tiramos en el sofá a seguir hablando y a hacer un poco el tonto, con el bajonazo de Natalia completamente olvidado.

– Oye, Albi.

– Dime.

– Que como nuestro plan de cena romántica se ha quedado en el aire, ¿qué te parece si nos bebemos hoy la botella de vino que he visto que has comprado? – se inclina sobre mí en el sofá cuando vuelve de la cocina, poniendo sus manos en el respaldo para encerrarme entre sus brazos.

– Mmm... me parece perfecto, mi amor.

Se agacha para besarme y luego me levanta de golpe para llevarme en brazos hasta la cocina, provocando mi risa por lo inesperado que ha sido.

– Un día me matas por el camino – digo abrazándome a su cuello.

– Nunca mi amor. ¿No te acuerdas ya que yo nunca te voy a soltar?

Sonrío y me inclino a besarla, pero el golpe que me doy contra la pared de al lado de la puerta de la cocina me hace separarme.

– ¡Nat! – me empiezo a reír. – Jolín, soltarme no, pero atravesar la pared tampoco porfa.

– Perdón – se ríe con cara de disculpa. – Mira que este piso es más grande, ¿eh? Pues a mí me parece más pequeño. Además, es que si me besas no veo y me desvío.

– Tú vienes desviada de fábrica, mi amor – bromeo sobre sus labios volviéndolos a besar, y ella se ríe haciendo que me aleje de su boca y baje a darle un par de besos en su cuello.

Me deja sentada sobre la encimera y me convence para que no ayude mientras hace la cena, explicándome con una exagerada cantidad de detalles que mi función esta noche es simplemente observarla. Sirve dos copas de vino y nos lo empezamos a beber mientras cocina, lo que hace que antes de que esté la cena preparada ya llevemos un par de copas.

– Oye Alba – comenta de repente acercándose y colocándose entre mis piernas. – Siento mucho no haber estado aquí para ayudarte a traer todas nuestras cosas.

– Nat, no es tu culpa. Bastante bien nos han coincidido las fechas como para que te preocupes de eso.

– Ya pero tu solita has tenido que traerlo todo.

– Tampoco es que haya hecho la mudanza. Literalmente no había abierto ni una caja antes de que llegaras.

– Sí, pero encima que eras tú la que se encargaba de ir a ver en persona los pisos que nos gustaban, te dejo también el marrón de la mudanza.

– Mira, hacemos una cosa – rodeo su cuello con mis brazos y la acerco aún más a mí. – Para compensar puedes montar tú todos los muebles cuando lleguen la semana que viene.

– Vale – responde creyendo que lo digo en serio.

– No aceptes tan rápido, que hay condiciones.

– ¿Cuáles? – entrecierra los ojos sin fiarse de mí.

– Tienes que hacerlo solo vestida con esto que llevas hoy – respondo con picardía bajando mi mano a su top y tirando de él.

– Ahh... y tú no piensas ayudar ni un poquito, ¿no? – entiende por dónde voy y se acerca a morderme el labio.

– No, yo me voy a sentar en el sofá a mirarte mientras me deleito con las vistas.

– Uf, qué duro tu trabajo – empieza a besarme el cuello y entre eso y el vino, mi calor se dispara en segundos.

– A lo mejor, si te portas bien, me compro un flus-flus de esos y te voy tirando agua para que no pases mucho calor – me agarro fuerte a su pelo cuando me muerde el cuello.

– Umm... Alba... me vas a poner toda mojadita – me provoca lamiendo mi oreja.

– Sí... y... y luego te voy a hacer el amor sobre cada mueble que hayas acabado de montar.

– Tremendo incentivo.

Con sus labios aún jugando en mi cuello, su mano se desliza de mi muslo donde estaba apoyada hacia arriba, buscando colarse por dentro de mi camiseta con un destino fijo.

– Nat... – intento controlarme antes de liarla. – La cena.

Con un gruñido por su parte se separa porque está a punto de empezar a oler a quemado, y termina de prepararla mientras se cachondea de lo roja que estoy.

– Es el vino – me defiendo.

– Sí, ya.

Me bajo de la encimera cuando está todo listo y cuando tiene los dos platos en la mano, le indico que me siga cuando voy hacia el salón porque me encanta sentir su mirada en mi culo.

– Venga, Nat, vamos a cenar que tengo ganas de llegar al postre – la guiño un ojo antes de salir por la puerta de la cocina.

Cenamos entre risas que no sé si son provocadas por el vino o por lo bobas que nos deja el amor, pero de lo que no hay duda es de lo muchísimo que disfruto de la cena con Nat, y de lo poco que necesitamos una cena especial con velas y flores cuando las dos sentadas en el suelo de un salón vacío, vestidas con un chándal y una camiseta y cenando un plato casi quemado, es lo único que necesito para ser completamente feliz.

Al terminar de cenar, no nos movemos y seguimos disfrutando de nuestra velada, hasta que Natalia se me queda mirando durante unos segundos con una sonrisa enorme y sin decir nada.

– ¿Qué pasa? – pregunto ligeramente intimidada por esa forma de mirarme, pero ella simplemente se encoge de hombros.

– Nada, que no te haces ni idea de lo muchísimo que te quiero.

Imito su sonrisa y me levanto despacio para acercarme a ella, sentándome a horcajadas sobre ella que no duda en abrazarme en cuanto lo hago. Sin necesidad de mediar palabra, empezamos a besarnos con calma, haciéndonos notar la una a la otra todo ese amor que nos decimos todo el rato.

Los besos no paran, y uno tras otro van llegando para subirnos la temperatura, aunque con mucha más calma que durante el calentón de la cocina. Las manos de Natalia empiezan a explorar mi cuerpo con un poco más de intensidad a la vez que yo me agarro a su nuca para no consentir que se aleje lo más mínimo, lo que ella no tiene intención de hacer.

Con suavidad, se deshace de mi camiseta, y ese es el momento que elijo para ponerme de pie y estirar mi mano para que me imite, entrelazando nuestros dedos mientras tiro de ella hacia la habitación.

Nada más tumbarla en la cama, empiezo a besar su abdomen, regando con besos húmedos todo su torso en cuanto me deshago de su top. Poco a poco, cubro su largo cuerpo con todo mi amor, haciendo desaparecer sus pantalones y sus bragas para regalarle un orgasmo que me deja claro que lleva mi nombre.

A pesar de que quiero seguir siendo yo la que la haga disfrutar, no está dispuesta a permitirlo y consigue darnos la vuelta para colocarse sobre mí. Me retira las bragas para desnudarme por completo y yo me dejo hacer, completamente embelesada por el cariño y el amor con el que sus labios recorren mi cuerpo, que se deslizan hacia arriba por mi pecho para alcanzar mi oreja y susurrar sobre ella.

– Voy a besarte hasta desgastarte la piel.

Y lo cumple, no literalmente, pero lo suficiente como para que esté a punto de desmayarme por todo lo que me está haciendo sentir.

No sé ni cuanto tiempo pasa hasta que me corro sobre su boca cuando esta finalmente baja a mi punto más caliente, pero me da igual, porque nos quedamos más de media noche repitiendo lo que acabamos de hacer una y otra vez.

Para mi sorpresa, ignorando lo tarde que es, ninguna de las dos se duerme cuando paramos, ni siquiera con las caricias que nos damos por el cuerpo. Mientras estoy con la espalda apoyada en su pecho, recibiendo sus besos por mis hombros y sus caricias por mi abdomen, sonrío sin querer al pensar en el día que nos conocimos.

– ¿En qué piensas? – pregunta al darse cuenta de mi gesto.

Yo me doy la vuelta y me siento sobre ella para que me rodee y me abrace contra su cuerpo, sintiéndome exageradamente feliz solo por poder hacerlo. Sonrío y le coloco su pelito desordenado mientras me mira esperando una respuesta.

– En que soy muy feliz.

– Yo también, Albi – sonríe al escucharme.

– Nat, es que no me puedo creer que un día aparecieras en mi casa en medio de una pandemia mundial y ahora esté completamente enamorada de ti.

– Técnicamente aparecí porque era mi casa – bromea y yo tengo que besarla porque verla así de feliz me hace no poder evitarlo. – Es surrealista pensar cómo empezó nuestra historia, ¿no? – añade.

– Sí, pero ya sabes lo que dicen con las buenas historias de amor, no importa cómo empiezan sino cómo terminan – ella niega con la cabeza rozando mi nariz antes de echarse un poco para atrás y mirarme sonriendo. – ¿No?

– No, Albi, lo que importa es que no terminen – recorre con su mirada mi cara mientras me pasa el pelo por detrás de la oreja y cuando vuelve a mirarme a los ojos, sonríe. – Las historias de amor no tienen final.

Mientras lo dice me mira con tantísimo amor en sus ojos que soy incapaz de apartar la mirada ni un instante, no vaya a ser que sin querer deje algo escapar.

– ¿Como la nuestra? – pregunto embelesada con sus ojos.

Sonríe en grande y veo en sus ojos de manera tan clara que no tiene ningún tipo de duda de la respuesta, que eso me hace darme cuenta de que yo tampoco, y de que me da igual los caminos por los que nos lleve la vida, ya sea una pandemia mundial que nos encierre juntas durante meses o una beca en otro país que nos aleje durante meses. 

Me da igual. Natalia es mi persona. Lo sé.

– Como la nuestra.


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Fin



Se acabó.

No voy a dar mucho la chapa, que ya bastante pesada soy. Solo quiero daros las gracias por haberos leído esta historia que surgió solo porque durante la cuarentena tuve un mal día y quise distraerme, y al final ha pasado más de un año y aquí está.

La realidad de la pandemia ha sido y sigue siendo una mierda, así que espero habérosla hecho un poquito más amena a ratitos, porque para mí escribir esta historia desde luego me ha ayudado con eso y muchas cosas más, así que no pido más que al menos haberos sacado alguna sonrisa, la misma que vosotras a mí con vuestros comentarios.

Gracias por darle tanto amor a algo, en el fondo, tan personal.

Habrá epílogo, pero no lo esperéis porque no será pronto.

No sé qué más se dice cuando acabas una historia, así supongo que gracias otra vez.

- S


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