En la piel de Adele ✔️

By LoverAndAnonymous

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#PV2021 Nora Jones es una joven universitaria con aparentes visiones de otra vida, una vida pasada, una vida... More

RESUMEN
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPITULO 14
CAPÍTULO 15
CAPITULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
PLAYLIST <3
CAPÍTULO FINAL

CAPÍTULO 7

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By LoverAndAnonymous

Nora

5:00 am

Me moví con cuidado entre sus sábanas para no despertarle, la habitación olía a desodorante de hombre y cierto olor a tabaco, aunque dudaba de si lo último provenía de su ropa o del piso de abajo. Mi torpeza hacía que la cama chirriase a cada movimiento.

Él estaba en el suelo, tenía un cojín de bajo de la cabeza y seguía con la misma ropa que hacía tan solo unas horas. Respiraba profundamente con los brazos entrecruzados sobre el pecho, y tenía el pelo alborotado.

Obligué a mi cerebro a dejar de observarle.

Necesitaba levantarme, tenía que llegar hasta mi móvil, donde fuera que lo hubiese dejado. Betty habría llamado a mi madre y a saber a quién más. No la había avisado, y ya habían pasado siete horas desde la última vez que la escribí. Me incorporé y saqué las piernas por el lado contrario de la cama en el que se encontraba él. Miré entre toda su ropa tirada en una silla y allí estaba mi pequeño bolso, pero mi móvil no tenía batería.

Tenía que buscar un cargador, todo el mundo tenía Iphones hoy en día ¿no? así que era bastante probable que encontrase uno por el piso. Indagué por la habitación apoyándome en cada pared para mantener el equilibrio y mordiendo con fuerza la cara interna de mi boca para aguantar el horrible dolor que sentía al caminar. Llegué hasta la puerta y muy seriamente me planteé salir al salón hasta que me di cuenta de que no llevaba pantalones y entonces el móvil se resbaló de mis torpes manos rebotando un par de veces en el suelo y él se despertó.

– ¿Se puede saber qué haces? – dijo él con voz ronca, se pasó las manos por la nuca y las dejó ahí mientras sus ojos entornados me observaban.

La vergüenza se apoderó rápido de mi ser, tan solo llevaba una camiseta amplia que llegaba hasta la mitad de mis muslos y por desgracia no recordaba habérmela puesto por mis propios medios.

– Necesito un cargador... ya sabes... para que mi madre no se piense que me han asesinado o que pudiesen estar vendiendo mis órganos en el mercado negro– dije en un susurro intentando bajar la corta camiseta todo lo posible.

Me mordí la lengua ante la estupidez de mi comentario.

Jonathan sonrió al ver mis movimientos en vano por conseguir tapar mi piel pálida y se giró hacia la pared dándome la espalda y entendí que no quería incomodarme. Qué caballero pensé... aunque la sonrisa que le había aparecido en la cara al verme tan expuesta denotaba lo contrario.

– En el salón. Al lado de la televisión tienes uno, puedes cogerlo. – murmuró mientras se acomodaba. No parecía molestarle estar durmiendo en el suelo ni tampoco sorprenderse de verme semidesnuda. – Y... Nora... no creas que no he visto antes las piernas de una chica.

– Ugh – gruñí abriendo la puerta y saliendo todo lo rápido que mi pierna vendada me lo permitía.

Encontré el cargador y en seguida enchufé mi móvil a él, estaba nerviosa y muy preocupada. Mi madre me mataría si se enterase de todo lo ocurrido, tenía que volver a casa cuanto antes. Me dirigí a la cocina para coger un vaso de agua, pero escuché un ruido.

Me giré de inmediato con el corazón en la garganta palpitándome con fuerza.

– Veo que sigues viva – dijo una voz femenina. Entorné los ojos para enfocar la vista entre toda aquella oscuridad.

Lo único que alumbraba el apartamento era la luz de la luna que se colaba entre las ventanas del salón.

– Perdón. Había olvidado que Jonathan tenía una compañera de piso, soy Nora. – me presenté.

Mi cabeza había suprimido el momento de alivio que había sentido al saber que vivía con una chica, que por su aspecto podría tener mi edad o un par de años más como mucho.

– ¿Cómo crees que tienes esa herida cerrada? – dijo señalándome la pierna con una cuchara que tenía en la mano, en la otra portaba una tarrina de helado de vainilla medio vacía. Mi tripa rugió.

Lamió la cuchara y se desplazó por el apartamento con movimientos agiles y seguros hasta la cocina, donde soltó el cubierto en la pila causando un ruido agudo y metálico.

– Porque si fuese por Jonathan aun seguirías en el ascensor desangrándote, eso seguro.

Su expresión me dio a entender que no se sorprendía en absoluto de verme ni tampoco denotaba incomodidad, pero la verdad era, que yo estaba aterrorizada.

– Gracias por...haberme atendido – no sabía qué decir. – ...Y siento haberos molestado, de verdad. No era mi intención.

– Ahórrate las disculpas. Jona trae a chicas todos los fines de semanas, era cuestión de tiempo que una de ellas viniese herida.

Me quedé petrificada al escucharla. No entendía qué significaba aquello, pero sinceramente no tenía intención de averiguarlo. Con una de las gomas que tenía apretándome las muñecas me recogí el pelo en un moño y suspiré.

– Él... no me ha hecho nada de esto. Mas bien me defendió. Unos hombres me perseguían y tropecé.

La muchacha me observaba con una sonrisa maliciosa en la cara, no sé qué esperaba que hiciese, pero no iba a arrodillarme y agradecerle sus servicios, eso seguro. Era una chica despampanante, con las caderas pronunciadas y una cara perfectamente simétrica, incluso las mechas rosas que tenía en las puntas del pelo la sentaban bien.

Pero también podía percibir que mi presencia aquí la molestaba.

– Ya bueno, no tienes que darme más explicaciones, si he hecho esto es por él no por ti. Y si fueras un poquito más lista sabrías que no te conviene estar cerca de alguien como él. Digamos que es un poco...masoquista con los sentimientos de otras mujeres.

Aquello no venía a cuento, pero las cosas se habían torcido mucho y yo no tenía la culpa de estar en un apartamento con dos personas prácticamente desconocidas.

– ­­No sabes nada de mí, así que déjame tranquila ¿vale? Ya te he dado las gracias por haberme cosido la herida. Y no hay nada de... sentimientos de por medio si es eso lo que te interesaba saber.

Fui todo lo directa que pude, aunque mientras cogía un vaso de la encimera de la cocina mi pulso temblaba igual que los asientos de los aviones durante un despegue. Con la otra mano me agarré la muñeca para calmarme. Llené el vaso de agua y la esquivé al volver al salón, ella me miraba con el ceño fruncido y los brazos cruzados, inspeccionándome de arriba abajo con descaro. Cuando llegué hasta mi móvil pude comprobar que ya estaba encendido.

Escuché sus pasos dirigiéndose a una puerta al lado de la cocina, que supuse que era su cuarto y desapareció sin decir nada más.

Para mi sorpresa mi móvil no tenía apenas mensajes, solo uno de Betty en el que me decía que no aguantaría despierta por mucho que se hubiese tomado dos cafés dobles para saber si había sobrevivido a esta noche. En seguida la llamé, comunicó durante un par de segundos y después lo cogió.

– Si... ¿diga? – su voz sonaba casi en un susurro.

– ¡Betty! Escúchame no puedo hablar muy alto, estoy bien– dije acariciándome la venda de la pierna, notaba los puntos tirantes y me estremecí.

– Oh Nora, eres tú, estaba soñando con ese chico tan guapo que se sienta siempre detrás nuestra... espera un momento ¿No estás en casa? –preguntó aclarándose la voz, pude notar como su alarmismo se intensificaba.

– No... y tuve un pequeño accidente, pero no grites ¿vale? No me he muerto ni nada por el estilo, solo necesito que me cubras mañana por la mañana, no creo que pueda llegar a casa antes de que amanezca.

– Vale...pero ¿te has acostado con ese chico verdad? Y ¿a que te refieres con pequeño accidente? ¡No estoy preparada para ser tía tan pronto! Hay medios sabes...

– Betty ¡por supuesto que no! No era esa clase de accidentes, me caí y tuve que quedarme en su casa, la pierna se me puso como una sandía, no tuve otra opción.

– Vale, vale... aunque si quieres yo puedo dejarte condones...

– ¡Betty por favor! Tengo edad suficiente para comprarlos yo sola, y ¡no! No los quiero, guárdalos todos para ti y ese chico del que hablas, Eddy creo que se llama, estará encantado de usarlos contigo.

– Más quisiera... ¿estas bien no? – dijo riéndose, pero su voz volvía a sonar muy baja y supuse que estaba a punto de entrar en un sueño profundo de un momento a otro.

– Sí todo bien, tan solo... hecha un desastre. Por la mañana escribiré a mi madre, la diré que salí pronto de casa para hacer contigo el trabajo de ruinas griegas que tenemos pendiente.

– Muy bien, si mi madre pregunta, diré que estoy contigo en la biblioteca, estás cubierta amiga. Y estás obligada a contármelo todo cuando vuelvas.

– Gracias Betty, te quiero.

Colgamos en ese momento, pero cuando me di la vuelta allí estaba él, de pie y apoyado sobre el marco de la puerta observándome desde todo lo alto que era.

¿Habría escuchado toda la conversación?

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