Meliflua

By xaturna

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¿Quién creería que un simple hashtag era lo suficientemente poderoso como para hacer que una escritora termin... More

ANTES DE LEER
E P Í G R A F E
P R E F A C I O
CAPÍTULO 01
CAPÍTULO 02
CAPÍTULO 03
CAPÍTULO 04
CAPÍTULO 05
CAPÍTULO 06
CAPÍTULO 07
CAPÍTULO 08
CAPÍTULO 09
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPITULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
E X T R A
A G R A D E C I M I E N T O S

CAPÍTULO 43

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By xaturna

Mía Pepper, asesina de la década

Durante las siguientes horas todos los humanos del planeta ya asumían que Mía Pepper era la asesina serial de la década. Así de importante. Seguro, si los extraterrestres tenían alguna forma de enterarse, también lo considerarían.

Mía Pepper llevaba tantas horas llorando que le parecía irreal que un ser humano pudiera sentir tanto, pero ella no era consciente de la cantidad de llamas en las que ardían sus libros bajo los ojos llorosos de decepcionadas adolescentes; habían descubierto que la única persona que admiraron era una mierda.

Habían asesinado a cuatro personas más en Estados Unidos que, para resumir, habían muerto de forma similar a los estudiantes uruguayos, y sus propios lectores no tardaron más de diez minutos en conectar puntos.

Así que a la escritora no le sorprendió para nada cuando vio a tres agentes del FBI y a su directora general ingresando por la puerta de su apartamento; para sus libros había investigado lo suficiente como para saber que, si el problema afectaba a su país, ellos podrían intervenir.

Pero seguramente ninguno de los detectives planeaba encontrarse con aquella adolescente casi ahogada entre lágrimas. Se suponía que conocerían a una asesina sin piedad.

No tuvieron que esposarla, apuntarle o arrastrarla, Mía Pepper fue consciente de que era su fin sin siquiera tener la necesidad de oír más de dos palabras de aquellos detectives. La escritora de misterio simplemente avanzó por la sala arrastrando sus pies, porque le pesaba el alma.

Le dio miedo preguntarse en qué estaría pensando su mamá, o su hermano, o Ann.

Estaba segura de que su directora estaba enfadada porque, por culpa de Mía Pepper, había perdido la vida de sus estudiantes, y decepcionada, porque nunca esperó algo así de su alumna estrella. Lo podía notar perfectamente bajo sus lágrimas y cara de disgusto. Ni siquiera se dignó a seguirla cuando comenzó a bajar las escaleras con aquellos detectives.

Pero Mía siquiera se hacía una idea del odio que estaba recibiendo; la mirada de la directora era menos de un cuarto, el verdadero desprecio la estaba esperando tras las puertas de su edificio. Habían tantos adolescentes enfadados que no le daba la cabeza para contarlos, mucho menos mientras los oía gritarle lo repugnante que era.

Sabía que, probablemente, merecía todo ese odio, pero agradeció la presencia de los policías suficientes como para detener al gentío enojado.

Inconscientemente la rubia había buscado a su compañero de apartamento entre aquellas miradas; estaba intentando dejarlo de lado, pero era simplemente algo que no podía evitar. Lo había acusado de asesino y ahora era ella quien caminaba por las calles de aquel internado, siendo acusada por lo mismo.

Lastimosamente, en vez de cruzarse con la mirada de su primer amor, se encontró con el hermano menor del mismo. Mía Pepper se encontró con un Nibbas Badiaga destrozado, enojado, roto, y hasta podría seguir buscando sinónimos para las lágrimas del rubio, pero, finalmente, se sintió más que merecedora de todo su odio. Su mejor amigo había muerto por su culpa.

La escritora no podía hacer mucho, es decir, ¿cómo podría justificar algo así? ¿Cómo podría detener los sentimientos negativos de alguien hacia ella si eran probablemente los más fuertes? Simplemente formuló un "lo siento" en su dirección, y siguió a los detectives, sin esperar a que eso reparara algo.

Habían tres camionetas esperándola a la salida y más periodistas de los que le gustaría. Aunque los policías lograban alejarlos y la escritora ya estaba llegando a su transporte, nada podía silenciar aquellos gritos tan irritantes, aquellas preguntas tan estúpidas. La aturdían.

Y, entonces, un señor de unos cuarenta años, se instaló frente a ella con un enorme micrófono.

—¡Mía Pepper! ¿Asesinaste en forma de marketing?

Y esa pregunta fue suficiente para darle a Mía Pepper ganas de explotar, para dejarla explotar.

La escritora miró fijamente a aquel señor que acababa de empeorarle el daño, se paró a centímetros de él y, antes de que algún oficial pudiera detenerla, le otorgó un -para nada- dulce golpe en la nariz.

Luego de eso sí la esposaron. De repente era explosiva, y a nadie le servía una escritora, asesina, explosiva y suelta.

Cuando subió a la parte trasera de aquella camioneta sentía sus manos picar, sus muñecas arder tras su espalda, pero, por Dios, se sentía tan maravillosa. Se sentía igual que aquella vez en la que Rayhan la salvó de su padrastro. Se sentía inmortal.

Hasta que recordó que estaba a punto de ir presa, y que el mundo la odiaba.

El viaje duró lo suficiente como para que su cuerpo dejara de producir lágrimas y su cabeza doliera. Había durado horas.

Mía Pepper había pensado erróneamente que iba a ser llevada a algún lugar desconocido del campo, para ser torturada hasta que confesase crímenes que no cometió, pero en vez de eso la habían llevado a la ciudad. No era el punto más lindo de su país, ni el más concurrido, pero había gente suficiente como para que comenzaran a fotografiarla.

Entró en aquella comisaría y el aire acondicionado la abrazó por algunos segundos, luego el peso de la culpa volvió a estremecerle la piel.

Absolutamente todos dentro de aquel lugar la miraban fijamente, y no dejaron de hacerlo hasta que subió las escaleras y les fue imposible para su campo de visión.

Las paredes grises de aquel lugar la hicieron sentir más en casa de lo que le gustaría admitir; hasta la culpa se sentía similar.

Aquellos tres detectives junto a algunos policías la acompañaron a ingresar en una habitación al fondo del lugar, y ya allí dentro la escritora se sintió asfixiada.

Se sentó en el medio de aquella sala, llena de recortes de periódico con fecha de más de veinte años atrás, y trató tontamente de acomodar sus manos dentro de las esposas.

Uno de los policías se instaló en una computadora frente a ella y seguido a él los detectives comenzaron a instalarse igualmente.

Mía Pepper se limitaba a sacudir su pie bajo el escritorio.

—¿Nombre completo?—indicó el oficial, con malhumor.

Iba a visitar a su hija luego de tres meses y tuvo que quedarse entrevistando a una adolescente con cara de tonta. ¿Quién no estaría enojado?

La escritora se sintió aún más odiada, solo por el tono de su voz.

—Mía Antonia Pepper López— murmuró tras aclararse la garganta. Llevaba horas sin hablar.

—¿Estado civil?

—Soltera.

—¿Dirección?

—Silver Study.

En realidad ella no se sabía la dirección exacta.

Y entonces un detective se abrió espacio entre los demás para presentarse ante la escritora.

—Oliver Pellol, agente del FBI.

No extendió su mano hacia Mía Pepper, y ella se apenó por no tener una razón para que la suelten. Realmente le estaban molestando esas esposas.

—Mía Pepper— se presentó, aunque todos en la sala la tenían más que registrada. Seguro conocían hasta el primer anillo que se compró su padre.

—Necesitamos que cuentes todo— finalmente formuló.

La escritora conocía sus derechos y, como todos, había visto millones de películas y leído millones de libros, y realmente sí tenía ganas de decir: "no pienso hablar sin mi abogado presente". Pero Mía Pepper no sabía quién era su abogado sin Ann y tampoco es que le estuviera importando mucho su destino en ese momento.

—¿Qué sería todo?— dudó la rubia.

El detective hizo una mueca.

—Empecemos por la primera muerte— apuntó Oliver, relajándose en su asiento.

—Sé que la primera muerte fue cuando me inscribí, pero no estuve, me enteré al tiempo, cuando...

—¿Dónde estaba usted?

—¿Cuando me inscribí?— Mía Pepper frunció el ceño.

La escritora notó que el policía que le había preguntado sus datos estaba tecleando al mismo tiempo que ella hablaba. ¿También la estarían grabando?

Inevitablemente le hizo un paneo a aquella habitación; solo se encontró con las cámaras de seguridad.

—Sí. ¿Qué hizo ese día?— indagó el detective—. Cuanto más detallado, mejor.

La rubia se enderezó en el asiento antes de hablar.

—Me desperté temprano, al rededor de las siete, creo. Me había ido a buscar mi representante...

—¿Ann Hamed?

—Sí.

—¿Ahora es la pareja de su padre?

Mía Pepper hizo una mueca, todavía no se decidía entre aceptar la noticia o que le continuara revolviendo el estómago.

—Sí.

—Bien. Continúe.

—Después fui a Silver Study, pero siquiera entré, mi representante fue quien me escribió. Ella volvió al auto y yo volví a Montevideo. Estuve todo el día tratando de escribir mi nuevo proyecto.

La rubia realmente estaba tratando de colaborar, pero nadie en aquella habitación parecía conforme con su versión de la historia. Soltó un pequeño suspiro desviando la vista a sus pies.

—La segunda— pidió cuidadosamente el hombre.

Mía Pepper volvió a dirigirle la mirada.

—¿Todo el día?— asintieron hacia ella—. Fue mi primer día en el internado, desperté allá. Fui a comprarme el desayuno y me crucé con el hijo de la directora. Nos habíamos presentado el día anterior.

—¿Nick o Nibbas Badiaga?

Unos golpes en la puerta detuvieron la historia de Mía Pepper. El policía más cercano a la misma la abrió y una chica de unos quince años estaba allí; era castaña pero tenía mechones rubios, tenía un top negro, falda blanca y unas medias de red que, cabe aclarar, se le veían estupendas. Ese día la adolescente se había hecho un delineado que le había costado como cuarenta minutos de su vida, solo para tomarse unas fotos para Instagram y luego ir a visitar a su padre, y escucharlo desaprobarla por todo.

Y, sí, ese jueves ella estaba fantástica, como siempre, pero la diferencia era que, en vez de encontrarse con su aburrido padre en el trabajo (que no había podido ir a buscarla), se encontró con su escritora favorita. Y no es que ella estuviera desactualizada en el tema de las muertes, ella estaba bastante metida en su fandom de Twitter, había llorado toda la mañana y hasta había quemado uno de sus libros en un ataque de rabia.

Pero, ¿se hacen una idea de lo maravilloso que es encontrarte a la persona que stalkeas todas las noches sentada frente a ti? Es decir, Mía Pepper estaba arruinada, pero se había vuelto su milagro de navidad, aunque faltara un mes para esa fecha.

Por si se lo llegaron a preguntar, sí, la chica estupenda era yo y me hubiera puesto a llorar si no tuviese a mi padre mirándome como si me hubiera salida una tercera cabeza. Diría segunda, pero ya me había visto como si eso hubiera pasado.

—¿Me voy?— dudé.

—No, no. Pasá— pidió mi padre desde la computadora.

Avancé bajo la atenta mirada de todos en aquella sala y me senté en el sofá más lejano. Todos le reclamaron a mi progenitor con la mirada.

—¿Nick o Nibbas Badiaga?— el detective volvió a preguntar.

—Nick. Él se distrajo hablando con unos amigos suyos y yo me fui con mi compañero de apartamento— Mía Pepper continuó con su historia.

—Nombre— pidieron.

—Liam Kanu.

—¿Sigue viviendo con él?

—Sí, o no. No sé. Creo que se fue a Estados Unidos, y ya no vuelve al apartamento.

—¿Solo?

Esa pregunta fue suficiente para volver a instalar lágrimas en los ojos de la escritora, y todos en la sala lo notaron.

Ella tardó en contestar.

—Con su novia.

Una detective se levantó, frente al detective que estaba preguntando y observó fijamente por algunos segundos a la rubia.

—Un gusto, Mía. Necesitamos que nos cuente absolutamente todo desde el primero de septiembre. Queremos saber sobre horas, ubicaciones, vínculos, notas. Absolutamente todo, necesitamos saberlo. Si no es usted, es alguien que sabe mucho.

Mía sabía eso más que nadie, así que habló. La escritora contó sobre todo, sobre su habitación, sobre sus padres, sobre las fiestas, Inna, su primer beso, Liam, acantilado, Emily, Melanie, Rayhan (y fue lo suficientemente inteligente como para no contar cosas ilegales), los Badiaga y el drama de los apellidos, los parciales, el detective Atrio, sus primeras veces ebria, las fotos filtradas, su propia investigación, los disfraces.

Mía Pepper sí contó absolutamente todo (lo contable) y no había nadie en la sala que quisiera perder los detalles de su declaración. Todos se perdieron en su historia de amor con lágrimas incluidas y cada uno de sus llantos por muertes. Hasta quienes escribían se perdieron un par de veces por centrarse en la historia de la escritora.

Mía Pepper descubrió que, su vida, aunque era un caos, para la gente se tornaba interesante.

———————————-
Aparezco dea. ¿Cómo están? Espero que muy bien. Yo estoy bien, por si les interesaba boe. Siento que tendría que decirles mucho, pero la verdad no sé muy bien qué decir. Obviamente perdonen la demora, pero es una pOrongA ponerme a escribir y acordarme de que perdí todos mis proyectos por un chorro, jajan't. Igual ya estoy acá, así que dejen de meterme la peSsssada.
No sé si esto se tendría que decir, pero el capítulo que viene es el último, sorry not sorry.
Y bueno, desaparezco.

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