La Ley de lo (Im)perfecto ©

By EMMolleja

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"Entonces, McLaggen... ¿Cuál es tu historia?". Si algo le enseñó la vida a Hunter McLaggen es lo siguiente: l... More

Sinopsis
Prólogo
1 │ De (Re)encuentros
2 │(Des)acuerdos
3 │De (Des)ilusiones
4 │Celebraciones (In)adecuadas
5 │ Bienvenida (In)oportuna
6 │De Noches (In)terminables
7 │El Destino (In)competente
8 │Relaciones (In)sanas
9 │(Des)enredos
10 │Propuestas (Des)agradables
11 │(Des)enredos Pt. 2
13 │(Des)inhibiciones
14 │De Noches (Des)controladas
15 │(Des)mintiendo Sentimientos
16 │¿Consecuencias (Ir)reparables?
17 │De Conversaciones (In)conclusas
18 │Pensamientos (In)deseados
19 │De Planes (In)útiles
20 │(Des)haciendo los Límites
21 │De Barreras (In)estables
22 │De Embobamientos (No) Correspondidos
23 │De (Des)tiempos

12 │(Des)ahogos

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By EMMolleja

SAIGE

ANTES:

—Saige, tienes que decirnos si es cierto lo que salió en Daily News —La inevitable pregunta finalmente salió a colación y tuve que esforzarme por no huir de mi puesto.

Alcé la vista hacia Mishka y Sun-Hee, ambas se encontraban del otro lado de nuestra mesa habitual en la cafetería, observándome con ojos muy abiertos y mucha sed de respuestas.

El «amigo» de la relacionista pública de los McLaggen fue bastante inoportuno. No podía hablar por Hunter, ya que ni siquiera nos habíamos cruzado esa mañana en la escuela, pero a mí me había sorprendido que decidiera soltar una bomba tan inesperada como esa, justo cuando estábamos en un lugar tan público como Lawrence. Sin preparaciones, sin un «Vale, la farsa comenzará a partir de este momento». Porque no me sentía preparada en absoluto para simplemente apretar el interruptor y fingir de un segundo a otro que estaba viviendo una supuesta historia de amor. Sobre todo no cuando todavía tenía esta rabia internalizada que no había podido sacudir durante todo el fin de semana.

Amaba a mis padres, pero no podía creer que hubiesen pasado sobre mí de esa forma. Ellos me habían inculcado desde muy joven la importancia de reclamar tu poder, de hacerte escuchar y de siempre mantener el control en cualquier situación. No sabía, hasta el día de la reunión, que sus propios consejos no aplicaban con ellos.

Había tratado de hacerles saber que no estaba contenta con su decisión, una especie de huelga de silencio. Las huelgas tenían buena reputación en la historia de la humanidad, así que no perdía nada con intentarlo.

La regla principal de la huelga: Ninguna clase de interacción con ellos.

Le pedí explícitamente a Corinne que subiera todas mis comidas a mi habitación, y no salí ni siquiera para tomarme un vaso de agua, todo, para probar mi punto. Bueno... no funcionó. De hecho, Corinne, fiel a su papel de colaboradora en mi huelga, me informó que la noche del sábado mis padres invitaron al Sr. McLaggen y a su esposa a nuestro penthouse. Tomaron vino, hablaron, rieron, celebraron. Ahí fue cuando la rabia regresó. Rabia que no podía calmar porque también estaba furiosa con la única persona con la que podría desahogarme: Keegan.

Experimentar esa rabia incontrolable me causaba tanta ansiedad que incluso consideré recurrir a Hunter y su método efectivo de descargue. Y lo habría hecho, si tan solo tuviese registrado su número telefónico.

Oh, la ironía de ser su supuesta nueva novia, la cual ni siquiera se sabía esa información vital de contacto.

—¿Y bien? —Mishka presionó, sus grandes ojos cafés abriéndose de manera intimidante—. No me digas que no aprendiste nada después de todo lo que les conté sobre Hiram.

Quise decirle: «Oh, créeme, he aprendido muchas cosas sobre los McLaggen últimamente, muchas cosas además de Hiram siendo un auténtico mujeriego sin cura». Sin embargo, no podía. En la carpeta que Esther nos había facilitado, la primera indicación, escrita en negrita, era:

«No hablar del acuerdo con nadie excepto los involucrados».

Entonces, había tenido que añadir la farsa a la lista de secretos que no podía divulgar. Y creo que eso empeoró mi mal humor, ya que necesitaba quitar la expresión de fuerte juicio en el rostro de Mishka. Lucía como si la acabase de traicionar de la peor forma posible.

—Mishka, estás abrumándola —terció Sun, reafirmando su papel de intermediaria asignada—. ¿No ves que es obvio que está sorprendida que la noticia se haya divulgado así de la nada?

—Entonces es cierto —sentenció la de cabello rizado, golpeando ligeramente la mesa con su mano abierta—. Oh, Dios, Saige, ¿desde cuándo te fijas en idiotas como Hunter McLaggen? Al menos Hiram lo oculta, pero, ¿Hunter? Hunter parece aún más idiota que su hermano, y eso es mucho decir, ¿sabes?

Tuve que respirar hondo y bloquearla durante un minuto. Aunque Sun-Hee no atinó en la verdadera razón, ella estaba en lo cierto; todo el asunto estaba abrumándome. Normalmente tenía tiempo de preparación previa para presentaciones, entrevistas, exámenes... para cualquier tipo de tareas similares; siempre tenía preparación previa. La improvisación no era una de mis cualidades, por eso había agradecido la buena organización de Esther. Entregarnos una carpeta con, literalmente, todos los pasos a seguir, era lo menos que podían hacer por nosotros.

Y, mientras mi huelga de fin de semana fallaba, tuve tiempo de sobra para aprenderme la lista de cosas plasmadas en un informe de alrededor de veinte páginas sobre la ridícula farsa, incluyendo supuestos datos importantes sobre Hunter que «una novia tendría que saber»; comidas, pasatiempos, colores, películas favoritas, etc. Debí sospechar que Esther no podía ser tan perfecta y eficaz cuando entre esos datos no figuraba su número de teléfono.

Mishka y Sun continuaban esperando por mi respuesta, mas la ira embotellada no estaba dejándome improvisar y salvarme de la determinación de Mishka. A veces se tornaba salvaje, sobre todo con el «tema McLaggen», y en ese momento en particular, no podía manejar ningún sermón, interrogatorio, ni mucho menos a ella juzgándome por una relación con la que ni siquiera estaba de acuerdo.

Era abrumador sentirme por primera vez como una bomba de tiempo a punto de llegar a su conteo final.

—Tomaré el comentario como un cumplido, Varma. —Creí que en serio comenzaba a perder la cabeza en el momento que sentí un alivio tremendo al escuchar la voz de Hunter cerca de mi oído.

—¿Y quién te ha dado permiso a ti para acercarte a mi zona libre de McLaggens? —le gruñó ella, visiblemente crispada.

—Pues, mi maravillosa chica está aquí. —Me quedé de piedra al sentir sus labios dejar un beso en mi sien—. Eso, de ahora en adelante, me da entrada gratis a tu zona libre de McLaggens.

Parpadeé hacia las chicas. Si antes Mishka parecía estresada por la noticia de Daily News, ser testigo de una confirmación silenciosa la volvía más peligrosa que mi ira embotellada. Ni siquiera Sun-Hee podía ocultar su sorpresa al ver a Hunter parado ahí, junto a la mesa, luciendo su versión desarreglada de nuestro uniforme azul marino y posando una mano casualmente en mi hombro, después de casualmente besar mi sien.

No sabía cómo sentirme con respecto a sus gestos casuales. Aparentemente tenía mejor habilidad para improvisar que yo.

—No lo entiendo, Saige, estoy tratando, pero... no lo entiendo —airó Mishka, sacudiendo la cabeza e intercalando sus ojos entre Hunter y yo—. Pensé que serías más inteligente que yo.

Los dedos de Hunter le dieron un imperceptible apretón a mi hombro y supe que aunque lo sabía ocultar, todo el acto de «tórtolos enamorados» lo estaba impacientando tanto como a mí.

—Créeme, es más inteligente tú. Me eligió a mí en vez de Hiram, así que probablemente tiene un mejor coeficiente intelectual —contraatacó él, burlón—. Me encantaría quedarme contigo y enumerar las razones por las que soy mejor que mi hermano, pero Saige y yo necesitamos discutir sobre esta escandalosa invasión a nuestra privacidad.

Mishka siempre había odiado no tener la última palabra en una discusión, y más si se trataba con un McLaggen. La vi abrir la boca, dispuesta a continuar con el intercambio verbal; no obstante, Hunter alzó un dedo en señal de silencio.

—Por favor, espero que respeten y apoyen nuestros deseos por intimidad —agregó monótonamente, como si estuviese leyendo en voz alta algún comunicado imaginario en algún teleprónter imaginario.

—Yo sí los apoyo —terció Sun, descansando su cabeza en su mano y dedicándole a Hunter una amplia sonrisa—. De hecho, lo presentí. Le dije a Saige que esto terminaría pasando y lo negó.

—¡Sun-Hee! —Mishka y yo expresamos al unísono.

Lo último que quería era que Hunter pensara que hablaba de él en ese aspecto.

—Bueno, Sunny, ¿qué puedo decir? Somos irresistibles para el otro, fue difícil no caer —le respondió él, por fin apartando su mano de mi hombro.

Suspiré aliviada... hasta que lo sentí inclinarse hacia adelante justo sobre mi hombro, y por un minuto pensé que llevaría la actuación a un nuevo nivel y me abrazaría. Sin embargo, tomó mi mochila y se apartó.

«Oh, la ironía de ser su supuesta nueva novia, la cual le incomodaba tenerlo cerca».

—Es Sun-Hee, idiota —ladró Mishka—. Es un nombre coreano.

—Sí, sí, Varma, ya te oímos, odias mi apellido, mis genes, mis pelotas y todo eso, ya puedes dejar de mostrarme los dientes —le pidió Hunter, haciéndome un ademán disimulado con la cabeza para que me levantara.

Eso confirmó mi teoría de que se había acercado a salvarme.

—Además, a Sun-Hee no le molesta que le diga Sunny, ¿cierto? Eso es lo que transmite su sonrisa.

Sun estuvo a punto de derretirse y convertirse gelatina líquida con las empalagosas palabras de Hunter. Se había quedado tan atontada que apenas alcanzó a negar con la cabeza.

«Oh, Dios, ¿en serio?».

—No, no me molesta —dijo ella al cabo de unos segundos, ganándose una mirada de muerte por parte de Mishka.

—¿Es que soy la única inmune aquí al ridículo encanto de los McLaggen? —espetó la morena, frustrada.

—¿De verdad quieres que te responda eso? Porque tengo mucha evidencia mental de las veces que te vi escabullirte fuera de nuestro penthouse pensando que nadie te veía —le comentó Hunter, enarcando una ceja—. Evidencia escandalosa, ¿no crees?

—Vale. —Me levanté de golpe cuando la expresión de Mishka me dijo que en cualquier momento era capaz de tomar un tenedor y clavárselo en el pecho—. Eso fue suficiente. Creo que es mejor que Hunter y yo nos vayamos.

—Sí, mejor llévatelo y asegúrate que no se vuelva a acercar a mí —farfulló Mishka, arrugando la nariz hacia nosotros—. Has caído demasiado bajo, Saige, demasiado.

Sentí que el nudo en mi garganta estaba cerca de estrangularme. Me limité a despedirme de Sun con un gesto y seguir a Hunter, quien cargaba mi mochila colgada en su hombro y caminaba hacia la salida de nuestro comedor, ignorando olímpicamente a los estudiantes que nos miraban sin ningún tipo de discreción.

Cuando las puertas se cerraron a nuestras espaldas, tuve que apoyar mis manos durante un minuto contra la pared. Mi pecho se sentía como si hubiese estado conteniendo la respiración desde la primera pregunta del interrogatorio de Mishka y apenas hubiera tenido oportunidad de respirar con normalidad.

—Sí, pensé que te vendría bien el acto de respirar, te estabas poniendo azul —se burló Hunter, observándome tomar largas bocanadas de aire—. También pienso que debieron avisarnos que la mierda se haría pública precisamente ahora.

—Esther dijo que lo tenía todo organizado —lo acusé, irguiéndome y encarándolo—. ¿Cómo pudo no avisarnos sobre esto?

—Uno, no soy ella, así que no me mires como si tuviera responsabilidad en esto. Recuerda, somos algo así como aliados, Wisener —me dijo, señalando mi ceño fruncido—. Y segundo, por más que le gustaría, Esther no puede controlar la agenda asquerosa de los medios, por lo que aunque me cueste admitirlo, ella no es la culpable de tu penosa habilidad para improvisar.

—Solo... me ha tomado fuera de guardia, ¿vale? —me defendí, cruzándome de brazos.

—Finjamos que te creo y que me agradeciste por salvarte del instinto animal de Mishka —sonrió y me devolvió la mochila.

La atrapé antes de que aterrizara en mi cara.

—Ella no es así siempre —dije, sintiéndome por alguna razón avergonzada por el comportamiento de mi amiga.

—Sí lo es, pero la entiendo —se rio—. Yo también estuviera cabreada con la vida después de salir con alguien como mi hermano.

Me mordí el labio para evitar sonreír ante el comentario de su hermano.

—Bueno... Gracias, de verdad mi mente se había quedado en blanco.

—Tenía mis motivos ocultos —reconoció, encogiéndose de hombros—, motivos que podemos abordar en nuestra super cita asignada de hoy.

Resoplé. Por supuesto, eso sí era algo de lo que estaba enterada; del extenso calendario de citas.

Era absurda la cantidad de actividades escritas en él. Al leerlo, tuve la impresión de que Esther se había encargado de hacer una búsqueda exhaustiva en Google de «cosas románticas» que hacer en pareja en Nueva York y escupió todos los resultados que pudo recolectar en un cargado calendario con citas en restaurantes populares, paseos en Central Park, al Rockefeller Center, caminatas ilógicas por la Quinta Avenida. Dios. Incluso planificó un día de «paseo romántico» en un Watertaxi. No había razón lógica por la que me gustaría subirme a un Watertaxi, mucho menos con Hunter.

La ira embotellada amenazó con hacerme hiperventilar de nuevo luego de pensar en esos escenarios que se avecinaban. Que estaba obligada a seguir.

—Porque ahora mismo no creo que pueda soportar a toda esa jodida gente que realmente se comió el cuento de la relación —añadió él, sacándome de mi descargue interno—. Y como soy más de vomitar la mierda que de tragármela, lo más sensato es que vaya a insultar a Keegan mentalmente en mi próxima clase. Sé que probablemente, por tu propio bien, no regresarás ahí. —Señaló la puerta—. Así que puedes fingir que te saqué del comedor, no lo sé, porque no puedo vivir sin ti, porque ahora somos inseparables, que nos convertimos en uno solo, que no podemos sobrevivir sin la saliva del otro, o lo que sea que Esther haya escrito en el informe. —Me dio un saludo militar—. Nos veremos esta noche. Excelente charla, novia falsa.

—¿Esta noche? —le pregunté, haciendo que se detuviera antes de irse—. ¿No irás hoy al despacho?

—Digamos que obtuve una reducción de sentencia por buena conducta —contestó, comenzando a alejarse en una caminata en reversa—. No me extrañes tanto hasta entonces, Wisener.

—Claro, porque la carga de trabajo, sin tu constante y colaborativa ayuda, será toda una pesadilla —ironicé, poniendo los ojos en blanco.

—¿Ves? Estás aprendiendo el maravilloso arte del sarcasmo, Stepford, no puedes decir que no he contribuido en nada —me dijo, girando sobre sus pies y dándome la espalda sin darme oportunidad de contestarle que eso no contaba en absoluto como contribuir.

«¿O sí?».

***

Leí el último de los mensajes de Keegan y resoplé, poniendo distancia entre mi teléfono y el impulso de estupidez que se activaba cuando de él se trataba. También lo había incluido en mi huelga de silencio. Y la cantidad de mensajes de texto que había estado enviando desde el día de la infame reunión, me decía que, a diferencia de mis padres, él sí estaba consciente de sus acciones.

Sin embargo, que estuviera consciente de sus acciones solo lo hundía más en el lodo. Porque eso significaba que había estado consciente de ellas cuando decidió proponerle a Henry esa estrategia mediática, sin consultarme, sin advertirme y asumiendo que yo simplemente cooperaría. ¿No se suponía que éramos un equipo? Él y yo, contra ciertas actitudes de mis padres.

«Nunca permitas que te dejen sin voz, princesa, porque créeme, eres una de las mentes más brillantes que he conocido. Mereces ser escuchada», me había dicho durante una de nuestras noches en Newport, después de haberle compartido una de mis más secretas incomodidades.

Me senté sobre el colchón y descansé la cabeza entre mis manos, luchando contra las lágrimas. «Saige, necesitas mantenerte fuerte. No ceder, no importa cuántos mensajes te envíe». Mamá tenía razón; mezclar sentimientos, sin saber cómo controlarlos, podía llegar a desestabilizarte. Había estado caminando de allá para acá durante todo el día, forzando sonrisas y fingiendo en Lawrence, en el despacho, que los comentarios sobre mi relación con Hunter no se sentían como un golpe de realidad directo al estómago.

«¡Pero qué suertuda, Saige!», «Oh, por Dios, ahora serás algo así como una primera dama, ¿no es así?», «Te gustan los retos, ¿cierto, Saige? Buena suerte cambiando al chico malo», «Así que atrapaste al McLaggen menor, ¿eh? Ya sabía que sería difícil resistirse cuando pasan todo el día encerrados en esa oficina. Ah, adolescentes». Quisiera decir que se volvió fácil a medida que el día transcurría, pero no, tuve que tolerar una gran cantidad de comentarios similares a esos. Y, también al rostro del señor McLaggen, desbordando orgullo al ver que su plan de distracción estaba funcionando.

Nunca lo vería de la misma manera desde la reunión.

Que Hunter hubiese obtenido una «reducción de sentencia por buen comportamiento», no ayudó con la situación. Fui el único blanco de dichas personas, mientras que él estaba en cualquier otro lugar menos donde se suponía.

Me llevó a preguntarme si fue alguna estrategia de su parte para no involucrarse más de lo necesario. No me sorprendería, en absoluto.

—Señorita, su novio la está esperando en recepción —me informó Corinne desde el otro lado de la puerta.

Ugh, «novio». Necesitaba acostumbrarme al término, todavía no conseguía mantener una expresión neutral cuando lo escuchaba. Pensar en Hunter bajo el término «novio» me hacía querer arrugar la nariz, poner los ojos en blanco o fruncir el ceño. Una respuesta totalmente opuesta a la ideal... y sabía que practicar una expresión genuina de alegría sería toda una pesadilla.

—¡Vale! En un minuto bajo —le respondí a Corinne, poniendo a prueba mi tono falso de entusiasmo.

Debía perfeccionar ambas cosas y al menos, la voz sonaba más convincente que mis facciones. Pues, solo necesitaría encontrar un equilibrio entre las dos.

De manera inconsciente, me eché un vistazo en el espejo antes de salir de mi habitación. Sacudí la cabeza enseguida al percatarme de que no debía importarme cómo luciera para mi «cita». De hecho, había decidido intencionalmente combinar mi atuendo con mi humor del día; ajustado vestido negro, blazer negro, zapatos de tacón negros, cola de caballo apretada. Todos los elementos para alertarme que mi ira embotellada se estaba comenzando a manifestar en el exterior.

Fui empujada aún más cerca del precipicio en cuanto bajé las escaleras y las risas de mis padres —quienes se encontraban sentados en el sofá de nuestra sala, bebiendo una botella de vino y dándome otra escena de «celebración»—, viajaron como pequeños rayos de resentimiento hacia todo mi cuerpo.

Para mí, el día había sido sin duda uno de los peores que había tenido que soportar en mis años de existencia. Para ellos, había sido un simple día más para celebrar «las buenas noticias».

Fui en contra de mis propias reglas, y rompí mi huelga de silencio:

—¿Ahora qué estamos celebrando? —les pregunté con dureza.

Pensé que mi tono de voz me ganaría una reprenda, o que al menos lucirían sorprendidos al ser primera vez que usaba ese tono brusco con ellos. Tal vez se darían cuenta que esa «celebración» solo la estaban viviendo y disfrutando ellos. No obstante, no se sobresaltaron. Ambos se volvieron hacia mí con tranquilidad, como si supieran que esto pasaría en cualquier momento... y realmente les tuviera sin cuidado.

—¡Oh!, ¿es que ya superamos la ridícula «ley de hielo» que estabas montando? —comentó mamá, dedicándome una media sonrisa—. ¡Gracias a Dios! Nunca me imaginé el escenario donde te convertirías de repente de una de esas adolescentes insolentes.

Sentí mi respiración agitarse, mis fosas nasales expandirse, mis ojos anticipando de nuevo las lágrimas. Un paso más cerca del precipicio.

¿Estar en desacuerdo con ser usada de esa forma, sin consentimiento, forzada, era ser una adolescente insolente?, ¿sentirme traicionada por mi familia y mi supuesto novio era ser una adolescente insolente? Apreté mis manos alrededor de la correa de cuero de mi bolso, porque necesitaba canalizar las ganas que tenía de gritarle. No quería parecer una adolescente insolente.

—Estamos celebrando que, por primera vez desde que abrimos nuestro despacho, tuvimos que rechazar clientes por alta demanda —terció papá, tratando de apaciguar la combustión que sabía que se avecinaba.

—La gente rica de Nueva York a veces es demasiado predecible —agregó mi madre—. Todo siempre se trata de estar a la moda, de estar en el centro del reflector, de la tendencia del momento. —Sacudió la cabeza entre risas—. Nunca habíamos tenido tantas llamadas en una sola tarde.

—Su frivolidad se traduce en más dinero para nuestra cuenta bancaria, Adelyn —bromeó papá, uniéndose a sus risas y demostrándome que ya estaba un poco pasado de copas.

Él desvió su atención hacia mí y esbozó una amplia sonrisa, lo cual me enojó aún más, porque el gesto hizo que bajara la guardia. A veces cuando tomaba copas de más, se comportaba mucho más relajado, más cariñoso, más... como un papá común y corriente.

Y me avergüenza admitir que me gustaba ver esa versión de él.

—Querida, no le hagas caso a tu madre... —empezó a decir, apuntando su copa en mi dirección—. No eres ninguna adolescente insolente. De hecho, estoy orgullosísimo de tener una hija tan centrada como tú... No sabes lo tanto que estás haciendo por la familia.

Tragué saliva con fuerza.

—Vincent, ella ya debería saber lo tanto que está haciendo por la familia —le dijo ella, usando un tono enfático que fue suficiente para que captara su indirecta—. Saige sabe muy bien el valor de las oportunidades y lo que nosotros los Wisener pensamos sobre la ambición. La ambición te impulsa a exigirte, a mejorar, porque no existe tal cosa como «suficientemente bueno». Siempre puede mejorarse y...

—Siempre hay manera de hacerlo. Lo sé. —completé su frase entre dientes, queriendo que detuviera lo que hacía; era su manera implícita de reprenderme por mi comportamiento.

Con mamá no existían los típicos gritos de madre e hija, ni portazos, ni sermones; ni siquiera fui castigada en mi niñez, ella prefería seguir «procesos lógicos de vida». ¿Abusada del azúcar? Me daba una guía de investigación sobre los efectos dañinos del azúcar. ¿Se me ocurría —como cualquier niña de siete años—, hacer un berrinche porque no me permitía tener reflejos de colores en el cabello iguales a los de las Bratz? Me apartaba una cita con un psicólogo para tratar y controlar mis supuestos arranques prematuros de ira. Esa clase de acciones eran normales, o bueno; siempre vi su disciplina parental como un procedimiento, tal vez no convencional, pero sí práctico.

No obstante, en ese momento, que le atribuyera sus decisiones a nuestra conocida filosofía de la ambición, me pareció tan injusto que mi cita falsa con Hunter se veía como el lugar más tentador para estar.

—Hunter está esperándome en la recepción, tengo que irme —añadí, girándome y huyendo hacia el ascensor antes de que quisieran continuar con la conversación.

Cuando las puertas del ascensor se cerraron, me recosté sobre el espejo a mis espaldas y apreté mis ojos cerrados, disfrutando del tiempo fuera, de la tranquilidad y la privacidad que sentía dentro de la pequeña caja mientras esta bajaba desde el piso treinta hasta la recepción.

—¡No es justo! —grité sin poder contenerlo, grité con tanta fuerza que el pecho y la garganta me ardieron—. ¡No es justo, mamá! ¡Que no es justo, ¿es que no lo entiendes?! ¡No estoy siendo una adolescente insolente!

Tomé una respiración honda y finalmente abrí los ojos. La verdad, el subidón de adrenalina compensaba el dolor de garganta y de pecho que me habían dejado los gritos. Me gustó cómo se sintió, por dentro y también por fuera. Ver a la Saige con mejillas sonrojadas y ojos brillantes que me devolvía la mirada desde el espejo de las puertas, me robó una pequeña sonrisa de alivio.

Hunter tenía razón, eso de gritar en voz alta era efectivo.

Mi momento de paz desapareció al tiempo que las puertas del ascensor se abrían en el amplio lobby del edificio. Enseguida divisé a Hunter, se encontraba sentado despreocupadamente en el sofá de cuero negro junto a la entrada, frunciéndole el ceño a su celular. Llevaba un traje azul marino casual, con una camisa azul bebé debajo, sin corbata y con, por supuesto, un par de botones abiertos que ya los había bautizado como su sello personal después de presenciar su rutina diaria de striptease en nuestra oficina.

«Nuestra oficina», pensar en eso me llevó al hecho de que se dignó a desaparecerse todo el día y me había dejado el trabajo sucio. El reciente subidón de adrenalina me hizo caminar a paso decidido hacia él, taconeando con fuerza para que se percatara de mi presencia. Sin embargo, aparentemente su partida de Pacman estaba bastante entretenida, ya que ni siquiera me reparó estando justo frente a él.

—Estoy lista —carraspeé, sintiendo que mi entrada triunfal no resultó cómo la había imaginado en mi cabeza.

Él por fin despegó la vista de la pantalla de su teléfono. Sus ojos azules le hicieron un rápido escaneo a mi atuendo.

—Joder, hasta hace cinco minutos pensé que la cita era en un restaurante. No sabía que íbamos a un funeral —se burló entonces, alzando sus labios en una sonrisa.

—No sé si te has dado cuenta, pero tú te vistes de negro todo el tiempo —lo atajé, poniendo los ojos en blanco.

Hunter se echó a reír.

—Sí, por suerte hoy decidí usar otro color, aunque estoy seguro de que Esther hubiera amado eso para alimentar a sus tabloides de mierda —contraatacó, poniéndose de pie y comenzando a caminar hacia la salida sin esperar por mí.

Me ruboricé al notar que Alan, el amable señor encargado de la recepción desde que tenía alrededor de cinco años, lo miró furtivamente con el ceño fruncido. Por su expresión, era evidente que tenía enredado en la punta de la lengua un «Oh, todo un caballero». Genial, excelente imagen debía estar haciéndose.

Fingí no haberme dado cuenta y caminé rápido para alcanzar a Hunter.

—«Los nuevos tórtolos del Upper East Side ya no ocultan su conexión y hasta combinan su ropa para salir. Así es la telepatía del amor, amigos, en su máximo esplendor» —agregó con voz de comercial.

—El encargado de recepción acaba de mirarte como el peor chico del mundo, ¿podrías al menos fingir que no lo eres mientras estás conmigo? —le pedí, avergonzada.

Nop, realmente no se me da bien fingir —contestó con tranquilidad, mientras desbloqueaba las puertas de la Range Rover negra aparcada junto a la acera.

—Se te dio bastante bien esta mañana —le recordé, adentrándome en el asiento del copiloto.

—Solo en casos de emergencia —reconoció, cerrando la puerta de su puesto.

Uh-huh —comenté, mirando por el retrovisor y percatándome que era la única Range Rover aparcada frente a mi edificio—. ¿Dónde está Oskar? —le pregunté por el corpulento guardaespaldas que me había dado sustos de muerte en más de una ocasión.

El hombre era demasiado sigiloso para mi gusto.

—Te dije que tuve una reducción de condena por buena conducta —respondió, sonriendo—. La libertad tiene sus beneficios.

—Pensé que era una excusa para dejarme el trabajo sucio de lidiar sola con los comentarios en el despacho —le confesé—. Muchas gracias, por cierto, los novios ausentes en momentos importantes de la relación son exactamente el tipo de chicos que quiero que las personas piensen que me gustan —lo acusé, girándome un poco para tener una vista completa de él y su respuesta.

Mi acusación solo hizo que sonriera más.

—Alguien está de mal humor —comentó, poniendo en marcha la camioneta—. ¿Qué ha pasado en mi ausencia?, ¿Mishka ha vuelto a sobrecalentarte el sistema? —inquirió.

—No —gruñí, volviendo entonces a recordar la razón de mi mal humor—, pero mientras tú estuviste desaparecido, fui yo la que manejé el control de daños después del ridículo artículo en el Daily News. Tú viste cómo resultó eso en Lawrence, no soy buena improvisando.

—Vale, «soy el peor chico del mundo» —me citó con humor.

Como dije, Hunter, indirecta o directamente siempre me hacía arrugar la nariz, fruncir el ceño o poner los ojos en blanco. Ese comentario provocó las tres opciones.

—Wisener, que sea tu novio falso, no quiere decir que estoy obligado a ser un buen novio falso —se defendió al observar mi desfile de expresiones—. Esta mañana te ayudé a sacudirte a Varma porque me convenía que no jodieras las cosas tan pronto. No malinterpretes mi acto de supervivencia por un acto de novio romántico al rescate.

—¿Qué? —repliqué, encrespada—. No lo estaba...

—Por supuesto que no —ironizó.

«Oh por, Dios, con esto es que tendré que lidiar todos los días».

—A todas estas —dije, sacudiendo la cabeza—. ¿Cómo es que ahora no te conviene? Hace unos días estabas tan enojado por esto como yo —indagué, examinándolo con la mirada—. Estás actuando muy raro, Hunter. No hay que ser inteligente para saber que algo tramas.

—Sigo estando cabreado, eso es un hecho tan contundente que puedo decirte con seguridad que mi cuerpo está compuesto más por el cabreo que por agua —dijo con dramatismo—. Sin embargo, digamos que he encontrado un hueco en el contrato que pretendo usar a mi favor mientras pueda.

—¿Cuál hueco en el contrato? —brinqué, interesada. Si existía tal cosa que pudiera usar a mi favor, era toda oídos.

Se tomó un descanso del tráfico para mirarme de reojo con una ceja enarcada.

—Un hueco en el contrato que me guardaré para mí, Stepford —me contestó, devolviendo su atención a la carretera—. Todo lo que necesitas saber es que voy a ser un novio falso decente frente a las cámaras. Voy a ser como un novio de película; te ofreceré mi saco, te limpiaré las sobras de comida de la comisura de tu boca, me reiré de tus chistes malos, o inexistentes, comeré del mismo espagueti, pretenderé que nada de eso me da náuseas.

»Te dejaré en tu casa antes del toque de queda y será un auténtico cuento de hadas para todos los involucrados. Papá tiene su buena publicidad, yo tengo mi libertad, Esther tiene sus fotos, tus padres tienen... cualquier cosa retorcida que quieran ellos. ¡Todos felices!

Me hundí en mi asiento. «Todos felices». Claramente había omitido mi opinión en su plan, como todos.

—Así que... Básicamente tú también vas a usarme —solté, arrepintiéndome enseguida de haber soltado algo tan personal a la ligera.

Esa no era una porción de información que quería compartir con él. Era más una porción de información que solo le había compartido al ascensor y sus cuatro paredes.

Permanecí en silencio, sintiendo el calor de la vergüenza arrastrarse hasta mi cuello. «Pues, Saige, es hora de controlar esa ira embotellada, porque está a un paso más de tomar el volante y convertirte en un completo desastre. Y no nos gustan los desastres, ¿cierto?».

Cierto.

—Bueno, , algo así —reconoció él. Si notó la oscuridad detrás de mi comentario, lo disfrazó bastante bien con una sonrisa—, pero te prometo que después de esta noche, ser usada por mí, se convertirá en tu pasatiempo favorito.

—¿Qué se supone que significa eso? —Fruncí el ceño, sin saber en absoluto cómo interpretar esa frase.

—Que no vamos a ningún funeral, así que deberíamos hacer algo sobre ese atuendo —comentó, haciendo el mismo escaneo despectivo que hizo en el lobby de mi edificio.

—¿Qué tiene de malo mi atuendo? —le espeté, ofendida.

Había elegido algo que combinara con mi humor, pero igual eran prendas que me gustaban y las había usado juntas antes. Claramente, él no entendía nada sobre moda.

—Saige, parece que tu esposo rico murió y estuvieras en camino a recoger la herencia para luego huir con ella —puntualizó—. Es decir, no estás vestida para la ocasión.

¡Ew! ¡¿De qué hablas?! Esto perfecto para el restaurante al cual vamos.

Puso los ojos en blanco con fastidio.

—Déjame corregirme; no estás vestida para la post-ocasión.

Necesité un minuto para procesar y traducir las palabras de Hunter. «Post-ocasión». Basada en todo lo que me había dicho, eso significaba que él planeaba ir a otro lugar luego de nuestra cena. Planeaba llevarme con él a otro lugar luego de nuestra cena.

En un día normal, eso habría encendido mis alarmas y probablemente le hubiese ofrecido un buen sermón acerca de los riesgos de saltarse informes, indicaciones, contratos, tan meticulosos como los de Esther y el señor McLaggen.

Mas no había sido un día normal. Había sido un día demoledor. Había ignorado a Keegan, a mis padres, me había esforzado por forzar sonrisas mientras actuaba como si no quisiera volverme loca y gritar dentro de un ascensor con todas mis fuerzas. Había sido un día lejos de lo normal, había sido un día donde mi vida estaba cerca de asfixiarme.

Tal vez lo que necesitaba era dejar de ser Saige, la hija de Adelyn y Vincent, el secreto de Keegan, aunque fuese por una noche. Tal vez debía soltar mi ira embotellada en ese lugar donde Hunter tenía planeado llevarme, y entonces la balanza regresaría a la normalidad. No habría nada acumulado que me hiciera perder el control. Que «afectara mi sistema». Solo... no quería seguir sintiéndome así.

—Podemos hacer una parada rápida en la Quinta Avenida —dije entonces.

Pude ver cómo sus labios subían en una lenta sonrisa de complicidad.

—Creo que me agradas más de mal humor —comentó, tomando el cruce contrario al que debíamos tomar.

Sé que me tardé más de lo normal, pero es que había entrado en un bloqueo super loco del cual me costó salir, pero bueno, bueno, aquí estamos, con un cap medio larguito.

AY SAIGE, ¿PERO QUÉ TÚ HAAAACES?? Nadie le ha enseñado todavía que los planes de Hunter a veces pueden salirse de control JAJAJAAJAJ Aló, ¿Dylan?, ¿podrías regresar en el tiempo y advertirle? JAKSJAKJS

¿A dónde creen que la llevará Hunter? Dioj mío, puedo asegurarles que estos dos capítulos que vienen van a estar llenos de mucho salseo, así que se me preparan, ¿ok? JAJAJAJJAJAJA

Me retiro sin decir nada más porque después empiezo a soltar cosas como loca. Espero que hayan disfrutado del cap a pesar de la demora y ya no puedo esperar leer sus comentarios.

Besitos venezolanos con un rico plátano al horno con queso y mantequilla.

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