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By LancasterMar

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| π–π„π‹π‚πŽπŒπ„ π“πŽ... 𝐓𝐇𝐄 π”ππˆπ•π„π‘π’π„ πŽπ… ππ€πŠπ”π†πŽ πŠπ€π“π’π”πŠπˆ | β€§β‚ŠΛšβœ§| Diferentes mundos... More

Mi juego, mis reglas.
Pilar de excusas.
Kiss Cam.
El valor de un gesto.
GruΓ±osito.
Únete a mi.
Únete a mi. II
Únete a mi. III
A tus cuidados.
Lo que no fue.
Encierro.
CariΓ±o amargo.
CariΓ±o amargo. II
CariΓ±o amargo. Extra.
Vibra a lo alto.
Vibra a lo alto. II
Vibra a lo alto. III
A tu manera.
DetrΓ‘s del peligro.
Revisa tu pulso.
Revisa tu pulso. II
Visitante.
Un paso mΓ‘s.
Caricias maritales.
Primer encuentro.
Slap ass.
Un futuro contigo.
ImaginaciΓ³n carnal.
BΓ‘lsamo al corazΓ³n.
Receta de vida.
The host.
Ese momento.
Disputas y enojos.

Grita Ho Ho Ho~

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By LancasterMar

‧₊˚✧| 𝐀𝐃𝐕𝐄𝐑𝐓𝐄𝐍𝐂𝐈𝐀𝐒 |

· Bakugõ y la protagonista son adultos.

· A.U quirkless.

· Lemon Alert (+18) 🍋

✧‧₊˚✧‧.





—Lo siento, lo siento, lo siento —expresaste con pena a través del micrófono de tu celular para una persona que ni siquiera te oía—. Siento mucho no haber llegado a tiempo. Sé que te dije que llegaría antes pero los vuelos se retrasaron por la tormenta. Lo lamento, de verdad —suspiraste con pesadez, tratando de quitar una culpa que se acumulaba en tu pecho. Al otro lado de la línea, no sentiste más que el absoluto silencio—. Pronto estaré llegando a casa. Tengo llaves, así que no te preocupes en mantenerte despierto. Y Katsuki, por favor, cuando escuches esto, llámame... Te quiero. Feliz navidad.

Colgaste al son de otro suspiro, y apartaste el celular de tu oreja. Era el tercer mensaje que dejabas en su buzón de voz, sin tener respuesta suya de ninguna manera.

Tu cuerpo se sintió pesado ante la culpa por no haber cumplido con tu palabra, y no presentías algo bueno si Katsuki no atendía las llamadas... A no ser que estuviera trabajando, pero en este caso sabías que le habían dado el día libre. No como a ti, que días previos a noche buena diste inicio a un viaje de la empresa junto a tu jefa; a quien le parecían todos los días del año iguales y exigía tu presencia, colaboración y trabajo en las reuniones como su más eficiente secretaria.

No podías decir que su antipatía y personalidad cascarrabias de corazón frío e impenetrable se debía a la ausencia de una familia, ya que eras tú la que preparaba y enviaba las tarjetas navideñas a su nombre para cada uno de los integrantes de su familia. Pero su limitada sensibilidad por las festividades te hundía a ti también en el pozo ermitaño de aislación por trabajo..., siendo esta una de las consecuencias: romper promesas. Faltar a tu palabra.

Volviste a suspirar para poder apartar esos pensamientos de tu mente, junto al rostro ceñudo de facciones afiladas de tu jefa, quien demostraba siempre haber chupado un limón arrancado de su árbol en una mala estación. Excepto aquellos días donde cerraba contrato con otra empresa por una gran suma de billetes, los cuales le crispaban el intento de una sonrisa gatuna.

Guardaste el celular en el bolsillo de tu cazadora y te levantaste de los asientos plásticos que contenía el aeropuerto. Quedarte ahoga en culpa, sumida en una parálisis por análisis, no ayudaría a enmendar el problema, así que quedarte por más tiempo allí no era una opción.

Afianzaste tu mano en el mango de la valija y avanzaste deslizando sus ruedas por el pulido y limpio suelo. A esas horas, en esa fecha, demás personas trajeadas y con sus estresados rostros debido a sus latosos labores eran los únicos presentes en la terminal, viendo de aquí para allá con una mirada nerviosa y un café en mano para no perder sus vuelos.

El olor y la idea de un café te tentó. Pero antes de dirigirte a la cafetería el tono de una llamada te gestó ansias con la esperanza de que sea solo una persona. Al atender, su voz negó y esfumó aquel sentimiento.

—Mina, que sorpresa —hablaste con un tono más deprimido de lo que esperabas.

Fingiste una sonrisa tensa, como si pudiera verte.

—Me llegó tu mensaje de que regresaste a la ciudad. ¡Es genial! 

—No te llamé porque creí que estarías durmiendo. Feliz navidad, por cierto.

—¿Durmiendo? Apenas son pasadas las diez de la noche. ¿Te afectó el cambio de horario o convivir mucho con Bakugõ? —soltó una risa pintiparada al castañeo de cascabeles—. ¡Feliz navidad para ti también!

Su mención parió nuevamente la culpa que pinchó como una aguja fina y pequeña tu corazón.

—Ambas, quizá. —Te encogiste de hombros y aceleraste el paso al vislumbrar la cafetería que contenía la terminal. 

—¿Está todo bien? Te oyes un poco triste.

—Bueno —inspiraste profundo, viendo innegable poder retener lo que sentías—. Yo creía que llegaría antes de navidad. Quería hacer algo más que pasármela trabajando hasta tarde en una oficina con una persona que me miró extraño cuando le deseé feliz navidad pasada la medianoche.

Mina rio por el tono de tu voz que lo intentabas mezclar con humor.

—¿Al menos recibiste un regalo? ¿Un ascenso? ¿Aumento de sueldo?

—¿Me preguntas en serio? —Reflejaste una expresión incrédula, la cual Mina ya suponía que tenías—. Creo que lo más amable y navideño que recibí fue el saludo por los altavoces del capitán de vuelo.

Mina volvió a reír, con más estridencia.

—Apuesto a que Bakugõ tiene algo para ti.

—Lo dudo. Si tenía algo quizá ya lo tiró. Con suerte pude llamarlo y avisarle que no iba a llegar para noche buena, y ahora vuelvo el día de navidad, cuando está a dos horas de acabar.

—Él lo entenderá. Ya sabes que no es alguien que le ponga mucha atención a estas fechas.

Las llamadas que le hacías y que terminaban perdidas, te hacían presentir que no era así, aunque apoyabas la creencia de Mina sobre la perspectiva de Katsuki de las festividades.

—Supongo que aunque no le gusten, no significa que quiera estar solo. —Quedaste en silencio, donde del otro lado de la línea se copió a la espera e intuición de que deseabas decir algo más. Y así fue cuando, con un suspiro, confesaste—: Me había invitado a pasar la noche en la casa de su familia... Por primera vez.

—¿Con sus padres? —alzó la voz casi en un chillido.

—Sí, con sus padres. Me dijo que su madre estaba muy insistente y lo tenía cansado diciéndole que quería conocerme más.

—Menuda buena impresión dejaste a tu suegra.

—Gracias —respondiste con sequedad e ironía que apartaste aclarándote la garganta.

—Lo siento, no ayudó eso —rio con pena al notar el tono de tu comentario, y ya podías imaginar su expresión arrepentida—. ¿Sabes qué es lo mejor que puedes hacer ahora? —habló con un entusiasmo que casi se materializa hasta penetrar tus tímpanos. Quedó callada a la espera de una respuesta igual, pero no tuvo más que tu silencio poco animado—. Haz esto: de camino a casa compra una rica comida (una afrodisíaca en lo posible), y cuando llegues ponte el conjunto de lencería de Fuck me, please. Lo volverás loco, y si estaba enojado o molesto se lo quitaras como el hipo.

—¿Lencería de qué? —Quedaste boquiabierta, pero no sorprendida al ser algo saliente de la cabeza de Mina.

—Ya sabes... Ese conjunto que no dura puesto ni un minuto. Ese que le pide a gritos: ¡fuck me, please!

Exhalaste por la boca, quizá siendo una especie de risa, o de un suspiro incrédulo.

—Me estas diciendo que lo chantajee con sexo. —No fue pregunta.

—Te estoy diciendo que seas una novia atenta y des un regalo a tu modo.

—¿Ese es mi modo? —Frunciste el ceño con incredulidad pero con un poco de humor ante lo que ella suponía de ti, siendo más bien algo propio y sugerente de ella. De esa clase de consejos que podría darte un libro de sexo y ayuda para parejas que buscan renovar su amor cada día, y donde el sexo pasa a un plano de nuevas experiencias y juegos.

—Debería serlo. Créeme, jamás me equivoco. ¡Jamás! Hazme caso —emanaba un tono seguro como el de una persona que ya sabía los resultados de la lotería.

Al cabo de unos minutos, donde su insistencia por convencerte de su plan había dado resultados cuando le afirmaste y aseguraste que lo intentarías —siendo una respuesta que la conformó pero dejó a relucir tu inseguridad—, colgaste con Mina y respondiste una llamada que dejaste en espera por unos segundos mientras te despedías de ella.

—Hol-

—(Nombre), te mandé cinco correos electrónicos que necesito verifiques, corrijas, hagas copias y los envíes todos mañana a primera hora a las dos empresas con las que tuvimos reunión ayer.

No fue necesario ver la pantalla para conocer quién te llamaba ya que su mandato con tan frío y seco tono de voz se presentó sin siquiera tener la necesidad de decir su nombre.

—¿Lo harás? —La voz de tu jefa dominó ante el silencio en el que te perpetuaste. Sus palabras connotaron su impaciencia e intuiste que, aunque su tono sonó como pregunta, en realidad no lo fue.

—Sí, lo haré. —Te obligaste a contener un resoplido.

Lo que oíste a continuación no fue más el indiferente pitido de la llamada finalizada cuando ella te cortó sin mediar más palabras o expresar una despedida.

—Feliz navidad para ti también, Cruela —hablaste con recelo a la pantalla de tu celular, sintiéndote tentada también a estamparlo contra el suelo de tal forma que el golpe llegara a través de una llamada directo a tu jefa.

Al salir por las puertas del aeropuerto hacia el exterior, con un café en manos, tu cara reflejó un catastrófico cansancio que acentuó los surcos opacos bajo tus ojos. Dudaste si era por el cambio de horario entre un viaje y otro; por saber el trabajo que te esperaba y el descanso innegable desde que habías entrado en aquella empresa; o por el café que templaba tus emociones y le otorgaba a tu cuerpo un calor que la nevada de aquella noche imposibilitaba darte.

Tus continuos resoplidos, en conjunto a suspiros que anhelaban una siesta, llamaron la atención de un Santa Claus en la entrada del aeropuerto mientras buscabas un taxi que pudiera llevarte a tu casa. El hombre bajo unas gafas y una prominente barba blanca que lo abrigaba más que cualquier saco, alzó su mentón a modo de saludo y supusiste que había una sonrisa dentada bajo los pelos blancos que cubrían su boca. Te deseó una feliz navidad, o algo feliz para lo que restaba del día festivo, mientras tomaba caladas a su cigarrillo casi extinto entre sus dedos. Finalizó su saludo con el característico 'ho ho ho' de su personaje, asimilándose más a un motor descompuesto que se negaba a arrancar, o quizá fue una tos convulsa a causa del tabaco aunado al aire seco y frío de la noche. Le sonreíste con el mayor esfuerzo que tu café te permitió recargar, aceptando su comentario, pero suponiendo internamente que el día no sería como el falso Santa lo auguraba cuando el color rojo de su traje te recordaba un par de ojos bajo una ceñuda expresión.

De camino al departamento que compartías con Katsuki; el cual solo hace unos meses te habías mudado para cortar su soledad y avanzar en la relación —idea absurda al mantenerte más en la oficina que en casa—, pasaste por un mercado siguiendo el consejo de Mina. Lograste conseguir —teniendo en cuenta el horario y tus escasas ganas de buscar más opciones por la ciudad— unas fresas que dudabas que sean frescas, pero su rojiza y pura apariencia prometía un buen sabor. Quizá eran las sobras y lo que la gente no había comprado durante el día, pero si sabían mal podías ocultar su sabor con una crema que ya sabías habías guardado en el refrigerador antes de irte de viaje.

¿Qué demonios era una comida afrodisíaca?, pensaste internamente mientras el coche del taxi se movía por las oscuras y nevadas calles. Desconocías qué clase de comida conformaba el menú que Mina te recomendó, pero al menos sabías que las fresas contaban con el extraño poder de atraer a cualquier persona por su dulce sabor, incluso haciéndote agua la boca a ti por verlas ahora dentro de su paquete plástico.

Le dejaste un nuevo mensaje en el buzón de voz a Katsuki, avisándole que ya estabas regresando. A la media hora ya te encontrabas frente al edificio que ambos habitaban.

Entraste con un intento de silencio que tus tacones y su dificultad para quitártelos entre patadas no te permitieron, sumado a la valija que se veía reacia a pasar por el marco de la puerta con naturalidad. Si Katsuki estaba dormido, tus quejidos y resoplidos podrían haberlo despertado.

Parada en el recibidor y habiendo acabado la lucha con tus pertenencias y la puerta, colgaste las llaves y mandaste una mirada escrutadora al departamento que se sumía a una profunda pero parcial oscuridad, haciéndote suponer dos cosas cuando vislumbraste el contorno de luces coloridas sobre los muebles, dejando en ellos un barniz navideño y especial: primero, Katsuki estaba dormido; segundo, Katsuki estaba molesto. Suposiciones que sencillamente las podías resumir a una: Katsuki fue directamente a dormirse por estar molesto, sumido en su orgullo de negarse a esperarte.

Avanzaste hasta la sala en total silencio, llevando en manos nada más que la bolsa con fresas que habías comprado. La abandonaste sobre la mesada y te quitaste la cazadora mientras realizabas un análisis al espacio. Todo se hallaba ordenado, tranquilo, sereno, con una quietud comprensiblemente normal —por tu única presencia— y extrañamente incomoda, desagradable, por lograr materializarse en tu interior hasta calar tu corazón, dándole un culposo frío que la nevada del exterior jamás podría causarte de igual forma. Era una soledad que pintaba en el aire una acusación dirigida a ti..., y a tu llegada tarde. Varios días tarde. Pero el sonido de unos pasos te hicieron cortar a medias un suspiro apenado, y abriste tus ojos de par en par al orientar la cabeza hacia la oscuridad en la que el pasillo a tu derecha se ahogaba y de donde venía el sonido de unos pies descalzos caminando con lentitud.

Tus pupilas se ensancharon al querer divisar lo que se acercaba a ti antes de abandonar el pasillo y dejarse al descubierto. Las ansias —aunadas a un endeble temor a hallar un rostro malhumorado— destellaban en tus iris y se coloreaban de rojo y demás colores chillones gracias a la única iluminación de las luces que rodeaban el árbol navideño.

Al ya saber que era Katsuki, comenzaste a hablar cuando notaste una silueta que se detenía —o caminaba con más lentitud— al final del pasillo.

—Lamento si te desperté, Katsu. Imaginé que estarías dormido —expresaste en un murmuro tembloroso luego de saludar. Al no saber su humor o cómo se encontraba, no sabías cuáles serían tus palabras siguientes y cuáles eran las más convenientes para dar un buen comienzo. Era como estar caminando en un campo minado con la vista cegada por una espesa niebla. Carraspeaste para que no notara aquel temor y ensanchaste una sonrisa nerviosa que dudabas que él pudiera ver—. Supongo que ya cenaste, obviamente. Así que traje unas fresas por si se te antojaban, podemos comerlas ahora..., o mañana. Cuando gustes, claro. —Tus ojos estaban pegados en la superficie plana de la mesa, y tus dedos jugueteaban entre sí a la altura de tu ombligo.

La mujer que siempre se mostraba seria, formal, decidida, sabia y determinada a enfrentar cualquier muro que sirviera como obstáculo en las horas de trabajo y que, por ello, se había ganado su puesto como mano derecha de la jefa, ahora huía de escena para dar paso a una inseguridad que temía al desconocer la reacción del contrario a causa de sus errores, y que, además, se culpaba por ellos.

—Amm... ¿Fuiste a ver a tus padres? —Tu mirada fue a parar al árbol de navidad, como si tal pudiese salvarte de algún modo o te dijese a través de sus guirnaldas la manera en la que se encontraba tu novio—. Pensaba ir luego a visitar a tu madre. Llamarla antes para disculparme, claro. Quizá podemos ir a almorzar en estos días, ¿qué piensas?

Silencio total. Sin respuesta.

Tu pulso comenzó a acelerar dentro de tu cuerpo. Acelerando como una bicicleta que rueda cuesta abajo y que es impulsada por los pedales de unos sutiles nervios y tensión. Por la abstracta ansiedad y el vago miedo que pujaban por descifrar quién saldría vencedor. Porque ante un indescifrable silencio la imaginación fluye con más libertad por los confines de la incertidumbre; temiendo como se debe temer a la quietud que condensa la calma previa a una tormenta; o como se debe temer en una trinchera antes de la batalla.

Inquieta y con esperanzas de aliviar algo que no tenías ni idea de cómo se encontraba, continuaste hablando. Simulando una especie de parsimonia que, para el rubio que se mantenía furtivo en la bruma oscura del corredor, le fue fácil descubrir su falsedad. Con la misma facilidad con la que se descubren los trucos de un principiante mago barato.

—Te traje un regalo —carraspeaste nuevamente para impostar con más sutileza tu voz—. No es la gran cosa. Lo que buscaba no lo encontré, pero esto me gustó. Espero que a ti también te guste.

En el silencio, ni siquiera su respiración podías sentir.

—Está dentro de la valija. Quizá sea mejor que lo abras antes de que pase la medianoche...

Aunque trataras de mantenerte tranquila, te sentías aprisionada en un rincón por tus propios pensamientos y emociones, ya que Katsuki, literalmente, no estaba haciendo nada. Por ello, exhalaste con fuerza por la nariz, dándote de ese modo propia valentía para mirarlo a los ojos; aunque este pudiera lanzar cuchillas a través de sus pupilas.

—¿Estás enojado, verdad? —Tu voz salió más alta de lo que esperabas cuando giraste sobre tu eje y lo enfrentaste—. De verdad que lo siento, Katsu. Sé que dije que volvería antes y no cumplí con eso, pero...

Te detuviste al notar con tu mirada cierto detalle que no esperabas y que, por sobre todo, llamó más la atención. Suponías que Katsuki estaba durmiendo, por ende, se encontraría con no más que sus pantalones holgados para dormir, una ligera blusa quizá, o dependería de la calefacción para estar únicamente con sus calzoncillos. No obstante, gracias al lumbre tenue que te brindaban las luces del árbol de navidad, pudiste ver su figura frente a ti, descansando su hombro sobre el filo de la esquina que conectaba una pared con otra. Instantáneamente, te sentiste transportada al utópico y fantasioso mundo de el Grinch, teniendo ahora a su protagonista con su ceñudo rostro, portando el peculiar traje de Santa Claus..., con la diferencia de lucirlo a su manera.

Estar descalzo era un detalle irrelevante cuando tus ojos comenzaron su ruta desde su cintura; donde apreciaste los coloridos pantalones rojos, pero tan bajos y holgados que hacían mayor acto de presencia sus calzoncillos —de igual color, como sutil detalle—, con el principio de su vello púbico emergiendo del borde del elástico. Su torso estaba descubierto y así te lo hizo saber el destello de colores que provenía de un ángulo diagonal a la posición de Katsuki, y donde perfilaban cada uno de sus músculos para recordarte su anatomía luego de tu viaje. El detalle de llevar abierto el largo saco con puntillas afelpadas lo agradeciste cuando tus ojos no pasaban por otro lugar que no fuera su torso desnudo y bien marcado. Hasta que continuaste ascendiendo hasta cruzar con su mirada; tan indescifrable, oscura y profunda como un océano, y ocultando tantas cosas en su refulgente carmín que llegó a surtir un escalofrío en tu cuerpo.

Claramente, no olvidó, ni fue para ti pasado por alto, el simple gorro que aplastaba parte de sus acuminadas hebras, y que enternecían su enfurruñada y misteriosa aura.

Lo que tus ojos veían ahora era una imagen totalmente adversa a tu imaginación; una imagen que ni en el mejor de los casos hubiese llegado a tu mente. Por ello, sentiste un choque que resquebrajó el ambiente y sustituyó aquellos miedos por una incuestionable y dudosa curiosidad. Quedaste boquiabierta, pestañeando repetidas veces y llegando a creer que estabas dormida. Posiblemente eso era; un sueño, y ahora podrías llegar a despertarte estando aún en los asientos del avión.

Pero no fue así cuando los minutos pasaban y la imagen de un Katsuki en traje navideño no desaparecía frente a ti.

—¿Kat... suki? —ladeaste la cabeza a un lado, tratando de encontrar sentido a la situación.

El rubio ceniza realiza su primera acción, negando lentamente con su cabeza, pero viéndose más como un gesto resignado a un pensamiento que tenía únicamente para él.

—¿Qué haré contigo..., (Nombre)? —Su tono de voz salió profundo y ronco, con cierta calma que provocó un vuelco en tu interior al no presentir buenas cosas de su sospechosa serenidad.

Su voz sonó tan profunda y gutural —en especial, tu nombre— que rompió estrepitosamente todo el silencio construido, cambiando los aires del ambiente; como si una bola de plomo cayera sobre la quietud de aguas pacíficas y rompiera sus esquemas con su efecto de ondas.

Tragaste grueso, y cuestionaste—: ¿Estás... molesto?

Era una pregunta que de verdad necesitaba respuesta. ¿Cómo podías descifrarlo cuando llevaba aquel traje?

Pero él simuló no haberte escuchado, y continuó con lo que tenía en mente. El rubí de sus iris era tan opaco y desconcertante que podía llegar a aunarse con el bajo lumbre que los rodeaba. Pero, aunque su rostro no connotase más que un ceño fruncido, por su traje y un brillo especial que lograste divisar en sus ojos —como una perla sumergida en el océano— pudiste saber que sus intenciones iban más para un juego que para discutir como tanto habías imaginado en el camino a casa.

—No quiero tu regalo —habló de repente.

Parpadeaste confusa.

—¿Qué...? ¿Por qué?

—No lo quiero, porque hoy yo los doy.

Cambió su peso de un pie a otro, y sus ojos bajaron lentamente por todo tu cuerpo, como si pudiese ver más allá de la ropa que portabas, o como un niño que observaba con atención un regalo envuelto, queriendo adivinar que tendría para él luego. Tu boca se secó al notar la manera en la que contorneaba tu figura con sus taimados y codiciosos ojos, y un calor destelló en tu bajo vientre como una fogata encendida con combustible.

Entendiste su comentario al volver a darle una mirada rápida y nerviosa a todo su complemento, y un deseo tórrido se cargó de curiosidad en tu interior, queriendo saber qué era lo que surcaba ahora mismo la mente del rubio ceniza.

—Oh, comprend-

—Pero —alzó su voz por encima de la tuya— tú has sido una chica mala... Muy traviesa. —Su ronco tono bajó algunos decibeles, acentuando gravedad a sus palabras—. Y las chicas malas no reciben regalos.

—¿Yo... qué...?

—Dime, (Nombre) —empujó la pared con su hombro y se enderezó sobre sus dos pies. Sus manos estaban ocultas en los bolsillos del pantalón, queriendo dar un aire indiferente, a su vez que parecía mantener ocultas sus más lascivas intenciones. En esa misma acción, también parecía arrastrar hacia abajo la tela del pantalón, permitiéndote vislumbrar un poco más la marca de sus calzoncillos y su color. Sus pies lo dirigieron lentamente hacia tu posición, cortando la distancia sin apartar sus desafiantes ojos de los tuyos. Caminó hasta posicionarse a tus espaldas, habiendo rodeado tu figura sin que tú movieras ni un solo músculo, estando expectante de sus acciones, queriendo descifrar qué haría a continuación—. ¿Tú cómo has sido? —preguntó Katsuki en tono bajo y ronco—. ¿Una chica buena —acercó su boca a tu oreja derecha—, o una mala? —pasó a la oreja izquierda en un rápido e imperceptible movimiento, generando en tu cuerpo un escalofrío al sentir su aliento contra tu piel.

—U-una buena. —Tu respuesta salió en una hilo de voz dudoso.

—No me estás mintiendo, ¿verdad? —Agitaste la cabeza para negar. A tus espaldas, Katsuki dio un paso más cerca hasta lograr que su pecho rozase tus omóplatos, y bajó su cuello hasta que su boca quedó a un centímetro de tu oreja—. Las chicas que mienten reciben castigos. Y tú no querrás que yo te los dé —confesó en un murmuro áspero. Tragaste grueso, con dificultad y gran calor—. Ahora —hizo una pausa para poder ver desde su posición cómo te encontrabas y cuánto estabas demostrándolo con tu cuerpo y expresiones—, vas a probarme qué tan buena eres.

Antes de que pudieras cuestionarle, lo viste pasar por tu lado y abandonar tus espaldas. Se dirigió con pasos silenciosos hasta la zona de sillones a unos metros de ti, los que se hallaban más cerca del árbol navideño, y tomó asiento sobre uno individual, hundiendo su figura en el mullido cojín. Sus ojos se posaron en los tuyos curiosos, y viste sus facciones con más detalle al poder recibir con más claridad la luminosidad de las luces de colores, las cuales iluminaban sentimientos en su rostro que no llegaste a descifrar.

Manteniendo sus dos manos descansando sobre los apoyabrazos del sillón, alzó la derecha vagamente en tu dirección y, con la palma orientada al techo, movió sus dedos índice y mayor en un movimiento demasiado letárgico que desprendía lascivia; indicándote silenciosamente que te acercaras a él cuando la punta de sus dedos rascaron el aire. Luego, aquella misma mano la volteó y, esta vez, solo su dedo índice se movió en círculos, realizando —simplemente— dos vueltas hasta que, para finalizar su pedido, la palma de su mano dio dos sutiles golpecitos a su muslo para indicarte de manera grácil que no solo fueras hacia él sino, también, que te voltearas y te sentaras sobre su regazo.

Volviste a parpadear para poder accionar ante su pedido, pero te sentías como si hubieses quedado atrapada en un mundo que había reducido la velocidad del tiempo y hubieses visto cada uno de sus movimientos en cámara lenta.

—Pero-

—Las chicas buenas obedecen —interrumpió, alzando su voz con demanda y advertencia.

Volviste a tragar, esta vez con gran sequedad en tu boca a causa de la libidinosidad que sobrecargaba y chispeaba el ambiente. Asentiste vagamente y te encaminaste hacia donde se encontraba.

Sus ojos carmesíes se oscurecieron al admirar el contorno de tus piernas bajo la penumbra de la sala, acercándote dubitativa hasta él, y el único pensamiento de despojarte de las absurdas pantimedias que llevabas bajo tu falda de tubo lo hicieron inspirar profundamente con disimulo, apretando con dureza su mandíbula para contenerse y continuar con su juego.

Katsuki se mantenía con su mentón recargado sobre el dorso de su mano izquierda, manteniendo el brazo acodado al sillón, pero rompió con su pose cuando te tuvo frente a él y te volteaste para tomar asiento sobre sus piernas, alzando con impaciencia ambas manos hacia tus caderas para empujarte con un bruto movimiento hasta que sintió tu trasero sobre su muslo derecho. Giraste por inercia hasta apoyar la parte trasera de tus rodillas sobre su pierna contraria, e intentaste con esmero controlar tu arrítmica respiración ante su inopinada y candente acción.

Su calidez embargó y chocó tu cuerpo, y el desenfrenado pulso de tu corazón se descarriló como un tren acelerado cuando viste a tan corta distancia su rostro. Podías sentir tu propio palpitar como el claxon del tren, sumado al rugido despiadado de su locomotora, emanando gran humo negro por su descontrol.

Las facciones de Katsuki permanecían serias, con un aire iracundo manando de sus cejas tensas y fruncidas levemente pero a causa de un sentimiento que, adverso a su vago gesto, se sentía con gran potencia. Podías ver con claridad, a través de sus extraordinarios ojos, cómo cada uno de esos sentimientos, acarreados por sus pensamientos, explotaban en conjunto como una bomba de fabricación casera.

—¿Cómo fue tu viaje? —Te sorprendió su pregunta.

—Bien —afirmaste con una media sonrisa cargada de inexplicables pero comprensibles nervios. De repente, la única mano que se había quedado en tu cadera, afianzó con más seguridad su agarre. Pudo haber sido imperceptible de no ser por tu gran estado de alerta y recepción a sus estímulos. Mientras tanto, emanando indiferencia por su rostro, su mano izquierda se situó con posesividad sobre una de tus piernas, lo que te hizo dar un pequeño sobresalto por su gran calidez, al punto de poder quemar tus medias. Carraspeaste con disimulo, mientras sentías la manera en la que sus dedos se crispaban para apretar vagamente tu carne—. E-estuvo bien —repetiste, pero no podías concentrarte al sentir que su mano comenzaba a realizar lentas caricias sobre tu muslo.

—¿Qué es lo que quieres?

Bakugõ disfrutaba el efecto desconcertante de los cambios de tema repentinos, más aún cuando eras tan expresiva.

Lo miraste con cierto aturdimiento al no comprender, sumado al hecho de que intentabas prestar atención a sus palabras cuando, en realidad, esta se enfocaba en su tacto sobre tu cuerpo.

Katsuki despegó su torso del respaldo y se inclinó hacia adelante para acercar su rostro al tuyo. Sus ojos bajaron a tu boca y se entornaron en concentración y un deseo libidinoso que no intentó ocultar. La mano que se situaba en tu cadera ascendió por tu espalda con inquietante lentitud, mientras que la contraria se adentraba por el camino interno de tus muslos, en un tiempo demasiado letárgico para considerarse como caricia.

—¿Qué es lo que quieres? —repitió en un murmuro, logrando que su aliento cálido chocara con tus labios—. Vamos, nena. Sé buena chica y dile a Santa qué es lo que quieres.

El pulso que habías logrado apaciguar a medias se disparó nuevamente ante su cercanía, y esta era tal que llegaba al punto de rozar la piel de sus labios con los tuyos cada vez que los movía para hablar. Vislumbraste cómo los dejaba entreabiertos, provocándote el mismo efecto que un imán para acercarte hasta ellos y probarlos. Así reaccionó tu cuerpo cuando el deseo rebozó dentro de ti y palpitó las paredes de tu zona íntima. Pero Katsuki se echó hacia atrás en un corto y rápido movimiento, manteniendo la escasa distancia entre sus labios totalmente imperturbable, negado a que lo toques sin antes responder.

Exhalaste ante la frustración de tu deseo no abastecido, y tus ojos cayeron nuevamente en sus labios entreabiertos, sin llegar a ver el gozo que destellaba en sus ojos ante lo que provocaba en ti.

La punta de su nariz jugueteó sobre la piel de tu rostro, mientras su mirada lograba derretir y erupcionar un volcán que inducía a un vil terremoto tus piernas, las cuales se hallaban débiles por su tacto que carecía de distancia entre sus dedos y tu zona íntima. Al momento en que sentiste la punta de su dedo pulgar situado sobre los labios de tu vagina —aunque existiera tela de por medio— exhalaste un jadeo insonoro pero perceptible para el rubio, quien continuó con su juego tentativo.

—Vamos, (Nombre). Mueve esos malditos labios y dime qué quieres que te dé. —Su pulgar comenzó a rotar sobre tu zona, marcando pequeños círculos con movimientos lentos, provocando que tus piernas se abrieran un poco ante el anhelo—. ¿Qué quieres que te haga? ¿Qué quieres, joder? —Su tono era áspero, bajo y demandante. La mano que se hallaba en tu espalda subió hasta tomar con fuerza la parte trasera de tu cuello, haciéndote presentir la llegada de un beso que te perpetuaste a la espera..., pero no te lo dio, ni pensaba hacerlo aún.

Tu boca entreabierta no expulsaba palabras y se secaba ante cada segundo en el que Bakugõ se mantenía jugando sin darte nada. Su cabeza se movía, logrando por cortos instantes rozar tus labios como muestra de incentivo, o más bien, una arrogante y orgullosa tortura.

—Habla, nena —ordenó desde la profundidad de su garganta.

—Yo...

No te permitió hablar. Se abalanzó contra tu boca como fiera ahogada en un deseo voraz por alimento, tomando presos tus labios y absorbiendo incautos jadeos complacidos que desprendías por tu boca. Su beso no fue de los que suele darte tu novio Bakugõ Katsuki. No era dulce, no era casto y, mucho menos, romántico. Era feroz, codicioso y anhelante por saborear lo que tanto deseó por días, lo que extrañó y le molestó que le arrebataran. Dominó tu boca como si nunca antes la hubiese probado, y la saboreó con excitación cuando aventuró su lengua con escaso decoro en tu interior, elevando las llamas de tu fogata interna, al punto de provocar que te removieras lujuriosa sobre su regazo, sin saber que de aquella forma solo potenciabas la dureza de su polla, como si el despiadado y excitante beso fuera poco.

La mano que tenía en tu cuello aplicó más fuerza para atraerte a su boca y mantenerte allí hasta saciar —de cierto modo— la lujuria que llevaba dentro y que la acarreaban sus impulsivos sentimientos de dominio.

Sus cuerpos se movían en un vaivén inquieto, como algas agitadas por una cálida corriente que no les permitía la calma. Se movían ansiados por más; por tener más; sentir más y saborear mucho más. Pero Katsuki cortó el beso con brutalidad, manteniendo fuerza en el agarre a tu cuello cuando notó que te impulsabas hacia adelante para no ser abandonada por sus labios.

Sus respiraciones eran indistinguibles, agitadas, y connotaban la falta de aire que habían pasado con tal de no cortar el beso; o mejor aplicado, el festín de tus labios.

—¿Qué demonios quieres? —exhaló por su boca con dificultad, tratando con esfuerzo de serenarse y mostrar su dura e impenetrable postura.

Tu atención se enfocó en la mano que se mantenía en el interior de tus muslos, aún con el débil tacto sobre tu zona íntima.

—Quiero que me toques —hablaste sin aire, y tu cabeza cayó hasta apoyar tu frente sobre la suya, como gesto de una silenciosa súplica.

Katsuki permaneció en silencio; quizá sopesando tu comentario, las intensas ganas que deseaban tomar las riendas de sus acciones y satisfacerse en sexo; o quizá tratando se apaciguarse antes de continuar con su plan y su juego, a fin de asegurarse no perder los estribos y pasar al plato principal del festín.

La respuesta la obtuviste cuando se alejó rápidamente de tu rostro, volviendo a recostar su espalda sobre el sillón, y donde sus manos te abandonaron, permitiéndote sentir una fría congoja. La seriedad se plantó en su rostro y te miró como si el fogoso beso de segundos atrás no hubiese ocurrido.

—Tócate tú —soltó con voz más ronca de la que pensaba.

—¿Qué? —Tu pecho aún se alzaba agitado por la falta de aire.

—Muéstrame cómo te das placer.

—Pero quiero que lo hagas tú.

—Dije que las chicas malas no tienen regalos. —Su voz sonó con severidad—. No te tocaré. No me hagas repetir las malditas cosas dos veces. —El silencio se plantó entre ambos, donde el intercambio de miradas parecía un desafío por buscar salir vencedor, pero tus ojos se sentían presos e intimidados por su intensidad rojiza, sintiéndose acorralados ante un predador feroz—. Tócate para mi.

Su última orden y la opacidad en sus ojos —volviendo imperceptible el rojo que tanto te gustaba— fueron quienes te impulsaron a levantarte y dirigirte al sillón individual que se hallaba justo frente a Katsuki. Tus piernas se sentían como gelatina y amenazaban con flaquear ante la fortaleza que te robó con sus labios.

Una vez sentada, sintiendo el peso de su mirada sobre ti, vacilaste de qué manera comenzar. No porque no supieras masturbarte y darte placer a ti misma, sino porque era la primera vez que tenías audiencia. Sin embargo, una parte interna de ti supo que Katsuki estaba disfrutando y divirtiéndose con aquellos juegos..., ¿por qué no podrías hacerlo tú también? Sabiendo que podrías también excitarlo y enloquecerlo —como hacía él contigo— sin siquiera tener que tocarlo.

Y aunque los bailes eróticos no fueran parte de tu rutina de cada día, ni llevaras la lascivia recorriendo tus venas como para brindarle un show lujuriosamente excitante; intentaste con sutileza y lentos movimientos desprenderte de las pantimedias. Adentraste tus manos por debajo de la falda y enganchaste tus pulgares en el elástico. Contorneaste con delicadeza tus caderas como acompañamiento mientras deslizabas la tela por tus piernas, dejando a la vista poco a poco tu piel. Tus ojos no se desprendían de los del contrario, viendo cómo estaban fijos en tus manos, y vislumbrando la manera en la que su inquieta nuez de Adán en su garganta se movía al ver tu piel con el destello de luces de colores pintándola. Las dejaste a un lado del sillón y posaste tus manos sobre tus rodillas, comenzando a ascenderlas lentamente, a su vez que separabas las piernas una de la otra a medida que te acercabas a tu paraíso.

Tu propio tacto suave era reconfortante, y relajaste tu cuerpo sobre el respaldo del sillón, dejando entreabierta tu boca y cerrando a medias tus ojos, sin querer perder de vista a tu pareja. Tu complacido rostro no paso por alto para Katsuki quien se removía con disimulo sobre su sillón frente al tuyo, y llevaba su dedo índice a sus labios para acariciarlos en apreciación a lo que observaba; como un catalogador profesional de arte observa la más valiosa escultura hecha a mano...; las mismas manos que ahora moldeaban tus piernas hasta cortar la distancia y llegar a tus bragas. Te despojaste de ellas del mismo modo que hiciste con las medias y separaste las piernas hasta que tus rodillas chocaron con los extremos del sillón. Ante la acción, tu falda se subió y arrugó sobre tus caderas. Una de tus manos sujetó la tela para subirla un poco más, para dejar a la vista tu ya húmeda zona que ansiaba el tacto de tu otra mano.

No necesitaste mojar con saliva tus dedos cuando, al separar los labios de tu vagina, tu lubricación natural bañó los extremos de estos, facilitando el movimiento para complacerte. Deslizaste el índice y mayor por los labios mayores, de arriba abajo, otorgando lentas caricias que fomentaban tu excitación, sumado a tu propia apreciación que se elevaba cual calor en la habitación. Pasaste rápidamente a los labios menores, sintiendo la dilatación en la entrada de tu vagina, y que te llevó a cerrar por instantes los ojos al solo enfocarte en ti y tu placer.

El hormigueo y el calor profundizó su intensidad en tu zona baja cuando ascendiste hacia el clítoris con la intención fija de estimular su glande. Los jadeos y guturales gemidos no tardaron en ser oídos por Katsuki, quien mantenía su mirada fija sin siquiera parpadear. Fija en ti, excitada por ti.

Los movimientos circulares potenciaron el torrente de calor que surcaba tu cuerpo de pies a cabeza, tensando los músculos de tu abdomen y haciendo temblar tus muslos ante las ansias del placer que te consumían como el fuego a la leña.

Y a los segundos, como si hubieses sido atraída, aquellos dos dedos descendieron hasta adentrarse en tu interior, acariciando tus paredes tan suaves como el terciopelo y tan húmedas como un río que fluía con calma. Jugaste con ellos, experimentando algo más que meter y sacarlos, siendo más caricias que le profesabas a cada parte de tu interior. Los gemidos fluían como torrentes sin fin por tu boca abierta, la cual aspiraba un aire que resecaba su interior; completamente adverso a tus otros labios, tan húmedos que sentías cómo tus fluidos mojaban el exterior de tu zona íntima y el nacimiento de tus muslos.

Esperabas llegar al orgasmo, cuyo no se hallaba tan lejano cuando te habías enfocado tanto en él..., sin embargo, Katsuki no te dejó.

Sus grandes manos tomaron las tuyas y las apartaron con rapidez de tu vagina, sorprendiéndote al instante y sintiendo el frío vacío en ella. Cuando abriste los ojos te ibas a quejar, pero Katsuki —quien se había arrodillado frente a ti— lanzó su torso sobre el tuyo y atrapó tu boca para besarte, a su vez que alzó tus manos aprisionándolas entre las suyas por encima de tu cabeza.

En un deseo enloquecido, descarriló su cordura en los senderos excitados por ti. No toleró ni un segundo más la distancia y, negado a que llegaras sola a tu propio placer y el cielo en tu paraíso, se lanzó como cazador a su mayor presa. Te besó nuevamente con desenfreno y desquicio, chocando sus labios y aunando sus lenguas que buscaron recorrerse nuevamente.

Su duro pecho se pegó a tus senos bajo la camisa que aún llevabas y arqueaste la espalda para tener más contacto con él, ya que tus manos estaban incapacitadas de poder tocarlo. Tu ego emergió sobre todo al escuchar la dificultosa respiración de Katsuki y la rápida movilidad que tuvo sobre ti. Lo habías vuelto loco.

Pero debía recordarte de quién era el juego esa noche.

Se separó rápidamente de tus labios y sus ojos rojos; pasionales, ardiendo en su interior las mismísimas llamas del infierno; te miraron al rostro, presos de una directa acusación por desquiciarlo de aquel modo, mientras recuperaba un poco de aire para sus pulmones. A los segundos, se alejó —manteniendo aún tus manos aprisionadas por encima de tu cabeza— y agarró tus bragas que yacían sobre el suelo.

No preguntó ni lo pensó dos veces cuando ató tus muñecas con ellas, olvidando totalmente la principal función de la prenda. Lo miraste con confusión e incredulidad, pero acercó su rostro al tuyo para murmurarte una única cosa:

—Dije que las chicas malas no obtienen regalos.

Su mirada te hizo saber que no merecías explicación ni esperaba consentimiento para arrebatar tus bragas y usarlas para tenerte a su merced.

Dio una fuerte palmada a uno de tus muslos y se levantó de su posición, abandonando todo contacto contigo. Permaneciste inmóvil, recostada en el respaldo del sillón, y fijando con atención tu mirada en él. A continuación, con una sonrisa sesgada que no pasó por alto para ti, Katsuki se desprendió del gorro y lo lanzó con hastío por la sala, quitándose luego el saco de su complemento de Santa Claus, teniendo el mismo destino que el gorro. Tus ojos perfilaron su cuerpo alzado frente a ti, mostrándose en una postura orgullosa con sus hombros cuadrados y tensando vagamente el camino de abdominales que sobresalían en su torso como dunas en un desierto. Las venas emergían junto a su vello púbico en el filo de sus calzoncillos, pero donde llamaba más la atención el alto y tieso bulto de su pene por debajo de la tela. Ensanchó su sonrisa cuando notó cómo tus ojos paraban por más tiempo del debido en aquella zona.

—Quieta —ordenó, señalándote con su dedo índice antes de alejarse de allí.

Cuando volvió, cargaba en sus manos el envase plástico de las fresas que habías comprado. Se paró nuevamente frente a ti, chocando el frente de sus piernas contra el espacio vacío del sillón entre tus piernas y te miró desde su altura.

—¿Quieres? —preguntó, abriendo el envase y sacando una fresa.

Asentiste en silencio.

Acercó la fresa hasta rozar tus labios, pero cuando los abriste para morder la punta, él alejó su mano y llevó la fruta hasta su boca. De un mordisco comió más de la mitad.

Las chicas malas no obtienen regalos; la frase resonó con su voz en tu cabeza cuando miraste con recelo a Katsuki, quien sonreía mientras degustaba el dulce sabor de la fresa. Relamió sus labios, y repitió la acción dos veces más; acercando la rojiza fruta a tus labios para alejarla al instante en que intentabas comerla. Sin embargo, cuando lo intentó de nuevo, esta vez fue alejando poco a poco la fresa de tus labios, guiándote por un camino hasta que su mano estuvo apoyada sobre su erecto miembro oculto en sus pantalones. Entendiste su intención cuando alzaste los ojos para comprobar la taimada sonrisa que tenía. Acercaste tu boca a su entrepierna y te permitió morder el fruto, el cual buscaste hacerlo lentamente, viéndolo directo a los ojos.

Tensó su mandíbula ante la erótica imagen que tenía de ti mordiendo la fruta a la altura de su pene, el cual potenció su dureza como respuesta.

Masticaste lentamente, saboreando la dulzura que te hacía agua la boca.

Inopinadamente, Katsuki lanzó al suelo el envase con el resto de fresas y mordió lo que habías dejado en la que llevaba en su otra mano. Lanzó también con ignorancia el tallo de hojas verdes y se arrodilló nuevamente entre tus piernas. Una de sus manos volvió a elevar tus muñecas atadas por encima de tu cabeza —habiéndolas bajado para morder la fresa—, y luego posó ambas en tus muslos, tomándolos con posesión y abriéndolos más para recostar su pecho sobre el tuyo. Su boca se dirigió a la tuya, y posó con cuidado el trozo de fruta que había mordido, empujándolo con su lengua para que fuera dentro de tu boca.

Mientras masticabas el pequeño trozo, Katsuki chupó su pulgar y volvió a colocar la mano donde estaba, pero esta vez la ascendió hasta que la punta de su dedo presionó con suavidad tu clítoris, comenzando a masajearlo con diferentes movimientos; rodeándolo o acariciando con su áspera yema el punto más sensible.

Soltaste un gemido al tragar lo último de la fresa y arqueaste tu espalda en gesto de placer a lo que hacía.

Mientras te masturbaba con estímulos sencillos a tu delicado botón, su rostro se profundizó en tu cuello y sus labios succionaron tu fina piel, firmando sobre ella la marca rojiza de su atrevimiento y provocación. Su mano libre fue directo a desabotonar tu camisa, la cual en segundos ya estaba completamente abierta. Expuso uno de tus senos al quitarlo del resguardo del sostén y atacó con voraz deseo tu pezón erecto y excitado.

Lo lamió con las cerdas ásperas de su lengua, lo chupó y sus labios hicieron succión, provocando libidinosos sonidos que rellenaron el ambiente, aunados con tus gemidos y su dificultosa respiración. Luego, abandonó la tortura con su boca y pasó a lubricar tres de sus dedos con su saliva para pellizcar tu pezón con facilidad. Avivó la chispa interna en ti cuando lo aprisionó entre sus dedos y tiró suavemente de él, mandando intensas corrientes eléctricas hacia tu zona íntima —también tratada y torturada por sus habilidosos dedos—. Cada sensación convulsionó las paredes internas de tu vagina y las estremeció en deseo por querer tener también algo que las rozara, las llenara y estimulara con gran fricción.

Fácilmente, Katsuki podría hacerte llegar al orgasmo con solo el estímulo a tus pezones, y no estabas lejos, viendo que excitaba tan bien tu mojado clítoris, sin embargo, más comenzaste a bordear la fructífera sensación de acabar cuando tu pareja sopló con suavidad sobre tu pezón húmedo por su saliva, logrando que te complacieras ante el contraste de cálidas sensaciones en tu zona íntima y el frío satisfactorio en tu seno. Tu piel se erizó ante le estimulo.

Pero, aunque disfrutase él también de lo que te provocaba, un disgusto mayor lo hizo detenerse. Ante tu libertad para sentir, no posaste atención en mantener tus manos sobre el cabezal del sillón, bajándolas por inercia hasta tomar las hebras del cabello de Katsuki. Por ello, él detuvo su acción y con brutalidad tomó tus muñecas atadas y las volvió a colocar por encima de tu cabeza. Sus ojos rojos se posaron en los tuyos con una fija advertencia destilando de ellos, en conjunto a un ceño fruncido.

—Quieta, dije, o te ataré hasta que no puedas mover ni una maldita parte de tu lindo cuerpo —intimó con voz enronquecida.

Y aunque sonara como advertencia, ambos par de pupilas se vieron dilatados ante la idea mental de un encuentro de tal manera. Pero ahora no se daría, visto que el plan de Katsuki era otro.

Este se puso de pie nuevamente, y frunciste el ceño con frustración, sintiendo surcar todo tu cuerpo la ansiedad de querer llegar al orgasmo que tanto anhelabas, y que él solo te dejaba verlo a lo lejos.

—Katsuki —reclamaste con un hilo de voz, mirándolo con recelo ante su desamparo.

Él abandona las manos de tu cuerpo y las dirige a su abultada y desatendida zona, pendiente a un tratamiento que deseaba iniciar ahora. Primero tocó su pene por encima del pantalón, confirmando la gran dureza que sentía y que le latía con ansiedad y codicia. Luego, estando sus ojos puestos en los tuyos —y con una media sonrisa mostrando el blanco de sus dientes— bajó un poco las dos prendas que lo cubrían hasta exponer todo su miembro, el cual rebotó en el aire hasta golpear con su extremo su abdomen.

—Tu jodida boca es un placer, maldición —murmuró en tono gutural, que no se contuvo a expresar su excitado deseo de estar dentro de ti—. Te la follaré hasta que supliques que pare.

En tus ojos vio el mismo deseo que él reflejaba y, a continuación, tomó con sus manos ambas rodillas tuyas y tiró de ti hasta deslizarte hacia abajo, dejando parte de tu espalda recostada sobre el cojín y con tu trasero al borde del sillón. Tomó con una mano la base de su pene y masajeó suavemente su falo mientras se situaba a horcajadas sobre ti, colocando ambas rodillas a cada lado de tu torso y situándose sobre él sin llegar a sentarse. Su mano libre se posó sobre tus muñecas atadas, asegurándose de que no te movieras. Direccionó hacia delante la punta de su miembro y acercó sus caderas hasta que su húmedo glande rozó tus labios, los cuales se hallaban a la misma altura de este.

Abriste la boca y lo recibiste con gusto, cerrando tus labios entorno a su dureza y sintiendo el grosor de sus venas como una textura adicional cuando penetró con lentitud tu boca. Un jadeo ahogado y placentero escapó de los labios de Katsuki, quien tensaba cada parte de su cuerpo ante el cosquilleo que surcaba de lado a lado su ser, concentrándose al límite de estallar en la base de su miembro. La calidez y la humedad del interior de tu boca lo envolvieron en placer, en conjunto al músculo de tu lengua que se sentía mullido al mantenerlo relajado.

Cerró sus ojos por unos instantes, sumido en las libidinosas aguas del placer y la lujuria, pero los volvió a abrir para bajar su mentón y observarte mientras se lo chupabas con esmero. Sus caderas se movía en un lento vaivén para penetrar tu boca hasta que pudieras meterlo en su totalidad en la profundidad de tu garganta. No deseaba comenzar con efusividad, cuando sabía que podrías ahogarte por su tamaño y precipitación. Sin embargo, comenzó a tomar velocidad cuando todo su pene se hallaba lubricado con tu saliva y se deslizaba con soltura y habilidad por toda tu boca.

—Eso es, nena —jadeó—. Chúpala toda. Como tan bien sabes hacerlo.

Contuvo con poco éxito sus jadeos secos que tú misma le provocabas, siendo un hecho que poca atención le daba cuando había esperado tenerte todos estos días, estando en completo disgusto por tu partida, sintiendo cada día las malditas ganas de tenerte, y desbordando en molestia hacia la empresa para la que trabajabas, la cual constantemente parecía explotarte y abusar de tus horarios y tu vida.

Apartó cada maldito pensamiento sobre ello y se ahogó en la bruma en la que lo estabas induciendo a causa del placer que tu boca bien sabía realizar. Movió con más frenesí sus caderas, follando tu boca como prometió hacerlo previamente..., solo que se sintió un completo idiota cuando recordó sus propias palabras al decir que lo haría hasta que supliques parar..., cuando en realidad él debía detener todo si también quería tener sexo convencional, y no solo oral.

Llevó su mano libre a un lateral de tu cabeza y peinó tu cabello hasta tomarlo con fuerza entre sus dedos, jalando un poco de él y buscando descargar fuerza en otro lugar que no sea con su pelvis para no ser bruto a causa de su excitada ceguera, la cual demasiado se controlaba para no perderse en un frenesí caótico.

Gemiste tú también con su miembro dentro de tu boca, provocándole al contrario el estímulo de la vibración a todo su pene y que destelló una gran fogosidad a todo su cuerpo. Sus piernas se estremecieron y los músculos de sus muslos temblaron. Su trasero se tensó y su abdomen se contrajo ante el brote descontrolado de un intenso hormigueo. Sus testículos, hinchados y al límite, chocaban con tu mentón ante cada arremetida, hasta que, al ya no poder más, con un fuerte gruñido, salió con rapidez de tu boca, manteniendo conectada su polla aún con hilos de saliva que luego se perdieron.

Katsuki retrocedió hasta apoyar sus pies en el suelo y, sujetando aún tus muñecas, tiró de ti hasta que te pusiste de pie. Con habilidad te volteó y te empujó hasta que quedaste arrodillada sobre el cojín del sillón y apoyando tus antebrazos sobre el cabecero. Sus dos grandes manos sujetaron tus caderas y alzó tu trasero hacia él, obligándote a arquear tu espalda. Jadeaste cuando sentiste la punta de su pene en la entrada de tu vagina, la cual se dilataba en una ansiedad convulsa por saciar el sentimiento y el deseo de ser llenada, de acabar con el vacío que sentías en tu interior.

Pero gemiste en disgusto cuando notaste que Katsuki no se movía.

—Dime qué es lo que quieres —demandó con aspereza y voz ronca ante la excitación.

—Katsuki... —suplicaste, viendo innecesaria la espera cuando ambos sabían qué querían.

—Dilo, joder. —Sus caderas dieron un leve y vago empujón, logrando que la cabeza de su falo cupiera en tu entrada y ensanchara su carne—. Dime que quieres que te de mi polla entera.

Exhalaste por la boca, siendo sus palabras fomento para tu deseo de tenerlo, y que incrementaban también vuestro cariño carnal y pasional.

—Katsuki...

—¿Sí, nena?

—Quiero que me des tu polla entera.

Una sonrisa orgullosa se estiró y abrió paso en el rostro de Bakugõ, dando brillo al carmesí de sus ojos e inflando su duro pecho ante aquel placer que nadie más —ninguna otra voz más que la tuya— podría darle. Su pene goteó en excitación y se tensó al oír tus palabras. Mordió su labio inferior con vehemencia y el negro eclipsó al rojo en sus ojos ante la imagen tuya bajo su merced, y su corazón potenció sus arrítmicos latidos por tener para él —solo para él— a la mujer que más amaba.

—Buena chica —murmuró, y la punta de sus dedos se enterraron en la carne de tus caderas—. Más te vale estés preparada para lo que Santa tiene para ti, (Nombre) —alzó su voz para que lo oyeras bien y, a continuación, la palma de su mano derecha impactó con gran fuerza en tu trasero, dando una severa nalgada que hormigueó en tu piel y mandó una fructífera corriente eléctrica a través de tus terminaciones nerviosas hasta incrementar tu deseo libidinoso. Katsuki sonrió con arrogancia plena, y sus labios se movieron al murmuran con lentitud y gran ronquera—: Ho ho ho~, mi nena.

Su pelvis avanzó con brutalidad hasta penetrarte con fuerza de un solo movimiento, robándote un grito satisfecho al sentir todo su miembro complaciendo las paredes internas de tu vagina, las cuales se contraían aprisionando su duro falo. Hubo un instante en el que no se movió, solo por unos segundos, tratando de detener el mareo parcial de excitadas y enardecidas sensaciones que golpearon su pecho al sentir tu calidez por fin envolverlo.

No tardó en tomar ritmo. En moverse con rapidez. En penetrarte continuamente hasta tomar todo de ti. En sacar lo mejor de ti..., y poner lo mejor de él.

Vuestra lubricación natural facilitaba la fricción que acrecentaba el hormigueo que se extendía desde la zona íntima hasta el cuerpo entero; sacudiéndolos en más que placer de pareja. Desquitando y desahogando más de lo que no pudieron estos días; en especial Bakugõ, que daba todo de sí, con su determinada fuerza y lascivia potencia, embistiendo a cada segundo tu cuerpo, sintiendo cada parte tuya como una más de él.

Sus manos comenzaron a deslizarse por tu espalda arqueada y sudorosa, con sus dedos bien extendidos y sintiendo bajo su palma la fogosa y delicada piel que se consumía en goce y delicia. Descendió hasta que una mano se aferró al espacio de tu cintura, mientras que la otra continuó hasta sujetar todo tu cabello, jalando a medias de él y logrando que alzaras la cabeza. El tirón de las raíces de tu pelo fueron un fomento más para las sensaciones que experimentaba tu receptivo cuerpo; tan blando y sumiso a la excitación como lo es un trozo de arcilla fresco al momento de ser elaborado por el mejor artista.

—Vamos, (Nombre). Acaba para mi... Sobre mi... Por mi —gruñó Bakugõ sin aire entre cada empujón que realizaban sus caderas contra tu trasero.

Una embestida tras otra, acrisoladas al subir el ritmo, con dureza, aspereza e impiedad, pero padeciendo la adversidad de la absoluta satisfacción sin traspasar las costas del dolor; te trasladaban, por fin, hacia el abismo del deleite sublime, abocando al impoluto orgasmo en un grito que chocó las paredes del departamento y permitiéndote liberar todo de ti, fluyendo a través de tu entrada y a causa de su duro pene que entraba y salía con exigencia...; víctima también del colapso al no poder contenerse más, debilitado y sumiso al calor que lo hacía estallar, liberando todos sus fluidos en tu interior y llenándote con absoluta pasión. Claudicando, también, al maravilloso orgasmo.

El ritmo de cada vaivén disminuyó hasta solo ser un desliz vago de su miembro para poder perpetuar las sensaciones del climax —vuestro mayor punto de intensidad— y hacerlas durar con los segundos para más jubilo. Sentir el estallido de fuegos artificiales que cosquilleaban bajo su piel, e incluso ver sus resplandecientes colores a través de sus ojos cerrados.

El tiempo se desvaneció y solo eran ustedes dos en el mundo. Ustedes dos y nada más. Intentando acompasar sus respiraciones, calmar el desbocado trote de sus corazones bombeando excitados toda la sangre, y permitiendo que el placentero mareo de liberación se disipara poco a poco.

Sentiste el cuerpo de Bakugõ caer hasta apoyar su cabeza sobre tu espalda. Sus brazos cayeron laxos por unos segundos, para luego recuperar fuerza para envolverte con ellos. Se fue trasladando poco a poco hasta caer al suelo con cuidado, llevándote con él para no estar solo. Apoyó su espalda sobre el suelo, y la tuya sobre su pecho. Sentiste sus fuertes brazos sujetar tu torso, mientras recostaba su mejilla sobre tu cabeza.

A los segundos, como si hubiese olvidado aquel detalle, te quitó las bragas que aprisionaban tus muñecas y las liberó. Buscaste tener contacto con su piel, acariciándole sus antebrazos con dulzura propia de ti, digna de vuestra relación de amor.

Él cerró sus ojos e inspiró profundamente, relajando cada parte suya y centrando su atención en el cuidado de tus manos.

—¿Sigues enojado? —cuestionaste para cortar el silencio, pero tu susurro no cortó la paz instalada.

Bakugõ chasqueó su lengua con debilidad y, manteniendo aún sus ojos cerrados, negó con un meneo de su cabeza.

—No lo estaba contigo, tonta —murmuró junto a tu oreja.

—Con Cruela. —No fue pregunta porque sabías muy bien que así era.

—Óyeme una cosa —giró su cabeza hasta depositar un casto beso en el lateral de tu sien—, como esa maldita vieja vuelva a alejarte de mi, pienso ir a buscarte, cargar tu lindo trasero en mi hombro y mandarla a comer mierda y lanzarse en un puto hoyo, ¿entendiste?

Exhalaste un risa nasal —connotando un poco de tu cansancio—, y asentiste con humor ante su comentario, sabiendo internamente —más que nadie— que él hablaba completamente en serio, y era determinado a cumplir su palabra si en verdad sucedía aquello con Cruela.

—Esta bien, Katsu. Solo asegúrate de presentar bien mi renuncia si lo haces.

Soltó una risa ronca que vibró en su pecho.

—Claro, nena.

Quedaron sin moverse, en un absoluto silencio, por varios minutos..., hasta que volviste a hablar.

—¿Y puedo considerar que este es mi regalo de navidad?

—¿Regalo de navidad? —Se atrevió a abrir un ojo para mirarte con gesto ceñudo. Chasqueó la lengua y volvió a acomodar su mejilla sobre tu cabeza—. Así te haré gritar con mi pene todos los jodidos días del año. No solo para navidad —ajustó su abrazo a tu cuerpo.

Volviste a reír y negaste con la cabeza, esbozando una tonta sonrisa pese su lenguaje tan coloquial —y romántico— tan propio en él.

—Oye, Santa —lo llamaste, y él soltó un quejido indicando que te oía—. ¿Segunda vuelta?

Katsuki esbozó una amplia sonrisa mostrando su total orgullo y alegría ante tu pedido, y que reavivó una energía que nadie podía suponer que había perdido. Una risa ronca y complacida salió a través de su garganta, acompañada de un brillo en sus rojos ojos. Abrió su boca para dar su confirmación y, con un tono bajo y áspero que se filtró por tu oído hasta erizar todos tus poros, murmuró:

Ho ho ho~.

—₊✧‧₊˚✧.

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