Seduciendo a mi Jefe

By Clau_Llerena

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¿Cuáles son las consecuencias por ofender a tu jefe? Pues llevarte llevarte la follada de tu vida. En el asc... More

Capítulo uno
Capítulo dos
Capítulo tres
Capítulo cuatro
Capítulo cinco
Capítulo seis
Capítulo siete
Capítulo ocho
Capítulo nueve
Capítulo diez
Capítulo once
Capítulo doce
Capítulo trece
Capítulo catorce
Capítulo quince
Capítulo dieciséis
Capítulo diecisiete
Capítulo dieciocho
Capítulo diecinueve
Capítulo veinte
Capítulo veintiuno
Capítulo veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo veinticuatro
Capítulo veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo veintisiete
Capítulo veintiocho
Capítulo veintinueve
Capítulo treinta
Capítulo treinta y dos
Capítulo treinta y tres
Capítulo treinta y cuatro
Capítulo treinta y cinco
Capítulo treinta y seis
Capítulo treinta y siete
Capítulo treinta y ocho
Epílogo
Agradecimientos
Nueva historia
Dudas
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EL JEFE SEDUCIDO
PREFACIO: CUANDO LA PASIÓN NO ES SUFICIENTE
1.UN EXTRAÑO EPISODIO
2.LA ASISTENTE DE MI HERMANO
3.TENSIÓN SEXUAL
4.EL TAN ANHELADO ÉXTASIS
SEDUCIDO POR MI ALUMNA
1. GROGUI
2. TRATO HECHO
3. LA CURIOSIDAD MATÓ AL GATO
4. ¿QUIÉN ES ESE HOMBRE?
5. DOS POR UNO
6. UNA MALA IDEA
7. AHOGADOS EN DESEO
8. ME HE VUELTO LOCA
9. OLVIDAR
10. SOLO SEXO
11. DOS PÁJAROS DE UN TIRO
12. EXPLOSIÓN

Capítulo treinta y uno

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By Clau_Llerena


27 de diciembre de 2018

Hace unos años, los médicos me confirmaron que no podría tener hijos. Sin embargo, aquí estoy, inmensamente feliz a la espera de mi bebé. Tengo a mi lado un hombre maravilloso que ha logrado rebasar todas las barreras que me había impuesto para protegerme. Cuando vio la ecografía de nuestro pequeño beat lloró de felicidad. Al escuchar los latidos de su corazón, me confesó ser el hombre más feliz sobre la faz de la tierra. La sensación fue indescriptible, literalmente me dejó sin palabras.
En fin, adoro la idea de estar embarazada; pero odio estos malestares. Beat se niega a dejarme comer y no he parado de vomitar. Hoy se ha levantado rebelde.

Por enésima vez, me inclino hacia adelante y vomito. Ya solo son arcadas. Mi estómago ha expulsado todo lo que contenía. Esta vez siquiera tengo tiempo de llegar al baño y me veo en la obligación de utilizar la papelera.

— Por Dios, Amy —Eloy viene a socorrerme—. Estás peor que esta mañana.

— Honestamente, no está siendo un buen día —agrego.

— ¿Cuántas veces has vomitado?

— He perdido la cuenta —contesto—. Podría expulsar el bebé por la boca en cualquier  momento.

— Eres una necia —me reprende enfadado—. Llevo horas diciéndote que vayas a casa. Mírate. Estás fatal.

— Gracias —digo con sarcasmo antes de ser interrumpida por una nueva ola de náuseas.

— Se acabó —espeta muy serio—. En este preciso instante, recoges tu bolso y te vas.

— Pero…

—  Es una orden —me corta—. Tienes prohibido pisar la oficina hasta que te sientas mejor. Descuida, podré apañármelas perfectamente sin ti.

Resignada, accedo. En realidad, me siento peor que en días anteriores, con diferencia.

— Pues me voy —anuncio—. Al parecer, no me necesitas.

— Y toma el ascensor privado —ordena, ignorando mi comentario. Su tono de voz me advierte que no admite objeciones. Empiezo a notar su parecido con Daniel—. Es más rápido.

Siguiendo sus indicaciones, utilizo el ascensor privado. En algo tiene razón: el de trabajadores a esta hora está repleto y es un caos total. Sin embargo, no esperaba encontrarme a Priscila dentro del mismo.

— Buenos días —digo por cortesía.
Ella no me devuelve el saludo; sino que bufa en respuesta.

— Y encima se toma atribuciones que no le corresponde —resopla—. Auto nuevo, guardaespaldas… Ni siquiera pisa el ascensor para trabajadores. Veo que te adaptas muy bien a esta vida.

Volteo los ojos y niego con una sonrisa en los labios—. Es solo un ascensor —aclaro—. ¿Ahora quiere juzgarme por estar en él?

— Uno solo para la familia —replica—. Y sin embargo, aquí estás; como si fueras una más.

— Escuche, señora Gold: sé perfectamente que no le agrado; pero… —un extraño ruido interrumpe mis palabras. Luego, el ascensor se sacude, logrando que ambas perdamos el equilibrio.

— ¿Qué sucede? —inquiere nerviosa.

— No lo sé —respondo tocando los botones en la pared—. Se ha detenido.

— ¡Pues échalo a andar! —exclama un poco desesperada.

— Eso intento —mi tono es más calmado—. Debe haber alguna avería.

— No puede ser —percibo su respiración agitada—. Tienes que abrir —se acerca a la puerta dando golpes—. ¡Tiene que abrir!

— Señora Gold —intento detener sus golpes—, tiene que calmarse.

— No puedo estar encerrada —se quita la chaqueta que llevaba y comienza a desabotonar su blusa—. Necesito salir de aquí.

Comienza a gemir de dolor e inconscientemente se toca su hombro izquierdo.

<< Maldición >>

— Señora Gold —continúa murmurando, ignorándome—. ¡Priscila! —finalmente tengo su atención—. Calma —la tomo de los hombros—. Respira conmigo.

Ambas comenzamos el ejercicio.

— No… puedo —dice sin aliento.

— Concéntrese en el ritmo de mi respiración —gime nuevamente—. Hábleme, de lo que sea.

— Mi… hijo… No me… gustas.

— Eso es —digo mientras intento contactar al susodicho—. Pues tenemos un problema; porque a mí sí me gusta su hijo.

— Solo… quiero lo mejor… para él.

— Lo sé.

— Nena, ¿todo bien? —escucho su voz finalmente.

— Daniel, estoy con tu madre en el ascensor. Estamos atrapadas.

— ¿Qué? —escucho un ruido de fondo. Se está movilizando—. ¿Están bien?

— Dentro de lo que cabe —me alejo todo lo que puedo para pronunciar mis siguientes palabras—: Daniel, creo que tu madre está teniendo un infarto.

— Mierda —le escucho maldecir mientras da órdenes—. Déjame hablar con ella.

— Es Daniel —anuncio tendiéndole el móvil.

— ¡Cariño! —les escucho conversar.
Instantes después, Priscila comienza a calmarse. Sin poder evitarlo, me deslizo hacia el suelo para sentarme a su lado. Comienzo a marearme.
Unos minutos más tarde, la madre de Daniel me devuelve el teléfono.

— Dime, amor —le hablo.

— Intenta tranquilizarla, por favor. Las sacaré de ahí en unos minutos.

— Entendido. Ten la ambulancia lista —agrego en un susurro.

— Por supuesto. Te quiero.

— Y yo a ti, cariño —cuelgo.

Cierro los ojos y respiro profundamente.

— ¿En verdad le quieres? —le escucho preguntar.

— Más que a mí misma —respondo en un susurro. Expulso todo el aire contenido, intentando aplacar las náuseas—. Tal vez tenga razón y no sea lo mejor para él; pero puedo asegurarle que le amo con todo mi ser.

— Me cuesta creerlo —admite—. Daniel es muy rico…

— Y guapo —agrego—, atento, cariñoso, apasionado, detallista, único…, Daniel es único en el mundo. Cada sonrisa suya, cada palabra, cada caricia; es tocar el cielo para mí.

El silencio se instaura entre nosotros, luego de mis palabras. Solo se escucha el sonido de nuestras respiraciones a un ritmo más calmado.

— ¿Señora Gold? —no responde—. ¡Priscila!

— Me duele… —la escucho murmurar—. Me duele el pecho.

— Mierda —maldigo—. Resista, por favor. Ya vamos a salir de aquí. Solo resista.

Como si Dios hubiera escuchado mis plegarias, el ascensor comienza a moverse hasta que se abre en el hall del edificio. Después, todo se transforma en un caos: médico, camillas, la voz de Daniel. Todos se enfocan en atender a una inconsciente Priscila Gold.

— Amy, ¿estás bien? —escucho la voz de una preocupada Camille.
Asiento.

Ya se han llevado a la señora Gold y el lugar se ha despejado.

— Sí. Estoy bien —corroboro.

— ¿Segura? —insiste—. Estás muy pálida.

— Siempre estoy pálida —resoplo—. Voy al hospital, ¿te vienes?

— Más tarde. Debo arreglar este desastre y dejar todo en orden.

— Deberían ascenderte, Cam —comento.

— Ciertamente. Nos vemos más tarde.
Me despido y salgo rumbo al hospital.

***

— ¿Segura que estás bien? —inquiere Daniel por enésima vez—. Eloy me comentó que…

— Estoy bien, amor —le corto—. De verdad —le escucho suspirar exasperado. Llevamos unas horas esperando por el pronóstico de su madre. Todos los Gold se han reunido en la sala de espera—. Tú mamá también estará bien —aprieto el agarrre sobre sus manos—. Estoy segura de ello.

Es incapaz de contestarme. Sin embargo, me sonríe. Eso ya es algo.

— ¿Doyle? —el doctor aparece en escena. Curiosamente es el mismo que me atendió en Urgencias hace unas semanas. Al parecer, es el médico de la familia—. ¿Cómo está mi madre?

— Estable —responde el aludido—. Incluso está despierta. Sufrió un pre-infarto. Afortunadamente, pudimos socorrerla a tiempo y el episodio no llegó a mayores.

— ¿Podemos verla? —Es Robert Gold quien pregunta esta vez.

— Por supuesto. Incluso le daré el alta médica —todos suspiramos de alivio—. Eso sí, con cuidados especiales. Debe descansar unos días y llevar una dieta especial.

— ¿No vienes? —pregunta mi novio. Todos se han apresurado a ir en busca de Priscila.

Niego—. Ahora mismo, tu madre necesita a su familia —contesto—. Es lo mejor. Además, estoy un poco cansada.

— Gracias por ayudarle —dice acariciando mis mejillas.

— Me alegra que esté bien —le sonrío—. Ve con ella.

— Intentaré ir más tarde —besa mis labios y luego mi sien. Adoro ese gesto; es tan tierno—. Te quiero.

— Yo más —nos damos un último beso y nos alejamos, tomando caminos diferentes.

— Hemos llegado, señorita Amy —anuncia Christopher, mientras Miller se baja para abrirme la puerta. Aún no me acostumbro a esto. Al menos, he logrado que me llamen por mi nombre.

— Gracias —digo bajándome del coche—. Pueden irse. Tómense el resto de la tarde libre.

— Pero… —mi sombra número dos intenta objetar, no obstante, le detengo.

— No pienso salir de casa —anuncio—. Además, Daniel vendrá dentro de poco. Así que pueden irse. Es una orden.

Me despido y entro a casa. Sin meditarlo, me echo sobre el sofá. Estoy completamente exhausta. Ha sido un día realmente largo.

— Necesito una buena ducha —pienso en voz alta.

Al salir del baño, escucho el insistente sonido del timbre.

Sonrío. Mi novio no tiene mucha paciencia.

Corro a abrir la puerta.

— ¿Olvidaste tus llaves? —pregunto con una enorme sonrisa; la cual se me borra al distinguir la persona delante de mí.

— Supongo que no era yo a quien esperabas —comenta sarcásticamente.

— ¿Qué haces aquí? —interrogo—. ¿Cómo sabes dónde vivo?

— Tengo mis recursos —responde. Huelo problemas. Mi día no para de mejorar—. ¿No me invitas a pasar?

— ¿Qué quieres? —espeto secamente.

Niega con la cabeza—. Que descortés de tu parte —me reprocha con sorna—. Realmente no sé lo que Dani vio en ti. Tú y yo nos debemos una plática, ¿no crees?

Resoplo enfadada—.  No. No tenemos nada de qué hablar —replico dejándole pasar—. Di lo que tengas que decir, y márchate.

— Sabes, Dani tal vez no sintiera esa pasión desenfrenada que siente por ti; pero me quería —alega—. Éramos perfectos el uno para el otro. Nos queríamos. Todo iba de perlas…, hasta que llegaste tú.

— Yo no sabía que estaba comprometido, Susan —admito—. Pudiste comprobarlo el día en que nos conocimos.

— ¡Por favor! —exclama moviéndose de una lado a otro—. No me tomes por ingenua. Tú lo sedujiste, me lo arrebataste.

— Yo te juro que…

— ¡Cállate! —su tono de voz no me gusta nada. La veo muy alterada—. Debo felicitarte; hiciste un buen trabajo. Daniel jamás volverá a ser mío.

La veo sacar un objeto de su bolso. No me doy cuento de lo que es hasta que veo una pequeña llama en mi sofá.

— ¡¿Pero qué haces?! —exclamo escéptica. Corro a apagar el fuego antes de que se propague. Sin embargo, soy detenida por sus garrras—. ¡¿Te has vuelto loca?!

— No será para mí, pero para ti tampoco —confiesa mientras forcejeamos.

— Suéltame —continuamos forcejeando, pero la mujer parece una fiera en celo.

<< ¡Se ha vuelto loca! >>

Siento un fuerte golpe en la nuca y caigo al suelo sin poder hacer nada. Apenas soy consciente de lo que sucede a mi alrededor, pero puedo percibir las llamas consumiendo la madera poco a poco. Ya no escucho su voz, o ningún otro sonido. Solo el crepitar del fuego.

Calor… tengo mucho calor.

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