Capítulo treinta

Start from the beginning
                                    

— Ah —comprende finalmente—. Sobre eso, habíamos quedado en que te protegería.

— Pues no me gusta tu forma de protegerme —replico—. Puedo entender lo del coche —expongo más calmada—; incluso lo de los agentes de seguridad, aunque no los necesite —aclaro—; pero lo del departamento es demasiado.

— La camioneta es de los vehículo más seguros —argumenta—. En cuanto a los guardaespaldas, me parece completamente razonable contratarlos. Necesitas un chofer y quien vele por ti en caso de que ocurra cualquier infortunio —se acerca lentamente posando sus dedos sobre mis mejillas—. Me tranquiliza saber que están ahí para protegerte, protegerlos —cierro los ojos inconscientemente.

Intenta convencerme con sus tiernas palabras.

<< Y lo está consiguiendo >>, agrega mi subconsciente.

<< ¡Demonios, sí! >>, admito.

>> En cuanto a la casa —ah, no. En eso sí no pienso ceder—. Tu vecindario no me parece muy seguro.

— Lo es —afirmo—. Es bastante tranquilo, la verdad.

— Permíteme dudarlo…

— No —le corto—. No te lo permito. Tanto el barrio como mi casa son humildes; pero realmente acogedores. Voy a quedarme donde estoy y el tema queda fuera de discusión.

— Pero… —intenta rebatir.

— Sin objeciones. Me quedaré con el auto y los gorilas para hacerte sentir mejor —adjudico—. Creo que ya has logrado bastante. Nada más, Daniel.

— Hazme caso, hermano —intercede Eloy, quien había permanecido en un segundo plano hasta ahora; como un expectante de nuestra pequeña riña—. Nunca discutas con una mujer embarazada; no ganarás. Te lo digo por experiencia.

— Me rindo —gruñe resignado, aunque no muy convincente—. ¿Contenta?

— Satisfecha —aclaro.

— ¿Puedo obtener mi beso ahora? —exige.

— Estamos en la oficina, señor Gold —decido torturarle.

— ¡Y un demonio! —exclama irritado—. Quiero mi beso, ahora, Amanda Roldan.

— Se ha levantado exigente esta mañana, señor Gold —me burlo. Debo admitir que estoy disfrutando mi papel.

<< A ver si así aprendres, Gold >>

— No sabe cuánto, señorita Roldan.

— Chicos, chicos —media Eloy—. Que reine la paz y la tranquilidad, por favor. Ya hemos tenido suficientes disturbios en la oficina. Amy, saca al pobre hombre de su miseria, por favor.

— ¿Se están burlando de mí? —indaga mi chico.

— Por supuesto que no, amor —miento acercándome a sus labios.
Por unos segundos nos olvidamos de nuestro alrededor. Solo existimos él y yo y ese apasionado beso.

— Tal vez debería hacer una lista de tus cualidades también —comenta al separarnos.

— ¿Ah, si? —inquiero divertida—. ¿Cuál agregarías?

— Se me ocurren muchas… Pero en este preciso momento, estoy pensando en: pequeña mentirosa.

— Tu pequeña.

— Mía —reitera volviendo a besarme.
Eloy interrumpe con un finjido episodio pequeño de tos.

— Por si les falla la memoria —interviene—. Amy sigue siendo mi asistente. Y tenemos un montón de trabajo por hacer.

Seduciendo a mi JefeWhere stories live. Discover now