CAPÍTULO 26

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Amelie se sentó a los pies de la cama; agotada

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Amelie se sentó a los pies de la cama; agotada. Le dolían las piernas por haber estado bailando, y el corsé empezaba a incomodarle la espalda. Se sintió tentada a recostarse unos segundos; sin embargo, recordó que aún traía la corona puesta. Había tantos accesorios y ganchos en su cabeza, que se causaría un dolor enorme si se lanzaba con fuerza contra el colchón.

La habitación que le asignaron a ella y a Tristán era enorme; pero bastante fría. Se encontraba en el segundo piso del castillo, y ocupaba casi la mitad de este. El suelo estaba cubierto por una alfombra; y las paredes eran color verde agua. Estaba completamente amoblada; sin embargo, Amy no pudo apreciar bien los acabados. La oscuridad de la noche los consumía y, a pesar de la gran cantidad de velas y candelabros; estos no alcanzaban a iluminar el lugar por completo.

Garfield y Thomas los escoltaron a la recámara después que terminó la celebración, y los invitados empezaron a marcharse. El ruido de las carretas y carruajes, además de los caballos galopando, hacían eco en la propiedad. La fiesta fue más grande de lo que cualquiera de los reyes pudo imaginar.

Amelie fue la primera en ingresar a la habitación. Tristán ingresó unos segundos después, sin decir palabra, y se ubicó a su costado. Los reyes se despidieron de ellos, y bendijeron su unión antes de salir del cuarto. Cerraron con cuidado la pesada puerta de roble, dejándolos solos en la penumbra.

El ambiente se sentía pesado, y la tensión en el aire podía tocarse con los dedos. Ninguno de los jóvenes dijo palabra, y se mantuvieron estáticos unos segundos. Amelie pasó saliva con dificultad, y se cruzó de brazos, abrazándose a sí misma. Avanzó hasta una de las ventanas, corriendo la cortina y abriéndola; dejando que la luz de la luna ingrese a la habitación. Ella se recostó en el margen y disfrutó del panorama frente suyo.

La luna brillaba con intensidad en el cielo, y las estrellas, formaban distintas constelaciones. Ella se sintió maravillada con lo que veía; no había cielos así en la ciudad. Amelie mantuvo la mirada fija en el firmamento, hasta que empezó a sentir frío. Giró, volviendo la vista al interior del recinto; y notó que Tristán caminaba a paso lento por todo el lugar. Quería hablar con él; pero a la misma vez, no.

Tristán solo aceptó bailar una canción cuando terminó el banquete, porque Amelie lo obligó. La forma en que bailaban las personas en la isla era diferente a lo que los jóvenes conocían. El contacto físico era mínimo, y las personas danzaban formando columnas, dando pequeños saltos. Amy encontró divertida la coreografía, y se acopló con facilidad. A ella siempre le gustó la danza, pero nunca la practicó de modo profesional.

Amelie se dirigió con lentitud hacia la otra ventana de la habitación, y la abrió. El frío era tolerable; y ahora, podía observar todo con más claridad.
─¿En qué piensas? ─Preguntó ella en voz baja tras varios minutos, sentándose en la cama.

Tristán se acercó a un escritorio con dos sillas que estaba cerca a la puerta, y se acomodó en una de estas. Él pensaba en muchas cosas; pero ninguna parecía tener relevancia. Todo se mezclaba en su cabeza, y no lograba concentrarse en nada.
─No lo sé ─contestó encogiéndose de hombros, con una expresión despreocupada─. Solo creo que nuestros padres están locos por todo lo que nos obligaron a hacer─. Sonrió sin mostrar los dientes.

Realeza InesperadaWhere stories live. Discover now