17. Las mentiras que recordaron | Parte 1

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Deseaba que Ralitsa no hubiera escogido ese momento para obligarlo a actuar, con tantos curiosos aproximándose con disimulo para oír mejor. También deseaba que no lo hubiera hecho cuando él había aceptado acompañar a Kaurin en su cruzada personal, con lo que se agregaba responsabilidades que cumplir, razones para no decepcionarla, peso sobre los hombros. Cada acción acababa por convertirse en una piedra que sostenía sobre la espalda y trataba de equilibrar con las demás.

—Porque los líderes son mi familia, Ralitsa. Mi alkap es lo más parecido que tuve a una madre y mi figura de autoridad más próxima es el alkat, por más que para gran parte del clan él sea inalcanzable. Y no elegiría haber crecido de otra manera si eso implicara no aprender lo que aprendí y no ser quien soy ahora.

—No olvides que mi madre quiso adoptarte y tu alkap te negó la oportunidad. Dependió de ella que no crecieras de otra forma.

La joven se puso de pie. Apoyó una mano sobre el hombro de Iveski y se inclinó para susurrarle al oído su última respuesta. El contacto cálido de su piel sobre la tela de su capa hizo que percibiera un ligero aroma a quemado; Ralitsa era joven aún, no alcanzaba los diecisiete años, y su temperamento había causado que no supiera controlar su poder. No se parecía en nada a Tiunda.

—Eres lo mismo hoy que hace diez años, Iveski: un niño asustado que no sabía a quién llamar en las noches de insomnio.

Se alejó con pasos rápidos, ligeros, dejándolo solo frente a la tabla a medio vaciar.

Cuando él levantó la vista, notó que nadie a su alrededor fingía; todos lo miraban sin disimulo, pendientes de su próximo movimiento. Algunos sentirían empatía, pero la causa común que movilizaba a la mayoría era la curiosidad, el estar frente al punto débil del próximo líder.

Iveski esperó durante un minuto eterno, se incorporó despacio y llevó las sobras al tablón de servicio. Regresó sobre sus pasos y caminó hasta la zona de entrenamiento en la cual Tiunda lo había abordado. Siempre que acordaban encontrarse, el punto de encuentro era aquel donde se había propuesto la reunión.

Su amigo ya estaba allí, sentado sobre un tronco caído. Lo contemplaba con una sonrisa que no era capaz de esconder la pena que sentía por él.

—Soy la última persona del mundo que esperarías que te comprenda, pero lo hago. No te diré esta vez que dejes de enfrentar a los demás por ella.

—No lo harás porque la última vez te expliqué por qué no tenía más remedio que defender su nombre. Y parece que Ralitsa acabó por comprenderlo también, porque acaba de darme un sermón sobre mi incapacidad emocional.

Tiunda se rascó la nuca y desvió la mirada. Era evidente que había conversado con su hermana menor sobre él y que no había omitido información sobre sus pesadillas.

—Oyó algunas cosas —se justificó—, me preguntó por otras. Era decir la verdad o que estás demente. Ninguna de las dos es buena para un líder, pero la primera, al menos, genera empatía.

Iveski se sentó a su lado. Continuaba con hambre, no había acabado su almuerzo y su último bocado antes de eso había tenido lugar en el desayuno, antes de entrenar.

—Olvídalo. Hace bastante asumí que hablar con uno de ustedes es hablar con los dos. ¿Por qué estamos aquí?

—Mi madre cumplió turno anoche y los vio llegar. Pensé que querrías saber lo que nos contó hoy por la mañana.

La mujer era parte de la seguridad de la isla, por lo que la familia estaba al tanto del kimiá que ocultaban en los túneles.

—Kaurin me habló del estado en el que regresaron y me mostró el parte oficial de los sanadores y secretarios.

Susurro de fuego y sombras (Legados de Alkaham #1)Where stories live. Discover now