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La tía Isabela era hermosa. Era alta y delgada, tenía el cabello largo y rubio, sus manos se veían elegantes y frágiles, aunque estaban repletas de pequeños cortes, sus ojos eran tan azules como el cielo, y eran preciosos aunque en ellos se mostraba una mirada intranquila, como si estuviese buscando a alguien que nunca puede encontrar. La tía Isabela siempre había amado sus vestidos largos de color azul marino, y sentarse en el patio mientras me veía jugar, y aunque ella ya no fue la misma desde que mi padre fue a la guerra y no volvió, no entiendo por qué ahora la obligan a ponerse sólo vestidos celestes y no le dejan salir de esta habitación blanca. Ella susurra mi nombre todo el día y me señala, pero las otras personas que visten de blanco no me pueden ver. Sé que ella se arrepiente de lo que me hizo esa noche, la comprendo, no tuvo opción. Ella decía que me parecía demasiado a mi padre, y que ya no podía soportarlo. Para ella era demasiado difícil despertar todos los días y ver en mi el rostro de su hermano que nunca volvió.

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