CAPÍTULO UNO

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Había conversado en varias ocasiones con la señora Katherine y supongo que mi insistencia le hizo saber que realmente necesitaba este trabajo.

Una vez que tengo el uniforme puesto, salgo de la pequeña oficina, con mi ropa ya guardada en mi cartera de mano.

—Sabía que era tu talla —dice la muchacha frente mío, de la que aún no se el nombre, dando una palmadita con las manos. —Andando —agrega.

—Disculpa... —dejo colgando en el aire lo último.

—Isabella —se presenta—, lo siento, siquiera me presente.

—Yo soy... —digo, sin embargo ella vuelve a interrumpirme, haciendo que me sienta levemente molesta.

«Respira Minerva, respira»

—Ya se quien eres —responde ella con un leve movimiento de su mano.

—¿Lo sabes? —Pregunto, confundida.

—Por supuesto, Katherine me dijo que vendrías —agrega.

—¿Katherine Stone? —Pregunto, solo para cerciorarme.

—¿Quién más? —Responde ella lo obvio.

—¿Y estamos yendo a la cocina? —Insisto, por que realmente esto parece un maldito sueño.

—Si —dice con una sonrisa encantadora de dientes perfectamente blancos. —Y aquí estamos —agrega.

Abre dos puertas de vaivén blancas, haciéndose a un lado para darme acceso y dejándome completamente perpleja por unos cuantos segundos.

Puedo notar la cantidad de dinero que hay invertido en este lugar; los suelos son perfectamente blancos, mientras que las paredes de color gris hacen juego con las mesas que hay en el centro de la habitación. Los fogones están encendidos y todos se encuentran ocupados en preparar los utensilios para cuando el servicio empiece. Las ollas de todos los tamaños cuelgan en el medio de la mesa, mientras observo las puertas que van al almacén y la que está a su lado, supongo que a la despensa.

—¿Quién entra a mi cocina? —Pregunta un hombre robusto, con un profundo acento marcado y luciendo intimidante como la mierda.

—El reemplazo de Lilian —responde Isabella por mi.

—Yo no soy... —insisto, sin embargo ella vuelve a interrumpirme.

—Cualquier cosa me avisas —dice, dándome un ligero apretón en el brazo. —Estaré fuera —y dándole una mirada al cocinero, agrega:—Sé amable.

Desaparece detrás de las puertas de vaivén y yo me quedo allí parada, como si fuera una idiota, sin saber muy bien qué es lo tengo que hacer o cuál será mi rol en la cocina y si bien todas las alarmas en mi cabeza me dicen que tengo que salir de aquí e ir a explicar que no soy el reemplazo de nadie, otra pequeña voz en mi cabeza me dice que me deje llevar, que aproveche esta oportunidad de trabajar en la cocina del chef que he admirado desde siempre y en la cual es casi imposible trabajar.

—¿Dónde trabajaré? —Pregunto mirando al cocinero, intentando sonreír aunque me sale más bien una mueca.

—¿Es que no sabes para qué estás aquí? —Pregunta él de regreso.

«Mierda, qué idea de mierda la de quedarme aquí» pienso.

—Deja de torturarla —dice la voz de un muchacho detrás de mí y cuando me giro, lo veo dedicarme una sonrisa cálida. —La mesa de los postres es aquella —dice, señalándome una mesa de las más alejadas—, tendrás todo lo que necesitas en la heladera que tienes al lado —agrega—. De todas maneras, como imagino que no conoces bien la carta, los chicos estarán ayudándote en lo que necesites.

Pecado con sabor a chocolate [+21] ©️ LIBRO 1Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu