Capítulo 5

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Visitar la casa de mis tíos al menos una vez por mes, era un compromiso que venía cumpliendo desde que Máximo se uniera a la familia y, que mantenía incluso en la adultez. Lo que había comenzado como reuniones de juego en nuestra infancia, se había convertido en una tradición familiar. Aunque ya no pasábamos horas conectados al holoconsolas o corriendo alrededor de la casa, en su lugar, disfrutábamos de cenas o almuerzos casuales, algunas veces incluso aprovechábamos las canchas multipropósito para practicar algún deporte, cualquier actividad que nos permitiera una charla amena, era buena opción. Aún más comunes eran mis visitas, desde que comenzara mi entrenamiento bajo la tutela de Máx, cuando las reuniones servían para compartir a mis tíos la rutina laboral.

Sin embargo, aquella calurosa y ventosa mañana de agosto, la invitación fue a tomar el desayuno, en compañía de mis tíos, Máximo y Magdala, que acaba de llegar a pasar unos días con ellos, como parte de su descanso escolar.

Para esa época ella acaba de culminar su primer periodo en Platónica, donde había elegido realizar su preparación pre-laboral. Y, dónde contaba con tres periodos al año de receso familiar entre evaluaciones de progreso. El primero, sabía por sus mensajes, lo había pasado con su familia adoptiva; el segundo, había venido de visita a la región quince para ver a Máximo y el tercero, estaba por definir.

Aunque tenía conocimiento de sus recesos, apenas me había enterado de su visita tres días atrás, de boca de Máximo. La noticia me había tomado por sorpresa a pesar de nuestra continua interacción virtual, esta sería la primera vez que nos viéramos en persona desde aquel beso a principio de año y Magdala se había abstenido de decirlo.

Mientras cruzaba el portón a los terrenos del ducado de Granda, donde mis tíos y Máximo residían, mi mente estaba ocupada intentando entender el secretismo de Maggie. Quizá, aunque yo nos consideraba amigos, para ella, no era más que un conocido de su hermano. La situación me ponía inquieto, podía haberlo olvidado, me repetía, sabiendo lo problemática que era su memoria. Pero de nuevo pensaba en lo difícil de olvidar un detalle tan claro y de nuevo, las señales de mi inestabilidad emocional me ponían en una situación difícil. Mi ritmo cardiaco aumentaba y sentía el sudor resbalarse por mi espalda, frío a pesar del bochorno.

Sin deseos de entrar en detalles sobre mi condición emocional, cuando esperaba frente a la entrada de la mansión, sentado dentro mi carro, me apuré a programar una ligera baja de adrenalina en mi sistema, para asegurarme de conservar un estado de ánimo neutral. Temía tener que dar explicaciones de mi alteración al duque y a Max, convencido, por pura especulación, que yo había malinterpretado mi relación Magdala hasta ese momento. Quizá, tal como Máximo sabía, Magdala y yo no éramos más que conocidos, que apenas si mantenían contacto virtual.

Lamentablemente, no era adrenalina lo que motivaba mis emociones, al menos no en su totalidad, había otros compuestos químicos moviéndome hacia la excitación y, la mayoría, dejaban el ambiente impregnado de una fragancia de nerviosa felicidad. Una emoción más profunda que la que solía experimentar en las visitas de rutina y, que no tardé en entender, mientras me dirigía al comedor, se debía a mi pronto encuentro Magdala.

Para cuando ingresé finalmente al salón, guiado por la administradora, todos estaban en la mesa y debí disculparme por el ligero retraso. En ese momento me encontraba sumamente tranquilo a nivel físico; sin embargo, mis hormonas y estado mental seguían inquietas.

Tras ser anunciado, comencé los saludos de forma protocolaria: mi tío, Máximo, don Aquiles y Magdala, en respectivo orden. Con esta última, nuestros ojos se cruzaron por un breve segundo y pude escuchar, como seguro otros en la sala, sus latidos acelerados, mezclados con la calma de mis tíos y la sorpresa de Máximo.

—Esperaba una reacción más efusiva cuando vieras a mi hermana hoy. —dijo Máximo cuyo rostro expresivo, contrariaba su actitud cotidiana.

Sonreí, con firmeza. No quería creer que había algo detrás de sus palabras aparte de una simple observación.

MagdalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora