10✧.* no sanctuary

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— ¡No, esperen! —interrumpió Daryl enseguida—. Tienen preso a un chico.

¿A un chico? Habían atrapado a otro más, sentía pena por esa persona. 

— ¡Deja de luchar, idiota! ¡Tus intentos son en vano! —ese era Gareth gritando órdenes, como cuando nos encerró a nosotros.

Abraham, un ex-militar corpulento y pelirrojo, se acercó a la puerta del vagón para mirar por su pequeña abertura. Y de pronto, la parte superior del vagón que servía como techo, comenzó a moverse, dejando entrar un halo de luz y después un cilindro metálico que liberaba humo. Entrecerré mis ojos, ¿eso era...?

— ¡Muévanse! —gritó Abraham.

Reaccioné al instante en que detonó la bomba de humo.

Una nube gris se esparció por todo el lugar, contaminando el aire que respirábamos. Comencé a toser tan fuerte que mi pecho comenzó a doler. Mantenía mis ojos abiertos, pero aún así no podía ver absolutamente nada. 

 — ¡No, no, no!

Escuchaba gritos masculinos a mi alrededor, más no sabía a quién pertenecían. Comencé a retroceder hasta que mi espalda hizo contacto con una de las paredes. El sonido de la puerta del vagón cerrándose me sobresaltó.

El manto gris que nos cubría anteriormente comenzó a desvanecerse, hasta devolvernos la vista y el aire puro a todos.

— ¡Se llevaron a Glenn! —Maggie, la castaña de ojos verdes y cabello corto, gritó con los ojos aguados. Miré hacia todos lados, y efectivamente, el asiático faltaba. Al igual que Rick, Daryl y Bob.

— ¿Qué demonios está pasando? —Abraham exclamó.

—Quizás nuestra gente se liberó —replicó Sasha, refiriéndose a la desaparición de los cuatro hombres.

Caminé hasta la puerta del vagón y comencé a patearla reiteradas veces, sabiendo que igual no conseguía derrumbarla. Sentí las manos de Rosita tomarme del antebrazo, queriendo que parara. Lentamente fui accediendo, hasta parar los golpes a la puerta y alejarme de ahí.

—No —habló alguien en el fondo. No reconocía su voz, y no podía verle el rostro al dueño de ella, ya que la persona se hallaba escondida entre la penumbra—. Esos hombres se llevaron a sus amigos, y en su lugar, me dejaron a mí aquí.

— ¿Y tú quién coño eres? —preguntó Carl fastidiado.

Todos giramos nuestros rostros en dirección a la persona desconocida. Él salió sin prisa alguna de la oscuridad, permitiéndonos verle la cara al fin. Mi corazón dejó de latir en ese mismo instante.

Había crecido varios centímetros desde la última vez que lo había visto. Su cabello castaño, casi rubio, seguía igual; hasta podía jurar que recientemente había recibido un corte. Sus ojos verde-azulados me miraban curiosos. Debía estar imaginándomelo, no podía ser él.

Una sonrisa se dibujó en sus labios, los cuales tenían un pequeño corte reciente en la parte inferior. 

—Jeremy —susurró.



Carl.



¿Jeremy? ¿Qué clase de estúpido nombre era ese? Bufé, no me estaba gustando la forma en la que miraba especialmente a la rubia. Volví mi vista hacia la chica, ella lo miraba con un atisbo de asombro. Parecía que Anthea y el tipo se conocían de algún lado o algo.

—Como sea —murmuré cortante hacia el chico—. ¿Nos quedaremos a esperar, o moveremos el culo y buscaremos la manera de salir? —pregunté al resto.

Rick volvería, de eso estaba seguro, pues el siempre lo hacía. Mi padre era un hombre fuerte, encontraría la manera de escapar de dónde lo tenían con vida y vendría a liberarnos. Pero no quería esperar a que eso pasara... O no pasara. Nosotros también debíamos hacer algo.

Ellos asintieron y se dispersaron por el reducido espacio del vagón.

— ¿Qué estás haciendo, Eugene? —preguntó Rosita al sujeto que dice ser científico.

—Intento usar este casquillo para abrir la puerta —respondió él—. Por cómo van las cosas, no creo que pueda haber alguien para abrirla.

Su comentario logró hacer que mi sangre hirviera, quería propinarle un buen golpe en la cara. Ese maldito tipo no me caía nada.

—Cierra la boca, Eugene. Mi papá va a volver, todos lo harán —dije entre dientes—. Y debemos estar listos para luchar y estar allá afuera cuando ellos regresen.

Me di la media vuelta y regresé a dónde, antes de que lanzaran la bomba de humo y se llevaran a cuatro de los nuestros, estaba sacándole filo a un pedazo de madera.

Sin embargo, no pude concentrarme, ya que la imagen de Anthea y el tal Jeremy abrazándome me lo impedían. Mis nudillos se tornaron blancos de tan fuerte que los estaba apretando. ¿Qué me está pasando? ¡Joder!

Un estruendoso sonido nos aturdió y sacudió a todos. Lo primero que vino a mi mente fue un estallido de bomba, o algo similar. Lo siguiente en oírse fueron balazos y gritos desesperados de personas. ¿Qué estaba pasando allá afuera? ¿Eso fue obra de mi papá?

—Tenemos un problema —informó Michonne desde la puerta—. ¡Hay caminantes afuera!

THE LOST BOY ― CARL GRIMESWhere stories live. Discover now