Acto III - Violeta

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Hay cientos de lugares mejores que este, dónde ella preferiría estar ahora mismo. Una horca, sin duda, sería una buena opción para ello. No es que tenga nada personal contra este sitio, sino simplemente el hecho de que le asfixia, le eriza la piel y amenaza con hacerla enloquecer. Aún así, se obliga a respirar profundamente y a recorrer los pasillos vacíos y fríos. No quiere volver la vista atrás, temiendo que la primera vez que lo haga no la vuelva a girar, sabiendo con total certeza que a la más mínima oportunidad saldría de allí corriendo, más veloz de lo que nunca lo ha hecho. Por eso no quiere darse pie a ningún tipo de vacilación. Lo único que puede hacer es seguir caminando.

Ella la necesita. Lo sabe. Al igual que sabe que no puede fallarle.

Hace más de dos semanas que noche tras noche oye sus gritos inundando sus propios sueños. Unos gritos tan necesitados de ser oídos que son capaces de derribar cualquier frontera que la lógica se haya encargado de alzar. E inseparables a ellos también vienen los lamentos. Unos lamentos que acongojan hasta al corazón más pétreo y le hace llorar hasta dejarlo completamente seco.

Por todo ello, no es extraña la mañana que no se levante con su propio rostro surcado en lágrimas. Encerrada en aquella interminable oscuridad, donde la desesperación va de la mano de la incertidumbre, ambas contra el tiempo, rezando porque no sea demasiado tarde para poder rescatarla.

—Está llegando, sólo unos minutos más.

Las voces ya no suenan demasiado lejos. Unos pasos más y todo terminará. Pestañea lentamente, disfrutando del escaso segundo en el que todo parece dar igual. Sus pestañas se entrelazan las unas con las otras, a la vez que sus pulmones se inflan llenos de aire en una rítmica subida y sus manos sudan más de lo que lo han hecho jamás. Es el momento de abrir los ojos. Todos le invitan a hacerlo.

—Buenas tardes —dice con una voz aterciopelada y meditada.

Es una invitada y debe actuar como tal.

—Serán buenas para usted.

No espera ningún tipo de invitación y como tantas otras veces se hace dueña de la sala. Sus piernas se contonean, sacándole el máximo provecho a la minifalda que ha elegido aquella mañana. Sabe demasiado bien la reacción que van a tener los presentes como para siquiera prestarles una pequeña parte de su atención. Tiene en su cuerpo bien formado, en sus pechos redondeados y en su más de metro setenta, una poderosa arma que bien sabe explotar.

Y lo hará...

Ante la mirada de todos, se sienta y cruza rápidamente las piernas mientras su mirada altiva les espera, sabiendo cuáles van a ser todas sus respuestas.

—¿Cuál es su nombre? —el hombre, antes de esperar la respuesta mordaz que está seguro le va a lanzar, se adelante y aclara—: Para que conste en acta.

La imponente rubia se ha mordido la lengua justo a tiempo. Al perecer su actitud la hace tan previsible que le ha arrebatado la satisfacción de una buena contestación. Rendida y tranquila responde:

—Violeta Cerezo... —sonríe con malicia, saboreando ese momento como si fuera dulce ambrosía—... para que conste en acta.

Las miradas electrizan hasta el último centímetro de la sala. La mujer, siempre desde su altanería, espera paciente la siguiente pregunta. Un murmullo general reemplaza al silencio devastador. Violeta no es capaz de descifrar lo que dicen, pero tampoco es que le interese demasiado. Al entrar, ocupó la única silla libre en uno de los extremos de la mesa. Ahora, mientras siguen susurrando, nota el recelo en la actitud de todos y las miradas furtivas de la mayoría. Sin embargo, hay alguien a quien sí conoce, le ha visto varias veces. Él fue quién le advirtió y la preparó para lo que pudiera ocurrir en estos momentos. El ancla que la mantendría a flote en aquel mar de engaños y traiciones.

La Canción del Silencio ✔ [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora