Acto II - Fran Dávalos

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Dos meses antes...

Fran Dávalos maldijo por enésima vez aquella mañana, apretó con fuerza el asa del maletín que llevaba en la mano derecha y esperó a que el semáforo cambiara de color para poder cruzar la calle. Sin poder evitarlo, su mente navegó durante un segundo por la temeridad que estaba a punto de hacer. No podía decirse que él fuera un recién licenciado salido de la Facultad de Derecho, pero nunca había tenido que lidiar con casos como aquel, donde ni siquiera hacía falta un juez para dictar sentencia, sólo el sentido común.

Se reprendió mentalmente por aquel pensamiento y suspiró.

Fran miró al cielo con cierto remordimiento cuando vio las nubes cada vez más oscuras que iban formándose sobre su cabeza y visualizó perfectamente el paraguas azul claro que había estado tentado de coger aquella mañana. Al final, las prisas habían obrado en su contra y supo, con una certeza aplastante, que al acabar el día se mojaría. Se encogió de hombros, rindiéndose ante la discusión mental que él mismo había comenzado, y sonrió tristemente por la poca importancia que tenía todo aquello. Estaba seguro que si hubiera cogido el paraguas, ahora brillaría un sol de mil demonios.

Había cosas con las que no se podía luchar. Las leyes de la probabilidad eran una de ellas. La culpabilidad de Aída Lizaro era otra muestra.

—¿Dónde te has metido, Fran? —susurró para sí cuando el muñeco del semáforo se puso en verde frente a él.

En plena hora punta, era más que difícil caminar por una de las avenidas principales de la ciudad. Desconocidos a los que nunca volvería a ver, decenas de vidas siguiendo su curso, apostando por el día a día. Las mañanas solían volver a Fran Dávalos un filósofo, pero algo dentro de él le instaba a pararse, extraviarse del mundo y ser un simple observador de aquella espiral sin retorno en la que se había lanzado de cabeza. Él debería jugar el papel de salvador y no el de verdugo que la condenaría a la más mísera de las existencias.

Una mujer mayor chocó con él cuando ambos se disponían a cruzar la carretera. Fran se excusó rápidamente, recibiendo únicamente una mirada airada y un murmullo nada agradable de la otra parte implicada. "En eso había degenerado la naturaleza humana", pensó distraído. Muerde antes de ser mordido, llora sin ser visto y mata hasta que seas capaz de robar su último latido. Su defendida era la mayor prueba de ello.

Estaba claro que su día no podía ir a peor.

Hacía dos días que le habían comunicado que él iba a ser el abogado de oficio que se encargaría del Caso Delveccio. Al principio no supo a qué se refería su jefe, pero cuando este le puso delante de sus narices el periódico de aquella mañana, quiso con todas sus fuerzas que la tierra se lo tragara. Conocía a Aída Lizaro por todo lo que la televisión se había encargado de decir sobre ella. Una asesina sin escrúpulos que le había rebanado el cuello a su marido mientras ambos estaban en la cama, haciendo el amor. ¿Acaso había algo más horrible que eso?

Bautizado por la prensa como El Caso de Verdi por la famosa cita que habían encontrado en la pared del escenario del crimen y que un policía nada discreto se había encargado de chivarles, Fran Dávalos supo que para bien o para mal, aquel caso marcaría su carrera casi tanto como marcaría su existencia de ahora en adelante.

Su primera reacción fue maldecirse por su suerte.

Después de semanas abriendo telediarios de sobremesa y protagonizando las portadas de los periódicos más importantes del país, Fran Dávalos sabía que era prácticamente imposible la representación justa de su defendida. Sin saber cómo, aunque imaginándoselo, los reporteros habían conseguido hacerse con detalles de la escena del crimen que sólo deberían ser del dominio de la policía y la fiscalía. El supuesto mensaje en la pared de la habitación o el número de denuncias contra Delveccio, eran un buen ejemplo de ello.

La Canción del Silencio ✔ [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora