— Ya me has corrido todo el pintalabios. — río cuando veo que su boca está manchada con el mismo color que mis labios.

— ¿Quieres que hablemos de otras cosas que puedo hacer que...?

— ¡Alex! — Susurro escandalizada, sin dejar que termine y mirando a nuestro alrededor mientras él me sonríe torcidamente, haciendo que me tiemblen las piernas, porque amo esa sonrisa.

Le quito con mi pulgar, el pintalabios, como puedo y no puedo evitar besarle una vez más lentamente juntando mi lengua con la suya para que entienda que, aunque yo no sea tan soez, también tengo muchas ganas de estar a solas con él.

Me separo de él y entro de nuevo en el coche mirándome en el espejo para retocarme y me mentalizo para entrar de una vez. Me abrazo a mí misma tiritando y Alex me abraza besando mi oreja mientras caminamos hacia la casa.

Toco el timbre y Alex me mira con una sonrisa en la cara.

— No te pongas nerviosa. — dice dulcemente buscando mi mano con la suya. — Estamos juntos. — dice antes de que abran.

— ¡Hola cariño! — exclama la tía Águeda y espero que abrace a Alex, pero me abraza a mi nada más verme. Veo que Alex alza una ceja mirándome divertido. — Estás guapísima. — me sonríe. — Llevo toda la tarde con ganas de verte.

— Muchas gracias, tú también. — digo devolviéndole el abrazo.

— Hola. — saluda la tía Águeda cogiendo a Alex del moflete mientras sonríe.

— Así da gusto llegar a casa, me siento muy querido. — Alex hace de quejica.

— He traído una botella de vino. — saco la botella de la bolsa y se la tiendo.

— Oh, muchas gracias. — Águeda la coge sonriéndome. — No hacía falta que trajeras nada.

— Es lo menos que podía hacer.

— Pasad, podéis dejar los abrigos en mi habitación, Alex ya sabes dónde. Ahora vuelvo. — dice sonriéndome una última vez. Alex coge mi mano y yo le sigo por las estrechas escaleras.

— Te quiere más a ti que a mí. — dice divertido mientras subimos, la madera vieja cruje bajo nuestro peso.

— Eso no es verdad, es que yo soy más simpática. —digo dedicándole una sonrisa.

Alex enciende la luz de la habitación, es pequeña, pero está decorada con buen gusto. Veo una fotografía de Águeda y un hombre, en una iglesia, así que supongo que es su marido. Me quito el abrigo y él abre los ojos como platos mientras me observa y sonríe traviesamente acercándose a mí.

— Definitivamente el azul es tú color. — murmura acercándose para besarme.

— ¿Alex? — se oye la voz de Miguel y éste resopla. Camina hacia atrás haciéndome retroceder. Me mira maliciosamente y cuando voy a replicar me calla con un beso.

— Alex, pobrecito. — digo inclinando la cabeza a un lado.

— Alex. ¿Dónde estás? — chilla por el pasillo. Le miro con pena.

— Estamos en la habitación de la tía. — dice Alex separándose de mí. Miguel se asoma por la puerta y una sonrisa ilumina su cara. — Hola enano. — saluda abrazándole.

— Has traído a Elena. — sonríe Miguel y se acerca a mí. — Me alegra que estés hoy aquí. — me da un abrazo. — Estas cenas son un rollo cuando la tía Amalia no para de hablar de dinero. — dice riendo.

— Eso no se dice. — le reprende Alex y Miguel borra su sonrisa. — No delante de ellas. — susurra éste sonriendo, Miguel vuelve a sonreír.

Déjame amarte.Where stories live. Discover now