— No llores. Ven aquí... —al verla derramar lágrimas, Kevin jaló de su mano y la atrapó ente sus brazos, aspirando el aroma a chocolate que desprendía su cabello— Niña tonta, ¿tienes idea de cuánto te quiero?...

Vanesa suspiró ahogada por las emociones enfrentadas que generaban sus palabras en su cuerpo. Quería creerle. Necesitaba creerle. Le dolía tenerlo lejos, a pesar de que se había asegurado que nada los unía, que ella no debía ni quería esperar nada de él. A pesar de eso, aún lo esperaba todo de él.

— Se que no soy un príncipe azul... No tengo madera de héroe —la sonrisa que adorno su rostro no le llegó a los ojos de cielo, que aún la miraban como si fuera a huir de sus brazos, cosa que a Vanesa no se pasaba por la cabeza. Se sentía demasiado bien, ahí contra su cuerpo, protegida—. Sé que metí la pata, se que la metí hasta el fondo... pero deja que aunque sea te de mis excusas.

Nes se resignó. Ya no podía luchar contra él, contra lo que sentía por él... Dejó que Kevin la guiara. Caminaron tomados de las manos, ella no sabía dónde iban, tampoco era que le importara mucho. Mientras la cabeza de Nes se había perdido y no reaccionaba, la de Kevin trabajaba a toda marcha para encontrar las palabras que se ganaran su perdón.

Él necesitaba decirle todo, que ella supiera cuanto la amaba, desde cuándo y que le perdonara sus errores. Se detestaba por herirla, por ser tan mujeriego cuando la única mujer que ocupaba su corazón le correspondía. ¡Dios! ¿Por qué no lo supo antes? Todo hubiera sido diferente, si tan solo él hubiese dejado de lado sus prejuicios.

Kevin llevó a Vanesa a su departamento, necesitaba la calma de un lugar familiar... un lugar del que ella no pudiera huir antes de oír todo lo que tenía para decirle. Apenas entraron, Nes se quedó observando el lugar con disgusto.

— Kevin esto es un desorden —lo regaño con el entrecejo fruncido.

— Tuve un par de meses malos —él se encogió de hombros, avergonzado por el estado de su apartamento. La ropa formaba una pila al lado de la puerta del baño, la cama no se tendía hacia tiempo, sobre la mesa había un cenicero lleno de colillas y, mejor que ella no abriera la heladera, porque estaría totalmente vacía. Casi no había comido, a no ser una ocasional pizza pedida.

Vanesa tragó en seco y recuperando la compostura, se sentó en una silla. Cruzó las piernas y  una de sus manos reposó sobre el bulto de su vientre. A Kevin una sonrisa se le extendió por los labios, estaba tan hermosa. Su cabello rojo relucía como las llamas, una ternura que antes no tenía se había instalado en su mirada, sus caderas estaban más anchas como las de toda una mujer, sus pechos se habían agrandado y su pequeña barriga era la cosa más sexy que había visto.

— ¿Qué es tan gracioso? —preguntó ella mirándolo seria.

— Nada, solo estoy pensando... —le contestó y se sentó frente a ella— Estas muy linda.

— ¿Me trajiste aquí para piropearme?

— No, Nes. ¿Podemos tratarnos bien? —le rogó perdiendo la sonrisa. Nes asintió un poco avergonzada, pero era su manera de protegerse— No sé cómo empezar... No quise lastimarte, realmente lo siento. Sé que no tengo manera de excusarme... Tendría que haber dejado en claro lo que estaba sucediendo. Me arrepiento de haber besado a Juliana...

— No quiero saber su nombre —rugió Vanesa entre dientes.

— A esto me refiero. Yo no sabía que tú me... me...

— Que te quería, si... ¿y eso qué? ¿Qué hubiera cambiado? —quería que ambos sacaran lo que tenían dentro para que cada uno pudiera seguir adelante sin dudas.

— Todo... ¿Qué acaso no lo ves? —Kevin se paró de golpe— ¿No te das cuenta de lo causas en mi? ¿Cómo me haces sentir? —se acercó a ella y de un tirón la puso de pie a ella también— ¿En serio no notas cuanto te quiero? Mírame... —le ordenó cuando Nes agachó la mirada sonrojada— Cada beso, cada palabra... Todo era cierto. No eres mi obligación, si te di algo lo hice por amor. No por piedad o lastima... Jamás te he tenido lastima, si quiero matar al idiota que te puso las manos encima, pero no tengo lastima. Escúchame bien lo que te digo... —la tomó de la barbilla con cuidado— Te amo.

El corazón de Vanesa se detuvo en ese momento. ¿Cuánto había deseado escuchar esas palabras de él? Cerró los ojos disfrutando de ellas. Sintió los labios de Kevin sobre los suyos y respondió de a poco deleitándose con sus besos. Alzó las manos para rodearle el cuello, él la aferró por las caderas manteniéndola cerca de su cuerpo.

— ¿Significa esto que me perdonas? —preguntó Kevin dudoso, le acarició el rostro con dulzura— Por favor dime que sí.

Nes lo observo ponerse cada vez más nervioso con su silencio. Por primera vez disfruto con un poco de maldad, ver lo que causaba en él.

— Deberás prestarme tu celular —le dijo y Kevin quedó desconcertado—. El mío se quedó sin crédito y debo avisarle a Nené que me tardaré un rato, tenemos mucho de qué hablar...

Él soltó el aire que estaba conteniendo, cuando vio que Vanesa le sonreía. Deposito un casto beso en sus labios y la estrechó fuerte entre sus brazos.

— Yo también te amo —murmuró Nes apoyada sobre su hombro, no había mejor lugar para ella que juntó a él.

Caperucita RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora