―Lo voy a hacer ahora ―me dijo y puso una mano sobre mi hombro y con la otra tomó la estaca que tenía clavada.

Me miró a los ojos, esperando que le diera permiso. Asentí, dándoselo.

Lena empezó a quitar la rama astillada de mi pecho, provocando que lanzara un gruñido de dolor y apretara mi agarre sobre su nuca.

―¿Te lastimo?

―¡Solo hazlo! ―gruñí.

De un tirón decidido, pero no brusco, Lena quitó aquello de mi pecho y lo lanzó a algún lugar del auto. Tomé su muñeca y apoyé su mano sobre la herida.

Cerré mis ojos y me concentré en su éter, su esencia. Tomé una parte de ella y la mezclé con la mía, dirigiéndo ambas a la zona de la herida. El éter podía acelerar el proceso de curación, podía recomponer los tejidos faltantes.

Me concentré en Lena. En su peso sobre mis caderas y sus manos sobre mi pecho. En los mechones de cabello y sus lágrimas que caían sobre mi rostro. En su respiración agitada y su voz diciendo mi nombre. En cómo pronunciaba mi nombre con alegría cuando éramos pequeños, cómo lo gritaba a modo de insulto o lo susurraba como mal presagio en nuestra juventud.

Ella estaba pensando lo mismo. Su mente era un caleidoscopio de recuerdos compartidos. De esta y otras vidas. Tantos que ella ni siquiera llegaba a comprenderlos. Pero su decisión era más fuerte que el miedo que la invadía. Miedo a perder a alguien más a manos de los voraces. Miedo a perderme otra vez.

El dolor se mitigó y pude respirar con normalidad.

Sintiéndome un poco más seguro, aflojé mi agarre sobre la muñeca de Lena, pero no la solté. No quería dejarla ir todavía. Abrí los ojos y miré a Lena con una sonrisa insegura.

Ella dejó escapar un jadeo al ver mis ojos. Un destello multicolor que se apagó en cuanto dejé de usar el éter.

―Izan...

―¿Viste? Te dije que podíamos hacerlo ―dije con una sonrisa.

Ella dejó caer su frente contra mi hombro desnudo y su cuerpo se sacudió por nuevos sollozos.

―Shh... Ya pasó, todo está bien ahora ―susurré en su oído, acariciando su cabeza y apartando su cabello de mi pecho para que no se manchara de sangre.

No estoy seguro de quién se movió primero, pero a mitad de camino nuestras bocas chocaron.

Primero fue un contacto del que ninguno quería ceder. Pero entonces tomé su nuca, enterrando mi mano en su cabello. Lena dejó escapar un suspiro y yo aproveché para profundizar el beso. Ella no se iba a quedar atrás, por supuesto. Se apoderó de mi labio inferior y lo mordió con cuidado, provocando que un sonido grave naciera de mi garganta.

De alguna forma, conseguí erguirme y sentarme con la espalda contra la puerta sin soltar a Lena. Tomé su rostro entre mis manos y ella llevó las suyas a mis hombros. Su mente era un completo caos. Sus sentimientos habían atrapado y encarcelado a su razón, tomando el control de todo. De sus manos que me jalaron más cerca de ella; de sus piernas que me capturaron; de su boca, compañera de baile de la mía.

Esta chica jamás terminaría de sorprenderme. No podía creer que ella estaba besándome. Después de todos estos años de odio, ella me estaba besando. Ella me desea, lo sabía. Ese sentimiento alumbraba su mente con letras de neón. Me desea tanto como yo siempre la deseé. Y cuando ella llevó sus suaves manos hacia mi cabello, mi rostro, mis hombros perdí la cordura. Me dejé ganar por su contagiosa locura.

Tomé su cintura y la acerqué más a mi cuerpo. Llevé mi boca a su cuello, deleitándome con el sonido de su respiración agitada y sus pensamientos alborotados.

AETHERWhere stories live. Discover now