I. Bienvenido a Hamilton

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Para describir la sensación del caos que reinaba en su vida, se debía cerrar los ojos e imaginar una brisa fría que endurecía la piel. Respirar hondo, a sabiendas de que el pulso latía tan desenfrenado, que el retumbar de su pecho lo mareaba hasta escuchar un zumbido que ensordecía el resto de sus sentidos, mientras se aferraba con uñas y dientes al borde de un precipicio en el que el peso de su propio cuerpo era su peor enemigo.

Llevaba meses aferrado a no dejarse caer.

Darrell Bloom despertó repentinamente de la pequeña siesta que le había permitido su mente en algún punto de la madrugada, estaba cansado de no poder dormir como un ser humano normal. Las pesadillas, la ansiedad y su precipicio, no le dieron tregua desde que él mismo se atrevió a bajar al infierno a librar una batalla, pero alguien decidió que sus pecados habían sido suficientes para mantenerlo ahí. La alarma sonó poco después, ahuyentando a los demonios que deseaban alcanzarlo desesperadamente y robarle el aliento entre recuerdos cada vez más confusos.

En comparación a otras, esa mañana no era la peor.

Es más, tenía cierto encanto despertar con una alarma estridente que lo obligaba a salir de la cama, por primera vez lo esperaba un día fuera de esas paredes que parecían mirarlo y murmurar a sus espaldas. Siempre se sentía observado en ese lugar, no existía un rincón en el que pudiese encontrar la paz que tanto anhelaba su mente, pero no su alma. En el espejo aún se encontraba con los resquicios del estudiante consumido por el deseo de ver el mundo arder con una venganza que, aunque juraba extinguirse lentamente junto a su cordura, persistía tercamente en algún lugar, en alguna esquina preparándose para volver cuando se sintiera más fuerte.

Pero el momento no era ahora, así como no lo fue ayer, ni los meses anteriores a ese día. Aún recogía pedazos de sí mismo, olvidados en el tiempo y los estragos de un año que no hizo absolutamente nada por él. Salidas, dinero, incluso el contacto humano con personas fuera de su propia casa estaba absolutamente prohibido, ni siquiera en las famosas fiestas familiares de los Bloom tuvieron la dicha de contar con su presencia, porque nadie debía enterarse de que un heredero de Leandro Bloom había sido expulsado del prestigioso internado Haverville Rogers.

Darrell bufó al recordarlo, maldiciendo en voz baja a la universidad completa. ¡Qué honor haber estudiado en el corrupto, abusivo y escandaloso Haverville Rogers! Se reiría sin tan solo tuviese el humor para recordar cómo hacerlo, pero lo único que podía hacer era vestirse y blasfemar en nombre del tiempo que prometía curar el peor de los males, cuando solo los empeoraba. La prueba estaba pasando factura en su semblante, había perdido algo de peso, y su cabello rubio no brillaba como antes, por más que en sus ojos estuviera la misma expresión plateada llena de rencores, esta vez lucía cansada.

Esperaba que el desayuno hiciera un mejor trabajo, pero la respuesta fue clara cuando al llegar al comedor principal, encontró la mesa ocupada por la única mujer que probablemente le escupiría a su plato si se lo acercaban demasiado. El rubio contempló seriamente la idea de irse de ahí sin probar bocado, pero ¿qué sería de sus días sin un poco de diversión? Sin esa chispa en la que alguien siempre quería empuñar un arma contra su cuello, solo entonces tenía la oportunidad de reírse por haber quebrado su temperamento.

—Buenos días, señorito Bloom —saludó el ama de llaves con la cordialidad que se esperaba de un empleado, antes de retirarse para colocar su desayuno sobre la mesa.

La esposa de su padre, Agatha, continuaba con su taza de café negro en la mano mientras leía una revista que merecía mucha más atención que cualquier persona que decidiera acompañarla a la mesa, porque eso pocas veces ocurría por voluntad propia. Siempre estaba arreglada a primera hora del día como si fuese a asistir a un evento de la élite, quizá lo hacía cuando nadie estaba. Darrell no tenía idea de qué hacía con su vida, su padre ni siquiera estaba en casa la mayor parte del tiempo, su hermano Michael vivía con su esposa, y la única que los visitaba ocasionalmente era...

BloomDonde viven las historias. Descúbrelo ahora