Prólogo. Sebby y Jonny.

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Hola a todos, quiero dejar una nota para evitar futuros inconvenientes.

Los personajes no son mios, son de la maravillosa Cassandra Clare, y la historia es de Alexia Blackthorn, mi trabajo es llevarla a ustedes y mejorarla, además de eliminar los errores ortográficos. Dicho esto: Comencemos

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Sus finos dedos asieron la copa y la levantaron hasta posarla en sus suaves y pálidos labios. El vino le supo amargo, enviándole una sensación cálida por todo su cuerpo. El joven alzó la vista, aún con la copa en la boca, y bebió frente a una estática mesera que lo miraba asombrada. Sebastian le dedicó una media sonrisa antes de bajar su copa y mirarla con suficiencia, sus dedos tamborileando sobre la mesa.

—¿Se te ofrece algo? —dijo, con una indiferencia que rayaba en lo burlón.

La chica enrojeció y desvió la mirada, azorada.

—L-lo siento, señor, e-es s-olo que… emm…. n-ada —la chica se giró, más roja que antes y casi se alejó de ahí corriendo.

Sebastian rió en su interior. Pobre estúpida. Pero, en cierta forma, la comprendía. Todos creían que él había muerto cuando el barco de su padre, con ellos dentro, estalló en mil pedazos. Ese recuerdo aún le quemaba en la memoria y le traía a flote el rencor y la ira. Maldito Lucian. Maldito.

Pero él había sobrevivido. Había regresado. Y se iba a vengar.

Sebastian se recargó contra el gastado respaldo de madera y aspiró el olor nauseabundo del lugar. La taberna era un lugar a rezumar de malolientes piratas que soltaban risas estridentes y se amontonaban junto a la barra, tomando y hablando obscenidades y estupideces. Había otros más que bailaban sobre las mesas, ahogándose de borrachos y calmando su lujuria con las resbalosas mujeres que se paseaban por todo el lugar enseñando sus encantos. No era sorprendente que la chica se le hubiera quedando mirando de esa manera, dado que no sólo era porque lo creía muerto, sino también porque él, elegante y altivo, no encajaba del todo con el escenario de aquél decadente lugar.

Sebastian, perdido en sus oscuros pensamientos, alzó la vista cuando las puertas del lugar se abrieron de golpe y la tormenta que arreciaba afuera se coló por ella, las gélidas ráfagas de aire llegaron hasta él , despeinando su cabello plateado y trayéndole el olor a mar y sal.

Un relámpago destelló en el cielo antes de que dos imponentes figuras, surgidas de la incesante lluvia, se adentraran en la taberna y las puertas se cerraran tras ellos, ahogando los sonidos de la tempestad.

La música cesó, los piratas dejaron de reír y todos contemplaron entre susurros y exclamaciones ahogadas a los recién llegados —mojados y manchados de barro— encaminarse hacia la cantina a grandes zancadas.

Una sonrisa aceitosa se dibujó en los delgados labios de Sebastian cuando reconoció a Jace Herondale y Alec Lightwood. El chico los siguió con la mirada, viendo como Jace barría todo el lugar con sus ojos dorados hasta dar con él. La expresión de Jace se endureció, pero asintió casi imperceptiblemente, luego desvió la mirada y se acercó hasta el cantinero y pidió algo en voz baja. El cantinero asintió y luego miró a Alec, quién negó de inmediato haciendo un gesto con la mano.

Jace giró sobre los talones y, con Alec tras él, se encaminaron hasta el joven que estaba sentado en una oscura esquina. En cuanto tomaron asiento, la música y el escandalo se reanudó.

Sebastian se llevó de nuevo la copa a su boca.

—No sé por qué no me sorprende su entrada dramática —dijo y bajó su copa—. Son muy de tu estilo, Jace.

Cazadores y Piratas - Cazadores de SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora