Mi pobre cuerpo comienza a resentir la frialdad del ambiente, yo y el señor frío no somos especialmente los mejores amigos, sí tenemos en cuenta las bajas temperaturas de Finlandia, esta tormenta no se compara. Sin embargo, estoy todo empapado e indefenso en la intemperie.

Sin ánimos, mucho menos energías de levantarme, dejé extendidos tanto los brazos como las piernas. El tiempo pasaba, y el viluvio no parece cesar, estoy empezando a preguntarme que voy hacer.

Frunzo en ceño confundido al ya no sentir el agua cayendo en mi cara, pero sí está lloviendo, se escucha la tormenta caer.

—Oye — asustado nuevo mi rostro en todas las direcciones —¿Te encuentras bien? — Aclaro mis vistas observando a un hombre de edad avanzada sosteniendo un paraguas, quién me está observando curioso. Al terminar su escrutinio tiende su mano en mi dirección, desconfiado la acepto. No me causa temor, o alguna emoción negativa su cercanía, pero como dice papá; «Hay que ser desconfiado, pero tampoco dejar de confiar»

—M-muchas gra-gracias, señor — agradezco una vez junto a él, abrazo mi cuerpo en un vano intento de conseguir calor.

—Toma — se quitó su campera, para colocarla sobre mis hombros, estaba calentita —Mi hijo con su mujer y sus niños esperan por mi, deberías venir conmigo, es peligroso estés tú solo aquí, mas con esta lluvia innatural — lo dice con la seriedad plasmada en su rostro, podría jurar que su mandíbula se ha tensado por la fuerza ejercida. ¿Lluvia innatural? ¿Eso es posible siquiera?

—¿N-no..? — una fuerte ventisca detiene mis palabras, hacieniy estremecer mi cuerpo, hasta mi alma debió sentir escalofríos. Tomo unos segundos para volver a recuperar el hilo de la conversación —¿No habían pronosticado lluvias hoy? — intento indagar sobre el tema, la única respuesta que obtuve fue una negación con su cabeza. Empezó a caminar, le seguí el paso porque ese señor de alguna manera atrapaba mi curiosidad.

—¿Qué hacías ahí tirado?

—¿Qué hacía usted por esos lados? — el abuelo soltó una risa baja, seguido palmeó mi hombro.

—Puedes considerarlo una casualidad — encoje sus hombros. No lo creo, ¿Cómo puede ser casualidad cuando traía consigo una sombrilla? —Por cierto, soy Santiago.

—Benjamín — logro decirlo bien, mis dientes castañeteaban por el frío. Inesperadamente el señor rodeó mis hombros con su brazo, causando un sobresalto, le miré, él sonrió amable.

—No te preocupes, no haré nada, pero estás temblando — otro punto a favor era la tibieza de su cuerpo. Por anómalo que suene, en una simple camiseta el anciano no perdía su calorcito, era como si su cuerpo fuera resistente al frío.

Así estuvimos caminando por unos contados minutos, los cuales parecieron horas, nos detuvimos al llegar a nuestro destino. Pude dicernir una casa aparentemente abandonada, con un extenso corredor, ahí estaban cuatro personas, no logro ver a detalle sus rostros, pues mis lentillas comienzan a causarme escozor.

—Al fin llegas, papá.

—Abuelo, ¿quién es él?

—¿Se encuentran bien?

—¡Qué bonito es!

—¡Cállate Oscar!— muchos comentarios llegaron hasta mis oídos, no presté demasiada atención a ellos, mi mente estaba confundida, quizá el frío ya está afectando mi cerebro.

—¿Nos vamos? El chico parece estar muriéndose del frío — el abuelo les calló a todos con voz seria y sin dar paso a una réplica, al parecer posee un carácter bastante fuerte, o, ¿Será algo más?

Tierra de brujasWhere stories live. Discover now