Día 3: Día de lluvia

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Pip estaba teniendo el peor día de su vida, excepto claro cuando sus padres murieron, pero ese es otro tipo de peor día. Aún no había llegado a eso, pero se le estaba acercando.

Pensaba que ya con dieciséis años Cartman y su grupo dejarían de molestarlo y lo habían hecho hasta ese día en el autobús cuando encontraron muy entretenido ponerle goma de mascar en su asiento y él ingenuo y sin preocupaciones se había sentado.

Camino a clase fue que se dio cuenta al escuchar risas ahí donde pasaba. Intentó quitarlo en el baño, pero era como si a la goma se le hubiera dado por adherirse a la tela de sus pantalones. Frustrado se colocó aquel saco rojo característico de él al rededor de su cintura, cubriendo la parte de atrás como si fuese una especie de falda.

Al maestro no le hizo gracia y se ganó una detención por violar el código de vestimenta, porque claro, las chicas podían ir por ahí con minifaldas y enseñando las nalgas, pero él no podía atarse el saco a la cintura. No es que quisiese, además que tenía frío en los brazos, la camisa que usaba no le ayudaba en nada.

Pero no terminó ahí, alguien había dejado un balde de pintura rojo brillante sobre una escalera con la que él, obviamente había tropezado y protagonizado una escena de la que Stephen King hubiera estado orgulloso.

Paso toda la hora del almuerzo tratando de quitarse la pintura en el baño y funcionó parcialmente, ahora podría competir con Kyle por el cabello más pelirrojo de la escuela y su camisa blanca seguía igual de roja, era genial simplemente genial.

No quería pasar por más burlas, por lo que espero que todos iniciaran clases para poder ir a la dirección y llamar a sus padres adoptivos, pero cada que asomaba la cabeza fuera del baño, veía al monitor de pasillo y para su tan buena suerte esta semana el papel era de Eric Cartman.

No tuvo remedio, se quedó encerrado en el baño con hambre, frío y sintiendo la pintura secarse por su espalda causándole picazón. Cuando sonó el timbre la salida, espero al menos dos horas más antes de salir seguro de que no habría nadie y que podría correr a su casillero y luego a casa.

Se había perdido el castigo, pero no le importaba, mañana pediría perdón y con la suerte que tenía le darían dos semanas más de castigo.

Metió rápido sus libros en la mochila y salió corriendo hacia la calle. Había avanzado al menos dos manzanas cuando el cielo se oscureció, las nubes se arremolinaron y comenzó a llover.

– Genial...–suspiró y buscó con la mirada un lugar cubierto.

Divisó un árbol a solo unos metros donde abajó de él un gato negro y blanco se lamía las patas sin que ninguna gota de agua lo tocase.

Pip dirigió sus pasos hacia allá sintiendo el peso de la ropa mojada y el cabello naranja que se le pegaba a la cara, cuando estaba a punto de llegar como por arte de magia su mochila se abrió y sus libros terminaron sobre el lodo.

Pip lanzó un gritó hacia el cielo y luego escupió el agua que le cayó en la boca. Se arrodilló ensuciando el resto de sus ropas, agarró los libros ya inservibles y como un perro al que el destino patea se dirigió con la mirada triste bajo el árbol.

La lluvia ahí no le molestaba, así que se dio un tiempo para exprimir el agua de su cabello y del saco que tenia por falda, en todo momento el gato no dejó de mirarlo. Cuando quito toda el agua que pudo se sentó temblando. Pensando en que seria una suerte si no le da una pulmonía.

A su lado el gato maulló.

Pip le dirigió una mirada lastimera, el felino tenía los ojos amarillos y aunque era todo negro su estómago y parte del cuello eran blancos, se veía muy pequeño para estar solo.

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