La maravilla sale cuando cierras los ojos en la ducha. No lo hagas.

23 6 18
                                    

—No estamos aquí para perder el tiempo, testigo, ni usted ni yo. Déjese de tonterías y hable.

—Bien, escuche. Sucede que dicen por ahí que si estás el tiempo suficiente con los ojos cerrados bajo la ducha, ocurre algo maravilloso. No puede siquiera adivinar qué es. Yo, por mi parte, tampoco lo sabía. Así que procedí a descubrirlo.

»Primero que nada investigué internet. Allí había escuchado hablar por primera vez del rumor, por lo cual, interrogué, si se me permite la expresión, a los que decían tal cosa. No me aportaron mucho. Nada más que lo que ya sabía: que ocurría en la ducha, con los ojos cerrados y que nadie lo había conseguido. Lo cual, seamos sinceros, es algo raro. ¿Quién no se ducha con los ojos cerrados? Quiero decir, el jabón se mete por los ojos en caso contrario.

—No se irá usted de aquí hasta que nos cuente lo que ambos sabemos que sabe.

—Ya va, ya va. Es que sentía que tenía que relatarle todo en orden para no olvidarme de nada, ni que se me pasara algo por alto.

—Testigo...

—¡De acuerdo! Por el amor a todo, qué prisas, qué impaciente. Pero si quiere escuchar todo lo que vi... corrijo: todo lo que sentí, tendrá que ser a mi manera. Y mi manera es calmada y detallada, como profesional en la redacción de información que soy, no me permito a mí mismo la falta de respeto para con mis herramientas; sean estas las palabras y el tiempo.

»Pues bien, continuaré por donde iba, si a usted no le molesta, inspectora. Entonces, iba contando que pregunté a aquellas personas que de idas de la cabeza estaban un poco —tampoco voy a decirle a usted que no— y que nada, que lo mismo. Bien, pues lo segundo que hice fue consultarlo con mis amigos. A algunos, los que son compañeros del trabajo, ni palabra. La exclusiva tenía que ser mía. Tampoco se lo dije por si en realidad, como suponía, no era algo importante, solo rumores y estúpidos retos para la gente que cree en sandeces. No adelantaré nada, porque en verdad esto de ser interrogado está bastante bien y es maravilloso que por fin alguien quiera escucharte y no leerte.

—Testigo, se me está acabando la paciencia.

—Sí, sí, perdón. Disculpa. ¿En qué estaba yo? Ah, sí, ya recuerdo. En que se lo conté a mis amigos. Algunos se lo tomaron a cachondeo, ya sabe cómo son porque ya los ha interrogado usted misma, y solo dos fueron los que se interesaron. Al menos un poco, que para mí es más que suficiente. Los tres nos decidimos averiguar qué pasaba. Teníamos mucha curiosidad. Alguien no podía simplemente inventarse algo así de la nada, sin una base verídica. Queríamos descubrir aquella verdad. Quedamos en intentarlo en dos días, cuando los tres volvíamos a estar libres. Pero aquella tarde-noche tenía que ducharme. La razón era simple: higiene.

»Bueno, ¿y por qué no intentarlo? Total, ¿qué podía pasarme? Nada. Y efectivamente eso pasó. Porque no pude aguantar sin abrir los ojos a cada segundo. Me enjabonaba el pelo, entreabrir los ojos. Me aclaraba el pelo, entreabrir los ojos. Unos instantes, solo, pero los abría. Así que aquella cosa maravillosa que se suponía que debía pasarte, no me pasó. Pero solo porque no fui capaz. Había como una... una fuerza, una sensación, una especie de impulso que me obligaba a dejar de lado la lógica y la precaución de impedir la entrada del champú en los ojos. Quizá fuera por eso que nadie había conseguido verificar las palabras de esa gente de internet que estaba un poco ida.

—¿Y bien?

—Sí, por supuesto. Ahora viene lo interesante. No ponga esa cara, inspectora, es la verdad y tenía que relatarle nada más y nada menos que la verdad. Aquí la tiene. Así que relájese, que el misterio pronto estará resuelto.

»Quedamos los tres. Éramos dos hombres y una mujer, pero ella no tenía problema de vergüenza alguna. No sé si decirlo porque... bueno, en fin, no nos andemos con chiquitas, ella se había acostado con ambos, con mi amigo y conmigo. Es decir, ya la habíamos visto desnuda y ella a nosotros. Y tampoco es que mi amigo y yo nos asqueáramos por sendos cuerpos. En fin. Que esto no importa porque yo me metí primero. En la ducha, me refiero. Como dije antes, quería la primicia y para ello había que hacer sacrificios.

»Mis amigos pusieron una cámara fuera de la ducha, enfocando de cintura para arriba. La cosa es que no sabíamos qué era lo que ocurría, así que podía ser que entrara en una especie de éxtasis o que se me mostrara una joven y dulce hada que me concediera un deseo. Estaba emocionado. Estábamos. Y queríamos pruebas. Queríamos las evidencias de lo que fuera que pasara. No contábamos con lo que pasó. Porque pasó. Lo sentí en mis propias carnes. Así se lo digo, inspectora. Así se lo digo.

»Comencé a ducharme como lo haría usualmente. Lo típico: mojarme el pelo, champú, aclarado, champú de nuevo, aclarado, mascarilla y gel para el resto del cuerpo. Me gusta sentirme limpio. Obviamente solo cuando me enjabonaba el cabello y cuando me metía debajo de la alcachofa tenía los ojos cerrados. Realmente el experimento podríamos haberlo realizado solo con el agua. Hubiera sido más rápido, digo yo. Pero en fin, ya que estaba... A lo que iba, que esa mirada suya me está matando, oía a través de la caída de agua a mis amigos desde fuera de la ducha decirme que mantuviera cerrados los ojos. Y lo intenté. Lo intenté varias veces, obviando el uso del verbo intentar como sinónimo de fracaso.

—No tengo todo el día. Si no piensa colaborar, habrá que utilizar otros métodos.

—Pero, inspectora, ¡si se lo estoy contando! Deme un poco de tiempo y paciencia. Voy poco a poco porque, como ya le he dicho...

—¡Testigo! No quería usted un abogado. Entonces, ¿por qué no habla? ¿Acaso se piensa que lo vamos a dejar irse sin más?

—Inspectora, por favor, escúcheme, no se ponga usted nerviosa. Ahora viene lo interesante. Lo que buscaba desde un principio.

—Hable.

—Voy. Como intuirá, si no lo hubiera conseguido, no estaría aquí. Es decir, si no me hubiera pasado esa cosa maravillosa, no estaría aquí siendo interrogado por tan profesional persona. Quiero decir, olvide eso último, por favor, discúlpeme. No estoy en posición de... bueno, ya sabe. O sea, me refiero, simplemente... no importa, no importa. Olvide esto último. ¿Por dónde iba yo...? Ah, sí.

»Ya cuando me estaba quitando todo, preparándome para salir y secarme, dejando como evidente mi gran fracaso, hice un esfuerzo. Y pasó. No sé cómo aguanté. No sé cómo fui capaz de resistir la tentación de abrirlos. Lo hice. Me forcé a ello. Y lo vi. Vi esa... vi esa cara... No. Cara no. Era una... era una masa de negrura sin forma ni sustancia. Era como si un humo espeso se hubiera materializado justo delante de mis narices, sobre donde estarían mis gafas ahora si no las hubiera perdido aquel día. Aquella cosa era monstruosa. Tenía y no tenía forma. Era y no era. No era rostro pero tenía una sonrisa que a penas me dio tiempo a apreciar. Ello, fuera lo que fuera, se me presentó de la nada y en nada desapareció. El susto que me llevé, por el amor a todos los dioses nombrables y no nombrables. Todavía recuerdo esa horrible sensación a... a muerte. A desolación. Bueno, y digo todavía como si esto no hubiera pasado hace unos días. ¿Fue ayer? ¿Fue esta mañana? ¿Fue hace dos días?

»De acuerdo, de acuerdo, es un dato irrelevante al fin y al cabo. No hace falta que conteste. Con que usted lo sepa... en fin. Y eso fue todo. Se apareció. Morí. Se desvaneció.

»Salí empapado, como no podía ser de otra manera, de la ducha. También muerto del susto. Al cabo de unos instantes, sin embargo, comencé a preguntarme si no lo había imaginado. Si tanto cuento y tanto mito había hecho que mi cerebro creara esa imagen difusa. La verdad, si le soy sincero, inspectora, es que sigo sin saberlo. Así que salí e intenté taparme con una toalla. No hacía frío por el vaho y la condensación del agua en una habitación cerrada, pero me sentía falto de calor. Bueno, intenté taparme porque descubrí que estúpidamente no habíamos preparado una toalla. Y también porque me distraje con mis compañeros de investigación amateur.

»Estaban arrodillados junto a la pila de la ducha y gritaban algo que no llegué a distinguir entre sollozo y sollozo. Y cuando me asomé por encima de sus hombros para ver por qué tanto revuelo-

—Déjese de jueguecitos y teatro, testigo. Déjese de sonrisas misteriosas y burlonas y de silencio. Esto no es juego. Sus amigos han testificado de buena manera. Solo queda usted. Colabore de una vez. Se lo preguntaré de nuevo y por última vez: ¿qué ocurrió en aquel baño?

—Me parece que ya se lo ha contado la otra persona presente en esta habitación, inspectora. No tengo nada que agregar. Todo queda dicho.

—¿De qué está hablando?

—Si solo prestara un poco de atención... pero no, a los muertos se los tiende a olvidar. Una pena. Una verdadera e inoportuna pena.

Y siguió sonriendo burlona y silenciosamente con unos labios idénticos a la tercera persona de aquella habitación.

Historias hialinasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora