El segundo encuentro

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Antes de leer: este relato está relacionado con el relato de 30 días escribiendo titulado Day 29: libro. Recomendable leer antes o después de este para entender algunos detalles. Es el capítulo anterior a este.

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Lo llamaban el pequeño lobo aun sin saber el significado de su verdadero nombre. Era así por su forma de ser. Le gustaba ir en solitario, actuar por su cuenta, no era muy alto, vestía de color ceniza, era escurridizo y actuaba exclusivamente por la noche. Era bajito, rubio y muy delgado. Había dejado de ser un niño, pero tampoco era un adulto. Dormía poco y, si lo hacía, siempre de día y a cubierto. En aquellos lares, quien no robaba, moría. Y, aunque Shaoran parecía tener menos que nada, la verdad es que poseía mucho más de lo que se imaginaban.

Su mayor riqueza era sus conocimientos. Los fue adquiriendo poco a poco, con el tiempo, desde que fue consciente de la importancia de estos: había descubierto uno de los secretos de la vida.

Se había encontrado con un elemento, con un nivti de las leyendas. Desde entonces supo lo que quería en un futuro. Pero el nivti lo engañó: ni se lo llevó como aprendiz, ni su futuro fue como lo vaticinó. Tampoco podía culparle; sabía, por las historias —que, al fin y al cabo siempre tienen algo de verdad—, que los nivti era muy celosos. Fuera su estilo de vida, cómo hacían para sobrevivir o las artes que manejaban —o poderes—. En muy contadas ocasiones tomaban a un joven como aprendiz. Generalmente cuando alguno moría, como sustituto. Pero que murieran era complicado, pues podían vivir casi eternamente gracias a su lento envejecimiento.

Nivtis había pocos. Si te encontrabas con alguno significaba que ibas a morir. Todos lo sabían. Nadie dudaba de ello. Era por todos conocido y ni las versiones cambiaban ese hecho.

A menos que alguien relatara una historia, versara un poema o compusiera una canción sobre la noche en la que Shaoran se encontró con el descanso. Pero no aceleremos acontecimientos. Vayamos por orden.

Cuando el elemento desapareció, el pequeño lobo se sintió traicionado. La poca fe que le quedaba le obligaba a pensar que, tal vez, no lo había abandonado; que tal vez lo habían secuestrado o matado, o que había tenido que partir por alguna urgencia secreta. O, la opción que más le gustaba: que lo estaban poniendo a prueba.

Fuera como fuere, se fue y Shaoran siguió sobreviviendo como siempre había hecho, solo que, a partir de entonces, con los ojos más abiertos y con más saberes con respecto a las cosas. Supo y comenzó a ver la naturaleza de cada persona. Fuego, aire, agua y tierra. Cada uno era usuario de uno de ellos mínimo. Lo más común era que convivieran en la misma persona varios elementos de la naturaleza. Y era por ello, por no ser "puros" o "exclusivos", por lo que eran insignificantes para los nivtis.

Una casi como él, como Shaoran, a quien trataba como una hermana, le preguntó una vez cómo era capaz de distinguir a los usuarios. El pequeño lobo no supo qué contestar pues ni él mismo sabía cómo lo hacía. Simplemente lo sabía.

A ella él le contaba todo. Ella a él también. Era una confianza que había salido de la nada. Literalmente ella trato de matarlo para cobrar una jugosa recompensa, pero cambió de parecer por motivos que a todos se les escapaban.

Una noche, una no tan cualquiera, estaban ambos en el hogar de ella, sobre un tejado de una panadería. El olor a las deliciosas artesanías seguía en el aire incluso cuando había pasado todo un día desde que fueron horneadas. Esa fragancia, junto a la brisa marina y la luz del faro iluminándolos periódicamente, hacían el ambiente favorito de ambos.

—¿Qué es eso tan importante que tenías que decirme?

Shaoran le dio un bocado a la manzana que había conseguido hacía unas horas. Luego respondió.

Historias hialinasWhere stories live. Discover now