Capítulo 4

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A la mañana siguiente, una lluvia fina repiqueteaba en los cristales de la ventana. El sonido resultaba relajante, por lo que acallé la alarma y me permití disfrutar de este al abrigo de las sábanas. Cinco minutos más.

El sonido de unos golpecitos en la puerta me despertó.

—Arriba o llegarás tarde —advirtió mi madre con un tono desenfadado y cantarín.

Miré el reloj y bostecé. Pese a que había descansado bien me sentía agotada. Abandoné el calor de la cama, lavé mi rostro con agua fría, eso me espabiló un poco. Después me arreglé y bajé a la cocina, donde mi familia desayunaba unida, aunque la conversación era tan escasa como la lluvia al otro lado de esos muros. Desayuné un par de los apetecibles scones de arándanos horneados por abu acompañados con un té de jengibre y naranja. El chute de azúcar y cafeína me dieron el empujón que necesitaba. Guardé el almuerzo que mi madre había preparado con cariño. No volvería a desmayarme; ya tenía bastante con ser la nueva, no deseaba llamar la atención por «méritos propios».

De camino a clase pasé por delante de la tienda de segunda mano. Era pronto, pero aun así la persiana permanecía entreabierta. Entré en el local. El chico de mi primera incursión limpiaba el mostrador mientras tarareaba. Me resultaba vagamente familiar, como esos presentadores de la tele o streamers que todos reconocemos aunque no veamos sus espacios. Piel morena, pelo oscuro con las puntas teñidas de magenta y facciones agradables en las que destacaban unos impresionantes ojos verdes. Parecía un entendido en el cine de género, una de las películas que había adoptado fue recomendación suya.

—Perdona, me he animado a entrar e igual no estáis abiertos. —Pasé mis manos por una torre de novedades que me tentaron.

—Tranquila, echo una mano a primera hora. ¿Te han gustado las pelis?, ¡vaya, el terror todavía descompone tu rostro!

Sabía que se trataba de una broma, pero apenas pude elevar la comisura de los labios. Pese a los avances, en parte me sentía igual que una oveja a la que llevan al matadero, eso no me hacía esbozar la mejor de mis sonrisas.

—Lo que realmente me asusta es mi instituto —respondí con sinceridad. Eso justificaba mi repentina falta de «espontánea simpatía matutina».

—¿Instituto? —Abrió los ojos como platos—. ¡Al que voy a llegar tarde si no me largo ahora mismo! —añadió nervioso al mirar la esfera del antiguo reloj de la pared. Dejó el paño sobre el mostrador y saltó por encima—. Nos vemos luego. —Giró hacia mí con la mochila ya en la espalda y se marchó.

—Lucía. Me llamo Lucía —me presenté atropelladamente. Parecía un buen chico, aunque algo atolondrado.

Un hombre de bigote canoso y rechoncha figura, que rondaría los sesenta años, comenzó a recoger los DVD y BD amontonados y se disculpó por la espantada de su compañero. Enseguida pude imaginarme al caballero sirviendo pizza, me recordaba al típico regente de restaurante italiano en una comedia romántica. No tenía tiempo que perder, por lo que me despedí del amable señor, que continuó con la limpieza del local, y emprendí la retirada.

Bastian me abordó en las puertas de entrada al Royal.

—Hola, novata, ¿has desayunado bien o debo prepararme para llevarte en volandas otra vez? —preguntó risueño.

—Creo que no será necesario, pero gracias —contesté, aturdida ante la visión de aquella sonrisa, digna de una celebridad. Sus carnosos labios la enmarcaban como una preciosa moldura de terciopelo. ¿Sería él quien contactó conmigo la noche anterior?

—¿Piensas quedarte mucho rato así? Lo digo porque llegaremos tarde a clase. —Bastian agitaba la mano delante de mi cara con gesto divertido.

—¿Sabes qué significa Schola Regia Cor Mens Anima?

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