Capítulo 9

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La casa de Blair estaba en una zona residencial, apartada del bullicio. «Casa» no sería el término más adecuado para referirse a ella. La vivienda era una mansión que se alzaba majestuosa ante nosotros. Un alto muro de piedra aislaba la propiedad de los pocos transeúntes que frecuentaran aquella zona. Una enorme puerta de forja, flanqueada por cámaras, era el único acceso a los jardines.

En el exterior aguardaban varios grupos de personas, algunas de las cuales había visto por los pasillos del instituto. La puerta se abrió automáticamente y al entrar me sentí de nuevo en el jardín botánico. El terreno revestido de verde explicaba el reconfortante olor a césped recién cortado. Varios árboles centenarios se erguían por los alrededores del caserón de piedra, e infinidad de flores y arbustos se repartían por el lugar. Un camino de losetas llevaba hasta la carpa de tela montada para el evento y varios bancos de piedra con hermosas tallas quedaban bajo el cobijo de los recios árboles salpicados de lucecitas que otorgaban al jardín un aspecto mágico, irreal. Todo estaba cuidado hasta el mínimo detalle.

La carpa albergaba en su interior a un grupo de hombres y mujeres uniformados que se desplazaban con presteza de un lado para otro con bandejas en las manos. Los invitados comenzaban a congregarse frente a la plataforma del DJ, que «calentaba» la mesa de mezclas.

Bastian me agarró con fuerza la mano al ver que mordía la uña del meñique con nerviosismo.

—Tranquila, yo estaré aquí —me susurró al oído. En realidad, mi pico de ansiedad no se debía tanto a la fiesta, sino a la posibilidad de encontrarnos con Donovan después de lo sucedido aquella mañana.

—Lucy, querida, ¡has venido! Y con el vestido, ¡cuánto me alegro! —exclamó Blair, que hizo alarde de su elegancia al acercarse.

—No podía perdérmelo, gracias por invitarme.

—Detecto cambios. Uhmmm —dijo mientras miraba mi outfit como la jueza de un concurso de estilismos. Después tomó mi mano y me hizo girar. No pude contener una breve carcajada. Al terminar centró sus ojos en los míos y sonrió—. Vaya, al final va a resultar que sí tienes un estilo. Y me gusta.

—Tú estás genial. —Nunca fui muy original a la hora de elogiar.

Llevaba el pelo azabache suelto y en unas ondas más marcadas de lo habitual. El maquillaje realzaba sus rasgos. Los labios carmesí brillaban bajo las luces y un vestido del mismo color caía sobre un par de sandalias doradas a juego con pulsera y gargantilla. Estaba radiante, ese era el adjetivo adecuado.

—Por cierto, tu casa es muy... grande. —De nuevo mis intentos por decir algo bonito fracasaban.

Ella enarcó una ceja, seguramente confundida por mi reducido vocabulario.

—Gracias. Pasadlo bien. Os veo luego.

Recobró la sonrisa y se dirigió hacia otro grupo que acababa de llegar.

—¿Tu casa es muy grande? —emuló Bastian con gesto burlón—. Me abruma la soltura que tienes a la hora de expresarte.

—No te pases —le recriminé con humor y le di un golpecito juguetón en el brazo—. No sabía qué decir, ¡en serio!, es todo tan...

—¿Asombroso?, lo sé, incluso ahora me lo parece. ¿Quieres algo de beber?

—Sí, por favor, un zumo estará bien —contesté educadamente, cuando en verdad hubiera querido pedir un whisky solo, frase repetida en las películas americanas antiguas, donde todo mal se curaba con alcohol de alta graduación, un cigarro y una explosión de rabia contenida. Acumulaba tal nivel de tensión que me parecía inverosímil pedir algo que no tuviese un mínimo de 5º. 

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