Capítulo 21

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Le dije a mi abuela que saldría un rato por la noche para visitar Edimburgo, solo omití mi propósito. Ella se fue pronto a su dormitorio, aludió que necesitaba descansar, sabía que en realidad solo buscaba estar a solas, decisión que respetaba.

Abrí mi armario, no debía desentonar y me decanté por una estética acorde con el evento. Saqué del armario un vestido encorsetado oscuro con estampado floral bordado en el precioso corpiño. La falda de vuelo tenía varias capas de tul negro que caían sobre mis rodillas. Me calcé botas de cordones con medias y guardé mis cosas en una mochilita decorada con tachuelas. La última vez que había usado todo aquello fue en el Salón del cómic de Barcelona. De eso hacía un año. ¡Qué ironías de la vida!, desde pequeña había deseado encontrar evidencias que me permitieran creer en lo sobrenatural y los últimos acontecimientos colgaban la etiqueta de «vampiro» sobre Bastian y Donovan. Increíble. Del todo.

Un cosquilleo nacía en mi estómago y se extendía por todo mi cuerpo, pero respondía más al miedo que a cualquier otra emoción. Si al final resultaba ser todo cierto, concederéis que lo asumía con bastante naturalidad, más debido a la conmoción. Había leído que en situaciones extremas las personas reaccionamos de maneras contradictorias e inexplicables a sucesos impactantes o traumáticos. Auguraba varios meses con el pelo cardado, la mirada perdida y mi cabeza apoyada en la pared color menta de un centro de salud mental. Pero por el momento estaba bien. Todavía me quedaban varios datos que cotejar, una reunión en la que investigar y aquellos jirones de cordura a los que me agarraba.

No pude cenar debido a los nervios. Decidí acudir a la quedada porque requería respuestas, que alguien ajeno a mi círculo cercano arrojase luz sobre el tema. Tenía la esperanza de que alguno de los asistentes a esa rave vampírica conociera las leyendas existentes, historias locales, noticias vinculadas y demás detalles que pudiesen acercarme a la verdad, o desvelar la mentira, de ese mundo oculto. También cabía la posibilidad de asistir a la fiesta de Isabella, plantarme frente a Bastian y exigir respuestas, pero:

1. No era capaz.

2. Siempre me encontraba con el asusto de aquellas malditas reglas que esgrimían a modo de escudo.

Mi plan era temerario, aunque ¿qué sería la vida sin un poco de emoción? Me puse la chaqueta larga de vinilo, perfecta para la ocasión, y bajé las escaleras. Mis padres habían regresado y descorchaban un tinto mientras servían picoteo en la mesita del salón. La televisión permanecía encendida y se escuchaba uno de esos programas en los que la gente va a contar sus problemas y varios tertulianos debaten sobre ello de forma despiadada y con total impunidad. Bastantes problemas tenía yo, no necesitaba criticar los de otras personas.

Ambos debatían animadamente qué ver en streaming, eso jugaba a mi favor; odiaba mentir, incluso omitir. Les di un beso a cada uno, lancé una recomendación y dijeron que tuviera cuidado. «Si supieran adónde voy...», pensé con culpabilidad.

Salí a la calle y me puse en marcha. Alojarse en Victoria Street era convivir con los pequeños y preciosos comercios independientes cobijados tras las fachadas de colores, el ajetreo de las terrazas en la parte superior y el trasiego de turistas que, sobre todo durante el fin de semana, paseaban por el suelo empedrado propio del lugar, uno tan antiguo y singular que, según dicen, inspiró para crear el Callejón Diagon del universo Harry Potter. Me imaginé en aquel momento con una varita en la mano invocando a mi Expecto Patronum, ¿qué forma animal adoptaría?

A mitad de trayecto, un gran cartel iluminado llamó mi atención. En él estaba impresa la fotografía de un vaso y el líquido que contenía llegaba justo hasta la mitad. Debajo había un eslogan que decía: «¿Medio vacío o medio lleno? Tú decides». Dediqué el resto del camino a reflexionar sobre aquel anuncio en el que había visto todo un paradigma. Al final llegué a la conclusión de que el vaso siempre estaría medio lleno, dado que la palabra «vacío» representaba la ausencia de todo, por lo que nunca podría estar medio vacío. ¿Aburrirme? ¿Yo? Nunca.

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